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Nuestra perra: introducción.

en Dominación

   Nota de la autora: es un placer, una vez más, compartir con vosotros una nueva serie de relatos. La historia de Esther llevaba dormida mucho tiempo entre los documentos de mi ordenador, y en este momento me decido a retomarla y publicarla. A modo de aviso, diré que quien espere una dominación física, tradicional y sin connotaciones mentales, no la encontrará en esta serie. Sin más rodeos, aquí os la dejo...

                                                           

                                                                              NUESTRA PERRA

 

Aquella chica contaría veinte y pocos años, o eso era lo que a primera vista traducían sus rasgos aniñados y su piel de terciopelo rosa. Inquieta, revolviéndose discretamente sobre el asiento, parecía que las mejillas le temblaran bajo las negras pestañas que aleteaban con azoramiento, a su vez,  como tupidas alas de mariposa.

A Inti le bastó un único vistazo para catalogarla de niña de papá, y como era buen fisonomista,  intuyó que aquel ejemplar que tenía ante sí pertenecía a la llamada por algunos “generación ni-ni” --ni estudia (ni estudió), ni trabaja (ni trabajará). Sentados frente a frente, durante aquel lapso inicial de silencio como una burbuja de aire entre dos desconocidos, ambos se contemplaron y  se midieron mutuamente.

--Bien—dijo Inti por fin, apartando unos documentos que se imponían entre ambos sobre la mesa—de modo que estás interesada en la habitación…

Afinando ya por mirarla más de cerca, calculó que ella tendría unos veinticinco años, como mucho.   Al mirarla le vino a la mente la imagen de esas muñecas de porcelana que uno no sabe si representan a una mujer, a una niña o a una adolescente… o a las tres entidades juntas: el misterio de la Santísima Trinidad en unos ojos sin fondo, a primera vista cándidos, pincelados sobre la perfección blanca del rostro.

--Sí—asintió ella—siempre y cuando siga libre…

--Si no siguiera libre no te hubiera hecho venir hasta aquí—repuso Inti—lo está, aunque… somos tres hombres viviendo en aquí. El piso es grande, pero puede que no sea el entorno  ideal que una mujer elegiría…

Esther se encogió ligeramente de hombros.

--Eso no es problema—dijo—siempre y cuando a vosotros no os importe.

Inti rió para sí. ¿Importarles? Sabía de uno o de dos que darían palmas con las orejas ante la idea de convivir con una tía como aquella.

--No—respondió tajante—por nuestra parte no habría problema, siempre y cuando todos respetemos los respectivos espacios de cada cual.

--Comprendo—asintió sucintamente la muchacha.

Inti hizo una pequeña pausa.

--Aparte de la habitación—carraspeó—tendrías derecho al uso de la cocina y de la lavadora.  El cuarto de baño, lógicamente, sería compartido entre los cuatro porque es el único que hay… hay un pequeño aseo junto a la puerta, en el que queremos poner un plato de ducha, pero aún no lo hemos hecho.

Ella le escuchaba con toda su atención.

--Tendrías también un espacio para tus cosas en la nevera, por supuesto—continuó él-- Nosotros compramos la comida con un bote común, si prefieres unirte a ello esa sería otra posibilidad. Rotamos para cocinar y hacer las tareas de la casa… teóricamente—lanzó un breve suspiro al aire acompañado de una media sonrisa-- La habitación está equipada con cama, escritorio, armario y dos estanterías. Es bastante espaciosa, ¿quieres verla?

La muchacha asintió. Ambos se levantaron de sus respectivas sillas y ella siguió a Inti por el luminoso pasillo. Para ser una casa habitada sólo por hombres parecía  bastante ordenada, pensó mientras observaba alrededor. Probablemente uno de ellos al menos sería pulcro, y por sus maneras y su forma de hablar frugal y concisa intuyó que ese uno podía ser el propio Inti.

--Es aquí—dijo él, abriendo la última puerta a mano derecha. Dio un paso atrás y se hizo a un lado para que Esther pasara.

