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Nuestra perra-IV

en Dominación

Gracias de nuevo si has continuado hasta aquí, lector. Hay decisiones que se deben tomar en frío, pensando con la cabeza, pero no siempre se puede hacer esto... ¿verdad?

                                                                       Nuestra perra-IV

Poco después, Jen entraba con Esther en el portal de su edificio. Le rodeaba los hombros con un brazo y ella le tenía cogido por la cintura, apretándose contra su enjuto cuerpo, con ese impermeable que le quedaba enorme colgándole de los hombros.

--Por favor, Jen…--le dijo, cuando entraron juntos al ascensor—no dejes que me hagan nada, por favor…

Él puso las manos sobre los hombros  de ella y la obligó a mirarle de frente.

-- Esther, nadie te va a hacer nada. Ahí arriba hay dos tíos normales y corrientes, dos idiotas, no dos monstruos violadores—le acarició la mejilla—tranquila.  De verdad.

Ella asintió y aflojó su cuerpo, casi dejándose caer de lado sobre él, dejándose llevar completamente como una res al matadero.

--Joder—se oyó la voz de Alex, carcajeándose,  cuando Jen hizo girar la llave en la cerradura--¿Has ido a comprar tabaco a la calle de atrás o la puta plantación?

Esther, al oírle, se detuvo en seco a mitad de camino.

--Entra, no te preocupes—murmuró Jen—pasa…

La chica avanzó con paso inseguro hacia el pequeño vestíbulo. Jen cerró la puerta tras ella con suavidad y le indicó que le siguiera hasta el salón. Se oía el sonido de la televisión y se veían las luces pulsantes del aparato a través de la puerta abierta. En efecto, al entrar en la habitación, Esther pudo comprobar que sombras y siluetas danzaban en la pared, bajo el resplandor palpitante del aparato que recreaba un remake de “La Guerra de los Mundos” (eso al menos podía leerse en la carátula abierta que reposaba sobre la mesita).

Repanchingado en el sillón que había frente a la tele, como si de un rey se tratara, con los pies apoyados encima de la mesa y luciendo unos calcetines rojos dignos de fotografiar, estaba Alex. La cara que se le quedó cuando se giró y vio  a Jen con Esther de la mano en el umbral, también fue digna de fotografiar.

--Pero bueno—dijo anonadado—qué pedazo de cabrón… ¿cómo lo has hecho?

Jen negó con la cabeza.

--No he hecho nada. La he invitado a pasar la noche, nada más.

Alex miró alternativamente a Esther y a Jen, sin entender.

--Bueno—dijo al fin, encogiéndose de hombros—pues ponte cómoda, Esther, estás en tu casa, supongo…

Y se echó a reír, encontrando al parecer muy divertido aquel juego de palabras.

Ella agachó la cabeza,  algo violentada por la carcajada de Alex.

--¿Quieres darte una ducha o un baño caliente y ponerte cómoda?—le dijo Jen en voz baja.

Esther tiritaba de frio, con las ropas empapadas bajo el abrigo.

--Yo… no quiero molestar…--murmuró.

--No es ninguna molestia—replicó él, tirando de ella suavemente hacia el cuarto de baño—si no te quitas esto pronto te vas a resfriar… te buscaré algo mío para que te pongas, mientras se seca tu ropa, ¿te parece bien?

Abrumada por tanta generosidad, la niña tonta asintió.

--Muchas gracias, de verdad… ¿cómo puedo pagarte esto?

Jen se rió.

--Me encanta que me hagas esa pregunta—repuso, y sin más se alejó por el pasillo—tienes gel y toallas limpias en el armario del baño—le dijo mientras caminaba derecho a su habitación—usa todo lo que necesites.

Esther entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Comprobó con alivio que había un pequeño cerrojo y se apresuró a correrlo, con la idea de tener un reducto de verdadera intimidad en aquella casa. Pensar que estaba allí le resultaba acogedor y amenazante a la vez. Era difícil soportar ese caos; el corazón le latía rápido, las ideas se le embotaban en el cerebro y le parecía que estaba al borde del llanto a cada momento. No sabía qué pensar. Y qué frío tenía.

