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Mi querido amigo Silver (3): Frío en Agosto

en Confesiones

Comenzaré como siempre dándoles las gracias de nuevo por su atención, y por haber llegado hasta aquí siguiendo el curso de esta historia de locos en la que yo soy la primera sorprendida, creánme. Tiene más mérito por parte de ustedes leerla que para mí contarla, porque sincerarse con extraños bajo un nombre falso es algo fácil, aunque ,como ya he dicho antes, me sorprende estar ahora mismo contándoles todo esto. Pero tenía que explotar de algún modo y ha sido así, con ustedes. Así que gracias de nuevo.

Sin más dilación paso a relatarles lo que sucedió después de la “noche de autos” en la que Silver me había desvelado sin tapujos sus intenciones para conmigo. Quería poseerme y hacerme suya por completo, a todos los niveles, y así me lo había hecho saber, de forma clara y sin eufemismos.

Desde el momento en que me lo propuso no dudé en que le diría que sí a todo.

Al principio me pareció una decisión fácil, porque en el contexto en el cual me había hecho su proposición yo estaba muy caliente.

Pero luego no fue tan sencillo. Después de diluirse la excitación inicial al día siguiente, analizando la situación desde un plano más real, tuve que luchar un poco contra mí misma…

Batalla que mi raciocinio tenía perdida de antemano, y yo lo sabía, porque en aquel momento entregarme a Silver era lo que más deseaba en el mundo. Lo deseaba casi por puro instinto, aunque me diera un poco de miedo, más aún sabiendo--como sabía--que él era capaz de todo. “No tengo límite” me había dicho. Y no parecía mentir.

Decidí que le diría que sí porque, simplemente, no podía ser de otra manera.

Comprendan, por favor. Yo le necesitaba.

De modo que apenas dos días después de nuestra conversación, me acerqué a Silver en la cocina en un momento cualquiera, mientras él fregaba los platos después de comer y le susurré al oído:

--”Lobo”.

--¿”Lobo”?--preguntó girándose hacia mí, sin comprender.

--Sí, “Lobo”--reafirmé. Traté de sonreir, aunque me aterraba lo que pudiera pensar de mí en ese momento, pues me sentía de pronto inmensamente ridícula.--Es mi palabra clave. “Lobo”.

Silver sonrió enarcando las cejas con sorpresa. Cerró el grifo y se secó las manos con un trapo, muy despacio. Se quedó mirándome allí, con el trapo blanco y rojo entre las manos y los platos a medio fregar, iluminado su rostro por una amplia sonrisa. No sólo sonreía con la boca; sus enormes ojos negros también lo hacían, brillantes de felicidad.

--¿Estás segura, Malena?--me preguntó, como si no me creyera.

--Sí--confirmé, algo nerviosa.

--Repítelo, por favor, quiero oirlo otra vez--musitó sin moverse del sitio.

--Estoy segura--le dije, elevando un poco el tono de voz--y mi palabra límite es “Lobo”.

Justo en ese momento entró mi hermano en la cocina, atropelladamente como era su costumbre.

--¿Palabra límite? ¿Lobo?--dijo divertido mientras abría la nevera--¿jugais al veo-veo o qué?

Silver se rió.

--Sí, más o menos. Y tu hermana acaba de ganarme la partida en el momento más inesperado.

Miré a mi hermano y sonreí con cara de circunstancias, encogiéndome de hombros.

--Vaya, qué interesante--comentó él, guardando una lata de coca-cola en su mochila.--me quedaría a jugar con vosotros, pero tengo que irme a trabajar ¿sabeis?--suspiró--no como otros…

Miró a Silver con una mezcla de consternación y resentimiento, y salió de la cocina a grandes zancadas.

--”Lobo”--murmuró Silver cuando mi hermano hubo abandonado la habitación--¿y por qué precisamente esa palabra?

Bajé la mirada, pues lo cierto es que sí que existía una razón.

--Porque es el animal que veo algunas veces dentro de ti--expliqué mirando al suelo, las mejillas ardiéndome--y me da un poco de miedo ser atacada por él.

Silver dio un pequeño paso hacia a mí.

--Bueno…--reflexionó, con cara de no haber roto nunca un plato-- pero ese lobo no te ha hecho nada malo…al menos hasta ahora…

Me acarició el antebrazo levemente, con las puntas de sus dedos aún humedecidos y suaves de jabón.

--No--respondí sin querer mirarle--de momento no , pero, si alguna vez temo que lo haga…podría decir esa palabra para estar a salvo, ¿verdad?…

--Podrías, por supuesto.--sonrió, y me estrechó en un leve abrazo--pero no me tengas miedo, por favor, no voy a atacarte nunca. Ya te expliqué cómo funciona esto, y como funciono yo…lo que siento, quiero decir. No quiero hacerte daño.

--¿De verdad que no?--Pregunté levantando los ojos hacia él con gesto anhelante.

--No, claro que no. De verdad que no. Nunca.

Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca y me sujetó la barbilla para atraer mi cara hacia la suya. Presionó con suavidad sus labios sobre los míos forzándome a entreabrirlos y acarició dulcemente mi lengua con la punta de la suya, para después ir penetrando poco a poco cada rincón de mi boca. Percibí como aumentaba su deseo mientras me besaba, hasta que se separó bruscamente de mí y clavó sus ojos oscuros en los míos.

--Jamás querría tu sufrimiento--susurró jadeando levemente--sólo deseo tu placer. No quiero que me temas. Quiero que te rindas a mí por el placer, nada más.

Asentí, comprendiendo.

--Tu sufrimiento es mi sufrimiento--continuó, en voz aún más baja--Tu placer, es mi placer.

Ojalá no hubiera habido nadie en casa; deseé con todas mis fuerzas arrastrarle hasta mi cama y pedirle a gritos, una vez allí, que me hiciera todas las cosas que se le ocurrieran. Su beso tan dulce me había puesto terríblemente cachonda, y aquellas palabras…(“Nunca te fíes de las palabras, las carga el diablo…“) ¡qué más daba!…aquellas palabras…

--¿Sabes?--dijo con una sonrisa--se me está ocurriendo una cosa, a ver qué te parece.

Sonreí tímidamente a mi vez, tratando de relajarme.

--Se me ha ocurrido que esta noche podríamos salir--continuó--e ir a cenar a un sitio que conozco…después de todo tenemos algo que celebrar, ¿no?…Yo te invito, desde luego. ¿qué me dices? ¿Te apetece?

--Sí, claro--contesté; no necesité pensármelo dos veces.

--Muy bien. Durante la cena te contaré cositas interesantes, y, si quieres, después de cenar podríamos ir a otro sitio…

--¿A cual?--pregunté.

--Ya lo verás, es una sorpresa. Esta noche te daré mas detalles mientras cenamos, te lo prometo. Como me has dicho tu palabra mágica, doy por hecho que te gustará…

Sonreí con cierta timidez. Me resultaba raro hablar de eso en la misma cocina de mi casa, donde segundos antes había estado bromeando mi hermano, ajeno completamente a lo que se estaba fraguando entre Silver y yo. Ajeno a aquella incipiente alianza de entrega y de poder.

--Vale.--asentí.--Salgamos esta noche.

Decidimos que no diríamos en casa que saldríamos juntos. Cada uno saldría a una hora y nos encontraríamos en un lugar común, “cerca pero lejos”, donde nadie que nos conociera pudiera vernos de la mano, a menos que se diera una casualidad.

No dijimos nada por no dar ni la mínima pista de que éramos más que “amigos-familiares”, por el “piensa mal y acertarás”; siempre el pensamiento negativo acude más rápido que la inocencia a la mente de casi todos, y lo nuestro era un secreto que queríamos mantener.

No sé la excusa que puso Silver; yo le dije a mis padres que iría a acompañar a mi amiga Marta que estaba sola en casa, y, por si acaso-- no sabía como iba a acabar la noche, pero conociendo a Silver podía esperarme cualquier cosa--que tal vez me quedaría a dormir con ella. Por suerte mis padres siempre han sido permisivos en ese aspecto…aunque más que permisivos debería decir que eran buenas personas, porque independientemente de todas mis trastadas y jaleos, seguian confiando en mí.

De manera que aquella noche empecé a arreglarme con tiempo para no llegar tarde a mi clandestina cita.

No me gusta demasiado llamar la atención, y no suelo maquillarme mucho, pero esa noche quería estar guapa, quería “resultar”. Después de la ducha hidraté con paciencia cada recoveco de mi piel, para que estuviera aún más suave. No sabía lo que iba a pasar, así que por si acaso me puse un bonito conjunto de ropa interior (sujetador color salmón con encaje negro, que elevaba mis pechos de manera considerable, y mini-braguita a juego, tipo tanga) muy sugerente. No quise que se me escapara ningún detalle. Elegí del armario un vestidito negro de tela fina, de estilo casual, que se ataba con un entramado de nudos detrás de la espalda, y lo complementé con unos sencillos zapatos también negros, que tenían el tacón justo para embellecer mis piernas sin hacerme parecer un “transformer”. Por último me perfumé con sólo unas gotas de mi esencia preferida, y adorné mi escote con un pequeño colgante de cristal transparente en forma de lágrima.

--Muy guapa vas tú para ir a casa de Marta--me espetó mi madre con desconfianza cuando, desesperada ya por contener mis nervios al filo de la hora, me lanzaba hacia la puerta de la calle sin apenas despedirme.--no hagas nada que yo no hiciera, hija…

Sin darle tiempo a decir más, cerré la puerta tras de mí y bajé a todo correr las escaleras. Cuando salí del portal aflojé el ritmo, pues iba bien de tiempo y no quería acalorarme con prisas, ya que bastante subida estaba ya la temperatura en la calle y dentro de mi propio cuerpo.

Llegué pronto al lugar pactado para el encuentro--unas cuantas calles más abajo, junto a una pequeña fuente de piedra llena de verdín--y me aposté contra la fresca pared escuchando el rumor del agua, intentando parecer tranquila.

Había acudido con una puntualidad inaudita en mí, y miraba el reloj cada dos por tres. El tiempo pasaba lento, y transcurridos diez minutos larguísimos comencé a considerar la posibilidad de que quizá él me diera plantón. Justo en eso estaba yo pensando, un poco desinflado mi ánimo, cuando escuché dentro de mi bolso la horrible musiquita de mi móvil--zapatófono prehistórico del tamaño de un ladrillo--acompañada de su tenue vibración. Saqué el artefacto con manos temblorosas y contesté sin ni siquiera mirar el número que aparecía en la pantalla iluminada en verde.

--¿Sí?

--Hola, guapísima--escuché la voz apacible de Silver al otro lado.--qué bien te sienta ese vestido negro.

--¿Dónde estás?--pregunté, girándome y buscando en vano por entre las sombras de la calle.

--Muy cerquita…--contestó. Pude escuchar cómo se sonreía contra el auricular.

--¿me ves?

--Sí--afirmó--te veo. Y estoy impresionado con el modelito que llevas… yo no me he puesto tan guapo, espero que no te importe.

Sonreí a mi vez, un poco nerviosa.

--Pero ¿dónde estás? No puedo verte…

Escuchaba al otro lado los sonidos apagados de la calle, solapándose detrás de su voz.

--Estoy aquí, preciosa. Justo encima de ti.

Alce los ojos y solo entonces pude verlo, inclinado con una sonrisa sobre el pasamanos de una pequeña escalera de piedra que bordeaba la fuente junto a la que yo me encontraba, columpiándose levemente a delante y atrás, su silueta recortada contra la incipiente penumbra del anochecer. Como un ángel nocturno completamente vestido de negro, saltó agilmente la barandilla y aterrizó junto a mí de un brinco. Sentí como mi cuerpo era recorrido por sus ojos una y otra vez, mientras me observaba con una gran sonrisa.

--Hola--saludó escuetamente.

--Hola…

Se apartó unos pasos de mí, como para mirarme mejor.

--Estas impresionante--sentenció. Le faltaba relamerse.

--Tú también estás guapo…

Era verdad, aunque más que “estar”, lo era. No había renunciado a sus habituales combinaciones de ropa: pantalones desgastadísimos, esta vez de color gris piedra--sin cinturón, por supuesto-- y camiseta normal y corriente, aunque la de hoy hacía gala de un diseño más trabajado consistente en una pequeña calavera nacarada en el lateral superior izquierdo, dibujada sobre la fina tela negra. También llevaba sus pulseras habituales en el antebrazo, igualmente negras--me parece estar viéndolas ahora mismo, mientras les escribo a ustedes--alguna que otra con discretos adornos plateados, y cómo no, sus eternos piercing en el lóbulo de la oreja derecha, en el labio inferior y junto a su ceja izquierda. La verdad, estaba para comérselo allí mismo, con su amplia sonrisa y sus ojos chispeantes, el pelo negro cayéndole por detrás de los hombros agitado por el aire de la noche.

--¿Ah, sí?--inquirió--¿me encuentras guapo? Ni por asomo tanto como tú, aunque muchas gracias.

Sonrió de nuevo y se acercó a mí.

--¿Me dejas darte un beso?--murmuró sobre la piel de mi cara.

--¿Sólo uno?

Torció sus labios en un gesto animal mientras se inclinaba sobre mí para decirme en voz baja:

--Hombre, si por mi fuera te comería a mordiscos aquí mismo…pero eso no estaría bien, ¿verdad?

--No sé--reí, y me empiné de puntillas para llegar a su boca.

Una vez más sentí su lengua abriéndose paso dentro de mí con voracidad, deleitándose en cada ángulo como si probara las delicias de una húmeda y suculenta cueva. Cuando se separó de mí, yo temblaba como una hoja.

--Bueno, mi princesita--dijo girando mi muñeca para mirar mi reloj--vamos yendo al restaurante, no sea que se nos pase la reserva…

--¿Has reservado?--pregunté, no sin extrañeza. No me imaginaba a Silver haciendo tal cosa, menos aún con los bares de mi barrio y aledaños, que no eran precísamente el Ritz.

--Claro que sí--respondió.--No creerás que voy a llevarte al burger…

Con sorpresa comprobé que sacaba del bolsillo las llaves de su coche, que vislumbré aparcado unos metros más allá.

--¿Vamos a ir en coche?--pregunté, con los ojos como platos.

--Pues sí--dijo--…en esa cosa de ahí que tiene ruedas…¿qué pasa? te has quedado como si nunca hubieras visto uno…

--No, nada--me apresuré a responder--sólo que…había dado por hecho que iríamos andando…

Silver sonrió, abriendo la puerta del acompañante para que yo pasara.

--¿No te dará miedo subir en el coche conmigo, verdad?--preguntó entornando los ojos.

--No, no…--sonreí algo nerviosa, y me senté como pude en el asiento tapizado colocándome lo más cómoda posible.

--Vale--dijo, y cerró la puerta para rodear el coche y sentarse al volante con decisión.

Condujo en silencio por las calles oscuras y salimos del barrio; yo miraba por la ventanilla, contemplando como el coche se bebía los kilómetros bajo la luz de la luna, preguntándome a dónde me llevaría. Parecía que nos aléjábamos del centro, porque cada vez yo veía menos luces y menos coches, y no es que eso me acojonara pero sí comencé a inquietarme porque no tenía ni la menor idea de dónde estábamos. El paisaje urbano fue sustído gradualmente por terrones de tierra oscura y árboles temblorosos a ambos lados de la carretera.

--¿Dónde vamos?--pregunté en un susurro.

--Tranquila, princesa, ya falta poco.

Silver colocó distraidamente su mano derecha sobre mi rodilla y comenzó a ascender por mi muslo con sus nervudos dedos, hasta llegar al encaje de mis braguitas donde se detuvo jugueteando con la tela serenamente. Sus tenues caricias encendieron de nuevo el fuego en mi interior y separé las piernas, dándole a entender que deseaba que accediera al centro de mi placer. Él retiró su mano entonces, para hacer un cambio de marcha en una curva, y me dijo mirando fijamente a la carretera.

--Quítate las bragas, Malenita. Así podré acariciarte mejor.

Lo había dicho resueltamente, como quien da una orden con amabilidad. Obediente, levanté mi trasero del asiento y deslice las bragas hasta mis rodillas.

--Qué bonitas son--dijo él tras echarles un leve vistazo--anda, quítatelas del todo y dámelas.

Hice lo que me pedía sin replicarle, y puse mi tanga en la mano abierta que me tendía.

Cogió las bragas y se las llevó a la naríz.

--Joder…--murmuró después de haber hocicado en ellas durante unos segundos, y se las guardó en el bolsillo con la mano que le quedaba libre.

Me acarició la pierna en silencio unos instantes, sus dedos trémulos, apretando mi muslo con deseo.

--Subete la falda--dijo con súbita aspereza--quiero verte bien el chochito. Vamos--apremió, al ver que yo vacilaba unos instantes.

Me subí despacio la falda del vestido.

--No, así no--me corrigió con voz dura, excitado--quiero que te la subas por completo, que te quedes con el culo al aire sobre el asiento, quiero ver cómo lo manchas…

Seducida por el cambio de su voz, que ya no era amable, hice lo que me ordenaba. Pude sentir la gastada tapicería del asiento bajo la piel, y acto seguido comencé a mojarme.

--¿Así?--pregunté con voz queda.

Silver se giró y me contempló fugazmente para volver, segundos después, a fijar la mirada al frente.

--Sí, así, muy bien…--sonrió, y dirigió de nuevo sus dedos hacia mi entrepierna, con determinación.

No pude reprimir un gemido cuando sentí que introducía la punta de su dedo medio entre mis labios vaginales, y comenzaba a moverlo trazando suaves círculos. Me arrellané en el asiento y cerré los ojos, disfrutando de cada minuto de caricia, pensando que si Silver seguía así me iba hacer encharcar la tapicería.

--¿Disfrutas, mi vida?--preguntó.

--Sí, mucho--respondí con un leve quejido mientras su dedo buceaba dentro de mí y me penetraba con energía. Pensé que iba a marearme.

--Qué gusto me da sentirte así de mojada…--masculló, metiendo y sacando su dedo enhiesto, presionando mi abultado clítoris con cada vaiven.--Dios, te follaría ahora mismo…

Esa afirmación me hizo retorcerme de placer, separándo las rodillas lo máximo que el habitáculo del coche me permitía, arqueando la espalda para clavarme con furia en su dedo. Sentiendo quizá que mi orgasmo era inminente, Silver retiró la mano con rapidez.

--Tranquila, princesa--me dijo --ya tendremos tiempo de corrernos a gusto esta noche, no te preocupes.

Llegamos a una rotonda enorme y desierta coronada por dos tristes palmeras. Silver giró a la derecha y entramos en un pequeño municipio de la periferia cuyo nombre seguro que ustedes conocen, pero prefiero guardarme para mí. En mis oídos resonaba aún el tic-tac del intermitente, cuando me dijo con sequedad:

--Saca tus pechos fuera de las copas del sujetador, y fuera del escote del vestido. Es amplio, podrás hacerlo.

--Pero Silver…--repliqué con un hilo de voz--Por aquí puede verme alguien…

Estábamos ya transitando por callejuelas más iluminadas donde se veían pequeños establecimientos, y personas--no demasiadas pero las suficientes para hacerme sentir vergüenza--caminando de aquí para allá por las aceras.

Redujo la velocidad para evitar un bache y me miró fijamente, despegando los ojos de la calzada durante varios segundos por primera vez en el viaje.

--Malena, ¿es que acaso te he preguntado si querías hacerlo?--inquirió a media voz, clavando sus ojos en los míos--¿es que acaso he dicho: “Malena, ¿tienes a bien sacarte las tetas?”? No cariño, no era una pregunta. Y ahora hazlo, y sin tonterias.

Ante aquella rotunda orden, no tuve más remedio que asir mis voluminosos pechos y colocarlos fuera del sujetador, por encima del vestido. Muerta de vergüenza, coloqué mi mano sobre ellos cuando pasamos al lado de un anciano que paseaba un foxterrier.

--No te tapes, haz el favor--dijo él, aún severo pero mucho más amable--no me importa que esta gente vea lo guapa que eres…

Despacio le obedecí, con los ojos desorbitados por la vergüenza.

Silver no me tocó. Bajó las ventanillas y dejó que mis pezones se erizaran, indefensos, contra el aire fresco de la noche, a la vista de cualquiera.

Gracias a dios poco después paramos en un aparcamiento poco iluminado, donde él estacionó el coche con habilidad al lado de un voluminoso todoterreno. Echó el freno de mano que protesto con un chirrido seco, y se giró hacia mí, escrutándome con sus ojos negros, como si quisiera leerme el pensamiento.

--Qué linda estás, Malenita. Qué tetas más buenas tienes.

Me encogí un poco sobre mí misma, todavía avergonzada de mi parcial desnudez. Me armé de valor y le eché una mirada cargada de incertidumbre.

--El restaurante está aquí mismo--dijo Silver, señalando un punto indefinido en la calle de enfrente--pero antes de ir, quiero que pases al asiento de atrás. Vamos, no tengas miedo. No voy a violarte, aunque ganas no me faltan…--sonrió con vicio.

Se echó ligeramente hacia atrás para dejarme más espacio, y me ayudó a alcanzar la parte trasera del vehículo a través del exiguo hueco que había entre los dos asientos delanteros. Cuando me hube instalado, se deslizó detrás de mí, pasando por el hueco con envidiable destreza.

Se situó junto a mí y me beso con furia, apretando su fibroso cuerpo contra el mío, mordiéndome la boca y estrujando uno de mis pechos con mano firme.

--Tranquila, mi niña--susurró en mi oído--no tengas miedo. Sólo haz lo que te digo, sin protestar.

Me ordenó que me colocara a cuatro patas sobre el asiento, con las piernas separadas y los codos apuntalados en la tapicería. Se situó detrás de mí, y recorrió con ávidos dedos mi coño desde atrás, penetrándome con ellos suavemente de cuando en cuando.

Sujetó con fuerza mis caderas y levantó súbitamente la falda de mi vestido.

--Perdona mi rudeza--gruñó, apretando su erección entre mis nalgas desnudas--sólo quiero ponerte un poco más cachonda, nada más.

Jadeando comenzó a moverse a empujones contra mí, clavandome la polla con los pantalones puestos. Mis tetas oscilaban colgonas, a pesar de su turgencia, como las ubres de una vaca. Comencé a dejarme llevar por sus embestidas, y poco a poco fui perdiendo el sentido de la realidad, restregándome contra la tela de sus vaqueros.

--Cuando te corras quiero que chilles--murmuró con voz quebrada--no tengas cuidado, aquí nadie nos va a oir…

Casi acto seguido convulsioné en un terrible orgasmo, y me regocijé refregando mi culo contra la polla dura de Silver, gimiendo a voz en grito.

Me dejó correrme sobre su cuerpo quieto e inundarle de jugos, y cuando terminé continuó acariciándome con los dedos, frotándome sin piedad la vulva mojadísima.

Empecé a gemir de nuevo y a moverme rápidamente, dispuesta para el segundo orgasmo que me sobrevenía a velocidad de vértigo, cuando sentí que se apartaba bruscamente de mí y me daba un fuerte azote en el culo.

--Ay…--protesté, frustrada, frotándome las escocidas nalgas.

--No pensarías que iba a dejar que te descargaras otra vez…--me dijo guiñándome un ojo con displicencia--y que perdieras esa excitación que tan loco me vuelve…

Sin decir más me recolocó la falda y salió del coche, indicándome con un gesto que le siguiera.

Fuera hacía fresco, y se respiraba un aire más limpio y ligero que el de la ciudad; un aire que traía otros olores, olores nuevos que me hicieron sentir diferente, como en otro mundo. Apreté las piernas para sentir la presión de mis muslos sobre mi coño chorreante, que protestaba iracundo ante el desaire sufrido, y traté de relajarme escuchando la canción del viento entre los árboles.

--Es bonito este sitio, ¿verdad?--murmuró Silver, mientras caminaba despacio a mi lado.--Lo conocí de casualidad, una tarde, callejeando…

--No sabía que “callejearas” tan lejos--le dije, llenándome los ojos del paisaje nocturno que se extendía ante nosotros.--jesús, si se pueden oir hasta los grillos…

Me rodeó los hombros con un brazo y me besó suavemente en la sien mientras nos aproximábamos a una callejuela cercana, alejándonos despacio de la oscuridad del aparcamiento, de camino al restaurante.

Recuerdo que me encantó el lugar al que me llevó, y también la cena. Se trataba de un pequeño local donde servían comida asiática--predominantemente hindú--muy acogedor y recogido. En el ambiente flotaba una música suave, y no me refiero a los estridores de esas guitarrillas que suelen rasguear de fondo en los restaurantes chinos, por lo común. Todo estaba razonablemente limpio y ordenado, y, desde que entramos, nos envolvió un agradable olor a curry y a ropa blanca.

Silver me observaba sonriente mientras repasaba la carta, y contestaba solícito cuando yo le preguntaba el significado de algunos menús ininteligibles, en lo que él entendía, claro. Imaginé que ya había estado allí otras veces porque, ante mi indecisión, se atrevió a sugerirme un par de cosas.

Pero lo mejor del sitio era, decididamente, su recogimiento y discreción. La tenue iluminación daba pie a comerse con los ojos a tu acompañante, y a hablar a gusto sin estar agobiado por otra gente y sin sentirse uno observado. Un amable camarero colocó una velita blanca en el centro de nuestra mesa, cuya llama vacilante proyectaba largas sombras sobre la encalada pared.

--Qué bien está este sitio…--comenté, después de haber pedido la comida.

--¿Te gusta?--preguntó mi amigo con ilusión, acariciando el dorso de mi mano.

--Sí, me encanta--ratifiqué devolviéndole la sonrisa.

--Uf, me alegro…no sabía si iba a gustarte este tipo de comida…

A decir verdad, nunca antes había probado aquellos platos. Tenían sabores diversos, originales, algunos un poco picantes para mi gusto. Pedimos una botella de vino para anegar la inminente sequedad de boca.

--No deberías beber mucho si vas a conducir…--me atreví a sugerir en voz baja, cuando vi que Silver llenaba por segunda vez su copa.

Él sacudió la cabeza con un deje de consternación.

--Malenita, no confías en mí…

--No se trata de eso--me apresuré a contestar--es que si uno bebe, no debe coger el coche…

Me miró con los ojos bailoteando divertidos.

--Ay, Maleni, qué cándida eres. ¿Quién te ha dicho a ti que yo voy a conducir más esta noche?

Me dejó pasmada.

--Hombre…--vacilé--en algún momento habrá que volver a casa…

Él soltó una sincera carcajada.

--Claro--asintió--claro que habrá que volver…pero no te preocupes, y deja que la vida te sorprenda…confía en mí, por favor.

Bajé la vista hacia mi plato, un poco azorada. No entendía donde estaba la gracia de mi razonamiento. De lo que estaba segura, independientemente de mis sentimientos hacia Silver, era que no me subiría al coche con él si se “pasaba” con el vino, eso lo tenía claro.

--Pero no te preocupes, princesa--dijo acariciándome la mano tiernamente con gesto despreocupado--no tengo intención de beber más de lo necesario, por la cuenta que me trae.

Le miré y asentí. Era incapaz de resistirme a su cariño.

--Bueno--murmuró Silver, depositando suavemente su copa sobre el mantel--de modo que al final has decidido aceptarme…¿o todavía no estás muy segura?

--Sí--contesté sin querer mirarle, ciertamente turbada ante aquella pregunta tan directa--Sí que lo estoy…

--Eso me pareció esta mañana, en la cocina--continuó Silver--pero ahora, y durante el viaje, te noto con algunas dudas…corrígeme si me equivoco.

--Hombre, esto es nuevo para mí…--titubeé, encogiéndome de hombros.--pero estoy tratando de hacerlo lo mejor posible.

--Malena, bonita--dijo entonces con inmensa ternura, me pareció que algo conmovido--agradezco tu esfuerzo, pero lo importante no es que lo hagas “mejor”, sino que realmente te guste lo que has decidido, ¿me comprendes?

Asentí con la cabeza mientras removía la salsa de mi plato con el tenedor.

--Si no nos disfrutamos mutuamente, si no nos aceptamos, esto no tiene sentido…

Levanté los ojos hacia él. De pronto sentí una tenaza terrible en la garganta.

--Ya te he dicho que lo he elegido--contesté--y me lo he pensado, de verdad. Pero tengo un poco de miedo, no te lo voy a negar, y supongo que me va a costar un poco habituarme…yo nunca le hago caso a nadie…

Silver rió complacido, aún con emoción retenida en su mirada.

--Ya, ya sé cómo eres, no hace falta que me lo expliques, vivo contigo…te rebelas ante todo, ¿no es así?…aunque sea mediante una resistencia callada, desde el silencio.

Sonreí para mis adentros. Yo no lo hubiera descrito mejor.

--Sí, así es. Me conoces bien.

--No sé si te conozco bien--dijo con afecto--pero eso sí que lo noto.

Bebí un poco de vino con esperanza de aliviar la tensión que había sentido en la garganta…no estaba segura, pero tenía la vaga certeza de que había sido la sola idea de poder perderle lo que me había provocado aquella angustia.

--Bueno, y pasando al punto siguiente--dijo--cuéntame, ¿de qué tienes miedo exactamente?

Dejé despacio mi copa, sin saber cómo empezar a explicarme.

--Pues…no sé…

--Tranquila--dijo resueltamente, con voz calmada.--vamos a hacer una cosa. Cuéntame ahora los límites que tienes, esos que tanto temes que yo me salte.

Yo intenté poner orden en mi cabeza, tratando de escoger las palabras adecuadas.

--”Nada te turbe, nada te espante”--murmuró Silver pausadamente, de pronto--”Todo se pasa, dios no se muda…la paciencia todo lo alcanza”…

--Eso me suena, ¿qué es?--pregunté, descolocada.

--Nada, una tontería para que te descojones un poco--repuso sonriéndome de nuevo--recuerdo que me lo decía mi madre cuando yo era pequeño y tenía miedo.

--Ah…pero…¿Tú crees en dios?--pregunté con asombro. “¿pero tú eras pequeño?” debería haber dicho también--Siempre había pensado que no creías…

--No--sonrió negando con la cabeza--No creo que exista. Pero mi madre decía que eso daba igual, que él estaba por ahí observándome lo creyera o no. Es curioso. Cuando era pequeño me daba hasta mal rollo…aunque a veces pensé que podía ayudarme, pero luego me di cuenta de que no era así. Y fue duro desengañarse, no creas…Fue duro pensar que ahí no había nadie y que sólo estaba yo, a solas con el miedo.

Hizo una pausa y me pareció que se quedaba algo turbado.

--¿Pasaste mucho miedo cuando eras pequeño?--me atreví a preguntar. En realidad era algo que siempre había deseado saber. Sí, Silver, el hombre de acero, había sido niño una vez…

Me observó por encima de su copa, sereno y --o al menos eso me pareció--algo triste.

--Sí--contestó brevemente--pasé bastante miedo, la verdad. Pero no quiero hablar de eso ahora. Creo que sé dónde quieres ir a parar, y no me apetece nada.

Quería preguntarle por su padre y él lo sabía. Su padre, que le había tratado a golpes durante tantos años, sin una pizca de amor. El monstruo violento que había dejado su cuerpo marcado tantas veces, y probablemente también su alma.

--Silver, no quiero molestarte pero…para confesar mi miedo, tengo que preguntarte algo.

Sin esperar su respuesta, intenté poner en palabras un terrible pensamiento que me acuciaba desde que nuestra historia había comenzado, unos días atrás.

Él suspiró largamente.

--Bueno--respondió con gesto impenetrable--pregunta lo que quieras. Creo que ya sé lo que me vas a decir…y la respuesta es “no”.

--Yo…--me apresuré a decir, tratando de sintetizar al máximo para que no se sintiera agredido--me preguntaba si…si tú…si sientes esa necesidad de dominar a otros…como consecuencia de lo que tu padre te hacía…no sé si me entiendes.

--Perfectamente--contestó sin apenas alterarse.--Y como te dije, la respuesta es no.

Se hizo un silencio entre nosotros que creí insalvable, como un puente invisible de reproches cruzados. Sin embargo, Silver levantó la mirada y continuó hablando:

--Mi padre estaba loco. Pero no loco como entendemos en el lenguaje coloquial; estaba loco de verdad. No sé si era capaz de sentir emociones…aunque es cierto que le cambiaba la cara cuando me pegaba. Yo solamente veía odio en sus ojos. Sin embargo nunca he podido odiarle, incluso ahora, a día de hoy, tampoco puedo, y lo deseo. Por eso me alegro de que haya muerto.

Hablaba con convicción y con tranquilidad, como si estuviera contándome la última película de Russell Crowe.

--Nunca he hablado de ello con nadie, y espero no tener que volver a hacerlo.--continuó, en tono neutro--ahora te lo estoy contando sólo porque me lo has pedido. Y porque me interesa bastante que te quede claro, de cara a lo que siento hacia ti, que no tengo nada que ver con él. Ni con sus motivaciones, que por cierto desconozco.

Quise pedirle perdón pues sentí que había invadido una zona dolorosa de su vida. Una especie de secreto peligroso que le había costado un esfuerzo terrible encerrar bajo llave, en el desván de su pensamiento.

--Lo siento Silver, no quería ser indiscreta…

--No, tranquila. Suponía que me lo ibas a preguntar…--sonrió levemente--eres una tia muy lista. Si me has entendido, no habrá sido en vano el mal rato que has pasado.--me guiñó el ojo-- Inevitablemente, mi forma de ser tiene mucho que ver con las cosas que he vivido…como pasa con todo el mundo. Pero, desde luego, no disfruto haciendo sufrir a otros. Soy sádico, pero no así.

Tras esta última frase, sonrió como un niño que acabara de confesar una trastada. Como “el gato que se comió al canario”.

Me relajé un poco y traté de continuar comiendo, pero de pronto me sentía muy llena. Bebí más vino (otra vez). Comenzaba a notarme un poco achispada. Dios, cuánto quería a ese chico.

--Pero anda, cambia esa cara y háblame de ti--insistió--una vez comprendido esto, ¿qué otros límites tienes? Estaría bien que fuéramos concretando, para saber a que atenerme…--añadió burlón.

--¿Límites concretos?--pregunté--creí que con la palabra de salvación era suficiente.

--No, no lo es--negó con la cabeza--esto no es como jugar a “pies quietos”. Es mejor que yo lo sepa, para ahorrarte malos tragos. Es mejor que yo por lo menos tenga una idea de hasta dónde puedo llegar. Así que vamos, dime algo que odies. O que te de mucho mucho miedo.

--De sexo, te refieres.

--Sí, de sexo, claro. Si tienes fobia a las ratas puedes estar tranquila, no te las voy a meter en la cama…

--Vale…--hice un esfuerzo por pensar--¡Ah, sí, ya lo sé! No puedo con la mierda, tio.

Él me miró sin estar seguro de comprender.

--Quieres decir…con…¿la coprofilia?

--Sí, exacto. Y con la gente come sus excrementos--puntualicé--jamás podría hacer algo así…

Pensé que mi amigo se estallaría de risa, pero me escuchaba con toda su atención.

--De acuerdo.--me dijo.--nada de mierda. Creo que sobreviviré sin ello…

No había un atisbo de broma en su mirada. “Dios mío” me asaltó la duda cruel“¿lo habrá hecho alguna vez?”

--¿y qué más cosas?

--Los látigos me asustan mucho--dije sin pensar. En ese momento sí se rió.

--Los látigos--murmuró para sí--interesante cuestión…¿No te gustaría probarlos ni un poquito?

--¿Hablas en serio?--pregunté.

 

En ese preciso momento, el camarero surgio de entre las sombras para retirarnos los platos y traer la carta de postres, de modo que Silver no pudo contestarme. O no quiso, no lo sé.

No obstante cuando desapareció de nuevo el buen señor, continuó con el hilo de la conversación inmediatamente.

--Vale. Ni mierdas, ni látigos--sonrió con deseo, mordiéndose levemente el labio inferior.--qué mas. Estoy ansioso por saber, Malenita.

Pensé y pensé. Era difícil concentrarme con él allí delante, su mirada fija tratando constantemente de atrapar la mía.

--Bueno…--titubeé--Los animales, supongo.

Soltó una tremenda carcajada.

--¡Los animales! Por favor…

--Ya, pero bueno, hay a quien le gusta, ya sabes…--me defendí.

--Madre mía--sonrió sacudiendo la cabeza--¿qué tipo de elemento crees que soy? Desde luego no sé, estoy un poco despistado entre la mierda y los animales…no sé, Maleni. Aunque lo de los látigos me ha gustado más, pero no deberías darme ideas…

--Bueno, es que tú mismo me dijiste que no tenías límite…

Silver se esforzó por acallar su risa. Un destello divertido bailoteaba en sus ojos de lobo, aunque su boca procuraba mantenerse seria.

--Hombre. Es cierto, pienso que en las circunstancias adecuadas podría llegar a hacer de todo…por eso lo dije. Aunque reconozco que lo de los animales no me hace nada de gracia, pero nada de nada…así que en eso puedes estar tranquila.

--Vaya, vaya…--razoné--así que vamos descartando lo de la mierda, eh…¡te pillé!

Se echó a reir de nuevo, y me mostró las palmas de las manos en un gesto de indefensión.

--Bueno, y qué quieres que te diga--respondió entre risas--creo que podría llegar a hacer de todo, según en qué circunstancias.

Le miré tratando de profundizar en sus ojos, sintiendo por primera vez un poco de ventaja.

--No lo creo. Lo sé.--puntualizó, dejando de lado su hilaridad.--Pero no te extrañes tanto. Habrá lugares oscuros a donde tú también querrás llevarme, ¿no?

Sorprendida por la pregunta, miré al abigarrado mantel, sin saber qué decir.

--¿O es que crees que eres tú la única que quieres viajar?

“Viajar”. Qué gran palabra. No me importaría ir a donde fuera sin salir de mi ciudad, siempre que fuera de la mano de Silver. No me hubiera importado ni siquiera ir a ciegas, sin ver a donde nos dirigíamos. Tenía tanta ilusión, tantas ganas, tanta ansia de adentrarme en él…de recorrer sus pasadizos oscuros llenos de belleza y tal vez peligro. Qué gran riesgo es, para los luchadores, plegarse ante el viento como una vara…y qué hermoso es cuando la vara por fin logra besar el lecho del río.

Miré a Silver un poco atribulada. Ya casi nos habíamos terminado la botella de vino. No era que bebíeramos a marchas forzadas pero el tiempo transcurría, y nuestros actos con él. Las palabras seguían su curso libremente, al igual que la satisfacción provocada por la buena comida y el calorcito del vino que se abría paso en mis entrañas. Me sentía tan inquieta, y a la vez tan agusto…

Pedimos un postre para compartir, porque tenía una pinta tan estupenda que no hubiera podido soportar que el camarero se llevara la carta sin más y no tomarlo. Se trataba de unas cuantas bolitas triponas de pasta de arroz rellenas de helado y…algo muy dulce cuyo nombre no recuerdo.

Continuamos un ratito más charlando de nuestras cosas, y poco después pagamos la cuenta y salimos de nuevo a la fresca noche de agosto.

--¿Has sentido alguna vez frío en Agosto?--preguntó de pronto Silver, cuando llevábamos ya unos minutos paseando en silencio.

--¿Frío en Agosto?

--Sí--asintió sucintamente.--Frío en Agosto.

Reflexioné unos segundos.

--¿Es una pregunta capciosa?--inquirí frunciendo el ceño.

--No, por dios…--sonrió Silver--es una pregunta, nada más.

--Supongo que no--contesté, sin saber muy bien qué decir--en Agosto no se debe pasar frío, al menos aquí…se supone que es verano, ¿no?

--Claro.--respondió, besándome la mejilla con suavidad.

En aquel momento creo que no comprendí el alcance de su pregunta. Hoy, después de tantos años, creo saber a qué se refería.

Le pregunté adónde íbamos porque, aunque el paseo era muy agradable--más aún después de la abundante cena--desde el principio me había dado la impresión de que nos dirigíamos a alguna parte.

En lugar de contestar de manera sencilla, me miró enigmático.

--Tenía esta carta guardada en la manga, pero tú eres muy lista--sonrió--Ten paciencia, voy a darte una sorpresa…

De modo que él sabía muy bien donde nos llevarían nuestros pasos, por supuesto.

--¿Qué sorpresa?

--Tranquila, mujer, no pongas cara de susto, es algo bueno--dijo--o al menos, eso pretendo…

Nos besamos algunas veces durante el camino.

Besos húmedos, al principio tímidos, encadenando después con caricias cada vez más deshinibidas entre lenguas de fuego, el cuerpo tenso, las bocas abiertas.

Me calentaba una y otra vez para volver a soltarme, mientras nos encaminábamos a donde sólo él sabía.

En cierto momento se inclinó levemente sobre mí, sus juguetones ojos entrecerrados.

--¿Quieres que te coma el coñito esta noche?--susurró.

Las finas hebras de su pelo osuro me hacían cosquillas en el cuello. Pude sentir la excitación creciente que cargaba sus palabras, y el calor de su aliento.

--¿Lo harías?--pregunté, sofocándome.

--Claro, es un placer--sonrió mostrando sus alineados dientes--siempre es un placer degustar tu dulce coñito…tengo toda la noche para hacerlo…

Metió su mano bajo mi vestido y comenzó a acariciarme directamente el culo--recuerden que ya en el coche me había hecho quitarme las bragas--resbalando con los dedos, húmedos ya de mí, entre mis muslos trémulos. Jugó con sus dedos entrando y saliendo de mi coño mientras me besaba y me apretaba contra sí, respirando en mi oreja.

--Esta noche, princesa, me vas a dejar que te coma el coño a placer…--resolló, sacando los dedos de mi interior y saboreándolos en la boca--y después, también me dejarás que te folle…con todo mi cuidado y con todas mis ganas…

--Sí…--alcancé a decir, haciéndome agua contra su cuerpo, llenandome los pulmones del dulce olor que desprendía su incipiente transpiración.

Se separó de mi, no sin antes haberme hecho notar entre mis piernas su recalcitrante erección.

--Pero para eso tenemos que llegar al sitio donde quiero llevarte…ya falta poco, confía en mí.

Lo que sucedió a continuación merece dedicarle, como mínimo, un principio y un final propios. Me estoy excitando ahora, según se lo cuento a ustedes, y…perdonen, pero no me parece apropiado. Supongo que lo mejor es parar ahora, y permitirme así recordar paso por paso lo que ocurrió, y relatarles a ustedes la verdad, lo más fielmente posible.

Eso me obliga, por hoy, a cortar aquí mi narración…

Espero que no les importe demasiado. Y, de nuevo, muchas gracias por su tiempo.

 

CONTINUARÁ.

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