miprimita.com

Hija de la luna

en Otros Textos

En el nombre de Alláh, El Compasivo, El Misericordioso.

Alabado sea Alláh, Señor del universo.

El Compasivo, El Misericordioso.

Dueño del día del Juicio.

A Ti sólo servimos y a Ti sólo imploramos ayuda.

Dirígenos por la vía recta. La vía de los que Tú has agraciado, no la de los que han incurrido en tu ira, ni la de los extraviados.

Me considero una buena creyente de la Fe Verdadera, procuro cumplir con los preceptos revelados en El Libro y no anidan en mi corazón ni el odio ni la envidia por ninguno de mis hermanos. Tampoco por los infieles; aunque ahora que vivo entre ellos, cada día me resulte más difícil. También albergo la esperanza de realizar algún día la peregrinación a La Meca. Algún día, Inshalla.

Esta noche, mientras Tekotu intentaba seducirme con todo su repertorio de bonitas palabras, y yo procuraba que sus manos no dejaran de acariciar las mías –para que no las posase en otra parte de mi cuerpo-, he sentido el alma abandonar mi cuerpo y he viajado de vuelta en el tiempo y el espacio. El rumor de las olas rompiendo en la orilla, la Luna llena, majestuosa y serena y el olor de las patatas asándose en las brasas, me han transportado de nuevo a la playa de Axim, rememorando la última ofrenda de las Hijas de la Luna. Algún día yo también seré protagonista de la ceremonia y podré solicitar la protección de la Luna para mis hijos.

Estando tan cerca de África, el cielo de estas islas debería serme familiar. Pero es un cielo triste, con pocas estrellas. Un cielo tan triste como la gente de esta tierra. Una tierra de viejos. Como siempre le digo a Tekotu, no me gusta este mundo sin apenas niños. Echo de menos su risa y sus juegos.

Después de la lluvia de la tarde –llueve todas las tardes en la Costa de Oro-, el sol se pone con un estallido de color y las sombras de la noche quedan perfumadas con el aroma profundo que exhala la tierra mojada. Es la señal que esperan las estrellas para inundar el cielo con los cientos de miles de puntitos blancos, uno por cada hogar de mis antepasados Fanti; mientras los niños alborotan, protestando antes de acostarse.

Los Fanti somos un pueblo orgulloso de sus tradiciones y, por mucho que se ofenda el mullah de la mezquita, la Luna gobierna el mundo de un pueblo de pescadores; particularmente el de las mujeres. Ella regula las mareas, las migraciones de los bancos de peces que nos alimentan y la fertilidad de sus hijas. Por todo ello la honramos.

La ofrenda tiene lugar con la luna llena, en la época de las mareas vivas. Es entonces cuando Ella demuestra todo su poder y la vieja hechicera convoca a todas las mujeres de la aldea. A medianoche, cuando los hombres y los niños duermen, nos reunimos todas en la playa, llevando con nosotras a los bebés que han nacido desde la última ceremonia. Los únicos varones que nos acompañan, a parte de los recién nacidos, son media docena de muchachos desnudos y con los ojos vendados. Han practicado todo un año con los tambores y se muestran ansiosos por demostrar que son dignos de tal honor.

Mientras en las hogueras se asan los frutos de la tierra y los dones del mar que ofrendamos, bailamos alrededor, muchas de las mujeres jóvenes con sus hijos atados a la espalda. El ritmo de los tambores va aumentando poco a poco, y con él, nuestra excitación. El baile se vuelve frenético, pateamos la arena de la playa, aullamos y nos vamos despojando de nuestras ropas, dejando que los rayos de luz de la Luna nos penetren, siendo fecundadas por ellos y cayendo en un clímax que, la mayoría de nosotras, estamos incapacitadas para obtener por otros medios. La luz se refleja en el sudor de nuestros cuerpos y demuestra nuestra total entrega. Si nuestros hombres nos vieran, apenas podrían creer que sus sumisas madres, esposas e hijas sean capaces de tal muestra de desenfreno. Los muchachos siguen batiendo los tambores y no se atreverán a mirar…temen perder su virilidad irritando a la Luna.

Después, el ritmo cambia. El sonido de los tambores se vuelve grave, solemne, como si el latido de la tierra se acompasara con nuestro corazón. Llega un momento en que el ritmo cardiaco de todas nosotras late al unísono, dejando de ser nosotras mismas y tomando conciencia de que somos una sola entidad: Las Hijas de La Luna. Si el éxtasis anterior tenía un carácter casi físico, éste es aún más intenso y nos sume en un trance espiritual.

Es el momento en el que las madres elevan sus brazos a la Luna, mostrándole a sus hijos recién nacidos y solicitando para ellos su protección.

La magia es tan poderosa, que nos protege durante unos días de las palizas y humillaciones -a las que tan acostumbradas estamos-, de nuestros hombres.

