EL REGRESO DEL AMO
A los tres días después de mi primera dilatación, contando dos noches desde el
fatídico momento que siguió a ese día, El Señor G regresó.
No estábamos avisados pero, conscientes de su temperamento impredecible,
sabíamos que en cualquier instante podía aparecer así que nos encontró
preparados. Hacia el atardecer del tercer día, de sopetón, cruzó el umbral con
una sonrisa cansada y depositó una pequeña bolsa de viaje en el suelo.
--Tengo el culo cuadrado del viaje en trenfueron las primeras palabras que
dijoSimut, prepárame un baño, por favor.
Me dí cuenta de que algo desentonaba en Él pero en un principio no supe qué era;
seguía siendo el mismo de siempre, alto, guapo y de tez pálida, pero algo me
despistaba... comprendí, sólo tras unos minutos de fijarme en Él, que era la
primera vez que le veía con ropa de verdad, con ropa actual.
No he dicho nada en capítulos anteriores sobre la indumentaria del Amo...
Obviando el hecho de que Zugaar era un mundo aparte, aislado de todo
convencionalismo social, en el que cada uno vestía como queríaen caso de que
fuera Dominanteo con el primer jirón que le dabanen el caso de los perros y
perras callejeros-- y El Señor G en ese tema seguía su propia particularidad.
Todas las veces que yo le había visto en la fortaleza vestía de negro. Pero huía
de la sencillez... no le importaba lo recargado. Entre sus preferencias
destacaban el cuero y las cadenas. Solía llevar pantalones que se ajustaran a
sus piernas y botas altas, provistas de múltiples hebillas que enganchaban tiras
anchas de piel de lado a lado. De cintura para arriba siempre le había visto
llevar también cuero, habitualmente con remaches de metal, cadenas de grosor
variable o tiras de diferente amplitud que le cruzaban el abdomen y el torso,
ajustando el tejido a su entramado muscular. Debajo de la prenda principal a
veces se adivinaba una malla de red que iba sujeta a sus manos, prendida en
algún anillo plateado que llevara. Le gustaba el rojo en las piedras, el negro
en la ropa, y el brillo del acero o la plata en los detalles. Jamás le vi con
algo dorado.
Sin embargo, aquella tarde en que regresó, iba vestido con una sencilla
camisetanegra, eso sí unos pantalones vaqueros azul marino, y el pelo lacio
castaño oscuro recogido en una coleta. Sólo conservaba las botas de piel, que
pasaban desapercibidas debajo de las perneras, y que perfectamente cualquier
persona podría llevar en la ciudad. Los vaqueros se veían rígidos, parecían
nuevos... me pregunté desde hacía cuanto tiempo no se los ponía, si es que era
la ropa que guardaba para mezclarse con el mundo fuera de La Fortaleza, o si los
habría comprado especialmente para no destacar, donde quiera que hubiera ido.
Dejando su maleta en la entrada, marchó rumbo a Sus aposentos, lugar hacia donde
Simut ya se había adelantado para prepararle el baño. El reloj de sol marcaba
las seis de la tarde, iluminado por la débil luz anaranjada del crepúsculo de la
isla, cuando nos llamó a todosa los cuatropara que nos reuniéramos con Él en
su estudio.
Acompañada de mis hermanos en pruebas, con el temblor previo a verle que ya
empezaba a aceptar como característica permanente antes de tener un encuentro
directo con Él, me dirigí por los intrincados corredores hasta el lugar donde
nos esperaba.
El Señor G parecía rejuvenecido después del baño; el cansancio había
desaparecido parcialmente de su rostro aunque aún quedaba una leve huella, un
rastro bajo sus ojos... Se había vestido con una sencilla túnica gris, dando
prioridad a la comodidad, y nos sonreía desde detrás de la enorme mesa con patas
como garras de león, sobre la que no hacía mucho había sido yo azotada varias
veces. Quizá por vincular, dentro de mi mente, esa habitación al amor y al
castigo, estar ahí me sobrecogía.
--Os he echado de menos...--pronunció con los ojos brillantesSentaos, por
favor.
Apuntó con el mentón a las robustas sillas que se encontraban al otro lado del
escritorio; había cuatro, una para cada uno de nosotros.
Se escuchó en la estancia un difuso murmullo de agradecimiento, y luego el
discreto arrastrar de las sillas sobre las losas de piedra cuando Simut, Samiq,
Niobe y yo nos acomodamos frente a Él.
--Samiq--El Señor G le miró y sonrióya me han informado de que has estado
trabajando...
--Vaya, Amoel aludido bajó los ojosLas noticias vuelan...
La risa del Señor G, explosiva y desenfadada, resquebrajó un poco la tensión
que, por lo menos a mí, me trababa.
--Así esreconoció--y mucho más si tienes los contactos adecuados...
Miró a Simut, quien se encogió de hombros y rió a su vez.
--¿Por qué me mira, Amo?--preguntó.
--No sé, Simut, dímelo tú...
El humor del Señor G parecía excelente a pesar de su cansancio.
--Nimbo...--las tripas se me subieron la la boca cuando escuché que decía mi
nombretambién me han informado de tus avances...-- me miró y sonrió
levementeHe de hablar contigo.
A continuación me citó después de la cena en Sus aposentos personales, para mi
estupor. Jamás había visto dónde pernoctaba Él, dónde dormía o pasaba noches de
desvelo. Me encogí sobre mí misma y asentí, preguntándome por qué diablos
querría ver allí a alguien tan vulgar como yo... me sentía como un agente
contaminante para Sus habitaciones, una intrusa inoportuna, no sé si consigo
hacerme entender. Samiq me miró de soslayo y me sonrió de forma alentadora;
debía de citarme allí para algo bueno...
Por otra parte, recordé con horror mi lesión de hacía tres noches y maldije mi
mala suerte. ¿Por qué tenía que citarme el Señor G en Sus aposentos privados
precisamente aquel día? Si se daba el caso remoto de que quisiera usarme... por
detrás... sería un desastre, se daría cuenta de cómo me encontraba, de en qué
estado se encontraba mi piel... yo no quería que lo ocurrido trascendiera.
--Bien...--El Señor G sonrió satisfecho, dada por zanjada la cuestión, y se giró
hacia Simut--¿cómo vas con las piezas?--le preguntó.
--Todo lo que me encomendó está hecho, Amo.
La sonrisa del Amo se amplió.
--Oh, eres estupendo... la próxima vez dile al gato que te ayude, enséñale cómo
hacerlo... ¿quieres apuntarte a alguna clase?--le preguntóhay dinero de
sobra...
Yo escuchaba sin comprender demasiado bien a qué se referían. No entendía de qué
hablaban cuando empleaban la palabra piezas, ¿piezas de qué? Poco después
Simut me lo explicó, porque no pude remediar preguntárselo mientras cenábamos
los cuatro juntos, sin El Amo. En cuanto a lo de las clases, sabía que en Zugaar
se impartía formaciónde cara a esclavos mayoritariamente, aunque también había
seminarios para Dominantessobre multitud de disciplinas o temas que cualquiera
podía necesitar: música, cocina, gimnasia, estética, sexualidad, literatura,
historia... Nunca había asistido yo a ninguna de estas clases, pero sí había
llegado a mis oídos que algunas eran gratuitasla mayoría no lo eran-- y que
eran impartidas por Dominantes tanto como por esclavos de nivel avanzado.
Simut bajó los ojos y enrojeció levemente.
--Verá, Amo... no se lo pediría si realmente no lo necesitaramusitó--pero echo
mucho de menos el arpa...
--Oh, desde luegorepuso éste--¿Te gustaría volver a tomar clases? Me imagino
que conservas el instrumento...
--Claro, Amoasintió Simuten perfecto estado... y sí, si no fuera molestia, me
gustaría volver a las clases...
El Señor G sonrió con un destello de comprensión en los ojos.
--No es ninguna molestia, Simut, al revés; disculpa mi mala memoria, pero ando a
tantas cosas últimamente que me había olvidado de tu amor por el arpa... has
hecho bien en decírmelo, porque si no, no hubiera recordado que necesitabas
volver. Haz una cosale conminósepárame esta noche o mañana las piezas que has
hecho, ordenadas por metales, tráemelas para que les dé el visto bueno y te daré
el dinero para pagar las lecciones. ¿Alguien más está interesado en formarse de
cara al otoño?
Hizo un barrido general, resbalando la vista sobre cada uno de nosotros.
--Hay dinero de sobranos alentó, al ver que ninguno decía nadaSi alguien
necesita algo o quiere formarse, que lo piense y me lo diga, no muerdo... al
menos para esto prometo no morderañadió con un guiño.
No pude evitar sonreír para mis adentros. Imaginé Sus dientes clavados en mi
piel y comprendí que para mí no habría mayor delicia... excepto un beso Suyo,
algo con lo que no podía ni debía siquiera soñar. Mi mente se ponía en
movimiento sola, no podía frenarla, e imaginé a la contra lo agradable que
resultaría besar Su piel, suave y pálida como el mármol.
El Señor G preguntó un par de cosas más; se preocupó por el estado de las
perforaciones de Samiq, examinó su pequeña herida que ya comenzaba a curarse,
hizo referencia a algún asunto más de índole común y nos comentó que tenía cosas
que hacer en su estudio y que cenaría allí. Simut, como brazo derecho Suyo que
empezaba a entender que era, asintió y Le preguntó si deseaba algo en particular
para cenar, a fin de llevárselo.
Solucionadas estas cuestiones abandonamos el estudio del Amo G, yo aún con las
mejillas arreboladas y la cabeza dando vueltas.
--Me ha citado en Sus aposentos...--dije a Samiq en voz baja cuando éste pasaba
a mi lado rumbo a la sala de esclavos.
Simut y Niobe se dirigieron a la cocina, separándose nuestros caminos, y me
quedé a solas con el Plata.
Samiq me sonrió y me apretó el brazo.
--Eso es genial, Nimborespondió--qué suerte tienes, hermana...
--Pero,¿qué me va a hacer?--como persona burda que yo era, la pregunta que me
quemaba en los labios salió sin aditivos.
Samiq se echó a reír.
--Pues... el amor, probablemente...
Mis ojos se abrieron como platos, jamás hubiera esperado esa respuesta.
--¿El amor?--repliqué incrédula, tratando de procesar aquello en mi mente.
Mi hermano miró al techo y soltó una franca carcajada
Bueno, es la manera romántica de decir que querrá usarte... y no es tan
diferente si lo piensas, para mí al menos no...
Sonrió de manera enigmática y se adelantó unos pasos para asir, con un suave
movimiento felino, el pomo de la puerta. La mantuvo abierta y me flanqueó la
entrada a la sala de descanso.
Oh, no...dios...usarme hoy no imploré al dios en que hacía mucho tiempo que no
creía.
--Ve tranquilamurmuró mi hermano, cerrando la puerta a mis espaldasEl Amo es
bastante sádico, pero no está loco... aunque a simple vista pueda parecerlo,
ahora que no nos oye...
Durante las horas que siguieron no fui capaz de tranquilizarme. Simut y Niobe
trajeron la cena y apenas pude probar bocado, aunque la ensalada de verdurasme
di cuenta de que, quizá por deseo del Amo, nuestra dieta y la de Él era
exclusivamente vegetarianatenía una pinta estupenda y olía maravillosamente.
