miprimita.com

Un divertido juego

en Fantasías Eróticas

 

No estamos preparados para los sucesos provocados por fuerzas que escapan a nuestra comprensión mundana. No pretendo crear un dogma con esta afirmación pero pienso que mi experiencia es fácilmente extrapolable y cualquier persona que hubiese vivido los mismos hechos que he sufrido yo no saldría mejor parada.

Para conocer los detalles de mi experiencia debemos retraernos a una noche de abril, en la cual estaba de visita en casa de unos familiares cuya sola existencia me atormentará por siempre jamás. Me acompañaban mi, por entonces, pareja Sandra y nuestra perra Kara, una labradora.

Tanto Sandra como Kara eran muy guapas y en verdad era muy afortunado de tenerlas a mi lado. Sandra es inspectora de Hacienda y, aunque buena parte de su personalidad giraba alrededor de su alta susceptibilidad hacia todo aquello que desconocía, en el fondo era una buena persona. Dulce y solícita, afable y bondadosa. Kara, por su parte, era una perra de siete años, de pelaje del color de la vainilla. Sus profundos ojos oscuros parecían esconder una inteligencia impropia de su especie y parecía entender con sorprendente eficacia cómo debía comportarse en cualquier situación.

Aquella noche llegamos a casa de mi tía María Antonia. Gastó esta mujer su juventud en procurarse un buen marido de alto nivel económico y, cuando lo consiguió, como si el objetivo de su vida estuviese ya cumplido, se dedicó a hacer realidad sus fantasías. Recorrieron el mundo en yate y vivieron una temporada en una isla del Pacífico.

Mi tía y su marido potentado, Juan, poseían un chalé en una urbanización cercana a la ciudad. Cada chalé estaba rodeado por no menos de dos hectáreas de pinar y senderos de forma que el monte donde estaba asentada la urbanización era territorio privado.

Debido a que Kara era la única representante canina entre los presentes y, como la parcela estaba vallada, quedó suelta mientras mis tíos, Sandra y yo disfrutábamos de una suculenta cena.

—Hemos preparado para después un divertido juego que seguro os encantará, queridos. Proviene de la isla donde vivíamos —comentó mi tía mientras degustábamos el postre, un pudding de plátanos y ciruelas. La mujer miró a su marido y ambos entornaron una sonrisa cómplice.

Recuerdo que, al rato, Sandra me apartó de la mesa y salimos al porche con la escusa de una llamada telefónica y me susurró sus preocupaciones ante lo que parecía una larga noche en vela.

—Pedro, tenemos que irnos pronto. Mañana tengo que madrugar. Y no me gustan nada las sorpresas. Es más, ¿te has fijado como me ha mirado Juan durante toda la cena?

Negué con la cabeza y desvié mi mirada de la suya mientras fumaba un cigarrillo, disfrutando del aroma del monte mismo frente a mis ojos. Trazas de resina y el olor de las agujas de los pinos inundaban mi olfato.

—Es como un animal. Me mira fijamente durante varios segundos a los ojos para luego fijar su vista sobre mi pecho, sin pudor. Me siento incómoda. Incluso me ha parecido oír como me olisqueaba cuando ayudé en la cocina a tu tía a bajar varias sartenes de un armario en lo alto. Es… no sé, inusual. Como poco, es maleducado.

—Tienen que ser imaginaciones tuyas, Sandra. Juan es un hombre muy rico. ¿Te has fijado en cuántos coches guarda en ese garaje que tienen ahí? Ninguno tiene menos de cincuenta años y parecen recién fabricados. Ese hombre respira dinero desde que se levanta, mujer. No creo que un hombre tan rico se dedique a olisquear los sobacos a una mujer. Estás algo paranoica.

—Ríete si quieres, Pedro, pero solo recordarlo me hace tiritar de miedo.

Quiso agregar algo más pero calló. Dejó en el aire un temor ciertamente palpable.

Me giré y contemplé a una Sandra asustada. Se había abrazado sus costados y alzado sus hombros. Parecía proporcionarse un apoyo que, y eso era evidente, yo no le estaba ofreciendo.

La besé en la frente y la miré a los ojos mientras acariciaba sus preciosas mejillas.

—De acuerdo, cariño. Nos vamos.

Apagué el cigarrillo y pellizqué una de sus nalgas bajo la falda.

—Pero me debes una, lo sabes.

Sandra comprendió rápido y sonrió moviendo la cabeza.

—Ni lo sueñes.

Me rasqué la barbilla y miré la puerta entornada de la entrada del chalé para luego girarme hacia la extensión de monte alrededor de la casa.

—No la veo. Busca a Kara en lo que entro y me invento una excusa.

Sandra se alejó. Varias farolas dispersas iluminaban a intervalos la parcela y la figura de mi novia desaparecía en la noche por las zonas oscuras para reaparecer cada vez más alejada cuando entraba en otro halo de luz. Me pareció curioso el que dejase de oír su voz llamando a la perra al poco de alejarse de mí.

Entré en la casa. Las luces del pasillo se habían tornado débiles y amarillentas. Las tulipas atornilladas a la pared parecían irradiar una luz titilante, como si estuviesen a punto de fundirse las bombillas. Un crepúsculo parecía haberse instalado en el pasillo, creando un ambiente extraño, íntimo.

En el comedor, mi tía y su marido continuaban sentados junto a la mesa. Sin embargo, habían recogido platos y cubiertos y, en su lugar, habían colocado un tapete en el centro. El tapete, de fieltro carmesí, tenía el contorno de una estrella de varias puntas en cuyos extremos asomaban flecos dorados. Sobre él habían dibujado símbolos y filigranas de color blanco de intrincadas formas.

—¿Y esto? —pregunté confundido.

—Un pequeño divertimento. Para pasar el rato —sonrió mi tía—. ¿Y Sandra?

—Está afuera, buscando a la perra. Perdonar la descortesía pero debemos marcharnos. Estamos muy cansados y yo tengo que…

María Antonia y Juan desdibujaron la sonrisa amigable de sus rostros y sus manos, que hasta ahora estaban recogidas en sus regazos, bajo la mesa, fueron colocadas encima de la mesa, con la palma hacia arriba.

Estaban sucias. Varias manchas oscuras recorrían sus dedos y las palmas, como si las hubiesen restregado por la tierra.

—Siéntate, por favor, querido sobrino. Espérales aquí.

No quise decir nada de sus manos pero sentí aprensión y fui reticente a sentarme. Accedí al ver que sus rostros seguían serios.

Al separar la silla de la mesa, la noté más pesada que antes y abrí los ojos confundido al fijarme que las habían cambiado. Poseían un respaldo de madera maciza tallada y apoya brazos forrados de cuero. Más que sillas, parecían tronos.

El tapete, sus manos sucias, las sillas cambiadas. Eran demasiadas preguntas para poder ignorarlas.

—Pero, ¿qué es todo esto?

Mi tía esbozó una mueca y sorbió algo de vino de una copa de metal situada a su lado.

Espera… ¿desde cuándo estaba esa copa en la mesa? ¿Y la botella situada al lado?

Pegué un respingo sobre la silla al ver una copa similar a mi derecha.

—¿Eres creyente, Pedro? —preguntó el marido de mi tía.

Tragué saliva. Sentí la garganta seca, rasposa. A mi lengua le costaba moverse por mi paladar.

Mi copa estaba llena. Tomé un sorbo sin saber qué contenía y un licor con sabor a frutas del bosque calmó mi sed.

—Supongo que algo debe haber ahí fuera, ¿no? —respondí lo más diplomáticamente que pude.

—¿Y por qué no dentro? —rió Juan extendiendo una mano sobre el tapete. Restregó la palma sobre las líneas y dibujos blancos.

Parpadeé confundido. ¿En verdad estaban moviéndose las líneas del tapete?

Lo primero que pensé es que la bebida era mucho más fuerte de lo que había pensado. Sandra tendría que conducir de vuelta a casa porque yo no estaba en condiciones.

—Mírame, Pedro —susurró el marido de mi tía. Le hice caso. Sus ojos se habían vuelto opacos, ausentes de cualquier color, de brillo, de vida— ¿Cuántas veces has deseado que Sandra te proporcionase cualquier placer carnal? Los más extremos, los más perversos, los más animales.

Tragué saliva. Aún sentía una sed acuciante. Bebí el licor que quedaba de un trago.

—Muchas —admití sin saber porqué le respondí con sinceridad.

—¿Qué darías por hacer realidad esos deseos?

Negué con la cabeza, incapaz de despegar la mirada de aquellos ojos muertos que parecían taladrarme hasta la nuca.

—Pon tus manos sobre la mesa.

Coloqué las manos como me pedía sin dudarlo. Bajo ellas, noté como algo reptaba, se movía, se deslizaba. Haces de líneas blancas vibraban y recorrían el tapete hacia mis manos, como gusanos largos, finos, rápidos y ondulantes. Todos confluían hacia mis dedos.

Un grito resonó lejano.

Era Sandra. Sandra gritaba fuera. Gritaba mi nombre.

Intenté levantarme, pero me fue imposible. Parecía anclado a la silla. Tampoco pude mover los hombros. Ni el cuello. Ni las piernas. Luché contra aquello que me sujetaba.

Me fue imposible. Me asusté. Estaba inmóvil. No conseguía despegar las manos del tapete. Los gritos de Sandra se oían cada vez más cercanos, más altos, más desgarradores.

—¡Pedro! ¡Pedro!

Apreté los dientes y gemí aterrorizado. Solo mis ojos eran los únicos dotados de libertad para moverse y mi mirada zigzagueaba entre mi tía, su marido y el tapete.

Descubrí anonadado como las líneas dibujadas ya no confluían hacia mis manos, sino que formaban un dibujo preciso y detallado del rostro de mi novia, de su figura, del pinar. La vi correr entre los árboles, rauda, aterrorizada. Tropezó y cayó al suelo. Rodó por entre la alfombra de agujas de pino. Su cabello quedó desmadejado. Su falda quedó rasgada y sus bragas se mancharon de resina, así como sus muslos y su blusa.

Quería gritar, quería levantarme, quería ayudarla. Pero no podía moverme. Era incapaz de mover un músculo más que los que ayudaban a mis ojos a moverse.

La vi levantarse y agarrarse una rodilla raspada. Siguió corriendo. Las líneas del tapete dibujaban como si fuese una animación su alocada carrera de vuelta hacia el chalé, ayudándose de la luz de las farolas dispersas.

Consiguió llegar al porche y gritó de nuevo. Oí mi nombre a pocos metros.

Sandra irrumpió en el comedor. Giré mis ojos todo lo que pude hacia ella. Llevaba el pelo revuelto. Entre sus mechones varias agujas de pino sobresalían. Llevaba la blusa y la falda sucias, cubiertas de polvo y más agujas. Varios arañazos cubrían sus manos sucias y un feo raspón aún sangrante ensuciaba una rodilla.

—¡Pedro!

Me levanté de repente, libre al fin.

Pero no corrí a abrazarla. Me abalancé sobre ella y la empujé sobre la mesa. Un chillido de terror escapó de sus labios. Con una mano sujeté sus muñecas con fuerza y alcé sus brazos. Con la otra levanté la blusa. Su vientre blanquecino quedó expuesto, varios lunares perlaban su piel. El sujetador se había desplazado liberando parte de un pecho, mordiendo el aro de la prenda la carne mullida. Hundí mi rostro sobre una de sus axilas, aspirando el aroma de un sudor que se revelaba signo de un profundo miedo.

—¡Pedro! —gritó de nuevo.

Su voz me enardeció. Separé sus piernas colocándome entre ellas. Intentó revolverse pero apreté con saña sus muñecas. Chilló lastimada. Apoyé mi cuerpo sobre su vientre para coartar sus movimientos. Levanté su falda rasgada y empuñé su vello púbico por encima de las bragas.

Su grito de dolor me resultó solemne y dulce.

Fue entonces cuando mi tía y su marido me ayudaron, sujetando a mi novia de los brazos. Sandra ahogó un grito al saberse traicionada y lanzó un mordisco sobre el brazo que tenía más cerca, el mío.

El dolor me acuchilló como una hoja afilada penetrando mi piel, desgarrando mi carne. Me solté de un tirón y la propiné un tortazo.

El estupor de su cara duró un segundo al saberse agredida. Pero continuó resistiéndose, usando sus piernas para patearme el vientre. Agarré sus tobillos y abrí sus piernas. Sobre sus bragas, un cerco húmedo fue creciendo a medida que Sandra constataba que no tenía ninguna opción de liberarse y dejaba libre su vejiga.

Arranqué sus bragas de un tirón. Gotas de orina salpicaron la mesa y el tapete. El ramillete de vello púbico alrededor de su sexo brillaba empapado.

Me bajé la bragueta y saqué mi miembro empalmado del interior. Sandra chilló otra vez mi nombre, apelando a mi cordura. Pero su miedo se transformó en horror cuando notó que mi polla no se dirigía hacia el orificio acostumbrado. Cuando notó mi sexo comenzar a hundirse en el interior de su ano, me insultó y me escupió. Su esfínter ardiente y seco dificultó la penetración.

Extendí mis manos y liberé sus pechos del sujetador. Atenacé la carne entre mis dedos y me ayudé para impulsarme más hacia su interior. Sandra aulló dolorida. Bombeé mi pene hasta sentir como algo se rompía a mi paso. La penetración era, pues, complicada, tanto por el acceso elegido como por la falta de lubricación. Sin embargo, era tan placentero que pronto comencé a notar los primeros ramalazos del orgasmo surgiendo de entre mis piernas.

La estrechez del conducto, unido a la sensación de estar profanando algo sagrado, me embargaron de alegría. Reí alegre y aceleré mis movimientos, hundiendo mi carne hasta el fondo, provocando que Sandra chillase con más dolor y rabia.

No solo estaba haciendo realidad uno de mis deseos más profundos sino que, además, sabía que Sandra estaba disfrutando aunque no lo manifestase. Tomaba lo que quería sin pedir permiso, con la certeza de saber que ambos estábamos obteniendo un gran placer.

Noté el orgasmo nacer de mis entrañas y el semen acudió raudo hacia mi polla. Mis empellones se ralentizaron, volviéndose más pesados y profundos. Comencé a inyectar la primera carga en el recto de mi novia.

Fue entonces cuando oí ladrar a Kara. No presté atención y me abandoné al dulce desconsuelo que nacía de mis testículos. La perra saltó detrás de mí y se abalanzó sobre mi espalda. Sentí sus garras afianzarse sobre mi espalda y sus dientes clavándose en el hombro y el cuello.

Caímos ambos al suelo, volcando la mesa y varias sillas. Alcé mis manos, protegiéndome la cara. Sus dientes se hundieron sobre mi brazo. Rodamos por el suelo. La sangre salpicó mis ojos mientras sus fauces intentaban alcanzar mi cara y mi garganta. Extendí mi mano, a punto de sucumbir, y mis dedos acertaron a encontrar algo en el suelo. Lo empuñé y golpeé a mi perra con toda la fuerza que me restaba.

Un gemido lastimoso resonó en la estancia, seguido de un lloriquear. Al fin libre, con mi brazo entumecido, aquel que usé para proteger mi cara, me incorporé tras respirar aliviado y noté como si me liberase de un pesado manto.

Entonces cuando me di cuenta del horrendo espectáculo que me rodeaba.

Kara yacía a mi lado, tumbada. Varias esquirlas de vidrio de la botella aún continuaba incrustadas por su cuello. De las heridas surgían regueros de sangre que empapaban el pelaje, regueros impulsados por un corazón que pronto se detendría. Mi perra me miraba asustada, moviendo el rabo y sus patas, con su boca entreabierta, buscando consuelo. Un poco más lejos, entre las sillas volcadas, Sandra parecía dormida, casi desnuda, con los miembros encogidos y abrazándose las piernas. Pero no estaba dormida. A través de sus mechones revueltos, tenía su mirada fija en la mía, mirándome a través de los muebles destrozados.

No había rastro de mi tía ni de su marido.

La cabeza comenzó a darme vueltas y sentí como mi visión se enturbiaba. Alcancé a distinguir a Sandra levantarse con dificultad, llevándose una mano hacia su trasero mientras caminaba hacia mí.

—¿Satisfecho? —me pareció escucharla.

Me propinó una patada en la cara que hizo surgir una oscuridad automática.

La policía llegó poco después de que Sandra los llamase. Mi novia me permitió vestirme pero fue la única concesión que me dio. Estaba maniatado. Relató mi agresión sexual ante los agentes y la afortunada intervención de mi perra, la cual ya había muerto.

En comisaría, mientras prestaba declaración ante los agentes y el juez de instrucción, relaté mi versión de los hechos. Sandra, que estaba presente tras volver ambos del hospital, desmintió mi historia.

Jamás había oído hablar de mi tía ni de su marido.

Grité impotente. Era mi palabra contra la suya. Pregunté entonces que hacíamos en un chalé que no era nuestro en una urbanización alejada de la ciudad.

Sandra sacó su DNI y un policía cotejó el mío.

Era nuestra casa.

—¡Imposible! —chillé sin poder creer lo que ocurría. Luego recordé el motivo probable de mi locura— ¡Fue el vino que me dieron mi tía y su marido!

—¿Quiénes dices? ¿Son éstos?

Sandra mostró una fotografía en su teléfono móvil. Sí, eran ellos. Afirmé con la cabeza. Reí aliviado.

—Somos nosotros mismos, Pedro.

Miré a los presentes, con una sonrisa triunfante, aliviado al demostrar que ella no estaba en sus cabales.

Pero solo yo sonreía. Hasta que un agente me trajo un espejo.

Cerré los ojos tras reconocer mi imagen. Cuando los abrí me miré las palmas de las manos, tintineando las esposas.

Me las encontré sucias.

--o--

Querido lector, acabas de leer el decimocuarto relato del XXIII Ejercicio de Autores, nos gustaría que dedicaras un rato a valorar y comentar, tus críticas servirán al autor para mejoras y así ganamos todos, gracias.

Mas de EJERCICIO

La asombrosa historia de la Thermo mix

La verdadera historia del Inquisidor Ortuño

Vengándome de Sara

He visto el futuro

La tormenta

El Monasterio del Tiempo

La cuenta atrás

Bucle

Ejercicio XIXX: Cambio de fecha.

Ejercicio XXIX: Viajes en el tiempo

Ejercicio XXIX

Redención

Los pecados capitales de una madre

Manos

El poder de Natacha

El toro por los cuernos

El hombre que me excita

Valentina

Pulsión maternal

XXVIII Ejercicio: Los siete pecados capitales

La hormiga

Masturbación fugaz

Las musas (¡y su puta madre!)

Asmodeo

Querido Carlos...

En la oscuridad

La maldición

El desquite de Érica

Eva Marina

La viuda

Noche de copas

La despedida

La llamada

Cine de madrugada

La pareja de moda

Testigo 85-C

Diez minutos

Las tetas de Tatiana

Por el cuello o por los cojones

Fisioterapeuta

Guapo, rico y tengo un pollón

Inmóvil

¡Siéntate bien!

La obsesión de Diana

El Cuerpo

Descenso

Mía (Ejercicio)

Serrvirr de ejemplo

La espera

Despatarrada

Primera infidelidad

Caricias

Mi amante, Pascual

Sexogenaria

La heteroxesual confundida.

La ira viste de cuero

Homenaje

Indefensa

Reencuentro

XXVII Ejercicio: relación de relatos

XXVII Ejercicio de Autores: microrrelatos

El principio del fin

Como Cristiano Ronaldo

Supercalientes

Paso del noroeste

Pérdida personal

Naufraghost

Marinos y caballeros

La manzana, fruta de pasiones y venganzas

El naufragio del Te Erre

En un mundo salvaje

La última travesía del “Tsimtsum

Sentinelî

Me llamaban Viernes.

Naufragio del Trintia: Selena y Philip

La isla

El huracán Francine

Fin

La sirena del Báltico

Nunca Jamás

El Último Vuelo del Electra

Relatos XXVI Ejercicio

Naufragios: Namori se está ahogando

Naufragios: amantes en potencia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga

Homenaje a todos

XXVI Ejercicio de Autores

Final del Ejercicio XXV

Sus ojos

Vecinos de dúplex en la costa

Pauline o la lascivia del poder

¡No hay huevos!

La hermana mayor que todos compartimos

Ana y la pausa de los anuncios

Moonlight

Guerrera en celo

Aburridas

El canalla

Y todo por una apuesta

Un gol por la escuadra

Dos primos muy primos

Mi hija apuesta por nuestro futuro

La puerta oscura del transexual

Relación de relatos del Ejercicio XXV

Ejercicio XXV

Final del ejercicio XXIV

El fin del racionamiento

Amores eternos

La clínica

Halley

La mujer más guapa del mundo

Cuatro años y un día

El hombre de mi vida

Algo muy especial.

Marcha atrás

El friki

El payaso y la preñada

Justicia o venganza

Noche de cuernos

Velocidad de escape

Mi adorable desconocida

Accidente a plena luz

Relación del relatos del XXIV Ejercicio de Autores

XXIV Ejercicio de Autores

Votación temas XXIV Ejercicio de Autores

Convocatoria ejercicio XXIV

Final del XXIII Ejercicio

El holandés errante

El Pirata

El torero

En el cielo

Campanilla y el sexo

Ser Paco Payne

Príncipe azul

Silvia salió del armario

Cambio

Mátame suavemente

Tres palabras

El semen del padre

Salvajes

Día de la marmota

Los tres Eduardos

Sheena es una punker

El legendario guerrillero de Simauria

El converso y la mujer adúltera

Órdago a todo

La bicicleta

Janies got a gun

Difurciada

Relación de relatos del XXIII Ejercicio

XXIII Ejercicio de autores de Todorelatos

Votación de las propuestas para el XXIII Ejercicio

Convocatoria del XXIII Ejercicio de Autores

La historia del monaguillo o el final del XXII

La reducción

Es palabra de Dios

Tren de medianoche

Hermana mayor

Una historia inmoral

Venceremos... venceremos... algún día

El vicario

Cielo e infierno

Reencuentros en la tercera fase

La Señora Eulalia

La pregunta

Juguetes rotos

Génesis 1,27

La entrevista

La mafia de los mantos blancos

Las cosas no son tan simples

XXII Ejercicio: lista de relatos

XXII Ejercicio de Autores de TodoRelatos

Votación de las propuestas para el XXII Ejercicio

Convocatoria del XXII Ejercicio de autores

Avance del XXII Ejercicio

Resultado del XXI Ejercicio de Autores

Con su blanca palidez

Adios mundo cruel

Tribal

Mi sueño del Fin del Mundo

El Pianista Virtuoso

A ciegas

La Ceremonia

Blanca del Segundo Origen

Hotel California

El tren del fin del mundo

100 años después

El fin del mundo. La tormenta solar perfecta.

Un último deseo

El convite

Demiurgo

Diario

Relacion relatos XXI Ejercicio

El Gato de Chesire

XXI Ejercicio de Autores

Votaciones para el XXI Ejercicio de Autores

Propuesta de ideas para el XXI Ejercicio Autores

Revisión de las normas

Gracias por participar del XX Ejercicio de Autores

Aprender a contracorriente [gatacolorada]

Vida estropeada [Estela Plateada]

En las crisis ganan los banqueros[ana del alba 20]

El rescate de Benilde [voralamar]

Se alquila habitación [Ginés Linares]

Sin tetas no hay trabajo [doctorbp]

El Préstamo [Lydia]

Liberar tensiones [Bubu]

Parásito [SideShift]

El Sacrificio de mi Mamá [Garganta de Cuero]

Ladrona [Neón]

Maldita Crisis [EROTIKA]

Las ventajas del poder [gatacolorada]

La crisis del coño [ana del alba 20]

¿Por Qué Lloras? [Silvade]

del amor. La máquina [erostres]

Los viajeros temporales [Estela Plateada]

Relato casi erótico [Alba_longa]

Grande y felicísimamente armado [voralamar]

El Fotógrafo [Vieri32]

¿Algo para reír o para llorar? [MilkaMousse]

Nyotaimori [Ginés Linares]

Muñecos Rotos [pokovirgen]

Relación de relatos del XX Ejercicio de Autores

XX Ejercicio de Autores

XX Ejercicio de Autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XX Ejercicio de Autores

Gracias por participar en el XIX ejercicio

Legión de Ángeles

Eva al desnudo

En el fondo de su mente

Las viejas tamaleras

Una canción en 100 años

Del amor, la guerra y otras lindezas

Canción de despedida

Noches de luna llena

Almas

El sobre azul

Nunca subas a la chica de la curva

Aunque tu no lo sepas

El Cid

La puta de mi novia y su despedida

Por toda la casa

El suicidio del Samurai

Causa y efecto

La fiesta de Navidad

Diálogos para un ejercicio

La barbería

Por los beneficios

Cenizas del deseo

M & M… y sí, son unos bombones adictivos

Lazos oscuros y desconocidos

Relación de relatos del XIX ejercicio

XIX Ejercicio de autores

XIX Ejercicio de autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XIX Ejercicio de Autores

Brevísimo balance del XVIII Ejercicio de Autores

Noche mágica

Pínchame, amor (Segunda parte)

Con todos ustedes....¡el increíble bebé barbudo!

Extraños en la noche

Noche de suerte

Por fin pude ver a mi esposa montada en un joven

La chica de la revista

Vida de casado

Una manera de sentir

Trovadores de la noche

Después de la feria según Lucas

Después de la feria según Marcos

La morochita villera

Cómo recuerdo el día en que llegó a mi casa

Amo las mujeres que desagradan a otros

¡Pínchame, amor! (1)

La primera noche de mi nueva vida

La prueba

La mejor noche de un actor porno

Ivette, mi princesa árabe

Paparazzi

Pasión y lujuria en la Barceloneta

El montoncillo y la gata

Relación de relatos del XVIII Ejercicio de Autores

Noticias sobre el XVIII Ejercicio de Autores

XVIII Ejercicio de autores

XVIII Ejercicio: Votación del tema

Propuesta de ideas. XVIII Ejercicio de Autores

Crucigrama. GatitaKarabo.

Flores. Dark Silver.

¡Maldita sea! Izar

Fugados. Dark Silver.

Superbotellón. MariCruz29

El Pelao. GatitaKarabo.

Raquelísima. Moonlight.

Oración. Masulokunoxo

El despertar. GatitaKarabo

Media tarde. Trazada.

La noche es bella. Lydia

Play. Un Típico Sobi.

Apetecible. Paul Sheldon.

Zanahorias de Haití. Masulokunoxo.

Charla de alcoba. Trazada.

XVII. Ejercicio de autores.

XVII Ejercicio. Votación del tema.

Propuesta de ideas. XVII ejercicio de autores

PsicóTRico.

Mi primer día.

Desde el fondo de la pecera

Un chico normal

La increíble historia de Mandy y su locura felina

Carta blanca

Amigo mío, ¿qué hice mal?

La psicología del miedo

El diablo nunca

El salto atrás de Paco.

Contacto humano

Identidad

Una muñeca vestida de azul.

AVISO - XVI Ejercicio - RELATO PSIQUIÁTRICO

XVI. Ejercicio de autores. Relato psiquiátrico

Votación del tema. XVI Ejercicio

Propuesta de ideas. XVI ejercicio de autores

¿Qué es el ejercicio?

La leyenda del demoniaco jinete sodomizador

¿Por qué las ancianas tienen obsesión...?

El visitante

Amantes en apuros

El hotel

El cementerio

La leyenda urbana de TR, ¿Quién es el Calavera?

Mascherata a Venezia

La cadena

Mujer sola

Electo ateneo

La Dama de los Siguanes

Libertina libertad

Máscaras

El engaño del Cadejo

Los veintiún gramos del alma

Examen oral

En el espejo

El Greenpalace

Una leyenda urbana

Sorpresa, sorpresa

Gotitas milagrosas

Información del XV ejercicio

XV Ejercicio de autores - Leyendas urbanas

Propuestas e ideas para el XV ejercicio de autores

Cambio de carpas

Con mi pa en la playa

Con sabor a mar

La luna, único testigo

Duna

Selene

Acheron

Una noche en la playa

¿Dónde está Fred?

Fin de semana en la playa

La noche del sacrificio

Nuestra playa

Aquella noche en la playa

La indígena

Sacrificio a la luna

El Círculo de Therion

Hijo de puta

Como olas de pasión

Hija de la luna

XIV ejercicio de autores – ampliación de plazo

La noche de los cuernos

Citas Playeras S.A.

XIV Ejercicio de Relatos Una noche en la playa

Yo quería y no quería

Información sobre el XIV Ejercicio de Relatos

La soledad y la mujer

Una oración por Rivas

Inocente ¿de qué?

El te amo menos cotizado de la Internet

Esquizos

Dios, el puto y la monja

Pesadilla 2

Ella

Mi recuerdo

Remembranzas

Nada es completo

Pesadilla (1)

Un momento (3)

Hodie mihi cras tibi

Pimpollo

La sonrisa

Hastío

La madre de Nadia Lerma

Duelo de titanes

Tu camino

XIII ejercicio sobre microrelatos

Mujer Amante - Vieri32

No tengo tiempo para olvidar - Lymaryn

Un ramito de violetas - Lydia

Palabras de amor - Trazada

Bend and break - GatitaKarabo

Tú me acostumbraste - Avizor

Por cincuenta talentos de plata - Estado Virgen

Äalborg [Sywyn]

El peor pirata de la Historia [Caronte]

Mi encuentro con el placer [Apasionada29]

El pirata que robó mi corazón [Lydia]

A 1000 pies de altura [Lymarim]

Trailer [Zesna]

Me aburrí muchísimo [Parisién]

U-331 [Solharis]

En el océano de la noche [Kosuke]

Sansón y Dalila

Kitsune

Ángeles y demonios

El sueño de Inocencia

La esencia de Zeus

Lilith

Hércules y las hijas del rey Tespio

Invitación para el X Ejercicio: Mitología Erótica

Aun no te conozco... pero ya te deseo

Tren nocturno a Bilbao

Entre tres y cuatro me hicieron mujer

He encontrado tu foto en Internet

Memorias de un sanitario

Sexo, anillos y marihuana

Sex-appeal

Talla XXL

Goth

Cayendo al vacío

Afilándome los cuernos

Plumas y cuchillas

IX Ejercicio: 2ª Invitación

IX Ejercicio de relatos eróticos

Pesadillas de robot

Mi dulce mascota

Promethea

Déjà vu

Involución

Eros vence a Tanatos

El instrumento de Data

Fuga de la torre del placer

El corazón de Zobe

Comer, beber, follar y ser feliz

Pecado

El caminante

Maldito destino

Decisión mortal

Yo te vi morir

Madre

Angelo da morte

Pecado y redención

Azul intenso

Cuando suena el timbre

Mátame

El último beso

El purificador

Mi instinto básico

Ella quería tener más

Fábula de la viuda negra

Hospital

Seven years

Por una buena causa

El opositor

¿Tanto te apetece morir?

Días de sangre y de swing

Voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Satanas Death Show

Relatos Históricos: La copa de Dionisios

Relatos Históricos: Al-Andalus

Invitación para el nuevo Ejercicio sobre CRÍMENES

Relatos Históricos: 1968

Relatos Históricos: Qué golfa era Carmela

Relatos Históricos: Franco ha muerto, viva el gay

Relatos Históricos: El soldado

Relatos Históricos: Campos de Cádiz

Relatos Históricos: El beso

Relatos Históricos: El primer vuelo

Relatos Históricos: 1929 en Wall Street

Relatos Históricos: Así asesiné al general Prim

Relatos Históricos: En bandeja de plata

Relatos Históricos: El primer gaucho

Relatos Históricos: Yo, el Rey

Relatos Históricos: El niño del Kremlin

Relatos Históricos: La maja y el motín

Relatos Históricos: Un truhán en las Indias

Relatos Históricos: Las prisioneras de Argel

Relatos Históricos: Tenno Iga No Ran

Relatos Históricos: Mar, mar, mar

Relatos Históricos: Un famoso frustrado

Relatos Históricos: Cantabria indomable

Relatos Históricos: Clementina

Relatos Históricos: El caballero don Bellido

Relatos Históricos: En manos del enemigo

Relatos Históricos: Nerón tal cual

Relatos Históricos: Alejandro en Persia

Relatos Históricos: El juicio de Friné

Relatos de Terror: Ojos violetas

Relatos de Terror: Silencio

Relatos de Terror: Nuria

Relatos de Terror: El bebé de Rosa María

Relatos de Terror: El nivel verde

Relatos de Terror: La puerta negra

Relatos de Terror: Aquella noche

Relatos de Terror: No juegues a la ouija

Relatos de Terror: Sombras

Relatos de Terror: Lola no puede descansar en paz

Relatos de Terror: Rojo y diabólico

Relatos de Terror: Asesino

Relatos de Terror: Aquel ruido

Relatos de Terror: Estúpido hombre blanco

Relatos de Terror: Fotos en tu desván

Relatos de Terror: Despertar

Relatos de Terror: Confesión

Relatos de Terror: No mires nunca atrás

Relatos de Terror: Viaje sin retorno

Relatos de Terror: La pesadilla

Relatos de Terror: La playa

Lengua bífida - por Alesandra

Trescientas palabras - por Trazada30

Hay que compartir - por Espir4l

25 líneas dulcemente apasionadas - por Alesandra

Celos - por Scherezade

Diez minutos - por Sasha

La sopa - por Solharis

Una noche de primavera - por Dani

Ese día estaba yo muy ansiosa - por Esther

Recuerdos - por Némesis30

Hotmail - por Espir4l

Obediencia - por Némesis30

Por un puñado de euros - por Yuste

Trópico - por Trazada30

Registro de tráfico ilegal - por Esther

Llámame si quieres - por Solharis

Una noche de invierno - por Dani

Clásico revisitado - por Desvestida

Esa sonrisa divertida - por Trazada30

Mi obra de arte - por Lydia

La mujer de las pulseras - por Yuste

En el coche - por Locutus

Despertar - por Espir4l

Ciber amante - por Scherezade

Una noche de otoño - por Dani

45 segundos a euro - por Alesandra

16 añitos - por Locutus

La ciclista - por Genio

La vida en un segundo - por Iván Sanluís

Por el bien común - por Wasabi

La oportunidad llega sola - por Elpintor2

Sola - por Scherezade

Los pequeños detalles - por Némesis30

Ladrón de coches - por Sociedad

Taxista nocturno,servicio especial - por ElPintor2

Necesito una verga - por Esther

No soy tuya - por Donnar

Más que sustantivos - por Wasabi

De ocho a ocho y media - por Superjaime

Esperando - por Scherezade

Maldito alcohol - por Lachlainn

El preso - por Doro

No me importa nada más - por Hera

Una noche de verano - por Dani

Vampirillos - por Desvestida

Siempre hay un hombro amigo - por Yuste

En mi interior - por Nemésis30

Almas - por Egraine

El tren de lavado - por Lydia

Despertar placentero - por Lince

Piel de manzana - por Sasha

Me fascina - por Erotika

Hace muchos años - por Trazada30

El dragón - por Lobo Nocturno

La fila - por Locutus

La cita - por Alesandra

Tardes eternas - por Ornella

La realidad supera la imaginación - por Genio

Instinto primario - por Espir4l

La sorpresa - por Solharis

38. La verdad en el fuego

Gönbölyuseg

Carta a un desconocido

Enfrentarse al pasado

Alejandría

La venganza de Aracne

Un relato inquietante

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

El apagón

El pasillo oscuro

Ejercicio 2 Las apariencias engañan - Va la novia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga