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Relatos Históricos: El soldado

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El misterio de un hombre que llegó bajo la lluvia...

Es el 20 de Junio de 1944, el día que cambiará el curso de la guerra pasó hace muy poco, aún cuando tú todavía no lo sabes; esa guerra que el dictador nazi le prometió a Alemania que les llevaría a un reino de mil años; sin embargo desde hace ya casi dos años las cosas van mal para los alemanes; ves con alegría como tu amada Francia se aproxima a la prometida liberación, mientras el enemigo nazi sucumbe día con día a los embates de una fuerza aliada que hasta hace muy poco había parecido tan insignificante.

Desde hace algunos meses, las sombras de los bombarderos aliados obligan a los invasores que llenan Cherburgo a permanecer en la oscuridad, mientras que los fugaces rayos de luz de los cañones antiaéreos poco revelan de los horrores que la llegada del día trae consigo; te preguntas a veces si podrían haberse hecho las cosas de otra manera, mientras caminas entre las calles desiertas para hacer tu trabajo como enfermera en el improvisado hospital de la ciudad.

De vez en cuando, ves pasar los siniestros vehículos negros de las SS, los únicos que hasta el momento parecen no sufrir de carencia alguna, y no puedes evitar sentir repugnancia hacía esos fanáticos que llevaron al mundo a la guerra.

Sin embargo, mientras sientes la caricia del viento en tu cabellera dorada, no puedes evitar sentirte afortunada. A pesar de tus apenas veintiún años has logrado sobrevivir sola en un mundo que cada vez parece más caótico; las dificultades de los últimos tiempos no lograron hacer mella en tu carácter fuerte y orgulloso, y la disminución de los suministros apenas logró hacerte perder un par de kilos, con el afortunado resultado de acentuar aún mas tu ya de por sí bella figura, lo que a pesar de provocarte no pocos problemas con los abusivos soldados invasores, te hace sentirte orgullosa.

Al llegar al trabajo olvidaste tus meditaciones y te enfrascaste en la labor de cuidar a los enfermos y heridos, regalando de vez en cuando alguna sonrisa a algún afortunado al cual veías particularmente desalentado, siempre esperando en tu interior ese milagro que liberaría a tu gente del infame yugo nazi, un milagro que ahora parece factible de hacerse realidad, pues mientras te afanas en tus labores escuchas a un delirante soldado nazi hablar sobre una invasión; te preguntas en silencio si esa será la explicación de la tremenda actividad que se ha observado en la cuidad y la inquietud que parece dominar a los alemanes, así como el lejano ruido de explosiones que desde el 6 de Junio se escucha en la lejanía.

Al llegar a casa esa noche, ya has olvidado las tristes meditaciones que dominaron tus pensamientos por la mañana y mientras escuchas la monótona sinfonía de los cañones antiaéreos enciendes una pequeña vela para que alumbre mientras tomas tu frugal cena; a mitad de la misma escuchas en la lejanía el conocido sonido de un tiroteo, día a día se escuchan con más frecuencia y se acercan poco a poco, pero estás tan acostumbrada a ese sonido que prefieres ignorarlo y continuar cenando.

Mientras comes, piensas si será conveniente aceptar el ofrecimiento de Marie de mudarte con ella a su departamento en el centro de Cherburgo, pero finalmente el recuerdo de que esa vieja casa en las afueras es la única herencia que dejaron tus padres y el hecho de que se encuentra bastante retirada de las zonas donde los alemanes tienen sus cuarteles, pesa más en ti que ese anhelo de compañía.

Casi subconscientemente te das cuenta que ha empezado a llover y que aún cuando el tiroteo ha disminuido en intensidad, ahora se escucha más cerca; prudentemente decides apagar la vela y refugiarte en el sótano de la casa para evitar alguna bala perdida, fugazmente pasa por tu cabeza la idea de que desearías que todo acabara de una buena vez, de una manera u otra.

Mientras te diriges al sótano, la luz de una explosión ilumina el exterior de la casa por unos instantes, volteas hacia la ventana a tiempo para ver caer a unos 150 metros de la casa a un avión enorme envuelto en llamas y estallar en una bola de fuego; mientras miras hipnotizada las llamas pasa por tu mente que nadie pudo haber sobrevivido a eso, sin embargo tras un instante eres conciente de que entre los restos acaba de salir una figura tambaleándose y se dirige hacia tu casa.

Miras horrorizada como a pesar de tropezar una y otra vez el desconocido vuelve a levantarse y continúa su vacilante marcha hacia tu refugio; sin embargo, el dolor de sus heridas puede más que su férrea voluntad y finalmente se derrumba a un par de metros de la puerta. En ese momento tu pánico cede y es sustituido por esa curiosa compasión que tantos problemas te ha causado en el pasado y que desembocó en tu actual trabajo como enfermera; finalmente, mientras murmuras para ti misma esa frase que tantas veces oyeras en labios de tu madre "Colette Lacroix, estás loca", sales de la casa y con gran esfuerzo arrastras el inerte cuerpo del soldado hasta la sala.

Es hasta ese momento en que puedes observarle con atención, su uniforme está tan quemado que resulta imposible saber a cuál de los bandos pertenece, pero gracias a la lluvia sus quemaduras no son tan graves como podría esperarse; la poca iluminación que te proporciona la vela que encendiste nuevamente no permite distinguir claramente sus facciones, pero sabes gracias al rápido examen que has hecho de su cuerpo que mide aproximadamente un metro con ochenta centímetros y pesará unos 75 kilos, y que aparte de una fea herida en la cabeza y un brazo roto sus heridas son de poca importancia.

Después de un instante de duda, desechas los harapos que antes fueron un uniforme y cubres al herido con una manta después de limpiar lo mejor posible sus heridas; ingenias lo mejor posible un cabestrillo para su brazo roto y entonces dedicas tu atención a la fea herida de su cabeza. Después de lavarla cuidadosamente la palpas con suavidad y desechas la posibilidad de una fractura de cráneo, sin embargo por su tamaño y posición sabes que puede existir daño cerebral y que poco es lo que puedes hacer, excepto esperar al amanecer para convencer al doctor Dubois de que acuda a tu casa. Te acuestas en el sofá al lado del desconocido y, lentamente, el sueño te domina.

Cuando abres los ojos, lo primero que escuchas es el suave gemido que sale del bulto informe que está junto al sofá; por un momento no sabes qué es y porqué se encuentra ahí, pero poco a poco los recuerdos vuelven a tu mente y saltas del sofá para ver cómo se encuentra tu misterioso invitado.

Al levantar la manta te encuentras con una sorpresa, a pesar de las laceraciones y quemaduras sobre su cuerpo, el soldado parece haber sido esculpido de un solo bloque de granito, cada uno de sus convulsos movimientos hace que se dibujen bajo su piel unos músculos que se adivinan poderosos, su rostro de mandíbula fuerte y facciones viriles a pesar de contraerse en una mueca de dolor es tan atractivo que por momentos no puedes apartar la mirada de él, y al dejar vagar tu mirada sobre su cuerpo, observas sus atributos viriles y vuelves a sentir esa humedad que había abandonado tu cuerpo desde aquella ocasión en el verano del 40, cuando ese abusivo y babeante cerdo de las SS te robó la virginidad.

Después de algunos instantes, sales de tu trance y corres a buscar al doctor. Tras una desesperada carrera y una entrecortada plática, logras convencer al viejo amigo de tu padre de examinar al soldado; los minutos que el anciano tarda en reunir sus instrumentos para encaminarse a tu casa te parecen eternos y casi lo llevas a rastras todo el camino.

Mientras ayudas al doctor a reducir la fractura y realizar las curaciones necesarias en la cabeza y el resto del cuerpo del herido, sientes un estremecimiento desconocido, un sentimiento de angustia por la salud del soldado que contrasta en gran medida con el poco tiempo que ha pasado desde que llegó a tu vida; el alivio que sientes cuando por fin los analgésicos hacen su efecto y su tenso rostro se relaja, mientras se sume en un sueño superficial provocado por el agotamiento, es tan notorio que el anciano doctor sonríe para sí mismo, lo cual hace que tus mejillas se enciendan en rubor, aunque no puedes explicar claramente porqué.

El buen doctor te consigue sin hacer preguntas un permiso para ausentarte del hospital por dos semanas. Nadie hace preguntas, pues en un mundo donde cada día puede ser el último, lo que menos le interesa a las demás personas es que permanezcas en tu casa pretextando una crisis nerviosa; a partir del día en que decidiste arrastrar a ese desconocido a tu casa todo cambió, no solo te has desecho de esa sensación opresiva de soledad sino que todo tu mundo gira alrededor de ese misterioso hombre del cual ni siquiera sabes el nombre.

Al cuarto día del accidente, el soldado por fin despertó pero la vacuidad de su mirada te asustó, esperabas preguntas en algún idioma extranjero, algún gesto que te indicase el origen de tu misterioso compañero, aún un ataque de furia o un llanto histérico de su parte te hubiera dado alguna base sobre la cual tratarlo; sin embargo, tan solo una mirada vacía y un sonido inarticulado que no llegaba a ser una palabra indicaban que la mente del hombre estaba en algún lugar tan lejano que tal vez nunca volvería para poder agradecerte por salvarle la vida.

Esa noche, por primera vez lloraste, por ti, por él y también por Francia, que estaba siendo desgarrada día a día; cada vez los combates se escuchaban mas cerca y las tropas nazis cada vez más desesperadas se volvían salvajemente contra la población de Cherburgo; al sexto día algunos obuses cayeron en el bosque cercano a la casa, sin embargo apenas les prestaste atención, pues ese día el soldado por fin dio sus primeros y tambaleantes pasos, apoyando parte de su peso sobre tus hombros, lo que te hizo estremecer con sentimientos que pensaste olvidados en la vorágine de la guerra.

El día siguiente llegó entre un caos de disparos y explosiones que los obligaron a ocultarse en el sótano; toda la mañana permaneciste ahí, abrazando y consolando al fornido hombretón que se comportaba como un niño pequeño que despierta de una pesadilla; entendiste entonces que el soldado no sufrió daño cerebral, sino que el trauma lo obligó a refugiarse en sí mismo, de modo que olvidó no sólo quién era, sino hasta el cómo hablar.

Al amainar el combate, estuviste dudando durante casi toda la tarde en salir del refugio, sobre todo al escuchar el conocido chirrido de los tanques al pasar cerca de la casa; pero hacia el final de la tarde, cuando por fin lograste que el soldado se quedara dormido, subiste para encontrar que aparte de una variada colección de agujeros de bala, no hubo mayores daños en la casa; al salir al porche, pudiste ver con asombro una bandera con barras y estrellas ondeando sobre el campanario de la iglesia; supiste entonces que los rumores eran ciertos, los aliados invadieron el continente y lograron sacar a los nazis de Cherburgo.

Junto con la alegría de la liberación, llegó la angustia de que los americanos sospecharan que el hombre que vive contigo fuese un alemán y se lo llevaran de tu lado; corriste al sótano y comenzaste a pensar en cómo evitar que le pasara algo a ese misterioso hombre del cual te enamoraste; sí, ni tú misma puedes creer lo que acabas de afirmar, estás enamorada de un hombre del que ni siquiera sabes su origen o si querrá estar contigo una vez que recupere su memoria.

En ese momento lo decides, vas a crearle una historia al soldado, de manera que los americanos nunca sepan que llegó a tu vida hace unos días. Esa noche recorres silenciosamente las ruinas de algunas de las fincas que resultaron más dañadas con los combates de los últimos días, arriesgándote a que los americanos te disparen.

Finalmente, la desesperada búsqueda da frutos cuando encuentras junto al destrozado cadáver de un hombre sus papeles de identificación, te arrodillas y rezas por su eterno descanso mientras le agradeces por la oportunidad de darle un nombre a tu amado, regresas a casa ocultándote de las patrullas americanas y duermes un intranquilo sueño abrazando los papeles que son la salvación para el soldado.

Al clarear el alba, revisas los papeles que encontraste la noche anterior y lees nombre por el que desde ahora y hasta que logres que se recupere, llamarás a tu amado, "Francis Dupré" indican los documentos, miras con ternura al hombretón que juega con unos cubos de madera en tu sala y un repentino acceso de ternura te invade mientras murmuras su nuevo nombre.

Pasan los días y como es natural, en algún momento los americanos se acercan a la casa buscando por igual colaboracionistas, nazis o diversión, los americanos revisan la casa y les piden sus papeles de identificación, uno de los soldados trata de interrogar a Francis. Sin embargo el silencio de éste lo molesta y levanta su arma en actitud amenazante, por lo que intervienes y haciéndole hincapié en el vendaje que aún lleva Francis en la cabeza le informas que perdió la memoria a causa de un fragmento de bomba que lo golpeó hace unos días, recomendándole que le pregunte al doctor Dubois para que confirme tu historia.

Por fin, los americanos se retiran y sugieren que lleves a Francis a su campamento para que lo vea uno de sus doctores, pero argumentas que está muy bien atendido y que Dubois ha sido su médico durante años, por lo que confías en su opinión profesional.

Conforme pasa el tiempo, ves progresar poco a poco a Francis, por fin ha comenzado a hablar en una media lengua que consideras adorable, su ayuda te ha permitido disfrutar nuevamente de no tener que ocuparte sola de las labores de la casa y tus noches no son tan solitarias porque casi desde la segunda semana Francis duerme junto a ti, aunque aún se comporta como un niño, es confortante sentir su fuerte y viril cuerpo a tu lado; el único contacto que tienes ya con la guerra es un radio de segunda mano con el que Francis y tu oyen las noticias.

El 20 de agosto festejas el primer mes de tu nueva vida, estás orgullosa del desvalido hombre que rescataste de las garras de la muerte, que ahora es tu compañía y consuelo; apenas cinco días después, tienes un nuevo motivo para celebrar, París ha sido recuperada por los Aliados, como todos tus vecinos Francis y tu salen a las calles para festejar que la ciudad ha sido tomada casi sin disparar un tiro y prácticamente sin daños.

Un par de meses después, el invierno se aproxima y descubres con sorpresa que sin necesidad de enseñarle, Francis no sólo ha preparado suficiente leña para que pasen cómodamente el invierno, sin preocuparse de la escasez de carbón por la guerra, sino que se ha ingeniado para reparar casi toda la casa, dejándola preparada para la dura temporada invernal.

Al final de la tercera semana de diciembre, el día antes de Nochebuena, escuchas con alegría que después de librar una terrible batalla en el bosque de las Ardenas, cerca de la frontera con Alemania y Luxemburgo, los alemanes por fin han sido expulsados de territorio francés; desde tu punto de vista, la guerra por fin ha terminado.

La mañana de Navidad una nueva sorpresa te espera, en secreto Francis fabricó una bella y confortable silla de madera que espera junto al fuego, con una tarjeta que dice "Para mi querida Colette de Francis", mientras lees la tarjeta, sientes sus fuertes manos sobre los hombros y giras para abrazarlo, por primera vez desde el accidente, vuelves a sentir ese incendiario deseo que te invadió el día que llegó a tu vida y que de manera inconsciente habías reprimido.

Tomas su rostro y lo atraes hacia el tuyo, besándolo con todo el amor que has acumulado por él en estos meses; sientes que sin dejar de besarte, te levanta en vilo como si fueras una pluma y se dirige al dormitorio que han compartido durante tanto tiempo, depositándote suavemente en la cama; mientras sus hábiles dedos sueltan lentamente los botones de tu vestido, comienzas a desnudarlo, tu deseo es tan intenso que casi arrancas los botones de su camisa, buscas su piel y sientes la sinfonía de los músculos de su poderoso pecho al moverse.

Después de algunos minutos Francis ya te ha desnudado por completo y cada caricia de sus manos produce el efecto de descargas eléctricas, cuando sus labios comienzan a seguir el camino trazado por sus manos, ya te encuentras en un estado próximo al éxtasis, nunca imaginaste que alguien pudiera tocarte de esa manera, casi sin darte cuenta, ya has abierto los pantalones de Francis y sientes en las manos la dureza de su virilidad; lentamente, lo tomas de las caderas y lo guías hacia ti, con inusitada delicadeza comienza a penetrarte, sientes un agudo dolor, que por un segundo te recuerda la violación que sufriste hace años, pero al mismo tiempo el amor que Francis te prodiga con sus caricias hace que desees seguir adelante; por fin, su virilidad llega hasta lo más profundo de tu ser y lo abrazas con fuerza para tratar de eternizar ese momento en que ambos se transforman en un solo ser.

Después de un instante, él comienza a moverse lentamente, el dolor disminuye poco a poco y una sensación maravillosa te invade, tu corazón se acelera y el aire que llega a tus pulmones es insuficiente para calmar esa hoguera que arde en ti, los besos que se dan parecen pocos y tus manos exploran ansiosas su perfecta anatomía, en un momento dado, su cuerpo gira sobre la cama y quedas sobre él, te apoyas en su pecho y comienzas a moverte instintivamente sobre su cuerpo, sabes que el clímax se acerca, de pronto todo tu cuerpo se estremece y una sensación de calidez lo invade desde tu vientre y se extiende en una placentera ola, y hace que pierdas el sentido por un instante, en ese momento Francis te inunda con la esencia de su propio éxtasis, aumentando aún más ese placer que juntos han logrado.

Te deslizas lentamente a su lado y notas que su mirada es distinta, algo en sus ojos parece haberlo llevado tan lejos que no puedes evitar un estremecimiento, mientras tus ojos se inundan de lágrimas le preguntas "¿Ahora te irás?", y él, mientras esa lejanía desaparece de su mirada responde "No me iré, porque no tengo mas nombre que el que tú me diste, ni mas patria que tu amor".

Unos meses después, el mismo día de su boda, los alemanes se rindieron ante las fuerzas aliadas y la guerra en Europa terminó, y aunque a veces te preguntas si Francis te dirá su verdadero origen y nombre, tu felicidad es completa.

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Relatos de Terror: Asesino

Relatos de Terror: Fotos en tu desván

Relatos de Terror: Estúpido hombre blanco

Relatos de Terror: Despertar

Relatos de Terror: Confesión

Relatos de Terror: No mires nunca atrás

Relatos de Terror: Viaje sin retorno

Relatos de Terror: La pesadilla

Relatos de Terror: La playa

Registro de tráfico ilegal - por Esther

Llámame si quieres - por Solharis

Una noche de invierno - por Dani

Clásico revisitado - por Desvestida

Trópico - por Trazada30

Por un puñado de euros - por Yuste

Lengua bífida - por Alesandra

Obediencia - por Némesis30

Hotmail - por Espir4l

Recuerdos - por Némesis30

Ese día estaba yo muy ansiosa - por Esther

Una noche de primavera - por Dani

La sopa - por Solharis

Diez minutos - por Sasha

Celos - por Scherezade

25 líneas dulcemente apasionadas - por Alesandra

Hay que compartir - por Espir4l

Trescientas palabras - por Trazada30

Mi obra de arte - por Lydia

Esa sonrisa divertida - por Trazada30

Ciber amante - por Scherezade

Una noche de otoño - por Dani

Despertar - por Espir4l

En el coche - por Locutus

La mujer de las pulseras - por Yuste

Los pequeños detalles - por Némesis30

Sola - por Scherezade

La oportunidad llega sola - por Elpintor2

Por el bien común - por Wasabi

La vida en un segundo - por Iván Sanluís

La ciclista - por Genio

16 añitos - por Locutus

45 segundos a euro - por Alesandra

Necesito una verga - por Esther

No soy tuya - por Donnar

Más que sustantivos - por Wasabi

Maldito alcohol - por Lachlainn

El preso - por Doro

De ocho a ocho y media - por Superjaime

Esperando - por Scherezade

Ladrón de coches - por Sociedad

Taxista nocturno,servicio especial - por ElPintor2

No me importa nada más - por Hera

Una noche de verano - por Dani

Vampirillos - por Desvestida

Siempre hay un hombro amigo - por Yuste

En mi interior - por Nemésis30

Almas - por Egraine

El tren de lavado - por Lydia

Despertar placentero - por Lince

Piel de manzana - por Sasha

Me fascina - por Erotika

Hace muchos años - por Trazada30

El dragón - por Lobo Nocturno

La fila - por Locutus

La cita - por Alesandra

Tardes eternas - por Ornella

La realidad supera la imaginación - por Genio

Instinto primario - por Espir4l

La sorpresa - por Solharis

38. La verdad en el fuego

Gönbölyuseg

Carta a un desconocido

Enfrentarse al pasado

Alejandría

La venganza de Aracne

Un relato inquietante

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

El apagón

El pasillo oscuro

Ejercicio 2 Las apariencias engañan - Va la novia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga