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Nuestra Pequeña Isla

en Erotismo y Amor

NUESTRA PEQUEÑA ISLA.

(Amor, esta es nuestra pequeña isla, sé que existe en algún lugar y no pierdo la esperanza de encontrarla algún día y compartirla contigo para toda la eternidad.)

Quisiera crear un lugar en el que sólo estemos tú y yo. Una isla en medio de este Océano que nos separa, sólo para nosotros dos. Un rincón idílico, con palmeras y arena blanca, con el azul de mar vigilándonos constantemente. Un lugar sin verano ni invierno, sin noche ni día, sin esta lejanía que nos separa tanto. Un paraje fuera de todo y de todos, donde no hubiera pasado, sólo presente, para los dos, sólo tu y yo. Y sé que ese lugar existe, aunque sólo sea un minuto, aunque sólo exista en nuestra imaginación.

Si cierro los ojos puedo verlo. Es un lugar perfecto. Casi no recuerdo como llegamos hasta aquí, pero aquí estamos tu y yo en nuestra pequeña isla. En ella hemos construido nuestro insignificante universo. Tú, con tus propias manos y con mi ayuda, has construido la cabaña de troncos y ramas de palmera en la que vivimos. No es muy grande, pero a nosotros nos basta. Tiene un pequeño comedor, con una mesa y dos silla, hechas también de troncos de palmera. Junto a la ventana que tanto te costo hacer, porque se te caía siempre el tronco superior, hay una palangana; y una manguera trae el agua, para fregar los platos, desde el riachuelo que pasa a unos metros de la cabaña. Junto a la palangana, un armario nos sirve para guardar los pocos utensilios que tenemos para cocinar. Una cortina semitransparente, separa el comedor de nuestra habitación. Y ese si que es nuestro paraíso personal, que construimos con verdadero amor. Una cama con un colchón de plumas, que nos costó varios días reunir, es el lugar donde nuestros cuerpos se declaran su amor cada noche. Una ventana a la derecha de la cama, refresca la habitación durante la noche. Y por la mañana, los rayos del sol entran por ella para despertarnos.

La vida aquí es tranquila. Y hoy es un día más en este paraíso. El sol entra por la ventana y me despierta. Abro los ojos y desde la cama puedo ver el azul del mar en el horizonte, confundiéndose con el cielo. Me giro hacía a ti que aún duermes. Te soplo en la nariz, como cada mañana, y tú apartas la cara. Te doy un tierno beso en la mejilla y empiezas a despertar. Abres los ojos, mientras giras tu cara hacía mí.

¡Buenos días, amor! – te digo.

Me abrazas con fuerza y me respondes:

¡Buenos días, princesita!

Y nuestras bocas se unen en un intenso y amoroso beso.

¿Has dormido bien? – me preguntas.

Sí, muy bien. – te respondo.

Me levanto de la cama, mientras tú me observas al tras luz del resplandor de la ventana. Me visto con la poca ropa que poseo. Me pongo las bragas, el sujetador, una camiseta blanca y un short color rojo.

Salgo de la habitación y empiezo a preparar el desayuno, mientras tú te levantas y te vistes. Preparo la leche fresca de coco y un par de mangos, y los pongo sobre la mesa. Luego saco los vasos y los platos y un par de cuchillos.

¡Cariño, el desayuno está listo! – te avisó.

¡Voy!.

Y enseguida apareces, tan guapo como siempre, con tus pantalones cortos, color negro y tú camiseta de Jim Morrison. Te sientas en tu silla y me acerco a ti para darte otro beso. Tus manos acarician mis piernas con suavidad, mientras nuestras bocas bailan al son del amor que invade nuestro corazón. Siento tus manos metiéndose por entre mis pantalones en busca de mis nalgas y me aparto de ti diciendo:

Luego, cariño.

Me siento frente a ti y me miras sonriendo, yo te sonrío también. En tus ojos brilla el amor y me siento la mujer más feliz del mundo. Desayunamos mientras hablamos de lo que tenemos que hacer durante el día. Tu te irás a pescar inmediatamente, mientras yo me acercaré al río para lavar algo de ropa. Cuando terminas de desayunar, recoges tu plato y tu vaso y los dejas en la palangana, coges la caña y te acercas a mí. Me das un suave beso en los labios y te despides:

¡Hasta luego, princesita!

¡Hasta luego, amor!

Luego te veo saliendo por la puerta y siento como mi corazón salta dentro de mi pecho. Suspiro, porque te amo y este paraíso es el escenario perfecto para amarte. Recojo la mesa, la limpio y friego los platos. Luego con la ropa sucia entre mis brazos me alejo hacía el río. Los pájaros cantan alegres, el sol luce perfecto, calentando el día. Llego al río. Varios loros, vuelan de un lado a otro, de rama en rama. Empiezo a lavar la ropa y no puedo dejar de pensar en ti.

Cuando termino regreso a nuestro hogar, y tiendo la ropa detrás de la casa, en la cuerda que pusiste entre dos palmera para ese fin. Desde aquí te observo, estás metido en el agua, que te llega hasta la cintura, con la caña en el mar, esperando pacientemente. Admiro tu paciencia en esos momentos, porque eres capaz de esperar hasta más de una hora, casi sin moverte, hasta que logras que algún pez pique el anzuelo. Cuando termino, entro en la casa. Hago la cama y barro un poco. Mi faena ha terminado por hoy, así que me acercó hacía ti, en silencio, tratando de no hacer ruido. Me pongo detrás de ti, te beso en el cuello, y te pregunto susurrando en tu oído:

¿Cómo va?

No muy bien – me respondes.

Bueno, no te preocupes, comeremos coco.

Estoy harto del coco. Esperaré un poco más, quizás tengamos suerte.

Como tú quieras, pero ¿qué tal si animamos la espera? – te preguntó traviesa, deslizando mis manos por tus caderas y metiéndolas dentro de tus pantalones.

Enseguida descubro que como siempre no llevas calzoncillos y atrapo tu sexo fláccido entre mis manos.

Estáte quieta – me riñes, sonriendo y tratando de apartar mi mano de tu aparato sin lograrlo.

Atrapo el pene con la mano y lo acarició.

¡Venga! – protestas.

Esta bien – aceptó sacando la mano del cálido refugio.

Te beso en el cuello y me alejo de ti. Me tumbo en la arena y me quitó la camiseta para tomar el sol. No sé cuanto tiempo pasa, pero al cabo de un rato, oigo tus pasos acercándose a mí y siento tu sombra sobre mi cara. Abro los ojos y te veo sosteniendo un precioso pulpo en tu mano derecha, que escurre su agua sobre mi pecho.

Tenemos cena – me dices.

Perfecto.

Tendrás que ponerte guapa, porque lo vamos a celebrar – me dices, mientras te alejas hacía la cabaña.

Yo me levantó y te sigo. Cuando entro en la cabaña, te veo junto a la palangana, donde has puesto el pulpo que estás rociando con agua para limpiarlo.

Empiezo a poner la mesa, saco el coco, los platos, y una vez todo listo, comemos. El pulpo yace en la palangana ahogándose fuera de su hábitat natural, ya que lo has dejado sin agua.

Después de comer decidimos tomarnos un baño en el mar. El agua está calentita y tu cuerpo, bronceado por el sol, me parece perfecto. Aunque en realidad, todo en ti es perfecto para mí, será el efecto que el amor causa en mis ojos. Ambos estamos desnudos.

Empiezo a nadar y tú me sigues. Me coges del pie, me atraes hacía a ti. Mi cabeza se hunde en el agua, consigo salir a flote y te abrazo, tú me tomas por la cintura y yo te rodeo con mis piernas. Te abrazo y nos besamos. Siento tu sexo chocar con él mío, pues el beso te ha puesto a cien. Instintivamente froto mi sexo contra el tuyo, mientras nos devoramos la boca y nos abrazamos con furia. Tus manos se deslizan por mi espalda hasta mis nalgas. Las acaricias, las amasas y llevas uno de tus dedos hasta mi vagina. Acaricias mis labios vaginales y mi cuerpo se estremece. Deslizo una de mis manos hasta tu polla. La acarició con suavidad. Tu dedo sigue manoseando mis labios vaginales, lo introduces dentro y un suspiro escapa de mi garganta. Separo mi boca de la tuya.

¡Te amo! – grito fuerte, como si quisiera que me oyeran en todos los rincones de la tierra.

Yo también te amo – me susurras al oído.

Sacas tu dedo de mi diciendo:

¡Nena, me pones a cien, pero debemos guardar fuerzas para esta noche!

Un pequeño halo de decepción cruza mi mente, pero lo comprendo. Tienes razón, debemos esperar a que llegue la noche, y entonces dejaremos que nuestros cuerpos hablen por nosotros. Salgo del agua y tú te quedas nadando. Me tumbo en la arena. Empieza a atardecer, el sol roza la cumbre de las montañas que cubren el horizonte, proyectando su sombra sobre la blanca arena de la playa. La brisa se torna fría, por lo que me levanto y me meto en la cabaña. Me visto y me pongo a limpiar el pulpo. A los pocos minutos oigo tu voz desde la puerta:

¿Enciendo el fuego?

Si.

Siento que te acercas a mi y me besas el cuello, mi piel se eriza. Me encanta que me beses en el cuello, y tú lo sabes. Luego te alejas y sales de la cabaña.

Cuando el fuego ya está listo, vuelves a entrar en la cabaña:

Cariño, ya está listo – me avisas.

Coges la olla y la llenas de agua y vuelves a salir de la cabaña, yo salgo detrás de ti, con el pulpo en la palangana. Mientras esperamos que el agua hierva, nos entretenemos besándonos. Cuando el agua ha llegado al punto de ebullición, asusto al pulpo y finalmente lo dejo dentro un rato, que aprovechamos para seguir besándonos y acariciándonos mutuamente. Los dos estamos ansiosos de amarnos y sentirnos. Y cuando paso de acariciarte la espalda a buscar tu sexo por encima de la ropa, dices:

El pulpo ya debe estar.

La decepción golpea de nuevo mi corazón, pero luego tratando de razonar, me digo a mi misma que debemos esperar. Además no te vas a ir de la isla ahora mismo, seguirás aquí a mi lado, por mucho tiempo, me lo has prometido cientos de veces. Pero aún así, siento que a veces tus silencios me matan. Qué mi corazón se pierde entre tus manos, y eso me mata.

Sacas el pulpo de la olla con un palo y empiezas a cortarlo, mientras yo preparo la salsa con aceite de coco y una hierva parecida al perejil que se cría en esta paradisiaca isla. Echó la salsa sobre el pulpo y listo. La cena ya está preparada.

Vamos a vestirnos, mi reina – me dices cogiéndome amorosamente de la mano.

Tus palabras me suenan a gloria. Nos miramos a los ojos y en los tuyos veo las chispas de este amor saltando. Entramos en la cabaña. Me dirijo a la habitación para vestirme, mientras tú pones la mesa. Me pongo el vestido rojo, ese largo que tanto te gusta, con tirantes y escote en la espalda. Me peino y me perfumo. Todo me parece poco para ti, pero no tenemos más. Salgo al pequeño comedor y me miras como hechizado, te acercas a mí despacio, me abrazas por la cintura, pegando mi cuerpo al tuyo y me besas.

¡Eres preciosa, Princesa! – me dices y mi corazón pega un brinco al oír esas palabras.

Luego te separas de mí y entras en la habitación. Suspiro, porque este paraíso es mejor de lo que jamás imaginé que podría ser. Te necesito porque te amo y este amor no lo puedo callar. Me has atrapado en tus redes y lo mejor de todo es que no quiero escapar, sólo quiero que me quieras y tenerte junto a mí eternamente, en esta eternidad que jamás podremos tener.

La mesa está perfectamente puesta. Dos velas la iluminan. Y un pequeño ramito de flores descansa sobre mi plato. Me acercó y lo huelo. Eres un sol, el ser más romántico que he conocido jamás, a veces incluso más que yo. Te adoro, te deseo, siento que sería capaz de arrancarme el corazón y dártelo si me lo pidieras. Sales de la habitación con tu camisa blanca y tu pantalón negro. Hueles a colonia, esa que tanto me gusta. Te acercas de nuevo a mí, y puedo oler tu aroma. Mi corazón se estremece. Te abrazo y tú me abrazas, te beso y tú me besas. Mi corazón va a mil por hora y siento que se va a escapar de mi pecho. ¿Cómo puedo sentir todo esto?. ¿Por qué me abruma tanto?.

¿Cenamos? – me preguntas.

Vale.

Me siento a la mesa y me sirves, luego te sirves a ti y te sientas frente a mí. Te miro, te sonrío, tú me miras, me sonríes. No puedo dejar de pensar en tus manos rodeando mi cintura y tus labios besando mi cuello, y deseo terminar la cena para sentirme segura entre tus brazos. Comemos casi sin hablarnos, pero sin dejar de mirarnos constantemente a los ojos. Cuando terminamos, quitas la mesa y acercándote a mí me preguntas:

¿Me permite este baile, Princesa?.

Claro – acepto yo encantada.

