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La venganza (entre mis piernas)

en Hetero: Infidelidad

-         Paty, tendrías que quedarte un poco más hoy también, aún tengo dos informes por terminar – me anunció Elba mi jefa.

La maldije por enésima vez, la muy tonta no sabía hacer ni la o con un canuto y siempre acababa obligándome a hacer su trabajo, con lo cual siempre tenía que quedarme a hacer horas extras. Encima era viernes y aquel era el tercer viernes consecutivo que tenía que quedarme y anular la salida nocturna con mis amigas. Estaba harta de la Srta. Elba García y sus desplantes. Encima era déspota y desagradecida conmigo, nunca tenía un detalle y me miraba por encima del hombro, como si por ser la hija del dueño fuera más que yo. Eso me enervaba. Y para rematar la faena, no hacía más que alardear de su querido novio.

-         Llama a Tomás y dile que ahora mismo bajo – me ordenó – Hoy me va a llevar a un restaurante nuevo, que dicen que es carísimo – me desveló.

Y fue en ese momento cuando se me ocurrió la idea, la forma de vengarme de la idiota de mi jefa y de sus desplantes. Conocía a Tomás, su novio, era un niño de papá como ella, habíamos estudiado la carrera juntos e incluso había ido detrás de mí una temporada, pero siempre le di calabazas. Aún así estaba segura que aún tenía ganas de liarse conmigo, ya se sabe que las cosas que uno no puede tener se desean más. Yo sabía que le volvían loco las mujeres guapas y ligeras de cascos, y que su querida novia era bastante mojigata en ese aspecto, estaba segura de que si estaba con ella era por ser la hija de quien era, no porque realmente estuviera enamorado de ella. No puedo decir que yo fuera Mis universo, pero con 25 años recién cumplidos, tenia un buen cuerpo, unas marcadas caderas, un culo redondito y apetecible para cualquier hombre y unas tetas que quitaban el sentido, vamos tampoco pasaba desapercibida; en realidad, si estaba donde estaba no era sólo por mi trabajo y buen hacer, sino que el hecho de haberle gustado físicamente al Sr. Arturo, me había dado algunos puntos, estaba segura de ello. Así que cogí el teléfono y llamé a Tomás y con el tono más amable que pude le dije:

-         Tomás, soy Paty la secretaria de Elba y llamo para decirte que hoy Elba saldrá algo más tarde, me ha pedido que te diga que vengas a buscarla dentro de una hora y que cuando vengas subas a su despacho.

-         Vaya, perderemos la reserva que tenía para dentro de media hora – dijo – pero sino hay más remedio.

-         No, Elba me ha dicho que no puede hacer nada, tiene un trabajo urgente que terminar. Bueno tenemos – señalé.

-         Esta bien, no te preocupes, cambiaré la reserva y los planes para esta noche.

-         Lo siento mucho – terminé.

Tras colgar me acerqué al despacho de mi jefa que ya se estaba poniendo la chaqueta y le dije:

-         El Sr. Tomás me ha dicho que le diga que no podrán salir esta noche, le ha llamado su amigo Antonio para no sé que asunto.

-         Vaya, con las ganas que yo tenía de ir a ese nuevo restaurante. Este Antonio, siempre nos estropea los planes, él y su maldita crisis con Elena. – Maldijo mi jefa.

Antonio era el mejor amigo de Tomás y según me había contado Elba, llevaba unos meses en que las cosas con Elena su mujer, no le iban muy bien y solía llamar a Tomás cada vez que discutían.

Mi jefa terminó de ponerse el abrigo, se arregló y salió del despacho, en ese momento, aproveché para observar por la ventana, el coche de Tomás se alejaba ya por la esquina, con lo que me aseguraba que no iban a cruzarse.

Me senté en la mesa de despacho, y mientras escribía el informe iba pensando y orquestando mi plan para cuando Tomás llegara. Me desabroché la blusa mostrando el nacimiento de mis senos, primero un botón, pero como no me parecía bastante me desabroché otro, me quité la chaqueta para dejar al descubierto la camisa blanca semitransparente que llevaba; me subí la minifalda un poco hasta casi el nacimiento de mi culo y me quité las braguitas muy despacio, haciéndolas resbalar y enrollándose por mis piernas como si estuviera desnudándome frente a Tomás; también me dejé el pelo suelto soltando la goma con que lo tenía atado y esparciéndolo por toda mi espalda, ya que sabía que a Tomás le gustaban las chicas con el pelo suelto y largo.

Impaciente esperé a que pasaran el tiempo y cuando el reloj dio las nueve, me aseguré que no quedara nadie en la oficina. Me instalé en la mesa de mi jefa, y esperé; cuando oí ruido y luego la voz de Tomás llamando a Elba, me puse en posición, delante de la mesa de espaldas a la puerta y ligeramente inclinada hacía delante para que se me viera el nacimiento de mi culo. Los nervios aumentaron y sentí mi corazón a mil por hora, además de un excitación maravillosa, imaginado la cara de Tomás al verme.

-         ¿Elba? – Oí que preguntaba desde la puerta.

Me giré despacio y mirándole directamente a los ojos le dije:

-         ¡Oh, vaya, acaba de irse, ha dicho que estaba muy cansada y no podía esperarte más!

Me acerqué a él, sacando pecho, sus ojos eran dos poemas, me miraban como si no se creyera lo que estaba viendo.

-         ¡Vaya, Paty, hacia tiempo que no nos veíamos y...!

-         Sí – musité ya frente a él, cogiendo su corbata y jugueteando con ella – sigues tan atractivo como siempre.

Sus ojos no dejaban de observar mi canalillo abierto. Restregué mi pubis contra su entrepierna y pegó un respingo.

-         Bueno, será mejor que me vaya.

Volví a acercarme a él, y pasé mi brazo por su hombro.

-         ¿Por qué quieres irte? Hace tiempo que no hablamos un rato largo y tendido, Tomás – le dije, dándome media vuelta y dejando caer al suelo mi pañuelo. Me incliné frente a él, dejando que la minifalda subiera lo más posible y así Tomás viera mi sexo húmedo y deseoso.

Oí como trataba de tragar saliva ante tal vista e intentaba contestar:

-         Sí, es cierto, hace tiempo que no hablamos y... tú... – empezó a titubear – Estás más atractiva que nunca.

Yo acababa de alzarme y había llegado frente a la mesa, recosté mi culo sobre ella y abrí las piernas. Tomás se acercó a mí.

-         Gracias, eres muy amable. Recuerdo que cuando íbamos a la facultad tú ibas detrás de mí – empecé a insinuarme.

Tomás estaba frente a mí, sin saber que hacer, así que cogí su mano y la puse en mi cadera, después rodeé su cuello con mis manos y pegué mi cuerpo al suyo todo lo que pude.

-         Sí, te deseaba tanto – musitó – como ahora... – soltó tragando saliva otra vez.

-         ¿Me deseas? – Le pregunté, acercando mi boca a sus labios y haciéndome la inocente.

-         Sí – respondió, sus labios rozaron los míos y nos besamos apasionadamente. El pez había picado el anzuelo, ya sólo era cuestión de segundos que lo tuviera entre mis piernas.

Mis manos acariciaron todo su cuerpo por encima de la ropa. Estaba dispuesta a todo para llevar a cabo aquella venganza, y saber que el plan estaba saliendo bien, me daba una gran satisfacción.

Llevé mis manos hasta su sexo, lo acaricié por encima del pantalón, luego le bajé la cremallera, busqué dentro y saqué un enorme y erecto falo, que altivo me miró, vibró y apuntó hacia el lugar que tanto deseaba. Me arrodillé frente a él. Tomás me miraba anonadado mientras se dejaba hacer, parecía que no se creía lo que estaba apunto de suceder. Acerqué mi lengua a aquel delicioso manjar, lamí la punta con suavidad, observando a Tomás. Sus manos se posaron sobre mi cabeza, enredando sus dedos en mi pelo; y entonces apretó para hacer que su glande entrara en mi boca. Enseguida empezó a empujar mi cabeza, marcando el ritmo de las embestidas de su polla en mi boca. Yo sólo trataba de recibirla, de saborearla, de lamerla tan bien como podía. Y  empecé a sentirme excitada, a desear algo más que una simple mamada. Por eso, me levanté la falda, y con un par de dedos empecé a acariciarme el sexo que estaba húmedo y ansioso de placer.

-         ¡Uhm que putita eres!  - Murmuró Tomás al ver como me acariciaba el sexo y me movía al ritmo del placer que sentía – anda ven aquí que te de lo que te mereces – añadió haciéndome poner en pie.

Obedecí sin rechistar, pues lo único que quería era satisfacer a Tomás. Darle lo que quería para que quedara rendido a mis pies, y deseara más. Me puse en pie, dejé que me apoyara sobre la mesa, que me quitara la falda y me hiciera recostar sobre la mesa. Entonces sentí su lengua rozando mi sexo húmedo. Gemí, me estremecí con aquel leve contacto, y cuando sentí su lengua surcar mi vagina, aún me estremecí más.

Era maravillosa la sensación de placer y poder que sentía, la satisfacción de saber que la venganza se estaba haciendo efectiva, que Tomás era mío por un rato y que se estaba muriendo de placer por mí y conmigo. Su lengua surcó ávida mi sexo, lamió mi clítoris, mis labios, mi vagina, se introdujo en ella como si fuera un pene, una vez, dos, tres, cuatro, haciéndome gemir y estremecer sin remedio hasta que me tuvo al borde del orgasmo y en ese momento, dejó de lamerme. Me hizo poner bocabajo sobre la mesa, con las piernas apoyadas en el suelo, restregó un par de dedos por mi sexo, los introdujo de nuevo, haciéndome gemir como una loca y al sentir su pene apoyado en la entrada de mi vagina sólo pude gritar como nunca antes lo había hecho. Tomás arremetió contra mí con fuerza, me penetró con bestialidad incluso, pero el placer que sentí cuando noté como su pene recorría el camino que llevaba hasta el interior de mi vagina fue algo que jamás antes había sentido.

-         ¡Aaaaaaahhhhh, cabrón! – Grité.

Me asió con sus manos por las caderas y empezó a empujar, a ir y venir dentro de mí una y otra vez.

-         ¿Te gusta mi polla, putita? – Me preguntó.

-         ¡Ah, sí, me encanta! – Respondí sintiendo como me embestía.

Luego se recostó sobre mí, y sin dejar de embestirme con firmeza buscó mis tetas, me desabrochó la blusa y metió las manos acariciando mis senos con cierta brusquedad. Me tenía a mil y sabia que si seguía embistiéndome a aquella velocidad no tardaría mucho en correrme. Yo gemía sin parar:

-         ¡Ah, ah, ah!

-         ¿Te gusta que te follen así, verdad putita? – Volvió a preguntarme, al parecer aquel lenguaje soez le excitaba aún más, porque en cada pregunta de aquellas su embestida era más fuerte y su sexo se tensaba aún más.

-         Sí, sí, me gusta ser tu putita, cabrón  - Le respondí siguiéndole el juego.

-         Dime, ¿qué harás por mí, putita?

-         Lo que tu quieras, cabrón. Seré tu putita y te daré lo que tu quieras, te dejaré follarme como y cuando quieras.

-         Así me gusta, putita – musitó empujando con fuerza y empezando ya a derramarse en mí, lo que hizo que también mi orgasmo se precipitara y ambos empezáramos a gemir extasiados al unísono.

Un gran y largo:

-         ¡Aaaaahhh! – Sonó en aquel despacho. Alcé la vista hacía el mueble que había tras la mesa y observando la foto de mi jefa me dije para mi misma: “Vas a tener lo que te mereces, cabrona”

Tomás me llenó con su espesa leche, ambos caímos rendidos al suelo tras el placentero esfuerzo. Sentí como sacaba su polla ya floja de mi sexo y su semen mezclado con mis jugos resbalaban por mis piernas. Me levanté como pude, pues me flaqueaban las piernas, para dirigirme al baño.

-         ¿Dónde vas, putita? – Me preguntó Tomás.

-         Al baño, cielo, vuelvo enseguida y hablamos un poco más.

-         Vale – aceptó.

Me dirigí al baño que estaba al final del pasillo, me limpié y volví al despacho. Al entrar ví a Tomás que seguía desnudo, sentado en el sofá. Me senté junto a él.

-         Ha sido un polvo espectacular – me dijo – me has puesto a mil con esa mamada y luego tenerte debajo de mí, sometida de esa manera, y dejar que te dijera esas cosas, bufff, ha sido increíble. Nunca imaginé que fueras así en la cama.

-         Ya ves. Si quieres y te apetece puedo seguir siendo tu putita siempre que quieras, y hacer realidad todos tus deseos – le anuncié picadamente.

-         ¿De verdad harías eso por mí? – Me preguntó.

-         Sí  - le respondí

-   ¡Uhmmm, fantástico, porque se me ocurren un millón de cosas que querría hacer contigo!

-         ¿Sólo conmigo? ¿y Elba? – le pregunté

-         Ufff, Elba es una mojigata, ella nunca ha sabido satisfacerme sexualmente, pero tiene dinero y posición y ser su novio, y más adelante su marido, es como si me hubiera tocado el Gordo.

-         Ya entiendo.

-         ¿No te importará que sea mi novia, verdad?

-         No, para nada. Mientras te acuestes conmigo, jaja, lo demás me importa un bledo.

-         ¡Uhmmm creo que eres la mujer perfecta! Jaja – se rió

-         Anda ya, no exageres.

Miré el reloj entonces y le dije:

-         Tendríamos que marcharnos ya, es tarde y seguro que en nada pasa por aquí el de seguridad y nos echa.

-         Es cierto, vámonos.

Nos vestimos y Tomás muy amable me acompañó hasta mi casa, pero no le dejé subir, era tarde ya y además prefería guardar la pasión para otro momento, así que me excusé diciéndole que estaba cansada y que seguro tendríamos más momentos para volver a encontrarnos y disfrutar del sexo. Aceptó un poco a regañadientes y lo ví alejarse con el coche calle abajo mientras yo subía a mi piso de soltera feliz y contenta porque mi plan empezaba a funcionar, pero preguntándome ¿qué pasaría al día siguiente?

Erotikakarenc (Febrero 2011)

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