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La venganza IV (cómemela como tu sabes)

en Hetero: General

Negué con la cabeza mientras nuestros cuerpos se pegaban el uno al otro.

-          Que mi putita me la coma en el ascensor.

-          Estás loco – mascullé, pero sin darme tiempo a más. Tomás ya me había empujado de los hombros para que quedara arrodillada a la altura de su sexo y se estaba desabrochando la cremallera del pantalón.

Le miré excitada, y enseguida noté su polla semierecta sobre mis labios.

-          Venga, putita, pórtate bien y cómemela como tu sabes – susurró.

Obedecí excitada y feliz, me encantaba sentirme así, como una puta que da lo mejor a su chulo. Abrí la boca y me introduje el glande, lo chupé, lo lamí, disfruté de él mientras Tomás gemía y enredada sus manos en mi pelo. Excitado empujó mi cabeza para que toda su verga entrara en mi boca, sentí como tocaba la campanilla con el glande y casi me provocaba una arcada, pero mantuve la compostura, me concentré y traté de disfrutar y hacer disfrutar a mi amante. Su verga, larga, erecta, gruesa, entraba y salía de mi boca con un dulce ritmo que poco a poco se fue intensificando. Tomás gemía y a ratos me decía:

-          Muy bien, putita, lo haces muy bien, me vas a volver loco.

Yo sentía como el líquido preseminal mojaba mi lengua y entonces la pasaba por todo el tronco, para al final, tratar de lamer el agujero y el glande en toda su extensión.

-          Ahhh, putita, vas a  hacer que me corra en tu boca – anunció Tomás, por lo que dejé de lamerle, pues era demasiado pronto. La tarde era joven aún y teníamos todo el tiempo por delante.

Me puse en pie, me pegué a él y le besé apasionadamente, luego apreté de nuevo el botón del Ático y así abrazados y con su polla erecta escondida entre ambos cuerpos subimos hasta mi piso.

Salimos del ascensor, saqué las llaves y abrí la puerta. Entramos y cerramos la puerta. Entonces le dije a Tomás:

-          Bienvenido a mi humilde morada.

Los nervios aumentaron, pero también la excitación, sobre todo cuando Tomás me arrinconó contra la pared y me dijo:

-          Vamos a terminar lo que hemos empezado en el ascensor, putita.

Nos besamos apasionadamente y Tomás acarició todo mi cuerpo, me desabrochó la blusa, mientras sus labios recorrían mi mejilla descendiendo hasta mi cuello. Todo mi cuerpo se estremeció.  Siguió un camino descendente por mi cuello, me quitó la blusa y besó mi cuello, luego mi antepecho, mientras me desabrochaba el sujetador, que también me quitó; asió mis senos con sus manos y los devoró abriendo su boca para meterse primero uno y luego el otro. Gemí excitada y él masculló:

-          Mi putita se despierta, seguro que quiere su ración de semen, ¿verdad?

-          Sí – respondí excitada, me encantaba que me llamar su putita y me tratara como a tal, me ponía a mil. Por eso sentía que mi sexo estaba ya completamente mojado y mis braguitas chorreando jugos por la excitación.

Sus labios siguieron besando mi cuerpo, ahora mi amante estaba desabrochando mi falda, dejándola caer al suelo; introdujo su mano en mis braguitas y buscó mi clítoris.

-          Guauuu, estás más mojada que una puta en celo, voy a darte la mejor de las mamadas que hayas sentido y después te follaré como se folla a una puta – me anunció, lo que hizo que mi excitación aumentara más, y mi sexo se inundara aún más de jugos.

-          ¡Ah, sí Tomás, soy tuya!

Su boca siguió besando mi piel, sentí como me quitaba las braguitas y como tomaba una de mis piernas y la posaba sobre su hombro quedando mi sexo abierto y expuesto para él, para que con su lengua pudiera acceder a todos los rincones.

