La Dama de los Siguanes
Esta es la misteriosa historia de Chanim Pitit. Su verdadero nombre era Pedro Xitumul Pitit Say, pero por la fama que tenía de ser muy precoz, no de inteligencia, sino que a la hora de chimar, se ganó el cariñoso apodo de Chanim Pitit. Dicho apodo le fue otorgado por parte de las prostitutas de los alrededores del pueblo, tenebrosamente olvidado por la civilización, en el que habitaba Chanim Pitit, y que en la lengua maya que se hablaba en dicho arcaico pueblo, significaba algo así como el Rapidito. Chanim Pitit era un "hombre" especial; imaginen a alguien feo, cobrizo, chaparro, con bigotes de ala de mosca, facciones toscas, nariz de chipuste, manos de ubres de vaca, panzón, grotesco y mal oliente, y habrán logrado imaginar un esperpento a la mitad de horrible de como era Chanim Pitit. El pobre, aparte de todas las características mencionadas anteriormente, tenía las orejas alargadas y se le veían como si estuviera colgado de las mismas en un tendedero.
Resulta que Chanim Pitit, aparte de ser un hombre tan feo como una blasfemia, era todo un rufián. Lo único más feo que él mismo era la maldad dentro de él y las horribles botas rojas de hule, que siempre llevaba puestas. Era de esos individuos que resultaban ser como una espina en el trasero para todos los demás. Muchos sospechaban que era culpable de haber cometido unas cuantas violaciones en el pueblo, pero por desgracia, hasta la fecha nadie tenía suficientes pruebas para culparlo de tales atrocidades, ya que de haberse comprobado su culpabilidad, el Patriarca del pueblo, conforme a las leyes, habría ordenado que se le aplicara a Chanim Pitit el castigo del Chajalele. Créanme, no van a querer saber que significaba Chajalele, pero se trataba más o menos de una ronda completa de varios indios sin escrúpulos que sodomizaban al declarado culpable de haber cometido violación. Eso, si se le comprobaba su culpabilidad una vez, ya que de la segunda en adelante, primero se aplicaba el Chajalele al culpable, y luego se le ejecutaba en la horca.
Chanim Pitit cometió muchas fechorías en su vida, pero las que dieron origen a su fatídico final comenzaron con la víspera de la feria del pueblo. En aquellos días todos los habitantes se preparaban para dicho evento, realizando diferentes actividades: la confección de disfraces para el desfile de bailes folclóricos, el arreglo de las carrozas y de los fuegos artificiales, la preparación de los puestos de ventas en las afueras de la iglesia, las atracciones y los juegos de la feria, y finalmente, pero no por eso menos importante, el abastecimiento de los bares con bastante aguardiente para las noches de fiesta.
El párroco de la iglesia, por su parte, se encargaba de la programación de las misas y de las visitas que tenía que hacer en los principales eventos de la festividad, en donde su acto de presencia era imperativo por tradición. Tantos preparativos y ajetreo, que solo se daba una vez al año en aquel pueblo tan ocioso, distrajeron al sacerdote de una de sus tareas principales, que consistía en vigilar a Juanita, la hija del Obispo. ¡Si, leyeron bien! Juanita era la hija del Obispo, circunstancia que lógicamente debía mantenerse en secreto, sobre todo en un pueblo donde todos eran católicos (exceptuando por uno, que era ateo). Juanita vivía con el párroco de la iglesia, realizando funciones de sacristana. El sacerdote la había acogido desde muy pequeña, haciéndola pasar por huérfana para ocultar el "divino" secreto. Nadie sabía quien era realmente la madre de Juanita, pero el sacerdote sospechaba de una hermosa verdulera que tuvo que purgar sus pecados, de una manera quizá demasiado penitente, con el Obispo cuando éste aún fungía como párroco de la iglesia del pueblo.
Juanita era una chica que en ese entonces tenía 19 años de edad. Era una mulata hermosa, de mediana estatura, con una piel de un tono moreno, uniforme y brilloso. Tenía un rostro fino y bello, con unos ojos grandes y negros que se parecían a los del burro Platero. Su cuerpo era esbelto y atractivo debido a sus senos medianos y bien formados, además de su deseable culo redondo y respingón. Tenía también unas piernas bien torneadas, debido a las largas caminatas que debía realizar para entregar las encomiendas del párroco.
El intelecto de Juanita no era proporcional a su edad, ya que el mismo estaba algo atrasado por más de un lustro. Digamos que la chica no tenía posibilidades de convertirse en la próxima Marilyn vos Savant, y aparte de eso, el párroco jamás le había ofrecido la oportunidad de estudiar. La pobre tenía el record de ser la más analfabeta del pueblo ya que ni su nombre sabía escribir, además su huella digital era tan fea, que cuando la imprimía parecía que la impresión tenía una falta de ortografía. El que Juanita fuera hermosa, tontita e ignorante no significaba un problema como tal, el verdadero problema consistía en que la mulata parecía tener un desorden hormonal, ya que era demasiado ardiente y eso la hacía un blanco fácil de los pervertidos del pueblo, que eran el 99% de los hombres de dicho lugar, incluyendo tácitamente en ese grupo a Chanim Pitit. Las debilidades de Juanita, tanto de intelecto como para ceder al pecado, habían obligado al párroco de la iglesia a pedirle al curandero o médico brujo del pueblo que le preparara a Juanita un brebaje que la hiciera estéril. Dicho brebaje hasta la fecha había sido de utilidad, porque aún con todos los cuidados y vigilancia que el párroco tenía sobre Juanita, éste no había sido capaz de evitar que la chica cediera a la tentación en varias ocasiones con los jóvenes apuestos del pueblo.
Volviendo a los asuntos de la feria, aquella tarde el párroco se dedicó a proferir la misa inaugural de la misma, a la cual asistió casi todo el pueblo. Entre la muchedumbre se encontraba el cerdo de Chanim Pitit, quien ya había maquinado, en aquella cloaca oscura que tenía por mente, un plan para apoderarse del dinero de la limosna que se reuniría en la misa. El muy cabrón sabía que el párroco, luego de terminar la solemne ceremonia, debía dirigirse presuroso al parque central para bendecir a los participantes del desfile. Era lógico que la mayoría quería estar presente en aquel magno evento, por lo que cuando terminó la misa, la iglesia no tardó mucho tiempo en quedarse prácticamente vacía, con solo unos cuantos rezagados vagando adentro, quizá con la intención de hacerle una oración al santo de su preferencia.
Chanim Pitit comenzó a rondar dentro de la iglesia, fingía que se persignaba ante cada santo, ya que ni tenía idea de cómo hacerlo, mientras se aproximaba cada vez más y más a la puerta que sabía que conducía al recinto trasero del altar, donde de seguro estaba guardado el dinero de las limosnas y cualquier otra cosa que pudiera robar. Al llegar a la puerta, el indio malvado se encendió de coraje al darse cuenta que la misma se encontraba cerrada con llave, agitó varias veces la manecilla con rudeza como un último intento desesperado de abrir la puerta y completar su fechoría, pero no lo consiguió. Estaba a punto de retirarse en busca de alguna herramienta para forzar la puerta en un nuevo intento, cuando dicha puerta se abrió y una patoja mulata, bella pero tontita, asomó la cabeza para investigar el origen del escándalo que había escuchado unos segundos antes.
Chanim Pitit, sin dudarlo un solo instante, interpuso su pie protegido por una de sus horribles botas rojas y empujó con fuerza la puerta, logrando vencer sin problemas la resistencia de Juanita, quien a pesar de ser una chica vigorosa, no fue rival para la fuerza masculina de Pitit, ya que el infeliz era chaparro pero fuerte. La mulata al sentirse vencida, trató de huir hacia adentro pero quedó atrapada por el indio, quien la envolvió del cuello con un brazo y le tapó la boca con la mano del brazo libre. Procedió a encaminarla a la fuerza hasta el interior de la parroquia, hasta que por fin llegaron a lo que parecía ser la habitación del sacerdote.
En su desesperación, Juanita trató de morder la mano de Chanim Pitit que le rodeaba la boca. El acto de coraje de la muchacha, o quizá de estupidez, no le gustó para nada al indio, quien respondió dándole un tremendo vergazo en la cara, dejándola subyugada sobre la cama viendo estrellitas.
Chanim se dispuso a hurgar en la habitación, registrándolo todo con tal de encontrar el dinero de la limosna, pero fue inútil, los nervios de la situación no lo dejaron pensar con claridad y en el breve intervalo de tiempo que había transcurrido, no fue capaz de encontrar el pisto ni de suponer un lugar en el que podía estar escondido. Juanita se reincorporó vagamente del tremendo golpe que había recibido y trató de salir corriendo por la puerta para escapar, pero Chanim de nuevo se adelantó a los movimientos de la mulata y la tomó del cuello del viejo vestido que portaba, desgarrándoselo de un tirón al tratar de hacerla retroceder. Algunos jirones de la prenda se quedaron atorados en las piernas de Juanita, que junto con el halón que realizó Chanim Pitit, la hicieron perder el equilibrio para caer de bruces, quedando con las nalgas redondas, desnudas y morenas frente al rostro babeante de Chanim, que para ese preciso momento, su malévola mente ya había dejado ir la idea del dinero de la limosna, como una paloma que emprende vuelo asustada luego de ser correteada por un niño en el atrio de la iglesia.
¡Qué mala suerte la de Juanita! La muy cachonda no se había puesto ropa interior, porque había planificado ir a visitar al hijo del carnicero, el cual era uno de sus galanes predilectos, para echarse un rapidín justo después de la misa. La pobre creyó que los agites de la puerta habían sido provocados por el muchacho, que no se había aguantado las ganas de comenzar la cita.
Chanim Pitit, como un animal, se abalanzó sobre el culo moreno y brilloso de Juanita, eclipsándolo por completo con sus manos de ubres de vaca. Al atraparlo, el indio no pudo contener el impulso de atestar una mordida en una de las nalgas de la pobre Juanita, la cual reaccionó gritando, más de miedo que de dolor. Por desgracia, sus gritos se confundieron con el relajo que tenía todo el resto del pueblo en las afueras de la iglesia y cerca del parque central. Más gritos de susto y ayuda por parte de Juanita, acompañaron aquella contrariedad, luego que Chanim Pitit trató de acariciar los labios vaginales de su víctima con sus mugrosos dedos. Las protestas y forcejeos de Juanita fueron silenciados por la ira de Pitit, quien esta vez la tomó del cabello para estrellar impunemente su cabeza en el piso. El atarugo de Juanita, producto del golpe, permitió al sádico Pitit retomar su intención inicial de acariciarle los labios íntimos. Los convirtió en su juguete personal y comenzó a frotarlos, a presionarlos y a abrirlos para tratar de meter sus dedos dentro de ellos. Al cabo de unos segundos, el indio introdujo los dedos índice y corazón dentro del chocho de Juanita, y al hacer esto, en su rostro se formó una mueca algo parecida a la que hacen las abuelitas cuando están tratando de enhebrar una aguja. Conforme la penetración de sus dedos fue aumentando, la cara de Pitit se fue tornando cada vez más animalesca.
La dilatación en la vagina de Juanita fue inevitable, su coño, acostumbrado a caricias similares, instintivamente se humedeció y eso no pasó desapercibido por Chanim Pitit, que aparte de sentir más flexibilidad en el jugueteo de sus dedos, percibió el aroma ferroso de la mulata con su horrenda y amorfa nariz. Como todo un animal en celo, sintió deseos de beber de aquel néctar, por lo que hizo girar a Juanita para abrirla de piernas y llevar sus fauces directo a la vagina. Forcejeó un poco con los muslos de la mulata para abrirlos, pero finalmente logró llevar su boca grande y caliente a la vagina de Juanita. Cuando el hocico de Chanim comenzó a chupar el clítoris de la joven, ésta emitió un jadeo seco, producto de la fuerte estimulación. Se hubiera rendido a la sensación, de no ser porque su último suspiro de conciencia le recordó que el hombre que la estaba consumiendo era un adefesio desalmado. Juanita, encendida en un acto reflejo de furia, agarró con sus manos las enormes orejas de Chanim Pitit, procurando clavarle las uñas con todas sus fuerzas en la piel de aquellos enormes cartílagos. El dolor fue demasiado intenso para el malhechor, quien reaccionó berreando mientras tomaba las muñecas de Juanita para defenderse, sin poder evitar quedar con las orejas aruñadas y algo desgarradas luego de librarse del aguerrido ataque de la mulata. La maldijo sin piedad alcanzando la supremacía de su vulgaridad. Enardecido, se montó sobre ella y le propició al menos tres golpes seguidos en la cara, dejándola prácticamente inconsciente, luego le abrió las piernas y la haló de las mismas hacia él, se bajó el pantalón y la penetró bruscamente de una sola embestida.
Juanita quedó fuera de sí, por lo que su mente, tratando de escapar de la horrible realidad, la hizo soñar de que se trataba del bello hijo del carnicero quien le chupaba los senos y la martillaba con fuerza, haciéndole vibrar el vientre y las nalgas en cada arremetida. Fue una suerte que el desgraciado de Chanim Pitit fuera un eyaculador precoz, pues bastó un poco más de un minuto para que su leche caliente se desparramara a chorros dentro de la pobre Juanita. El infame Pitit quedó exhausto, por lo que desfalleció con la cara recostada en el piso, sobre el hombro de la mulata. Casi obtuvo una nueva erección, al darse cuenta que debajo de la cama se encontraba un cofre que resultó guardar, no solo la limosna de la misa inaugural de la feria, sino que además, la de todas las misas que se habían celebrado en la semana.
Chanim Pitit, rapidito como su apodo, logró escapar de la iglesia sin ser visto por nadie. Por suerte para Juanita, la ambición del indio por el dinero hizo que éste se olvidara por completo de ella, dejándola tumbada a un costado de la cama del párroco, toda hecha mierda. Horas más tarde, el venerable sacerdote del pueblo, encontró a su regreso a Juanita en un estado decadente, resintiéndose del dolor de los golpes, rasguños y mordidas que había recibido, con su ropa destrozada y sus ojos tremendamente hinchados. Un escándalo se apoderó del pueblo cuando Juanita, luego de varias horas, con la mirada perdida, pudo articular palabras delatando quien era el responsable de su violación y del hurto del dinero.
Chanim Pitit huyó a pie con dirección al pueblo vecino, para luego dirigirse a su burdel favorito, en el que habitaban las putas quienes le habían puesto su famoso apodo. Se pagó tres rameras para un mismo tiempo y se revolcó con todas ellas como cerdo en el lodo. El muy infeliz hasta se dio el lujo de golpear a un par de ellas, cuando éstas se negaron a seguir con él, a pesar de que les ofreció más dinero. Luego se hundió por completo en el alcohol, atiborrándose de caldo de frutas y aguardiente, hasta vomitar no una, ni dos, sino que tres veces.
Al salir del burdel, dejando tiradas varias monedas a su paso, Chanim Pitit le dio una patada a un pobre perro callejero que pasó frente a él, por el simple hecho de querer descargar un poco más de su sempiterno resentimiento. El manto de la noche había cubierto la calle, dejándola casi desierta. El indio malvado pudo distinguir una carreta que era tirada por una mula, aparcándose fuera de la pensión que se encontraba enfrente del burdel. La carreta era conducida por un cochero joven e inexperto. Segundos después, el joven cochero fue arrojado desde su asiento hasta el duro piso de terracería, lastimándose la frente sobre una roca, quedando completamente inconsciente como para escuchar que la carreta se alejaba al unísono con la risa burlona del infame Chanim Pitit (el infeliz era chaparro pero fuerte).
El indio emprendió el camino hacia su guarida secreta, una cabaña un tanto lejana al pueblo. No era tonto, sabía que probablemente lo estaban buscando, así que se mantendría alejado para luego mudarse a otro lugar donde pudiera seguir cometiendo sus atrocidades. Luego de unos cuantos minutos de golpear excesivamente a la mula con el chicote, el animal, harto del maltrato, se detuvo furioso y comenzó a lanzar patadas. Chanim Pitit, molesto por la rebeldía de la bestia, procedió a lanzarle chicotazos aun más fuertes. La guerra entre "ambos" animales, provocó que la mula lograra librarse de la carreta, para luego escaparse corriendo hasta perderse en la oscuridad de la noche.
Pitit, después de maldecir a la mula de una forma peor de la que lo había hecho con Juanita, antes de violarla, no tuvo más remedio que seguir por el camino a pie. Se mantuvo avanzando a paso muy lento hasta llegar al río. Habría pasado por alto aquel lugar, de no ser porque presenció una visión que lo dejó helado: se encontró a una mujer hermosísima que se bañaba cerca de la orilla del río. No estaba desnuda, vestía un camisón blanco que traslucía su divino y perfecto cuerpo. Se mojaba haciendo uso de un guacal que parecía ser de oro, y el dorado brillo que producía dicho recipiente, en combinación con el agua y con los tenues rayos de la luna, acariciaban sublimemente su maravilloso cuerpo ante la mirada atónita de Chanim Pitit. Sin duda era la mujer más hermosa que el indio jamás había visto, era alta, de piernas largas, con unos senos redondos y magníficos y un culo tan duro y tan perfecto que parecía estar tallado en jade. Tenía el vientre plano, con una cintura diminuta, unas caderas divinas y en general un torso digno de la diosa Venus. La principal característica de aquella hermosa mujer, era su larguísima cabellera de color negro azabache brillante. Usaba el pelo suelto, y con el mismo se cubría disimuladamente el rostro. Luego que terminó de bañarse, comenzó a peinar su larguísimo cabello con un peine que también parecía ser de oro.
Chanim Pitit, nunca se había sentido tan excitado en su vida. Las piernas y las manos comenzaron a temblarle a causa de un frío extraño. Una extrema lujuria se apoderó de su cuerpo, entró en él a la misma velocidad en que lo hubiera electrocutado un rayo, si en ese momento le hubiera caído en el cabeza. Aquella presencia majestuosa lo había hecho descender al nivel en que la maldad se convierte en pura locura. Iba a tener a esa hermosísima mujer a como diera lugar, sin chistar, sin tan siquiera pestañear. Todos los pecados acumulados en su maldita vida, no eran nada comparados con tan solo una de las tantas ideas concupiscentes que pululaban en su cuadrada cabeza en aquel momento.
La ansiedad del indio por tomar a aquella hermosísima mujer, se vio nublada por la confusión, cuando la misma, repentinamente, comenzó a llamarlo haciéndole sensuales señas con la mano. Era la primera vez que una de sus víctimas potenciales lo llamaba para que se acercara. De hecho, era la primera vez que una mujer lo llamaba, independientemente de la razón que fuera. Confundido, Chanim Pitit comenzó a acercarse a la misteriosa y sensual fémina. Minutos después se encontró siguiéndola en las cercanías de un barranco. Pitit le temía a las alturas, pero aún así quería correr hacia ella con todas sus fuerzas. La ansiaba tanto, que por primera vez se condujo con paciencia, como un depredador tras la mejor presa de su vida.
La misteriosa fémina se detuvo en la orilla del siguán, seguía cubriendo levemente su rostro con su larga cabellera, sin dejar de llamar a Chanim Pitit con las irresistibles señales de su mano. Por fin el indio pudo posarse a la par de la chica, y a pesar de que no podía verle la cara, sintió su sugestiva mirada tras el cabello que le cubría levemente el rostro. Chanim se puso a observar la imponente y bella figura que tanto había ansiado, se acarició un par de veces con la mano la barbilla, como tanteando la precisión con que iba a profanarla. Posó abusivamente ambas manos en las nalgas de la chica de cabello largo. La sensación de aquellas nalgas, tan redondas y perfectas, tan firmes y tan pulidas, provocaron que el pene de Chanim Pitit se erectara babeante en un par de segundos. El gozo más grande que experimentaba Pitit en aquel momento, era que por fin había podido tocar a una mujer, sin que ésta lo rechazara como acto reflejo. Solo con mucho dinero de por medio había podido tocar anteriormente a las putas de esa forma, pero aquella preciosidad, aparte de ser mucho más hermosa que cualquier mujer con la que Chanim hubiera soñado, había recibido el apretón de nalgas sin un solo atisbo de desapruebo.
Las caricias del indio se intensificaron en las nalgas de la hermosa mujer, luego se regaron hacia sus muslos con una de sus manos, y hacia sus senos con la otra. Luego se esparcieron a la espalda, a la vagina, a las caderas y de nuevo a las nalgas. La chica reaccionaba retorciéndose cadenciosamente al mismo compás del manoseo que recibía, y también respondió recíprocamente, acariciando con suavidad el pecho del lujurioso Pitit. Éste, con incredulidad, sentía las palmas de las hermosas y finas manos de la mujer, recorriendo sus pectorales como queriendo determinar el grosor y la textura de los mismos. Chanim Pitit, quiso verla a la cara, atontado por la emoción, pero el rostro de la mujer se mantenía oculto tras el velo de la oscuridad y de su cabello largo.
La cadena de sensaciones agradables, perdió todos sus eslabones al momento en que las uñas de la misteriosa mujer, se tornaron largas, para luego clavarse profundamente en el pecho de Chanim Pitit. El dolor despertó al indio de su trance y antes de que pudiera reaccionar, de en medio del velo de cabello que cubría la cara de la fémina, emergió por fin su verdadero rostro, el cual provocó en Chanim la sensación de que el corazón se le iba a salir por la boca. La mujer tenía el rostro de un horripilante caballo, cuyos ojos, al ver a Pitit, se salieron de sus cuencas tornándose sangrantes y brillosos. El indio, extremadamente exaltado ante aquella horrenda visión, sintió que sus oídos se inundaron de una terrorífica risa estridente, cuyas ondas sonoras parecían producirle un efecto paralizante en todo el cuerpo. Fue así que Chanim Pitit, por fin pudo darse cuenta de lo que sucedía; estaba ante la Siguanaba, la famosa dama fantasmal que se le aparecía a los hombres por las noches, especialmente a aquellos que eran malvados o mujeriegos. Si Pitit alguna vez hubiera prestado atención a las historias de los ancianos de su pueblo, habría sabido que la forma de librarse de la Siguanaba, era encomendándose a Dios, pero aquel acto de fe era imposible para él, ya que toda su vida había sido ateo. El tremendo susto hizo retroceder fatalmente a Chanim Pitit, ya que ni se recordaba que estaba en las orillas de un barranco. Segundos antes del caos de la caída, pudo contemplar horrorizado a la mujer con rostro de caballo y risa estridente, burlándose de él. La agonía de Chanim Pitit comenzó cuando éste sintió su pierna romperse en dos partes tras chocar contra una región rocosa del empinado siguán, luego fue su cadera la que se fracturó al estrellarse contra algo contundente, le siguieron el antebrazo, el omóplato y finalmente la quijada, la cual se le desencajó del rostro al hocicar contra una roca picuda.
Cuando su cuerpo finalmente dejó de rodar al llegar al fondo del barranco, a pesar del intenso dolor que sentía por sus huesos rotos y sus órganos internos destrozados, Chanim Pitit no pudo emitir ni un solo grito de dolor, debido a que la quijada le colgaba de un lado de la cara y la sangre que brotaba de su boca lo ahogaba. Para su desgracia, el indio malvado sobrevivió varias horas de la noche (el infeliz era chaparro pero fuerte), recostado sobre un colchón de su propia sangre, para luego irse al infierno lentamente con la imagen de miles de hormigas tratando de llevarse su mano hacia el hormiguero, junto con la cara de caballo de la Siguanaba y el sonido de su risa estridente que parecía haberse quedado atorada en sus tímpanos para siempre.
Varios meses pasaron y nadie volvió a saber nada de Chanim Pitit; lo dieron por muerto. Todo se confirmó cuando un comerciante encontró un esqueleto en el fondo de un siguán cercano al río. Los restos no podían ser de otro más que de Pitit, debido a las horrendas botas rojas de hule que se encontraban aún puestas en la osamenta. El lugar y las características en que se había encontrado el esqueleto, de acuerdo a la cultura del pueblo, no dejaban duda de que Chanim Pitit había caído en las garras de la Siguanaba. Cuando la noticia se regó en el pueblo, la que más se alegró de escucharla, mientras se encontraba acariciando el hocico del caballo del hijo del carnicero, fue Juanita, la cual sonrió con malicia al no poder evitar pensar que el animal que acariciaba en ese momento representaba la imagen de la justicia. Pasaron los años y cuando la gente volvía a preguntar por Pitit, los que sabían la historia, reafirmaban que estaba muerto diciendo Xkamik. De hecho, la historia se repitió tantas veces que ya nadie lo siguió recordando como Chanim Pitit, el Rapidito, sino más bien como Xkamik Pitit, el Muertito.
No seas malo ni calenturiento, se acostumbraron a advertir las abuelitas, porque una noche te va a salir la Siguanaba y vas a parar como Xkamik Pitit.
En lo que respecta a Juanita, habría querido contarles que finalmente aprendió a leer y que llegó a ser una mujer de bien, pero por desgracia no fue así; su vida fue tormentosa y con el tiempo se volvió prostituta.
FIN
Malefromguate
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Vocabulario:
Chicote: Látigo.
Chimar: Follar, coger
Chipuste: Pelota o pedazo de cualquier material blando.
Guacal: Palangana o jofaina.
Patojo/a: Adolescente, joven.
Pisto: Dinero
Siguán: Barranco
Vergazo: Golpe fuerte (no necesariamente proporcionado con la verga).