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Juego de seducción

en Erotismo y Amor

JUEGO DE SEDUCCIÓN.

La noche se oscurece y los primeros rayos de la luna entran por la ventana, rozando mi cara. Abro los ojos, miro a mi lado y allí estás tú, mi dulce Mathew, mi fiel amigo, ése que siempre está, que escucha mis ansias y deseos, mis alegrías y mis penas, el que sabe más que nadie de mí, conoce mis íntimos secretos. Te observo mientras espero que despiertes. Me encanta ver tú cara relajada y tranquila mientras duermes. Y me encanta ver como abres los ojos y me miras desde tu profunda mirada color marrón.

¡Buenas noches, Princesa!

Sonrio al escuchar una vez más esas palabras. Me encanta que me llames así, porque cada vez que esa palabra sale de tus labios, me haces sentir como una princesa. No importa que seamos seres oscuros que viven de noche, y se alimentan de la sangre de los humanos. Cuando me llamas Princesa, me siento Princesa de verdad. La princesa de tus sueños que quizás un día soñaste que sería así. Nos damos un pico, de esos de amigos, compañeros y en el fondo, amantes. Y me levanto de la cama, dispuesta a empezar una nueva noche por las oscuras calles de esta ciudad. Tú también te levantas. Te pones tu bata, esa de color azul oscuro que tan bien te sienta, y te acercas a mí. Me abrazas por detrás, pegando tu cuerpo al mío y me susurras al oído.

Ponte guapa, Princesa, hoy vamos de celebración.

Acaricias mi piel con mucha suavidad y siento tu mano fría sobre mi cintura desnuda.

Empieza el juego de seducción que siempre inicias cuando tienes ganas de tenerme sólo para ti. Restriego mi culo contra tu sexo, en un movimiento casi imperceptible para el ojo humano, pero que tú sientes entre tus piernas y al cual te resistes. Porque esta será una noche larga. Te alejas de mí y abres el armario.

¿Y que vamos a celebrar? – Pregunto yo curiosa.

¿No lo recuerdas, Princesa? Hoy hace un año.

Miro el calendario que está colgado en la pared y entonces evoco aquel día. Tu voz a mi espalda, tus ojos mirándome de esa manera tan intensa y tus colmillos sobre mi cuello. Todo pasa por mi cabeza rápidamente.

Es verdad, hoy hace un año ya. Un año que vivo en esta casa contigo, un año que somos amigos.

Me giro alegre hacía ti y te veo con uno de mis vestidos de noche en la mano.

Sí, ponte éste, hoy saldremos a cenar.

Lo dejas sobre la cama y vuelves a girarte hacía el armario para elegir uno de tus trajes.

Te observo, alegre, divertida. Me encantas con esa bata, te marca tan perfectamente ese culo redondito, que siento un pequeño latigazo entre mis piernas. Me acerco a ti, y pego mi cuerpo al tuyo. Dejando que tu culo repose sobre mí vientre, me pongo de puntillas y apoyo mi barbilla en tu hombro y entonces te susurró:

Ponte el de color gris oscuro.

Mi mano acaricia tu cadera. Quisiera ir más lejos con ella, pero me resisto. El juego acaba de empezar, tenemos tiempo hasta el final de la noche para terminarlo. Me separo de ti y me dirijo a la cómoda, busco un conjunto de braguitas y sujetador. Uno que sea muy sexy, el rojo, a conjunto con el vestido. Cojo el vestido y me escondo tras el biombo que colocaste para que pudiera vestirme libre de tu mirada, porque decías que así es más excitante para ti.

Me visto, mientras tú también lo haces, lo sé porque oigo el ruido de la ropa resbalando por tu cuerpo. Antes esos ruidos me molestaban, sobre todo los primeros días. Ahora ya me he acostumbrado a oírlos, he aprendido a soportarlos.

Me pongo el vestido rojo, ese que tanto te gusta, el que marca mis caderas y mis senos pequeños. Salgo de detrás del biombo ya vestida y siento tu mirada sobre mí.

Estás preciosa, Princesa.

Nuestros ojos se cruzan una vez más. Sonrío y te digo:

Tú también estás muy bien con ese traje.

Busco los zapatos rojos en el último cajón de la cómoda, esos que me regalaste para mi cumpleaños. Me los pongo y entro en el baño. Me peino, recogiendo mi pelo en un moño, porque sé que te gusta deshacérmelo justo antes de quitarme la ropa interior o mientras hacemos el amor. Me maquillo levemente, dándome un poco de color para no estar tan blanca y cuando termino salgo del baño y te digo:

Bien, ya estoy lista cariño.

Pues entonces, vamos – me dices ofreciéndome tu brazo.

Me acercó a ti, enroscó mi mano en él y salimos de la habitación. Subimos por las escaleras a la planta baja. Coges las llaves que están colgadas junto al perchero y yo abro la puerta. Frente a la casa nos espera el coche, ese que te compraste hace poco días. Un Mercedes rojo, descapotable. Me abres amablemente la puerta del copiloto. Me siento y cierras suavemente la puerta. Das la vuelta al coche y abres la puerta del conductor para entrar en él. Pones la llave en el contacto y luego acercas tu mano al botón de la guantera. La abres y sacas una caja roja como mi vestido. Y abriéndola me dices:

Es para ti, Princesa.

Sonrío al ver ese precioso collar de perlas que yace en el interior de la caja.

Gracias, cariño, es precioso.

Lo cojo entre mis manos.

Dejas la caja sobre el salpicadero y coges el collar.

Date la vuelta que te lo pongo.

Te doy la espalda y me rodeas el cuello con el collar. Lo abrochas y siento el sedoso tacto de tus fríos dedos sobre mi cuello. Sabes que eso me eriza la piel, por eso lo acaricias suavemente haciendo que me estremezca. Luego besas mi cuello.

Cuando siento que ya te has separado de mí me giro.

Te queda perfecto, Princesa.

Arrancas el coche y salimos de nuestra casa por el viejo camino que lleva a la carretera. Me encanta que me lleves a cenar, lo sabes. Aunque no cenemos nada, porque no lo necesitamos, somos vampiros y nuestro alimento es la sangre, pero sabes que me gusta el ritual. Sentarnos a la mesa, hacer ver que comemos, hablar, sonreír, juguetear a que te ofrezco algo de mi plato. El juego de la seducción que siempre precede una noche de pasión entre nosotros, eso es lo que me gusta de nuestras cenas. Las sonrisas, las miradas pícaras, los roces despistados. Todo eso. Por eso esta noche me llevas a cenar. Quieres seducirme y que te seduzca. Repetir ese juego de seducción que te apasiona y me derrite.

Llegamos al restaurante donde has reservado mesa. Nuestro restaurante favorito, "La antigua Roma" reza el letrero que hay en la puerta. El mejor restaurante italiano de esta ciudad. Me abres la puerta del coche para que baje y vuelves a ofrecerme amablemente tu brazo. Enrosco mi mano en él y salgo del coche. Le das las llaves al aparcacoches y subimos las escaleras que llevan hacía el interior del restaurante. Junto a la puerta, el Maitre espera a la gente detrás de su atril, te mira y tú le dices:

Tenemos una mesa a nombre de los Sres. Godoy.

Mira la lista y dice:

Sí, señor. Venga conmigo.

Nos lleva hasta la mesa, en un oscuro rincón junto a la ventana como a ti te gusta, libre de las miradas indiscretas. Apartas mi silla y me la ofreces para que me siente. Al hacerlo rozo tus dedos, que están sobre el respaldo, con mi espalda desnuda. Luego te acercas a tu silla y te sientas. El Maitre nos ofrece la carta y recomienda:

Hoy el plato especial son los espaguetis boloñesa.

Sabes que ése es, era, uno de mis platos favoritos cuando era mortal, por eso le dices:

Entonces cenaremos eso.

¿Y el vino? – pregunta el Maitre.

Rioja, por favor – respondes.

Luego me miras y me sonríes.

¿Está todo bien? – me preguntas.

Todo perfecto, cariño.

Me alegro. Esta noche es sólo para nosotros – dices.

Un año juntos es poco, comparado con la eternidad que nos espera. Pero es un año contándonos nuestros secretos, amores y desamores, sueños y temores, contando el uno con el otro, siempre, en cualquier momento y para cualquier cosa, en lo bueno y en lo malo y eso no tiene precio. Por eso hoy el regalo es éste, el uno para el otro, y sólo nosotros en nuestra noche.

Tu mirada seductora se cruza con la mía y siento que podría mirarla fijamente para toda la eternidad.

