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Mathew

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MATHEW.

(De cómo Gina se convirtió en vampira)

La noche está estrellada. Mathew me acaricia el pelo. Mi cabeza yace sobre su hombro, mientras ambos, recostados sobre la hierva, observamos el firmamento. Me siento segura junto a él. Con él todo es fácil, puedo hablar de cualquier cosa sin arrepentirme, puedo bromear con él, sin miedo a que lo que diga le pueda molestar. Y sé que esto será eterno, como ha sido hasta ahora.

¿Qué piensas, Princesa? – me pregunta.

Su suave voz me embruja como siempre. Como la primera vez que le vi.

En nosotros – le digo.

Le miró a los ojos; sus ojos oscuros, marrones, profundos; cuando los miro siento que sigue existiendo su amor hacía mí, porque nuestra amistad, es una forma de amar, quizás la más segura, la más serena, la más hermosa y duradera de todas. Y ver eso en sus ojos me hace sentir que nada destruirá esta amistad.

Y ¿qué es exactamente lo que piensas de nosotros? – Me pregunta.

Estaba pensando en el día en que nos conocimos.

Me envuelve con su brazo por los hombros y me abraza.

Fue un día distinto, Princesa, pero fue un gran día.

¿Distinto por qué?.

Porque me había prometido no volver a convertir a nadie, y aquel día no pude evitar romper mi promesa.

Pero fue por una buena causa. – afirmé.

Sí, y no me arrepiento, sino lo hubiera hecho, ahora no estarías aquí.

Volvemos a observar el firmamento y empiezo a recordar aquel día.

Yo andaba meditabunda, por las calles oscuras y solitarias. Hacía sólo unas horas que el médico me había dicho que sólo me quedaban unos meses de vida. Iba ensimismada en mis pensamientos. Deseando que aquello sólo fuera una maldita pesadilla, odiando al mundo e incluso a mi misma. No quería morir, la muerte me asustaba y quería vivir, vivir eternamente.

La eternidad, esa era la solución, pensé. Pero la eternidad no existe.

Sí existe – me dijo una voz profunda y tranquila que venia de mi espalda.

Me giré y le vi. Un hombre moreno, de piel blanca, casi pálida, ojos oscuros, pelo castaño y largo. En su mirada vi algo extraño, algo diferente, pero sobre todo había vida.

¿Qué? – pregunté sorprendida. Era como si hubiera leído mis pensamientos, pero no podía ser.

Que la vida eterna sí existe, – me respondió – y sí, puedo leer tus pensamientos.

Aquello me asustó, pensé en salir corriendo, pero sentía atracción hacia aquel hombre y me quedé quieta, frente a él, observándole, perdiéndome en sus oscuros ojos.

Con una gran tranquilidad, se acercó a mí y acarició mi mejilla. Su mano estaba fría, como el hielo.

La vida eterna existe, y yo puedo dártela. – dijo

¿Quién eres tú? – le pregunté mirándole directamente a los ojos.

Soy un vampiro, y lo sabes.

Sí, lo sabía. Desde la primera vez que sus ojos se habían cruzado con los míos, una voz en mi interior me decía que era un vampiro.

Y sin decirme nada más, me abrazó, acercó su boca a mi cuello y clavó sus dientes en él. Primero sentí un leve dolor, luego la sangre escapando de mí, y su boca succionando. Mi corazón empezó a correr a mil por hora, parecía que se me iba a escapar del pecho, sentía que la sangre se me escapaba. Advertí que mis ojos se nublaban y mis piernas flaqueaban, pero él me sujetó con fuerza, se mordió la muñeca y la acercó a mis labios.

Bebe – me dijo suavemente.

Tragué con vigor, y sentí aquel sabor fuerte y salado llenando mi boca. Mathew me sujetaba entre sus brazos, mientras miles de imágenes pasaban por mi mente. Imágenes de su vida, países como Irlanda, ciudades como Venecia, y mujeres hermosas a las que había amado. Sentí una especie de porrazos, primero uno, luego otro, y un eco repitiendo los golpes.

Tranquila, Princesa. Es tu corazón y el mío. – me dijo para tranquilizarme – Se están uniendo, Princesa.

Apartó su muñeca de mi boca y sentí como si algo dentro de mí muriera, pero al segundo siguiente, algo renaciera en mí.

Le miré a los ojos, ahora podía distinguir los matices de su iris, y su piel adquirió un color más real, más vivo. Su pelo brillaba y lo hacía hermoso. Sin saber porqué, sentí la necesidad de abrazarle, de pegar mi cuerpo al suyo, notar su calor y los latidos de su corazón. Mathew se dejó abrazar y me abrazó. Nuestros cuerpos se unieron, su sexo estaba duro, lo que me sorprendió gratamente, pero también me asustó un poco, así que intenté separarme de él.

Tranquila, Princesa – me susurró al oído al sentir mi miedo, sin dejar de abrazarme.

Y dejé que el abrazo se hiciera eterno. No sé cuanto tiempo estuvimos abrazados, a mí me pareció una eternidad, pero empecé a sentir una extraña sed que embargaba todo mi ser, y me separé de él.

¿Qué te pasa? – me preguntó.

Creí que podías leer mis pensamientos – le dije – no sé, tengo sed, necesito....

No, ahora ya no puedo leer tus pensamientos, – me aclaró - se han cerrado para mí. Esa sed es porque necesitas cazar, vamos, te enseñaré como hacerlo.

Me cogió de la mano y empezamos a andar.

Al principio, escuchar en mi cabeza los pensamientos de la gente me aturdida, había miles de voces e imágenes, que era incapaz de distinguir. Empecé a marearme, y casi estuve a punto de caer, pero de nuevo Mathew, me sujetó con fuerza entre sus brazos.

Calma – me dijo - ¿qué te pasa?

No sé, los pensamientos, miles de voces e imágenes.....

Es normal, tienes que aprender a distinguir, es como escuchar la voz de tu interlocutor en un café, sólo tienes que olvidarte de las demás voces y centrarte en la que tienes delante. -me explicó – u olvidarte de todas ellas, y centrarte sólo en lo que tú piensas.

Vale.

Traté de hacer lo que me decía, y efectivamente, el mareo desapareció, y pude aclarar mi mente. Le cogí fuertemente de la mano y seguimos andando. Le miré a la cara. Me pareció tan guapo. Además me hacía sentir segura. También él me miró y me sonrió. Era la sonrisa más dulce que jamás había visto, así que le abracé, busqué sus labios y le besé. Un beso intenso, largo, tierno.

Cuando nos separamos sus ojos brillaban como una estrella en el cielo, y no podía dejar de mirarlos, sentía tanta paz, y tanto amor, mirando aquellos radiantes ojos.

Seguimos andando hasta llegar a los bajos fondos. Allí había un montón de indigentes, drogadictos y gente de mal vivir.

Tienes que leer la mente de uno de ellos y elegir el que más te atraiga – me indicó Mathew.

Me concentré y escruté la mente de algunos. Hasta que vi a aquella niña mona. Tendría más o menos mi edad. Era alta, rubia, ojos azules. Llevaba una minifalda muy corta y estrecha. Leí su mente. Pensaba en lo que haría con las pastillas que estaba comprando; en los hombres que la adoraban e idolatraban, en lo imbéciles que eran, pero que en el fondo le gustaba que fueran tan imbéciles. Pensaba que le encantaba que todos la adoraran de aquella manera, que ser modelo era lo mejor que le había pasado, porque ahora todos la adoraban. Me pareció tan superficial en su modo de pensar, que la elegí a ella.

Ya, ya sé quien será, – le dije a Mathew – la chica rubia.

¿La de la minifalda?. Bien, ahora tenemos que seguirla, hasta que esté en un lugar solitario.

Vale – accedí.

Empezamos a andar detrás de la chica. Y al doblar la primera esquina, llegamos a una calle angosta y solitaria. Yo iba delante, a unos 10 metros de la chica, Mathew iba detrás de mí, a sólo un par de pasos.

Ahora – me dijo – Acércate por detrás, sujétala fuerte y cuando la tengas, sólo tienes que morderle en la yugular. ¿Podrás?

Sí, creo que sí – afirmé.

Con gran rapidez, me acerqué a la chica. La sujeté fuerte desde atrás, de modo que sus brazos quedaron inmovilizados; ella trató de forcejear, sin éxito; pues mi fuerza era mayor que la suya, acerqué mi boca a su cuello y con furia, la mordí. Empecé a succionar con avidez, saboreando su sangre, sintiendo como entraba en mí, como me llenaba, como su vida se iba apagando y se convertía en mi vida.

Bien, vale. – Me indicó Mathew cuando aún le quedaba un hilo de vida a mi víctima. – Debes dejarlas justo en este momento, antes de que mueran.

Dejé de succionar, y solté a la chica, que cayó al suelo. Tragué el último sorbo de aquella sangre, y al verla en el suelo muerta, inerte, pensé que debía hacer algo con el cadáver, esconderlo, tirarlo al agua, hacerlo desaparecer.

No podemos dejarla aquí – le dije a Mathew,

Sí, no te preocupes.

Hizo un ligero gesto con la mano y el cuerpo empezó a arder. Miré a Mathew sorprendida. Me parecía el ser más sorprendente y enigmático que jamás hubiera conocido. Entonces él me miró a los ojos fijamente y me dijo:

Algún día te enseñaré a hacerlo, pero por hoy ya has aprendido suficientes cosas. ¿Vamos?

Sí, vamos. ¿Pero dónde vamos? – le pregunté.

A casa. A mi casa.

¿Tu casa?

Sí, ya no puedes volver a tu casa ahora. Para los tuyos estás muerta – me dijo – ellos no entenderían que....

Ya, tienes razón. Pero debería despedirme de ellos de alguna manera.

Sí, pero ya pensaremos en ello en otro momento. Pronto amanecerá y debemos ir a dormir.

De acuerdo – acepté.

Fuimos hasta su casa, una torre en las afueras de la ciudad, moderna y elegante. Entramos, y me llevó hasta el sótano, al que se accedía desde una puerta de seguridad, que tenía varias cerraduras, entramos, cerró y bajamos hasta una gran habitación oscura, donde había una cama de matrimonio.

Bien, esta es mi cama. Y me temo que está noche tendremos que compartirla, más adelante tendrás una si quieres.

Bueno, no te preocupes, es bastante grande, no me molesta compartirla contigo.

Bien, pues vamos, acuéstate. – me animó.

Me acosté en la mullida cama, él se acostó a mi lado. Antes de cerrar los ojos nos miramos.

Gracias – le dije.

¿Por qué? – me preguntó.

Por darme la vida eterna.

No debes dármelas, ya llegará el día en que te arrepientas de que te la haya dado.

No creo.

Seguro que lo harás, algún día. Ahora duerme.

Cerré los ojos, acerqué mi mano a la suya y la apreté con fuerza. Luego el sueño me invadió.

 

Las estrellas seguían titilando sobre nuestras cabezas.

Gracias – le dije.

¿Por qué? – me preguntó sorprendido.

Por darme la vida eterna, aún no me he arrepentido de que lo hicieras, sigo alegrándome.

Yo también me alegro de haberlo hecho, Princesa.

Me abrazó, y de nuevo sentí ese calor que sólo su cuerpo me producía. Nos miramos a los ojos, sus labios se acercaron a los míos y nos besamos. Miles de imágenes pasaron por mi mente. Recordé, todas las veces que habíamos hecho el amor, todas las que habíamos salido juntos a cazar, todas las que había curado mis heridas de amor, igual que yo había curado las suyas, todas las veces que había estado a mi lado cuando le había necesitado. Sin duda era mi mejor amigo y eso nada, ni nadie lo podría cambiar.

"Aunque nos separen un millón de kilómetros y los años pasen, siempre seremos amigos hasta la muerte", decía una canción, de una película de los años 50, que protagonizaban Frank Sinatra, Sammy Davis Jr., Dean Martín. Pensé en ella. Era lo que sentía cuando estaba junto a Mathew, que nuestra amistad podría vencer la distancia, y el tiempo, y siempre perduraría.....

¿Nos vamos a casa? – me preguntó incorporándose – Es tarde y pronto amanecerá.

Sí, vámonos.

Nos levantamos y cogidos de la mano caminamos tranquilos hasta nuestra casa. Al llegar, nos dirigimos a la puerta del sótano, descendimos por las escaleras hasta la oscura habitación y como cada amanecer, me acosté sobre la cama, nuestra cama, la misma que compartíamos desde el día en que nos conocimos. Mathew se acostó a mi lado, me cogió la mano y me dijo:

Buenas noches, Princesa.

Buenas noches, cariño.

El sueño nos invadió un día más......

EROTIKA. KARENC. (Del grupo de autores de TR).

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