Movida por esto último y renunciando a su vergüenza, colocó el tapón en el desagüe de la bañera y abrió el grifo del agua caliente. Metió los dedos debajo del chorro y pronto sintió la lamida cálida del agua desentumeciéndole los huesos. Rebuscó por la pequeña estantería que había sobre la bañera, bajo un toallero alto, y encontró un bote familiar de gel de color verde claro. El bote estaba a la mitad, mal cerrado y se derramaban gruesos chorretones verdes más allá de la rosca, tapando las hermosas letras doradas. “Hombres” se le escapó inmediatamente, en voz alta. Se mordió el labio acto seguido.

Vertió unas gotas del denso líquido verde en el agua, para hacer espuma; esperó a que la bañera se llenara y entonces cerró los grifos e introdujo la punta del pie. Deliciosa. Poco a poco, con cuidado, se sumergió en aquel oasis caliente que olía a jabón.

Creyó vislumbrar algunos pelos de dudosa procedencia flotando entre la espuma, pero no le importó. Removió los brazos y las piernas y apoyó la espalda en la superficie esmaltada, dejando descansar la fatigada cabeza sobre una pequeña toalla enrollada a modo de almohada. Respiró hondo los vapores jabonosos y se relajó. Las piernas le pesaban, era como si algo tirara de detrás de sus rodillas hacia abajo, hacia el fondo de la bañera.

Con el rumor del agua saliendo a borbotones, no había escuchado la voz de Inti preguntándole a Jen quién diablos estaba en el cuarto de baño. Y tampoco había oído la respuesta de este último. Menos mal.

Casi se queda dormida dentro del agua, acariciada por las suaves olas calientes. Abrió los ojos al recordar de súbito dónde estaba, se incorporó como pudo y se secó la cara con la toalla que le había hecho las veces de improvisada almohada.

Ya no sentía frío, al contrario. Un calor denso se abría paso dentro de sus venas, latiendo desde sus empeines hasta sus sienes. Apoyando las manos en los laterales de la bañera, se puso en pie y salió del agua, envolviéndose como una croqueta en una enorme toalla roja. No había buscado en el armario como le había dicho Jen, sino que había cogido del toallero la que tenía más a mano. Una vez se la puso reparó en que tenía olor, el olor de la piel limpia de la persona que habitualmente la utilizaba. Se preguntó quién sería, quién de los tres.

Quitó el tapón de la bañera y las tuberías protestaron al tragarse la primera bocanada de agua.

--Esther…

Unos golpes quedos sonaron en la puerta al tiempo que se escuchaba la voz de Jen.

--Ahora salgo… --respondió ella, con prontitud.

--Si me abres la puerta, te paso una camiseta y unos pantalones—dijo Jen al otro lado.

Se escuchó el chirriar del cerrojo y poco después la puerta se abrió una pequeña ranura.

--Eso es…

Jen le tendió la ropa y ella la cogió.

--Seguramente te quedará grande, pero no tengo otra cosa…

Ella se lo agradeció azorada, y cerró de nuevo la puerta para vestirse.

Colocó la toalla en su sitio y salió del cuarto de baño, enfundada en una camiseta dos tallas más grandes y en unos gruesos pantalones de chándal. La camiseta tenía un dibujo de un tío fumándose un porro en alguna playa del caribe, subido en una tabla de surf. Bajo la tabla podía leerse, en grandes letras fosforescentes: “Can we talk?”  No tenían otra camiseta más horrorosa para prestarle, al parecer; pero como se suele decir, “a caballo regalado no se le mira el diente”.

Al otro lado de la puerta, apoyado contra la pared, estaba Jen esperándola. También él se había cambiado de ropa, aunque se había ahorrado el detalle de los calcetines rojos. Vestía una camiseta negra con algún dibujo indescifrable de puro desgastado, y unos pantalones del mismo color, sueltos hasta los tobillos. Esther le miró—involuntariamente, ¡ojo!—el paquete, y le dio la impresión de que estaba un poco “suelto”, abultado en toda su plenitud dentro de aquellos pantalones, moviéndose libremente como si Jen no llevara ropa interior. Avergonzada por su propio descaro, tan pronto como pudo apartó la vista de allí.

--Pues sí, te queda un poco grande…--observó él—pero lo importante es que estés cómoda… ¿lo estás?

--Sí, claro—respondió ella.

Cómoda no, lo siguiente. Estaba tan a gusto dentro de aquella ropa amplia y calentita, después del baño, que los párpados empezaban a pesarle.

Jen sonrió.

--Bien… deberías comer algo, tendrás hambre, no has cenado.

Esther negó con la cabeza.

--No te preocupes, Jen, está bien así, ya has hecho bastante…

--No, en serio, ven—le dijo él, echando a andar hacia la cocina—Inti ha hecho espaguetis esta noche, y los hace de muerte… con tomate y aceitunas…

A ella se le hizo la boca agua. Le siguió hasta la cocina, vencida por el rugido de su estómago.

En la cocina se hallaba Inti, trasteando con un montón de platos que había sacado del lavavajillas. Cuando les sintió en la puerta, se volvió sujetando una gran fuente de loza que resplandecía bajo el tubo fluorescente de la cocina. La verdad que, ahí plantado de esa guisa, le faltaba el delantal.

--Hola—le dijo a Esther, esbozando lo que pretendía ser una sonrisa.

--Hola…--respondió esta, deseando que la tierra se abriera bajo sus pies y se la tragase.

--Han sobrado espaguetis, ¿verdad?—le preguntó Jen a Inti, entrando en la cocina.

El aludido asintió.

--Sí, hice demasiado. Calculo fatal las cantidades—añadió, girándose hacia Esther—he guardado en la nevera lo que ha quedado…

Jen abrió el frigorífico. No tuvo que rebuscar demasiado para localizar el plato hondo cubierto con papel de aluminio que su compañero había colocado allí.

--Estupendo—murmuró, retirando el aluminio y metiendo el plato en el microondas—ya verás, Esther, no has probado unos espaguetis como estos en tu vida…

--Exagerado—Inti  le propinó un empujón  y se inclinó para terminar de recoger y guardar los cacharros.

--Siéntate, vamos…--sonrió Jen a la muchacha—no seas tímida…

Ella trató de sonreír y apartó una silla para sentarse frente a la mesa. Minutos después, Jen colocó delante de ella un plato a rebosar de espaguetis con tomate y queso, humeante. El olor que emanaba era delicioso, a albahaca y orégano. A Esther le sonaron las tripas por segunda vez.

--Vaya, sí que tienes hambre—comentó Jen, sentándose cerca—comételo todo, ¡ no dejes nada!

--Muchas gracias…--musitó la chica. Y sin más dilación se lanzó a comer.

Ambos chicos la miraban; Jen desde la silla, con los codos sobre la mesa, aparentemente relajado, Inti con un gesto ligeramente inquisitivo, de pie apoyado en la encimera de la cocina.

--Pareces una niña de la postguerra…--comentó éste último, conteniendo la risa—hay que ver qué saque…

Como no podía ser de otra manera, segundos después Alex apareció en la entrada de la cocina.

--No me entero de nada—concluyó desde la puerta, tras contemplar la escena durante unos segundos. Con aquellos calcetines rojos de montañero, el pelo alborotado como una especie de cresta sobre la frente y los pantalones rasgados por las rodillas, tenía una pinta como poco extraña. Su gesto era de estupefacción total--¿qué coño está pasando?

--Anda, mira, la bella durmiente—sonrió Jen doblándose para mirarle desde la silla—te hacía dormido viendo “El Planeta de los Simios”…

A Esther le dio la impresión de que la comida se volvía impracticable dentro de su boca. Al oír a Alex tan cerca, casi a su lado en la misma puerta de la cocina, dejó de masticar y fijó la vista en la superficie de la mesa.

--Era “La Guerra de los Mundos”—corrigió Alex—pero da igual.

--Alguien podría hacer un remake de la vida en esta casa que se llamara “La Guerra de los simios...”

--Lo que tú digas—le dijo Alex a Jen, mirándole de soslayo—pero a ver… ¿qué pasa con ella?—señaló a Esther apuntándola con la barbilla. Como siempre, se refería a ella como si no estuviera allí, como si no pudiera explicarse por sí misma o su opinión no contara en absoluto.

Ella seguía terriblemente tensa, los labios pegados y la boca llena, incapaz de mover el bolo de comida que parecía haber adquirido la consistencia de la goma arábiga.

--Pues nada, qué va a pasar…--Inti rió levantando las palmas de las manos—se ha quedado a cenar, ¿no lo ves?