Acercas tu mano a la mía, que está sobre la mesa, junto a los cubiertos, y la acaricias suavemente, haciendo que el bello de mi brazo se erice. Luego la coges con suavidad, y dejas la palma bocaarriba. Pasas tu dedo por ella, haciéndome cosquillas y consiguiendo que el deseo crezca en mí. Apartas tu mano, la alejas de la mía y yo deseo acercarme a ti y besarte, pero no oso hacerlo. Quiero demorar el momento, alargar el juego, seguir las reglas que hacen que el final de la noche sea la culminación de nuestro mutuo placer.

El camarero trae los platos y cuando se aleja susurras:

Esta noche hay luna llena, como a ti te gusta.

Miro por la ventana, esta radiante e iluminada.

Y me encanta cuando se refleja en tus azules ojos – me dice galantemente.

¿Cómo resistirse a alguien tan seductor como tú? No puedo, no quiero, por eso busco tu mano y la aprieto con la mía, y te digo:

Llévame a bailar.

Aceptas, y sin haber tocado el plato, nos levantamos de la mesa. Dejas un billete de cincuenta sobre ella y salimos del restaurante. Justo enfrente está ese local al que tanto me gusta ir, allí la música es suave y se puede bailar con tranquilidad, pegados el uno al otro, sintiendo la música recorriendo nuestros sentidos.

Entramos, hoy no hay mucha gente. Escucho la música que enseguida me envuelve y entonces te pregunto.

¿Bailamos?

Pero si sabes que soy un patoso – protestas.

Venga, cariño, tú sólo debes dejarte llevar.

Te llevo hasta el centro de la pista. Me miras, te miro, me estrechas entre tus brazos, pego mi cuerpo al tuyo. Me muevo al ritmo de la música y tú me sigues, eso hace que mi pelvis choque con la tuya y siento tu sexo creciendo entre los dos. Me abrazo a ti, acerco mi boca a tu cuello y lo beso con delicadeza, tus manos descienden desde mi cintura hasta mis nalgas, y muy suavemente las aprietas, estrechándome contra ti. Tu lengua roza mi oreja y mi cuerpo se estremece, siento como mi sexo se humedece y te desea. Seguimos así, durante una media hora, haciendo que nuestros cuerpos se rocen y se sientas, pero sin pasar de ahí, hasta que tú me miras intensamente a los ojos y me dices:

Es hora de irnos Princesa.

Salimos del local, recogemos el coche y regresamos a casa. Una vez allí, subo sinuosa la escalera, sabiendo que tú, detrás de mí, observas mi cadera y mi culo, por eso los muevo sensualmente.

Entro en la habitación, ésa que decoraste especialmente para nuestros apasionados encuentros, con telas de color rojo, tanto en las cortinas como en la ropa de cama e incluso vistiendo las paredes de telas de raso rojas. Tú me sigues, abro el balcón y salgo para observar la luna, apoyada sobre la baranda elevo mis ojos al cielo. Te acercas a mí, me abrazas por detrás, pegas tu cuerpo al mío y noto tu sexo erecto sobre mi culo. Siento tu boca sobre mi nuca, la besas suavemente y mi cuerpo se estremece. Ninguno de los dos dice nada, los sentidos, los gestos, hablan por nosotros. La luna nos observa desde su azul firmamento. Tus manos se posan sobre mis caderas, las acaricias con suavidad, mientras sigues besando mi cuello, en un dulce camino hasta mi hombro derecho, que muerdes suavemente, mientras tus manos acarician mi vientre y suben la falda del vestido, para acariciar mis muslos apaciblemente.

Me pego a ti, trato de provocarte, me bajas los tirantes del vestido muy despacio, por mis brazos, luego lo dejas caer al suelo. Recuesto mi cabeza sobre tu hombro, acercas tus labios a los míos y nos besamos. Mis manos se adentran entre tu cuerpo y el mío y toco tu sexo erguido por encima de la tela, esta tieso, erecto. Lo acaricio con suavidad. Te deseo y sé que me deseas, pero nos detenemos en las caricias, en el juego de seducción que envuelve este momento. Tus manos recorren mis brazos hacia mis hombros y luego se acercan a mis senos. Los acaricias por encima del sujetador. Nuestros cuerpos se calientan mutuamente. Metes tus manos entre mi piel y el sujetador, pellizcas mis pezones y todo mi cuerpo se estremece. Entretanto he conseguido bajarte la cremallera del pantalón y he metido la mano dentro, pero tú la sacas con paciencia. Quieres alargar más el juego. Me inclinas sobre la baranda, haciendo que te muestre mi culo y lo acaricias por encima de las braguitas, luego las apartas y acaricias mi sexo, siento tus dedos hurgando en mis labios vaginales, se introducen en mí y un gemido escapa de mi garganta. La luna sigue atenta la escena. Empiezas a mover los dedos, dentro y fuera de mí, provocándome dulces gemidos de placer. Deseo más, mucho más, pero tú me torturas con esas caricias durante un largo espacio de tiempo, el suficiente para conseguir que me corra de placer.

Cuando dejo de convulsionarme, me coges en brazos, entramos en la habitación y me depositas en la cama. Te desnudas mientras te observo. Me encanta ver como te desvistes para mí, lo haces despacio, demorando el momento, haciendo que me impaciente, hasta que por fin tu sexo erecto, aparece ante mí y acerco mi boca a él para venerarlo, sentándome en el borde de la cama. Tú estás de pie frente a mí, acaricias mi mejilla y yo abro la boca, la cierro sobre tu miembro erecto y empiezo a chuparlo con mucha delicadeza. Me encanta deleitarme en su sabor, sentir como resbala por mi boca, entrando y saliendo de ella, sentir la suavidad de tu piel y el calor. Muevo la lengua serpenteando alrededor de tu miembro viril, acaricio su piel con los dientes. Tus manos se posan sobre mi cabeza, deshacen el moño que me hice antes de salir y dejas caer mi pelo largo y liso sobre mis hombros, enredas tus dedos en él y diriges los movimientos. Te observo, tus ojos están cerrados, sé que estas disfrutando, que te encanta sentir mi boca caliente y húmeda alrededor de tu sexo. Y a mí me encanta saborearlo. Cada vez gimes más fuerte, por lo que haces que me detenga, me acuestas sobre la cama. Te arrodillas frente a mí, separas mis piernas, coges las braguitas por la goma y tiras hacía abajo, quitándomelas con lentitud, mientras besas mis piernas sensualmente. Dejas las bragas a un lado y asciendes beso a beso por mi pierna derecha hasta la ingle, luego repites la operación con la izquierda, yo te miro expectante, y tras eso, acercas tu boca a mi sexo, sacas la lengua y lames. Mi cuerpo se tensa al sentir ese contacto y empiezas a chupar mi clítoris, a lamerlo, a idolatrarlo haciéndome retorcer de gusto y deseo. Tu lengua se enreda en mis labios vaginales, se introduce en mi oscuro agujero y un nuevo gemido escapa de mi garganta. Te deseo y sé que me deseas, necesito tenerte dentro de mí, dejar que la luna derrame su luz sobre nuestros cuerpos mientras se une en un baile de pasión. Por eso, no demoras más el momento. Te levantas, te pones sobre mí, me miras a los ojos profundamente, sonríes y siento como tu sexo entra en el mío despacio, con calma, hasta llenarme completamente. Y nos quedamos así, unidos unos segundos, quietos, mirándonos, sin decirnos nada. Sólo sintiendo el calor de nuestros cuerpos.

Tras esos segundos empiezas a moverte muy despacio, entrando y saliendo de mí. Te abrazo, y pegas tu boca a mi oído. Poco a poco vas aumentando el ritmo y yo también empujo hacía ti, siento tu respiración en mi oído y eso aún me excita más. Nuestros cuerpos se siente, se entienden, se dan el uno al otro en un seductor baile de pasión. La luna acaricia tu espalda y entonces me dices:

Ahora, Princesa.

Abro la boca, la acerco a tu cuello y tú acercas la tuya al mío. Clavo mis colmillos en ti, tú clavas los tuyos en mí, y empiezo a sentir como tu dulce sangre llena mi boca, mientras la mía llena la tuya. Los latidos se confunden y una amalgama de sensaciones llenan nuestros corazones. Empezamos a movernos uno contra el otro cada vez más rápidamente y el orgasmo empieza a nacer en mí y también en ti, siento que tu sexo se hincha dentro de mí, en pocos segundos estallo en un demoledor éxtasis de pasión a la vez que tú también te derramas en mí, mientras nuestras sangres nos recorren. Es el éxtasis supremo. Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, apartamos las bocas y te tumbas a mi lado. El sopor empieza a apoderarse de mí, te levantas y cierras la puerta del balcón. Vuelves junto a mí. Recuesto mi cabeza sobre tu hombro y siento como el sueño me vence. El juego ha terminado. Nuestra noche se acabó.

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR). 26 de octubre de 2005.

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