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Relatos de Terror: Ojos violetas

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- Aléjate del arma y pon tus manos sobre la nuca.

Gritos que se tornan difusos, corridas a través de las escaleras, luces por todos lados, una puerta derribada frente a mí, vidrios rotos por todo el piso, tres, cuatro, cinco policías apuntándome con sus armas, gusto metálico en mi boca, ardor en mis ojos. Y a su vez, un profundo silencio que se adueña de cada objeto, cada persona que me rodea. Mis rodillas clavándose en el piso de madera oscura de la sala principal de la casa, casquetes rojos de balas desperdigados a mi alrededor; una ithaca de culata recortada aún humeante desde su boca de acero, medio metro hacia mi izquierda. Siento un escalofrío recorriéndome desde la nuca hacia el coxis y tiemblo.

- Vamos hijo de puta, las manos sobre la nuca o te volamos la cabeza.

Tiemblan mis manos, el alma acompaña a esos temblores y las muñecas, y los codos, y los hombros. Las ubico delante de mis ojos con las palmas hacia arriba y separo los dedos unos de otros. Todo es carmesí; las líneas curvas o rectas, los dobleces, las cicatrices, las muñecas... todo es carmesí en mis manos. Me pregunto que es lo que ocurrió, como es que llegué a estar rodeado de policías cubriéndome con sus ojos inyectados de odio. La respuesta es un misterio, un puñado de sombras danzando en mi mente, alfileres clavándose en el interior de mi cráneo.

De pronto un uniformado corre hacia mí y con su arma dibuja una elipse por sobre su cabeza. Mis reflejos están muertos, sólo mis manos se mueven al compás de un temblor desesperante y con ellas, las figuras en el fondo de mis pupilas. La culata del arma impacta brutalmente en mi sien derecha y caigo de costado sobre el piso. Ahora todo es negro.

 

 

 

 

Abro lentamente mis ojos, brotan gotas de sudor frío desde mi frente, mis muñecas están rodeadas por unas esposas plateadas, las manos ubicadas sobre una mesa metálica, aún tiemblan. Frente a mí, un hombre calvo de enormes cejas negras sentado en el extremo opuesto de la mesa, delante de una enorme ventana espejada y ladeado por cuatro policías de pie - Cabrón, habla de una buena vez. No tenemos todo el puto día para esperar a que te declares culpable – uno de sus dientes está partido y es inevitable detener mi mirada en esa imperfección – Hijo de puta, confiesa.

Elevo mi mirada y la ubico en sus ojos; relamo mis labios rugosos por la sequedad. Quisiera entender, darle respuesta a miles de preguntas que me azotan la mente y dilucidar porque diablos estoy aquí, con un terrible golpe en la cabeza y esposado ante estos tipos – ¿Puede darme un vaso de agua y decirme que rayos está ocurriendo?

Aprieta sus párpados, rechinan sus dientes y aspira profundamente - Mal nacido, no me tomes el pelo y confiesa de una puta vez–, grita exacerbado el calvo poniéndose de pie mientras se le hincha la yugular y apoya sus manos sobre la mesa – Acaso, ¿me dirás que no recuerdas nada? – sonríe de lado – Confiesa.

Muevo la cabeza hacia los lados y esgrimo una leve sonrisa – Quiero un vaso de agua, no tomarle el pelo.

- Eres gracioso – mira a uno de los policías que lo ladean y me señala con su índice izquierdo mientras carcajea – El cabrón es gracioso – el policía le devuelve una sonrisa forzada – Eres un cabrón gracioso – clava sus ojos en mis pupilas y tras morderse los labios me aplica un bofetón detrás de la oreja derecha – Pedazo de mierda... te refrescaré la memoria.

Toma un sobre de papel ubicado en un bolsillo interno de su campera azul y tras abrirlo, arroja su contenido sobre la mesa. Fotografías, son decenas de fotografías. No las quiero mirar, algo me dice que debo mirarlas, pero la curiosidad es inmensa y mi mirada se posa sobre una de ellas. Paredes blancas salpicadas de sangre, una persona recostada boca abajo sobre una cama, con su brazo izquierdo colgando de ella y un agujero en su cabeza. En el piso una casaca de fútbol... el mismo equipo del cual es fanático Juan, mi hermano mayor. Juan... ese brazo tiene una pulsera similar a la que le regalé en el día de su cumpleaños. Mis ojos se llenan de lágrimas y rápidamente llevo mi mirada hacia el hombre calvo.

- Lacra, ¿ahora recuerdas? – la seriedad en su rostro contesta a mi primer pregunta... ¿es mi hermano? Si, lo es.

- Por dios ¿qué le ha pasado? ¿quién lo hizo? – la humedad de mis ojos se convierte en copioso llanto y un escalofrío recorre toda la extensión de mi cuerpo. En mi pecho, los latidos galopan por las planicies de la desesperación, mi sangre fluye como torrentes de fuego a través de mis venas.

- Continúa observando las fotografías y dime tú que ha pasado –

Mis manos tiemblan, las esposas y su cadena golpetean contra la mesa metálica... ta ta ta ta ta. Imágenes de una espalda, el sonido de un cargador, el estallido de un disparo, una cabeza abriéndose como una naranja arrojada contra el suelo. "Ojos violetas, maldita hija de puta" resuena en mi mente. La pared salpicada de sangre, el cargador de una ithaca nuevamente alimentando a ese poder de fuego. Muerdo mi labio inferior y mis lágrimas se derraman sobre las fotografías. Arden mis ojos, un infierno se asoma desde las pupilas dilatadas, llamarada de muerte deslizándose a través de mis pómulos, un dolor como ninguno desgarrándome el alma – Por dios, por dios... ¿qué ha pasado?

Otra fotografía muestra a una cama matrimonial de frazadas blancas con bordes azules y a dos cuerpos con sus cabezas desechas sobre ella. Cabellos blancos por las nieves del tiempo empapados de carmesí... todo es carmesí... inclusive las manos aferradas de los que yacen en esa cama... una cama de caoba, esa que mi abuelo materno le regaló a mis padres en el aniversario número diez de su casamiento.

Nuevamente el sonido del cargador, cartuchos humeantes cubriendo el piso del pasillo y mi mano abierta apoyándose sobre la puerta del cuarto de mis padres. Las bisagras rechinan, la puerta se abre lentamente y los dos ancianos en los abandonados en los brazos de Morfeo, con sus cabezas hundidas en los almohadones de plumas, con sus arrugas descansando de los años.

Dentro de mí, dos respiraciones, dos miradas, dos corazones; se nublan mis ojos, se cubren de lágrimas mientras una sombra con forma humana se abraza a mi cuerpo, se adhiere a mi alma, lo noto en mis manos sosteniendo a ese asesino de fuego, en mis brazos temblorosos. Unos ojos violetas y una sonrisa cínica conforman la imagen que me domina mientras el cargador y los estallidos desgarran al silencio de la noche y muestran a mi rostro iluminado por los fulgores de los disparos... un rostro que es mío y no.

"Ojos violetas... maldita perra"

Un crucifijo de metal yace colgado en la cabecera de la cama... se mece y gotea sangre. Todo es carmesí.

- Esto no ha pasado. No puede ser, no puede ser – repito una y otra vez moviendo mi cabeza hacia los lados, mientras mis manos esposadas cubren mi rostro y los dedos quieren enterrarse en él. Mis ojos nadan en un mar de lágrimas, todo es borroso, todo es confuso, como los recuerdos que vienen a mi mente, imágenes que me torturan en cuerpo y alma. Con la parsimonia otorgada por el dolor, alejo las manos de mi rostro y las apoyo sobre la mesa. El hombre calvo observa de pie y sin emitir palabra se rasca el mentón. Uno de los policías muerde su labio inferior y agacha su cabeza.

Clavo la mirada en otra de las fotografías y veo en ella un pequeño bulto doblado sobre sí en el rincón de un cuarto en donde todo es celeste. Es el mismo color que posee la habitación de Ismael, mi hermano de diez años de edad. El color que según dice, es el de los angelitos que lo cuidan por las noches. Y por enésima vez el sonido del cargador y mi dedo índice derecho doblándose sobre el gatillo, la mirada pura del pequeño, las manitos sobre sus oídos, la inocencia deshaciéndose ante la boca de la ithaca "¿Y mis papis?" solloza mientras cierra sus ojitos pardos. La respuesta es el estallido del arma, el fulgor de su mensaje, el orificio en esa frente de ángel, un cartucho rojo golpeando contra el suelo, un cuerpecito doblándose ya sin vida contra un rincón... ese rincón en el cual jugaba a las escondidas. Todo es carmesí.

- Díganme que esto no es verdad. Esto no puede ser verdad.

- Escoria, ésta noche cinco personas han sido asesinadas a sangre fría y tú eres el asesino, esa es la única verdad.

- ¿Cinco?

- Cinco, cabrón, cinco personas.

La oscuridad del pasillo se desgarra con el fulgor de los relámpagos que atraviesan el ventanal, mis siluetas brillan en la penumbra y mi mano derecha abierta se apoya contra una puerta rosada. "Ojos violetas" eco que retumba en las cavernas de mi mente, imagen que devora a todas las imágenes y la puerta que se abre – ¿Qué haces aquí? – pregunta Silvana, mi hermana de veinte años que se encuentra recostada sobre su cama, con unos auriculares en sus oídos y las manos golpeando sus rodillas. El arma aún humeando desde su boca, apoyada contra el marco de la puerta, mis pasos llevándome hacia la cama, botas negras salpicadas de sangre caliente, mirada vacía y fría. "No puedo, no puedo... manos no se muevan, pasos no avancen" y le quito los auriculares. "Vete de mi cuarto, déjame en paz" su ceño fruncido, su mano derecha alejando a mi mano izquierda, su falda corriéndose en el movimiento, ropa interior verde, piel blanca. "No puedo, mátame, por favor mátame" pero la frase no abandona mi boca, ni siquiera son mueca en el rostro. Mi mano derecha se pierde detrás de mí y al volver a ocupar su mirada, lo hace con una navaja plateada que refleja sus gestos de espanto. "No me gusta que bromees con eso. Vete de mi cuarto. Me asustas" un trueno la sobresalta, la hoja hace que sus labios empalidezcan, saboreo su miedo, lo disfruto. Y de un salto me adueñó de la cama, quedando con las piernas abiertas y ella en medio de la distancia entre una rodilla y otra, la navaja que pasea a través de su cuello fino, de su yugular a punto de estallar y una imagen devorando a las otras.

Tiemblan mis labios, los ojos se me deshacen entre lágrimas y el hombre calvo se ubica a mi derecha.

"No lo hagas, por favor no lo hagas" se desgarran sus cuerdas vocales entre gritos y más gritos, pero no existen negativas cuando todo está decidido; mi mano izquierda desabotona mi pantalón y deja que mi pene erecto apunte hacia el techo. "No puedo evitarlo, maldita sea, mátame... Silvana mátame" y mis labios parecen cocidos, muertos en medio de un rostro petrificado y el silencio se amarra a ellos. Mi cuerpo que cae sobre el suyo y mi sexo apoyándose sobre ese pubis, mi mano derecha arrancando su ropa interior, mi izquierda con la navaja en su cuello y el glande abriéndose paso entre sus labios vaginales. Patalea y grita, llora y grita más fuerte, sus manos clavando las uñas en mi rostro, sus gestos bañados de lágrimas y pánico. Todo el pene en su interior, su vagina negándome, su labio inferior mordiéndose de dolor y mi carcajada... por dios, carcajeo. "Pequeña mátame, por dios mátame" acelero mis movimientos, arde el sexo, los ojos, las lágrimas, cada latido de este pecho y embisto con furia, más y más fuerte "Basta, por favor no sigas, no sigas" suplica, llora, grita.

- Hijo de puta, sólo dime una cosa. ¿Por qué a ella le diste muerte de esa forma tan brutal?

"No sigas, no sigas" y la sensación suprema del orgasmo tomando el control de todas las sensaciones, y el estallido en su interior, llenándola con el semen del odio, con el fuego de la lujuria "Perdona hermanita, perdóname" y el filo deslizándose a través del cuello, haciendo un corte profundo del cual emana sangre tal cual cántaro roto. Mi rostro, su rostro, mis manos, su pecho... todo es carmesí... hasta las bocanadas de aire que se le escapan de entre los labios. Sus pupilas dilatadas y la punta de la navaja que arremete contra su pecho, sus brazos, su vientre... una, dos, tres, quince, veinte, treinta puñaladas. Y mis ojos reflejándose en sus ojos violetas... gotas de sangre pendiendo desde mi mentón, bajando desde mi frente hacia los pómulos. "Ojos violetas, eres mía o de nadie... eres mía o de nadie"

Un trueno abre a la noche en dos y el fulgor ilumina al cuerpo muerto. Todo es carmesí, todo es negrura.

- Los maté a todos, a todos – lloro como un niño - Cómo pude matar a mi familia de esa manera!?

- Llévenlo a la celda... no queda más nada que decir... ha confesado su autoría en el quíntuple crimen de la calle Arlen y ya está desvariando. No le escaparás a la pena de muerte alegando locura, pequeño hijo de puta.

El hombre calvo apoya sus manos sobre mis hombros y las convierte en garras que me halan hacia arriba. Los cuatro policías me rodean y uno de ellos me empuja hacia la puerta, cuando de pronto detengo mi mirada en ese vidrio espejado. Abro mis ojos, el pánico se apodera de mi alma. Estalla mi mente, dos faros viniendo hacia mí, un automóvil que me embiste, el automóvil Ernesto, ese cabrón mal nacido. No soy yo, ese tipo que se refleja en el espejo no soy yo... es el novio de mi hermana y él... él me atropelló con su automóvil cuando me dirigía a comprar cigarros... él me mató... dios, ¿qué hago en este cuerpo?... no pude protegerlos, no pude proteger a mi familia... mi alma no pudo alejarlos de la lamida de la muerte... pero ahora quiero salir de aquí... dios mío, quiero salir.

 

 

Todo es negrura.

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XIV ejercicio de autores – ampliación de plazo

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Sexo, anillos y marihuana

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IX Ejercicio: 2ª Invitación

IX Ejercicio de relatos eróticos

Pesadillas de robot

Promethea

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Involución

Déjà vu

Eros vence a Tanatos

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El corazón de Zobe

Fuga de la torre del placer

Comer, beber, follar y ser feliz

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Maldito destino

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Mi instinto básico

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Fábula de la viuda negra

Hospital

Por una buena causa

Seven years

¿Tanto te apetece morir?

El opositor

Satanas Death Show

Voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Días de sangre y de swing

Invitación para el nuevo Ejercicio sobre CRÍMENES

Relatos Históricos: Al-Andalus

Relatos Históricos: La copa de Dionisios

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Relatos Históricos: Qué golfa era Carmela

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Relatos Históricos: 1929 en Wall Street

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Trópico - por Trazada30

Registro de tráfico ilegal - por Esther

Llámame si quieres - por Solharis

Una noche de invierno - por Dani

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Lengua bífida - por Alesandra

Hotmail - por Espir4l

Recuerdos - por Némesis30

Ese día estaba yo muy ansiosa - por Esther

Una noche de primavera - por Dani

La sopa - por Solharis

Diez minutos - por Sasha

Celos - por Scherezade

25 líneas dulcemente apasionadas - por Alesandra

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Los pequeños detalles - por Némesis30

Por el bien común - por Wasabi

La oportunidad llega sola - por Elpintor2

Sola - por Scherezade

La vida en un segundo - por Iván Sanluís

La ciclista - por Genio

16 añitos - por Locutus

45 segundos a euro - por Alesandra

Necesito una verga - por Esther

No soy tuya - por Donnar

Más que sustantivos - por Wasabi

Maldito alcohol - por Lachlainn

De ocho a ocho y media - por Superjaime

Esperando - por Scherezade

Ladrón de coches - por Sociedad

El preso - por Doro

Taxista nocturno,servicio especial - por ElPintor2

Siempre hay un hombro amigo - por Yuste

Una noche de verano - por Dani

Vampirillos - por Desvestida

No me importa nada más - por Hera

En mi interior - por Nemésis30

Almas - por Egraine

El tren de lavado - por Lydia

Despertar placentero - por Lince

Piel de manzana - por Sasha

Me fascina - por Erotika

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El dragón - por Lobo Nocturno

La fila - por Locutus

La cita - por Alesandra

Tardes eternas - por Ornella

La realidad supera la imaginación - por Genio

Instinto primario - por Espir4l

La sorpresa - por Solharis

38. La verdad en el fuego

Gönbölyuseg

Carta a un desconocido

Enfrentarse al pasado

Alejandría

La venganza de Aracne

Un relato inquietante

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

El apagón

El pasillo oscuro

Ejercicio 2 Las apariencias engañan - Va la novia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Enemigos

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga