miprimita.com

La Señora Eulalia

en Sexo con maduras

Eulalia era una chica tan hermosa, como inocente. Pero en la noche en la cual su padrastro, repleto de vino hasta las cejas, entró en su cuarto y al hacer su madre oídos sordos a sus lamentos, la candidez,terminó abandonando su cuerpo, al tiempo que un mar de sangre brotaba de su entrepierna.

Los meses siguientes, cada vez que el hombre de la casa volvía borracho, un temor profundo y fundado afloraba en el pecho de la pequeña Eulalia.

Con el tiempo aprendió a soportarlo. Y cuando le veía entrar en su habitación, se bajaba las bragas, abría las piernas y esperaba que el mal rato pasara pronto, cosa que sucedía normalmente. El alcohol y los años son malos compañeros para la potencia sexual.

Si durante el tiempo que duro aquel suplicio, Eulalia aprendió a odiar a su padrastro, los sentimientos hacia su madre no diferían mucho.

Dicen que la última gota hace rebozar el vaso. Miles de gotas de la sangre de su violador, al precipitarse este por la ventana de su cuarto, salpicaron el acerado.

A falta de CSI, la policía dictaminó que había resbalado y, ebrio como estaba, salió disparado cual muñeco roto.

Nadie sospechó de la inocente jovencita. Nadie pensó que ella, harta de ser violentada una noche sí y otra también, decidió tomarse la justicia por su mano… Nadie excepto su madre, la cual, aunque no la denunció por temor a las consecuencias de su silencio, hizo su estancia entre aquellas cuatro paredes, casi tan insufrible, como lo fueron los abusos nocturnos.

Eulalia cumplió dieciocho años y se marchó de casa. Al principio intentó ganarse la vida como buenamente pudo, pero con el buen cuerpo que le había dado Dios y esa belleza que emanaba de su rostro, terminó ejerciendo el oficio, donde la falta de experiencia, te hace ser un menú más cotizado.

Durante los dos años que trabajó en aquel burdel de carretera, descubrió lo que era ser deseada. Sus curvas volvían locos de deseo a los hombres y su conejo era un festín que todos querían llevarse a la boca.

Por muy degradante y mal olientes que fueran los parroquianos, todos mejoraban ante el recuerdo del borracho de su padrastro.

Comenzó a tener clientes habituales, que solo querían fornicar con la hermosa Eulalia. Entre ellos, destacaba un viejito de unos sesenta años, el cual se encaprichó de ella. Hasta tal punto, que cuando enviudó y saltándose toda las barreras de la cordura, le pidió ser su esposa.

Que el puñetero don Carlos se había encoñado con ella era algo evidente, pero el milagro “Pretty woman” solo ocurre en el cine. Aunque ella no tenía nada que envidiar a Julia Roberts, cualquier parecido de don Carlos con Richard Gere, era pura coincidencia.

Así que dado que el vejete no tenía descendencia, que son, las que suelen dar más por culo por aquello de la herencia, la sensual Eulalia sopesó los pros y los contras y decidió casarse con el acaudalado carcamal.

De todas maneras, iba a pasar de aguantar a miles de babosos, a aguantar a uno solo… Y con el beneficio, de que el abuelito le caía bastante bien.

Su llegada al pueblo de don Carlos, fue la expectación y el cotilleo de moda en el aburrido lugar.

A pesar de las sonrisas que le dispensaban las vecinas al saludarla, Eulalia pudo sentir su desprecio no exteriorizado.

Los hombres eran distintos, en sus ojos podía ver la lujuria. Más de uno la desnudó con la mirada e imaginó cómo sería tener aquellos voluptuosos senos entre sus dedos.

El día de la boda ella estaba tan hermosa que hasta Don Anselmo, el cura del pueblo, no pudo reprimir el deseo y al elucubrar toda la belleza que se escondía bajo el blanco traje, sintió cómo la bestia de su entrepierna despertaba.

La noche de boda, el cansancio, el alcohol y los años, se cebaron en el pajarito de su cónyuge, el cual decidió no levantarse. Pero pese a todo, don Carlos, en un gesto de generosidad, proporcionó a su esposa una noche de lo más placentera. Por todos es conocido un dicho popular: “Mientras el hombre tenga lengua, sigue siendo hombre”

Decir que a partir de aquella noche, la percepción de la vida y del sexo, que hasta aquel momento había tenido Eulalia, cambió; sería minimizar las cosas.

Nunca recordaba haber sido tan feliz, tenía una hermosa casa, joyas, vestidos y sobre todo, un hombre que la idolatraba y la hacía dichosa. Un hombre al que respetaba por encima de todas las cosas y que poco a poco, estaba aprendiendo a querer.

Era tanta la dicha que albergaba, que los dimes y diretes de las mujeres del pueblo, dejaron de molestarla.

Pero lo peor de la felicidad es que acaba. Tras cinco años de matrimonio, la salud de su marido se resintió y Eulalia pasó de ser su ferviente amante, a su enfermera.

En los diez largos años que duró su enfermedad, la otrora prostituta se convirtió en la cabeza pensante de los distintos negocios de su marido. Lo mismo tomaba decisiones en la empresa de tejidos, que sobre los diversos cultivos y así como sobre el ganado.

A partir de aquel momento, ya no era la mujer de don Carlos, ya todos la conocían como la Señora Eulalia.

Estaba claro que la mujer era una sobreviviente, aprendió a llevar la inmensa fortuna, pues así lo quería Don Carlos, pues su capital mal gestionado sería la ruina de la gente del pueblo que, trabajando para él, lograban su sustento.

En aquellos años, si eterno eran los días en los que veía cómo su marido se apagaba poco a poco como una vela, más eternas eran las noches añorando el placer que él le daba. Mas nunca, por más que la lujuria campara por su cuerpo, le fue infiel. Hasta el día de su muerte.

Si el día que salió del prostíbulo le hubieran dicho que sentiría tanto la muerte de don Carlos, no se lo hubiera creído. Quedó destrozada, pero por respeto a su marido, sacó fuerzas de donde no las tenía y dirigió sus negocios todo lo mejor que pudo, como a él le hubiera gustado.

Pero a sus espaldas solo acumulaba treinta y cincos años. Y como toda mujer, tenía sus necesidades: sus pechos pedían ser acariciados, su culo era una bestia pidiendo guerra y, sobre todo, su chocho necesitaba ser profanado por una húmeda lengua.

Cansada de masturbarse, un día decidió que ya era hora de que le regaran el huerto, y para ello quién mejor que el jardinero. El hombre demostró tener más ganas que ella de una sesión de sexo.

Aunque disfrutó de los placeres de la carne con el embrutecido jardinero, la discreción no era una de las cualidades de su improvisado amante.

A los pocos días, todo el mundo en el pueblo era conocedor de su desliz. Y todo el mundo, incluía a la traicionada esposa.

En aquel momento, la Señora Eulalia descubrió el poder de la riqueza en toda su magnitud: pese a que todos murmuraban, como siempre, a sus espaldas, nadie le hacía un mal gesto, aunque, como en el caso de la mujer del jardinero, la rabia se la reconcomiera por dentro.

Si bien las miradas reprobatorias no cesaron, a la acaudalada dama no le molestaron, parecía gustarle ser el centro de atención de todos. De las mujeres, por la envidia y rabia que les suscitaba, y de los hombres, por el deseo que despertaba en ellos.

Nunca le habían gustado las mujeres de aquel pueblo. Le recordaban a su madre, débiles y meras marionetas en manos de sus hombres, los cuales tejían su destino, fibra a fibra, como si aceptaran, complacientemente, su condición de ciudadanas de segunda.

Un inesperado sentimiento comenzó a nacer en ella. Todo el odio y resentimientohacia su madre lo volcó en las comadres y cotillas del pueblo.

Una a una, fue investigando a las mujeres de sus trabajadores, tanto más la criticaban, más interés fue poniendo en sus esposos. Daba igual que fueran feos, gordos, de penes pequeños… Ella, con el único propósito de hacer daño a sus mujeres, los hacía pasar copiosamente por su entrepierna, hecho al que, dicho sea de paso, ninguno ponía ningún reparo.

Como si de un reto personal se tratara, copuló con todos los varones del pueblo; la escusa siempre era la misma, hacer una chapuza en la mansión que su marido le había dejado en herencia.

Su fama y maestría alcanzó tal renombre en la comarca, que jóvenes de otras localidades venían a solicitar un empleo. La entrevista personal a los que lo sometía la señora Eulalia, pocos la superaban, pues en escasas ocasiones, la ardiente adinerada quedaba satisfecha.

Era tal su empeño, en probar todos y cada uno de los hombres del pueblo, que hasta yació con el párroco. Aunque esto último no era muy difícil, pues este el voto de castidad, se lo pasaba por el arco del triunfo y más de una de las habitantes del pueblo, para poder purgar su alma, conoció de penitencias, que no eran dictadas por las sagradas escrituras.

Pero tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, y si uno acaricia al demonio, lo más normal es que sus pecados salgan a relucir.

Y no había manifestación más clara, que la prominente barriga de Rosarito, la hija del carnicero. La pobre, soltera y sin novio conocido, al ritmo de dolorosos golpes, confesó el modo y forma, en que había perdido la honra.

Se armó la de Dios es Cristo. No solo el cura había profanado el cuerpo de la virtuosa joven, sino que cuando se enteró de su estado, tuvo la osadía de proponer que se deshiciera de la criatura, utilizando para ello métodos poco ortodoxos.

Muchas tuvieron que ser las manos que frenaran la furia del carnicero. Muchas fueron las voces que se alzaron contra el hipócrita sacerdote.

Al poco, la archidiócesis retiró a don Anselmo de la parroquia, enviando automáticamente a su sucesor: El padre Gonzalo.

En contraste con el cincuentón y demacrado padre Anselmo, el nuevo párroco era una delicia para los ojos. Como mucho llegaría a la treintena, de negros cabellos y piel oscura, atractivo hasta decir basta y un porte, que hasta debajo de la sotana, se percibía su virilidad.

El recelo de los vecinos hacia el nuevo cura, después de lo sucedido, era de lo más evidente. Pero los contundentes argumentos que dio el Obispo al alcalde, apaciguaron a los intranquilos parroquianos: “Conozco muy bien al padre Gonzalo y pongo la mano en el fuego por él, pues lo último que hará, será romper el voto de celibato con una parroquiana y mucho menos, dejarla embarazada”.

El comentario del Obispo se expandió como la pólvora. Tanto, que llegó a oídos de la sensual hacendada. Fue escuchar el comentario de boca de una de sus sirvientas, y la Señora Eulalia no pudo reprimir las ansias de conquistar aquel inaccesible territorio.

Tras urdir un plan, ordenó a su sirvienta que le preparara la ropa de luto. A la criada le pareció extraño que retomara este tras cinco años, pero temiendo cualquier mala contestación por parte de la atractiva dama; guardo silencio.

Mientras la señora aguardaba el traje negro y el velo, se fue desvistiendo. A pesar de que eran cuarenta años los que habían pasado por el cuerpo que estaba ante el espejo, su atractivo era evidente. Sus grandes pechos no habían perdido firmeza, su cintura era pequeña como la de una adolescente (de esas que no lesda por atiborrarse de comida basura y pasar todo el día ante la tele), sus caderas y su trasero seguían despertando todo tipo de deseos. Pero quizás lo que más llamaba la atención de la sensual madura, era su rostro. Este no había perdido la belleza de antaño. En él, se pintaba el paso de los años, dándole un aire de sabiduría y saber hacer, del que la juventud carece.

Si esto último se trasladaba al terreno del sexo, no era extraño, que la señora Eulalia, fuera levantando banderas de todo tamaño y edades, por donde fuera que pasara.

Ataviada con el plañidero uniforme, dio orden a su chófer de que la llevara a la iglesia. Una vez allí, se dirigió al confesionario, donde aguardo su turno.

-Ave María purísima- la voz del eclesiástico era ronca y viril

-Padre, confiéseme porque he pecado.

-Desahógate hija, el señor sabrá escucharte.

La señora Eulalia, tirando de su incontable manojo de recuerdos sexuales, relató al cura con pelos y señales uno de sus encuentros con el fontanero, quien dado lo bien que usaba su tubería, la había dejado más que satisfecha en alguna que otra ocasión.

Fue tanta la pasión que la cuarentona puso a sus palabras, que el joven cura comenzó a sudar, a la vez que sentía cómo una tienda de campaña se levantaba en su entrepierna.

Tras encomendarle la penitencia de rezos pertinentes y pedirle que fuera con Dios, el padre Gonzalo se marchó a sus dependencias, donde movido por el deseo que la viuda había despertado en él, tuvo que masturbarse.

La astuta mujer, consciente del deseo mundano que había provocado en el hombre de Dios, sonrió para sus adentros y se dijo: “Pues esto no ha hecho más que empezar, querido párroco”

El pobre cura, tras caer en los pecados de la carne, comenzó a azotarse la espalda con una fusta. Pero no era muy amigo del castigo corporal, y al poco, terminó rezando una serie de rosarios interminables, con los que dio por zanjada su cuenta con el altísimo.

En los días que siguieron, la señora Eulalia volvió a repetir su perorata de pecados inconfesables. En cada una de ellas, como si fuera una especie de competición, la atractiva viuda iba subiendo la temperatura de sus historias, y si en las primeras confesiones no explicitaba el acto sexual, a la vez que el número de estas iba en aumento, desgranaba los pormenores de sus pecados, de la manera más minuciosa.

Cuanto más caliente era lo que relataba la viuda, más dura se ponía la picha del cura.

Y al final, el gozo de ella por hacer hervir la sangre del párroco, sólo era comparable a la fuerza con la que el párroco exprimía su miembro viril. Eso sí, cada vez la liturgia de sus rezos era más larga.

El padre Gonzalo comenzó a sentirse mal cuando veía a la madura hacendada, aguardando su turno frente al confesionario.

Pero el pobre hombre de Dios, por mucho empeño que ponía, no podía reprimir que su estado de ánimo se tornara en lujuria, cada vez que escuchaba los pormenores de las historias de la viuda.

Siempre la rutina era la misma, o escogía horas en las que no había nadie en la iglesia o esperaba a ser la última persona en confesarse. Su único objetivo no era otro, que quedarse a solas con el religioso e intentar que este sucumbiera a los placeres carnales.

Pero, un día y otro, el atractivo cura ignoraba los encantos de la Señora Eulalia, la cual cada día terminaba más caliente, y desfogaba sus deseos con su chófer en el garaje.

Llegaba la Romería al pueblo, la virgen hacía su camino desde la iglesia hasta la ermita en las tierras de la Señora Eulalia. Los hombres preparaban los carros y los bueyes para tal ocasión, mientras las mujeres engalanaban la ermita para la llegada de la madre de Dios. Todos y cada uno de los habitantes del pueblo, tenían puesto sus cinco sentidos en el religioso evento. Todos menos la rica hacendada, que aprovechando la indefensión del clérigo, le iba a hacer una última y definitiva visita.

En sus primeras confesiones, la Señora Eulalia era bastante comedida; contaba sus pecados a don Gonzalo sin entrar en lascivos detalles.

A medida que fue avanzando en el relatar de sus correrías y viendo que sus pecados no hacían mella en el cura, fue aumentando la explicitad de sus palabras. Si en un principio, evitaba decir palabras soeces y demás, a la vez que fue internando al clérigo en sus vivencias de alcoba, fue subiendo el tono de su lenguaje, el cual rozaba muy de cerca lo chabacano.

Aquel día dejó que el Boccacio que llevaba dentro, fuera sustituido por una verdulera mal hablada. Si con su “elaborada” confesión no conseguía descubrir lo que había bajo la oscura sotana, nada lo haría. Se ató los machos bien fuerte y puso toda la carne en el asador.

-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida.

-El señor esté en tu corazón para que puedas arrepentirte humildemente de tus pecados.

-Padre, perdóneme porque he pecado.

-¿Otra vez, has vuelto a caer en los pecados de la carne hija mía?- la voz del padre Gonzalo sonaba como un poco enfadada y sus palabras estaban cargadas de una clara reprimenda.

Estas, a la poco creyente de la Señora Eulalia, le resbalaron como agua de lluvia. Y haciendo uso de todas sus dotes para la actuación, continuó con el plan previamente establecido.

-Sí, pero es que es superior a mis fuerzas, no puedo evitarlo. Es ver un hombre y me siento, como si estuviera poseída por Lucifer- al decir esto, la mujer puso voz sensual y pasó provocativamente las manos por su vientre.

-Pero, esto no puede seguir así. Los hombres con los que yace, están unidos en sagrado matrimonio.

-Esta vez, estaban solteros… Bueno, el tercero de ellos era viudo.

-¿Tres?- Los ojos del cura parecían que se quisieran salir de sus cuencas. Un frío sudor le empezó a recorrer la espina dorsal, temeroso de que al cumplir con su deber, no pudiera evitar el pecado capital de la lujuria.

-Sí, Manuel el carpintero y sus dos hijos, Fabián y Manolín. Toda la culpa la tiene lo cochambrosa que está la casa que me dejó mi marido, que Dios lo tenga en su gloria. Cuando no es una cosa, es otra la que se avería.

«Las tablas de la biblioteca se estaban apulgarando y hacía falta arreglarlas urgentemente. Como tenemos la romería de nuestra Señora del Quinto Suspiro encima, para que la reparación no le cogiera durante la fiesta, Manuel se trajo a sus dos hijos. Mira que evite acercarme a donde faenaban, pero no pude. El demonio de mi interior era superior a mis fuerzas. Fue verlos allí trabajar y comencé a recordar los momentos que había pasado con cada uno por separado. Sí, padre, he fornicado con los tres… ¡No soy yo, es el demonio de mi interior!»

A pesar de que la interpretación de la viuda era bastante buena, no podían ocultar la pasión en sus ojos. Por alguna extraña razón, aquel lujurioso brillo en la mirada de la madura acaudalada no tenía repercusión en el atractivo párroco.

-Mis pasos me llevaron por las dependencias en las que estaban trabajando. Era curioso, pero nunca había caído en la cuenta lo enorme que era aquel sitio. Las estanterías podrían tener unos dos metros de alto y no llegaban al techo. En el centro de la sala, habían como unas seis mesas de despacho; por lo que se veía, mi marido, en los principios de la fábrica, celebraba las reuniones de empresa allí.

«Mirar a los viriles machos sudar a borbotones, hizo que un fuego comenzara a crecer en mi vientre. Ver a los tres fornidos hombres realizando sus tareas, envuelto en sus uniformes de trabajo, con la masculinidad saliendo a borbotones por cada uno de sus poros, despertó mis más bajos instintos…Su sola visión, logró excitarme en demasía. Y sin pensármelo, fui a mi habitación a ponerme algo más ligero: un vestido rojo que guardo de mi época en el burdel, llamé al mayordomo y le ordené que nadie del servicio entrara en la biblioteca. Tras esto, me miré en el espejo; la tela se marcaba en mi cuerpo como una segunda piel, levantando mi pecho y mostrando mi trasero en todo su esplendor- la mujer, en su afán de provocación, acariciaba sus pechos de manera evidente.

El vestido me quedaba perfecto, solo tenía una pequeña pega: se me marcaban las bragas. Así que decidí quitármelas.

Una vez llegué a la biblioteca, el padre y sus dos hijos detuvieron sus quehaceres y pusieron sus cinco sentidos en mí.

Yo, por mi parte, lancé una visual a cada uno de ellos. He de reconocer que Manuel y sus hijos son unos hombres toscos y sin modales, pero eso que para cualquier dama pudiera ser un defecto, en mí, despierta las mayores de las pasiones. Solo el elucubrar lo que podía llegar a hacer, hizo que mi chochete se humedeciera.

Mientras hablábamos de los pormenores de la tarea encomendada, no pude evitar observarlos detenidamente. Manuel, a pesar de sus cuarenta y pocos años, se conserva bastante bien; el trabajo físico le hace más bien que mal. Su pecho y sus brazos, sin ser los de un adicto a las pesas, les dan un aire de macho castigador. ¡No sabe padre, cómo me pone los vellos que rebosan por el pico de su mono de trabajo!

Fabián, el hijo mayor, es un vivo retrato de su padre pero con veinte años menos. No es que sea muy guapo, pero tiene un aire canalla que da que pensar lo entretenido que puede ser en la cama. Y por las veces que he pecado con él, padre, puedo dar fe, de que una no se aburre con el muchacho.

Manolín, el menor de los dos, a sus dieciocho años parece bastante más crío. A pesar del trabajo físico, su delgadez es tal, que los pocos músculos que luce, se localizan en sus brazos. Es tan diferente a su hermano, que nadie diría que es hijo del carpintero. Pero yo que lo he visto desnudo y con su tranca mirando al techo, puedo decir que es digno heredero de su padre. ¡Pobre Manolín, la vez que estuve con él, se corrió nada más tocarlo! Y es que creo, que fui la primera mujer que practicaba el sexo con él. »

La Señora Eulalia, a la vez que avanzaba en su relato, se sentía más cómoda y desplegaba todas sus técnicas de seducción.

Por el contrario, el padre Gonzalo cada vez estaba más molesto con las ya habituales confesiones de la viuda. Un nerviosismo comenzó a recorrer todo su cuerpo, y sus manos se pusieron a sudar de forma desmedida.

-Con la excusa de que tenía que consultar unos libros,-prosiguió la ardiente dama- me senté en una de las mesas de la biblioteca. Concretamente en la que estaba más a la vista de los tres hombres.

«Tras unos minutos de fingir que leía algo y cuando vi que Manolín se agachaba por unos maderos, abrí mis piernas dejando ver perfectamente mi rasurado coño.

Los ojos del muchacho parecían que se iban a salir de sus cuencas. Seguí mirándolo de reojo, mientras hacía ver que leía el libro. De manera disimulada y casual, llevé una mano a mi raja y comencé a acariciar los labios de mi sexo.

El muchacho se quedó como petrificado. Fue tal su ensimismamiento, que fue percibido al instante tanto por su hermano, como por su progenitor.

Al ver con el descaro que me acariciaba la vagina, Fabián y Manuel se miraron con complicidad y apartaron al unísono los maderos con los cuales estaban trabajando.

La siguiente imagen que recuerdo de los dos hombres, es la de estos avanzando hacia mí, tocándose su tranca por encima del mono de trabajo.

Al poco, ambos flanqueaban mi cuerpo con los suyos. Sin reparos de ningún tipo, mis manos fueron hacia las prominencias de su entrepierna.

Por el rabillo del ojo, observé a Manolín, el pobre estaba tan excitado como sorprendido. A diferencia de su hermano, seguro que no había compartido con su padre la confidencia de nuestro polvo, y en caso de que ignorara si sus dos familiares habían yacido conmigo, la evidencia se lo estaba descubriendo.

Hice un gesto a Manuel para que invitara al chaval a unirse a nosotros. Este no se hizo esperar y mis manos, al poco, dividían sus caricias entre las tres erectas pollas, que reclamaban de manera ferviente, salir de una vez de su envoltorio.

No me hice de rogar más y saqué al aire la polla de Manuel. ¡Me encanta el cipote de este hombre! No es que sea bestialmente enorme, es su erección y dureza lo que la distingue de otras. Aunque lo más llamativo es su capullo color canela y esa vena hinchada y morada como un obispo, que recorre todo su tronco. La agarré fuerte y acaricié delicadamente su vigor.

Acto seguido, hice lo mismo con Fabián. El aparato de este muchacho no tiene nada que envidiar al padre. Si me apura usted, diría que es más largo que el de Manuel. Al tocarlo, pude sentir cómo su capullo desprendía líquido pre seminal; ¡el poder de la juventud! Estuve tentada de lamerlo y saborear el exquisito manjar, pero no quise parecer impaciente y me contuve.

El último en sacar su pájaro al aire fue Manolín. La actitud sumisa y tímida de este chico hacía que mis pezones se pusieran duros y mi coño se humedeciera por completo. Lo observé mientras le bajaba la cremallera de su uniforme de trabajo, estaba rojo como un tomate; por su actitud pudiera parecer que estaba disgustado por la situación, pero su recto pene, decía todo lo contrario. Lo acaricié levemente y sin más preámbulos me lo metí en la boca; de su garganta escaparon unos bufidos de placer.

Mientras sumergía la polla del joven en mi boca, su padre y su hermano se desprendían de sus ropas. Ante mis ojos, se mostraron dos hombres fornidos y peludos. Manuel tenía un poco de barriguita, pero el canalla de Fabián era puro musculo.

Dejé de chupar el miembro del menor de los hijos y dirigí mis pasos de forma insinuante hacia los despelotados machos. Como si de un striptease se tratase, me quite el ajustado vestido, mostrando mi desnudez, a la vez que contoneaba mis pechos y mi cintura. »

La ardiente viuda detuvo por unos segundos su relato; observó al clérigo, este sudaba como un cerdo y por la tienda de campaña que se evidenciaba bajo su sotana, estaba empalmado como un mulo. Se mordió levemente los labios y prosiguió con su historia:

-Me agaché impúdicamente ante ellos. Y sin dudarlo, me metí el nabo del padre en la boca. Al principio le regalé unas suaves y leves mamadas, para terminar metiéndome el enorme carajo, hasta que mi garganta hizo de tope. Al mismo tiempo que propinaba la esplendorosa mamada a Manuel, pajeaba a su hijo Fabián.

«Al poco, sentí cómo unas sudorosas manos acariciaban mis pechos: Era Manolín, quien tras quedarse en pelotas, había echado arrestos y se había unido al grupo.

Padre, sé que no debería decir esto, porque era como un títere en manos de Belcebú, pero he de reconocer que nunca me había sentido más cerca de Dios que en aquel momento. Estaba en la Gloria. »

-¡No blasfemes hija!- la amonestó el padre Gonzalo.

-No era mi intención, pues ya le digo, cuando me encuentro en ese estado, estoy como poseída por el demonio. ¡Fíjese, hasta que tal punto llegué a no ser dueña de mis actos! - se justificó con una inocente voz, la pérfida mujer, para proseguir con su historia como si tal cosa -Al mismo tiempo que chupaba el pirulí de Manuel, acerqué el de su hijo Fabián a mis labios y comencé a dar una fervorosa mamada a ambos.

«Manolín, por su parte, se había adueñado con una mano de mis tetas y la otra la había bajado hasta mi coño, donde empezó un salvaje mete y saca con sus dedos.

Estaba fuera de mí, si el sabor de un nabo me parecía exquisito, el del otro más. Hubo un momento en que la polla del padre y del hijo compartieron al unísono los placeres de mi boca. ¡De qué manera se estaba trabajando el niñato con sus dedos mi coño!

Como no quería que se corrieran todavía, aparté suavemente la mano de Manolín y me levanté. “Ahora, Manuel, creo que tú deberías devolverme el favor”- le dije mientras me tendía sobre una de las mesas de la biblioteca y le mostraba mi jugoso coño abierto de par en par.

Al poco, su lengua se hundía en los pliegues de mi vagina. Suavemente replegó el capuchón, hasta que el clítoris estuvo parcialmente expuesto. Jugueteó con su lengua sobre él, para a continuación repetir sus movimientos de manera rápida y generosamente, variando la intensidad y movimiento de cada uno de ellos, y haciendo pausas, entre cada embestida de la lengua.

Mi cuerpo, tras unos minutos intensos de estimulación oral, alcanzó el primero de los muchos orgasmos de aquella tarde.

No me había recuperado del placer, que de forma sublime me habían proporcionado. Cuando fui consciente de la presencia de los dos jóvenes a mi lado, se habían colocado estratégicamente uno a cada flanco de mi persona.

Sin meditarlo, me introduje la polla de Fabián en la boca, a la vez que le pedí a su padre, que prosiguiera con el prodigioso trabajito que me estaba practicando. “Dese la vuelta señora”- me dijo con esa voz gruesa que se gasta. Aunque no soy muy dada a obedecer hombre alguno, su petición bien lo merecía.

Me coloqué en pompas ante el cuarentón, el cual seguía agachado tras de mí. Al poco sentí cómo su rasposa lengua acariciaba mi sexo, mientras yo me deleitaba con el sabor de los penes de sus hijos.

Todo el placer que el padre me proporcionaba con su lengua, repercutía en las enormes pollas de los chavales. Con el mismo primor que su progenitor pasaba la lengua por mi mojada raja, yo chupaba sus erectos cinceles de carne.

Hubo un momento, en el que Manuel, comenzó a repartir su lengua entre mi chocho y mi ano. Creí que tocaba el cielo… ¡Perdóneme padre, pero es lo que tienen los placeres mundanos! »

 

 

 

El párroco no dijo nada, se limitó a mirarla con un gesto serio. Un sentimiento contradictorio anidaba en el pecho del joven cura; por un lado, quería que la adinerada señora terminara de una dichosa vez con su confesión, por otro, la pasión se había apoderado de su entrepierna y ansiaba conocer cómo concluiría el momento sexual con la familia de carpinteros.

-Alcancé por segunda vez el orgasmo, la maestría de Manuel con su lengua era comparable a la de mi difunto esposo. ¡Dios lo tenga en su gloria!- al decir esto último, la señora Eulalia levanto la mirada hacia el cielo y se persignó con solemnidad - Mientras llegaba al éxtasis, mi pasión para con los nabos de sus hijos se acrecentó de tal manera, que los jóvenes se corrieron casi al unísono sobre mi rostro.

«Todavía retumbaban en el ambiente los quejidos placenteros de los dos hermanos, cuando sentí que su progenitor empujaba su salchichón sobre mi coño. Una vez comprobé que se había puesto un preservativo, dejé que introdujera su gran trozo de carne en mi vagina.

Yo creo que los hombres, tienen diversos modos de practicar el sexo, acorde las distintas etapas de su vida. La pasión y ganas que emanan en la juventud, contrasta con la maestría y el buen hacer de la madurez. No se le pone la picha tan dura, pero… ¡Dios mío, que bien hacen las cosas!

El carpintero, a sus cuarenta años, es todo un maestro en su oficio… y en la cama, no se queda corto.

Sentir cómo entraba y salía aquel trabuco de mí, me estaba proporcionando un placer como hacía tiempo no sentía.

Lancé una rápida mirada a sus retoños. Estos a pesar de haber eyaculado seguían con el cipote tieso como un palo. Mientras soportaba los placenteros envites, alargué mis manos hacia ellos, en pos de acariciar sus miembros. Los dos hermanos se miraron con una sonrisa pícara y, tras esto, se acercaron raudos a mí.

En la postura en la que estaba, de pie ante la mesa con la espalda levemente encorvada hacia atrás, no podía acceder al manjar de sus miembros. Los muchachos, conscientes de ello, se subieron sobre la mesa, colocando sus ya más que erectas pollas, una a cada lado de mi rostro.

Cuando más entregada estaba a la salvaje penetración que me estaba efectuando el rudo carpintero, él me sacó su instrumento de golpe. Lo que hizo a continuación me intranquilizó un poco, pues se puso a acariciar con la punta mi orificio anal, lo impregnó de mis jugos vaginales y como el que no quiere la cosa, comenzó a dilatar poco a poco mi ano con su glande. Una vez consideró que aquello estaba preparado para albergar su carajo en todo su esplendor, lo empujó concienzudamente a su interior.

Una sensación igual de placentera que dolorosa invadió todo mi ser, mi culo ya había sido atravesado por otras pollas, pero la de Manuel era más gorda de lo habitual y me molestó un poco.

Pasado el momento inicial, mi esfínter se acomodó al tranco del carpintero y la satisfacción campó a sus anchas por todo mi cuerpo. »

La viuda puso tal pasión al describir las vicisitudes del sexo anal, que Don Gonzalo, quien ya se encontraba bastante alterado de por sí, sintió cómo su polla babeaba bajo la sotana. Y es que el párroco, muy a su pesar, tenía una erección, de padre y muy señor mío.

-Lo peor del sexo anal, es el poco aguante que tienen los hombres con él. No había ni comenzado a disfrutar de sus salvajes arremetidas y sentí cómo el hombre se movía de manera convulsiva, a la vez que profería un estruendoso: « ¡Me corro!»

«Mi disgusto, al ver cómo sacaba su verga de mi interior, fue más que evidente. El tosco carpintero, mirándome con ojos de cordero degollado, me dijo: “No se preocupe doña, ahora uno de mis hijos me sustituye”.

Hice que Manolín, tras ponerse un profiláctico, se tendiera de espaldas sobre la mesa. Como discerní, que meterme su miembro viril por mi orto, iba a ser tarea harto difícil para el inexperto chaval, clavé su verga en mi coño. A pesar de lo placentero del momento, Manolín no le llegaba a su padre, ni a la suela de los zapatos.

Creo que Manuel se percató de ello, pues cuchicheó algo a su hijo Fabián, el cual ni corto ni perezoso se dispuso a hacer lo que le sugirió su progenitor.

Súbitamente su polla invadió mi orto, aún dilatado por la follada que me había metido su padre. Al poco, los miembros de los muchachos entraban y salían de mi cuerpo de una forma que rozaba la perfecta sincronización.

Mi cuerpo llegó de nuevo a un placentero orgasmo. Mientras los muchachos, cual dioses helénicos, cabalgaban sobre mi cuerpo…»

-¡Basta ya! –la voz del cura sonó como un estruendo- No creo que existan ningún acto de contrición, que pueda compensar tus faltas de hoy, hija mía.

-¿Entonces, no puede salvar mi alma de mis pecados?- la voz de la Señora Eulalia sonó apagada y dubitativa, como si realmente creyera lo que estaba diciendo.

-Para ello, hija, debería existir por su parte, un deseo de redención y de arrepentimiento del pecado. Y eso, Eulalia, no lo veo en ti.

La viuda se quedó sin palabras ante la aseveración del eclesiástico. Este, tras imponerle la correspondiente penitencia, dejó a la señora arrodillada ante el confesionario, sumida en una interminable plegaria de oraciones.

Fue ver entrar al párroco en sus dependencias, la astuta viuda dejó sus rezos y se fue tras sus pasos.

Cuando el joven cura vio a la señora Eulalia entrar en sus habitáculos privados como San Pedro por su casa, la perplejidad invadió su rostro.

-¿Qué desea, hija? ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

La mujer, consciente de que era ahora o nunca, miró al cura indecorosamente y sacando sus voluptuosos pechos hacia delante, dijo con una voz que rozaba lo sensual y soez a la vez:

Fólleme, padre!

La expresión del hombre de Dios, al oír aquello, era una amalgama de terror, sorpresa y estupor. Retrocedió ante ella, como si del mismo Satanás se tratase.

-¿¡Qué dice señora !? – Sus palabras estaban impregnadas de una evidente ira- ¿Es que acaso no respeta usted mis hábitos?

La brusquedad de las palabras de don Gonzalo, apagaron de cuajo la pasión que bullía en la Señora Eulalia.

Como pocas veces en su vida, la prepotente viuda se quedó sin saber que decir ni qué hacer. El sonrojo visitó su cara para quedarse, avergonzada y rechazada, abandonó la habitación con el mismo ímpetu que entró.

A pesar de su bochorno, la adinerada mujer estaba indignada a más no poder. Todas sus triquiñuelas, todas sus técnicas manipuladoras… No le habían servido de nada. Pues no había conseguido su propósito: tener sexo con el joven párroco.

Bueno, si a hablar de sexo le llamamos “sexo oral”, puede que sí. Pero eso a la buena dama, acostumbrada a salirse con la suya, no le pareció suficiente.

Al mismo tiempo en que una frustrante ira paseaba por su cerebro y diseñaba un plan para hacer pagar la ofensa del joven eclesiástico, en su mente elucubraba cómo sería su encuentro esa tarde con Manuel, el carpintero… La reforma en la biblioteca estaba terminada y antes de pagarla debería darle el visto bueno.

Sólo pensar en volver a ser clavada por aquel salvaje semental, hizo que mojara sus bragas. Estaba claro que Manuel, a diferencia del mojigato de don Gonzalo, sí gustaba de darle a su coño el uso que se merecía...

Con la mente puesta en la buena polla de su ocasional amante, abandonó la Iglesia.

Tras ella, dejaba un pensativo siervo de Dios, al que la culpa lo aplastaba como al joven titán Atlas, el peso del mundo.

Verse agredido por la mandamás del pueblo lo había tranquilizado. Su mal no lo llevaba escrito en la frente, como decía su padre.

Su buen padre, quien desde que supo de su vergüenza, no hizo otra cosa que tratarlo como un apestado. Por él, consagró su vida al altísimo, por él, y para callar cuchicheos a sus espaldas.

Para tranquilizar su alma pecadora, se puso a rezar el rosario no había llegado ni a los primeros diez Avemarías, cuando su pensamiento comenzó a ser invadido por las historias de la viuda.

Sin querer, su polla se le puso dura cual sirio, su erección era tal que rozaba lo doloroso. Acarició su miembro tímidamente y aunque sabía que lo que hacía era pecaminoso, el solo pensar en las diversas posturas en las que la viuda había practicado el sexo con el carpintero y sus dos hijos, le tentaba a sacar su instrumento del pecado al aire.

Tras una conflictiva lucha consigo mismo, se sacó su babeante polla y la aporreó como si fuera una zambomba. Mientras se procuraba el solitario placer, sus pensamientos no estaban en las curvas de la sensual Eulalia, su imaginación se centraba en los cuerpos desnudos del carpintero y sus vástagos. Imaginando cómo sería tener el nabo de uno en su boca y el cipote de otro en su culo, alcanzó el orgasmo y derramó la prueba de su pecado, sobre la alfombra de la habitación.

No había rechazado a la señora Eulalia por hacer honor a su celibato: la había rechazado porque no sentía ninguna atracción hacia ella. De hecho, nunca había visto la belleza femenina de manera diferente a la que había visto un cuadro, era algo digno de admirar, pero no despertaba su pasión.

Tras sus primeros escarceos juveniles, su padre decidió que la única manera de limpiar su buen nombre, era haciendo la carrera del sacerdocio.

Lo que ignoraba su padre es que más pronto que tarde, la fe no supliría sus carencias corporales y en vez de salvar el buen nombre de su familia, había conseguido hacer de su hijo un desgraciado. Con sotana, pero un desgraciado al fin y al cabo.

Limpió las pruebas de su pecado y prosiguió con su rezo. Aunque sabía que lo que había hecho estaba mal, también era conocedor de que no se había salido de las directrices que le marcaron sus superiores: “No debes caer en los pecados de la carne como lo hizo tu antecesor, y mucho menos, dejar en cinta a una feligresa. El honor de nuestra iglesia está en tus manos”

Lo que ignoraba Gonzalo, es si el Obispo, cuando habló con el alcalde y dio fe de la ejemplaridad del nuevo párroco diciendo aquello de: “Lo último que hará será romper el voto de celibato con una parroquiana, y mucho menos, dejarla embarazada”, era conocedor o no, de su “pecadillo”.

 

 

 

In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amén.

Mas de EJERCICIO

La asombrosa historia de la Thermo mix

La verdadera historia del Inquisidor Ortuño

Vengándome de Sara

He visto el futuro

La tormenta

El Monasterio del Tiempo

La cuenta atrás

Bucle

Ejercicio XIXX: Cambio de fecha.

Ejercicio XXIX: Viajes en el tiempo

Ejercicio XXIX

Redención

Los pecados capitales de una madre

Manos

El poder de Natacha

El toro por los cuernos

El hombre que me excita

Valentina

Pulsión maternal

XXVIII Ejercicio: Los siete pecados capitales

La hormiga

Masturbación fugaz

Las musas (¡y su puta madre!)

Querido Carlos...

Asmodeo

En la oscuridad

La maldición

El desquite de Érica

Eva Marina

La viuda

Noche de copas

La despedida

La llamada

Cine de madrugada

La pareja de moda

Testigo 85-C

Diez minutos

Las tetas de Tatiana

Por el cuello o por los cojones

Fisioterapeuta

Guapo, rico y tengo un pollón

Inmóvil

¡Siéntate bien!

La obsesión de Diana

El Cuerpo

Descenso

Mía (Ejercicio)

Serrvirr de ejemplo

La espera

Despatarrada

Primera infidelidad

Caricias

Mi amante, Pascual

Sexogenaria

La heteroxesual confundida.

La ira viste de cuero

Homenaje

Indefensa

Reencuentro

XXVII Ejercicio: relación de relatos

XXVII Ejercicio de Autores: microrrelatos

El principio del fin

Como Cristiano Ronaldo

Supercalientes

Paso del noroeste

Pérdida personal

Naufraghost

Marinos y caballeros

La manzana, fruta de pasiones y venganzas

El naufragio del Te Erre

En un mundo salvaje

La última travesía del “Tsimtsum

Sentinelî

Me llamaban Viernes.

Naufragio del Trintia: Selena y Philip

La isla

El huracán Francine

Fin

La sirena del Báltico

Nunca Jamás

El Último Vuelo del Electra

Relatos XXVI Ejercicio

Naufragios: Namori se está ahogando

Naufragios: amantes en potencia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga

Homenaje a todos

XXVI Ejercicio de Autores

Final del Ejercicio XXV

Sus ojos

Vecinos de dúplex en la costa

Pauline o la lascivia del poder

¡No hay huevos!

La hermana mayor que todos compartimos

Ana y la pausa de los anuncios

Moonlight

Guerrera en celo

Aburridas

El canalla

Y todo por una apuesta

Un gol por la escuadra

Dos primos muy primos

Mi hija apuesta por nuestro futuro

La puerta oscura del transexual

Relación de relatos del Ejercicio XXV

Ejercicio XXV

Final del ejercicio XXIV

El fin del racionamiento

Amores eternos

La clínica

Halley

La mujer más guapa del mundo

Cuatro años y un día

El hombre de mi vida

Algo muy especial.

Marcha atrás

El friki

El payaso y la preñada

Justicia o venganza

Noche de cuernos

Velocidad de escape

Mi adorable desconocida

Accidente a plena luz

Relación del relatos del XXIV Ejercicio de Autores

XXIV Ejercicio de Autores

Votación temas XXIV Ejercicio de Autores

Convocatoria ejercicio XXIV

Final del XXIII Ejercicio

El holandés errante

El Pirata

El torero

En el cielo

Campanilla y el sexo

Ser Paco Payne

Príncipe azul

Silvia salió del armario

Cambio

Mátame suavemente

Un divertido juego

Tres palabras

El semen del padre

Salvajes

Día de la marmota

Los tres Eduardos

Sheena es una punker

El legendario guerrillero de Simauria

El converso y la mujer adúltera

Órdago a todo

La bicicleta

Janies got a gun

Difurciada

Relación de relatos del XXIII Ejercicio

XXIII Ejercicio de autores de Todorelatos

Votación de las propuestas para el XXIII Ejercicio

Convocatoria del XXIII Ejercicio de Autores

La historia del monaguillo o el final del XXII

La reducción

Es palabra de Dios

Tren de medianoche

Hermana mayor

Una historia inmoral

Venceremos... venceremos... algún día

El vicario

Cielo e infierno

Reencuentros en la tercera fase

La pregunta

Juguetes rotos

Génesis 1,27

La entrevista

La mafia de los mantos blancos

Las cosas no son tan simples

XXII Ejercicio: lista de relatos

XXII Ejercicio de Autores de TodoRelatos

Votación de las propuestas para el XXII Ejercicio

Convocatoria del XXII Ejercicio de autores

Avance del XXII Ejercicio

Resultado del XXI Ejercicio de Autores

Con su blanca palidez

Adios mundo cruel

Tribal

Mi sueño del Fin del Mundo

El Pianista Virtuoso

A ciegas

La Ceremonia

Blanca del Segundo Origen

Hotel California

El tren del fin del mundo

100 años después

El fin del mundo. La tormenta solar perfecta.

Un último deseo

El convite

Demiurgo

Diario

Relacion relatos XXI Ejercicio

El Gato de Chesire

XXI Ejercicio de Autores

Votaciones para el XXI Ejercicio de Autores

Propuesta de ideas para el XXI Ejercicio Autores

Revisión de las normas

Gracias por participar del XX Ejercicio de Autores

Aprender a contracorriente [gatacolorada]

Vida estropeada [Estela Plateada]

En las crisis ganan los banqueros[ana del alba 20]

El rescate de Benilde [voralamar]

Se alquila habitación [Ginés Linares]

Sin tetas no hay trabajo [doctorbp]

El Préstamo [Lydia]

Liberar tensiones [Bubu]

Parásito [SideShift]

El Sacrificio de mi Mamá [Garganta de Cuero]

Ladrona [Neón]

Maldita Crisis [EROTIKA]

Las ventajas del poder [gatacolorada]

La crisis del coño [ana del alba 20]

¿Por Qué Lloras? [Silvade]

del amor. La máquina [erostres]

Los viajeros temporales [Estela Plateada]

Relato casi erótico [Alba_longa]

Grande y felicísimamente armado [voralamar]

El Fotógrafo [Vieri32]

¿Algo para reír o para llorar? [MilkaMousse]

Nyotaimori [Ginés Linares]

Muñecos Rotos [pokovirgen]

Relación de relatos del XX Ejercicio de Autores

XX Ejercicio de Autores

XX Ejercicio de Autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XX Ejercicio de Autores

Gracias por participar en el XIX ejercicio

Legión de Ángeles

Eva al desnudo

En el fondo de su mente

Las viejas tamaleras

Una canción en 100 años

Del amor, la guerra y otras lindezas

Canción de despedida

Noches de luna llena

Almas

El sobre azul

Nunca subas a la chica de la curva

Aunque tu no lo sepas

El Cid

La puta de mi novia y su despedida

Por toda la casa

El suicidio del Samurai

Causa y efecto

La fiesta de Navidad

Diálogos para un ejercicio

La barbería

Por los beneficios

Cenizas del deseo

M & M… y sí, son unos bombones adictivos

Lazos oscuros y desconocidos

Relación de relatos del XIX ejercicio

XIX Ejercicio de autores

XIX Ejercicio de autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XIX Ejercicio de Autores

Brevísimo balance del XVIII Ejercicio de Autores

Noche mágica

Pínchame, amor (Segunda parte)

Con todos ustedes....¡el increíble bebé barbudo!

Extraños en la noche

Noche de suerte

Por fin pude ver a mi esposa montada en un joven

La chica de la revista

Una manera de sentir

Vida de casado

Trovadores de la noche

Después de la feria según Lucas

Después de la feria según Marcos

La morochita villera

Amo las mujeres que desagradan a otros

Cómo recuerdo el día en que llegó a mi casa

La primera noche de mi nueva vida

¡Pínchame, amor! (1)

La mejor noche de un actor porno

La prueba

Paparazzi

Ivette, mi princesa árabe

El montoncillo y la gata

Pasión y lujuria en la Barceloneta

Relación de relatos del XVIII Ejercicio de Autores

Noticias sobre el XVIII Ejercicio de Autores

XVIII Ejercicio de autores

XVIII Ejercicio: Votación del tema

Propuesta de ideas. XVIII Ejercicio de Autores

Crucigrama. GatitaKarabo.

Flores. Dark Silver.

¡Maldita sea! Izar

Fugados. Dark Silver.

Superbotellón. MariCruz29

El Pelao. GatitaKarabo.

Raquelísima. Moonlight.

Oración. Masulokunoxo

El despertar. GatitaKarabo

Media tarde. Trazada.

La noche es bella. Lydia

Play. Un Típico Sobi.

Apetecible. Paul Sheldon.

Zanahorias de Haití. Masulokunoxo.

Charla de alcoba. Trazada.

XVII. Ejercicio de autores.

XVII Ejercicio. Votación del tema.

Propuesta de ideas. XVII ejercicio de autores

PsicóTRico.

Mi primer día.

Desde el fondo de la pecera

Un chico normal

La increíble historia de Mandy y su locura felina

Carta blanca

Amigo mío, ¿qué hice mal?

La psicología del miedo

El diablo nunca

El salto atrás de Paco.

Contacto humano

Identidad

Una muñeca vestida de azul.

AVISO - XVI Ejercicio - RELATO PSIQUIÁTRICO

XVI. Ejercicio de autores. Relato psiquiátrico

Votación del tema. XVI Ejercicio

Propuesta de ideas. XVI ejercicio de autores

¿Qué es el ejercicio?

La leyenda del demoniaco jinete sodomizador

¿Por qué las ancianas tienen obsesión...?

El visitante

Amantes en apuros

El hotel

El cementerio

La leyenda urbana de TR, ¿Quién es el Calavera?

Mascherata a Venezia

La cadena

Mujer sola

Electo ateneo

La Dama de los Siguanes

Libertina libertad

Máscaras

El engaño del Cadejo

Los veintiún gramos del alma

Examen oral

En el espejo

El Greenpalace

Una leyenda urbana

Sorpresa, sorpresa

Gotitas milagrosas

Información del XV ejercicio

XV Ejercicio de autores - Leyendas urbanas

Propuestas e ideas para el XV ejercicio de autores

Cambio de carpas

Con mi pa en la playa

Con sabor a mar

La luna, único testigo

Duna

Selene

Acheron

Una noche en la playa

¿Dónde está Fred?

Fin de semana en la playa

La noche del sacrificio

Nuestra playa

Aquella noche en la playa

La indígena

Sacrificio a la luna

El Círculo de Therion

Hijo de puta

Como olas de pasión

Hija de la luna

XIV ejercicio de autores – ampliación de plazo

La noche de los cuernos

Citas Playeras S.A.

XIV Ejercicio de Relatos Una noche en la playa

Yo quería y no quería

Información sobre el XIV Ejercicio de Relatos

La soledad y la mujer

Una oración por Rivas

Inocente ¿de qué?

El te amo menos cotizado de la Internet

Esquizos

Dios, el puto y la monja

Pesadilla 2

Ella

Mi recuerdo

Remembranzas

Nada es completo

Pesadilla (1)

Un momento (3)

Hodie mihi cras tibi

Pimpollo

La sonrisa

Hastío

La madre de Nadia Lerma

Duelo de titanes

Tu camino

XIII ejercicio sobre microrelatos

Mujer Amante - Vieri32

No tengo tiempo para olvidar - Lymaryn

Un ramito de violetas - Lydia

Palabras de amor - Trazada

Bend and break - GatitaKarabo

Tú me acostumbraste - Avizor

Por cincuenta talentos de plata - Estado Virgen

Äalborg [Sywyn]

El peor pirata de la Historia [Caronte]

Mi encuentro con el placer [Apasionada29]

El pirata que robó mi corazón [Lydia]

A 1000 pies de altura [Lymarim]

Trailer [Zesna]

Me aburrí muchísimo [Parisién]

U-331 [Solharis]

En el océano de la noche [Kosuke]

Sansón y Dalila

Kitsune

Ángeles y demonios

El sueño de Inocencia

La esencia de Zeus

Lilith

Hércules y las hijas del rey Tespio

Invitación para el X Ejercicio: Mitología Erótica

Aun no te conozco... pero ya te deseo

Tren nocturno a Bilbao

Entre tres y cuatro me hicieron mujer

He encontrado tu foto en Internet

Memorias de un sanitario

Sexo, anillos y marihuana

Sex-appeal

Talla XXL

Goth

Cayendo al vacío

Afilándome los cuernos

Plumas y cuchillas

IX Ejercicio: 2ª Invitación

IX Ejercicio de relatos eróticos

Pesadillas de robot

Mi dulce mascota

Promethea

Déjà vu

Involución

Eros vence a Tanatos

El instrumento de Data

Fuga de la torre del placer

El corazón de Zobe

Comer, beber, follar y ser feliz

Pecado

El caminante

Maldito destino

Decisión mortal

Yo te vi morir

Madre

Angelo da morte

Pecado y redención

Azul intenso

Cuando suena el timbre

Mátame

El último beso

El purificador

Mi instinto básico

Ella quería tener más

Fábula de la viuda negra

Hospital

Seven years

Por una buena causa

El opositor

¿Tanto te apetece morir?

Días de sangre y de swing

Voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Satanas Death Show

Relatos Históricos: La copa de Dionisios

Relatos Históricos: Al-Andalus

Invitación para el nuevo Ejercicio sobre CRÍMENES

Relatos Históricos: 1968

Relatos Históricos: Qué golfa era Carmela

Relatos Históricos: Franco ha muerto, viva el gay

Relatos Históricos: El soldado

Relatos Históricos: Campos de Cádiz

Relatos Históricos: El beso

Relatos Históricos: El primer vuelo

Relatos Históricos: 1929 en Wall Street

Relatos Históricos: Así asesiné al general Prim

Relatos Históricos: En bandeja de plata

Relatos Históricos: El primer gaucho

Relatos Históricos: Yo, el Rey

Relatos Históricos: El niño del Kremlin

Relatos Históricos: La maja y el motín

Relatos Históricos: Un truhán en las Indias

Relatos Históricos: Las prisioneras de Argel

Relatos Históricos: Tenno Iga No Ran

Relatos Históricos: Mar, mar, mar

Relatos Históricos: Un famoso frustrado

Relatos Históricos: Cantabria indomable

Relatos Históricos: Clementina

Relatos Históricos: El caballero don Bellido

Relatos Históricos: En manos del enemigo

Relatos Históricos: Nerón tal cual

Relatos Históricos: Alejandro en Persia

Relatos Históricos: El juicio de Friné

Relatos de Terror: Ojos violetas

Relatos de Terror: Silencio

Relatos de Terror: Nuria

Relatos de Terror: El bebé de Rosa María

Relatos de Terror: El nivel verde

Relatos de Terror: La puerta negra

Relatos de Terror: Aquella noche

Relatos de Terror: No juegues a la ouija

Relatos de Terror: Sombras

Relatos de Terror: Lola no puede descansar en paz

Relatos de Terror: Rojo y diabólico

Relatos de Terror: Asesino

Relatos de Terror: Aquel ruido

Relatos de Terror: Estúpido hombre blanco

Relatos de Terror: Fotos en tu desván

Relatos de Terror: Despertar

Relatos de Terror: Confesión

Relatos de Terror: No mires nunca atrás

Relatos de Terror: Viaje sin retorno

Relatos de Terror: La pesadilla

Relatos de Terror: La playa

Lengua bífida - por Alesandra

Trescientas palabras - por Trazada30

Hay que compartir - por Espir4l

25 líneas dulcemente apasionadas - por Alesandra

Celos - por Scherezade

Diez minutos - por Sasha

La sopa - por Solharis

Una noche de primavera - por Dani

Ese día estaba yo muy ansiosa - por Esther

Recuerdos - por Némesis30

Hotmail - por Espir4l

Obediencia - por Némesis30

Por un puñado de euros - por Yuste

Trópico - por Trazada30

Registro de tráfico ilegal - por Esther

Llámame si quieres - por Solharis

Una noche de invierno - por Dani

Clásico revisitado - por Desvestida

Esa sonrisa divertida - por Trazada30

Mi obra de arte - por Lydia

La mujer de las pulseras - por Yuste

En el coche - por Locutus

Despertar - por Espir4l

Ciber amante - por Scherezade

Una noche de otoño - por Dani

45 segundos a euro - por Alesandra

16 añitos - por Locutus

La ciclista - por Genio

La vida en un segundo - por Iván Sanluís

Por el bien común - por Wasabi

La oportunidad llega sola - por Elpintor2

Sola - por Scherezade

Los pequeños detalles - por Némesis30

Ladrón de coches - por Sociedad

Taxista nocturno,servicio especial - por ElPintor2

Necesito una verga - por Esther

No soy tuya - por Donnar

Más que sustantivos - por Wasabi

De ocho a ocho y media - por Superjaime

Esperando - por Scherezade

Maldito alcohol - por Lachlainn

El preso - por Doro

No me importa nada más - por Hera

Una noche de verano - por Dani

Vampirillos - por Desvestida

Siempre hay un hombro amigo - por Yuste

En mi interior - por Nemésis30

Almas - por Egraine

El tren de lavado - por Lydia

Despertar placentero - por Lince

Piel de manzana - por Sasha

Me fascina - por Erotika

Hace muchos años - por Trazada30

El dragón - por Lobo Nocturno

La fila - por Locutus

La cita - por Alesandra

Tardes eternas - por Ornella

La realidad supera la imaginación - por Genio

Instinto primario - por Espir4l

La sorpresa - por Solharis

38. La verdad en el fuego

Gönbölyuseg

Carta a un desconocido

Enfrentarse al pasado

Alejandría

La venganza de Aracne

Un relato inquietante

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

El apagón

El pasillo oscuro

Ejercicio 2 Las apariencias engañan - Va la novia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga