LOS RELATOS FANTÁSTICOS DE LOS AUTORES DE TR. LA BIBLIOTECA
Gönbölyuseg por ElEscribidor
Si los justos quisieran crear un mundo, podrían hacerlo. Combinando las letras de los inefables nombres de Dios. Rava consiguió crear un hombre y lo mandó a Ray Zera. Éste le dirigió la palabra; como el hombre no respondía, el rabino le dijo: "Eres una creación de la magia; vuelve al polvo".
Dos maestros solían, cada viernes, estudiar el Sepher Yezirah y crear un ternero de tres años que luego aprovechaban para la cena.
Sanedrín, 65, b.
I
Se abrieron las puertas del penal y la columna de familiares de presos que se había formado en la calle fue avanzando lentamente hacia el control de entrada.
La última persona de la fila estaba pasando por el arco detector cuando apareció por la puerta la voluminosa figura de un hombre de aspecto albino. Iba vestido como si fuera por su casa, con una raída chaqueta de punto de color verde oliva, un pantalón de chándal de color azul y unas zapatillas de felpa, a cuadros. Los tres guardias y el visitante rezagado no pudieron evitar fijar sus miradas en la rotunda apariencia del recién llegado.
Al ver que el estrafalario visitante no se movía de la entrada, el funcionario que había tras el mostrador le hizo señas para que se acercara y pasara por el arco detector, a la vez que le espetaba:"Vamos, hombre, que no tenemos todo el día".
Obediente, tras unos instantes de incertidumbre, el hombre avanzó pesadamente y con la cabeza gacha hasta el arco de seguridad donde el guardia encargado del acceso le ordenó que depositara todos los objetos que portaba sobre el mostrador. Se tanteó los bolsillos de la chaqueta y de los pantalones hasta dar con un llavero. "¿Eso es todo lo que lleva encima?". Contestó afirmativamente con un lento y casi imperceptible cabeceo y dio dos pasos para situarse frente al funcionario que le pedía su documento de identidad y el nombre del preso al que quería visitar.
Gestern.- Dijo de forma casi inaudible.
¿Gestern? ¿Felder Gestern? Replicó el funcionario, con un tono de voz exageradamente alto como si quisiera llamar la atención de sus dos compañeros.
Sí, vengo a visitar al señor al señor Felder Gestern. Contestó con la misma tímida entonación y cabizbajo, sabiéndose escudriñado por los funcionarios con ese aire de desdén y repulsión al que estaba ya tan acostumbrado.
Firme aquí. Le extendió un impreso, señalando con el dedo el lugar donde debía estampar su firma y se quedó mirando, sin ocultar un mohín de asco en la cara, las carnosas manos del visitante y su color de piel lechosa por las que se transparentaban las azuladas venas.
Después de unos minutos, tras ser guiado por un guardia a través de largos y asépticos pasillos, el tímido visitante se encontró sentado en un rincón de la atestada antesala de espera, aguardando a que le llevasen en presencia del penado señor Gestern.
II
De Samuel Malach, ya de niño, solían decir que era especial; algo que no deja de ser un eufemismo para definir atributos como raro, feo, retrasado, delicado, y Samuel era todas esas cosas y además, obeso. Sus padres renunciaron pronto a intentar cultivar su autoestima y a prepararlo para la lucha en la dura y diaria realidad. A los ocho años, cansados de las burlas y humillaciones que su hijo pasaba en cada uno de los colegios en los que lo habían matriculado y conscientes de lo poco que avanzaba en los estudios, optaron por sacarlo definitivamente de la escuela.
Así fue como Samuel se fue convirtiendo en una persona introvertida, asustadiza, incapaz de relacionarse con los demás. Desde aquel día de noviembre en que salió llorando desconsoladamente de la escuela para no volver más, se había ido recluyendo en sí mismo y refugiándose en los libros.
Primero fueron los cuatro tomos de una enciclopedia de doce que su padre había comprado a plazos y que dejó de pagar. Después fueron los libros de saldo, de los más variopintos géneros, que su madre le traía de la vieja librería de los hermanos Ackermann, que estaba junto al mercado donde ella trabajaba.
Así fue como Samuel se fue cultivando en las más heterogéneas materias y alimentado sin cesar su ingente necesidad de conocimientos. Por otro lado, su nueva afición a los libros y su enclaustramiento, acentuaron su obesidad, fueron descoloriendo su piel y empezaron a apagar su vista, dándole el aspecto albino que ahora lucía.
III
El carcelero acompañó a Gestern frente al desconocido que había detrás de la mampara del locutorio. El recluso miró al funcionario con cara de extrañeza y le preguntó si no se había equivocado de visita. Éste se limitó a indicarle que se sentara y a recordarle que disponía tan sólo de 30 minutos.
Gestern se encogió de hombros, se sentó y espetó al visitante:
¿Quién eres y qué quieres de mí?
Soy Samuel Malach y quiero - Aunque Samuel había ensayado durante muchos días ese momento, las palabras tardaron en salir - quiero pedirte perdón.
¿Perdonarte? ¿Por qué? - Y antes de que Malach contestara, Gestern empezó a cavilar de qué conocía a aquel intruso - ¿Dónde nos hemos visto antes?
En la biblioteca. Respondió Samuel a la vez que levantaba ligeramente la cara para que el otro pudiera verle mejor y, talvez, reconocerlo.
¡Vaya! ¿En la biblioteca? Gestern se ruborizó y perdió el aire de suficiencia que había mantenido hasta entonces, pero logró reponerse al comprobar que delante de sí tenía a un pobre desgraciado. Así que lo desafió. No, no te conozco, me acordaría de un tipo como tú.
Pero a pesar de su voluminosa presencia, Samuel Malach no era una persona fácil de ver. Evitaba cualquier contacto visual con la gente. Sólo salía de casa para ir a la biblioteca y, siempre cuando sabía que no había casi nadie. Y, aún así, buscaba el rincón más apartado para leer.
Lo hice yo Yo estaba allí.
¿De qué hablas?
De la explosión Me asusté Estaba allí y me asusté. Repetía Samuel.
¡Un momento! Le pidió Gestern, que intentaba ordenar las palabras de aquel extraño individuo.- No había nadie dentro. Yo no hice daño a nadie.
No tú no No Fui yo Cuando oí que entraban pensé pensé que me habían descubierto.
¿Me estás diciendo que fuiste tú quien voló la biblioteca por los aires?
Sí. Admitió él.
Pero ¿me tomas el pelo o qué?
No.
¡Guardia! Lléveme de vuelta a la celda, mi amigo dijo enfatizando la palabra amigo ya se va.
Espera por favor.
Gestern se giró y quedó mirando la expresión de la cara del enigmático personaje mientras éste parecía estar vocalizando una palabra, letra a letra, sin proferir ningún sonido. No parecían difíciles de adivinar aquellos fonemas que formaban los labios gruesos y amoratados de Samuel, pero la palabra resultante carecía de sentido.
¿Go bo lu sek? ¿Qué demonios significa?
Es la palabra - Felder puso una expresión de extrañeza en el semblante, evidenciado que no sabía de qué iba todo aquello y Samuel continuó La palabra que invoqué.
¿De qué narices me estás hablando? Lo miró de arriba a bajo y soltó una sonora risotada.
No deberías reírte. Le dijo de forma grave No es asunto de broma.
Vale. Supongamos que te creo. Así que dijiste las palabras mágicas: ¡sim salabim! o ¡abracadabra! Y ¡boom! la biblioteca saltó por los aires.
Fue un accidente.
Malach, visiblemente cansado, tomó aire como si fuera a prevenir un ataque de asma, antes de continuar con su relato.
Ahora la gente utiliza muchas palabras para decir muy poco.
En eso, te tengo que dar toda la razón. Respondió Gestern - Sigue.
Las palabras sirven para crear y destruir. El guardia se aproximó a Gestern para recordarle que el tiempo de visita se acababa, golpeando con el dedo, frente a su cara, la esfera del reloj de pulsera.- Goonboolyuseg es una esfera de energía
Oye mira, no recibo más visitas que las de mi abogado y te doy las gracias por venir, pero aún así no quiero perder el tiempo con un chiflado.
¿Por qué dijiste que fuiste tú , si tú no lo hiciste?
Bueno. Gestern se puso cínico para contestar a Samuel.- Estaba tumbado a la entrada de la biblioteca, junto a una palanca con mis huellas, con la ropa chamuscada y con un mechero en el bolsillo: ¿Tú qué crees? ¿Crees que era posible defender mi inocencia?
Pero tú no lo hiciste Lo hice yo.
IV
Felder Gestern, había sido profesor en una escuela de primaria en Newport, Rhode Island, hasta que tuvo que marchar de aquella ciudad antes de que los padres de algunos de sus alumnos llegaran a corroborar las crecientes sospechas de abusos.
Sin rumbo fijo por el país, Gestern, acabó recalando en una pequeña localidad rural de Nuevo México, en el condado de Otero, donde no le fue difícil ocultar su pasado y emplearse de nuevo como profesor suplente en un colegio católico.
Con la excusa de ayudar a uno de sus alumnos de sexto curso, Jorge Ramírez, de 12 años, para preparar las pruebas de admisión a la High School, Gestern empezó a mantener encuentros secretos con el chico en la biblioteca municipal.
Después de semanas de asedio, sin lograr su objetivo de mantener una relación, cuanto menos amorosa con el muchacho, Felder Gestern perdió la sangre fría que le caracterizaba y una tarde, cuando ya no quedaba nadie en la sala de lectura de la biblioteca, pasó de las veladas caricias en el pelo o en la pierna del muchacho y se aventuró a llevar sus manos un poco más allá, hacia la entrepierna del chico, de una forma tan inequívoca que el menor no dudó en rechazarle de forma enérgica, gritándole en español "maricón" y amenazando a Gestern con decírselo a sus padres.
El chico salió tan deprisa de la biblioteca que la vieja bibliotecaria no se dio ni cuenta de quién había proferido tales gritos.
Gestern, absolutamente desencajado, acertó a pedir disculpas improvisando la excusa de que se le había caído un libro en el pie y había soltado una maldición. La bibliotecaria se limitó a recordarle que allí no se podía elevar la voz y también que se disponía a cerrar.
Felder Gestern salió de la biblioteca como un alma en pena. Otra vez se veía vagando por el país en busca de un nuevo lugar donde instalarse, donde no lo conocieran, donde no supieran sus inclinaciones. No podía evitar que su mente reprodujera una y otra vez el reciente episodio con el chico, y cómo se le transformó la cara de efebo en una vulgar máscara de adulto cuando le gritaba en su lengua.
¿Sería capaz de decirles a sus padres que llevaban casi un mes frecuentando la biblioteca? El miedo se apoderaba de Gestern, no podía pensar en otra cosa. Ya había perdido el último autobús y aún rondaba por las inmediaciones de la biblioteca, cuando se le cruzó por la cabeza la idea de destruir las fichas de lectura de Jorge y suya, para que no quedara rastro de las secretas citas.
Decidido, encontró una barra de hierro en un edificio en construcción y se dirigió a la biblioteca con la ofuscada idea de forzar la entrada. Y estaba intentando desesperadamente hacer palanca a la puerta cuando una fuerte explosión lo despidió varios metros, dejándole inconsciente. Ya no recordaba nada más hasta que un fuerte dolor en el costado le despertó y vio cómo un policía le pateaba antes de detenerlo.
Lo acusaron de saboteador. La guerra aún no había acabado y sus apellidos de origen alemán le delataban como enemigo del pueblo americano. Gestern no osó defenderse.
V
¡Por favor! Vete a casa, con tu mujer, con tus padres, con quien quiera que vivas.
Tú no lo hiciste - Insistía Samuel - Yo debería estar aquí y no tú.
Gestern Felder miró la gruesa figura que tenía delante de él con condescendencia.
Tu apellido es de origen alemán ¿lo sabías? Preguntó Samuel.
¡Y tanto que lo sé! Por eso estoy aquí y no en alguna maldita isla del Pacífico, luchando en la maldita guerra.- Y añadió, por si Malach no lo había entendido- Mis abuelos eran alemanes y, ya sabes, somos sospechosos de colaborar con los nazis.
El funcionario anunció voz en grito que había acabado la hora de la visita y tomó de un brazo a Felder para llevarlo a su celda. Mientras salía del locutorio echó una última mirada al extraño hombre que le había venido a visitar. Y volvió a verlo deletrear aquellas palabras: goonboolyuseg.
Se fue a la celda dándole vueltas en la cabeza a esta palabra, y así se pasó toda la noche, en vela, rumiándola. Goon bool yu seg. Go on bo ol No sabía por qué, pero sentía que el odio que le provocaba reproducir la secuencia de aquella humillante tarde en la biblioteca se concentraba en aquella palabra: GOONBOOLLYUSEG.
Cuando a la mañana siguiente sonó el timbre para la hora de formar, a las 05:30 horas de aquel caluroso 16 de julio de 1945, Felder se saludó a sí mismo de la forma habitual: "Otro día más. Buenos días". Pero esta vez añadió: "GOONBOOLYUSEG". Miró a su alrededor, la celda desnuda, los barrotes, y se echó a reír, musitando entre dientes mientras las puertas se abrían: "Esfera de energía ¡Ese chalado!".
NOTA DE AUTOR: A las 05.30 horas del 16 de julio de 1945, a escasos kilómetros de la penitenciaria del condado de Otero, en Alamogordo, tuvo lugar la primera prueba nuclear de la historia.
© ElEscribidor - 2005