EL HELADO (2ª parte). Irene pierde su virginidad.
Llevaban ya tres meses como novios, todavía no habían pasado del sexo oral. Miguel prefería esperar y dejar que fuera Irene la que decidiera, pero sabía que no se le iba a escapar, que tarde o temprano Irene le pediría que hicieran el amor y le entregaría su virginidad.
En cada encuentro entre ellos, Miguel la excitaba más y más, e Irene disfrutaba más y más y, cada vez pedía más. Hasta que un día en que estaban tomando un refresco en la terraza del bar a principios ya del otoño Irene le dijo a Miguel:
Este fin de semana mis padres se van a ver a mi abuela, y me voy a quedar sola. Les he dicho que me quedo con Esther en su casa.
Bueno, mejor, podremos pasar más tiempo juntos se alegró Miguel.
Sí, pero he pensado... empezó a explicar tímidamente Irene que...es que ya es el momento... de que pierda mi virginidad. se atrevió a decir por fin.
¿Estás segura de eso? le preguntó Miguel.
Sí, completamente.
Si es lo que quieres, lo haremos. Yo lo prepararé todo ¿vale?
Vale.
Así, Miguel lo preparó todo con esmero. Decidió preparar una cena romántica, para la que compró langostinos, cava, helado, flores para Irene y sábanas de seda. Pensó que Irene se merecía una primera vez inolvidable. Por eso preparó la cena con paciencia, pasando casi toda la tarde del sábado cocinando. Puso las sábanas de seda en la cama, llenó el piso de rosas rojas, que eran las preferidas de Irene, puso la mesa con su mejor vajilla, un mantel bueno, y velas rojas. A las ocho en punto se vistió con un traje negro y salió a buscar a Irene, que estaba en casa de su amiga Esther. Le había dicho a Irene que tenía que vestirse con un vestido elegante porque le había preparado una cena especial, así que cuando la vio con aquel vestido negro, de tirantes, ajustado, que marcaba su preciosa figura de mujercita, se quedó alucinado. Estaba hermosa y maravillosa.
¿Vamos, señorita? le dijo a Irene ofreciéndole su brazo.
Vamos contestó ella cogiéndose a él.
Así la llevó hasta su casa y nada más entrar en el piso, Irene se quedó alucinada. La mesa estaba perfectamente preparada, había flores por todas partes, velas en la mesa y sonaba una canción de amor.
¡Qué bonito! exclamó la muchacha.
Me alegro de que te guste, quiero que hoy sea un día especial para ti.
Se acercaron a la mesa y Miguel separó una silla de la mesa y le indicó a Irene que se sentara. Irene se sentó y Miguel se dirigió a la cocina y volvió unos segundos más tarde con los platos de langostinos. Puso uno frente a Irene y el otro en su sitio.
Espero que el menú sea de su agrado, señorita. dijo Miguel como si fuera un camarero.
Gracias.
Sirvió el cava y empezaron a comer, mientras Irene empezaba a explicarle a Miguel lo que había hecho aquella tarde. Tras el primer plato, Miguel sacó los postres: helado de chocolate.
¡Mmmmm, me encanta! exclamó Irene empezando a saborear el helado, dejando que se deshiciera en su boca.
Pues a mi me encanta ver como te lo comes. Me excita mucho aseguró Miguel.
¿De verdad te excita? preguntó Irene un poco ingenua.
Sí, desde la primera vez que te vi.
¡Qué pillín eres!
Miguel sonrió pícaramente. E Irene siguió comiendo el helado sin dejar de mirar a Miguel a los ojos, lamiendo la cuchara con lascivia, en cada cucharada que se llevaba a la boca. Miguel se estaba poniendo como una moto sólo con verla, pero tenía que ir con calma, paso a paso, según el plan trazado.
Cuando terminaron de comerse el helado, Miguel se acercó a la cadena de música, subió el volumen y luego le pidió a Irene para bailar. Ésta aceptó y Miguel la cogió por la cintura, la atrajo hacía él y empezaron a bailar, despacio, lentamente, haciendo que sus cuerpos se rozaran. Miguel besó a Irene en el cuello, mientras sus manos descendían hacía el culo de la joven y lo acariciaba con libidinosidad. Eso hizo que su sexo empezara a crecer entre ambos, e Irene sintiera el bulto apretado contra su vientre. También ella acarició la espalda de su chico, y le besó en el cuello. Se sentía un poco insegura, pero a la vez decidida del paso que iba a dar. Bailaron un par de canciones más, sintiendo sus cuerpos pegados el uno al otro, hasta que Miguel se separó de ella, la cogió de la mano y la llevó hasta la habitación. Frente a la cama, volvieron a besarse. Miguel le acarició el hombro desnudo, y con su mano descendió por el brazo de la muchacha, cuando llegó a su mano, se la apretó y esta se sintió más segura. Sin dejar de besarse mutuamente, Miguel le desabrochó el vestido a la chica. Esta le quitó la americana, y luego trató de desabrocharle los botones de la camisa, pero su torpeza y el nerviosismo se lo impidieron, por lo que fue Miguel quien se desabrochó la camisa y se la quitó. Irene nerviosa empezó a besar su pecho desnudo. Mientras Miguel le quitaba los tirantes del vestido, y dejaba que este cayera al suelo. Luego, le desabrochó el sujetador, y la hizo tumbar sobre la cama. Se quitó el pantalón y se arrodilló entre las piernas de la muchacha, le quitó las bragas y acercó su boca al húmedo sexo. Irene se estremeció al sentir la respiración de él sobre su sexo, e inmediatamente sintió su lengua, acercándose a su sexo, lamiendo su clítoris y chupeteándolo con suavidad. De vez en cuando sentía los fríos dientes de Miguel mordisqueando su clítoris. Irene sentía que su cuerpo estaba en total ebullición, que ardía de deseo y placer sin límite. Miguel también se estaba excitando y notaba que su sexo estaba cada vez más hinchado, deseoso que penetrar a aquella belleza, pero debía ir con calma, lograr que se corriera. Así, que continuó lamiendo y mordisqueando su clítoris, luego descendió hasta su vagina e introdujo la lengua, la metió y sacó varias veces, haciendo que Irene se estremeciera nuevamente. A continuación Miguel acercó sus dedos al sexo femenino, y los introdujo, primero uno, que movió despacio, luego introdujo otro, y de nuevo los movió despacio. Irene volvió a estremecerse y Miguel ante la buena recepción de la chica a aquella nueva caricia, decidió seguir masajeando el sexo femenino, buscó el punto g y empezó a estimularlo con cariño. En poco segundos Irene estaba en el séptimo cielo del placer a punto de alcanzar el primer orgasmo, por lo que Miguel la siguió estimulando hasta que logró que se corriera, entre espasmos y gritos de placer.
Entonces, Miguel se puso en pie y se quitó los calzoncillos, su sexo estaba en total erección, y Irene lo miró con temor y admiración a la vez. Deseaba a aquel hombre más que nada en el mundo, igual que Miguel deseaba poseer a aquella muchacha, sentirse dentro de ella, sentir ese calor que sólo se siente cuando se está dentro de una mujer. Por eso se acostó junto a su preciosa chica, la besó con ternura, acariciando su mejilla y de nuevo le preguntó:
¿De verdad lo quieres?
Sí respondió ella mirándole fijamente a los ojos.
Así, sin dejar de besar a su chica, Miguel se colocó sobre ella separándole suavemente las piernas. Irene pudo sentir el erecto sexo de su amante sobre su vientre y abrazó a Miguel, estaba nerviosa. Miguel cogió su sexo y lo acercó hasta el sexo húmedo de la muchacha y empezó a introducirlo con mucha delicadeza, primero la punta, tratando de vigilar todas y cada una de las expresiones que Irene. Esta sintió un pequeño dolor que enseguida remitió, Miguel apretó un poco más, introduciendo un poco más e inmediatamente sintió el himen rompiéndose. Irene sintió algo en su interior que se rompía, pero no había dolor. Miguel metió un poco más su sexo, muy despacio, hasta lograr que todo estuviera dentro, empezó a moverse muy despacio dentro de la chica y esta enseguida comenzó a sentir el placer llenando su sexo.
Eran dos cuerpos unidos por un mismo objetivo, dos almas en una sola, amándose como sólo un hombre y una mujer enamorados pueden amarse. Los gemidos de ambos se unían en una canción de placer, Miguel se movía despacio, dentro y fuera, fuera y dentro, mientras Irene le rodeaba con sus piernas y trataba que acercar el masculino sexo al suyo, para sentirlo más profundamente. Ya sólo había placer entre ellos. Irene gemía sin cesar, mientras Miguel la penetraba una y otra vez. Miguel sentía como a cada embestida aquel húmedo sexo lo envolvía más y más, haciendo que su pene se hinchara más y más, y el placer fuera aumentando gradualmente.
Irene cerró los ojos, sus sensaciones se intensificaron aún más, Miguel la miraba embelesado y pensaba que era la criatura más hermosa del universo. Irene empezó entonces a apretar a su amante más contra sí, era signo evidente de que estaba apunto de alcanzar un nuevo orgasmo, por eso Miguel aceleró sus movimientos en una imparable carrera hacía el clímax, logrando que la muchacha estallara en el mejor orgasmo de su vida. Cuando Irene dejó de correrse, Miguel siguió empujando hasta alcanzar su propio placer, entre espasmos y convulsiones de placer. Cuando ambos se quedaron quietos, Miguel observó a su chica. La besó con ternura y luego se tumbó a su lado.
¿Estás bien? le preguntó a Irene abrazándola.
Sí, muy bien. ¿Sabes? Te quiero.
Yo también te quiero dijo Miguel, que sin saber como se había sentido atrapado por la inocencia de aquella criatura que tenía entre sus brazos, y ahora sólo soñaba con compartir el resto de su vida con ella.
Erótika. (Karenc)
Del grupo de autores de TR.