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Le encantaba mirarme (2)

en Trios

LE ENCANTABA MIRARME (2)

CAPITULO 2 DESVIRGADA POR OTRO

... En lugar de eso, cogió la silla que tenía en un rincón y se sentó sobre ella frente a mí. Me miró mientras yo le miraba expectante y finalmente me dijo:

Desnúdate.

Me dejó un poco descolocada ante aquella petición, pero sin pensármelo demasiado lo hice. Una vez completamente desnuda, volví a tumbarme sobre la cama esperando.

Bien, ahora quiero que empieces a acariciarte.

¿Qué? – pregunté algo sorprendida.

Quiero que te acaricies mientras te observo, que te toque las tetas y sientas su suavidad sobre tus manos.

Le miré fijamente a los ojos y luego empecé a acariciarme los senos suavemente. Quería agradarle, ser su musa, su amante, así que lo hice sólo por eso, a pesar de que aquella petición me parecía un poco extraña. Estuve acariciando mis senos durante un rato, y cuando empecé a sentirme excitada llevé mis manos hasta mi sexo, abrí las piernas y hurgué entre ellas. Busqué mi clítoris como solía hacer cuando me masturbaba y empecé a acariciármelo. Me incomodaba un poco hacer aquello delante de otra persona, pero al verle excitado, sobándose el sexo por encima del pantalón me excitó y me animó a seguir masajeando mi zona erótica.

Metete un dedo. – Me indicó Manuel

Le miré algo preocupada y enseguida añadió:

No te preocupes, por eso no vas a perder tu virgo, hazlo suavemente, introduciendo sólo la punta.

Tras esa aclaración, lo hice, introduce la punta de mi dedo índice en mi sexo delicadamente, mientras con la otra mano seguía acariciándome el clítoris. La sensación fue increíble. Y poco a poco fui olvidándome de Manuel y concentrándome en mi propio placer. Empecé a gemir excitada y cerré los ojos, dejándome llevar, hasta que me corrí entre espasmos y gritos de placer. Al terminar miré a Manuel y lo ví masturbándose y gimiendo de placer en un último espasmo de éxtasis. Me acerqué a él, arrodillándome entre sus piernas y lamí el blanco líquido que había quedado sobre su entre pierna y sus sexo, dejándolo completamente limpio. Al terminar lo miré a los ojos, Manuel acarició mi pelo con ternura, me tomó del cuello y acercó su boca a la mía y me besó con pasión. Cuando nos separamos le dije:

Te deseo.

Lo sé – me dijo él.- Pero debemos esperar para eso. Sira, tenemos que hablar, necesito saber algunas cosas de ti, vístete, por favor.

Me vestí y tras hacerlo me senté al borde de la cama frente a él esperando sus preguntas.

Me miró profundamente a los ojos, acarició mi mejilla tiernamente y entonces me preguntó:

¿Sira, serías capaz de hacer cualquier cosa por mí?

Me lo pensé durante unos segundos y traté de averiguar porque me preguntaba aquello, qué era lo que deseaba y finalmente le dije:

Sí, cualquier cosa, quiero ser tuya, que me ames y amarte y si para conseguirlo tengo que hacer lo que sea, lo haré.

¿De verdad? ¿Incluso acostarte con otros hombre? – Me preguntó.

Me quedé muda ante aquella pregunta, no sabía que responder. Permanecí un rato en silencio, pensando, imaginando cuales serían sus intenciones y finalmente respondí:

Sí, si es lo que tú quieres de mí, sí. Lo haría, lo haré.

Manuel acercó su boca a la mía y me besó con un cariño inmenso, como jamás ningún hombre me había besado antes y ese beso me convenció de que sus sentimientos hacía mí eran puros y reales.

Ahora debes volver a tu casa, princesa. Mañana nos veremos, te esperaré en el banco ¿vale?

Vale.

Me levanté, le dí un tierno beso en los labios y me fui a mi casa. Tenía que estudiar.

Y traté de hacerlo, pero no pude, no podía concentrarme en el libro, porque por mi mente vagaban las ideas sobre lo que Manuel pretendía, me preguntaba que estaría preparando, porque deseaba que me acostara con otros hombres. Aún así seguía teniendo la ilusión de que fuera él quien me desvirgara, mi primer hombre, el que me hiciera mujer. Y aquella noche en la soledad de mi cama, imaginé que mis manos eran las suyas, que mi cuerpo se entregaba a él en una noche de pasión y deseo incontenibles.

Recordé lo sucedido aquella tarde en su casa y en aquella cama repetí la operación y volví a masturbarme sólo para él. Tras el mágico orgasmo me dormí.

Al día siguiente estuve todo el día nerviosa y sin poder concentrarme en las clases. La idea de Manuel de acostarme con otros hombres que no fueran él, daba vueltas por mi cabeza una y otra vez, preguntándome el porqué. ¿Por qué querría que me acostara con otros hombres? ¿Sería un pervertido? Aún así estaba convencida a seguir con él a pesar de todo, mi amor y admiración por él eran tan grandes que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que me pidiera.

Aquella tarde volvimos a encontrarnos en el banco que había frente a mi portal y de nuevo me llevó a su casa y me pidió que me masturbara frente a él, mientras él me observaba. Durante toda la semana, la historia se repitió día tras día, íbamos a su casa, me masturbaba ante él al tiempo que también él lo hacía y terminaba mamándole la verga. Yo estaba harta de aquella situación, deseaba algo más. Deseaba que me poseyera y me hiciera suya, que me penetrara, sentir la polla de un hombre entre mis piernas y descubrir todas aquellas sensaciones que mis amigas me habían contado que se sentían cuando hacías el amor, y así se lo hice saber. El viernes tras una larga conversación, me dijo que sábado tendría por fin, lo que tanto deseaba, así que aquella noche casi no pude dormir y el sábado, hasta la hora en que habíamos quedado no hice más que dar vueltas de un lado a otro, morderme las uñas e imaginar como podría ser mi primera vez.

A las seis, como habíamos quedado, bajé a la calle. Me había puesto una corta minifalda que dejaba al descubierto mis largas piernas y un polo estrecho que marcaba perfectamente mis hinchados senos. Manuel al verme exclamó:

¡Guau, estás guapísima!

Gracias. ¿Vamos?

Sí.

Me cogió de la mano y en lugar de dirigirnos hacía su casa, como hacíamos cada tarde, nos fuimos en dirección contraria. Caminamos un par de manzanas hasta llegar a un pequeño hotel, entramos y nos dirigimos hacía la recepción. Manuel pidió una habitación, el recepcionista nos dio las llaves y subimos hasta el segundo piso. Tras cerrar la puerta, me lancé sobre Manuel y empecé a besarle con pasión, pero inmediatamente él me separó y dijo:

No, todavía no, tenemos que esperar. Vamos a sentarnos.

Me dejó atónita. ¿A qué debíamos esperar? ¿No estabamos allí para hacer el amor? Nos sentamos sobre la cama y entonces le pregunté:

¿Qué tenemos que esperar?.

E inmediatamente alguien llamó a la puerta.

Manuel se levantó y se dirigió hacía la puerta, abrió y apartándose dejó pasar a aquel hombre diciendo:

Te presento a Ernesto.

Ernesto era un chico de unos 25 años, moreno, alto y muy guapo. Ernesto se acercó a mí, tomó mi mano derecha y me dio un tierno beso ella.

Es un placer conocerte. Manuel me ha hablado muy bien de ti.

Yo no sabía que decirle. Estaba sorprendida y confundida a la vez. Aunque enseguida comprendí el porque algunos días antes Manuel me había preguntado si estaba dispuesta a acostarme con otros hombres. Ernesto se acercó a mí y me estrechó entre sus brazos, estampándome un profundo beso en la boca.

Al estar su cuerpo pegado al mío, enseguida noté como su erección empezaba a crecer entre nosotros. Me separé de él como pude y miré a Manuel sorprendida:

¿Qué significa esto? ¿Qué pretendéis de mí? – Pregunté.

Manuel se acercó a mí, me miró directamente a los ojos y acariciando mi mejilla me suplicó:

¡Hazlo por mí, cariño, por favor! ¡Debe ser así y existe una razón para ello, pero ahora no puedo contártela, tú sólo hazlo!

Sus ojos suplicantes, el tono de su voz, y aquel cariño con el que me trataba me convencieron finalmente y asentí.

Manuel se sentó en una de las sillas que había en la habitación y Ernesto cogiéndome de la mano me llevó hasta la cama. Nos sentamos en el borde. Ernesto acarició suavemente mi mejilla y volvió a acercar sus labios a los míos. Nos besamos, mientras Ernesto me desabrochaba los tres botones del polo. Me lo quitó y aproveché ese momento para observar a Manuel, que sentado en la silla empezaba a acariciarse el sexo por encima de la tela del pantalón. Me miró y asintió con la cabeza, animándome a seguir. Me volví hacía Ernesto y empecé a desabrocharle la camisa. Miré hacía su paquete y entre sus piernas se adivinaba una buena sorpresa. Estaba nerviosa sobre todo porque no estaba totalmente segura de querer hacer aquello. Pero cuando miraba a Manuel y veía su cara de excitación y sus ojos suplicantes podía reunir fuerzas para seguir.

Mis labios se enredaron con los de Ernesto mientras nuestras manos desnudaban al otro poco a poco y así me dejé llevar. Dejé que Ernesto me tumbara sobre la cama y me cubriera de besos cada centímetro de mi piel, obviando mis zonas más erógenas. En pocos segundos mi cuerpo estaba a mil y sentía como mi sexo estaba húmedo y deseoso de ser poseído. Con una de mis manos trataba de masajear el sexo erecto de Ernesto, hasta que Manuel me ordenó:

¡Mámasela como me lo haces a mí!.

Obedecí y me situé entre las piernas de Ernesto, acercando mis labios a la erecta verga. La así con una de mis manos y empecé a lamer el glande. Pasé la lengua suavemente por él y luego lo introduje en mi boca. Lo chupeteé saboreándolo y haciendo que Ernesto se excitara y gimiera. Poco a poco me concentré en aquel trabajo y me fui olvidando que Manuel estaba observándonos, pero un gemido suyo me volvió a la realidad y le miré. Tenía su verga presa entre una de sus manos y estaba masturbándose, mientras yo seguía mamando la polla de Ernesto que tiraba fuerte de mi pelo para que dejara de hacerlo. Lo hice y Ernesto me tumbó de nuevo sobe la cama, situándose sobre mí. Sentí su pene erecto acariciando mi bello púbico y me estremecí. Ernesto acarició mi mejilla y mirándome fijamente a los ojos me dijo:

Tranquila.

E inmediatamente sentí como apuntaba hacía mi virgen agujero. Cerré los ojos y traté de relajarme. Ernesto empujó suavemente, sentí como su glande se abría paso dentro de mí. Gemí levemente al sentir aquel dolor y entonces abrí los ojos. Miré a Manuel, que sentado en la silla parecía observarme apesadumbrado, como si aquel dolor también pudiera sentirlo él.

Tranquila, mi niña. – Musitó

Mi cuerpo se relajó un poco más al sentir la calidez de aquella voz y Ernesto introdujo un poco más su verga. Siguió empujando despacio y poco a poco logró introducirse por completo en mí. Luego empezó a moverse despacio. Yo observaba a Manuel, que preocupado por mí iba acercándose a la cama poco a poco. Ernesto fue acelerando sus movimientos y poco a poco el dolor fue dejando paso al placer y comencé a gemir excitada, cerrando los ojos para concentrarme en aquel placer tan maravilloso.

Cariño, cariño. – Oí que me llamaba Manuel.

Abrí los ojos y me encontré su cara cerca de la mía me giré hacía él y le besé apasionadamente, mientras empezaba a empujar hacía Ernesto tratando de aumentar el placer que su verga, entrando y saliendo de mí me estaba proporcionando.

¿Te gusta? – Me preguntó Manuel.

Le miré profundamente a los ojos y asentí.

Eso es lo que quiero – Dijo él. - ¡Qué disfrutéis!

Y situándose de rodillas junto a nosotros siguió masturbándose tratando de no perder detalle de cada una de las embestidas que Ernesto me daba y de cada uno de los gestos de placer que mi rostro describía.

Poco a poco el placer se fue extendiendo por todo mi cuerpo y en pocos segundos alcancé el éxtasis, lo que animó a Ernesto a dejarse llevar y cuando estuvo a punto de correrse, sacó su sexo de mí y se masturbó hasta que su semen cayó en fuertes regerazos sobre mi vientre. También Manuel seguía masturbándose, y al ver que Ernesto se había retirado de mí y se había corrido acercó su sexo a mi boca y yo lo mamé orgullosa hasta que se corrió en mi boca.

Me quedé tendida sobre la cama, mientras Manuel se acercaba a la silla donde había dejado sus pantalones y sacaba un fajo de billetes entregándoselo a Ernesto diciéndole:

Ya puedes vestirte y largarte.

Lo dijo como si la presencia de Ernesto le molestara y deseara que se fuera lo antes posible.

Ernesto se vistió deprisa y salió de la habitación con el dinero en las manos.

Yo me quedé acurrucada en la cama, tratando de discernir por qué Manuel había hecho aquello, porque había pagado a alguien para que me desvirgara mientras él nos observaba, ¿cuál sería aquella poderosa razón por la que había hecho aquello?. Manuel se tumbó junto a mí y me abrazó con fuerza, luego me preguntó:

¿Estás bien?. – Sentí como su mano acariciaba mi sexo.

Sí. – Respondí observando sus dedos manchados con mi sangre.

Algún día te contaré por que tenía que ser así. – Me dijo - Algún día, tú confía en mí.

Tras eso me quedé dormida entre sus brazos.

No sé cuanto rato pasé durmiendo, sólo sé que al despertar me sentía diferente, sentía que había dejado de ser una niña, no sólo por el hecho de haber perdido mi virginidad, sino también por como había sucedido. Manuel me observaba desde la silla.

Y sin decir nada, me levanté y empecé a vestirme, mientras él hacía lo mismo. Tras eso me acompañó hasta mi casa y nos despedimos con un dulce beso sin decir nada más. Ambos sabíamos que al día siguiente volveríamos a vernos en aquel banco a la misma hora.

Pasé la noche pensando en aquella idea, dándole vueltas una y otra vez y cuando por fin volví a ver a Manuel, tras saludarle le dije:

Manuel, tenemos que dejarlo. No puedo seguir así.

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR y autora TR de TR).

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