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Nuestra perra-VII

en Dominación

                                                                  Nuestra perra-VII

--Punto uno—comenzó Inti, aclarándose la voz—“aceptas todas estas condiciones desde la libertad y por propia voluntad”. Esto ya lo hablamos antes—añadió—se presupone que esto es un pacto entre personas adultas.

Esther asintió, comprendiendo.

--Es importante que esto quede muy claro—recalcó Inti, apartando la vista de los papeles para mirarla. A ella le pareció que le taladraba los ojos—No se te está forzando a nada, nadie te está obligando a aceptar.

--De acuerdo—musitó ella—sí, está claro.

--Bien. Punto dos—continuó Inti. Jen permanecía en su sitio, mirándole con atención, sin hablar—“En cualquier momento que lo desees podrás irte. Si decides marcharte quedará anulado el pacto, y por tanto también renunciarás a los beneficios que se te ofrecen: dormir bajo este techo, comida, tu espacio en esta casa y todas las cosas que hayas conseguido aquí”.

Hizo una pausa y miró a Esther. Ella asintió con prontitud.

--¿Está claro?

--Sí…

--Continúo—prosiguió Inti—si tienes alguna duda, párame.

--Vale…

--Punto tres—dijo—“Aceptando estas condiciones te entregas a nosotros. Serás nuestra. Te convertirás en algo de nuestra propiedad. Haremos contigo lo que se nos antoje y tú te limitarás a obedecer. Si transgredes esta norma, el pacto se romperá de inmediato y tendrás que salir de la casa en ese mismo momento, quedando tu relación con nosotros completamente anulada”.

Despegó los ojos del papel para lanzarle una mirada significativa a Esther.

Ella asintió nuevamente. Se encontraba ligeramente mareada.

--Punto cuatro—carraspeó Inti, volviendo a leer—“Mientras estés aquí serás tratada como una perra, y por tanto te dirigirás a cada uno de nosotros con la palabra “Señor” precediendo nuestro nombre, y tal vez posteriormente, a criterio nuestro, con la palabra “Amo”. Nos reservamos el derecho de educarte, corregirte y moldearte a nuestro placer, sin deberte por supuesto ninguna explicación al respecto. También nos reservamos el derecho de castigarte o compensarte cuando lo creamos oportuno”.

--Entiendo…

--¿Sigo?

--Sí, por favor…

--Punto cinco: “Que tratemos de ser coherentes contigo no significa que tenga que existir un motivo para hacer lo que queramos contigo, incluso infligirte dolor ya sea físico o emocional. Basta con que queramos hacerlo, nada más. Estarás siempre sujeta a nuestros deseos y nuestras manías, en cuanto a esto y en la convivencia diaria.”

--Pero… ¿Dolor físico? ¿Dolor emocional?—inquirió Esther, asustada, retrocediendo.

--En el punto siguiente se detalla—murmuró Jen, señalando con la barbilla el papel que sujetaba Inti.

--Así es—respondió este—Punto seis: “No se te lesionará intencionadamente. Se respetará tu integridad física dentro de los límites vitales. No se te golpeará en ningún punto vital, no se te dañará en la cabeza ni en el cuello, no se te tocará ningún órgano interno, no se te impedirá respirar, no se te aplicará fuego directo sobre la piel.”

Esther tembló visiblemente.

--Punto siete—Inti tomó aire antes de continuar—“Recibirás todo tipo de humillaciones verbales… sin límite—hizo una pausa deliberada para mirarla, comprobando que el hermoso rostro palidecía a velocidad de vértigo—se te podrá marcar, tanto con hierro candente como cuando seas castigada. Serás azotada cuando consideremos oportuno, con nuestras propias manos o con cualquier objeto lacerante o contundente. Serás castigada en las nalgas, la espalda, los brazos, los pechos y las piernas dependiendo del instrumento en cuestión; no se te castigará nunca en el abdomen ni en el cuello, ni tampoco en el tórax más allá de los pechos. En ningún momento tu vida correrá peligro”.

Inti respiró.

--¿Alguna duda de momento?

Esther negó con la cabeza, cada vez más pálida y temblorosa.

--No… está todo muy claro.

--Bien—repuso Inti—continúo entonces. Punto ocho: instrumentos de castigo. “Podremos usar indistintamente cualquiera de los objetos que a continuación se nombran. Si uno de nosotros juzgara apropiado usar otro objeto diferente, tendría que ponerlo en común con los otros dos Amos restantes. Los objetos que podemos usar libremente son:

De nuevo se detuvo. Empezaba a disfrutar con las reacciones de espanto de Esther, que iban en crescendo mientras su rostro se transfiguraba.

--Son…--volvió los ojos al papel, tratando de disimular una sonrisa de regodeo—Varas de diferente material y grosor, rígidas o flexibles, por supuesto fustas. Palas de cualquier tamaño y material. Pinzas lisas o dentadas, de plástico, madera o acero. Cualquier tipo de látigo, ya sea largo o corto, de una o varias colas.  Agujas de todos los calibres, y otros objetos punzantes como alfileres, cuchillos o cristales, siempre teniendo en cuenta el punto seis. Objetos ordinarios como tablas de cocina  reglas o zapatillas también serán adecuados para inculcarte disciplina cuando estimemos necesario”.

--Esther…--cortó Jen—Todo esto así dicho parece… pero no…

Ella meneó la cabeza casi con violencia. Empezaba a darse cuenta, a vislumbrar apenas el contorno de aquel lugar tenebroso donde se estaba metiendo. Y quería saber más.

--Es igual—musitó—está bien saber todo esto. Inti, ¿puedes seguir, por favor?

El aludido sonrió levemente.

--Claro. Punto nueve—leyó en voz alta, señalándolo sobre el papel—“Se te podrá privar temporalmente de el sentido de la vista, oído, y tacto. También se te podrá privar de hablar y del movimiento, y para esas ocasiones deberás pensar con nosotros una señal o código que sustituya la palabra segura. Podremos usar mordazas de cualquier tipo, toda clase de inmovilizadores, esposas, vendajes, cuerdas…”

-- En cada privación y en cada castigo se te observará de cerca y se preservará tu integridad física por encima de todo—añadió Jen—causar dolor en un momento dado es una cosa, hacer a una persona un daño serio es otra. Todo esto se hará con estricto control, puedes estar segura.

Esther rodeo su propio cuerpo con los brazos y asintió.

--Entiendo.

--¿Seguro, cielo?—ahondó Jen.

--Sí…

Con el “cielo” pasaba igual que con el “cariño”. Desde su boca y con su voz no parecían palabras extrañas, no parecían peyorativas, almibaradas ni condescendientes. Simplemente se trataba de palabras diferentes—pocas personas las habían empleado en serio-- para referirse a ella. En cierto sentido, y más en aquella situación, Esther casi lo agradecía.

--Punto diez—continuó Inti, dándole la vuelta a la hoja. Leía despacio, lo disfrutaba—“La palabra segura. Pensarás en una palabra de seguridad que al ser usada hará que cualquier actividad, castigo o lo que quiera que se te esté haciendo se detenga de inmediato. Cualquier cosa. Esa palabra sirve para ser usada en un momento límite, de modo que no la desperdicies. Si entendemos que la usas sin ton ni son,  o a la primera de cambio, se romperá el pacto y saldrás de la casa. Si entendemos que la has usado de forma inapropiada, aunque sólo haya sido una vez, se te podrá castigar de cualquiera de las formas anteriormente descritas. La palabra de seguridad tendrás que pensarla y comunicárnosla antes de aceptar las condiciones de este pacto”.

--De acuerdo—musitó Esther.

--Ten cuidado—advirtió Inti con una sonrisa divertida—la palabra de seguridad parece una salvación, y en cierto modo lo es, pero también puede ser un caramelo envenenado. A veces sale mejor aguantar un poco y descubrir que lo que considerabas una barrera de inicio, no era tal…

--No estoy muy de acuerdo con eso—replicó Jen—Esther, si finalmente aceptas y ves que en algún momento no soportas algo, debes decir la palabra. No pienses en el pacto ni en las consecuencias. Es cierto que no debes usarla a lo tonto para cualquier cosa, pero tampoco te obstines en no decirla. ¿Me comprendes?

Ella le miró amedrentada, sin saber muy bien qué responder.

--Bueno, está claro que Jen y yo somos muy diferentes…--sonrió Inti—como Amos, al menos.

--En este punto, sí—asintió Jen. Y añadió, volviéndose hacia Inti—esa palabra es la única forma de saber cuándo ella realmente no puede más.

--Claro—respondió el aludido—por eso mismo defiendo un uso responsable de ella. Sirve para lo que sirve, no para tonterías.

--Lo que Inti quiere decir es…

--Lo que quiero decir—cortó el otro reposadamente, sin alterarse, y sin dejar de mirar a Jen—es que si la estoy azotando y la usa porque le duele el culo, me lo voy a tomar muy mal. En ese momento puede que tenga que parar, porque así está estipulado, pero ten por seguro que después el castigo será mucho peor.

Corroboró sus palabras con una sonrisa sincera, casi inocente, que a Esther le heló la sangre en las venas.  Jen apretó los labios y movió la cabeza en señal de afirmación.

--De acuerdo. Cada uno es como es—replicó--¿Cómo estás, Esther?—preguntó volviéndose hacia esta.

La chica vaciló unos segundos antes de contestar.

--Asustada…--murmuró, tratando de ser sincera—pero bien.

Inti rió.

--Ese tipo de respuestas son las que me gustan. Honesta: acojonada pero dispuesta a seguir adelante. Está bien eso.

Casi le salió a ella una sonrisa involuntaria. Era la primera vez que Inti, a su particular manera, le “reconocía” algo que hacía bien. Sintió un discreto y fugaz calorcito en algún lugar de su interior, a pesar de que tras escuchar todas aquellas cosas se le había encogido el alma.

--Venga, continúo—dijo Inti—ya queda poco. Punto once: “Dado que somos tres Amos y una sola perra, tendremos que alternarnos para compartirte. Acordaremos entre nosotros cómo. Lo que sí es seguro es que cada día le corresponderá a uno de nosotros usarte con prioridad, lo que no quiere decir que dejes de pertenecer al resto. Dormirás donde te diga el Amo que corresponda ese día, comerás lo que te diga que comas, harás tus necesidades cuando él te lo permita, vestirás como él te diga, etc”.

--Disculpa pero… si ese Amo me dijera--reflexionó Esther—que hiciera algo que los otros dos, o uno de los otros dos, me han dicho que no haga… ¿tendría que hacerlo?

--Siempre puedes negarte—respondió Inti—pero el pacto se rompería. Si quisieras seguir aquí, sí, tendrías que hacerle caso a ese Amo. A menos que lo que te ordene implique romper cualquiera de los puntos que hemos ido leyendo.

--Por ejemplo, si quiere arrojarme al fuego, puedo negarme y seguir aquí…

Inti rompió a reír.

--Muy bien, Esther—qué ganas tenía de empezar a llamarla “perra”—veo que lo entiendes.

De nuevo un aplauso para la perrita, dosificado en su justa medida. Ella no se dio cuenta, pero enrojeció de golpe. Jen la miró con ternura; él sí notó el violento rubor que subió a sus mejillas, e Inti también.

--Bueno, sólo queda el último punto—dijo este último, repasando las hojas—Punto número doce: “Salvo que se te indique lo contrario, mientras estés en esta casa no llevarás bragas. Debes estar accesible para cualquiera de nosotros en todo momento. Sujetador puedes llevar, y puedes elegir entre falda o pantalones, pero bragas no.  Por otra parte, nunca, jamás, podrás encerrarte en ninguna habitación; incluso en el cuarto de baño harás tus necesidades con la puerta abierta, y siempre habiendo pedido permiso antes. Dormirás donde se te diga, no necesariamente en la habitación donde dormiste hoy, y siempre también con las puertas abiertas. Carecerás de toda intimidad salvo que se te conceda. Y cualquier cambio en tu salud, del tipo que sea, deberás comunicárnoslo”. Aunque ya nos encargaremos nosotros de examinarte—añadió con socarronería, mirando a Jen—no en vano tenemos un enfermero en casa…

--Todo un alivio, ¿verdad?—replicó Jen, mordiéndose los labios entre divertido y nervioso.

--Un lujo, más bien—respondió Inti—es importante contar con alguien que tiene conocimientos de anatomía humana…

Jen rió por lo bajo, y le dio un suave empeñón a Esther.

--Eso lo dice porque es veterinario—le dijo, señalando a Inti.

Veterinario. Claro, no podía ser de otra manera. A Esther le pareció que entendía de pronto muchas cosas.

De pronto, le surgió una duda cruel.

--Y… cuando me venga la regla…--musitó--¿tampoco puedo llevar bragas?

Inti miró a Jen con gesto interrogante.

--No había pensado en eso, la verdad…

Jen sonrió.

--Ya, y yo estaba esperando que ella hiciera esa pregunta—le respondió a Inti—Cuando te venga la regla tendrás que decírnoslo—dijo girándose hacia Esther—y ya te diremos lo que has de hacer.

--Tengo entendido que los tampones son muy útiles para estos casos…--dijo Inti con cierta ironía—aunque bien pensado, habrá que retirarlos para follar y eso resulta asqueroso…

Esther se replegó en sí misma, deseando desaparecer una vez más.

Jen se echó a reír.

--Vale, somos diferentes, está claro—replicó—A mí no me da ningún asco… y a ti no entiendo por qué te lo da, si has sido capaz de atender hace cuatro días el parto de una caniche…

--No jodas, eso no es lo mismo…

--No, claro que no… eso yo no sé si podría hacerlo…

Parecían dos chicos normales hablando y riendo sobre algo banal. Un observador recién llegado no hubiera podido imaginarse que estaban discutiendo sobre la menstruación de su perra, que era a su vez un ser humano, una chica que de forma voluntaria estaba dispuesta, al parecer, a asumir esa condición.

Lo que se planteaba sobre aquella mesa era fuerte, mucho. Pero no parecía tener esa dimensión. Esther veía a los dos chicos—dos de sus presuntos “Amos” en potencia—charlar y comentar cada punto distendidamente, como dos amigos hablando de un partido de futbol. En definitiva eso era lo que ellos eran: amigos, la que quedaba fuera de aquello era ella misma. Ellos tenían una vida aparte de la que desarrollarían con ella, sometiéndola dentro de aquella casa; ella sin embargo, si aceptaba, sería perra y solamente perra, salvo que se le ordenara que fuera otra cosa. Esto le resultó terrible y excitante a la vez.

--Bueno, Esther… pues eso es todo, creo—le dijo Inti al fin, cuando hubieron terminado de reír la broma del caniche--¿tienes alguna duda? ¿te parece que olvidé redactar algo?

La aludida pensó durante un momento.

--Pues la verdad es que… no lo sé—contestó, rebuscando en su mente algo que decir—me siento un poco perdida, supongo.

Inti y Jen asintieron casi a la vez.

--Nunca he sido una perra…--continuó, tratando de explicarse.

Jen sonrió de oreja a oreja y le apretó la mano brevemente.

--Nunca queriendo…--le dijo.

Ella enrojeció. ¿Había sido perra alguna vez sin saberlo, o sin decidir serlo? ¿Era eso posible? No. Nunca había amado tanto como para dejarse en manos de nadie, o servir a nadie. Pero… realmente, en su fantasía, creyó vagamente recordar que alguna vez sí habría querido hacerlo.

Cuando Esther tenía muchos menos años—ahora contaba veinticuatro—jugaba al baloncesto en la liga del instituto. No era nada del otro mundo; no había uniformes llamativos, ni mascotas de equipo, ni animadoras, gracias a dios. Era más que nada una manera como cualquier otra de relacionarse con los otros dos institutos que había cerca del barrio.

 El entrenador del equipo de baloncesto era un hombre muy joven, como mucho le sacaría a Esther diez años. Y, desde el principio, a Esther le pareció guapísimo. Huelga decir que a la niña le deslumbraba todo lo externo, sentía verdadero placer con aquello que consideraba estético, y en ese sentido Raúl—así se llamaba él-- era el no va más. Pero tras tiempo de conocer a Raúl, a Esther le sucedió algo extraño.

Lejos de quedarse en la primera imagen, en el arquetipo deslumbrante, sintió la necesidad de ir más allá. Raúl era un hombre paciente, ecuánime, siempre correcto en el trato. Sin embargo, no era sociable, no era cordial, a veces incluso resultaba hosco. En los entrenamientos era duro, exigente, implacable. Si surgía algún problema entre las jugadoras, se mostraba autoritario y pragmático, solucionando la cuestión de forma tajante con un par de decisiones rápidas. Después de todo no debía de hacerlo mal, porque las chicas ganaban partidos y realmente disfrutaban jugando.

Esther se había quedado prendada de Raúl desde el principio, y al bucear cada vez más adentro en él se enganchó sin remedio. Nunca se lo llegó a decir. Hubiera sido algo impensable.

Reaccionaba ante él de manera extraña, porque estaba absolutamente loca por él. Y, cuanto más cabrón era Raúl, cuanto más duro y más borde era con ella, más necesidad de él sentía.

Le deseó durante mucho tiempo, física y emocionalmente. Pensar en estar con él alimentaba algo dentro de ella, una pequeña región de su ser que hasta el momento había pasado inadvertida, pero que de pronto tenía voz.

Una noche, Esther tuvo un sueño húmedo que implicaba a Raúl. Casi llegó a correrse. Sin embargo, se despertó sobrecogida pues había sido un sueño muy extraño. Incluso sintió una oleada de vergüenza  por haberlo generado, como si ella hubiera tenido voluntad en ese proceso.

En su sueño, Raúl la tenía atrapada boca abajo sobre sus rodillas, sujetándola con un brazo y pasando una pierna como un cepo entre sus pantorrillas. Ella no dejaba de moverse, tanto por resistirse como por la excitación que sentía. Raúl estaba diciendo algo que le resultaba vagamente familiar, pero su discurso era un poco incoherente. Tan pronto hablaba despacio, pausadamente, como de pronto empezaba a reprocharle algo y su tono crecía, llegando su arenga a ser una bronca en toda regla. De vez en cuando paraba para insultarla con desprecio y para decirle que lo iba a lamentar, que iba a aprender, que iba a desear no haberlo hecho…

--Esther…

Jen sacudía con suavidad el brazo de ella, que colgaba sobre su regazo, inerte. Los ojos se le perdían en un universo infinito.

--Esther…la tierra llamando a Esther…

Ella volvió bruscamente a su ser.

--Perdonad…

--¿Pero dónde estabas?

Jen la observaba con los ojos brillantes. Sonreía.

--Pensando…

--¿Cuánto tiempo necesitas para pensártelo, Esther?—dijo Inti—No te lo pregunto para presionarte, simplemente para saberlo.

Ella no supo si él estaba siendo irónico o hablaba en serio.

--¿Cómo?...

--Que cuánto tiempo necesitas—repitió Inti—para tomar la decisión de venir a vivir aquí o no.

--Ah…perdón, sí…

Inti la miró expectante.

--Pues… yo… creo que ya lo tengo pensado…

--¿Si?

Esther carraspeó, muy nerviosa.

--Sí. Tengo mucho miedo. Pero quiero pasar por encima de él.

--Gran decisión—aplaudió Jen—pero no te precipites. Nosotros podemos esperar hasta…

--No, no…

La voz de Esther era un susurro, el hilo de una tela de araña. Pero era decidida, apuntalada en la tierra como una roca.

Jen cerró la boca.

--Quiero intentarlo, de verdad—le vino una palabra a la cabeza y se tragó el orgullo—Quiero intentarlo, por favor, Amos.

Los chicos se miraron con sorpresa. Inti se sonrió como ella nunca antes le había visto, apretando los labios como conteniendo una bola de fuego.  Jen se acercó más a ella, levantándose de la silla, rozando casi su mejilla con los labios.

--¿Amos?—dijo al oído de Esther--¿Somos nosotros los Amos de esta perrita?

Ella sintió un escalofrío recorriéndole la espalda a la velocidad de la luz. Mojó de golpe las bragas. Agachó la cabeza.

--Sí… si seguís queriendo serlo…

--A mí no me llames de tú, que no soy un colega—replicó Inti, clavando las pupilas en Esther. Ella absorbió el impacto de aquella mirada y se retorció sobre la silla.

--Perdone, Amo…

--Que no se repita.

Jen tomó con cuidado la barbilla de Esther y la levantó, obligándola a mirarle.

--A mí puedes llamarme de tú, si quieres—le dijo. Respiraba rápido—siempre que eso no te haga pensar que soy un colega…

--No, Amo, no lo pensaría…

Esther sentía el corazón saltando literalmente en su pecho. Temió desmayarse, que le diera algo entre aquellos dos hombres por los que deseaba ser… ¡No! ¿Por qué deseaba aquellas cosas? Dios santo, cómo las deseaba. Ser severamente reprendida, castigada, humillada, maltratada, usada, destrozada. Dios. ¿Acaso quería destruirse?

Jen se aproximó un poco más y le besó la mejilla.

--Me moría de ganas de que fueras mía—murmuró en su oído antes de separarse de ella.

Esther sonrió y bajó los ojos.

Continuará...

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