Me miré en el espejo del mueble ropero que tenía frente a mí y la imagen no podía ser más excitante. Yo completamente desnuda y excitada, con la cabeza de mi amante entre mis piernas, sintiendo como su lengua se adentraba en lo más profundo de mi sexo. Sentí como mi sexo se estremecía, mi cuerpo tembló y sólo deseé que me diera más y más, por eso posé mis manos sobre su cabeza y le empujé para que su mágica lengua se adentrara aún más en mí. Un sonoro:

-          ¡Aaaaahhhh! – Salió de mi garganta justo en el momento en que estaba a punto de correrme, pero Tomás se separó de mí y me dijo:

-          No, señorita, aquí mando yo, y te correrás cuando yo quiera. Y aún no es el momento adecuado, putita. Vamos, arrodillate en el suelo, voy a enseñarte como se folla a una puta como tú y lo furcia que eres, porque Elba tiene toda la razón, eres un furcia.

-          Sí, si – gemí excitada. Sus palabras, su modo de tratarme, eran más excitantes que sentir su lengua o su polla dentro de mí, aunque sin duda, todo unido era sublime.

Obedecí, arrodillandome en el suelo, frente al espejo como me había indicado. Él se situó tras de mi, aún vestido, lo que le daba una imagen de poder y chuleria que aún me excitaba más. Me hizo abrir las piernas ligeramente y me dijo:

-          Mírate putita, mira que puta eres, desnuda y excitada, deseando que te la meta por el coño, ¿verdad?

-          Sí, si – gemí excitada, observandome en el espejo lo que aumentaba la sensación de excitación que tenía – Métemela ya – le supliqué a mi amante.

-          Me encantan las putas como tú, las que piden a gritos que se las follen.

-          ¡Aaaahhh! – Gemí, sintiendo como Tomás introducia uno de sus dedos en mi coño húmedo y ansioso de sexo.

-          Eso es quiero que disfrutes, que veas lo puta que eres – introdujo otro dedo y todo mi cuerpo se estremeció. Luego empezó a moverlos dentro y fuera de mí, una vez y otra y otra, haciendome estremecer.

-          ¡Ah, ah, ah! – Gemia con cada nueva envestida de aquellos dos dedos que me perforaban.

A la vez sentia la verga de Tomás rozando mi culo, hinchada, gruesa y dura como nunca antes la había sentido. Estaba segura que con aquel juego él estaba tan excitado como yo o incluso más y que debía hacer verdaderos esfuerzos para no penetrarme inmediatamente.

-          Quiero que me la pidas, que me supliques que te folle como hacen las putas – me gritó rozando con el glande mis labios vaginales, lo que aumentó la excitación e hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.

-          ¡Ah, follame cabrón, quiero tu polla dentro de míiiiiii! – grité por fin, y Tomás no se hizo esperar.

Me inclinó ligeramente hacía delante, apuntó con su erecta verga hacia mi húmeda vagina y con suma facilidad me penetró, introduciendo su verga hasta lo más hondo y por completo en mí.

-          ¡Aaaaaahhhhh! – Un gemido de placer salió de mi garganta, y también él gimió un sonoro:

-          ¡Aaahh! – Seguido de un: - ¡Toma puta, toma una buena polla!

Empezó a moverse, haciendo que su verga entrara y saliera de mí, primero despacio y diciendome, mientras sujetaba mi cara para que pudiera verme en el espejo que tenìa frente a mí:

-          Mira como disfrutas cuando te dan verga, mira que puta eres.

Y realmente disfrutaba, pero el placer se intensificó al verme la cara de gozo en el espejo, el verme desnuda y siendo taladrada por aquella polla que entraba en mi insoldable una y otra vez y otra.

-          Te gusta que te folle tu macho, ¿verdad, putita?

-          Sí, sí – gimoteé cada vez más excitada.

Las manos de Tomás, me cogian ahora por los senos mientras él tras de mí, empujaba una y otra vez, cada vez con más fuerza, con más rapidez, volviéndome loca de placer y deseo. Y cuando más excitada estaba, Tomás sacó su polla de mi; gemí decepcionada, pero enseguida sentí su sexo empujando en mi agujero trasero. Gemí de nuevo y sentí que me excitaba aún más, la cabeza me daba vueltas.

Tomás me abrió las nalgas y finalmente dejó que su pene se deslizara hacía el interior de mi ano por completo. La cara de placer que vi en el espejo fue demasiado y casi me corro en aquel instante, pero Tomás sabía controlar muy bien cada movimiento, cada penetración para que eso no sucediera. Ahora me tenía cogida por las caderas, y enseguida empezó un salvaje mete-saca dentro de mi culo; tal era la velocidad de sus embestidas, que caí en cuatro sobre el suelo y él encima mío, sin dejar de empujar, y gimiendo en mi oído. Empecé a sentir de nuevo el placer y el nacimiento de un nuevo y maravillosos orgasmo, luego las manos de Tomás, descendieron hasta mi clítoris y sentí como hurgaba en busca de él y empezaba un agradable movimiento que hizo que la sensación de placer se intensificara y poco a poco el orgasmo creciera y me hiciera al fin estallar en un maravilloso éxtasis.

-          ¡Ah, ah, aaaaaaaaaaaaaaaahhhh! – Fue todo lo que se oyó en aquel recibidor por mi parte. Al igual que por la suya que emitió un profundo y placentero:

-          ¡Aaaaahhh, toma puta!

Y empezó a descargar todo su semen dentro de mí ano.

Y así unidos y extasiado, caímos sobre el suelo abrazados. No fue hasta que nuestras respiraciones se calmaron que no decidimos movernos.

Finalmente, aunque seguía agotada de sexo me levanté y desnuda me dirigí al salón, donde me dejé caer sobre el mullido sofá. Tomás me siguió, y tras acercarse se arrodilló frente a mí. Abrió mis piernas y acarició mi sexo suavemente con un dedo.

-          ¡Uhmm como me gusta este agujerito!  - Dijo, introduciendo un dedo en mi vagina.

Todo mi cuerpo se estremeció, aún así necesitaba descansar antes de seguir con otro asalto y por eso cuando Tomás acercó su boca, le dije:

-          No, no, déjame descansar.

-          Nada de eso, señorita, aún no te he follado como a una puta, sabes que me falta este lindo agujerito – añadió él, volviendo a meter otro dedo y haciendo que todo mi cuerpo se convulsionara de nuevo.

Se incorporó entonces, dejándome descansar un poco, se quitó la camisa, dejando desnudo su hermoso y trabajado torso y entonces, curiosa le pregunté:

-          ¿Qué te ha dicho Elba? ¿Lo habéis dejado definitivamente?

-          Sí, esa putita me ha dado el pasaporte, pero no la necesito para nada.

Y tras eso, acercó su boca a mi sexo y lo lamió de arriba abajo, haciendo que todo mi cuerpo temblara. Sentí como mi vagina palpitaba ansiosa de sexo, deseosa de él y Tomás se quitó por fin el pantalón dejando al descubierto un hermoso e hinchado pene que parecía pedir a gritos introducirse en mi ansiado agujero.

Pero ambos resistimos la tentación. Nos besamos, nos abrazamos, sus labios recorrieron los míos, su lengua luchó con la mía y sus manos me sujetaron abrazándome a él. Nuestros sexo estaban pegados, se rozaban, se tocaban, pero resistían excitados la situación. Le deseaba como nunca había deseado a nadie, pero a él le gustaba jugar, por eso se apartó de mí, y volvió a lamer mi sexo, introduciendo esta vez, su lengua dentro de mí. Me estremecí, y luego sentí como su lengua subía hasta mis tetas y las sobaba, masajeaba y chupaba a su antojo, para volver luego a besar mi boca y dejar nuestros sexo pegados el uno al otro. Yo ya no resistía más, necesitaba sentirle dentro, por eso le supliqué:

-          ¡Fóllame, cabrón!

