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El primer día (1: Conociendonos)

en Hetero: Infidelidad

EL PRIMER DÍA (1ª PARTE. CONOCIÉNDONOS)

Era mi primer día de clase. Estaba muy nerviosa  y desorientada, porque empezar a estudiar una carrera a los 33 años, es algo que impone bastante, sobre todo sabiendo que tendrás que compartir la clase con gente  de entre  18 a 21 años. Pero estaba decidida a hacerlo, no quería llegar a los 90 años sin haber cumplido uno de mis sueños.

Y allí estaba yo, como niña con zapatos nuevos, con mis libros en la mano y más nerviosa de lo que nunca antes había estado en mi primer día de clase.

-          Suerte. – Me dijo mi marido justo después de nuestro beso de despedida.

Él había sido una parte importante en todo aquello, desde que le había dicho que quería estudiar una carrera, me había animado y apoyado, sintiéndose tan ilusionado como yo. Por eso, no había querido perderse la ocasión de acompañarme hasta la puerta de la facultad de Humanidades, aquel primer día. Bajé del coche, respiré hondo y me encaminé con paso decidido hacía el interior de aquel edificio.

Al entrar miré la carta que me habían enviado para darme la bienvenida, debía dirigirme al Auditorio, pero ¿dónde estaba el auditorio?. Ya sabéis lo desorientada que se puede sentir una el primer día en un lugar extraño y nuevo, así que pregunté a un chico que pasó por mi lado. Era joven, de unos veinte años, moreno, no muy alto, pelo negro y bastante guapo.

-          Perdona – traté de llamar su atención - ¿puedes decirme donde está el auditorio?

Nuestras miradas se cruzaron y sentí como si le conociera de toda la vida, creo que aquel fue el instante en que saltó la chispa entre nosotros y la conexión se materializó.

-          Sí, claro – me respondió con una sonrisa en los labios - ¿Eres nueva?

-          Sí.

-          Bueno, ven conmigo, yo te llevo. – se ofreció muy amablemente.

Le seguí y mientras nos dirigíamos hacía el auditorio me preguntó:

-          ¿Cómo te llamas?

-          Gloria y ¿tú?

-          Pierre. ¿Puedo hacerte una pregunta?

-          Sí, claro. –  Acepté. Su tono de voz era tranquilo e inocente.

-          ¿Cuántos años tienes?

-          33 ¿y tú? – Le pregunté yo.

-          20, es que me parece extraño que estudies una carrera a tu edad. – Me aclaró.

-          Sí, no es muy normal, pero hay más gente de la que tú crees que lo hace.

-          Ya lo sé. Bueno, hemos llegado. – Dijo. Estabamos frente a la puerta del auditorio y me dejó entrar delante de él.

Aquel gesto me pareció muy caballeroso para alguien tan joven, y me gustó. Entré y busqué un lugar que estuviera vacío.

-          Ven – me dijo él – Vamos allá adelante, hay un par de sitios vacíos.

Sin saber porque, le seguí, me inspiraba confianza y creo que en el fondo me sentía atraída por él, así que le seguí sin protestar. Nos sentamos en la tercera fila de la derecha, en los dos únicos asientos que quedaban libres. Y nada más sentarnos el rector salió al escenario seguido de los profesores. Nos dieron la bienvenida, se presentaron los profesores y luego nos indicaron los horarios y clases. Cuando todo terminó, yo ya estaba dispuesta a despedirme de aquel jovencito tan guapo, pero al ponernos en pie, él me preguntó:

-          ¿Puedo invitarte a un café?

-          Sí, claro. – Acepté mirándole a los ojos.

Tenía unos ojos preciosos, oscuros y llenos de vida, que sin saber porque me embrujaban cada vez que los miraba.

-          Vamos a la cafetería, entonces.

Le seguí, dejándome llevar por él. Por el camino ambos íbamos callados, parecía un chico callado, pero muy tierno y cuando más le miraba a la cara más me gustaba. Llegamos a la cafetería y me preguntó:

-          ¿Cómo quieres el café?

-          Cortado. – Le respondí.

Pidió los dos cafés y cuando el camarero nos los sirvió, los cogimos y buscamos una mesa donde sentarnos.

Empezamos a hablar de nosotros mismos, y el tiempo se me pasó volando, hasta que miré el reloj, eran la una del mediodía y debía irme a casa.

-          Lo siento, la conversación es muy amena, pero debo irme a casa. – le dije

Me miró con cierta tristeza, pero inmediatamente me dio un beso en los labios, que me pilló por sorpresa. Su boca se unió a la mía y dejé que su lengua buscara la mía, y así ambas bailaran el dulce baile del amor y el deseo. Cuando me separé de él le dije:

-          Soy una mujer casada.

-          Lo sé, ví tu anillo – dijo indicando el aro que circundaba mi dedo – pero no me importa. Me gustas desde el primer momento en que te ví.

Me pareció tan tierno al decir todo eso,  que mi mano izquierda se escapó hasta su mejilla y se la acaricié. Volví a mirarme en sus oscuros ojos y entonces sentí aquel deseo y las chispas saltando entre nosotros, por eso acerqué mi boca a la suya y le besé, introduje mi lengua en su boca y busqué su lengua para volver a bailar aquella danza del deseo. Pegué mi cuerpo al suyo y sentí su sexo creciendo entre su cuerpo y el mío, lo que hizo que mi deseo ardiera más.

-          Esto es una locura – le dije al separarme de él y mirándole a los ojos – pero te deseo más de lo que nunca he deseado a nadie.

-          Yo también – me dijo él – Y te haría el amor ahora mismo.

Sus ojos brillaban como sólo los de un enamorado pueden hacerlo. Así que, olvidándome de todo y sobre todo de que mi marido me esperaba en casa para comer, busqué el lavabo y cogiéndolo de la mano le dije:

-          Ven.

Lo llevé hasta el baño y entramos en él. Nos encerramos en uno de los lavabos y cuando cerré la puerta, nos abalanzamos el uno en brazos del otro, como si aquello fuera la última cosa que íbamos a hacer en nuestras vidas. Nuestras manos recorrieron el cuerpo del otro, impacientemente. Sentí sus manos apretando mi culo, mientras nuestras bocas se devoraban. Me subió la falda hasta la cintura y estrujó mis nalgas con fuerza. Ambos estabamos a mil, nuestras respiraciones sonaban jadeantes, anhelantes de deseo por el otro. Y cuando más desesperada me sentía por tenerle en mí, más pensaba que aquello era una locura y que no podía dejarme llevar de aquella manera. Pero no podía evitarlo, le deseaba más que a nada en el mundo. Sus manos se perdieron entre mis bragas y mi piel, mientras las mías trataban de desabrochar su pantalón. El deseo volaba etéreo por aquel baño. Mi sexo estaba más húmedo de lo que jamás hubiera estado y cuando sentí sus dedos hurgando en mis labios vaginales, un fuerte gemido escapó de mi boca. De repente, ya nadie más existía para mí, sólo él y el deseo que me anegaba.

Le bajé el pantalón y el slip, dejando libre su preciosa verga, la acaricié mientras le mordía el cuello haciendo que se estremeciera de placer. Sus dedos se habían introducido ya en mi vagina y se movían como si fueran un pequeño pene, causándome pequeños espasmos de placer. Me agaché frente a él con sumisión, sus ojos expresaban el deseo y asentían a mi gesto. Acerqué mi lengua al suave capullo y lo lamí, la verga se estremeció y decidí metérmela en la boca. Miré a mi amante, sus ojos estaban llenos de fuego y deseo. Empecé a mamar aquel delicioso manjar, haciendo que resbalara por mi boca, primero despacio y luego, empujada por las embestidas de él en mi boca, más deprisa, haciendo que se empapara de mi saliva. Marlon me miró, yo le miré, la satisfacción se dibujaba en su cara y eso me hacía feliz. Sentía su verga hinchándose dentro de mi boca, por lo que decidí ponerme en pie. Le abracé y acercando mi boca a su oído le susurré:

-          Hazme tuya.

No se hizo derogar.  Me alzó apoyándome en la pared, apartó las braguitas, me abrí de piernas y le rodeé con ellas, luego él me dejó caer sobre su polla. Sentí como me penetraba, suavemente y de un solo empujón. Le rodeé el cuello con mis brazos y empezó a moverse despacio primero, mientras nos mirábamos a los ojos.

-          ¡Dame más, más fuerte! – le supliqué.

Me excitaba sentirle dentro de mí, me ponía a mil y deseaba que aquello durara eternamente. Empezó a acelerar sus movimientos, cada vez más rápido y más salvajemente. Sus manos me sujetaban de las nalgas, que estrujaba con fuerza, lo que hacía que el placer aumentara en mí. Los gemidos retumbaban en aquel baño y yo gritaba excitada como nunca antes lo había hecho. Aquel jovencito me estaba dando el mejor polvo de mi vida, estaba haciendo que me sintiera viva en cada embestida, en cada caricia de sus manos sobre mis nalgas. Acerqué mi boca a su cuello y le besé, lo mordí con fuerza pero sin hacerle daño, lo chupe tratando de dejar la marca de mi boca en aquel dulce cuello. Su verga entraba y salía de mí sin descanso, con fuerza, haciéndome estremecer, gritar y desearle cada vez más.

Pierre acercó su boca a mi oído y me dijo:

-          Me encanta tu culito, perrita.

Aquellas palabras me excitaron enormemente y empecé a correrme presa del más maravilloso orgasmo que jamás hubiera sentido, mientras Pierre empujaba con fuerza una y otra vez. Cuando terminé de correrme, mi dulce amante sacó su sexo de mí, e instintivamente me agaché frente a él y lo lamí y chupé hasta que sentí la dulce miel de su esencia en mi boca, Pierre gimió vaciándose en mí. Me sentí la mujer más feliz del mundo y cuando dejó de convulsionarse, me puse en pie y le abracé con fuerza. Nos unimos en un delicioso abrazo de amor, pero enseguida recobré el verdadero sentido de la vida.

-          Tengo que irme, cielo. O pronto empezara a llamarme preocupado. – le dije refiriéndome a mi marido.

Nos separamos y empecé a recomponer mi ropa.

-          ¿Volveremos a vernos? – Me preguntó inocentemente, sus ojos expresaban tanta ternura que me sentía derretida ante ellos.

-          Claro, cielo. Mañana mismo, entre clase y clase.

Acaricié su mejilla, sintiendo la suave piel de su cara. Acerqué mis labios a los suyos y le besé. Luego salí del baño, él se quedó dentro.

Salí corriendo hacia la parada del autobús y cogí el primero que pasó, cuando llegué a casa mi marido ya había comido.

-          ¡Qué tarde llegas, cariño! – Me dijo.

-          Sí, lo siento, me entretuve hablando con una compañera. – Le mentí.

-          Esta es mi mujercita – me dijo estrechándome entre sus brazos – haciendo amigos a la primera de cambio.

-          Déjame, tengo hambre. – Protesté apartándome de él. Temía que se diera cuenta de lo sucedido en aquel baño de la Universidad.

Me senté a la mesa y me puse a comer. Mientras comía sólo podía pensar en lo sucedido con aquel guapo universitario en aquel baño, y cuando más lo pensaba, más me excitaba y más ganas tenía de que fuera el día siguiente.

 

Erotika (Karenc) del grupo de autores de TR.

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