Me levanto, tú me abrazas por la cintura, nuestros cuerpos se pegan el uno al otro. Apoyo mi cabeza en tu hombro y empiezas a tararear una lenta canción en mi oído. Empezamos a bailar por el pequeño comedor despacio, siguiendo nuestros pasos. De repente, me miras a los ojos, yo te miro, e irremediablemente, nos besamos. Tus manos descienden de mi cintura hasta mis nalgas y las aprietas suavemente, mientras nuestras bocas se deshacen en el juego del amor. Lentamente tu boca se desliza hacía mi cuello, mi piel se eriza con esa dulce caricia. Me quitas los tirantes del vestido, dejándolo caer hasta mis caderas. Yo te desabrocho la camisa botón a botón, y te la quito. Volvemos a besarnos y mis manos se deslizan hacía el cinturón de tu pantalón, que desabrocho con calma. Tú me sigues besando y lamiendo el cuello. Termino de desabotonarte el pantalón y lo dejo caer al suelo. Tu boca desciende ahora un poco más, hasta mi pecho. Lo besas, lames mi pezón erecto, y lo muerdes, haciendo que mi cuerpo se estremezca. Repites la operación con el otro pezón, mi cuerpo arde de deseo por ti. Quiero sentirte dentro de mí. Sigues descendiendo por mi cuerpo, dejas caer el vestido al suelo. Me quitas las bragas, acercas tu boca a mi sexo, mi cuerpo se estremece otra vez y siento tu boca sobre mi sexo. Tu lengua se desliza sinuosa hasta mi clítoris y empiezas a lamerlo con suavidad, mi cuerpo vibra, arde de placer y deseo. Siento tus dedos acariciando mi sexo. Vuelvo a estremecerme. Con mis manos en tu cabeza, empujo para que me des más placer. Mi cuerpo arde, deseo tenerte entre mis piernas eternamente. Tu lengua se introduce en mi sexo y un gemido escapa de mi garganta. Cierro los ojos y pienso, te amo pese a quien pese y llevo tu corazón dentro del mío.

Te levantas, me abrazas, te abrazo. Nuestros cuerpos desnudos se siente, tu calor me abarca, mi calor te ciñe. Te miro a los ojos, meto mis dedos por la goma de tu slip y lo empujo hacía abajo, dejando libre tu erecto sexo, hermoso y anhelante. Me abrazas y tu sexo caliente queda preso entre nuestros cuerpos.

Deseo tenerte dentro de mí - te susurro al oído.

Me llevas hasta la mesa, me apoyas en ella. Abro mis piernas esperándote, me abro a ti. Te acercas a mí, tu sexo roza mi sexo. Nos miramos a los ojos. El amor inunda toda la cabaña y nos invade. Tu sexo está en la entrada del mío, lo siento caliente a las puertas de mi vagina, empujo para que entre, tú también empujas y por fin te siento dentro de mí. Más que nunca estamos unidos, ahora somos un solo ser unido por el amor. Te abrazo con mis piernas. Empiezas a empujar, acompasamos nuestros movimientos y puedo sentir como entras y sales de mi. Nos abrazamos sintiéndonos. Tu pene, entra y sale de mí, te mueves haciendo que salga casi por completo y vuelva a entrar. Mi cuerpo se estremece de placer, sintiéndote dentro de mí. Te abrazo aún más fuerte. Un agradable cosquilleo surge en mi sexo. Empujo hacía ti cada vez más fuerte, para sentirte más dentro de mí. También tú empujas hacía mí, haciendo que tu sexo entre en mí. Nuestros cuerpo bailan frenéticamente en pos del amor y el deseo. Hasta que empiezo a gemir y el placer me llena por completo llegando al éxtasis. Tú sigues empujando contra mí, mientras sigo aferrada a ti, abrazada. No quiero soltarte. Deseo estar así eternamente. Me susurras al oído.

¡Voy a correrme, cariño!

Pero yo sigo enganchada a ti. No quiero despegarme de ti.

¡Me voy a correr! – repites.

Deshago mi abrazo sobre ti, sacas tu sexo de mí, y lo dejas sobre mi pubis. Instintivamente lo cojo con la mano y empiezo a masajearlo con fuerza, arriba y abajo, mientras te beso. Te estremeces, al igual que tu pene entre mis manos del que empieza a salir el blanco y caliente semen, que cae sobre mi vientre. Nos separamos después de besarnos por enésima vez. Recojo mis braguitas del suelo y me limpio. Me coges en brazos y me llevas hasta la cama. Me depositas sobre ella. Me besas con ternura y me susurras:

Te amo.

Yo también te amo – te susurro yo.

Te cuestas junto a mí. Desnudos los dos. El sueño nos vence.

 

EROTIKA. KARENC, del grupo de autores de TR.

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