-          ¡Uhmmm sí, putita! – Dijo él, guiando su erecto falo hasta mi agujero vaginal y penetrándome de un solo empujón.

Grité como nunca antes lo había hecho, y gemí como una puta. Estaba a mil, y ansiosa por sentir su semen derramándose dentro de mí, por eso cuando él inició el movimiento de mete-saca, me pareció estar en la gloria, en el paraiso del sexo. Tomás empezó a arremeter, primero despacio, luego más rápido, haciéndome sentir su pene hasta lo más profundo de mi sexo.

-          ¡Ah, ah, ah! – Gemía con cada una de sus embestidas.

-          ¡Ah, ah, toma zorra! – Repetía él una y otra vez, mientras su pene entraba y salía de mí sin descanso.

-          ¡Aaaahhh, noooo, me voy a correr! – Le avisé, sintiendo los primeros espasmos de mi orgasmo.

-          ¡Oh, sí, correte, maldita puta, correte como la puta que eres! – Gimió él arremetiendo con más furia y fuerza y haciendo que finalmente se desencadenara en mí un maravilloso orgasmo.

No tardé en sentir como su semen se derramaba en mi interior y como él gemía extasiado también, cayendo sobre mí, empujando tras los últimos estertores de su orgasmo. Permanecimos unidos unos segundos. Luego él se separó de mí, se sentó en el sofá y yo me acomodé a su lado.  Estaba satisfecha y feliz. Había conseguido lo que quería.

Me levanté del sofá una vez repuesta del esfuerzo, y me dirigí a la puerta que daba a la terraza, pasando frente a una estantería en la que tenía unas fotos, me detuve junto a ella. Y Tomás, levantándose se acercó a mí, y entonces se fijó, miró hacía la estantería y la vió:

-          Esta... esta es ¿Elba? – Preguntó extrañado – Y está con su padre y... contigo.

-          Sí – Afirmé – Así es, conmigo y con mi padre.

-          ¿Tu padre? – Preguntó Tomás sorprendido.

Me giré hacía él y empecé a explicarle:

-          SÍ, Elba y yo somos hermanas por parte de padre. Mi padre se enrolló con una de sus asistentas (mi madre) cuando tenía veinte años, justo un año antes de que conociera a la madre de Elba, se enamoraron, se enrollaron y nací yo, pero obviamente, los padres de él no querían que él se casara con una criada, claro, así que aunque mi madre siguió trabajando para ellos, la relación entre mis padres, se mantuvo totalmente en secreto y obviamente les hicieron romper. Él renococió su paternidad, eso sí, pero a cambio de que tanto mi madre como yo al crecer, mantuviéramos en silencio esa paternidad.

-          Vaya, vaya, jamás imaginé que tú y Elba... guau, que diferentes sois – exclamó abrazándome con fuerza. Luego me besó con furia en los labios.

Ambos estábamos desnudos aún, así que sentí como Tomás volvía a excitarse al descubrir mi secreto.

-          Y supongo que serás la heredera del imperio de tu padre, ¿no?

-          Sí, eso es, la mitad de su fortuna me corresponde y así está escrito en el testamento, justamente esa foto la hicimos hace ahora un mes, cuando le dijimos a Elba que yo era su hermana y mi padre fue a firmar el testamento definitivo en el que nos incluye a ambas como herederas universales.

-          Vaya, vaya, así no he perdido tanto – dijo Tomás.

Me reí al oír su comentario y le respondí:

-          No, yo creo que incluso has salido ganando.

-          Sín duda, no es fácil encontrar a una mujer caliente y rica como tú, jaja

-          Desde luego que no – reí yo también.

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