Después de cenar, cardíaca, me dirigí a las habitaciones del Amo según lo
acordado. Tuve que pedirle a Simut que me acompañara, porque por supuesto no
tenía ni idea de cómo llegar.
A medida que había ido avanzando el día, la quemazón que sentía en el ano se
había ido exacerbando; sentía esa parte de mi anatomía sobrecargada, inflamada y
pulsante, tan dolorida que ni siquiera pensando en lo que me aguardaba conseguí
olvidarme de lo acontecido hacía tres noches. Huelga decir que me he ido
refiriendo a algo que aún no les he contado... pero si les interesa saberlo, se
lo contaré probablemente en el capítulo siguiente... porque aunque fue un
malísimo trago, no tiene sentido que lo esquive más.
Simut me dejó temblando ante las temidas dobles puertas de entrada; murmuró una
frase de ánimo y se alejó por el pasillo. Antes de desaparecer doblando un
recodo, se giró hacia mí y me lanzó una sonrisa alentadora. Le devolví la
sonrisa, aunque sin tenerlas todas conmigo, y cuando le perdí de vista me giré
hacia las puertas, respiré hondo y traté de tranquilizarme. Sentía el tambor de
mi corazón dentro de la cabeza, desbocado contra mis sienes. Pensé que si seguía
así, en ese estado de nervios imposible de controlar, no sería capaz de
articular palabra cuando El Amo G me preguntara algo. La sola perspectiva de que
Él iba a hablarme, la certeza de que se encontraba al otro lado de aquella
puerta, bastaron para marearme.
Cerré los ojos con fuerza, reprimí un jadeo de angustia y me obligué a mí misma
a llamar con los nudillos a la puerta. Tuve que llamar dos veces, porque la
primera casi no hice ruido sobre la superficie de madera y nadie me respondió.
--Adelante--escuché nítidamente la voz del Amo G desde dentro de la habitación,
la segunda vez que llamé.
Casi me meé de miedo, tengo que reconocerlo.
La gran puerta cedió con un chasquido cuando la empujé, y sin atreverme a
levantar la mirada del suelo penetré en la habitación en sombras. A día de hoy
no sé de dónde saqué las fuerzas para dar aquellos pasos que me conducirían al
patíbulo.
--Pasa, Nimbola voz del Amo G procedía de un rincón oscuro, a varios pasos de
mí. Comprendí que la habitación, de la que lo único que podía ver era una
mullida alfombra carmesí bajo mis pies, debía de ser grandeNo te quedes en la
puerta...
Avancé unos pasos temblorosos y me detuve cerca del rincón de donde procedía la
voz. Junté los pies, enlacé las manos a la espalda y agaché la cabeza en la
posición que había visto adoptar a mis hermanos cuando aguardaban órdenes.
--Acércate más, pequeña...
Un paso más, dos, tres. Volví a detenerme de nuevo. El corazón amenazaba con
salírseme por la boca.
--¿Aquí está bien, Señor G?--musité.
No me respondió. Escuché un ruido de ropa cayendo suavemente y justo después el
arrastrar sibilante de un mueble sobre la alfombra. Me di cuenta de que
probablemente estaba retirando una silla para levantarse. El sonido acolchado de
unas pisadas me confirmaron aquella sospecha.
Anulé lo que el cuerpo me pedía, presa del terror: apartar la cabeza para no ver
cómo se acercaba. Haberlo hecho sería un gesto horrible de descortesía. De
manera que me obligué a mantenerme en mi sitio, sin girarme ni un centímetro, y
a la temblorosa luz de las velas distinguí Sus botas avanzando hacia donde yo
estaba, deteniéndose justo frente a mí.
--Hola Nimbo, buenas noches.
Pensé que se me paraba el corazón.
--Buenas noches, Señor Gconseguí articular.
--Llámame Amodijo en voz baja, al tiempo que acariciaba mi mejilla con extrema
suavidad.
A continuación le sentí moverse a mi alrededor, dando vueltas en torno a mí,
examinándome y quemándome con sus ojos, clavándomelos como si fuera capaz de ver
a través de la ropa y por debajo de la piel. Se situó detrás de mí y colocó la
palma de su mano sobre mi pecho que subía y bajaba. Mantuvo ahí su mano sin
hacer presión, sólo sintiéndome.
--Estás muy nerviosa, pequeña...--me dijo al oído.
Sentí el aleteo de sus labios en mi cuello y cómo sepultaba su nariz en la curva
de mi hombro. Aspiró de forma prolongada como un depredador huele una presa
antes de comérsela. Me dio la sensación, no supe por qué, de que iba a
morderme... pero no lo hizo. En lugar de eso se apartó de mi piel y lentamente
se inclinó de nuevo hasta mi oído.
--¿Qué pasa, cielo?--inquirió, rodeando mi cintura con Sus brazos para atraerme
hacia sí.
--Tengo miedo, Señor...--respondí en un tono apenas audible. Pero me escuchó, y
de pronto sentí cómo su mano se estrellaba contra mi nalga derecha, propinándome
un sonoro cachete por encima de la túnica.
--Llámame Amoreiteró, cruzando el brazo sobre mi cadera, presionando contra mi
abdomen.
--Lo siento, Amo...
Me costó bastante pronunciar aquello, pero no vacilé porque me horrorizaba
disgustarle.
--Eso está mejor... ¿Te sientes incómoda llamándome así?
Reflexioné durante unos segundos.
--No... Amo, incómoda no...--murmuré, tratando de escoger las palabras con
cuidado y además ser sincerapero me desconcierta que Usted quiera que le llame
así... porque yo deseo con toda mi alma ser Suya, pero no lo soy... y llamarle
Amo me parece algo muy serio, me duele hacerlo porque siento que... que me estoy
engañando...
Estas últimas palabras salieron desflecadas de mi garganta y se perdieron en la
oscuridad de la habitación. Flotaron en el poco aire que quedaba entre nosotros,
como si fueran los mismos jirones de mi alma.
El Amo guardó silencio unos segundos, como analizando mi respuesta.
--Nimbo, pequeña...--me dijo, afianzando su abrazoyo no quiero que sientas que
estoy jugando contigo. No lo hagomusitó--Es tu sinceridad una de las cualidades
que me han hecho elegirte...como míahizo énfasis en esta última palabray
quiero intentar tenerte, ¿por qué te resulta tan difícil de creer? ¿es por que
no tienes collar?
Lo que acababa de escuchar de sus labios me provocó por dentro. Sentí fuego y
hielo en el estómago, una opresión en el pecho y ganas de reír y llorar al mismo
tiempo.
--Amo, ¿realmente Usted desea que yo sea suya?
Me hizo girar suavemente hacia Él y me obligó a levantar la barbilla. Al notar
mi resistencia instintiva, se rió.
--Mírame a los ojos, Nimbo.
Levanté la mirada hacia Él, como lo haría un animal acorralado que no tuviera
otra alternativa. Se me cortó la respiración cuando miré su rostro relajado,
tranquilo, enmarcado por jirones de pelo castaño perfectamente peinado. Como ya
me había ocurrido con anterioridad, perdí la noción del tiempo al enfrentarme a
sus ojos ambarinos, quedando hipnotizada sin remedio en ellos, atrapada como una
mosca en una tela de araña. El Señor G me deslumbró abriendo sus labios en una
sonrisa. Tuve que enlentecer mi respiración de forma consciente para no
hiperventilar.
--Ahora, por favor--murmuró sin dejar de sonreírrepite esa pregunta que acabas
de hacerme.
Dios santo. Aquello me paralizó de verdad. Mi cara debió reflejar pánico.
--Oh, vengarió el Señor Gno voy a comerte... aunque no es por falta de
ganas...
Un fulgor perverso atravesó sus ojos y me hizo estremecer.
--¿Usted desea que yo sea suya?--apenas me salió la voz.
--Sí--asintió, mirándome fijamente.
A continuación me asió de las manos y las retuvo a mis espaldas. Me asusté por
la rapidez de su movimiento, pero por supuesto me dejé hacer. Con la mano
izquierda sujetó con firmeza mis muñecas y con la derecha comenzó a rodearlas
con algo que no pude ver pero parecía un trozo de cuerda. No sé si lo llevaba en
las manos antes o lo cogió en algún momento sin darme yo cuenta... La cuerda no
era agradable; su rudeza me mordía y me quemaba la piel al más leve movimiento.
--Tranquila--murmuró, mientras con rapidez anudaba los dos extremos de la
cuerdaya está...
Una vez me hubo inmovilizado las manos, dejándome prácticamente indefensa, se
inclinó hacia mí hasta rozar mis labios con los suyos.
--Tengo muchas ganas de disfrutartesu aliento cálido acarició mi pielVen...
Me estrechó contra sí y por primera vez sentí su deseo. Sentir el deseo de un
Amo palpitando en Su cuerpo, las ganas de estar con una, es una sensación
incomparable... de las máximas sensaciones a las que un esclavo puede aspirar.
Sentí algo duro que presionaba contra mi cadera y me agité entre los brazos del
Señor G, embriagada por el olor de su piel... aquello empezaba a ser demasiado
para mí.
--Haga de mí lo que quiera, Amorecuerdo que acerté a decirsoy Suya...
Con un rápido movimiento se colocó de nuevo a mis espaldas y me asestó un
mordisco en un hombro; no pude evitar que se me escapara un grito.
--Vamos a la cama...--gruñó, empujándome suavemente para hacerme avanzar.
Tratando de no perder el equilibriocaminar en la oscuridad con las manos atadas
sin saber adónde se dirige una resulta complicadotraté de recorrer los pasos
que el Señor G me marcaba. Vi como estiraba el brazo para coger una vela, y a la
luz vacilante de la llama distinguí el contorno y los bordes suaves de lo que
parecía un inmenso colchón.
El Señor G dejó la vela en una mesita cercana a la cama y palmeó el colchón.
--Siéntate a mi lado, Nimbome conminó.
Hice lo que me pidió con la mayor elegancia que fui capaz... aunque mis
movimientos se me antojaron terriblemente torpes por el deseo, el miedo y la
vergüenza que sentía. El Señor G me acarició la cara.
--¿Sigues asustada?--musitó, apartándome un mechón de pelo de los ojos.
--Sí... Amoadmití. Cómo me costaba pronunciar aquella palabra...
--¿Nunca has sido propiedad de nadie, Nimbo?--preguntó dulcemente, recorriendo
mi mejilla con las yemas de los dedos.
--No, Amo, nuncarespondí.
--Entiendo--sonrió--¿Has estado con algún Dominante alguna vez... jugando de
manera puntual?
Asentí. El cuidado con el que pronunciaba sus preguntas llegó a emocionarme.
--Sí, Señor... Amocorregí inmediatamentevarias veces me han usado de manera
puntual.
--Entiendo, pequeñaEl Señor G hizo un gesto afirmativo con la cabezagracias
por ser sincera.
--Gracias a Usted por todono pude evitar decirle.
--Por nada...--sonrió Él, rodeándome los hombros con un brazo y depositando un
suave beso en mis labios. Sentí su respiración súbitamente acelerada contra
mítengo muchas ganas de probarte...
A continuación selló mi boca con sus labios, enganchando mi labio inferior entre
los dientes, y movió la lengua despacio hacia dentro. Me besó lenta pero
intensamente, saboreándome a gusto, presionando mi lengua con la suya en suaves
torbellinos, sin dejarse un rincón de mi boca sin recorrer. Se separó de mí,
tomó mi barbilla y atrajo mi mejilla hasta su pecho revestido de cuero,
orientándola ligeramente hacia la izquierda. Sentí el latir lleno de su corazón,
fuerte y rápido, reverberando en mi oído.
--Vaya, a lo mejor esto no es suficiente...
Ante mi asombro, aflojó las correas que cruzaban su torso de lado a lado,
desabrochando las hebillas, y dejó al descubierto parte de su pecho.
--Ven...
Tomó de nuevo mi mentón con delicadeza y situó mi cara directamente sobre la
piel caliente. Ya no sentí la sombra del latido, sino el retumbar claro que
aporreaba dentro de Él, procedente de la maquinita que se movía bajo Su piel
bombeando Su sangre.
--Gracias, Amo...--musité.
El Señor G sonrió, apretó mi cuello con suavidad y me giró el rostro para
besarme, esta vez con más decisión y pasión intencionada. Me penetró la boca con
su lengua y se inclinó sobre mí para socavarme, presionando mi cuerpo con el
suyo hasta que sentí su peso completamente sobre mí. Basculé y cedí a sus deseos
tumbándome boca arriba sobre el colchón, sintiéndole encima de mí.
Mordió mis labios, besó mis mejillas, mi cuello, mi nariz,mis párpados.
--Tengo corazón como túmurmuró en mi oídono voy a hacerte daño...
Creo que de no haber tenido las manos atadas, le hubiera echado los brazos al
cuello.
Siguió besándome incansablemente, clavándome al lecho, mis puños se incrustaban
contra mis nalgas bajo su peso. Me separó las piernas introduciendo una de sus
rodillas entre ellas, me sujetó los hombros contra el colchón y continuó
saboreándome con deleite. Aferró entre sus dedos mi pecho izquierdo, frotó y
pellizcó el pezón por encima de la túnica. Gemí con los dientes apretados y me
moví por puro instinto contra él, abrazando su pierna con mis muslos.
--¿Qué pasa, tesoro?--murmuró con tono lascivo--¿Tú también tienes ganas?
Mordió con apremio mis labios y contesté con un aullido dentro de su boca. Dio
un par de sacudidas de cadera contra mí. Pude notar la dureza de su polla contra
mi muslo desnudo.
--¿Vas a ser mi puta de buena gana esta noche o tendré que obligarte?--masculló.
--Estoy... estoy deseando ser Su puta, Amojadeé contra su cuello,
avergonzándome de lo evidente que resultaba mi cachondez.
--Ya lo noto...--sonrió Él, dándome un cachete con controlada exactitud en la
mejilla. Aquella pequeña bofetada, lejos de dolerme, espoleó mis ganas de
sentirleme estás mojando la ropa con los jugos de tu coño...
Me retorcí bajo su cuerpo, terriblemente hambrienta de sus besos y de su voz.
--Lo siento, Amome disculpé, tratando de separar mi entrepierna empapada de su
muslo.
Pero él volvió a clavarme la rodilla entre las piernas.
--No me evites, zorraresollóme gusta sentir lo cerda que eres...
--Amo...--gemí, perdiendo el control, apretando su pierna entre las mías,
frotándome contra Éldisculpe a esta zorra, por favor, apenas puede
controlarse...
--¿Te he dicho yo que te controles?
--No, Señor...
Me di cuenta de mi error demasiado tarde. Una fuerte bofetada me cruzó la cara
haciéndome volver la mejilla sobre la almohada. Sentí deseo de llorar porque,
sin saber exactamente por qué, la bofetada me dolió más en el alma que en la
cara.
El Señor G me contempló y besó dulcemente la castigada mejilla.
--Llámame Amomurmuró--No te aviso más...
--Lo siento de veras, Amo, perdóneme, por favor...--me di cuenta de que estaba
sollozando.
--Tranquila, Nimbome apaciguó, volviendo a la carga con sus caderas, girándome
de nuevo la cara para volver a besarme.
Aquel hombre me estaba derritiendo, me estaba calando dentro, hasta lo más
profundo de mi ser más allá de la piel.
--Gracias, Amo, por su paciencia...--resollé agitándome contra Él, liberando mi
instinto de perra en celo.
--Pues no creas que tengo mucha...--sonrió contra mi mejilla, deslizando la mano
sobre mi estómago por debajo de la túnica-- a decir verdad no es una de mis
virtudes...
Se irguió unos centímetros por encima de mí y estiró el brazo hasta la mesita
que había junto a la cama. El destello de algo plateado entre sus dedos me hizo
retroceder.
--Tranquila--replicó, apoyándose sobre un codoSólo es una navaja...
Le miré con ojos desorbitados. Tranquila... sólo es un cuchillo de sierra...
hubiera podido decirme.
Ante mi atónita mirada, desplegó la hoja brillante y la acercó a mi pecho. Con
una media sonrisa perversa, asió con los dedos la tela de la túnica a la altura
del escote y deslizó la hola afilada sobre ella, rasgándola de parte a parte.
Gemí al sentir su aliento en mis pechos desnudos. Los pezones se me erizaron al
sólo contacto de su piel y su ropa cuando se inclinó de nuevo sobre mí. El
cuchillo ni me había rozado, y sin dejar de besarme volvió a plegarlo y lo dejó
al alcance de su mano sobre las sábanas negras.
--Mi pequeña, tengo ganas de azotarte...
Dicho esto, se puso de rodillas entre mis piernas y terminó de desgarrar la
túnica, agarrando los jirones del escote con ambas manos, tirando de ellos hacia
los lados con fuerza. Posó sus labios entre mis pechos y rodó con ellos hasta mi
estómago, donde me asestó un mordisco que juzgué demasiado controlado en
comparación con los anteriores.
--Oh, Amo...
Volvió a erguirse y de un salto se incorporó y abandonó la cama.
--No te muevas, pequeña, voy a por una cosa...
Se giró y se perdió en la oscuridad de la alcoba, lejos de la luz de la vela. En
cuestión de segundos regresó, llevando entre sus manos un látigo corto de varias
colas.
--Mira, zorritadijo, mostrándome el objeto para que lo contemplara de
cercaesta pequeña obra de arte la he fabricado yo mismo...¿Te gusta?
Fijé la vista en las colas de cuero trenzado, fuertemente entrelazadas en la
base, cada una de ellas terminada en una pequeña bola metálica bajo la que
sobresalía un extremo cortante. Por supuesto mi piel ya había probado varias
veces un látigo corto... pero verle a Él, empuñando con firmeza aquel mango de
cuero, desató en mí un furioso deseo hasta ahora desconocido. Me di cuenta de
que anhelaba que aquellas cuñas cortantes perforaran mi piel, sentir el aire
desplazado por el látigo al ser levantado, sentir su sombra cernirse sobre mí...
guiado por Su mano.
Mentiría si dijera que el primer azote se hizo esperar. Se notaba que el Señor G
tenía ganas; con cada golpe de látigo que recibía en mis pechos me parecía que
podía palpar su excitación.
Cada vez que las colas restallaban, una serie de marcas lineales, como pequeños
cortes superficiales, quedaban trazados en mí cruzando mis pechos de parte a
parte. El Señor G no mostró miramiento alguno para esquivar los pezones: los
azotó también en varias ocasiones, diría que con puntería.
--¿Qué tal, perrita?--preguntó cuando paró para tomar aire--¿necesitas que
frene?
Aquella pregunta me extrañó muchísimo.
--¿Que frene Usted?--inquirí.
El Señor G asintió mirándome, sus labios apretados en una mueca que los
convertía en una delgada línea cruzando su rostro.
--Sí, claro, no vas a ser tú...--se sonrió y meneó la cabeza, como si juzgara
increíble tener que explicarlo.
Me retorcí un poco sobre el colchón buscando una mejor postura porque el escozor
entre mis nalgas se estaba volviendo insoportable, bastante más que los azotes
recibidos en los pechos.
--No, Amo, está bien así...--qué rara me sentí alentándole...
--De acuerdoreplicó, y sin dejar pasar más tiempo volvió a la carga con el
látigo.
Esta vez empleó más fuerza y me los propinó más seguidos. Sentía que la sangre
corría con cada mordisco de aquellas colas con remaches cortantes; bajé durante
una fracción de segundo los ojos y lo comprobé.
Se inclinó sobre mí y me lamió los pechos con hambre. Dejó el látigo a un lado,
me sujetó de la cintura y pasó la lengua con suavidad por cada gota de sangre
que resbalaba por mi piel. Mientras sellaba mis pezones con los labios,
acariciándolos de cuando en cuando con los dientes, levantaba la vista y la
fijaba en mí: ojos serenos en comparación con la sonrisa perversa de deleite que
veía en sus labios y sentía sobre mi piel.
Lamía cuidadosamente mi sangre, la saboreaba y en lugar de tragarla subía hasta
mi boca y me la devolvía con un beso. Aquellos besos calientes en los pechos
sangrantes y luego en la boca me daban escalofríos. Su lengua era placentera
allí por donde pasaba, independientemente del escozor de los azotes.
Cuando mis pechos se habían convertido en un ramaje de trazos sanguinolentos, y
toda la piel de mi escote estaba reluciente de mi sangre y su saliva, se
arrodilló entre mis piernas y me agarró del pelo. Me miró y se mordió los
labios, con un destello oscuro en los ojos.
--Tengo ganas de follarte fuertemurmuró.
Jadeé y cerré los ojos. Acto seguido sentí que deslizaba los dedos bajo la parte
de mi túnica que aún quedaba entera y los hacía rodar, húmedos de su boca, entre
mis muslos temblorosos. Aquellos dedos se dirigieron con determinación a mi
sexo, lo acariciaron con deseo, con rudeza; El Señor G retrocedió unos
centímetros con su brazo para penetrarme con dos de ellos de manera brusca. Sus
nudillos se me clavaron en el periné y no pude evitar dejar escapar un gemido.
Mi voz rasgó el aire y aquel sonido de disfrute flotó entre nosotros; Él se rió
y me penetró con los dedos más fuerte y más rápido, presionando hacia dentro
como si quisiera llegar a mi útero.
--Ven, zorra...
Me separó más las piernas, me tomó de las caderas y las atrajo hacia Él para
acoplarlas a las suyas.
Escuché un sonido metálico cuando bajó la cremallera de sus pantalones, y la
caricia del cuero al descender por sus muslos. Pensé que iba a tocarme
directamente con su polla, que lo próximo sería sentirle dentro de mí... y culeé
esperándole sin poder estarme quieta. Tenía muchísimas ganas y, al mismo tiempo,
algo se estaba desmoronando en mi interior: una enorme muralla que caía sin
remedio, para bien o para mal, dejando sólo escombros ante la realidad de mis
sentimientos. Con cada piedra que caía mi alma se liberaba de un enorme peso,
pero también se sabía frágil como el papel de fumar.
Sentí ganas de gritar y de llorar cuando me la clavó. Su polla dura como un
garrote se abrió paso en mis entrañas sin encontrar resistencia. Sentí deseos de
arañarle la espalda, de tocarle, de abrazarle... pero no pude, claro; aún tenía
las manos firmemente atadas a mi espalda. En aquella postura, con las piernas
abiertas rodeando su cintura, tumbada sobre mis manos inmovilizadas, me hallaba
completamente a su merced.
Empezó a asestarme pollazos con una determinación férrea, embistiéndome a golpes
de cadera, a un ritmo tan rápido y virulento que me hizo pensar que le faltaba
poco para correrse. De pronto paró unos segundos, jadeo como tratando de
controlarse, y sin previo aviso me metió por el culo un dedo de su mano derecha.
Me penetró por detrás salvajemente con toda la extensión de su dedo, y yo no
pude contener un grito... que lógicamente ya no era de placer. Su dedo ahí
dentro me provocó un dolor agudo que no pude eludir, aunque me arrepentí mil
veces de no haber aguantado a pesar de saber que hubiera sido imposible.
El Señor G paró inmediatamente al sentir cómo culebreé para retroceder y al
oírme gritar.
--Nimbo, ¿qué pasa?--jadeó, sin sacar el dedo de mi culo. Por el tono de su voz
detecté que estaba extrañado, más que contrariado.
--Amo...--no supe qué decirle, no quería mentirle pero sí esquivar la verdad,
aunque eso no tenía sentido porque Él se iba a dar cuenta...
--¿Qué pasa?
Separó su torso de mí y sacó despacio su dedo de mi culo; apoyó las palmas de
las manos en el colchón como si me flanqueara con una jaula que era su propio
cuerpo. Me obligó a mirarle a los ojos.
--¿Qué pasa, Nimbo?--reiteró--¿te duele?
--Un poco, Amo...
Frunció el ceño con gesto de no entender y me dijo lo inevitable:
--Déjame ver...
Intenté resistirme, no quería darme la vuelta... pero una sola mirada Suya bastó
para que la orden fluyera clara, sin necesidad de palabras. Lentamente,
sabiéndome sentenciada, me arrodillé y me giré para que el Señor G pudiera
contemplar el destrozo que me habían hecho ahí detrás...
Tuve la esperanza de que fuera una lesión que pasara desapercibida, tal vez el
Señor G no se daría cuenta... pero aquella esperanza se convirtió en polvo
cuando le escuché detrás de mí, con una voz que me hizo temblar, preguntarme lo
que tanto temía:
--¿Quién te ha hecho esto?
No respondí. Estaba aturdida, no sabía qué decir.
--¿Qué es esto?--El Señor G iba entrando en un estado de ira por momentos. Le
temblaba ligeramente la voz--¿Nimbo, qué es esto?
--Un desgarro, Señor...--logré musitar. Estaba tan apenada y asustada, tan
avergonzada, que olvidé por un momento llamarle Amo como Él me había exigido.
Sin embargo no dio muestras de que aquello le afectara.
--Ya lo veo, joderrespondió con rabia--¿Pero de qué? ¿Es del día en que te
ayudaron a dilatarte? ¿Quién te ayudo?
Vacilé un poco antes de responder. No quería decir quién había sido, pero
tampoco que culparan a Samiq o a Simut, que me habían atendido y ayudado
invirtiendo en mí su tiempo y su experiencia.
--De esa noche, Amomurmuré sin querer mirarle.
--¿De esa noche? Vamos Nimbo, dime, ¿quién te lo ha hecho? No me hagas sacártelo
por la fuerza, por favor...--añadió, apremiante--¿Ha sido Samiq? ¿Simut? ¿Ha
sido alguno de tus hermanos? ¡Dime!
--Amo, preferiría no decirlo...
Temí cualquier reacción, un azote, una bofetada... pero tenía que intentarlo.
Era la verdad, me hubiera tirado a un río de lava antes de decirlo... entre
otras razones porque intuía las consecuencias que mi confesión traería.
--Nimbo, lo que prefieras tú, aquí no importa nadareplicó--exijo saber quién te
lo ha hecho.
--Amo...
--¡Nimbo!
--Prefiero que me castigue...--me mordí los labios, odiaba disgustarle.
Se levantó de un salto y comenzó a caminar a grandes zancadas, como un león
enjaulado, trazando círculos con sus pasos por la habitación.
--Está bien, está bien...--vi como trataba de calmarseA ver Nimbo, contéstame
sólo a esto... ¿Ha sido alguno de tus hermanos?
Quedé en silencio durante algunos segundos. Al ver que no contestaba, el Señor G
viró bruscamente, se colocó frente a mí y me zarandeó.
--¿Ha sido alguno de tus hermanos?--reiteró, elevando el tono de voz. Nunca le
había visto tan enfadado... a decir verdad, me di cuenta de que nunca le había
visto enfadado.--No puedo permitir que manipules esto como quieras, Nimbo; te
juro que como no me contestes mañana a la salida del sol estarás fuera de
aquí... No quiero una esclava que no sepa deberse a mí.
Asentí debilmente.
--Tiene razón, Amomusitéperdóneme, por favor...
--Nimbo--pronunció mi nombre con una inflexión raraestoy al borde de mi
límite... ¿ha sido alguno de tus hermanos en pruebas, o no?
Exhalé el aire que había contenido aterrada.
--Sí, Amo...
--Bien.
El Señor G se puso los pantalones, y a pecho descubierto abandonó sus
habitaciones indicándome que le siguiera.
--¡Simut! ¡Samiq!--vociferó, golpeando con furia las puertas que guardaban las
habitaciones de mis hermanos--¡Niobe! ¡Todo el mundo fuera!
Poco después se escuchó un crujir de pasos vacilantes, un abrir y cerrar de
puertas cuando mis hermanos, despertados de aquella manera súbita, abandonaban
sus respectivas habitaciones sin saber lo que estaba pasando.
--A la sala principalbramó el Señor G, imprimiendo la energía de la furia a
cada uno de sus pasos--¡Todos!
