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Nuestra Perra: XV

en Grandes Series

Alex la abrazó con todo su cuerpo. La volvió a rodear con los brazos, atrayéndola hacia sí, y presionó contra él: estómago contra estómago, pierna rodeando pierna. Sus caderas, sin embargo, no se atrevían a juntarse.

Esther se apretó contra él y su olor le pegó como una bofetada. Dios, cómo le gustaba. ¿Qué demonios le estaba pasando?

Fue consciente de que tenía hambre, oh sí, un hambre súbita y terrible que giraba dentro de su estómago como un vórtice, describiendo círculos concéntricos cada vez con más intensidad.

Se tambaleó.

Recordaba haber llenado hacía poco, muy poco, un vacío milenario. Pero eso había sido antes de que todo se fuera a la mierda… y ahora ese vacío había vuelto y dolía, le mordía las entrañas.

Necesitaba desesperadamente que la quisieran… o que actuaran como si la quisieran; estaba dispuesta a aceptar una mentira piadosa para que se obrara el milagro. Se apretó más contra el torso de Alex, cerró los ojos con fuerza y le transmitió aquella necesidad que gritaba en cada poro de su piel. Pero no habría hecho falta; Alex lo había percibido ya, mucho antes.

Para él, el lenguaje verbal--especialmente el referido a las emociones—había representado siempre un gran esfuerzo. A menudo otras personas no entendían bien el sentido de sus palabras o sus actos—personas que no le conocían de cerca-- y él era muy consciente de sus limitaciones. Sin embargo era un auténtico experto en comunicación no verbal. Igual que un animal, percibía el lenguaje corporal de sus congéneres antes que ninguna otra cosa, y lo comprendía. Se daba perfecta cuenta de la fragilidad de Esther, por tanto, y podía intuir su necesidad.

Esa necesidad obraba un efecto demoledor en él, le capturaba como como nunca podía haber imaginado. La sentía con toda claridad, perfectamente, emanando de la piel de la muchacha hasta hacer diana con el centro de su estómago. Chocaba con él, le envolvía en siniestros zarcillos de seda, le atravesaba y tiraba fuerte de ese nudo en el vientre.

 Dentro de él,  una gran cantidad de sentimientos colisionaban amenazando con derrumbarle, muchos más de los que Alex estaba habituado a soportar. Ternura, agitación, ganas de espabilarla, incredulidad, y desde luego excitación. No tenía sitio en la cabeza para todo eso. La malcriada indefensa le estaba poniendo malo.

--En el coche me dijiste...—susurró junto a la mejilla de la chica—que hubo algo en ser una “perra” que te gustó…

Ella murmuró un sonido de asentimiento sin despegar la cabeza de su pecho. No se lo había pensado dos veces.

--¿Qué fue, Esther? ¿Qué es?

La chica enrojeció pero él no podía verlo.

--Me gusta Jen—jadeó—me gustaba Inti… y ahora tú…

Se dejó caer y los brazos de Alex la mantuvieron en equilibrio.

--¿Yo?—preguntó Alex—a mí no me metas… yo aún estoy asimilando todo lo que es esto. Para mí era un juego ayer, y hoy me estoy dando cuenta de que no lo es, y no sé nada.

--Te entiendo perfectamente.

--¿Habías fantaseado antes con algo de esto?—quiso saber Alex.

--Abiertamente no… pero hace poco recordé algo que desee hace mucho tiempo. Sólo fue fantasía, un sueño, y al conoceros a vosotros pensé que tenía la oportunidad de enfrentarme a esto y probar qué sentía cuando por fin el control lo tenían otros. Yo no lo tenía,  no lo tenía nadie. No lo tiene nadie, ahora…

A medida que decía estas palabras, Esther iba siendo consciente de lo que significaban.

--Probé lo que se sentía al tener Amo… Amos. Al ser de ellos. Ya no les pertenezco.

Alex le acarició el pelo con la barbilla.

--Eso es algo que depende de ellos y de ti…

--Y tú también, Alex. A ti tampoco te pertenezco.

Al decir esto, Esther tembló en los brazos de él.

 Alex se había removido por dentro al escucharla. La muchacha había hablado  con verdadero sentimiento, aunque aún no sabía si con alivio o lamentándose.

--Esther, no, yo no…

--¿Nunca has deseado transgredirte a ti mismo? ¿Traspasar tus propios límites?

Él se apartó de ella para mirarla con más perspectiva. La sujetó por los hombros y la miró fijamente.

--Pues claro que sí.

--Eso es lo que yo he hecho…

Alex apretó con más fuerza los hombros de la chica.

--Yo no puedo hacerlo—le dijo.

Esther se puso de puntillas para alcanzar su boca y se acercó más a él. Se mantuvo unos segundos a escasos centímetros de los labios de Alex, quien parecía una estatua viviente que apenas respirara.

--¿Por qué no?—susurró Esther, directamente a su boca.

Alex dio un respingo y entreabrió los labios, adelantándose un poco, sólo un poco más.

--Porque tengo miedo de mí mismo—respondió, y bruscamente apresó los labios de Esther entre los suyos.

Sacó los dientes, gruñó y la mordió con glotonería una y otra vez, pero no la hizo daño. Le lamió los labios, jugó con su lengua sin pudor, acaloradamente. Ella abrió la boca para recibirle, y sintió por un momento como si él la estuviera penetrando, follándole la boca con la lengua.

Alex no paraba de besarla, ni siquiera se apartaba de ella para respirar. Cuando tenía que hacerlo se detenía unos segundos, tomaba aire dentro de la boca de ella y exhalaba como un caballo allí mismo, al borde de sus labios.

Esther se sentía ardiendo, quemándose viva. Ya no se acordaba de lo que era tener frío.

Alex tomó su labio inferior suavemente con los dientes y tiró hacia él.

 El corazón de Esther latía desbocado en su garganta, y una especie de bola de fuego giraba y descendía desde su pecho hasta debajo de su ombligo. Alex la estaba comiendo viva, y lo hacía con tanta ansia que ella sentía los labios destrozados y la piel que rodeaba los mismos echando chispas de irritación. Ese pequeño dolor la espoleó y le lamió a su vez con furia. El sabor de su boca era una absoluta delicia, algo capaz de redimir cualquier mal interior.

Nunca había besado tan fuerte. Nunca había sentido en su boca una lengua tan húmeda y dura. No quiso ni imaginar lo que esa lengua podría conseguir en otros sitios…

En un alarde de osadía ella se atrevió a morderle los labios, gesto al cual él respondió con una especie de gruñido. Acto seguido empujó con la lengua como si quisiera hacer palanca, y se apartó bruscamente.

--Esther…

Respiraba rápido y fuerte. Los ojos le brillaban.

Ella le miró, en espera de lo que él quisiera decirle. No era capaz de pensar con lógica en aquel momento, sólo tenía piel para sentir la huella de sus labios, y boca para retener su sabor. Le dolía falta de él en precisamente ahí, en la boca.

--¿Qué es lo que quieres?—preguntó Alex con un jadeo ronco--¿qué quieres que te dé?

--No lo sé…

--Yo tampoco sé si podría dártelo…

Fue tan sincera la respuesta del chico que Esther se precipitó de nuevo a sus labios, no lo pudo resistir. Él le gruñó en la boca, pareció como si al principio quisiera cerrarla, pero segundos después la aceptó y respondió al beso con avidez.

Alex se sentía salido a más no poder, a punto de explotar. Las manos le quemaban acariciando de arriba abajo la espalda de ella. Le apetecía hacer cosas que le asustaban. Nunca había crecido tanto su fuego interior,  no de esa forma; no recordaba haber deseado nunca lo que en aquel momento necesitaba. Sentía su cuerpo como si estuviera hueco de pronto, excavado a cuchillo…  le pedía ser llenado, igual que la tierra seca pide agua con un grito silencioso. Se separó con urgencia de Esther y movió imperceptiblemente las caderas al aire. La piel de sus manos era una brasa viva.

Se separó más aún y trató de recuperar el ritmo de su respiración.

--No te vayas…--suplicó Esther. A ella también le faltaba algo.

--No quiero hacerte daño—respondió él.

Alex se apoyó contra la pared y fijó en ésta las palmas de las manos. Literalmente le ardían en contacto con la superficie granulada.

--Pues no me lo hagas…

Él sonrió, terriblemente nervioso. Negó con la cabeza.

--No, Esther, vete. Deberías dormir, ve al dormitorio, échate. Descansa.

Ella dio un paso hacia atrás, confusa.

--No te preocupes por éstos—continuó Alex—no te van a molestar. Duerme y piensa… piensa qué hacer… ¿vale?

Ella le miraba con los ojos muy abiertos.

 “AMO”, la palabra no dejaba de dar vueltas en su caótica mente. Oh, no.

--Tienes que hacer algo, Esther. No puedes continuar así. Tienes que elegir. Yo no quiero golpes para ti.

Alex intentaba reponerse contra la pared; hacía verdaderos esfuerzos pero aún se le notaba muy acelerado. Los ojos verdes le echaban chispas.

--Tiene que haber algo mejor—concluyó—Piénsalo.

Ella asintió débilmente.

Agachó la cabeza, hecha un auténtico lío, y se dio la vuelta para caminar hasta la habitación donde estaban sus bolsas.

Alex la observó alejarse, y cuando oyó cerrarse la puerta de la habitación, se metió en el cuarto de baño.

Esther entró en el dormitorio, e inmediatamente se dejó caer sobre la cama. Había caminado por el pasillo con la firme convicción de coger sus bolsas… ¿o no?

En cualquier caso, volver a aquella habitación, a aquella casa, estaba suponiéndole una agitación que ya empezaba a hacerle mella. La noche anterior no había estado despierta, pero tampoco dormida, y la había pasado casi congelada a la intemperie. Por la mañana había ido de un sobresalto a otro, moviéndose de nuevo todos los muebles que había en su cabeza para tomar otra disposición. Casi podía oírlos, arrastrándose con estrépito sobre un salón ficticio. Últimamente eso ocurría varias veces al día.

Seguía extrañamente excitada, de manera constante y profunda, alerta, inquieta. Como un animalillo.

(perra)

Aunque el cansancio superaba con creces esa excitación. Se sentía aletargada, envuelta en una inmensa mole de arena, con la seguridad de que iba a caer de un momento a otro.

La Cama.

Alex.

--Alex…--llamó.

Silencio.

Esther tomó aire y le llamó en un tono de voz más alta.

--Alex…

Le pareció que se dejaba la vida al hacerlo.

Escucho unos pasos blandos—pies descalzos sobre el parqué—que se acercaban.  Poco después oyó el quejido de la puerta al abrirse detrás de ella, y los pasos de nuevo, ahora con toda claridad. El olor de Alex le inundó las fosas nasales cuando éste se sentó en el borde de la cama, junto a ella. Esther se encontraba echada de lado con las piernas encogidas, dándole la espalda.

--Dime…

La chica hablaba sin abrir los ojos. Había perdido el color de las mejillas.

--¿Crees que esto tiene arreglo?, ¿lo tiene?

--¿A qué te refieres?—preguntó él, confundido.

--Inti, Jen… ellos… tú—farfulló Esther.

Alex suspiró. Tuvo la tentación de tumbarse junto a ella pero siguió sentado en la cama.

--No te preocupes por eso ahora, ¿vale?—murmuró--¿Por qué no intentas dormir? Cuando te despiertes, si quieres, podemos hablar. Duerme, Esther…

A decir verdad, ella ya estaba prácticamente en fase REM. Era vagamente consciente de lo que ocurría pero percibía todo como si viniera de muy lejos. La voz de Alex era un agradable rumor que la envolvía desde la distancia…

Mecida por aquella voz, se relajó por entero y cayó en un sueño profundo.

Alex le quitó los zapatos y la arrastró con suavidad dentro de las sábanas y mantas. Cuando la hubo tapado hasta la barbilla, la observó durante unos segundos antes de salir de la habitación.

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