Esta es una de las razones, al menos en mi caso, que me impulsó a emigrar poco después. Aunque, desde el día que me extirparon el clítoris, siendo aún una niña, tomé la firme decisión de no permitir que tal cosa le ocurriera a ninguna de mis hijas. Creo que ya entonces, aún sin saberlo, estaba decida a lograr un futuro mejor para mi familia. Pero, claro, esas decisiones no puede tomarlas una mujer; y menos aún una mujer casada, aunque puede influir en su marido.

Me casé bastante tarde, con dieciséis años. Ninguno de los hombres de la aldea venía a tratar con mi padre del negocio matrimonial y, mi madre, se desesperaba con el paso del tiempo. Incluso, llegó a amenazarme, que si antes de cumplir los diecisiete no encontraba marido, me ofrecería como concubina a uno de los ricachones de la ciudad. Creo que no esperó tanto. Un día, cuado aún faltaba más de un año, llegó la oferta de un rico comerciante de Axim: 500 $, al contado.

-Eres demasiado alta, muy flaca y con esos ojos grises, de bruja, no esperes que tu padre reciba una oferta mejor. Además, el señor Nkrina, te ofrece una gran oportunidad, como cuarta esposa.- Cuando ya estaba resignada a convertirme en la nueva adquisición de un viejo gordo y feo, aunque muy rico, me enteré –gracias a un cotilleo de mercado- que mi pretendiente ya tenía cuatro esposas…y varias concubinas. Ni tan siquiera mi madre estaba dispuesta a dejarme caer tan bajo, poco más que una puta.

La oferta que hizo Ngome, un amigo del hijo mayor del viejo, nos pilló a todos por sorpresa; a mí la primera. Apenas me había fijado en él, cuando vino acompañando al señor Nkrina y a su hijo. Se marcharon muy enfadados, después que mi padre rechazara tan indecente proposición. Un mes más tarde, llegó la suya: diez cabras y el 10% de participación en las capturas de una barca de pesca, propiedad de la familia de Ngome…como primera esposa. Lo primero que me dijo, después de casarnos –no había tenido la oportunidad de hablar antes con él-, era que le recordaba a cierta modelo americana de alta costura. En fin, son cosas de la gente de ciudad.

Mi primer hijo, una niña, murió antes de cumplir el año. La epidemia de tifus fue muy grave ese año. Los negocios de mi marido no marchaban bien y empezó a acumular deudas. Mientras nos veíamos cada vez más angustiados económicamente –menos mal que su familia nos ayudaba-, crecía su determinación por emigrar a Europa. Mientras tanto, para evadirse de los problemas, me tomaba todas las noches hasta caer exhausto. Era un suplicio que yo aguantaba lo mejor que podía, sin quejarme. Una vez está bien, es lo correcto; dos –todas las noches- ya es mucho; pero tres, cuatro y hasta cinco veces seguidas, me dejaban con el sexo hinchado, irritado y goteando sangre. Esperaba quedarme embarazada de nuevo cuanto antes y así tener una disculpa para negarme sin que me moliera a palos.

El negocio que iba a sacarnos de apuros, salió mal. El socio capitalista que promovía un negocio de importación de piezas de recambio, un francés, se infectó con el virus del VIH y desapareció de la noche a la mañana. La deuda contraída era demasiado grande para que la familia de Ngome la pagase y los acreedores empezaron a mostrarse demasiado impacientes por cobrar. Yo había oído historias muy desagradables de lo que les ocurría a los morosos –y a sus familias- y no estaba dispuesta a que mis órganos internos fueran a parar al mercado negro de trasplantes.

Nadie sabe quién maneja las mafias de la inmigración ilegal, pero todo el mundo conoce a un amigo, que tiene un pariente, que está bien relacionado con alguien del gobierno, que puede ponerte en contacto con alguien, que a su vez sabe dónde dirigirte. Al final de esta cadena, aparece un siniestro individuo que, previo pago de 2.500 $ por ambos, te reserva pasaje en el puerto de Nouadhibou, en Mauritania. Cómo llegues hasta allí, es cosa tuya. Si no llegas, que es lo más probable, no hay devolución del pago adelantado. Entre ambas familias se reunió esa fortuna y salimos de Axim con poco más de 300 $ para los gastos de viaje.

Yo volvía a estar embarazada. Una mala noticia cuando tienes por delante 2.500 Km a pie. Al menos, por las noches, podía descansar tranquila.

Según las cuentas que había echado mi marido, en unos cuatro meses estaríamos en Europa, con tiempo suficiente antes de que naciera el niño. Además, eso nos ayudaría a solicitar asilo y obtener los papeles de residencia muy rápido. Un amigo le había dado una dirección en París y le había contado maravillas de Francia. Yo no era tan tonta como para no saber que en una barca no se puede llegar hasta allí, por mucho que él insistiera que sí. Lo primero que íbamos a hacer –decía-, después de liquidar la deuda de nuestras familias, sería comprar un Ford Mondeo y una casita con jardín, aunque fuera en un barrio periférico de París.

Por desgracia, la frontera de Ghana con Costa de Marfil estaba cerrada, por no sé qué conflicto de intereses sobre los recursos forestales que explotaba una compañía americana. Para atravesar ilegalmente la frontera, había que cruzar el río Volta Negro, en balsa o a nado. El día que vimos docenas de cadáveres arrastrados por la corriente, algunos con agujeros de bala, decidimos que sería mejor esperar. Pasaron los cuatro meses, luego otros dos más, y seguíamos esperando; aunque para no tocar la reserva de dinero, trabajamos para los americanos: Ngome como peón, desbrozando la selva y yo como cocinera en los barracones de la compañía. Ahorramos 20 $ en esos seis meses.

Cuando despidieron a mi marido, decidió intentarlo por el interior, atravesando el Alto Volta y el sur de Mali, a pesar de que nos advirtieron que era muy peligroso. Nos unimos a un grupo de gente que hacía el mismo trayecto. Al día siguiente de cruzar la frontera me puse de parto y tuve que descansar una semana en una aldea, dejando que el grupo siguiera su camino sin nosotros. Me impresionó la pobreza de aquella gente, aferrada a una tierra que el desierto se comía poco a poco. Aún así, todas las noches compartieron con nosotros un plato de gachas de mijo.

Cuando me recuperé lo suficiente e intentamos reanudar el viaje, aquella gente nos disuadió, contándonos que una pareja viajando sola no tenía la menor oportunidad de evitar a los bandidos que infestaban la región. Nos recomendaron que esperásemos al siguiente grupo que pasara por allí y que no se ocurriera encender fuego por las noches. Una anciana desdentada me sugirió que el dinero lo guardase yo, señalando los pañales de tela del niño, al que acababa de cambiar. Creí entender lo que quería decirme, después de asegurarle que no teníamos dinero. Sonrió comprensiva y me aseguró que nunca había visto un niño que cagase tanto y con tan mal olor.

Las noches son muy frías en el Sahel y no pudimos convencer al grupo que no encendiera hogueras. El asalto se produjo diez días después. Nos pillaron por sorpresa, al amanecer, después de rajarles el cuello a los dos centinelas. Eran apenas unos niños, pero armados con cuchillos y machetes, y nos demostraron que sabían usarlos: le partieron el cráneo de un machetazo a un pobre chico que intentó oponer resistencia. Cuando nos exigieron el dinero, todos protestamos que éramos los más miserables pordioseros que se había visto nunca. Sin decir palabra, echaron mano del que les pareció mejor vestido, lo sujetaron entre cuatro, le clavaron un cuchillo a la altura del escroto y, con habilidad de carniceros, lo abrieron en canal hasta la rabadilla. Cuando el que parecía el líder de la banda, extrajo un tubito de metal de la sanguinolenta masa de carne, estallaron en carcajadas. 100 $ y un cadáver –auque aún tardó un buen rato en serlo-, era para ellos un asunto muy divertido.

No hizo falta que repitieran la operación. Todos los hombres del grupo, los diez que aún quedaban con vida, se bajaron los pantalones y extrajeron del ano otros tantos malolientes tubitos. De los otros dos cadáveres también sacaron tajada. A las tres mujeres nos cachearon por separado, detrás de unos arbustos, comprobando que no escondíamos nada. Fue mi primera y última violación, porque las de mi marido no cuentan. Además, nunca se le ocurrió hacérmelo como uno de aquellos cerdos, por detrás. Aunque nos registraron el equipaje, ninguno tuvo valor para meter las manos entre los pañales sucios. Aún nos quedaban los 300 $.

Entramos en Mauritania mientras el ejército nos pisaba los talones. Trataban de impedir que nos acercásemos a la costa, empujándonos hacia el interior. Mucho más tarde, me enteré que varios países africanos habían firmado un acuerdo de cooperación con la Unión Europea para frenar la inmigración ilegal. El plan debió de tener un gran éxito, porque el desierto estaba alfombrado de esqueletos. Entre ellos está mi hijo.

El hambre y la sed me cortaron la leche y, un par de días más tarde, el niño ya no tenía fuerzas ni para llorar. Mi marido desapareció la noche siguiente, con el bebé en brazos. Cuando volvió sin él, supe que había hecho lo correcto. Yo no habría podido.

