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La venganza de Aracne

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LOS RELATOS FANTÁSTICOS DE LOS AUTORES DE TR. LA BIBLIOTECA

LA VENGANZA DE ARACNE – por Carletto

 

Guardo un recuerdo ingrato, abochornado, de la primera vez que te vi. Yo rondaría los doce años. Eras mayor, muy mayor ante mis ojos que solo sabían distinguir entre jóvenes y viejos. Aguardaba tras una esquina, con el resto de la chiquillería, asomando la nariz de cuando en cuando. Doblaste el recodo de la Plaza, a la una y cinco, recién salida de tu trabajo en el Ayuntamiento. Ibas con un libro abierto entre las manos. Tenías un aspecto extraño, con tu cuerpo menudo y jorobado, de largas extremidades finas y gráciles, como de insecto. Ir vestida de luto no ayudaba a mitigar el parecido con una araña.

Me sudaban las manos. Quería echar a correr, dejando atrás la patulea de críos y olvidarme de la apuesta. No podía ser. Tenía que aguantar el tipo. Tenía que reírme, cachondearme de una persona a la que no había visto en mi vida. De ello dependía ser aceptado, ser admitido en el grupo de amigos y vecinos capitaneados por mi hermano. Lo hice.

¡¡Tía fea!! – te grité a la cara, sin mirarte, horrorizado de mí mismo. La palabra rebotó contra ti, contra tu jeta con gafas de culo de vaso, contra la joroba que desviaba tu columna dándote un aspecto grotesco, casi infrahumano, y me dio de lleno en el rostro haciéndomelo hervir de vergüenza.

 

Corrí, corrí, corrí. Intentando no acordarme de tu mirada, odiando ser el causante del ramalazo de dolor vislumbrado unas milésimas de segundo bajo los gruesos cristales de tus lentes.

***

Transcurrieron cuatro años de fútbol, natación y bicicleta. Crecí y crecí, y casi me planté en dieciséis años. Al comienzo de las vacaciones, ingresaron en un sanatorio a mi hermano mayor. Recuerdo el brillo febril de sus ojos, hundidos en la negrura de las cuencas, como dos cucarachas paseándose sobre su rostro harinoso. Al día siguiente, mi madre encontró entre sus cosas un libro de la Biblioteca Pública. Estaba pasado de fecha y me lo entregó para que lo devolviese yo.

La Biblioteca, situada en un ala del edificio del Ayuntamiento, estaba abierta al público tres tardes por semana. Tenía una iluminación pésima. La luz del día entraba por una claraboya, pero, cuando anochecía, la iluminación – tan vieja la instalación como el edificio – era muy deficiente. Algunas mesas disponían de flexos de luz amarillenta. Otras, nada.

Cuando te vi, encaramada sobre tu silla, estuve tentando de dar media vuelta y largarme con cajas destempladas. Pero no lo hice. Me miraste sin recelo, tras tus enormes gafas de concha – con muchísimas dioptrías - sin dar a entender que me hubieses reconocido. Respiré hondo. No sabía que redondeabas tu salario con aquellas horas extras como bibliotecaria. No quise mirarte a la cara. Miré tus manos, tan pequeñas, tan finas, tan blancas, mientras escribías – con letra grande, redonda y clara – mi número como nuevo afiliado. Al preguntarme mi nombre, al oír por primera vez tu voz, quedé anonadado, hechizado. Me repetiste la pregunta, con una voz tan ronca y sensual que hizo que se me erizaran los vellos de mi cuerpo. Hiciste un comentario sobre mi pronto cumpleaños al anotar mi fecha de nacimiento. Asentí con torpeza, mientras firmaba la ficha que me presentabas.

Durante varias horas perdí el contacto con el mundo real. Me sumergí entre las estanterías, descubriendo el olor, el tacto, la maravilla de ojear libros y más libros. Una nueva pasión nació en mí. Me entró en la sangre el vicio por la lectura, la irrefrenable necesidad de descubrir nuevos autores, nuevos temas, nuevos mundos maravillosos.

De cuando en cuando te sentía acercarte. Olía tu perfume, amalgamado con el olor de la tinta y el polvillo de libro viejo que flotaba en el aire. Me aconsejaste – ante mi sonrojada pregunta sobre libros "para adultos" – una zona de estanterías casi oculta en un rincón. Me acompañaste hasta allí, deslizando tus manos sobre los lomos de los libros, acariciándolos como una amante, regodeándote en su tacto mientras clavabas en mí tu montón de dioptrías.

Elegiste un libro al azar, abriéndolo con la alegría contenida del cazador. El hilo invisible de tu tela se enroscó en mis testículos, cuando fui leyendo aquellas maravillas obscenas que revolvieron mis entrañas y endurecieron mi virilidad. El Divino Marqués, y tantos otros, susurraron sus mensajes en cada libro que abría, llenando mi sangre y mi mente con la exquisita droga del erotismo más puro y descarnado. Al terminar la tarde, mi cuerpo marchó hacia mi casa, pero mi alma quedó prendida con tus hilos viscosos en aquel rincón sumido en la penumbra.

Fueron pasando los días y las semanas. Me acostumbré a esperarte las tardes que había Biblioteca, ansiando que abrieses la puerta de mi mundo, de nuestro mundo. Tu presencia me era necesaria. Tu figura, retorcida como un viejo olivo, me llegó a parecer lo más natural, lo más lógico. Solo me guiaba por tu voz, por tu tacto cuando me señalabas tal o cual párrafo. Hasta que un día, de improviso, me di cuenta de que – apenas te ponías junto a mí – tenía una erección.

Una tarde, casi a la hora de cerrar, escarbaba entre las estanterías buscando un libro para llevarme a casa. Antes de notar tu presencia, supe que estabas cerca por la dureza de mi miembro. Me ayudaste a elegir. Al agacharme para dejar el libro desechado, nuestros rostros quedaron frente a frente. No sé quien de los dos se acercó más, pero mi aliento se fundió con tu aliento. Al despegar nuestros labios me dijiste suavemente: ¡Felicidades! Te habías acordado: ese día cumplía dieciséis años.

Al día siguiente se desató una tormenta de verano. Ni el cielo negro, ni los gruesos goterones, ni el bramar del trueno, impidieron que fuese a veros: a ti y a los libros.

Perdí la noción del tiempo, embebido en la lectura, devorando las imágenes de cópulas imposibles. Casi me sorprendiste al ponerme una manita sobre el hombro. Me volví como una flecha, con la boca entreabierta, esperando el beso que llegó puntual. Y, con el beso, una mano minúscula, ligera como una pluma, que se posó sobre la bragueta de mi chándal, agarrándome con mano sabia mi dolorida virilidad. El beso duró dos minutos. El mismo tiempo que tardé yo en eyacular, estremecido por las caricias que hacías al frontal de mis pantalones. Fuera, el agua corría impetuosa, al igual que resbalaba muslo abajo mi caliente esperma.

Cada noche, acudías a la cita de mis sueños. y volvíamos a besarnos entre los libros, oliendo el perfume de la tinta y el polvo, y tú me tocabas, y yo terminaba – indefectiblemente – mojando a chorros mi pijama.

Perdí el apetito. Un nudo seco me impedía tomar bocado. Sentía una insatisfacción permanente que solo mitigaban mis largas horas junto a ti, entre los libros.

 

Huí del mundo real. Cumplía con los estudios y mantenía una relación superficial con los compañeros, con los amigos. Pero – en cuanto podía – me encerraba en mi mundo interior, con tu recuerdo y el de los libros. Nada podía la ramplona existencia cotidiana contra tales enemigos.

Esperaba – insaciable - el tiempo del gozo. Libros, libros y más libros. Y tú.

Aquella tarde estuve leyendo en la mesa, con el flexo iluminando la página. No quedaba nadie, aparte de nosotros. Fuiste apagando las lámparas de sobremesa, hasta llegar a mí. Te miraba, con los ojos enrojecidos, sin llegar a levantarme del asiento. Te arrodillaste entre mis piernas, apoyando una mano sobre mi rodilla para calmar un "tic" nervioso. Tus manecitas recorrieron mis muslos, hasta converger en la cremallera de los jeans. Al abrirla, dejaste una mano buscando mi dureza, mientras la otra la perdías en la oscuridad de tu entrepierna. Eché la cabeza hacia atrás, sin poder creer lo que me estaba sucediendo. Buscaste tu presa y la miraste a la cara, al ojo polifémico que lloraba hacía rato. Acariciaste la piel de mi glande con tu lengua de niña, abarcando con tu boquita todo el amor que te mostraba. Mis manos aletearon en el aire, sin saber donde posarse. Al final, notando ya tu nariz contra mis vellos, osé apoyarlas sobre tu espalda, presionando con infinito cuidado tu joroba.

Una descarga eléctrica recorrió tu cuerpo. Un alarido de salvaje placer convulsionó tu persona, haciendo que me sorbieses hasta el alma con tu boca trasformada en ventosa. Nos derramamos a la vez, con el orgasmo rebotando de uno al otro, como una pelota de ping-pong. Me cantaste el "Cumpleaños Feliz" con la voz rota, con el aliento oliéndote a semen y menta.

Aquello era imposible. Imparable. Me habías inoculado un veneno, una sustancia que paralizaba todo mi cuerpo, que me tenía sumergido en laxitud permanente en la que solo el sexo parecía latir con vida propia. Cerraba los ojos y allí estabas, inclinada, lamiéndome con ansia carnívora, exprimiendo mis vesículas como si tu vida dependiese de mi esperma. Y tu tela de araña me envolvía más y más, hasta ahogarme, hasta hacerme despertar – una y otra vez – sofocado y tembloroso, chillando de miedo y placer, licuándome en un orgasmo sin fin.

Un día, al intentar levantarme, no pude. Caí, vencido, contra la almohada, sumergido en un sopor enfermizo. Así estuve varios días. La fiebre siguió poblando mi sueño de sombras que acechaban. Libros encuadernados en piel humana, con gruesos goterones de semen chorreando de sus páginas. Imágenes lúbricas, de una lujuria fuera de toda medida. Seres arácnidos, de largas y gráciles patas, que me susurraban con voz sensual todo tipo de proposiciones sexuales.

Bañado en sudor, aprovechando un descuido de quien me cuidaba, me vestí de cualquier forma y corrí hacia la Biblioteca, hacia ti, hacia mi destino.

Te tembló la voz al saludarme. Yo, en un arranque de lucidez, te supliqué por mi vida, aunque la dureza de mi miembro, que había respondido al estímulo de tu voz y tu perfume, te gritaba todo lo contrario. Apoyaste tu mano sobre la mía, en un amago de despedida. Casi era noche cerrada. Te acompañé mientras apagabas las luces, quedando la sala iluminada solamente con la claraboya.

Cerraste la puerta con llave. Tus manos me despojaron de la ropa por completo. Quisiste acariciar mi cuerpo, mientras te salía el alma por la boca. Me hiciste tenderme en el suelo fresco, esperando la llegada de tu carne. Desnudaste tu sexo bajo las faldas. Dejaste tus gafas sobre la mesa, avanzando a tientas hasta mí. Tu peso no era peso. Eras nube, eras plumón. Rompiste tu virginidad, una vez más, con mi falo erecto, empalándote tu misma, ajena al dolor que te lamía. Entré en ti, en tu cuerpo de niña, que se abría para mí por primera y última vez. Me aposenté en tus entrañas, cada vez más hondo. Notaba el balanceo de tu cuerpo, el rumor de placer que crecía en tu garganta.

Abrí los ojos para verte, para retener en mi mente tu imagen de mujer enamorada, ofrecida, doliente y gozosa.

El rayo de luna, penetraba a través del cristal polvoriento de la claraboya y daba directamente en tu rostro. La luz reverberaba en tu mirada. Parecías tener multitud de ojos. Acercaste tu boca a la mía, formando un pico con tus labios. Tus brazos me envolvieron, impidiéndome cualquier movimiento. Tus piernas se enroscaron en las mías. Estaba a tu merced. Un gozo insoportable retorció en mis riñones, inundó mis testículos y salió a borbotones, dejándome vacío, hueco, seco como un hueso…

Sin llegar a desalojarme de tu interior, comenzaste nuevamente a moverte, oprimiendo tu vientre contra el mío, como si quisieses comerme con tu vagina. Y te ofrendé mi vida una y otra vez, incesantemente, hasta que se agotó el esperma y brotó la sangre.

***

En el sanatorio paseábamos como autómatas, como ancianos imposibilitados. Arrastrando los pies salíamos al jardín, huyendo del sol y buscando la penumbra. Éramos varios, cada vez más y más. Adolescentes agostados, marchitos sin apenas haber florecido su virilidad. Con sonrisa bobalicona te buscábamos entre las matas. Con un gruñido de placer te rodeábamos, codo con codo, mirada con mirada. Te observábamos sobre tu tela, acercándote a tu nueva presa sujeta con hilos viscosos. Y yo miraba los ojos febriles de mi hermano, de mi vecino, de mi amigo, sabiendo que su palidez era la mía, que su excitación era la mía. Y todos, como un solo hombre, escarbando con mano trémula bajo nuestros pijamas, te ofrendábamos – una vez más – lo que más deseabas, lo que más querías, lo que te habías propuesto eliminar de nuestro pueblo y de tu recuerdo: nuestra vida.

 

 

© Carletto - 2005

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Propuesta de ideas para XX Ejercicio de Autores

Gracias por participar en el XIX ejercicio

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Una canción en 100 años

Del amor, la guerra y otras lindezas

Canción de despedida

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XIX Ejercicio de autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XIX Ejercicio de Autores

Brevísimo balance del XVIII Ejercicio de Autores

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Noticias sobre el XVIII Ejercicio de Autores

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XVIII Ejercicio: Votación del tema

Propuesta de ideas. XVIII Ejercicio de Autores

Crucigrama. GatitaKarabo.

Flores. Dark Silver.

¡Maldita sea! Izar

Fugados. Dark Silver.

Superbotellón. MariCruz29

El Pelao. GatitaKarabo.

Raquelísima. Moonlight.

Oración. Masulokunoxo

El despertar. GatitaKarabo

Media tarde. Trazada.

La noche es bella. Lydia

Apetecible. Paul Sheldon.

Play. Un Típico Sobi.

Zanahorias de Haití. Masulokunoxo.

Charla de alcoba. Trazada.

XVII. Ejercicio de autores.

XVII Ejercicio. Votación del tema.

Propuesta de ideas. XVII ejercicio de autores

PsicóTRico.

Mi primer día.

Desde el fondo de la pecera

Un chico normal

La increíble historia de Mandy y su locura felina

Carta blanca

Amigo mío, ¿qué hice mal?

La psicología del miedo

El diablo nunca

El salto atrás de Paco.

Contacto humano

Identidad

Una muñeca vestida de azul.

AVISO - XVI Ejercicio - RELATO PSIQUIÁTRICO

XVI. Ejercicio de autores. Relato psiquiátrico

Votación del tema. XVI Ejercicio

Propuesta de ideas. XVI ejercicio de autores

¿Qué es el ejercicio?

La leyenda del demoniaco jinete sodomizador

¿Por qué las ancianas tienen obsesión...?

El visitante

Amantes en apuros

El hotel

El cementerio

La leyenda urbana de TR, ¿Quién es el Calavera?

Mascherata a Venezia

La cadena

Mujer sola

Electo ateneo

La Dama de los Siguanes

Libertina libertad

Máscaras

El engaño del Cadejo

Los veintiún gramos del alma

Examen oral

En el espejo

El Greenpalace

Una leyenda urbana

Sorpresa, sorpresa

Gotitas milagrosas

Información del XV ejercicio

XV Ejercicio de autores - Leyendas urbanas

Propuestas e ideas para el XV ejercicio de autores

Cambio de carpas

Con mi pa en la playa

Con sabor a mar

La luna, único testigo

Duna

Selene

Acheron

Una noche en la playa

¿Dónde está Fred?

Fin de semana en la playa

La noche del sacrificio

Nuestra playa

Aquella noche en la playa

La indígena

Sacrificio a la luna

El Círculo de Therion

Hijo de puta

Como olas de pasión

Hija de la luna

XIV ejercicio de autores – ampliación de plazo

La noche de los cuernos

Citas Playeras S.A.

XIV Ejercicio de Relatos Una noche en la playa

Yo quería y no quería

Información sobre el XIV Ejercicio de Relatos

La soledad y la mujer

Una oración por Rivas

Inocente ¿de qué?

El te amo menos cotizado de la Internet

Esquizos

Ella

Pesadilla 2

Dios, el puto y la monja

Mi recuerdo

Nada es completo

Pesadilla (1)

Remembranzas

Pimpollo

Un momento (3)

Hodie mihi cras tibi

Hastío

La sonrisa

Tu camino

Duelo de titanes

La madre de Nadia Lerma

XIII ejercicio sobre microrelatos

Mujer Amante - Vieri32

No tengo tiempo para olvidar - Lymaryn

Un ramito de violetas - Lydia

Palabras de amor - Trazada

Bend and break - GatitaKarabo

Tú me acostumbraste - Avizor

Por cincuenta talentos de plata - Estado Virgen

Äalborg [Sywyn]

El peor pirata de la Historia [Caronte]

Mi encuentro con el placer [Apasionada29]

El pirata que robó mi corazón [Lydia]

Trailer [Zesna]

A 1000 pies de altura [Lymarim]

Me aburrí muchísimo [Parisién]

En el océano de la noche [Kosuke]

U-331 [Solharis]

Sansón y Dalila

Kitsune

El sueño de Inocencia

La esencia de Zeus

Ángeles y demonios

Lilith

Hércules y las hijas del rey Tespio

Invitación para el X Ejercicio: Mitología Erótica

Tren nocturno a Bilbao

Aun no te conozco... pero ya te deseo

He encontrado tu foto en Internet

Entre tres y cuatro me hicieron mujer

Memorias de un sanitario

Sex-appeal

Sexo, anillos y marihuana

Talla XXL

Goth

Cayendo al vacío

Afilándome los cuernos

Plumas y cuchillas

IX Ejercicio: 2ª Invitación

IX Ejercicio de relatos eróticos

Pesadillas de robot

Promethea

Mi dulce mascota

Involución

Déjà vu

Eros vence a Tanatos

El instrumento de Data

El corazón de Zobe

Fuga de la torre del placer

Comer, beber, follar y ser feliz

El caminante

Pecado

Maldito destino

Madre

Decisión mortal

Yo te vi morir

Angelo da morte

Azul intenso

Pecado y redención

Mátame

Cuando suena el timbre

El purificador

El último beso

Mi instinto básico

Ella quería tener más

Hospital

Fábula de la viuda negra

Por una buena causa

Seven years

El opositor

¿Tanto te apetece morir?

Voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Satanas Death Show

Días de sangre y de swing

Relatos Históricos: La copa de Dionisios

Invitación para el nuevo Ejercicio sobre CRÍMENES

Relatos Históricos: Al-Andalus

Relatos Históricos: 1968

Relatos Históricos: Qué golfa era Carmela

Relatos Históricos: Franco ha muerto, viva el gay

Relatos Históricos: El beso

Relatos Históricos: El soldado

Relatos Históricos: Campos de Cádiz

Relatos Históricos: 1929 en Wall Street

Relatos Históricos: El primer vuelo

Relatos Históricos: El primer gaucho

Relatos Históricos: Así asesiné al general Prim

Relatos Históricos: En bandeja de plata

Relatos Históricos: La maja y el motín

Relatos Históricos: El niño del Kremlin

Relatos Históricos: Yo, el Rey

Relatos Históricos: Tenno Iga No Ran

Relatos Históricos: Las prisioneras de Argel

Relatos Históricos: Un truhán en las Indias

Relatos Históricos: Mar, mar, mar

Relatos Históricos: Un famoso frustrado

Relatos Históricos: El caballero don Bellido

Relatos Históricos: Clementina

Relatos Históricos: Cantabria indomable

Relatos Históricos: Nerón tal cual

Relatos Históricos: En manos del enemigo

Relatos Históricos: Alejandro en Persia

Relatos Históricos: El juicio de Friné

Relatos de Terror: Ojos violetas

Relatos de Terror: Silencio

Relatos de Terror: Nuria

Relatos de Terror: El bebé de Rosa María

Relatos de Terror: El nivel verde

Relatos de Terror: La puerta negra

Relatos de Terror: Aquella noche

Relatos de Terror: No juegues a la ouija

Relatos de Terror: Sombras

Relatos de Terror: Rojo y diabólico

Relatos de Terror: Lola no puede descansar en paz

Relatos de Terror: Asesino

Relatos de Terror: Aquel ruido

Relatos de Terror: Fotos en tu desván

Relatos de Terror: Estúpido hombre blanco

Relatos de Terror: Confesión

Relatos de Terror: Despertar

Relatos de Terror: No mires nunca atrás

Relatos de Terror: Viaje sin retorno

Relatos de Terror: La pesadilla

Relatos de Terror: La playa

Por un puñado de euros - por Yuste

Trópico - por Trazada30

Registro de tráfico ilegal - por Esther

Llámame si quieres - por Solharis

Una noche de invierno - por Dani

Clásico revisitado - por Desvestida

Lengua bífida - por Alesandra

Obediencia - por Némesis30

Hotmail - por Espir4l

Recuerdos - por Némesis30

Ese día estaba yo muy ansiosa - por Esther

Una noche de primavera - por Dani

La sopa - por Solharis

Diez minutos - por Sasha

Celos - por Scherezade

25 líneas dulcemente apasionadas - por Alesandra

Hay que compartir - por Espir4l

Trescientas palabras - por Trazada30

Esa sonrisa divertida - por Trazada30

Una noche de otoño - por Dani

La mujer de las pulseras - por Yuste

En el coche - por Locutus

Ciber amante - por Scherezade

Despertar - por Espir4l

Mi obra de arte - por Lydia

Los pequeños detalles - por Némesis30

Por el bien común - por Wasabi

Sola - por Scherezade

La oportunidad llega sola - por Elpintor2

La vida en un segundo - por Iván Sanluís

La ciclista - por Genio

16 añitos - por Locutus

45 segundos a euro - por Alesandra

Necesito una verga - por Esther

No soy tuya - por Donnar

Más que sustantivos - por Wasabi

Maldito alcohol - por Lachlainn

El preso - por Doro

De ocho a ocho y media - por Superjaime

Esperando - por Scherezade

Ladrón de coches - por Sociedad

Taxista nocturno,servicio especial - por ElPintor2

No me importa nada más - por Hera

Una noche de verano - por Dani

Vampirillos - por Desvestida

Siempre hay un hombro amigo - por Yuste

En mi interior - por Nemésis30

Almas - por Egraine

El tren de lavado - por Lydia

Despertar placentero - por Lince

Piel de manzana - por Sasha

Me fascina - por Erotika

La sorpresa - por Solharis

Hace muchos años - por Trazada30

El dragón - por Lobo Nocturno

La fila - por Locutus

La cita - por Alesandra

Tardes eternas - por Ornella

La realidad supera la imaginación - por Genio

Instinto primario - por Espir4l

Gönbölyuseg

38. La verdad en el fuego

Carta a un desconocido

Enfrentarse al pasado

Alejandría

Un relato inquietante

El apagón

El pasillo oscuro

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

Ejercicio 2 Las apariencias engañan - Va la novia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga