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Sonia y Joan

en Hetero: Primera vez

Cuando Sonia abrió los ojos, eran las ocho de la mañana. Al menos eso podía leer en el  reloj digital que había en la mesita de noche de aquella habitación… ¿pero qué habitación? ¿Dónde estaba?

De pronto, lo recordó todo. Imágenes de lo sucedido la noche anterior—la noche de la famosa fiesta—se agolparon en su cabeza a una velocidad vertiginosa, volcándose de pronto en su mente una cascada de recuerdos que la dejó aturdida.

Se giró en la cama. A su lado dormía Joan, arrebujado en un lío de sábanas y colcha. Respiraba profundamente, con la boca entreabierta como si fuera la encarnación humana de la tranquilidad. En sus labios se insinuaba un amago de sonrisa.

Sonia se acercó más y se incorporó sobre el colchón para verle mejor. Le olfateó con disimulo: olía a sexo y a ese ligero sudor que desprende la piel adormilada. Sus pestañas, aún con algún  pegote de rimmel,  aleteaban como las patas negras de una araña gracias al movimiento rápido bajo los párpados durante el sueño.  Su piel parecía tan dulce…

Extendió la mano y le acarició la mejilla. Estaba tibia, daban ganas de besarla. Se irguió unos centímetros y, con cuidado de no despertarle, rozó con los labios la piel de su cuello. Joan se movió un poco contra la almohada y murmuró algo en sueños, sonriendo más.

Un pequeño aguijón se le clavó a Sonia, por sorpresa, mientras miraba esa sonrisa y se daba cuenta de que era hora de marcharse. Fuera del cuarto no se oía un ruido; aparentemente la fiesta se había acabado, ya fuera porque las invitadas se habían marchado, o porque yacían inconscientes con a saber qué sustancias bullendo en la sangre. Era el momento de salir de allí, ahora que todo parecía en calma, si quería no ser vista y no dar explicaciones. No quería ni imaginar qué sucedería si dejaba pasar el tiempo y a Mariola se le ocurría entrar a la habitación de su hermano.

Pero, ¿qué pasaría con Joan?,  se dijo. Mariola pensaba que él estaba a kilómetros de allí, despeñándose por ciertas laderas en compañía de su familia.  ¿Qué iba a hacer él ahora, salir y dejarse ver como si tal cosa?

--Joan…--susurró al oído del chico, zarandeándole suavemente—Joan…

No hizo falta mucho estímulo para hacerle abrir los ojos, aquellos bonitos ojos azul claro. Se desperezó, con lo que volvieron a cerrarse hasta parecer dos ranuras perfiladas de negro, y sonrió a Sonia, quien le observaba a escasa distancia apoyada sobre una mano.

--Son las ocho de la mañana…--dijo ésta.

Joan se estiró todo lo largo que era.

--Vaya, tengo la sensación de haber dormido un montón…

--Bueno…—calculó Sonia—habremos dormido unas tres horas, más o menos

--Suficiente—sonrió Joan, alargando la mano para acariciarle la mejilla—Y tú, ¿dormiste bien?

Sonia asintió.

--Lo suficiente—le parafraseó.

Ambos se miraron durante un rato sin querer decir nada. Sonia distinguió en los ojos de Joan una llama implícita que no supo interpretar, y se preguntó qué cara tendría ella, cómo se vería él reflejado en sus ojos.

--No me atrevo a preguntarte por…--comenzó a decir Joan, pero ella le cortó.

--No preguntes—dijo. Tenía la sensación de tener la cabeza hecha un lío, y por lo tanto inservible, al menos de momento. No quería pensar en la idea de sentarse a sacar conclusiones sobre lo ocurrido la noche anterior; además, algo le decía que las conclusiones importaban más bien poco. Lo esencial era, por suerte o por desgracia, cómo se sentía… y cómo se sentiría Joan.

--¿Estás bien?—le preguntó él. Su voz era tan cauta, tan tierna… Sonia tenía que admitir que se derretía con él.

--Sí, sí—se apresuró a contestar --¿y tú?

Joan expandió aún más su sonrisa, con los ojos aún emborronados de sueño.

--Yo genial—repuso. Por la expresión de su cara, no había lugar a duda.

--Oye, Joan…--aventuró Sonia después de otro pequeño lapso de silencio—Yo debería…

La frase quedó en el aire.

--Sí—asintió él, comprendiendo—claro…

Sonia carraspeó.

--Debería irme a casa…--terminó, y vaciló un poco antes de lanzar la pregunta que le rondaba--Tú… ¿qué vas a hacer?

Joan parpadeó y frunció el ceño momentáneamente, como si no la entendiera.

--¿Yo?

--Sí…--repuso Sonia, cortada—Se supone que estabas de escalada, ¿no?, tu hermana no sabe que estás aquí…

--Cierto…--murmuró él.

Sonia todavía tenía ganas de Joan, y le entró miedo. No quería bajo ningún concepto que se le notase. Pero al mismo tiempo sentía que debía decirle algo, no quería irse sin más dejándole allí.

--Yo iba a…proponerte—por dios, qué mal sonaba esa palabra—Bueno, es igual, déjalo.

Se arrepintió en el último momento, estaba claro que decir aquello era un error.

Joan la miró con los ojos brillantes.

--No…--la alentó—dime…

--No, es una tontería—Sonia sacudió la cabeza, sintiéndose avergonzada. Cómo odiaba esos momentos en los que su intimidad podía quedar al descubierto.

--Sonia, por favor, dime, en serio--insistió él.

Ella le miró, aún insegura de formular su idea.

--Pues… como se supone que hoy domingo tenías que estar desaparecido—comenzó, buscando las palabras adecuadas para no pillarse los dedos—te iba a decir que, si quieres… podríamos… pasar el día y la noche en mi piso…así, mañana por la mañana, vuelves a casa y a nadie le parecerá extraño.

El rostro de Joan se iluminó.

--¿En serio?—preguntó.

--Claro… ¿qué te parece la idea?

--Estupenda—respondió  él al instante—pero…  ¿seguro que quieres eso?

Sonia se rió. Dios, estaba deseando llevarle a su casa y encontrar una oportunidad para estar los dos realmente solos, a sus anchas el uno con el otro, no sabía aun haciendo qué. Aunque eso jamás se lo diría a Joan, por supuesto; ni siquiera sabía lo que él quería.

--Sí, claro que sí…--le dijo—será  muy agradable pasar el domingo en tu compañía.

Al decir esto fijó la vista en el lío de sábanas, evitando los ojos de él. No quería que se diera cuenta de lo mucho que le gustaba, de que se moría de ganas por estar con él de nuevo.

--Genial…—sonrió tímidamente Joan—pues… muchas gracias.

--No hay de qué—repuso ella—pero deberíamos irnos ya…

--Sí… escapar con el alba…

--Con alevosía—apostilló Sonia.

--Eso es.

Prácticamente saltaron de la cama, se vistieron, y como dos polizones recorrieron de nuevo el estrecho corredor—ahora salpicado de motitas de luz sobre el suelo de gres-- hasta la estancia principal. Al pasar por el salón, Sonia creyó ver un par de cuerpos tirados en el sofá, pero no se paró a constatarlo. Alcanzaron la puerta sin ser vistos y salieron a una mañana recién desplegada, limpia, nueva. Parecía que a ambos lados de la calle los edificios todavía dormían, con las persianas de las ventanas bajadas como párpados salvaguardando su sueño. Se miraron con complicidad: el mundo era suyo, de ambos. Había que aprovechar… antes de que dejara de serlo.

Solo al volverse para lanzar un último vistazo a la casa, antes de subir al coche, Sonia se dio cuenta de que no había pensado en Mariola hasta aquel mismo momento. Sintió ganas de reír a carcajadas y se estremeció por una súbita corriente de aire.

--Sube—apremió  a Joan,  desactivando el cierre centralizado del coche. Tenía la necesidad de salir de allí pitando.

                                                                              -0-

No existe el mejor, somos todos humanos. Gracias a dios, no somos inamovibles; cambiamos de ideas, de rumbo, de opinión. Cometemos errores. Hacemos cosas sin que exista un porqué, y, algunas veces, esto es maravilloso. Esas veces podemos sentir lo que sienten los pájaros cuando remontan el vuelo, henchidos, dejando atrás la tierra, sólo por el placer—el instinto-- de volar.

Joan y Sonia tenían la sensación, en silencio y cada uno a su manera, de volar sobre la carretera, ligeros como el viento. Ambos, cada uno a su manera, sentían el corazón caliente y contento. Estaban ilusionados,  aunque tenía cada uno su miedo particular y ninguno se atrevía a mostrarlo abiertamente. A ambos les ponía nerviosos lo que estaban haciendo, y a ambos les excitaba pensar en lo que podrían llegar a hacer aquel día. Ninguno de los dos tenía las cosas claras, por otra parte.

La noche anterior, Joan no supo si Sonia querría mirarle a la cara al día siguiente. Se había acostado pensando que, quizá, ella le había besado porque estaba borracha, y había terminado mamándosela víctima de un episodio de  enajenación mental. Una vez se hubo despertado, no obstante, había descubierto justo lo contrario… y claro, en aquel momento, sentado en el asiento del copiloto del coche de Sonia,  no acababa de creerse lo que estaba pasando.

Y en cuanto a Sonia… es muy difícil explicar, poner en palabras lo que sentía en ese mismo momento.  Había pasado más de diez años de su vida convencida  de que a ella los hombres NO le gustaban. Y de hecho, seguían sin gustarle… salvo uno. Un único hombre que la había vuelto loca de repente. Se sentía como si la hubieran embrujado, y temía que esa ola de deseo se retirara tan rápido como había llegado, de un momento a otro, dejándola con cara de gilipollas preguntándose qué coño estaba haciendo. Eso podía pasar, ¿por qué no?, se decía.

Y es que no sabía… no sabía por qué le había gustado Joan. No sabía si por lo de dentro, por lo de fuera o por lo que exteriorizaba; si por cómo era o por la ternura que destilaba lo que hacía.  Era algo extraño, superficial y profundo a la vez. Quizás irracional. No lo entendía, pero tenía claro que, mientras durara esa emoción,  necesitaba experimentarla.

Solamente cruzaron la mirada una vez en todo el viaje, durante una parada en un STOP un poco más larga de la cuenta. El resto del trayecto lo hicieron apenas sin hablar, mirando al frente, vertidos hacia dentro como caracoles en sus conchas. Pensando, pensando...

-0-

 

Por fin se mezclaron con la ciudad recién despierta, y poco después Sonia estacionaba su coche en el parking comunitario del edificio donde vivía. Tiró del freno de mano, puso punto muerto y apagó el motor, con la mirada fija en el salpicadero.

--Hemos llegado…--dijo, y trató de sonreír.

“Qué rara me siento, dios mío”, pensaba, pero al mismo tiempo algo le brincaba en el estómago; algo más fuerte que la extrañeza y la incomodidad.

Descendieron del coche y echaron a andar entre las plazas de aparcamiento, cruzando el amplio garaje; Joan seguía a Sonia y de vez en cuando ésta se volvía para lanzarle una sonrisa de circunstancias, tensa, excitada.

--Un momento—dijo Joan, tirando suavemente del brazo de ella—espera. Te invito a desayunar.

Se hallaban frente al ascensor, a punto de cogerlo.

--Vale—respondió Sonia, con alivio. Le pareció estupenda la idea, estaba cagada de miedo—hay una cafetería aquí al lado…

Parecía que tuvieran algo que celebrar porque tiraron la casa por la ventana: café con leche, cruasanes calientes, zumo, otro café, y otro… por un lado estaban a gusto, y por otro lado era como si, de alguna manera, quisieran postergar el momento de quedarse solos. Quién sabe por qué.

--Hacía tiempo que no desayunaba así—dijo Sonia, relamiéndose una corteza azucarada de los labios— qué delicia...

Joan sonrió y le presionó suavemente el brazo.

--Tenías hambre…

Ella dio un respingo. Era la primera vez que él la tocaba desde que habían salido de la casa de Mariola. Sintió electricidad y una ola de frío subiéndole por la espalda, y sus ojos se abrieron como dos flores brillantes.

-0-

 

No les dio tiempo a llegar a la cama.

Apenas salieron del ascensor y entraron en la cocina del pequeño piso, Joan sujetó a Sonia por la cintura y le sofocó la palabra en la boca con un beso a traición, urgente, vivo. Ella respiró profundamente, sin saber cómo reaccionar ante la acometida; tomó aire dentro de la boca de él y de un salto se encaramó a su cuerpo como una enredadera, abrazándole la cintura con las piernas.

--Joder…--jadeó cuando Joan le despegó la boca. Le deseaba tanto que se le iba la cabeza.

--¿Qué?—inquirió él, con la voz rota, mientras la agarraba por detrás de los muslos y la incrustaba contra los azulejos de la pared, sobre un pequeño saliente a modo de repisa.

--Nada... que… qué bueno…--respondió ella clavándole los talones en el culo, casi pateándole.

Volvieron a devorarse las bocas con ansia, un ansia que parecía haberse fraguado hacía millones de años, secreta, al borde de satisfacerse en aquel momento. Sonia separó las piernas todo lo que pudo para clavarse en él, para sentirle; presionó con los pechos sobre su torso y le lamió el cuello. Él gruñó y le asestó una salva de pollazos contra la pared, afianzándola sobre sus brazos y contra el alicatado.

--Joder…no sé qué me pasa—gimió ella, sacudiendo sus caderas.

Se frotó imperiosamente contra la entrepierna de él, ya tensa y endurecida; podría haber llegado a correrse así, con las bragas puestas y la falda enrollada en la cintura, moviéndose sobre aquel la polla gorda y enhiesta que reventaba los vaqueros de Joan.

El volvió a sujetarla para sacudirle una nueva tanda de embestidas.

--¿Quieres que pare?—jadeo.

--No… ¡No!

Encajonados el uno en el otro, les entró la risa. Volvieron a besarse; Joan hizo fuerza de nuevo contra la pared y, manteniendo a Sonia en vilo sobre uno de sus brazos, aplastándola bajo su cuerpo, deslizó un dedo por debajo de sus bragas hasta la caliente humedad.

--mmmmmmmm…--el abdomen de Sonia se contrajo. Arqueó la espalda y trató de abrir más las piernas, pero era imposible.

Joan volvió a consolidar su estabilidad, metiendo una rodilla entre las piernas de ella y levantándola unos centímetros sobre la estrecha encimera. Movió las manos bajo la raja de su coño al tiempo que la sostenía, frotando y penetrándola  con ambos pulgares, sujetándola por el coño con las dos manos.

--Dios, qué abierta estoy—gimió Sonia sin darse cuenta.

Él resolló cerca de su cuello y empujó, hincándose en su cuerpo todavía más.

--¿Te sientes muy cerda?—le preguntó súbitamente al oído.

--¡Oh, Sí!—exclamó ella entre jadeos--¿y tú?... ¿Te sientes muy cerdo?

--Mucho…

Sonia intentó llegar con las manos a los pantalones de Joan, pero le fue imposible porque él la mantenía aprisionada bajo su peso.

--¿Quieres follarme?—le preguntó con un hilo de voz, desistiendo de tocarle y avocándose a lo que él quisiera.

--Eso depende—resopló él, incrustándole los dedos más adentro--¿Quieres tú que te folle?

--No lo sé…creo que sí…

--¿Crees?

Otra vez les dio la risa, pero esta vez no pararon de restregar sus cuerpos el uno contra el otro.

--¡Sí!—dijo ella—Sí que quiero…

--Vale…

--Métemela, por favor—le suplicó en un susurro lascivo—quiero saber qué se siente…

Eso era verdad,  pero no era toda la verdad. En efecto, tenía ganas de probar qué se sentía con una polla dentro. Pero por lo que se moría realmente era por sentirle a él, a Joan, a su cuerpo y a su pálpito; no era una polla sin más, era su polla.

Joan sonrió y se mordió los labios, terriblemente excitado.  Se apartó un poco de Sonia con gran esfuerzo, sin dejar de sujetarla contra la pared con el brazo extendido, y la miró de arriba a abajo , como si no se decidiera por dónde empezar a atacarla. Finalmente se detuvo en sus ojos, y allí quedó clavado, clavándola también a ella.

 Sin dejar de mirarla, se metió en la boca los dedos índice y corazón de la mano que le quedaba libre. Los mantuvo ahí unos segundos, insalivándolos, saboreando las trazas húmedas que quedaban de ella, el labio superior curvándosele ligeramente hacia arriba a causa de la excitación.  Después de chuparse bien los dedos alargó la mano hacia Sonia;  trepó con ellos por su pierna, mojando la parte interna de su muslo con caricias lentas, como recreándose sobre su piel. Finalmente llegó a su sexo y comenzó a acariciarlo por encima de las bragas, suavemente al principio, luego con un frotamiento duro y  veloz. Sonia movió las caderas en círculos y chilló.

Al oírla, él se estremeció. Se agachó hasta que la cara le quedó entre las rodillas de Sonia, quien todavía descansaba sobre la repisa contra la pared, con las piernas abiertas, y agarró con glotonería la goma de sus bragas. La sintió temblar.

Tiró con cuidado, casi con reverencia, de las braguitas hacia abajo. Lo hizo con ambas manos, mientras besaba y lamía los muslos de Sonia, quien levantaba el culo para facilitar la tarea. En un par de segundos las escuetas braguitas fueron a caer al suelo en un blanco aleteo de encaje.

Joan volvió a acomodarse entre las piernas de Sonia, agachado, con la cara frente a su sexo ya liberado. Lo rozó con las puntas de los dedos, acariciando el escaso vello púbico, volviéndose a lamer las yemas de cuando en cuando para saborearla y luego seguir tocándola, mezclando la saliva con los jugos de su excitación. Separó con cuidado los pliegues de aquel coño febril y observó un flagrante brillo de humedad. Se mordió los labios y se relamió sin darse cuenta.

Mantuvo el sexo de Sonia abierto con los dedos y, de pronto, sin poderse contener, se acercó más y metió la nariz en aquella pequeña mata de vello púbico. Primero la olfateó. Después, con la lengua, recorrió en círculos amplios la abertura que se le ofrecía más abajo, presionando con ganas. Paró, respiró y volvió a follarla con osadía moviendo la lengua, saboreando hasta la última gota que le empapaba la boca.

Sonia comenzó a agitarse, elevando las caderas con pequeños botecitos contra los labios duros y abiertos de Joan. Él lamió más rápido y más fuerte, en ocasiones besando, frotando sus  labios contra los pliegues chorreantes, mordisqueando éstos suavemente.

Deslizó un dedo dentro de su raja encharcada, sin dejar de dar pasadas con la lengua, y le buscó el clítoris. Lo encontró en seguida, resaltando erecto  e inflamado entre los encarnados pétalos. Sonia se abrió más y comenzó a gemir más fuerte.

--Joan por favor—balbuceó a trompicones—méteme la polla, quiero correrme con tu polla dentro…

Al oírla, él paró de besarla entre las piernas y  se irguió al despacio hasta quedar cara a cara con ella.  La atrajo hacia sí para besarla con dulzura y a continuación, reprimiendo un gemido,  forcejeó con los botones de sus vaqueros. Le costó un poco maniobrar porque las manos le temblaban, pero al fin consiguió desabrocharlos de un tirón. La prenda cayó hasta la mitad de sus muslos, dejándole libre para moverse y empujar con todas sus ganas. Su polla palpitante y dura como una piedra rozó la ingle de Sonia.

 Intentando por todos los medios no ser excesivamente brusco, volvió a izarla unos centímetros, emplazándola de nuevo sobre la pequeña repisa para acceder a ella más cómodamente. Abrió un poco más los labios de su vagina con la mano izquierda, y con la derecha se agarró la polla dirigiendo la engrosada punta hacia su entrada.

Las caderas de Sonia bascularon y fueron a su encuentro.

--Te tengo dentro…--gimió ella, notando cada centímetro de él que se abría camino en su más íntima profundidad,.

--Sí—él intentó sonreír y la miró a los ojos, terminando de entrar en ella despacio, poco a poco, luchando por no clavársela de golpe.

Se quedó unos segundos quieto, penetrándola, aguardando a que aquellas paredes internas se adaptaran a la parte de su anatomía que contenían. Sonia, sin embargo, no podía parar de moverse dando pequeños botecitos bajo él, casi imperceptibles, queriendo clavarse más, moviendo el culo en círculos todo lo que la pared le permitía.

--¿Todo bien?—le preguntó él con voz ronca.

Comenzó a moverse un poco, insinuando pequeños embates, aguantándose las ganas de destrozarle el coño. Sentía cómo si le agarraran la polla muy fuerte y algo tirara de ella hacia dentro, estrangulándosela con cada mínimo movimiento. Qué maravillosa estrechez, qué grande sentir cómo ella se dilataba poco a poco.

--Sí…--jadeó  ella—todo bien…

--Vale…

Se movió más fuerte. Sonia gimió con los dientes apretados, arañándole la piel.

Y entonces él le dijo al oído:

--Nueve suaves… una profunda.

Sonia en un principio no le entendió. Sin embargo, cuando Joan comenzó un rítmico bombeo,  comprendió al instante a qué se refería. Una, dos, tres…cuando llegó la embestida número nueve (¡cómo lo deseaba!) mordió fuertemente el hombro de Joan, ahogando un grito. Joder, le había sentido hasta el mismísimo útero.

--¿Te gusta?—jadeó él, moviéndose hacia los lados, como para ensancharla y follarla más a gusto.

Ella se retorció bajo su cuerpo a modo de respuesta.

--Ocho suaves, dos profundas—musitó él de nuevo en su oído.

Sonia culebreó y gimió al sentir que volvía a empezar. Le notaba tenso conteniendo la fuerza en los embates iniciales, dosificando su fuerza, y le sentía explotar cuando llegaba al final. Eso le gustaba, hacía que el coño le ardiera aún más, abrazando y empapando la verga dura de su amante.

--Siete suaves, tres profundas…

Nunca había vivido nada como aquello, se daba cuenta ella vagamente. ¿Quizá era porque nunca había estado con un hombre antes? No, no era por eso. Era porque, a pesar de haber tenido experiencias sexuales muy satisfactorias con anterioridad,  jamás se había sentido tan cerca de nadie, casi fundida con otro cuerpo; tenía gracia que eso le ocurriera por primera vez a sus veintitantos años de vida, con un amante masculino a quien había conocido la noche anterior.

Joan paró unos segundos para tomar aire.

--Cielo…--susurró aferrándola, apenas dueño de su voz, y le lamió los labios—Seis  suaves,  cuatro profundas…

Sonia se sacudió y tembló en sus brazos, a la espera de las acometidas. Le encantaba como él le comía la boca, la volvía loca y el hecho de sentirle le hacía necesitarle cada vez más, más cerca, más adentro.

Él comenzó de nuevo  a bombear suave, contenido, apretando la mandíbula con los dientes clavados en el hombro de ella. Aquello se estaba convirtiendo en un auténtico reto para su resistencia, pero cómo lo disfrutaba. No quería hacerle daño de ninguna manera, eso era algo que flotaba sobre su cabeza como el filo de una espada a pesar de la excitación… Sin embargo advertía la necesidad de ella cada vez con más claridad; ella le pedía que entrara más aún en su cuerpo-- aunque eso ya parecía imposible-- le exigía contacto y calor, gimiendo, a cada poco más abierta, así que en las cuatro últimas acometidas se desahogó y la dio fuerte, con libertad.

--Estoy a punto de correrme…--la voz de Sonia se derramó por la habitación en un susurro líquido, obsceno.

--Qué bueno…--jadeó Joan con deleite, tratando de reponerse para comenzar de nuevo. Necesitaba llegar al final, y pronto.

--Dámelo todo, por favor…

Cinco suaves, cinco profundas. Estas últimas se las asestó con salvajismo, gravándole cada junta de los azulejos en la espalda y en el culo.

--¡Dios…!--casi se corre, pero logró esquivar el orgasmo retirándose a tiempo, saliendo unos centímetros de ella. Boqueó, con cuidado de no moverse absolutamente nada, pensando que si volvía a meterla como antes explotaría sin remedio. La polla le palpitaba y le daba trallazos a medio camino, entre fuera y dentro; su cuerpo temblaba de la cabeza a los pies.

Sonia contuvo un grito.

--¿Todo bien, cariño?—consiguió decir él, mientras aguardaba unos segundos para recuperarse. Necesitaba a cada momento saberlo, necesitaba convencerse de que ella disfrutaba. Quería, con toda la fuerza de su alma, darle tanto placer como ella pudiera soportar.

Sonia exhaló un largo suspiro muy cerca de su boca y le apretó las caderas con las rodillas. No fue capaz de contestarle, estaba literalmente fuera de sí.

Él respiró hondo. No sabía si sería capaz de mantener el ritmo y de hacer lo que venía a continuación.

--Cuatro suaves, seis profundas—masculló, haciendo acopio de energía. Sabía que se iba a morir de placer y temía no resistirlo.

Una, dos, tres, cuatro… Sonia gimió lastimera, retorciéndose, esperando. Tras un breve y doloroso lapso de tiempo, sintió que él la partía por la mitad: cinco, seis, siete, ocho… nueve y diez. Aquellas dos últimas fueron más animales, propinadas con auténtica fiereza, arrancándole a Joan un quejido procedente del estómago.

--Joder… me vas a matar…--jadeó  ella, revolviéndose.

--Córrete—la exhortó él entre dientes—vamos, déjame la polla bien mojada…

--Joan, por favor, no puedo más…

Sonia se escuchaba y no reconocía su propia voz. De piel para dentro multitud de emociones se entrelazaban y la confundían: tenía ganas de saltar al vacío, de gritar, de reír, incluso de llorar. Todo ello con él, de su mano, con su rabo latiéndole dentro.

--Tres suaves…--rezongó él—siete profundas…

Al instante siguiente Insinuó tres pequeños golpes de cadera, se tragó un gemido y cogió impulso para llenarla de nuevo.

Sonia  echó  para atrás la cabeza hasta tocar con la coronilla la superficie pulida de los azulejos. Joan cerró los ojos, luchando contra las ganas de acabar. Se retiró un poco.

--Dos y ocho…--murmuró casi inmediatamente.

--Oh, joder…

Él abrió los ojos, la miró y la acarició el pelo. Uno tras otro, dejándose el alma en ello, le asestó los pollazos prometidos.

“Joder, cómo te necesitaba” le gritó Sonia desde su pensamiento; y aunque la telepatía no era algo que habitualmente le funcionara, Joan la entendió.

--Una suave…--lanzó una mezcla de suspiro-gemido involuntario, esforzándose por no bombear—y nueve… profundas…

--Dios…

Sonia absorbió las estocadas casi sollozando.

Y por fin, el ansiado momento.

--Diez profundas—Joan resollaba—no aguanto más. Diez profundas y me corro.

--Oh, sí… por favor… --imploró Sonia. Deseaba que él la inundara, que se descargara por fin dentro de ella, llenándola de semen caliente. Deseaba sentir cómo perdía el control y se dejaba llevar por el oleaje del placer. El sólo pensamiento de aquello la hizo estremecer violentamente.

--Córrete conmigo…--murmuró él en voz baja, pegado a su boca, espoleándola con la voz teñida de urgencia.

Sonia culebreó y abrió más las piernas.

--Soy tuya…—musitó.

Joan empezó de nuevo a acariciarla, temblando por no sacudirle las estocadas pertinentes, haciendo un supremo esfuerzo por no mover las caderas aún. Ella se agitó cuando sintió sus manos y sus dedos recorriendo de nuevo su centro de placer rápidamente, nerviosos, casi iracundos.

--¿Sí?—masculló él sintiéndose morir--¿Eres mía?

Sonia gimió y asintió con la cabeza sepultada en el cuello de él.

--Sí—afirmó con voz temblorosa, sin dejar de moverse—haré todo lo que quieras…

Él se aguantó un exabrupto y no pudo evitar un par de golpes de cadera que a ella le hicieron gritar.

--Quiero que cuando acabe de follarte nos demos una ducha y me comas la polla—soltó, dejándose llevar completamente—hasta que me corra otra vez.

Ella gritó de nuevo y se movió furiosamente.

--Oh, sí…

--¿Te gustaría?—susurró él, masturbándola más fuerte.

Sonia boqueó.

--Me encantaría…--tenía la voz distorsionada por el terremoto del orgasmo incipiente—Joan… me voy a correr…

--Córrete… córrete y disfruta…

--No puedo más—gimió ella, moviendo el culo hacia arriba y hacia abajo sin poderse contener—me corro, Joan…

--Espera—dijo él bruscamente, y se lanzó a follarla.

Diez profundas. Hasta el mismo corazón. El pensamiento de que al instante de acabar podría derramarse a gusto dotó a sus movimientos de una energía inusitada.

Ambos convulsionaron y se corrieron; Sonia unos segundos antes, Joan secundándola llenándola de chorros calientes. La sacudió con ferocidad incrustándola contra la pared con cada estocada. Ella perdió toda noción y se arrastró con él, acogiendo cada uno de sus golpes; no recordaba nunca haber estado tan abierta y tan llena. Le abrazó con fuerza y se liberó a gusto, sintiendo cómo el orgasmo la invadía desde el centro de su coño, donde aquel mástil golpeaba con furia, hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Arqueó la espalda y adelantó las caderas para sentir plenamente aquellas olas, deseando que no terminaran nunca.

El coño le temblaba cuando terminó, aún con Joan palpitándole dentro.

--No te salgas…--le rogó en un susurro. Sentía la respiración profunda de él contra su oído.

Él apretó los labios contra su mejilla, dio un par de últimos coletazos  hacia dentro, más suaves, y finalmente se quedó quieto, ahondando en su cuerpo al tiempo que la barbilla se le desplomaba sobre el hombro de Sonia.

Estuvieron unos segundos así, abrazados, sin poder cruzar palabra aunque desde luego no había palabras para aquel momento. No supieron cuánto tiempo se mantuvieron así, unidos, latido contra latido, pecho contra pecho, aliento contra aliento. Sonia cerró los ojos y vagamente pensó que se sentía feliz. “Feliz”… no se atrevía casi a manejar esa palabra, porque inmediatamente después de formularla en su mente aparecía el miedo, desplegándose como una nube de oscuridad que ensombrecía todo lo hermoso. Pero en aquel momento, compartiendo piel y placer con Joan, el miedo estaba ausente, o al menos no tenía voz ni voto. Sonia intuía que volvería, y que seguramente sería intenso, casi agresivo, pero no le importó.

Frotó la sien contra la mejilla de Joan y le susurró al oído:

--Gracias…

Él se sonrió contra el cuello de ella.

--Gracias a ti…--resopló.

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Sexcitator (2): El desafío continúa...

Darkwalker

Sexcitator

Mi querido amigo Silver (8): me estás matando

Mi amante del mar

¡Alex, viólame, por favor!

Mi querido amigo Silver (7): En solitario.

Soy tu puta

Mi querido amigo Silver (6): fiebre

Esta tarde he visto tu sonrisa

Mi querido amigo Silver (5): una buena follada

Mi querido amigo Silver (4): en la boca del lobo

Mi querido amigo Silver (3): Frío en Agosto

Mi querido amigo Silver (2): Hablar en frío.

Mi querido amigo Silver