Aún no sé cómo, pero llegamos a nuestro destino. Para encontrarnos con una multitud que hacía cola a la espera de la salida de una barca, o de cualquier cosa que flotase. Tuvimos suerte, dentro de lo que cabe, ya que la fortuna que habíamos pagado nos garantizaba un pasaje de primera, en un cayuco de cuarenta metros, motor fuera borda y un patrón experimentado en la travesía.

Mi marido empezó a preocuparse cuando supo que seríamos unas ciento veinte personas a bordo, el motor escupía más gas-oil del que consumía y que el experimentado patrón había sufrido una inoportuna indisposición. Pero la alternativa de esperar en tierra era aún peor y ya habíamos cubierto nuestro cupo de desdichas. Además, el paraíso estaba ahí mismo, a la vuelta de la esquina. Mi marido lo celebró preñándome por tercera vez.

El motor se paró al segundo día. El móvil que nos habían dado para solicitar ayuda, como último recurso, no tenía batería. Y el agua, después de racionarla, nos duró seis días más. La travesía, de cinco días como mucho, duró catorce. Ngome trató de tranquilizarme, asegurándome que aquella era una ruta muy transitada y que algún mercante o barco de pesca nos ayudaría. Y no se equivocaba, vimos unos cuantos, pero cambiaban de rumbo en cuanto nos divisaban.

Los que se negaron a beber su propia orina fueron los primeros en morir. Arrojamos sus cuerpos al mar y, desde entonces, tuvimos a los tiburones como siniestra compañía. Otros bebieron agua salada hasta hartarse y no les fue mejor. Finalmente, cuando ya habíamos alcanzado un punto tal de desesperación, en que la alternativa de saltar por la borda parecía atractiva, alguien tuvo la idea de sangrar los cadáveres que aún quedaban a bordo, antes de arrojarlos a los tiburones. ¿Habríamos sido capaces de beber la sangre de nuestro hijo? Sólo sé que, en ese momento, pensar que sus huesos blanqueaban en el desierto, fue un alivio para mí.

Chocamos contra las rocas por la noche. El cayuco se deshizo como un barquito de papel y yo estaba aterida de frío, demasiado agotada como para intentar ganar la orilla a nado. Mi marido me sacó a flote y nadó por los dos. Yo había perdido el conocimiento antes de pisar la arena, pero tengo el vago recuerdo de que me abrazaba para darme algo de calor. Debió de ser la única vez que después no me hizo gritar de dolor, pero gracias a ese último abrazo sigo viva.

Todo lo que ocurrió después es un caos de imágenes en mi cabeza. El cuerpo de mi marido sobre mí, inerte y frío. Unos niños jugando, chillando algo ininteligible. El sol calentando mis huesos, agrietándome los labios y robándome las pocas gotas de agua que mi cuerpo aún retenía. La sed, otra vez el tormento de la sed y el horror de estar bebiendo la sangre de los muertos.

Recuperé la conciencia cuando me trasladaban en una ambulancia y un enfermero luchaba a brazo partido para quitarme la botella de agua de los labios. Ngome no estaba entre los diecinueve supervivientes, según supe más tarde. Cuando nació mi hija, siete meses y medio más tarde, le puse su nombre. Nadie se extrañó, aquí en Gran Canaria, de que una niña tenga un nombre masculino, aunque tampoco hay ningún fanti que pueda echármelo en cara.

El único compatriota que conozco es Tekotu, el botones del hotel, y es ashanti. Descendiente de un orgulloso clan guerrero. Seguro que hay otras formas menos ostentosas de presentarse a la nueva cocinera., pero Tekotu es así.

-¡Oh, un valiente guerrero! Fíjate si seré tonta, que te había confundido con el mozo de equipajes-. Se enfadó y me levantó la mano, pero algo en el brillo de mis ojos le hizo desistir. Un año después, la primera vez que bajamos a la playa, una noche de luna llena y marea viva, me confesó que había visto ese mismo brillo en los ojos de las leonas de la sabana.

De eso hace casi dos años, porque nuestro hijo, descendiente de un orgulloso clan guerrero ashanti, cumplirá su primer año el mes que viene. Espero que tenga más sentido del humor que su padre.

Muchas veces, personas que han oído la historia –sólo la parte final de la historia y quiero pensar que no es por morbosa curiosidad-, se han interesado por conocer mi opinión sobre lo sucedido. ¿Qué les puedo decir? ¿Me entenderían si les digo comprendo mejor al que asesina a un naufrago para robarle? Eso ya lo he visto. Lo que nunca había visto –ni oído- es que alguien se quede de brazos cruzados mientras a su lado agonizan personas. Comprendo la maldad, el egoísmo y la falta de escrúpulos del ser humano –casi siempre obedecen a un motivo, aunque sea repugnante-; pero soy incapaz de comprender esa indiferencia. Al final, me los quito de encima con un: "Son cosas que pasan".

¡Pobre gente la del paraíso! Me da mucha pena verlos angustiados por unos problemas que para mí los quisiera, desesperados por cualquier contrariedad, capaces de cambiar de coche antes que criar a un hijo, comiendo sin control y volviéndose locos después por adelgazar –al revés de lo que me pasa a mí-. Tampoco cantan –salvo en el karaoke del hotel- y, además, un cielo sin estrellas -aunque esté en el paraíso-, no se merece tal nombre. No me extraña que sean tan miedosos, tristes y cobardes.

Mas de EJERCICIO

La asombrosa historia de la Thermo mix

La verdadera historia del Inquisidor Ortuño

Vengándome de Sara

He visto el futuro

La tormenta

El Monasterio del Tiempo

La cuenta atrás

Bucle

Ejercicio XIXX: Cambio de fecha.

Ejercicio XXIX: Viajes en el tiempo

Ejercicio XXIX

Redención

Los pecados capitales de una madre

Manos

El poder de Natacha

El toro por los cuernos

El hombre que me excita

Valentina

Pulsión maternal

XXVIII Ejercicio: Los siete pecados capitales

La hormiga

Masturbación fugaz

Las musas (¡y su puta madre!)

Querido Carlos...

Asmodeo

En la oscuridad

La maldición

El desquite de Érica

Eva Marina

La viuda

Noche de copas

La despedida

La llamada

Cine de madrugada

La pareja de moda

Testigo 85-C

Diez minutos

Las tetas de Tatiana

Por el cuello o por los cojones

Fisioterapeuta

Guapo, rico y tengo un pollón

Inmóvil

¡Siéntate bien!

La obsesión de Diana

El Cuerpo

Descenso

Mía (Ejercicio)

Serrvirr de ejemplo

La espera

Despatarrada

Primera infidelidad

Caricias

Mi amante, Pascual

Sexogenaria

La heteroxesual confundida.

La ira viste de cuero

Homenaje

Indefensa

Reencuentro

XXVII Ejercicio: relación de relatos

XXVII Ejercicio de Autores: microrrelatos

El principio del fin

Como Cristiano Ronaldo

Supercalientes

Paso del noroeste

Pérdida personal

Naufraghost

Marinos y caballeros

La manzana, fruta de pasiones y venganzas

El naufragio del Te Erre

En un mundo salvaje

La última travesía del “Tsimtsum

Sentinelî

Me llamaban Viernes.

Naufragio del Trintia: Selena y Philip

La isla

El huracán Francine

Fin

La sirena del Báltico

Nunca Jamás

El Último Vuelo del Electra

Relatos XXVI Ejercicio

Naufragios: Namori se está ahogando

Naufragios: amantes en potencia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga

Homenaje a todos

XXVI Ejercicio de Autores

Final del Ejercicio XXV

Sus ojos

Vecinos de dúplex en la costa

Pauline o la lascivia del poder

¡No hay huevos!

La hermana mayor que todos compartimos

Ana y la pausa de los anuncios

Moonlight

Guerrera en celo

Aburridas

El canalla

Y todo por una apuesta

Un gol por la escuadra

Dos primos muy primos

Mi hija apuesta por nuestro futuro

La puerta oscura del transexual

Relación de relatos del Ejercicio XXV

Ejercicio XXV

Final del ejercicio XXIV

El fin del racionamiento

Amores eternos

La clínica

Halley

La mujer más guapa del mundo

Cuatro años y un día

El hombre de mi vida

Algo muy especial.

Marcha atrás

El friki

El payaso y la preñada

Justicia o venganza

Noche de cuernos

Velocidad de escape

Mi adorable desconocida

Accidente a plena luz

Relación del relatos del XXIV Ejercicio de Autores

XXIV Ejercicio de Autores

Votación temas XXIV Ejercicio de Autores

Convocatoria ejercicio XXIV

Final del XXIII Ejercicio

El holandés errante

El Pirata

El torero

En el cielo

Campanilla y el sexo

Ser Paco Payne

Príncipe azul

Silvia salió del armario

Cambio

Mátame suavemente

Un divertido juego

Tres palabras

El semen del padre

Salvajes

Día de la marmota

Los tres Eduardos

Sheena es una punker

El legendario guerrillero de Simauria

El converso y la mujer adúltera

Órdago a todo

La bicicleta

Janies got a gun

Difurciada

Relación de relatos del XXIII Ejercicio

XXIII Ejercicio de autores de Todorelatos

Votación de las propuestas para el XXIII Ejercicio

Convocatoria del XXIII Ejercicio de Autores

La historia del monaguillo o el final del XXII

La reducción

Es palabra de Dios

Tren de medianoche

Hermana mayor

Una historia inmoral

Venceremos... venceremos... algún día

El vicario

Cielo e infierno

Reencuentros en la tercera fase

La Señora Eulalia

La pregunta

Juguetes rotos

Génesis 1,27

La entrevista

La mafia de los mantos blancos

Las cosas no son tan simples

XXII Ejercicio: lista de relatos

XXII Ejercicio de Autores de TodoRelatos

Votación de las propuestas para el XXII Ejercicio

Convocatoria del XXII Ejercicio de autores

Avance del XXII Ejercicio

Resultado del XXI Ejercicio de Autores

Con su blanca palidez

Adios mundo cruel

Tribal

Mi sueño del Fin del Mundo

El Pianista Virtuoso

A ciegas

La Ceremonia

Blanca del Segundo Origen

Hotel California

El tren del fin del mundo

100 años después

El fin del mundo. La tormenta solar perfecta.

Un último deseo

El convite

Demiurgo

Diario

El Gato de Chesire

Relacion relatos XXI Ejercicio

XXI Ejercicio de Autores

Votaciones para el XXI Ejercicio de Autores

Propuesta de ideas para el XXI Ejercicio Autores

Revisión de las normas

Gracias por participar del XX Ejercicio de Autores

Aprender a contracorriente [gatacolorada]

Vida estropeada [Estela Plateada]

En las crisis ganan los banqueros[ana del alba 20]

El rescate de Benilde [voralamar]

Se alquila habitación [Ginés Linares]

Sin tetas no hay trabajo [doctorbp]

El Préstamo [Lydia]

Liberar tensiones [Bubu]

Parásito [SideShift]

El Sacrificio de mi Mamá [Garganta de Cuero]

Ladrona [Neón]

Maldita Crisis [EROTIKA]

Las ventajas del poder [gatacolorada]

La crisis del coño [ana del alba 20]

¿Por Qué Lloras? [Silvade]

del amor. La máquina [erostres]

Los viajeros temporales [Estela Plateada]

Relato casi erótico [Alba_longa]

Grande y felicísimamente armado [voralamar]

El Fotógrafo [Vieri32]

¿Algo para reír o para llorar? [MilkaMousse]

Nyotaimori [Ginés Linares]

Muñecos Rotos [pokovirgen]

Relación de relatos del XX Ejercicio de Autores

XX Ejercicio de Autores

XX Ejercicio de Autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XX Ejercicio de Autores

Gracias por participar en el XIX ejercicio

Legión de Ángeles

Eva al desnudo

En el fondo de su mente

Las viejas tamaleras

Una canción en 100 años

Del amor, la guerra y otras lindezas

Canción de despedida

Noches de luna llena

Almas

El sobre azul

Nunca subas a la chica de la curva

Aunque tu no lo sepas

El Cid

La puta de mi novia y su despedida

Por toda la casa

El suicidio del Samurai

Causa y efecto

La fiesta de Navidad

Diálogos para un ejercicio

La barbería

Por los beneficios

Cenizas del deseo

M & M… y sí, son unos bombones adictivos

Lazos oscuros y desconocidos

Relación de relatos del XIX ejercicio

XIX Ejercicio de autores

XIX Ejercicio de autores: Votación de tema

Propuesta de ideas para XIX Ejercicio de Autores

Brevísimo balance del XVIII Ejercicio de Autores

Con todos ustedes....¡el increíble bebé barbudo!

Noche mágica

Pínchame, amor (Segunda parte)

Noche de suerte

Extraños en la noche

Por fin pude ver a mi esposa montada en un joven

La chica de la revista

Vida de casado

Una manera de sentir

Después de la feria según Lucas

Trovadores de la noche

La morochita villera

Después de la feria según Marcos

Amo las mujeres que desagradan a otros

Cómo recuerdo el día en que llegó a mi casa

La primera noche de mi nueva vida

¡Pínchame, amor! (1)

La prueba

La mejor noche de un actor porno

Paparazzi

Ivette, mi princesa árabe

El montoncillo y la gata

Pasión y lujuria en la Barceloneta

Relación de relatos del XVIII Ejercicio de Autores

Noticias sobre el XVIII Ejercicio de Autores

XVIII Ejercicio de autores

XVIII Ejercicio: Votación del tema

Propuesta de ideas. XVIII Ejercicio de Autores

Crucigrama. GatitaKarabo.

Flores. Dark Silver.

¡Maldita sea! Izar

Fugados. Dark Silver.

Superbotellón. MariCruz29

El Pelao. GatitaKarabo.

Raquelísima. Moonlight.

Oración. Masulokunoxo

El despertar. GatitaKarabo

Media tarde. Trazada.

La noche es bella. Lydia

Apetecible. Paul Sheldon.

Play. Un Típico Sobi.

Zanahorias de Haití. Masulokunoxo.

Charla de alcoba. Trazada.

XVII. Ejercicio de autores.

XVII Ejercicio. Votación del tema.

Propuesta de ideas. XVII ejercicio de autores

PsicóTRico.

Mi primer día.

Desde el fondo de la pecera

Un chico normal

La increíble historia de Mandy y su locura felina

Carta blanca

Amigo mío, ¿qué hice mal?

La psicología del miedo

El diablo nunca

El salto atrás de Paco.

Contacto humano

Identidad

Una muñeca vestida de azul.

AVISO - XVI Ejercicio - RELATO PSIQUIÁTRICO

XVI. Ejercicio de autores. Relato psiquiátrico

Votación del tema. XVI Ejercicio

Propuesta de ideas. XVI ejercicio de autores

¿Qué es el ejercicio?

La leyenda del demoniaco jinete sodomizador

¿Por qué las ancianas tienen obsesión...?

El visitante

Amantes en apuros

El hotel

El cementerio

La leyenda urbana de TR, ¿Quién es el Calavera?

Mascherata a Venezia

La cadena

Mujer sola

Electo ateneo

La Dama de los Siguanes

Libertina libertad

Máscaras

El engaño del Cadejo

Los veintiún gramos del alma

Examen oral

En el espejo

El Greenpalace

Una leyenda urbana

Sorpresa, sorpresa

Gotitas milagrosas

Información del XV ejercicio

XV Ejercicio de autores - Leyendas urbanas

Propuestas e ideas para el XV ejercicio de autores

Cambio de carpas

Con mi pa en la playa

Con sabor a mar

La luna, único testigo

Duna

Selene

Acheron

Una noche en la playa

¿Dónde está Fred?

Fin de semana en la playa

La noche del sacrificio

Nuestra playa

Aquella noche en la playa

La indígena

Sacrificio a la luna

El Círculo de Therion

Hijo de puta

Como olas de pasión

XIV ejercicio de autores – ampliación de plazo

La noche de los cuernos

Citas Playeras S.A.

Yo quería y no quería

XIV Ejercicio de Relatos Una noche en la playa

Información sobre el XIV Ejercicio de Relatos

Inocente ¿de qué?

Una oración por Rivas

La soledad y la mujer

El te amo menos cotizado de la Internet

Esquizos

Ella

Pesadilla 2

Dios, el puto y la monja

Mi recuerdo

Remembranzas

Nada es completo

Pesadilla (1)

Un momento (3)

Pimpollo

Hodie mihi cras tibi

Hastío

La sonrisa

La madre de Nadia Lerma

Tu camino

Duelo de titanes

XIII ejercicio sobre microrelatos

Mujer Amante - Vieri32

No tengo tiempo para olvidar - Lymaryn

Un ramito de violetas - Lydia

Palabras de amor - Trazada

Bend and break - GatitaKarabo

Tú me acostumbraste - Avizor

Por cincuenta talentos de plata - Estado Virgen

El peor pirata de la Historia [Caronte]

Mi encuentro con el placer [Apasionada29]

Äalborg [Sywyn]

El pirata que robó mi corazón [Lydia]

A 1000 pies de altura [Lymarim]

Trailer [Zesna]

Me aburrí muchísimo [Parisién]

En el océano de la noche [Kosuke]

U-331 [Solharis]

Sansón y Dalila

Kitsune

El sueño de Inocencia

La esencia de Zeus

Ángeles y demonios

Hércules y las hijas del rey Tespio

Lilith

Invitación para el X Ejercicio: Mitología Erótica

Aun no te conozco... pero ya te deseo

Tren nocturno a Bilbao

He encontrado tu foto en Internet

Entre tres y cuatro me hicieron mujer

Memorias de un sanitario

Sex-appeal

Sexo, anillos y marihuana

Talla XXL

Goth

Cayendo al vacío

Afilándome los cuernos

Plumas y cuchillas

IX Ejercicio: 2ª Invitación

IX Ejercicio de relatos eróticos

Pesadillas de robot

Mi dulce mascota

Promethea

Déjà vu

Involución

El instrumento de Data

Eros vence a Tanatos

Fuga de la torre del placer

El corazón de Zobe

Comer, beber, follar y ser feliz

Pecado

El caminante

Maldito destino

Yo te vi morir

Decisión mortal

Madre

Angelo da morte

Pecado y redención

Mátame

Cuando suena el timbre

Azul intenso

El purificador

El último beso

Ella quería tener más

Mi instinto básico

Fábula de la viuda negra

Hospital

Seven years

Por una buena causa

El opositor

¿Tanto te apetece morir?

Satanas Death Show

Días de sangre y de swing

Voy a comprar cigarrillos y vuelvo

Relatos Históricos: Al-Andalus

Relatos Históricos: La copa de Dionisios

Invitación para el nuevo Ejercicio sobre CRÍMENES

Relatos Históricos: Franco ha muerto, viva el gay

Relatos Históricos: Qué golfa era Carmela

Relatos Históricos: 1968

Relatos Históricos: El soldado

Relatos Históricos: Campos de Cádiz

Relatos Históricos: El beso

Relatos Históricos: 1929 en Wall Street

Relatos Históricos: El primer vuelo

Relatos Históricos: Así asesiné al general Prim

Relatos Históricos: El primer gaucho

Relatos Históricos: En bandeja de plata

Relatos Históricos: Yo, el Rey

Relatos Históricos: La maja y el motín

Relatos Históricos: El niño del Kremlin

Relatos Históricos: Tenno Iga No Ran

Relatos Históricos: Un truhán en las Indias

Relatos Históricos: Las prisioneras de Argel

Relatos Históricos: Mar, mar, mar

Relatos Históricos: Un famoso frustrado

Relatos Históricos: Cantabria indomable

Relatos Históricos: El caballero don Bellido

Relatos Históricos: Clementina

Relatos Históricos: En manos del enemigo

Relatos Históricos: Nerón tal cual

Relatos Históricos: El juicio de Friné

Relatos Históricos: Alejandro en Persia

Relatos de Terror: Ojos violetas

Relatos de Terror: Silencio

Relatos de Terror: Nuria

Relatos de Terror: El nivel verde

Relatos de Terror: El bebé de Rosa María

Relatos de Terror: La puerta negra

Relatos de Terror: Aquella noche

Relatos de Terror: Sombras

Relatos de Terror: No juegues a la ouija

Relatos de Terror: Lola no puede descansar en paz

Relatos de Terror: Rojo y diabólico

Relatos de Terror: Asesino

Relatos de Terror: Aquel ruido

Relatos de Terror: Fotos en tu desván

Relatos de Terror: Estúpido hombre blanco

Relatos de Terror: Confesión

Relatos de Terror: Despertar

Relatos de Terror: No mires nunca atrás

Relatos de Terror: Viaje sin retorno

Relatos de Terror: La pesadilla

Relatos de Terror: La playa

Por un puñado de euros - por Yuste

Trópico - por Trazada30

Registro de tráfico ilegal - por Esther

Llámame si quieres - por Solharis

Una noche de invierno - por Dani

Clásico revisitado - por Desvestida

Lengua bífida - por Alesandra

Obediencia - por Némesis30

Hotmail - por Espir4l

Recuerdos - por Némesis30

Ese día estaba yo muy ansiosa - por Esther

Una noche de primavera - por Dani

La sopa - por Solharis

Diez minutos - por Sasha

Celos - por Scherezade

25 líneas dulcemente apasionadas - por Alesandra

Hay que compartir - por Espir4l

Trescientas palabras - por Trazada30

Esa sonrisa divertida - por Trazada30

Una noche de otoño - por Dani

La mujer de las pulseras - por Yuste

En el coche - por Locutus

Ciber amante - por Scherezade

Despertar - por Espir4l

Mi obra de arte - por Lydia

Los pequeños detalles - por Némesis30

Por el bien común - por Wasabi

La oportunidad llega sola - por Elpintor2

Sola - por Scherezade

La vida en un segundo - por Iván Sanluís

La ciclista - por Genio

16 añitos - por Locutus

45 segundos a euro - por Alesandra

Necesito una verga - por Esther

No soy tuya - por Donnar

Más que sustantivos - por Wasabi

Maldito alcohol - por Lachlainn

El preso - por Doro

De ocho a ocho y media - por Superjaime

Esperando - por Scherezade

Ladrón de coches - por Sociedad

Taxista nocturno,servicio especial - por ElPintor2

No me importa nada más - por Hera

Una noche de verano - por Dani

Vampirillos - por Desvestida

Siempre hay un hombro amigo - por Yuste

En mi interior - por Nemésis30

Almas - por Egraine

El tren de lavado - por Lydia

Despertar placentero - por Lince

Piel de manzana - por Sasha

Me fascina - por Erotika

Hace muchos años - por Trazada30

El dragón - por Lobo Nocturno

La fila - por Locutus

La cita - por Alesandra

Tardes eternas - por Ornella

La realidad supera la imaginación - por Genio

Instinto primario - por Espir4l

La sorpresa - por Solharis

38. La verdad en el fuego

Gönbölyuseg

Carta a un desconocido

Enfrentarse al pasado

Alejandría

La venganza de Aracne

Un relato inquietante

El libro maldito de Bartholomeus Nazarí

El apagón

El pasillo oscuro

Ejercicio 2 Las apariencias engañan - Va la novia

Naufragios: Libertad

Naufragios: Outdoor Training

Naufragios: Crucero de Empresa

Naufragios: Naufragio

Naufragios: Háblame del mar, marinero

Naufragios: Enemigos

Naufragios: La Invitación

Naufragios: El naufragio del Zamboanga