No me atreví a levantar la mirada del suelo mientras ellos nos seguían. Traté de
quedarme atrás pero el Señor G no me dejó rezagarme.
--Nimbo, ¿a qué esperas?--me recriminótú también.
Llegamos a la sala principal y El Señor G nos hizo entrar con un rictus de
disgusto, cerrando de golpe la puerta a nuestras espaldas.
Una vez dentro me cogió del brazo, apartándome del resto, y le indicó a mis
hermanos que se colocaran de pie frente a nosotros, bajo las cadenas que pendían
del techo colgando más o menos hacia el centro de la habitación.
--Nimbo--pronunció, en tono de voz deliberadamente bajo, como si temiera
alterarse másahora es muy importante que me contestes sinceramente...
--Sí, Amoasentí, mientras vi cómo avanzaba hacia mis hermanos y se colocaba
junto al Dorado, sin mirarle.
--¿Ha sido Simut?--preguntó con claridad.
Ya sabía lo que por lógica ocurriría.
--No, Amoadmití con lágrimas en los ojos.
El Señor G se aproximó al Plata y lo señaló con frialdad.
--¿Ha sido Samiq, Nimbo?
--No, Amonegué con la cabeza.
El Señor G cerró los puños hasta que sus nudillos tomaron el color de la cal. Se
alejó del Plata y se colocó junto a Niobe.
--Entonces no me queda otra posibilidad...
Guardó silencio unos segundos, como si esperara que alguien confirmara la
sencilla deducción.
--Pero tengo que preguntártelo, Nimbomurmuró, agachando la cabeza con un gesto
de decepción profunda--¿Ha sido Niobe la que te ha causado esa lesión?
Alcancé a ver cómo Samiq y Simut intercambiaban una mirada de no entender nada
de lo que estaba pasando.
Asentí débilmente con la cabeza. El Señor G se acercó a mí.
--Nimbo, por favormasculló en mi oídonecesito que me digas un Sí o un No.
Tan simple como eso...
Suspiré y clavé la mirada en el suelo. Mi peor momento había llegado. Pero me
debía al que podría ser El Amo que me poseyera, y tenía claro qué era lo
correcto en ese sentido.
--Sí...
Aquella afirmación que salió de mis labios, pronunciada con voz temblorosa, fue
suficiente para el Señor G, que taladró a Niobe con la mirada y a continuación,
bullendo de ira, contra todo lo esperado se dirigió a la puerta para abandonar
la habitación.
--Esperad aquígruñó, y salió dando un sonoro portazo.
Un silencio sepulcral se inflamó entre nosotros, conforme el eco de los pasos
del Señor G se fue desvaneciendo.
No me atreví a levantar la vista del suelo, no quería mirar a ninguno de mis
hermanos. Quién podría saber lo que en aquel momento ellos pensaban de mí...
acababa de vender a una hermana, eso era lo peor que podía yo hacer... era algo
abyecto y rastrero.
Pasaron unos minutos interminables y recuerdo que fue Samiq quien, como no,
rompió el denso silencio.
--Me imagino que El Amo habrá querido ahorrarle a Nimbo la humillación de
mostrar lo que le has hechoescupió con veneno, girándose hacia Niobeno sé lo
que es aunque puedo imaginármelo...
Me sentí tremendamente pequeña, me hubiera gustado contestar algo pero no se me
ocurría qué decir. Deseé que la tierra me tragara.
--No te importareplicó la Plata. Aunque en su voz se apreciaba su chulería
habitual, también se detectaba un nervioso aleteo.
--Oh, desde luego que sícontinuó Samiq, impelido a dar su opinión
abiertamenteclaro que me importa, y mucho; Nimbo me importaconcluyó, para mi
asombroy espero sinceramente que pagues.
--¡Ja!--graznó la Plataya te gustaría a ti verlo, ¿verdad?
--Te aseguro que ni Samiq ni yo tenemos esa necesidadintervino Simut, con
reposada serenidadlo que en realidad nos gustaría es que nada de esto hubiera
ocurrido, pero ya es tarde para eso. ¿Qué es lo que has hecho?--preguntó.
Me armé de valor y levanté la vista para mirar a Simut. Por el brillo de sus
ojos pude ver que todo aquello le dolía. Samiq estaba que echaba chispas,
mordiéndose la lengua de una manera casi literal.
--¿Por qué le has hecho daño?--reiteró Simut, buscando la mirada de Niobe.
Ésta sonrió amargamente y agachó la cabeza.
--No tengo por qué darte explicacionessilbó entre dientes.
--No, claro que noterció Samiq sin poderse controlarcomo tampoco se las habrás
dado a Nimbo. Espero que paguesreiteró con rabiade verdad. Y sí, no me
importaría verlo.
El lapso de silencio que se hizo tras esta afirmación fue suficiente para
escuchar un ruido de pasos que se acercaban: el Señor G regresaba de nuevo a la
estancia principal.
Con terror me pregunté qué pasaría a continuación; qué destino le aguardaría a
Niobe tras mi confesión, cuándo terminaría todo aquello... Odié aquel fatídico
momento para el que ya no había vuelta a atrás... había perdido la oportunidad
de estar con el Señor G aquella noche, de que Él gozara de mí a su antojo y como
quisiera; cuánto me hubiera gustado sentir un orgasmo Suyo... y tal vez Él me
hubiera permitido a mí, aquella vulgar esclava en pruebas, dejarme ir también
con Él...Nunca lo sabría. Odié ese momento, esa noche, cómo la odié.
Pero como ya imaginan, lo que ocurrió cuando el Señor G cruzó de nuevo la puerta
es otra historia... y por supuesto, tengan por seguro que en breve se la
contaré.