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Nimbo (2: El primer juego como Estaño)

en Dominación

II.-El primer juego como Estaño

--Nimbo, cariño... date prisa...--Simut pegó el rostro a la puerta del pequeño reservado que había en la sala de preparación--¿puedo ayudarte en algo? Vas a llegar tarde...

Me apresuré a colocar el escaso pedazo de tela que me servía de túnica y que tal sólo ocultaba parcialmente mi desnudez. Si tiraba de los pliegues inferiores para tapar mi monte de venus, se desbocaba el escote, y si colocaba mis pechos en la tela tensa, subía la falda... de todas maneras no estaba yo para refinamientos, no era que eso me importara. Después de un año entero como perra callejera entre los muros de la fortaleza el pudor no era algo prioritario; sin embargo aquella tarde quería estar perfecta, impecable, para mi primer encuentro con El Amo como esclava suya y no como objeto “prestado”.

En la intimidad del reservado acaricié mi collar de Estaño... casi pude sentir un leve latido, como una pulsación contra las yemas de mis dedos. Llevaba una semana escasa luciéndolo, notándolo en mí... me había dicho Samiq que pronto me acostumbraría, y Simut había añadido, como amable consejo, que aunque eso sucediera “nunca me olvidara de que lo llevaba”. ¿Olvidarme? En ese momento casi había reído... ¿cómo podría yo olvidarme de que portaba el símbolo de pertenencia al AmoG? Por mucho que mi cuerpo se habituara a sentirlo, olvidarlo sería algo imposible... y por suerte o por desgracia, la conciencia de poder perderlo en cualquier momento estaría siempre presente, rondándome como una amenaza velada tras cada uno de los errores que aún no había cometido.

De nuevo los golpes secos de Simut en la puerta me devolvieron a la realidad. Mi hermano mayor tenía razón: El Amo nos había citado a los cuatro en la sala principal de sus dependencias, y no era conveniente hacerle esperar. Al parecer quería jugar... aunque no había dado instrucciones precisas, tan sólo que entre nosotros nos preparásemos.

Simut se había preparado solo; a Niobe nadie la había visto—quizá habría realizado los preparativos en alguna otra parte—y Samiq y yo nos ayudamos entre nosotros a limpiarnos por fuera... y por dentro. El Amo G no soportaba ni la dejadez ni la inmundicia.

Abrí la puerta con el corazón desbocado y salí por fin del reservado. Mi hermano mayor me esperaba al otro lado, su rostro habitualmente pálido y serio con un rictus de preocupación.

--¿Qué pasa Nimbo, has tenido algún problema?--inquirió, observándome de arriba a abajo.

--¿Qué tal estoy?--pregunté, aún abobada por el encuentro que me esperaba.

Simut esbozó una amplia sonrisa.

--Perfecta--respondió--pero nos van a dar para el pelo si llegamos tarde.--me tendió la mano—ven, vamos...

Tomé su mano, enjuta y fría como el mármol, y seguí su paso decidido y apresurado hasta la puerta de la sala de preparación. Al salir de allí, desenganchó una antorcha ardiente de su soporte en el muro y se internó tirando de mí por el angosto corredor, apenas iluminado por los últimos rayos heridos del sol que se filtraban por las troneras laterales.

Recorrimos juntos el pasillo; el camino hasta la sala principal, la más espaciosa de todas y la que contenía los elementos de tortura—de “juego”, como se refería a ellos el Amo—era largo. Simut de vez en cuando se volvía para mirarme y lanzarme una sonrisa tranquilizadora; deduzco que mi gesto evocaría casi terror, el deseo inconsciente de tirarme por un acantilado ante la perspectiva de no hacer bien las cosas... sentía tanta incertidumbre, tanta responsabilidad sobre mí...estaba tan nerviosa...

Por fin llegamos a la gigantesca doble puerta de entrada. Simut se detuvo unos segundos ante el arco labrado en piedra que contenía la escultura de dos serpientes entrelazadas—el emblema del Amo-- tomó aire y me miró.

--Tranquila, preciosa—me alentó, dándome una torpe palmadita en el hombro.

Él sabía que era la primera vez que yo participaba en algo como Estaño... y noté que quería ayudarme pero llegados a ese momento no sabía cómo hacerlo.

--Simut, gracias—murmuré--muchas gracias por tu apoyo...

Mi hermano mayor, el más “viejo” y respetable, el más sabio de nosotros y curiosamente el más humilde, sonrió con amabilidad y me lanzó una mirada repleta de cariño y comprensión.

-Nimbo... no te preocupes, lo harás muy bien—dijo apretándome levemente el brazo—pase lo que pase no te olvides de quién eres y de por qué estás aquí...

Le devolví la sonrisa, aunque la mía fue trémula y falta de seguridad. Acto seguido Simut se giró y llamó a la puerta de entrada a la sala.

--Adelante--se escuchó inmediatamente la voz del Amo, clara y monocorde.

Dirigiéndome una última mirada de aliento, mi hermano mayor empujó la puerta y una franja de luz anaranjada se filtró hacia el pasillo, haciendo que las motas de polvo que habíamos levantado se agitaran y jugaran en ella como pequeños diamantes.

Respirando hondo, seguí a Simut al interior de la habitación.

--Mis respetos, Amo—saludó éste en voz baja, con la mirada clavada en el suelo, inclinándose en una profunda reverencia—este esclavo se disculpa por la tardanza de él mismo y de la esclava Nimbo.

Quedó unos minutos así, inclinado sobre el suelo en espera de la respuesta del Amo. El silencio de la sala era tan denso que podía masticarse.

--¿A qué se debe la demora?--preguntó por fin la voz tranquila, pero dura y sin un ápice de piedad del AmoG.

--A mi torpeza, Amo—respondió inmediatamente Simut—estaba ayudando a la hermana pequeña y no fui consciente del tiempo que invertí.

Sin atreverme a levantar la mirada, escuché como murmuraba el Amo en señal de asentimiento. El corazón me dio un vuelco agradeciendo la eterna protección por parte de Simut, quien se había colocado delante de mí, escudándome, tratando de evitarme mi primer castigo.

--Acércate, caballo de carreras.

Alcancé a ver a Simut arrastrándose unos metros, desde su posición arrodillada, hasta el lugar dónde el Amo debía de estar sentado. Me atreví a seguirle con los ojos y vi como un pie recio, calzado con una bota de piel curtida, se apoyaba sobre la frente de mi hermano y presionaba hacia atrás, haciéndole retroceder.

--Tal vez necesites que te ayude a “ser consciente” del tiempo que inviertes en lo que haces—la voz del Amo escondía un tono juguetón, cosa que no supe si era motivo para relajarme o para tensarme más.

--Amo, ¿este esclavo puede hablar?--preguntó Simut con voz clara y tranquila, sin dar muestras de dolor por el pisotón del Amo en la frente.

--Sí, claro—respondió el Amo con cierta sorna—habla...

--Gracias, Amo. Este esclavo aceptará agradecido el castigo que Usted crea conveniente... lamenta el error y le asegura que no volverá a suceder...

El pie que descansaba sobre la frente de Simut se apartó con brusquedad.

--Simut, no te cruzo la cara porque me da pereza inclinarme y estirar el brazo...--dijo El Amo—pero sabes bien que no me gusta esperar... tendrás que hacer muchos méritos para librarte de la vara hoy.

Observé como Simut bajaba aún más la cabeza y asentía casi imperceptiblemente.

--Aborrezco castigarte—continuó el Amo con la voz cargada de sinceridad—pero no vacilaré si tengo que corregirte. Levántate y sitúate al lado de tus hermanos.

Murmurando un sucinto “gracias Amo”, Simut se levantó y avanzó unos pasos. Observé que a escasa distancia de donde se hallaba el Amo había otros pies... los hermosos pies de Niobe, de tobillos anillados con sendas argollas de bronce, y los pies de Samiq, cuyos primeros dedos eran bastante más largos que los demás y apuntaban al frente sin moverse un ápice, como si estuvieran hechos de piedra.

Me quedé bloqueada donde estaba, sin saber de pronto qué hacer. ¿Debería ir al encuentro de mis hermanos? ¿o por el contrario quedarme en silencio, con la mirada baja, esperando las instrucciones del Amo?

Opté por lo segundo y lo que esperaba no tardo en llegar. El Amo se aclaró la voz.

--Nimbo...--me llamó con un tono mucho más amable—acércate, pequeña.

Imitando el comportamiento de Simut, me apresuré a arrodillarme y a caminar de esa guisa sobre la superficie de piedra.

--Hola, tesoro—detecté de pronto una infinita empatía en sus palabras--¿cómo te encuentras?

--Sinceramente...--respondí--agradecida de estar aquí y profundamente feliz de pertenecerLe, Amo...

Escuché como Él sonreía. Sólo alcanzaba a ver las mencionadas botas y parte de sus piernas, cubiertas con unos pantalones de color negro que se ajustaban marcando cada uno de sus músculos y los huesos de sus rodillas.

--Bien...--dijo--vuélvete y descúbrete la espalda, quiero ver cómo van tus heridas.

Obediente, y sin variar mi posición arrodillada, hice lo que me ordenó. Me giré sobre mi misma y con un gesto levanté mi túnica hasta mis escápulas, descubriendo mi espalda surcada de cicatrices todavía frescas y mis nalgas, que mostraban aún líneas de zig zag y un rosado resplandor.
El Amo chasqueó la lengua a mis espaldas.

--Ábrete las nalgas—me conminó. Supuse que quería ver el estado de mi famoso desgarro...

Hice lo que me pidió con tanto ímpetu que tuve miedo de que se me escapara algo indeseado, ya me entienden. Sentí la piel tensa ceder, y me incliné hacia delante todo lo que pude para que El Amo pudiera contemplarme.

Noté que se erguía un poco y su mirada se clavó en esa... secreta y vergonzante, al menos para mí, parte de mi anatomía.

--Hay que respetar la curación, y es lenta—murmuró--Puedes volver a cubrirte, tesoro. Mírame.

Con esta última orden se me agotó el poco aire que me quedaba en los pulmones. Tuve la sensación de que por un momento el corazón había dejado de latir dentro de mi pecho...

--Gracias, Amo—musité dejando caer el faldón de mi túnica y girándome para levantar los ojos, con cautela, hacia él.

Su figura, a pesar de ser un hombre joven, delgado y enjuto, me resultó imponente. No obstante, comprobé que su rostro exhibía una amplia sonrisa de conformidad. Sin remedio, quedé atrapada en sus ojos, castaños con un halo amarillento circundando la pupila, que me devolvieron una mirada transparente y cargada de aprobación, provista de una llama que bailaba perversa la cual no supe cómo interpretar.

--Estoy orgulloso de ti, Nimbo—dijo despacio, sin dejar de sonreír—levántate y vuelve con tus hermanos.

Dudé de si pedirle permiso para apartar la mirada de Su persona... cada poro de mi piel ardía, arrebolado de un agradecimiento básico, privado, infantil. Pero la directriz clara actuó directamente sobre mis músculos, haciéndome girar la cabeza y mirar por primera vez al ángulo oscuro que quedaba a mis espaldas, donde se hallaban, de pie con la cabeza inclinada, mis tres hermanos de esclavitud.

Volví a girarme, con la mirada clavada en Sus pies, para musitar un breve “gracias, Amo”, y me encaminé con paso vacilante hacia donde mis hermanos permanecían.

Me situé al lado de Samiq, siguiendo el orden de antigüedad en el que ellos se habían colocado. Mi hermano más cercano pareció no inmutarse, pero rozó mi brazo con un gesto casi imperceptible.

--Bueno...

El Amo se levantó y comenzó a caminar por la habitación. Sus pisadas resonaban limpias y resueltas sobre las losas de piedra, aproximándose a nosotros. Me encogí sobre mí misma y temblé sin poder evitarlo.

--Tenía ganas de veros a todos juntos por fin...--dijo despacio, depositando una suave caricia sobre mi hombro cuando pasó cerca de mí—Nimbo, relájate por favor, que no ocurre nada para estar tan tensa, mujer...

Respiré hondo y cerré los ojos, tratando de infundirme valor para hacer lo que El Amo me pedía; sin embargo sentía en mi espalda el agarrotamiento y la rigidez del alambre. Por el rabillo del ojo observé los movimientos del Amo, que pasó por detrás de Samiq oprimiéndole el hombro, besó a Simut en la mejilla evitando a Níobe, y volvió sobre sus pasos para colocarse frente a esta última.

--A ti no te quiero aquí—murmuró con una inflexión fría, carente de emoción.

Colocó las manos sobre los hombros de su esclava más antigua y la sacó de su sitio entre nosotros, tirando de ella con suavidad.

--Esta tarde sólo mirarás—continuó en el mismo tono cortante, conduciéndola a un rincón aparte—y después de la cena te quiero en mi estudio, ya sabes para qué. A menos que hayas cambiado de idea...

Níobe caminó ligera detrás del Amo, con la cabeza elegantemente agachada.

--Por supuesto, Amo, ahí estaré—contestó con una rebeldía velada que no pasó desapercibida, aunque su corrección fue excelente.

--Está bien—replicó el Amo—Tú decides, yo ejecuto. Hasta que me canse, Níobe... y estoy empezando a hacerlo. No tengo por qué avisarte más.

Tras aquella declaración clara y cortante como una esquirla de hielo, se alejó de ella para volver hacia nosotros.

--Levantad la cabeza, miradme y prestad atención—indicó—Simut, quiero que ates a Samiq a la mesa, tumbado boca arriba. Sólo brazos y piernas, la cintura no es necesario... ¿lo has entendido?

--Sí, Amo...

El aludido avanzó hacia la pared que tenía en frente, de la que colgaban sogas de diverso calibre y otros instrumentos.

--No, cuerda no—le corrigió El Amo al ver que se decantaba por la soga habitual—Ponle algo que no sea rudo y no le muerda la piel.

Simut alargó la mano hasta unas cintas anchas de tela que se ocultaban detrás de la puerta.

--¿Algo como esto, Amo?

--Perfecto--sonrió éste—colócaselo en las muñecas y en los tobillos de manera que no pueda maniobrar...

Simut cogió los pedazos de tela y se acercó a Samiq, haciéndole una seña para que le acompañara hacia la robusta mesa de madera que se hallaba en el centro de la habitación. Samiq se dirigió hacia el mueble sin poder disimular una sonrisa, la mirada escondida en el suelo, y se tumbó mansamente sobre la tabla de madera. A continuación, Simut procedió a inmovlizarle manos y pies separados, atados a las patas de la mesa como El Amo le había indicado. Cuando terminó el trabajo se distanció unos pasos, la cabeza agachada en espera de nuevas órdenes.

--Muy bien—aprobó El Amo—ahora... coge a Nimbo, túmbala boca abajo sobre Samiq e inmoviliza sus muñecas y tobillos con los de él...

--¿Quiere que amarre las muñecas de Nimbo a los brazos de Samiq?--quiso saber Simut, sin estar seguro de haber entendido del todo bien.

--Exactamente, eso es lo que he dicho. Y haz lo mismo con los tobillos... ¿me has entendido o tengo que hacerte un dibujo?--añadió haciendo gala de un sarcasmo intencionado.

--No, Amo, gracias pero creo que no hará falta...

Simut se sonrió levemente y avanzó hacia la pared, cogió de nuevo cuatro tiras de tela y se dirigió hacia mí.

--Tranquilízala un poco, anda—le ordenó El Amo, refiriéndose a mí—parece que vaya a darle un ataque al corazón...

Simut me atrajo hacia sí y me estrechó contra su pecho de manera un tanto fría, con compañerismo pero manteniendo distancia.

--Nimbo, cielo—murmuró en mi oído, sin que nadie más excepto yo pudiera oírle—relájate... no pasa nada. Conozco al Amo, hoy no tienes nada de qué preocuparte, está de buen humor y con ganas de juego. Sé que es la primera vez que participas en algo de esto... y Él también lo sabe. Déjate llevar.