--Sí, lo veo… --repuso Alex—y tanto… joder, qué manera de comer. Ahora me explico de donde viene ese culo—añadió, taladrando a Esther con sus ojos verdes, lanzándole una dentellada profunda a su enorme ego.

La chica le enfrentó la mirada con furia. Hizo un esfuerzo por tragar la comida, pero no lo consiguió.

--Bueno, entonces—dijo Alex acercándose más, sin dejar de mirarla--¿Aceptó la propuesta, o no?

Esther desvió los ojos hasta el suelo. Inti se adelantó un paso.

--Vamos a ver, Alex, qué parte no entiendes…

--Alex…--pronunció casi inmediatamente Jen, con un deje de fatiga—no confundas huevos con bechamel con bésame los huevos. Se ha quedado a cenar y va a dormir aquí, le he dicho que venga para que no pasara la noche en la calle, la he invitado yo. No hay ninguna propuesta. ¿Lo entiendes?

El aludido dio un paso atrás, repelido por las palabras de su compañero de piso.

--En absoluto—sonrió de pronto, de oreja a oreja—tengo la sensación de que nos hemos vuelto todos subnormales…

--Esther—dijo Jen volviéndose hacia la chica, viendo su rostro transfigurado—eh… no le hagas ningún caso.

Le tocó suavemente el antebrazo. Ella todavía sujetaba el tenedor en el borde del plato, con los nudillos apretados.  La tensión que estaba experimentando era evidente.

--Tranquila…

Alex observaba aquello con una sonrisa displicente.

--No vale tanto la pena—le espetó a su compañero, volviéndose para marcharse—No merece la pena currárselo tanto para follársela, amigo…

Tras decir esto, desapareció por el pasillo canturreando, arrastrando los pies.

--Ni se te ocurra darle un minuto de tu tiempo—dijo Jen, mirando a Esther—pasa de él, come tranquila. Es un capullo.

--Él es así—se limitó a comentar Inti.

--Impulsivo—corroboró Jen, asintiendo.

--Gilipollas—corrigió el otro—impulsivo una leche, yo también soy impulsivo y me controlo.

Esther cerró los ojos y tragó por fin. Una vez hecho esto, bebió un sorbo de agua y tosió, tratando de aflojar la prensa que sentía en la garganta.

--No le hagas caso, en serio.

Esther miró a Inti y luego a Jen, alternativamente, dubitativa.

Y entonces, dijo algo que a ambos chicos les dejó boquiabiertos:

--Vale. Aunque… no me importaría que me follaras.

Lo había dicho con los ojos clavados en Jen, esos ojos enormes de muñeca de porcelana, sin mover un músculo de cuello para abajo.

El mencionado retrocedió, meneó la cabeza y sonrió con nerviosismo, como cohibido de pronto.

--Vaya… no me digas eso ahora…

Inti entornó los ojos.  Miraba a Esther como si de pronto ésta se hubiera convertido en “la niña del exorcista”.

Esther frunció las cejas e hizo un puchero repentino.

--Lo siento—murmuró—no quería molestarte… ya no sé ni lo que digo.

--No me has molestado—replicó Jen inmediatamente, alzando la mirada hacia ella. Sonrió.

--Creo que os voy a dejar solos…--murmuró Inti, comenzando a caminar hacia la puerta.

Esther casi pegó un brinco en la silla.

--No, por favor, no te vayas…--le pidió—quédate, me gustaría deciros algo…

Inti se detuvo y la miró con extrañeza.

--¿Te importaría sentarte, por favor?—le dijo la chica—es sólo para preguntaros una cosa… a los dos.

Inti asintió levemente y se sentó en la silla más próxima, a la izquierda de Jen y mirando de frente a Esther.

--Cuéntanos, pues—la alentó.

--Lo primero de todo, quería daros las gracias—Esther se aclaró la voz—a los dos. Por acogerme aquí esta noche, por tratarme como lo habéis hecho, por la comida… gracias. Gracias por todo.

Inti asintió.

--No hay de qué—respondió Jen.

Ella le lanzó una mirada súbita, osada, demasiado densa para ser descifrada. No estaba acostumbrada a ser agradecida.

--Claro que sí—musitó. Respiró hondo y continuó hablado—en cuanto a la pregunta… --bajó la cabeza, como si lo que fuera a decir la avergonzara--¿Habría alguna manera de que Alex no me hiciera daño? ¿Alguna forma de asegurarme de que eso no va a ocurrir?

La pregunta explotó con claridad al salir de sus labios. Era una pregunta directa, simple, y sin embargo errática.

--¿Daño?—preguntó Jen--¿Esta noche, te refieres?

Esther guardó silencio unos minutos, escrutando con los ojos las vetas doradas de la madera de la mesa.

--Esta noche… y todas las que me quede, si decido aceptar lo que me propusisteis.

Jen cerró la mano que había mantenido extendida sobre la mesa, abierta, apuntando a la chica.

--¿Cómo dices?—Inti se inclinó hacia delante, como si no la hubiera oído bien.

Esther se armó de valor y levantó los ojos hacia el frente, lanzándole a cada uno de ellos una mirada cargada de inusitada audacia.

--Digo—dijo despacio—que si existe una manera de impedir que Alex me haga daño, cualquier tipo de daño, me quedaré con vosotros y seré… eso que queréis que sea.

Volvió a agachar la cabeza al pronunciar estas últimas palabras.

Jen la tomó de la mano, conmovido.

--Oye… no tienes que decidir eso ahora—le dijo en voz baja—no te sientas condicionada, por favor…

--No—ella negó con la cabeza—no me siento condicionada, de verdad. Lo digo porque lo pienso.

--El pacto es con los tres—intervino Inti—no podemos dejar a Alex fuera, por mucho que te caiga mal.

--No quería decir eso—se apresuró a aclarar Esther—no hablaba de dejarlo fuera. Es sólo que… me da miedo.

Los chicos se miraron.

--Bueno—terció Jen—tiene la boca muy grande, pero nada más. No te creas que se come a nadie…

--No me gusta—murmuró Esther, encogiéndose ligeramente—me acostaré con él si tengo que hacerlo… le haré lo que le tenga que hacer, pero necesito saber que no me hará daño.

--Define daño—dijo Inti—o concreta un poco más…

Ella torció la boca y se encogió de hombros.

--No lo sé. Pues… daño.

--No permitiríamos que te matara—Inti alzó una ceja  y rió—por eso puedes estar tranquila. Pero, ¿a qué tipo de daño te refieres?  No es lo mismo que te pegue una bofetada, que te humille o que te dé por el culo sin lubricante. ¿A qué tipo de daño te refieres?—reiteró.

Esther se echó para tras sobre la silla, como si la hubieran golpeado.

Jen no pudo evitar soltar una carcajada.

--¿Eso lo habías pensado con anterioridad o te ha salido sólo?—le espetó a Inti.

Éste sonrió levemente.

--Bueno, no sé, eran algunos ejemplos de lo que puede significar “daño”… hay que dejar las cosas claras. Se me acaban de ocurrir.

--¿Bofetadas?—murmuró Esther--¿humillarme?—del lubricante no hizo mención—pero, ¿qué tipo de puta queréis que sea?

--No es una puta exactamente a lo que nos referíamos—dijo Jen—aunque no tenemos que hablar de esto ahora…

Ella sacudió la cabeza, como tratando de despejarse.

--No—replicó—me gustaría saberlo ahora, por favor.

Inti suspiró y miró a Jen significativamente. Se echaron un pulso mental para ver cuál de los dos verbalizaría en aquel momento el sueño oscuro del que los tres habían hablado hacía apenas dos noches.

Finalmente Jen apartó la mirada de los ojos de su compañero y la clavó en Esther.

--Verás…--le dijo, fijo en ella, sereno—Alex empleó mal la palabra, y tú tampoco quisiste escuchar más. “Puta” no es el término correcto, no es la palabra que cuando nosotros hablamos sobre el pacto, en su día, manejamos.

Esther asintió levemente.

--No queremos una puta—continuó Jen, jugueteando con los dedos de ambas manos—Una puta es algo relativamente fácil de conseguir, es una mujer que ofrece sexo a cambio de dinero. No necesitamos eso. Lo que nosotros queremos…--vaciló un segundo y tomó aire antes de continuar—es una perra.

Esther frunció el ceño sin comprender.

--¿Una perra?

Jen asintió.

--Nuestra  perra—matizó tras un instante de silencio.

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