AQUELLA NOCHE EN LA PLAYA
Aquella noche en la playa, preferiría olvidarla, pero no puedo. El recuerdo de aquella noche me persigue y aún lejos de todo y sobre todo, lejos de él, me atormenta.
Mis padres aquel verano decidieron alquilar una casa cerca de la playa, en un pequeño pueblo del norte de España. Era una casa de una sola planta, con tres habitaciones, comedor, cocina y baño. Les hacia mucha ilusión porque según ellos, ahora que yo acababa de cumplir los 18 y que en nada empezaría la universidad y como mi hermano con 20 ya tenía novia formal (a la cual había que tenido que dejar en la ciudad) ya pocos veranos podríamos pasar como aquel, los cuatro juntos. Por ellos, y aunque ni a mi hermano ni a mi nos apetecía demasiado aquel veraneo, aceptamos.
Pero ya desde el primer día en que llegamos a aquel pueblo empecé a arrepentirme de haber aceptado la propuesta de mis padres, sobre todo por Jorge, mi hermano, que desde ese primer día empezó a convertirse en un ser huraño y solitario. Incluso le cambió la expresión de su cara. Enseguida me dí cuenta que todo era por culpa de las amistades que allí hizo, gente a los que les gustaba la magia, las brujas y todas esas cosas. Contaban extrañas historias de desapariciones, de fantasmas y de vampiros. Historias increíbles, que extrañamente mi hermano, no sé porqué, creyó y eso lo sumió en un extraño estado de no sé como expresarlo, pero cambió, mi hermano se convirtió en un ser muy diferente al que había sido hasta aquel momento.
Y lo peor de todo sucedió aquella noche, llevábamos allí un par de semanas y mis padres habían hecho mucha amistad con un matrimonio vecino que no tenía hijos y que también veraneaba allí. Aquella noche nos dijeron que saldrían a cenar con esa pareja, que había pedido pizza para nosotros y que no nos preocupáramos si llegaban tarde. Así pues, Jorge y yo cenamos tranquilamente la pizza; tras la cena, pensé que él saldría con sus nuevos amigos, como cada noche, a dar un paseo o algo así, pero extrañamente no lo hizo, se quedó conmigo viendo la televisión. A eso de las once yo ya estaba harta de ver las chorradas de daban así que le propuse:
- ¿Por qué no vamos a dar un paseo por la playa?
- Vale aceptó mi hermano.
La marea estaba empezando a bajar, así que podíamos andar por la parte más cercana al paseo marítimo. Caminando le pregunté sobre esos extraños amigos que tenía, porque iba con ellos y que desde que los conocía había cambiado. Él me dijo que eso eran tonterías y que él seguía siendo el mismo, quizás algunas cosas en su forma de pensar habían cambiado, pero él seguía siendo él. Como vi que aquella conversación no nos llevaba a ninguna parte decidí dejarla y le propuse regresar a la casa. Pero él me propuso:
No, mejor vamos al lugar donde me reuno con mis amigos. Es una pequeña cabaña aquí cerca, así verás que no son tan raros.
Esta bien acepté confiando en mi hermano, pues siempre le había tenido una gran confianza y ahora no iba a cambiar eso sólo porque sus amigos no acabaran de agradarme.
Caminamos durante un cuarto de hora más hasta llegar a una pequeña cabaña de madera que había al final de la playa, en una zona arbolada. Antes de entrar me preguntó:
Hermanita, ¿aún eres virgen? Me extrañó aquella pregunta, sobre todo en aquel momento, pero aún así le respondí;
Sí, ya sabes que sí, que aún no he encontrado el hombre adecuado para darle mi virginidad.
Vale aquella respuesta suya aún me extrañó más.
Jorge sacó una llave del bolsillo y abrió el candado que cerraba la puerta. Entramos, la cabaña estaba oscura y un extraño escalofrío cruzó mi cuerpo. Jorge cerró la puerta de golpe y empujándome dijo:
Esto es por tu bien, hermanita caí al suelo de modo que la falda corta que llevaba quedó arremangada por encima de mis braguitas.
Jorge me miraba con cara de loco, parecía estar poseído. Y mientras trataba de levantarme, se abalanzó sobre mí, tiró del escote de mi camiseta y la rompió, junto con el sujetador, dejando libres mis senos.
¡No, Jorge, déjame en paz! Grité tratando de zafarme de él, pero me fue imposible.
Me sentía extraña ante aquella situación que no acababa de entender.
Jorge me sujetaba fuertemente, mientras me gritaba:
Es por tu bien, hermanita, tengo que hacerlo sino el vampiro vendrá a por ti al oír esas últimas palabras me convencí de que estaba loco y sus amigos le habían metido alguna loca idea en la cabeza.
Grité fuerte con la esperanza de que alguien pudiera oírme, pero fue en vano. Mi hermano para entonces, ya había logrado quitarme las braguitas y trataba de abrir mis piernas que yo trataba de tener cerradas mientras seguía suplicándole:
No, no, déjame.
Esto es sólo para protegerte alegó mi hermano, mientras se desabrochaba el pantalón y sacaba su miembro ya erecto.
Yo forcejeé, traté de zafarme de él, pero no pude, y sin darme cuenta su erecta polla estaba frente a mi boca y él me pedía:
Vamos, chúpala yo estaba de rodillas frente a él, que se había puesto en pie.
No pude desobedecerle, a pesar del miedo, el asco y el dolor que aquello me producía le obedecí, sobre todo porque él empujó con fuerza mi cabeza contra su miembro. Sentí como me llenaba la boca con él, y como sujetándome por el pelo me obligaba a chupárselo, empujando mi cabeza una y otra vez. Cerré los ojos para no ver su cara enloquecida, mientras él seguía empujando mi cabeza para que su pene entrara y saliera de mi boca. Yo trataba de soportar aquella tortura como podía. Empecé a sentir las primeras gotas de líquido preseminal, entonces él sacó su polla de mi boca y en un gesto de descuido me soltó por completo, lo que aproveché para tratar de escapar, andando a gatas por el suelo. Pero enseguida me atrapó, me atrajo hacía él, y de repente, sentí como su miembro erecto me penetraba, grité de dolor, no sólo físico porque estaba siendo desvirgada, sino también dolor en el corazón porque mi propio hermano me estaba violando. Lloré como nunca antes había llorado, mientras él se comportaba como un salvaje.
¡Nooo! Yo trataba de escapar de él, pero Jorge me sujetaba con fuerza de las caderas.
¡Bego, por favor, Bego! Me gritó empujando mi cabeza hacía el suelo para que permaneciera quieta y sometida.
Entonces empezó a arremeter una y otra vez, sin descanso y con fuerza, mientras yo seguía gritando, tratando de zafarme de él, deseando que aquella pesadilla terminara. Pero la tortura se hizo eterna, siguió follándome como un salvaje, empujando contra mí, sujetándome fuerte por las caderas; hasta que finalmente se derramó dentro de mí, y cayó con todo su peso sobre mi cuerpo. Para entonces yo ya no tenía ganas de luchar más, sólo pensaba que quería despertar de aquella pesadilla. Pero en lugar de eso, la pesadilla continuó y cuando Jorge recuperó el aliento, terminó de desnudarme, me puso en pie, y me llevó hasta un rincón de la cabaña, donde sujetos a la pared había un par de grilletes que quedaban justo a la altura de mis hombros. Me sujetó allí las muñecas y luego me sujetó también los pies con un par de grilletes que estaban sujetos por unas cadenas al suelo. También él se desnudó y acercándose a mí, empezó a sobarme los senos, a chupetearlos y acariciarlo.
¡No, Jorge, por favor, déjame ya! ¡Ya has tenido suficiente! Le supliqué para que me dejara, pero mis palabras no surtieron efecto, y él siguió sobándome, llevando su mano a mi entrepierna y acariciando mi sexo sin compasión alguna.
De nuevo, gemí y grité, mientras trataba de juntar las piernas para que no pudiera acceder a mi sexo, pero él con fuerza introdujo su mano, pellizcándome en el coño y gritando:
¡Estate quieta y abre esas piernas, zorra!
Jamás había visto a mi hermano de aquella manera y eso me asustaba más que cualquier otra cosa, porque parecía endemoniado. Luego se arrodilló ante mí, separo un poco más mis piernas y sentí su lengua lamiendo mi sexo y como golpeaba mi clítoris con ella, de nuevo le supliqué que me dejara, pero él no me escuchó, continuó lamiendo y cuando le pareció, se puso en pie, me cogió por debajo de las rodillas de modo que mi sexo quedó a la altura del suyo y volvió a penetrarme, arremetiendo de nuevo y siguió así mientras yo continuaba quejándome, hasta que consiguió un nuevo orgasmo.
Después me desató y me dejó caer rendida al suelo.
No sé cuanto tiempo pasó, pero permanecí tendida sobre el suelo, sin fuerzas ni ganas para levantarme, hasta que llegaron sus amigos. Sentía mi cuerpo aterido de frío y repentinamente oí como se abría la puerta y uno de ellos decía:
¿Ya has terminado con la zorra de tu hermana?
Sí, ya podéis seguir con el ritual dijo mi hermano, sentado en el suelo uno pasos más allá de donde yo estaba, le miré, seguía desnudo.
Sus amigos, que eran dos, me cogieron en brazos y me llevaron a una mesa que había en el otro extremo de la cabaña. Me ataron a ella con cadenas.
¡No, no! Gimoteé cuando sentí que uno de ellos abría mis piernas y empezaba a lamer mi sexo.
Siguió haciéndolo durante unos minutos, hasta que luego se puso en pie y dirigiendo su sexo hacia el mío me penetró. Grité de nuevo y de nuevo volví a derramar lágrimas de dolor. Mi hermano estático, sentado en una especie de sofá que estaba a un lado de la mesa, me observaba junto al otro, que tenía la mano sobre su sexo y se acariciaba mirándome con deseo. Mientras el que me estaba violando, seguía martilleándome con su polla, haciendo que esta entrara y saliera de mí. Yo sólo deseaba que aquella tortura terminara de una vez, y en mi mente, trataba de imaginar que todo aquello era sólo una pesadilla, una terrible pesadilla de la cual despertaría en cualquier momento. El chico siguió empujando una y otra vez, hasta que alcanzó el orgasmo y cayó vencido sobre mí. Luego se apartó y se sentó en el sofá junto a Jorge y al otro chico, que seguía acariciándose su sexo, pero ahora no lo hacía por encima del pantalón, lo había sacado de este y se lo meneaba y sobaba a gusto. Luego se levantó del sofá, sin dejar de mirarme con aquella asquerosa cara de deseo. Una vez estuvo frente a la mesa, tiró de mí, me hizo poner boca abajo quedando doblada sobre la mesa y con el culo expuesto. Acarició mi raja y no tardó en acercar su sexo al mío, mientras yo seguía temblando de miedo y frío. Sentir de nuevo que me penetraban, que alguien volvía a violarme me hundió aún más en mi misma, ya no podía ni siquiera llorar, sólo esperar a que aquello terminara. No sé cuanto tiempo pasó hasta que se corrió, sólo sé que me quedé quieta, dejándome hacer como si fuera una muñeca de trapo. Cuando terminó, se vistió, se acercó a mi hermano y su amigo y dijo:
Bien, ya está. Ya podemos irnos.
Pero ella pareció protestar mi hermano.
Los otros no dijeron nada, sólo salieron de la cabaña. Mi hermano me desató. Trató de taparme un poco con un trozo de tela que había sobre el sofá y luego me sacó de allí, llevándome a la playa, donde me dejó tendida sobre la arena. Yo no podía casi ni moverme, estaba en estado de shock. Mi hermano se sentó junto a mí en la arena y empezó a decir:
Espero que lo entiendas, hermanita, esto era necesario, era por tu bien. Teníamos que realizar ese ritual para que no vinieran los vampiros a llevarte dijo sollozando.
Yo ni siquiera le escuchaba, en mi cabeza sólo podía ver, escuchar y sentir lo sucedido en las últimas horas, aquellas tres bestias violándome uno tras otro.
Aquella noche, mis padres estuvieron buscándonos hasta el amanecer, cuando nos encontraron en la playa, donde yo seguía tumbada, hecha un ovillo y en estado de shock. Mi hermano a mi lado, repitiendo sin cesar:
Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo.
Tras toda aquella locura, mi hermano fue internado en un manicomio y yo puesta en tratamiento psicológico para superar aquel desastre. Pero aunque poco a poco vaya saliendo del pozo en que la locura de mi hermano me metió, nada volverá a ser como antes. Desde entonces no he vuelto a ver a mi hermano y no quiero volver a verle nunca más. Por que ya nada será igual entre nosotros.