Las palabras de Simut por un lado fueron un bálsamo para mis nervios... pero por otra parte me tocaron de una manera para la que no estaba preparada, y lágrimas de emoción amenazaron, inexplicablemente, con asomar a mis ojos. Nunca nadie, desde que crucé los muros de la fortaleza, había mostrado tanta deferencia y cuidados para conmigo. Nunca nadie se había preocupado de esa forma por mi estado de ánimo. Agradecí en lo más profundo de mi alma esa consideración que mostraba, para empezar, El Amo... y en consecuencia se hacía extensible a mis hermanos de esclavitud.

--Gracias--murmuré, sin saber cómo corresponder a su apoyo. Era increíble lo que yo sentía que me daba con un puñado de palabras.

--No hay de qué, Nimbo—replicó en voz alta, tomándome de la mano—cielo, lo harás muy bien...

Traté de sonreír, azorada, y caminé con paso trémulo hasta la mesa de madera donde me aguardaba Samiq.

--Hola...--musitó éste sonriendo cuando nuestros cuerpos entraron en contacto para ser inmovilizados uno contra el otro.

Sentir su piel de nuevo me hizo vibrar. Respondí a su saludo con una risa nerviosa y me acomodé como pude sobre su cuerpo colocado en aspa, mientras Simut ataba con suavidad mis extremidades a las suyas. Los músculos de Samiq se hallaban relajados, y él era más grande que yo, por lo cual no fue difícil para mí encontrar un equilibrio más estable de lo que hubiera imaginado. Sentí su abdomen moviéndose despacio contra el mío, y me esforcé por amoldarme al ritmo de su respiración profunda, a fin de obtener la tan ansiada relajación. La túnica de Samiq comenzaba justo debajo de su ombligo, llegando aproximadamente al primer tercio del muslo, de manera que yo sentía cada uno de sus accidentes geográficos gravados en mí, aprisionados bajo mi peso. Mis senos se aplastaban contra su torso plano, la suavidad de mis muslos contra la fibra ahusada de los suyos...

--Ven, caballo de carreras—llamó El Amo a Simut una vez éste hubo completado su trabajo—acércate.

Simut se aproximó a donde Él se hallaba y se arrodilló.

--Ahórrate las florituras—le espetó con complicidad—ya sabes lo que quiero. Vosotros dos, podéis mirar—añadió distraídamente.

Sin estar segura de querer o no comprobar lo que hacían, pero con la certeza de no querer contrariarLe, giré en lo que pude la cabeza, apoyando la mejilla sobre la de mi hermano Samiq, y contemplé la escena.

Simut se había colocado de rodillas dándole la espalda al Amo, con las palmas de las manos apoyadas en el suelo, y esperaba sencillamente con semblante tranquilo. Ante una indicación concisa separó un poco más las piernas y elevó las caderas, sin variar un ápice su expresión relajada de saber lo que vendría a continuación. Estaba claro que no era, ni de lejos, la primera vez que había vivido aquello.

El Amo contempló con gesto satisfecho a su “caballo”, sonrió y le palmeó un anca para, a continuación, levantarle la túnica por encima de las caderas. Comprendí de pronto por qué siempre que se refería a Simut empleaba ese apelativo... y lo comprendí de golpe. No era por los formidables músculos de las piernas y los glúteos que brillaban aceitados a la luz de las antorchas, no era por el tono zaíno de su pelo semejante a las crines de un alazán... no era tampoco por su temperamento templado y fiel: era porque... simplemente, le cabalgaba.

Los ojos del Amo debieron percibir la luz de la certeza en los míos, porque se rió y me lanzó una mirada que parecía decir “No hago ni digo las cosas porque sí”. Con estupor vi cómo se colocaba detrás de Simut y cómo se despojaba de las molestas ropas, asiendo a mi hermano mayor con ambas manos por las caderas.

Simut frunció el ceño un instante y ahogó un gemido cuando sintió que la rocosa lanza del Amo le penetraba. Más que dolor, a través de sus facciones se adivinaba una aguda molestia que desapareció en pocos segundos, dando paso a la relajación anterior e incluso a un destello de placer en la expresión de su rostro.

El Amo resopló y penetró a Simut más profundamente, atrayendo con manos firmes su pelvis hacia él.

--¿Qué tal, cachorro?--preguntó, inclinándose levemente sobre su espalda.

--Bien, Amo—jadeó Simut—agradecido por sentirme tan lleno...

El Amo sonrió y comenzó a bombear poderosamente las caderas de su montura. Simut se movió un poco, supongo que para facilitarle el acceso a sus profundidades, y dejó escapar un prolongado gemido que podía ser tanto de placer como de dolor.

--¿Te duele?--preguntó El Amo, con los dientes apretados en un gesto de contención.

--Apenas, Amo—respondió Simut.

El despiadado jinete extendió la mano y, sin salir de él, le tomó por el collar, obligándole a echar hacia atrás la cabeza.

--Bien...veo que has venido ensanchado y bien lubricado, como te dije...

Simut gimió debajo de las implacables embestidas y asintió.

--¿Te gusta?--preguntó el Amo, cabalgándole más ferozmente.
Mi hermano mayor apretó las mandíbulas y asintió con la cabeza.

--Sí, Amo... me gusta mucho sentirLe...

--Vamos a comprobarlo.

Pude ver cómo el Dueño que nos poseía soltaba el collar dorado y deslizaba la mano hacia la entrepierna de Simut, palpando la forma de su falo erecto contra la tela de la túnica arrebujada. Casi al instante sentí un leve movimiento debajo de mí, y comprendí que Samiq comenzaba a excitarse, endureciéndose su sexo contra el mío. Aquello aceleró mi respiración.

--Así me gusta—masculló El Amo. Empecé a notar, también en Su rostro, cómo la excitación crecía ganándole la partida por momentos—que no me engañes.

Y manteniendo firmemente agarrado el mástil de Simut, redobló la fuerza de sus acometidas hasta parecer que ambos se fundían en uno solo.

--Me encanta usarte...--murmuró para sí, en un tono lo suficientemente alto para que todos lo oyéramos—echaba de menos tu culo cachondo y abierto...

Simut se retorció debajo de él, haciendo esfuerzos para no moverse, la espalda envarada y el miembro rígido y sobrecargado de gusto.

--No te corras. Aguanta.—la orden fue una estocada directa—Todavía queda mucho por disfrutar...

Acto seguido vi cómo se detenía unos segundos y le introducía dos dedos a su montura en la boca.

--Lámelos...--conminó con la voz turbia de deseo—lame la palma de la mano también...

Mi hermano abrió la boca de manera casi obscena y chupó con fruición cada uno de los dedos del Amo. A continuación sacó la lengua para lamer la ancha palma que se le ofrecía.

Sentí que Samiq temblaba levemente debajo de mí. Su miembro ya estaba completamente duro, luchando por abrirse paso hasta las inmediaciones de mi ombligo, tensando la tela de la túnica y clavándoseme en el pubis y parte del estómago.

El Amo despojó a Simut de su túnica con un movimiento rápido. Simplemente tiró de ella y la rasgó, yendo la pieza a caer, como un harapo deshilachado, a unos pocos pasos de donde ellos estaban. Comprobé la longitud y el grosor de la polla de mi hermano que se alzaba, ya liberada, apuntando a sus costillas, casi rozándole el plexo solar en aquella posición. Inmediatamente El Amo cerró los dedos con fuerza en torno a aquella dureza, y con la mano completamente mojada de la saliva de Simut comenzó a pajearle vigorosamente.

Simut aulló.

--No te corras, ¡aguanta!—bramó El Amo al tiempo que soltaba el miembro henchido para darle a su caballo una fuerte palmada en la nalga derecha—aguanta, Simut...

Mi veterano hermano fue todo un ejemplo de abstracción y resistencia durante los minutos que siguieron. La masturbación y las penetraciones del Amo se dejaban oír como un sordo chapoteo, mientras las nalgadas que de cuando en cuando le propinaba sonaban como disparos rebotando en las paredes de la habitación. Samiq hacía tiempo que ardía debajo de mi cuerpo, agitándose levemente contra mí, boqueando en busca de aire.

--Samiq, no te quedes ahí como un alambre tieso debajo de Nimbo—rió el Amo, sin dejar de bombear el culo de Simut—bésala, usa la lengua, haz lo que quieras...

Los ojos de Samiq centellearon con un brillo líquido.

--Gracias, Amo...--musitó, y giró ligeramente la cabeza para encontrarse conmigo.

Mi boca le recibió sedienta... yo hacía tiempo que había comenzado a calentarme en aquella habitación de sonidos infernales, gritos ahogados y olor a sexo. Empujé con mis caderas y presioné sobre él para sentirle... quise llenar su piel con cada centímetro de la mía.

Después de ese primer beso vino un segundo, y luego otro y otro...

No podíamos usar otra cosa que la lengua y el roce, no podíamos hacer otra cosa que comernos y sentirnos... los besos, lengüetazos y mordiscos fueron subiendo en intensidad hasta caer en el descontrol. Le deseaba: deseaba en mí su polla, su boca caliente, su lengua que aleteaba contra la mía y me socavaba sin darme tiempo a respirar, llenándome la boca.

No pude reprimirme y comencé a frotarme contra él sintiendo su miembro duro. Abrí las piernas todo lo que las ataduras me permitían, basculando peligrosamente durante unos segundos, y le busqué con mi sexo ardiente de deseo.

--Eso es, Nimbo, disfrútale—me espoleó El Amo. Continuaba follándole el culo a Simut; ambos se habían convertido en una mancha borrosa que se movía rítmicamente, Él imprimiendo estocadas con fuerza, mi hermano absorbiendo cada golpe de cadera, gimiendo y jadeando por no derramarse.

--Oh, dios—masculló Samiq, protestando debajo de mí, descargando su cadera en movimientos secos contra la mía.

El Amo sonrió complacido y se inclinó para susurrar algo al oído de su montura. Simut se giró levemente para mirarle a los ojos, y le contestó algo que no pude entender.

Al parecer, de mutuo acuerdo, ambos se detuvieron. El Amo sacó su miembro chorreante del culo de Simut y se abrochó a duras penas los pantalones, que habían resbalado hasta sus rodillas. Con la terrible erección marcada contra la tela, besó a Simut en los labios y le ayudó a levantarse. Los huesos de mi hermano crujieron al ponerse en pie, anquilosados de pasar tanto tiempo en la posición anterior. Vi como sacudía manos y piernas para liberarse del agarrotamiento muscular, sin dejar de escuchar lo que El Amo le indicaba y de responder cuando le preguntaba algo.

A una seña del Amo, mi hermano más veterano le siguió. Esperaba ver lesiones no sé por qué, un leve rastro de sangre entre sus nalgas dada la virulencia de la cabalgada... pero al parecer Simut estaba ileso, sin ninguna señal del trato que acababa de recibir, al menos apreciable desde donde yo me encontraba.

Samiq y yo les observamos dirigirse hacia una de las vitrinas donde se guardaban los objetos destinados al placer y al dolor, y vimos claramente cómo El Amo sacaba dos palas de madera anchas y volvía a cerrar la puerta de cristal. Ante mi asombro, entregó una de las palas a Simut, y el se quedó con la otra, acariciando con una sonrisa torva su superficie. Miró por fin adonde estábamos, me señaló con una inclinación de cabeza y le dijo algo a Simut en voz baja del todo ininteligible para mí.

Los dos se aproximaron al momento siguiente, Simut unos pasos por delante, esgrimiendo la pala con una sonrisa tranquila en el rostro y los ojos azul acero desbordados de confianza. El Amo observaba unos metros más allá, sonriendo a su vez y agarrando su erección palpitante.

--Escucha, Nimbo—jadeo Simut, acercándose a mí—te voy a calentar el culo para que pueda azotarte El Amo...

La polla de Samiq seguía enhiesta contra mí, y descubrí que el miedo desbocado y el deseo eran dos emociones completamente compatibles.

--Puedes llorar, gritar, hablar—continuó mi hermano, tratando de infundirme calma—besar a Samiq... lo que desees. Y será inevitable que te muevas. El Amo está convencido de que podrás aguantarlo, pero si sientes que el dolor es demasiado fuerte, házmelo saber.

Evidentemente, aquella última frase era una formalidad. No sabía las instrucciones que tenía Simut pero, por poco contundente que fuera, los paletazos sobre mis nalgas aún lastimadas me harían rabiar de dolor... y por descontado yo tendría que asumirlo sin una queja. No sabía hasta qué punto la resistencia al dolor era importante para El Amo, pero me aterraba defraudarle. De modo que apreté los dientes y asentí, focalizando mis energías en mi collar de Estaño, en lo importante que era aprovechar esa oportunidad para demostrar lo buena esclava que yo era.

Y sin más dilación, Simut levantó con delicadeza la falda de mi túnica y descargó la pala contra mi culo.

El ímpetu del azote me desplazó el cuerpo hacia Samiq, clavándome más si cabe en su miembro duro. Ahogué un gemido y él sofocó otro a su vez, agitándose debajo de mí, tenso.

El ardor de mis nalgas aumentó con el segundo azote, y con el tercero casi grité.

--Más fuerte, Simut—indicó El Amo, que observaba la escena en conjunto-- es una esclava, por favor, no es ninguna señorita...

Simut estrelló la pala con más fuerza, cubriendo mis dos nalgas y alcanzando por los pelos—como forma de hablar, se entiende—la entrada de mi vagina. Dios, si me dolía y me pesaba tanto cada golpe, ¿por qué estaba empapando mis muslos y la polla de mi hermano Samiq que bullía bajo su túnica?

Sin darme tiempo a razonar sobre esta idea, Simut continuó azotándome, alternando el lugar y la fuerza de los paletazos. Nalga derecha, nalga izquierda, ambas nalgas... La pala era amplia y cubría bastante extensión de piel...

Me distancié un poco para respirar y contemplé en rostro de Samiq. Estaba sudoroso, con las mejillas ruborizadas, el ceño fruncido y un rictus en la boca como si se muriera de ganas de atravesarme con su polla tiesa. Sin saber muy bien lo que hacía, me bambolee sobre él, recibiendo un azote tras otro... ahora a ritmo más constante, parejo a mi excitación. Se notaba que Simut no quería hacerme daño, y que la descarga de adrenalina que percibió en mí le hizo sentir alivio para continuar azotándome, de forma comedida pero firme.

No llevaba la cuenta de los palmetazos, pero me di cuenta de que llegado un momento dejé de sentir el dolor y la irritación, sólo apreciaba la contundencia, como si se me hubieran acolchado las nalgas. Samiq bufaba y se movía enervando su pelvis contra mí, respondiendo a cada golpe con una estocada de caderas tan vigorosa como las ataduras le permitían. Pensé que si seguíamos así durante mucho tiempo más, realmente me costaría eludir el orgasmo...

--Esta bien—escuché de pronto la voz del Amo, como si me hubiera leído el pensamiento—para, Simut.

Sentí a mis espaldas Sus pisadas acercándose a mí. La frialdad de lo que parecía ser el dorso de su mano quemó mis nalgas.

--Ya está lo suficientemente caliente—dijo, paladeando las palabras—ahora voy a azotarla yo. Lo has hecho muy bien, cachorro—añadió volviéndose a Simut—no te quedes muy lejos y mastúrbate si tienes ganas...

Oí jadear a Simut por toda respuesta, al tiempo que la pala con la que me había azotado se le escurría de entre los dedos, yendo a parar al suelo con un estrépito que a mí me pareció ensordecedor.

Todo mi cuerpo tembló durante los instantes previos a la tormenta. El aire se hizo denso y noté que mi respiración era demasiado rápida; me di cuenta de que tenía que frenarla o me marearía de tanta ansiedad que sentía.

Esperé tensa, el alma crepitando como un azogue, pero nada sucedía. Sólo sentía la Presencia del Amo rondándome, moviéndose a mi alrededor como un depredador paciente y tranquilo, escrutando cada centímetro de mi cuerpo. Samiq trataba de tranquilizarse debajo de mí con los dientes apretados, los pies y las manos en aspa clavados a la estructura de madera.

La espera a lo inminente se alargaba sin motivo. Era insoportable. Mi cuerpo no pudo más y empecé a temblar de la cabeza a los pies. Mis nalgas henchidas de fuego también temblaban y se sacudían: era consciente de ello, pero no podía evitarlo. No sabía si mantener los ojos abiertos o cerrados. Rompí a sudar de una manera diferente, violenta, en respuesta al miedo. Mi entrepierna se empapó de golpe—no supe si de la propia transpiración o por una excitación extraña, pareja al terror—y mi piel desprendió de pronto un olor fuerte, animal, que inundó mis fosas nasales. Escuché a Simut en alguna parte emitiendo un jadeo roto; no supe si se estaba dando placer o si estaba quieto, en espera, como yo...porque después de aquel quejido, el grueso silencio lo envolvió todo de nuevo.

De pronto, una carcajada del Amo quebró el aire. Me estremecí. Era una risa divertida, casi inocente, exenta de maldad pero a la vez cargada de algo perverso aunque inocuo. Me revolví y sentí ganas de llorar. Todos mis sentimientos chocaban en un vórtice caótico. Ardía de deseos por sentirLe y al mismo tiempo me aterraba.

La carcajada se apagó y El Amo saboreó aquellos instantes previos a su acometida con un murmullo de satisfacción.

Sentí un movimiento rápido sobre mis glúteos, el silbido potente de la madera cortando el aire antes de que pudiera prepararme para reaccionar. Todo ocurrió en un segundo y me quedé paralizada cuando, sin compasión, la tabla se estrelló contra mi carne expuesta haciéndome bailar brutalmente sobre Samiq.

El sonido fue violento. La acometida, brutal. El choque que absorbió Samiq tuvo que marcarle cada brecha de madera en la espalda. Y sin embargo, no sentí dolor. Era como si mis nalgas, que no habían tenido tiempo de enfriarse, estuvieran anestesiadas.

Samiq respondió con un golpe de caderas casi involuntario, clavándose en mi pubis. Posteriormente supe, relatado de sus labios, que con cada azote que yo sufría la polla le ardía y le dolía de lo cachondo que estuvo durante tanto tiempo.

Sentí el sexo de mi hermano contra mí... duro, resuelto, desesperado... Y lo deseé.

Cerré los ojos con fuerza para absorber el siguiente azote, que llegó con igual contundencia o más que el anterior. Volví a agitarme contra mi hermano, y él volvió a responder elevando las caderas con un quejido prolongado, refregando el culo contra la mesa.

El Amo volvió a blandir la pala y esta vez me propinó varios azotes seguidos, sin darme tregua. Samiq gruñó y, sin poder aguantar más, inició un movimiento pélvico constante cada vez más virulento. Me escuché a mí misma sollozando y gritando de placer aunque no era consciente, mi voz iba por su cuenta...

--Tenéis permiso para correros—jadeó El Amo, y volvió a la carga con otra tanda de azotes, estrellando la pala contra mi culo sin parar.

Yo no sentía escozor, sólo contundencia; sólo la polla de mi hermano hincándose en mi sexo con cada golpe. Y de pronto, Samiq lanzó un bufido de alivio, sus movimientos contra mí ya descontrolados, y mientras la pala seguía aplastándome contra él en cada azote, borbotones densos y cálidos bañaron mi entrepierna. Aquello fue demasiado. Besé los labios entreabiertos de mi hermano, sentí su lengua en ese instante frenético luchando contra la mía, y me dejé ir junto a él. Me corrí revolcándome en aquel líquido, chapoteando, moviendo mi ardiente trasero en círculos deseando los paletazos por detrás y los pollazos por delante, deseando que ese momento no se acabara nunca.

Me sentí borracha. Me sentí volar.

Fui consciente apenas de que alguien me aflojaba las ataduras y me liberaba las muñecas y los tobillos. A continuación unos brazos recios me alzaron en volandas y me sentaron en el suelo, con la parte de atrás de la cabeza apoyada contra el canto de la mesa. Lo único que a duras penas puedo recordar es la presencia de algo grueso y caliente follándome la boca a destajo, en medio de mi embotamiento. Abrí los ojos y distinguí una forma borrosa delante de mí, sacudiéndose, que me penetraba la boca sin contemplaciones. Supe que se trataba del Amo porque iba vestido de negro... al menos de cintura para arriba.

--Relájate, perra—escuché que decía, al tiempo que sentí su mano tirándome del pelo—respira por la nariz...

A una señal de la desdibujada figura que me quitaba el aliento, sentí movimiento a mis espaldas y a continuación oí como unos pasos se acercaban a la mesa, noté el calor de unas piernas junto a mí y el olor de Simut a mi costado. Escuché como mi hermano mayor liberaba a Samiq, y les oí cruzar alguna palabra que no recuerdo.

La polla del Amo entraba y salía de mi boca sin ningún tipo de delicadeza. Se clavaba con ansia hasta el fondo, produciéndome arcadas al sentir su engrosado glande en la campanilla. Mis ojos lagrimeaban por la posición y por el esfuerzo de reprimir las náuseas... náuseas que desde luego eran un reflejo involuntario contra el que nada podía hacer, porque lo último que yo podía sentir en aquella situación era asco...

Sentí que alguien se acomodaba a mi lado y al instante reconocí las manos de Samiq recorriendo mi cuerpo empapado en sudor. Sus brazos se cerraron suavemente en torno a mi cintura y sentí el aleteo de sus pestañas en mi cuello, y la leve presión de sus labios detrás de mi oreja.

--Todo va bien...--musitó, y dulcemente empezó a pajearme.

Abrí las piernas, embargada por la excitación que me producía ser el receptáculo del Amo mientras uno de mis hermanos me acariciaba.

Traté de enfocar con más claridad, y pude ver cómo la alta figura que me poseía la boca hacía una seña para que alguien que estaba fuera de mi campo de visión se acercara... El Amo señaló mi cabeza, mi cara, y acto seguido noté una presencia tras de mí que, por el olor y la manera de moverse, al momento deduje que era Simut.

--Mastúrbate, cachorro—indicó el Amo con la voz quebrada por la excitación. Imaginé que se hallaba próximo al orgasmo—Mastúrbate y córrete encima de ella.

Samiq comenzó a penetrarme profundamente con sus dedos, primero con uno, luego con dos. Se los empapé de inmediato y poco después volví a notarle duro contra mi cadera, su cuerpo presionando contra el mío al girarse él levemente para que yo le sintiera. La figura que yo estaba convencida de que era Simut se adelantó unos pasos, hasta situarse al lado del Amo, y a pesar de la confusa realidad que podía percibir a través de mis ojos llorosos vi como se agarraba su miembro a estallar y comenzaba a pajearse a la altura de mi frente.

--Ohhh...--El Amo lanzó al aire un gruñido gutural y sus empujones se hicieron más profundos y certeros. No pude reprimir una gran arcada pero, para bien o para mal, Él no pareció inmutarse.

--Tengo ganas de correrme, perra—anunció. Al escuchar esto mi cuerpo convulsionó en un escalofrío. Aquella maldita palabra que me había perseguido durante un año entero, “perra”, en su voz sonaba diferente. Sacudí las caderas y culeé frenética al ritmo de las caricias de Samiq, que en aquel momento me frotaba con velocidad.

Escuché el quejido de Simut sobre mi cabeza, proferido con los labios pegados.

--Amo...--murmuró Samiq--¿este perro puede hablar?

El Amo detuvo unos segundos sus embates, para volverse a mirar a mi hermano con una sonrisa perversa.

--Samiq, tú no eres perro sino gato—resopló—habla, ¿qué pasa?

--Amo, este gato siente que la esclava Nimbo está a punto de correrse—la voz le tembló ligeramente por causa de la respiración acelerada—y como ella no puede hablar por tener el honor de acogerLe en su boca, ruego disculpe... el atrevimiento... de pedir permiso yo por ella.

Al oir aquello me retorcí, no sé por qué esas palabras me detonaron. Busqué la mano de Samiq y la apreté con fuerza.

El Amo rió y volvió de nuevo a la carga, moviendo su abdomen duro contra mi nariz impulsado por sus poderosas nalgas, clavándome la polla de una manera que pensé que iba a atravesarme.

--Muy atento por tu parte, Samiq—masculló, y añadió sucintamente--tenéis permiso. Los tres.

El primero en correrse fue Simut. Escuché el chapoteo de sus caricias volviéndose de pronto rápido y violento, y a continuación un chorro de leche caliente se derramó sobre mi cara, salpicándome las mejillas, la frente, el cuello, el escote... Simut bufó y se pajeó con frenesí mientras la riada caía, como si fuera la primera vez que se corría en años...

El Amo soltó un improperio.

--Joder, estás hecho un maldito caballo... límpiala, vamos...

Cerré los ojos y luché por no precipitarme al orgasmo mientras Simut se inclinaba sobre mí, trataba de controlar su respiración y lamía el semen que me corría por la cara. Su lengua caliente recorrió todo mi rostro, haciéndome estremecer con sólo imaginarme lo que no podía ver... Pero hice un gran esfuerzo por aguantar, quería esperar al Amo. Mi orgullo de esclava salió a la luz, quería correrme sólo después de él... me pareció la máxima muestra de entrega y respeto que en ese momento podía darle.

--Vamos, Nimbo—me espoleó El Amo—no te quedes con las ganas, vamos...

Al no poder hacerme entender murmuré algo ininteligible con la boca llena. Simut se irguió y le susurró algo al oído al Señor de mis deseos. Éste se rió y volvió a la carga de nuevo, cabalgándome la boca.

--Como quieras—farfulló, y casi al segundo sentí un geiser amargo y ardiente quemándome la garganta.

Reprimí una arcada, lo tragué; reprimí una tos, volví a tragar... El Amo se movía rítmicamente al compás de las contracciones de su orgasmo, llenándome de Su semen, llenándome de Él...

Todo se nubló. Samiq me pajeaba con furia y lamía las cicatrices de mi espalda, Simut trataba de recomponerse tras el prolongado orgasmo, El Amo se corría dentro de mí...

Aferré la mano de Samiq y me dejé llevar, gritando como nunca lo había hecho, con la boca llena de polla... me volví loca, apreté el falo chorreante entre mis labios, succionándolo, retorciéndome contra la pelvis de mi hermano... Fue tan intenso que pensé que perdería el conocimiento.

Afortunadamente, contra todo lo esperado, volví en mí en unos pocos minutos... y lo que aconteció después de aquello, como habrán podido adivinar, es otra historia... que si quieren, en algún momento les contaré.

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