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Nuestra perra-V

en Dominación

--No queremos una puta—continuó Jen, jugueteando con los dedos de ambas manos—Una puta es algo relativamente fácil de conseguir, es una mujer que ofrece sexo a cambio de dinero. No necesitamos eso. Lo que nosotros queremos…--vaciló un segundo y tomó aire antes de continuar—es una perra.

Esther frunció el ceño sin comprender.

--¿Una perra?

Jen asintió.

--Nuestra  perra—matizó tras un instante de silencio.

Esther contempló a Jen y a Inti alternativamente, con los ojos muy abiertos, sin saber qué decir.

--Pero… ¿qué significa ser una perra?—preguntó al fin—o ser… vuestra  perra…

Inti sonrió.

--Podría hacerte un mapa—dijo en tono jocoso—y lo haré si no lo entiendes… pero si fueras nuestra perra, eso nos convertiría a nosotros en…

Dejó deliberadamente la frase inacabada en el aire, dándole a Esther pie para que completara el puzle.

--mis Amos…--musitó ella. La barbilla le tembló durante unos segundos.

Inti asintió vehemente.

--Eso es—dijo—aunque ya sabes que el pronombre posesivo no siempre designa propiedad.

Esther le miró perpleja.

--Inti quiere decir—terció Jen—que uno puede decir “mi casa”, “mi coche”… y también “mi vecino”,” mi compañero”, “mi barrio”, “mi país”. Seríamos “tus” Amos, sí, pero no seríamos nada tuyo. Al revés: tú serías nuestra.

Esther afirmó con la cabeza quedamente. Le parecía que comenzaba a entender.

--Serías nuestra perra las veinticuatro horas de cada día que estuvieras aquí, de cada día que no pudieras retribuir económicamente—continuó explicando Inti, con inflexión neutra—lo que significa que hasta que pudieras pagarnos como es debido, vivirías por y para satisfacernos. En todos los sentidos.

Esther le miraba con los ojos como platos. Tan sólo un parpadeo  de vez en cuando atestiguaba que ella seguía viviendo y pensando tras aquellos ojos.

--En el aspecto sexual por supuesto—prosiguió Inti—pero no sólo en eso.  Tendrías que atender las necesidades de cada uno en cada momento, a menos que entraran en conflicto por cualquier razón; en caso de que eso ocurriera tendrías que decírnoslo.

--¿Cualquier necesidad?—preguntó Esther con cautela, mirando a Jen a pesar de que era Inti el que le hablaba.

--Para eso está el contrato—repuso Jen—para que, entre otras cosas, vieras lo que estaríamos dispuestos a hacer contigo si accedes, lo que nos gustaría hacer, lo que podríamos hacer.  Por otra parte te aseguro—añadió, inclinándose un poco más hacia ella—que durante el tiempo que vivas aquí, si es que decides aceptar, no tendrás que preocuparte por nada salvo por encontrar trabajo, siempre que tú quieras, claro. Dejando aparte el esfuerzo diario de servir y complacer a tus Amos, nada te faltará. Todo lo que necesites lo tendrás.

--¿Todo lo que yo quiera?—preguntó ella.

Inti rió por lo bajo. Jen le lanzó una amplia sonrisa, mostrando los dientes, y meneó la cabeza.

--No, no he dicho lo que tú quieras—repuso, apretándole levemente la mano—he dicho “lo que necesites”.

Ella asintió.

--Dejaría de decidir yo misma qué es lo que necesito…--reflexionó. No era tan tonta, después de todo.

--¿Y tú crees que ahora, actualmente, lo haces?—preguntó Jen, acercándose todavía más a ella--¿Tú crees, Esther, que ahora tú decides lo que quieres o necesitas hacer en tu vida?

Ella guardó silencio. Se mordió los labios y negó con la cabeza, como si quisiera deshacerse de un mal pensamiento que picaba y dolía.

--Esther, ¿te has parado alguna vez en pensar qué necesitas?

