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Mujer sola (1)

en Hetero: General

LA MUJER SOLA, 1ªparte

A veces pienso que por las ideas que rondan mi cabeza deberían detenerme. No sólo detenerme; deberían encerrarme.

Afortunadamente controlo mis instintos y quiero pensar que eso me convierte en alguien inofensivo para el resto de la humanidad.

Quiero contarles algo que me ha ocurrido. Aquí puedo hablar libremente porque nadie me conoce, y eso convierte "el agua en vino", lo cambia todo. Porque puedo ser una zorra sin pudor, incluso puedo disfrutar mientras escribo. Nunca nadie va a saber quién está al otro lado, quien habla de estas fantasías tan oscuras y potentes, adictivas como el opio.

Soy una mujer joven, de entre treinta y treinta y cinco aunque paso por bastante menos, y dicen que guapa a pesar de que yo me considero bastante normal. A mi parecer tengo el culo demasiado grande, pero claro, todos tenemos nuestras manías ante el espejo. Mis pies son horribles, nunca llevo sandalias. Pero no es de mi culo ni de mis pies de lo que quiero hablarles.

Confieso que tengo un problema. Me cuesta excitarme con hombres de mi edad. No sé por qué.

Me excito con hombres mucho más jóvenes que yo.

Mucho. "Mucho" más jóvenes, y "mucho" me excito.

Es complicado hablar de esto porque, entre otras cosas, nadie lo sabe. Me da asco la pederastia y me da miedo que me tomen por alguien que cae en ella…aunque a mí, desde luego, no me excitan los niños. Me excitan los jóvenes que están despertando. Los que ya no tienen inocencia. Los que parecen tímidos pero, cuando te miran a los ojos, ves que se matan a pajas continuamente a escondidas de su madre, en la soledad de su habitación, durante una noche aplastante y caliente en la que apenas pueden respirar. Ahora ya no amontonan revistas porno debajo de sus camas porque en internet hay un amplio mercado de tetas y culos disponibles, pero sus hormonas van y vienen, la imaginación permanentemente alerta, igual que su maravillosa entrepierna que les traiciona incluso en lugares públicos.

Me excitan esos proyectos de hombre que sin haber pasado de inseguros tocamientos con sus novietas me miran el culo como si se les fueran a salir los ojos de las cuencas.

Por supuesto no se me nota nada. Me hago la tonta y se me da fenomenal.

Jamás propondría a ningún muchachito nada indecente. Me moriría sólo de pensar en aprovecharme de él. Pero me mato a pajas yo sola pensando que me echa un polvazo, el primer polvazo de su historia, el que suelta la explosión de tanto sexo austero entre paredes manchadas de semen, el que libera toda esa energía acumulada. Se calienta hasta que le burbujea la sangre bajo la piel, y esa energía explota debajo de su ombligo cuando pierde el control justo antes de correrse, como una supernova, y él gime, engarfia las uñas en mi carne, se retuerce, gruñe, grita.

Como decía antes jamás he hecho proposiciones. El problema es que, en alguna ocasión, me las han hecho a mí.

El verano pasado conocí a Varu. Varu es un chico adorable y tímido, de esos que siempre miran para abajo y tienen un tono de voz que les queda grande, me refiero a esas voces profundas que se pierden en monosílabos a los dieciocho años de edad: "Sí" "no" "qué" "tú"…encantador. Una voz como una campana de bronce en una garganta terriblemente masculina que su portador aún siente como prestada, lo que empaña sus palabras de cierta vergüenza.

Cuando le vi la primera vez, en la piscina comunitaria de la manzana donde vivo, tuve que apartar la vista.

Era como el sol.

Me deslumbró, no pude acercarme a él ni siquiera con los ojos. Deseé salir huyendo, porque lo que me cruzó la mente, al igual que esa energía que envaraba mi columna vertebral incluso al darle la espalda, me hicieron sentir como una jodida enferma mental.

"No le mires, dios mío" pensé. Estaba su familia delante y me dio pánico que se me notase algo. Me horrorizó excitarme, lo juro; a lo mejor no les parece tan grave pero a mí me lo pareció. Ese fuego tan potente, tan instantáneo…no podía ser "normal". Sentí hasta pena por él, que era totalmente inconsciente de las fantasías que una vieja verde entretejía en torno a su persona al primer golpe de vista.

"No le mires…"

Pero por el rabillo del ojo, haciendo que estaba a mis cosas, distinguí sus elásticos movimientos, su sonrisa demasiado tímida y dulce para esa boca tan grande, sus gestos. Escuché como se reía y cómo sus brazos hendían la superficie del agua de la piscina mientras nadaba con su hermana pequeña. Sentí, de alguna manera, sus ojos adheridos a mi espalda, recorriendo mis piernas y mi culo de hito en hito.

Ahora pienso que de alguna forma "conecté" con él mediante un proceso que desconozco, y que él se dio cuenta de inmediato de mis hervores internos. De mi agitación. Y supo que era él quien me agitaba, y eso le puso nervioso. Nadie más se dio cuenta, sólo él y yo.

Ni siquiera cruzamos una palabra. Pasamos el uno al lado del otro sin hablar, él para coger una toalla, yo para meterme en el agua con un calentón de mil demonios. Sentí auténtica electricidad mientras casi rozó mi hombro al pasar junto a mí, su mirada perdida en las olas de césped. Desde ese momento los dos intuimos que había "peligro", ahora lo sé.

Me sentí tan sorprendida y tan mal por haberme excitado de esa manera, que después de aquel día pasé mucho tiempo sin volver a la piscina.

"No tiene nada de malo" puede pensar alguien que lea esto. Sí que lo tiene. Varu tenía dieciocho años y yo treinta. De hecho yo no sabía en ese momento la edad exacta que tenía él, lo que me daba más miedo todavía. Pero intuía que no llegaba a los veinte, eso seguro.

Estaba asqueada de mí misma, de verdad. Y además, me conozco, y…aunque me hago la tonta, sé que soy una zorra y haría lo posible por establecer contacto, aunque sólo fuera diciendo hola (decir "hola" puede ser el acto más sucio del mundo si se hace con malas intenciones), incluso parecer una mansa borreguita cuando por dentro soy un lobo. He dicho un lobo y no una loba adrede. El lobo es el que se come al cordero, el depredador. Llegué a sentirme así.

Pero señores, ya saben cómo son estas cosas. Necesitaba volver a verle. Durante los días que estuve sin bajar a la piscina me pasé horas pensando en él. Le imaginaba masturbándose, agarrándose la polla con mano firme, dándose placer violento, sin ninguna piedad, los ojos cerrados, el sudor resbalando por su abdomen contraído y plano como una tabla. Le imaginaba apretando los dientes para no gemir mientras yo le comía la polla y se la meneaba fuerte contra mi lengua. Le imaginaba sufriendo de deseo con unas ganas locas de follar como una alimaña, hasta que por fin se descargaba dentro de mí cuando ya no podía aguantarse más.

Tenía pensamientos muy turbios que me hacían sentir culpable. Pero claro…necesitaba volver a verle.

Así que comencé a bajar de nuevo a bañarme en la piscina, convencida de que todo esto quedaría en una fantasía de la que nadie nunca sabría nada. Al fin y al cabo, me decía, sólo con pensar no hago daño a nadie…

Todo esto se perdió en agua de borrajas y comenzó a írseme de las manos el día que hablamos por primera vez.

Resultó que el día más insospechado, a la hora más tonta—las tres de la tarde, cuando el socorrista cierra la piscina para ir a comer—él bajó a buscar algo. Me pilló completamente de sorpresa. Estaba mal visto que los vecinos se saltaran la valla para entrar en la piscina fuera del horario establecido, cosa que yo hacía a menudo, y por eso casi di un brinco de susto cuando sentí chirriar las alambradas, como si alguien se encaramase a ellas. Abrí los ojos y me giré por instinto, y nos encontramos cara a cara. Inmediatamente miró al suelo, diría que hasta palideció, y comenzó a caminar aparentemente muy decidido una vez dentro del recinto de la piscina.

Pasó por mi lado y…

Me obligué a decirle:

--Hola.

Sonreí al hacerlo. No pude evitarlo.

--Hola—me contestó, levantando los ojos hacia mí. Su mirada duró lo que dura el aleteo de una libélula. Y siguió andando.

Observé con disimulo sus movimientos. Inclinado sobre el césped, en una postura totalmente felina, parecía buscar algo con minuciosidad, algo pequeño. Me sonreí de nuevo. Resultaba tan encantador…

De pronto se irguió y…dios mío, se dirigió con paso vacilante hacia mí. El corazón se me subió a la boca y eso me indignó, me cabreé muchísimo conmigo misma por ser tan idiota.

--Perdona…--me abordó con su voz de campana, frunciendo los ojos para mirarme a la luz del sol--¿Has visto una cadena por aquí?

--¿Una cadena?—pregunté. La voz me salió ronca.

--Sí…una cadena…pequeñita…dorada.

Dibujó una forma sinuosa en el aire con las manos.

--Ah…--respondí, sin poder evitar mirarle la boca—no, creo que no. ¿Se te ha perdido?

Pregunta estúpida pero no podía dejarle marchar. Ya me entienden.

--Es de mi hermana—me explicó, encogiéndose de hombros—se le ha debido caer. Está que no para de llorar, le gustaba mucho.

--Oh, vaya…

Ponerse a buscar una cadenita mínima de oro en una piscina es como buscar un grano de sésamo en el Serengueti, podrán imaginarse. Aún así, me mostré muy optimista. Puedo parecer el ser más positivo de este mundo si me lo propongo.

--Bueno, si se ha bañado en la piscina puede ser que la haya perdido en el agua…

El chico asintió.

--Puede ser. En el sitio donde teníamos las toallas no parece que esté, eso está claro.

--Pues miremos en el agua.

Me levanté de mi asentamiento en la tumbona y me acerqué resuelta al borde de la piscina. No pasó mucho tiempo hasta que distinguí un pequeño resplandor dorado por debajo de la superficie plana y tranquila.

--Mira, ¿no es eso de ahí?—señalé, hablando en voz baja como si el agua fuera a encresparse por oírme.

--Ey, es verdad—asintió, acercándose al borde de la piscina—brilla algo…

Se quitó la camiseta y se me cortó la respiración.

--Espera, espera…--rocé su brazo con la punta de los dedos. Juro que me costaba respirar, pero ¡ay! Son ya muchos años haciéndome la tonta de puta madre—hay que entrar al agua despacio, si no, se moverá y la perderemos…

Encontrar pequeñas baratijas como pendientes y tuercas bajo el agua es algo en lo que tengo experiencia, sabía de lo que hablaba. Es lo que tiene no quitarse las joyitas para bañarse.

--Hay que entrar despacio…--repetí, acercándome al borde del agua. Hacía un calor abrasador y la verdad era que no me importaba meterme—ya entro yo, tú sigue mirando. No la pierdas de vista.

--Pero no hace falta…

Metí un pie en el agua helada.

--No te preocupes, iba a bañarme de todas formas. Tú estarás a punto de comer, ya entro yo. Tranquilo, tú sigue mirándola por si se mueve.

Me senté sobre el bordillo apartando por fin los ojos de su torso desnudo, y me deslicé dentro del agua tratando de desplazarla lo menos posible.

--Vale…

Caminé por el fondo muy despacio, metida tan solo hasta la cintura. Ahí la tenía a mis pies, su brillo dorado distorsionado por las olitas que levantaba a mi paso.

--Creo que la tengo…

Me sumergí y abrí los ojos dentro del agua. Ahí estaba. La cogí y salí a la superficie con la cadena en la mano.

--Toma—le sonreí, al tiempo que me acercaba a él y se la tendía—ya puedes animar a tu hermanita…

Sonrió y se inclinó sobre el agua, extendiendo un brazo firme para coger el objeto.

--Muchas gracias—murmuró tímidamente—de verdad.

"Gracias a ti" me hubiera gustado decirle, pero mis ojos se hubieran tornado lascivos.

--No hay de qué—respondí sin embargo.

--Joder que no—contestó para mí sorpresa—claro que sí…

Me lanzó una sonrisa cargada de algo…cargada de intención, que por poco me mata. Me dijo adiós con la mano, murmuró un hasta luego sin dejar de sonreír y se alejó en dirección a su casa.

++++++++++++++++++++++++++++++++++++

Desde aquel día nos saludábamos siempre que nos veíamos, y seguíamos jugando a lanzar sonrisas cada vez más osadas. Yo notaba que fluía algo de él hacia mí, pero me esforzaba en pensar que era simple juego, que no era ni remotamente parecido a lo que pasaba en mis sueños y en mis fantasías empapadas.

Yo no tenía derecho a desear lo que deseaba. Una parte de mí se moría por tontear con él por puro placer, pero siempre bajo la certeza de que hacerlo no tendría consecuencias.

Pero las tuvo.

Nos veíamos a diario, nos saludábamos y en ocasiones charlábamos un poco. Sólo charlábamos cuando estábamos solos, cuando ya se había marchado la gente.

Yo seguía transgrediendo la norma del horario y bajaba a bañarme cuando me venía en gana, y alguna vez él saltó la valla para darse un chapuzón. Vivíamos aquellos encuentros como fortuitas coincidencias, pero aquellas veces en las que estábamos solos nos revolcábamos en el placer de hablar. Hablar de cualquier cosa.

Varu era prácticamente un adolescente, tardío pero un adolescente, y a esa edad siempre hay multitud de cosas que contar. Cosas que tal vez no cuentas a tus padres, pero sí a alguien de más edad que se abre a ti. Yo no tengo hijos, por eso lo sé. A estas alturas de mi relato tal vez no debería decir a lo que me dedico, pero lo haré: soy profesora. Por eso sé que los chavales hablan, hablan pero no con sus padres. Hablan en cuanto les das la mínima oportunidad.

Y a Varu le gustaba hablar. Le gustaba contarme cosas.

Cuando vio que no me escandalizaba con la primera historia de una borrachera intempestiva, pasó a contarme sus hábitos, sus gustos. Yo en ocasiones le hacía alguna pregunta, o asentía cuando él esperaba una respuesta de mí—o negaba—pero la mayor parte del tiempo le escuchaba en silencio. No podía evitar mostrar un tremendo interés. Me interesaba su vida, y también sus preocupaciones. Me volvía loca saber cosas de él; cuanto más me contaba, más quería yo saber, más quería acercarme.

Varu no podía creer que yo conociera los mismos grupos de música que le gustaban a él, debería considerarme una carroza. Abría los ojos como platos cuando yo le decía que también me gustaba NOFX y Bad Religion. Entre nuestras almas se trazó poco a poco una sutil energía que vibraba en la misma onda. Éramos bastante parecidos…y eso le sorprendía. También le ponía nervioso, se le notaba. Y también le gustaba que nos pareciéramos, porque a esa edad es fácil colocar iconos de admiración en otras personas. Y él me admiraba a mí, yo estaba segura, aunque aún a día de hoy desconozco por qué.

A pesar de que lo pasábamos genial con esas charlas, yo me empeñaba en la idea de que simplemente le parecía una "abuelita" simpática y anormalmente moderna, e inteligente. Yo me sentía admirada, pero pensaba que no le atraía. Que esa admiración era platónica, no sexual. Que no procedía del deseo sino de la curiosidad, tal vez. No sé si me entienden.

Yo era alguien con quien él se sentía a gusto y nada más; he tenido esa sensación muchas veces, con chavales a los que he dado clase, y me agrada, pero no hay nada más allá.

Inevitablemente, un día me preguntó a qué me dedicaba.

--¿De verdad?—no podía creerme cuando se lo conté--¿y dónde trabajas?

--Para no ir, supongo…--contesté con una carcajada irónica.

--Nooo… ¡al revés!—exclamó con sincero entusiasmo--¡me encantaría tener una profesora como tú!

"No sabes lo que estás diciendo" sonreí para mis adentros, y debí de poner una cara como la de "el gato que se comió al canario y decía yo no he sido". Plumas amarillas me salían de la boca mientras contenía el aire a dos carrillos.

Opté por cambiar de tema y hablamos de otras cosas. Me hablaba de sus amigos, de sus padres, de lo que le gustaba y lo que no; le apasionaba expresar lo que pensaba. En realidad, se apasionaba con facilidad por casi todo. Eran conversaciones maravillosas, la verdad. Yo sentía que aprendía mucho de él cuando le escuchaba.

Un día me dijo, como quien no quiere la cosa, algo como "porque tú y yo somos amigos, ¿no?". Yo no le dije nada, pero debió de pensar que el que calla otorga, porque al día siguiente de firmar ese acuerdo tácito me pidió un "favor de amigo".

Me pidió un pequeño favor sin importancia. Claro, sin ninguna importancia. Dejando aparte el detalle de que soy un lobo disfrazado de señora simpática y amable. Pero desde luego, eso yo no iba a descubrírselo…aunque, ahora que lo pienso, quizá no hubiera hecho falta. Quizá él sabía desde el principio lo zorra que yo era. De tonto no tenía ni un solo pelo.

--¿Puedes ayudarme con las matemáticas?—me soltó. Ese era el favor, claro—suspendo siempre y mis padres me han puesto un profesor, pero no le entiendo…

Inmediatamente pensé "ni se te ocurra, Lidia" (Lidia es mi nombre, que me acabo de dar cuenta de que no se lo he dicho a pesar de todas las cosas que les he contado ya). Mi cara debió de transfigurarse, porque inmediatamente se echó para atrás.

--Quiero decir, no que me des clases ni nada…sólo explicarme algunas cosas, ya sabes…

Se le veía apurado.

--No, no, tranquilo…--la tentación era muy grande—No te preocupes…

--Pero no quiero ser molestia…

--¡No eres molestia!—exclamé. Dios mío, en qué lío me estaba metiendo—tranquilo, claro que te puedo echar una mano. ¿Qué es lo que no entiendes?

Sonrió con todos sus dientes y con eso terminó de fulminarme.

--¡Nada!

Me eché a reír.

--¿Cómo que nada?

--Nada en absoluto—respondió, con un brillo juguetón en los ojos.

--Bueno…--suspiré—entonces habrá que ponerse a ello…

Soy la peor persona del mundo. Por eso le dije, por supuesto, que se pasara por mi casa. Ya he dicho que vivo sola y…mi mente me decía que en mi casa Varu se concentraría mejor, pero mi instinto sabía que lo único que quería era llevarle a mi guarida. Mi deseo real era tenerle ahí capturado, aunque fuera porque él quisiera, sólo para mí. Deseaba tenerle cerca en soledad.

Quedamos para aquella misma tarde, sobre las nueve, cuando se hubiera ido un poco el calor. El verano es mala época para estudiar, hay que aprovechar las mejores condiciones y las horas más frescas…sí, claro, una excusa barata muy creíble que me venía como anillo al dedo.

Me marché a casa sin poder quitarme de la cabeza su sonrisa. Imaginé que le besaba, que se acercaba a mí, que le presionaba los labios para acto seguido lamérselos con hambre, que su lengua latía y jugaba caliente dentro de mi boca. Imaginé que un beso daba paso a otro y que nos desvestíamos con ansia—pero con mucho cuidado—camino al dormitorio, sin dejar de acariciarnos, sin dejar de comernos. Imaginé que caíamos en la cama y gozábamos desnudos tocándonos por todas partes, que me exploraba con sus dedos al principio con inseguridad, luego con deleite; imaginé que se atrevía a rendirse y a disfrutar de mí, mientras yo disfrutaba como una cerda de él y le lamía todo el cuerpo.

Me tumbé en la cama en cuanto crucé la puerta de mi casa. De forma urgente, casi dramática, me metí en el coño lo primero que encontré a mano y casi acto seguido me corrí de forma brutal, imaginando que él me follaba. Pensar en violentos embates, en la penetración profunda de su miembro duro hasta el mismísimo útero me hizo enloquecer…

Varu llegó a casa a las ocho y media, treinta minutos antes de lo previsto. Preparé un par de coca-colas y mientras él abría su cuaderno agarré a fumar como una descosida. "Varu, cariño, ¿qué hace un chico como tú en un lugar como este?... ¿no quieres irte?...deberías."

--Funciones—sentenció con una sonrisa de orgullo, al tiempo que me mostraba unos gráficos ininteligibles en su cuaderno—Funciones infumables.

Reí, nerviosa como nunca.

--Vale…

Respiré hondo y traté de serenarme. Me miraba atento, y eso me distraía pero a la vez me ayudaba a no perder el hilo, era extraño. Me distraía porque me perdía en sus ojos, abiertos y enormes como estanques dorados. Comencé a explicarle y me introduje en sus ojos analizando cada manchita verdosa del iris, cada puntito cercano a la pupila, profundizando hasta que creí alcanzar su mente.

Él sonreía tranquilo porque al parecer comprendía lo que yo le explicaba. Se me da bien hacerlo, son muchos años de profesión ya. Once, para ser exactos. Repito mucho, hablo despacio, cambio las palabras, hago dibujos. Los chavales me entienden bien.

--¿Cómo lo has conseguido?—me preguntó, ojoplático, cuando íbamos por el quinto o sexto ejercicio.

--¿Conseguir qué?

--¡Que por fin lo entienda!—sonrió, destrozando una vez más la muralla que yo me empeñaba en levantar—no lo he entendido nunca, no lo he entendido durante meses, y ahora llegas tú y en una hora me lo explicas…y…lo veo tan claro…

--No pensabas que fuera tan fácil, quieres decir—le animé.

--No, es verdad. Pensaba que era imposible.

Reí de nuevo para descargar tensión. Me sentí bien.

--Pues ya ves que no…

Y pasamos al tema siguiente. Límites. Poco a poco, con claridad, de abajo a arriba. De arriba abajo. Analizando el por qué de las operaciones. Trazando números sobre la cuadrícula del papel. Mis manos sudaban y mi pecho se encogía cuando le sentía cerca, cuando alargaba el brazo por encima de los míos para coger un lápiz, cuando me paraba en medio de la explicación para preguntarme algo.

Las horas fueron pasando sin darnos cuenta. Funciones, límites, sucesiones. Gráficas, borrones, números, síes y noes.

Cayó la noche a través de las ventanas, enturbiando el azul de un cielo bochornoso y encapotado, cargado de calor, sofocante. De pronto un fogonazo nos sacó de nuestro ensimismamiento.

--Vaya, va a haber tormenta eléctrica…--murmuré, a tiempo para escuchar el estruendo del trueno que confirmó mis palabras.

Varu levantó los ojos del libro.

--Sí…

Sonrió. Le gustan las tormentas, como a mí.

--Oye…deberías llamar a tus padres o algo—sugerí—a ver si se van a preocupar, llevas aquí mucho tiempo.

Apartó un mechón de cabello de delante de sus ojos con displicencia.

--No, no se preocuparán—replicó con una sonrisa pícara—saben que estoy estudiando.

--¿Saben que estás aquí?—pregunté con cierto apremio. El tono de mi voz sonó demasiado miedoso, demasiado culpable.

--No—su sonrisa se amplió—no saben que estoy aquí. Creen que me he ido a estudiar a casa de un amigo.

--Ah…--asentí, trémula—pero… ¿y por qué no les has dicho que venías aquí?

--No lo sé—respondió encogiéndose de hombros—pensaba hacerlo, pero al final les he dicho otra cosa.

"No tienes ni idea de lo reveladora que resulta esa respuesta" pensé amargamente, agitada.

--Vale…--repliqué como si no me importara--¿quieres cenar algo, tienes hambre?

"Yo sí. No sabes cuánta".

--No, gracias…--respondió educadamente, con un destello de dulce timidez—estoy bien.

--Bueno…cuando quieras descansar un rato me lo dices.

--Vale—sonrió.

Y continuamos.

Los truenos retumbaban acercándose, y pronto hicieron temblar los cristales de las ventanas. Estrías de relámpagos brillaban como garras eléctricas hendiendo el cielo, rasgando la opacidad de las nubes de parte a parte.

Dábamos el primer repaso a las funciones trigonométricas cuando, de repente, se fue la luz.

 

…CONTINUARÁ.

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