--No lo sé—musitó ésta. Era la primera vez que tenía que responder a aquello. No debería ser así, se dijo. Ella “Debería” ser capaz de distinguir sus propias necesidades “reales”. Pero se daba cuenta de que  tal vez no lo era, aunque le pareciera increíble. Se sintió de repente confundida, perdida, como si el mundo que la rodease se hubiera volteado cambiando el sentido de todo.

Jen trazaba dibujos sinuosos con las puntas de los dedos sobre el dorso de la mano de ella.

--No te preocupes—le dijo advirtiendo el leve temblor de sus mejillas y la humedad de sus ojos—Tranquila. Siempre estás a tiempo de hacerlo.

Esther cerró los ojos. ¿Quería hacerlo? ¿Quería intentar mirar hacia fuera de ella y hacia dentro a la vez, distinguir, planificar sus propios pasos para hacerse su propio camino? ¿Quería construir un mundo, su propio mundo, más allá de su ser?

Le daba demasiado miedo. Le daba terror. Le parecía imposible. No tenía ni idea de cómo empezar. Y estaba cansada, muy cansada.

Intuía que no debía hacerlo, pero acarició con la mente la posibilidad de que fuera “otro” el que decidiera por ella. “Otros”, en este caso, entre los que se encontraba el odioso Alex. Lo que sintió al pensar aquello, durante una fracción de segundo, fue parecido a como cuando uno abre una ventana y una ráfaga de aire, fresca e inesperada, le golpea el rostro. Nunca había pensado en esa posibilidad. Lo que se le “ofrecía” en ese momento, la ocasión que se le presentaba, era algo totalmente nuevo. Parar, dejarse ir, limitarse a contemplar y a aprender  la realidad de su presente. No hacer nada, no decidir. Con tratar de comprender ya era suficiente.

Y por otra parte, a su pesar… un cosquilleo había comenzado a subir por sus piernas, raudo y veloz hacia su sexo, cuando se imaginó bajo el dominio de tres Amos. Se vio, durante un instante, arrodillada, desnuda, entregada totalmente a los caprichos de aquellos chicos. Algo que estaba por encima de su voluntad brilló y se movió dentro de ella. Sintió un fuerte aleteo en el estómago, opresivo, y soltó un gemido para liberarse.

¿Realmente sentía excitación?  La respuesta fue inmediata cuando de pronto mojó las bragas: pocas veces se había sentido tan excitada en su vida. Tal vez sí era una perra; una jodida perra que ansiaba pasar por aquella experiencia.

--Quizá lo mejor es ir a dormir ahora—dijo Jen en voz baja, sin dejar de acariciarle el dorso de la mano—descansa tranquila, date tiempo y piénsalo. No te agobies.

Esther afirmó con la cabeza. Sentía que su cerebro iba a explotar. La voz de Jen era como una nana, una caricia para su mente dentro de aquel caos. Todo se le mezclaba de pronto en una masa informe y  sin sentido, lejana: sus padres, su casa que ya no era su casa, el desprecio de Alex, la indiferencia de Inti… y finalmente la dulzura de Jen.

--Jen tiene razón—corroboró Inti—es muy tarde, y necesitas tiempo para “digerir” todo esto. Deberías dormir.

Ambos chicos la acompañaron, escoltándola por el pasillo, hasta la habitación que hacía apenas dos días le había mostrado Inti.

--Duerme bien, Esther—le dijo Jen al oído, justo antes de que ella entrase—no tienes ningún tipo de compromiso. Piénsatelo con calma. Mañana será otro día.

Ella le miró. Por un instante deseó que aquel chico entrara con ella en la habitación, cerrara la puerta y la hiciera el amor con calma, dándole el calor y el consuelo por el que rogaría si tuviera valor,  aquella noche. Turbada por aquella idea, bajó la vista y asintió, cerrando apresuradamente la puerta para quedarse sola en el cuarto, antes de que Jen pudiera darse cuenta de lo que le pasaba por la cabeza.

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