Ella quedó maravillada. Se trataba de una habitación amplia, sencilla pero en ningún caso espartana. El armazón de la cama, el escritorio y las estanterías eran de madera barnizada, oscura, casi negra. Había bastante sitio en aquellas baldas, aunque muchos libros ella no tenía para rellenarlo, esa era la verdad. Así mismo pudo comprobar que el armario, de puertas correderas provistas de espejo, tenía también una capacidad más que aceptable. La habitación se le antojó un espacio justo y necesario; un lugar donde holgadamente  podría organizar los restos de su caótica vida. En resumidas cuentas, le pareció perfecta.

Se adelantó unos pasos, insegura. Pasó los dedos sobre la superficie pulida de la mesa, notando la caricia fresca de la madera. Ni una mota de polvo.

--¿Qué te parece?—inquirió Inti detrás de ella—no es nada del otro mundo, pero no está mal.

--Es perfecta—murmuró Esther, volviéndose indecisa hacia él.

Inti sonrió.

--Bien… entonces… ¿querrías instalarte pronto?

Les urgía la aportación económica, y el caso era que no habían encontrado a nadie que les hubiera dado garantías de un pago puntual… aquella niña pija al menos no tenía pinta de gorrona, pensó Inti. Si a ella no le importaba convivir con tres bestias pardas, podían empezar a formalizar la cosa.

Contra todo lo esperado, ella reflexionó durante unos segundos ante aquella pregunta.

--Sí…--titubeó—pero… bueno, digamos que… hay un problema.

Él enarcó las cejas.

--¿Un problema? ¿Qué problema?

--Pues…

--El precio, ¿verdad?—asintió Inti—te parece demasiado caro…

--No, qué va…--se apresuró a rebatir ella—no es eso… pero es que…

--¿Entonces?

Esther miró hacia abajo, enrojeciendo súbitamente.

--No tengo dinero—dijo al fin.

Inti frunció ligeramente el ceño. Otra vez con la misma mierda, mira por donde.

--¿Cómo que no tienes dinero? ¿Qué quieres decir?

--Que no tengo nada…—trató de explicar Esther—Al menos, ahora no. Desde que terminé la carrera no he encontrado trabajo…

Vaya, parecía que estudiar sí que lo había hecho, pensó Inti. Era una niña de papá con carrera, al parecer.

--Pero entonces, ¿cómo piensas pagar la habitación?

Era pertinente la pregunta, claro que sí. Esther guardó silencio durante unos instantes, muerta de vergüenza.

--No lo sé…--respondió con embarazo, sin atreverse a levantar la vista—pensé que quizá podríamos llegar a un trato… al menos hasta que consiga trabajo.

--¿Un trato?—inquirió él en voz baja--¿Qué clase de trato?

Esther se agitó incómoda, removiendo el suelo con los pies, pasando el peso de su cuerpo de un lado a otro.

--Bueno… yo podría arreglaros la casa, limpiar, cocinar…

--No necesitamos una asistenta—la cortó Inti con sequedad. Le fastidiaba haber perdido el tiempo con aquella niñata, ¿qué pretendía? ¿Vivir de gorra?

--Entiendo—murmuró ella.

A Inti le pareció vislumbrar el destello de una lágrima en sus ojos, que continuaban fijos en el suelo.

--¿Qué carrera has hecho?—preguntó tras un lapso de incómodo silencio. No quería admitirlo, pero el hecho era que por un momento se había sentido conmovido, a pesar de que seguía sin dar crédito en cuanto a que una persona pudiera tener tanto morro.

--Trabajo social—murmuró ella, las mejillas ardiéndole.

--Bonita carrera, muy altruista.

--¿Eso crees?

Inti asintió.

--Sí… pero el hecho es que de la generosidad no se vive. Tal vez tendrías que colocarte en otra cosa—“y mover un poco el culo”, pensó para sí—hasta que encuentres algo de lo tuyo…

Esther suspiró. Había oído aquella cantinela muchas veces, era lo que todo el mundo solía decirle: sus padres, ignorantes de su desbandada y de que en aquel momento se encontraba buscando piso compartido, sus amigas e incluso su ex novio. Todo el mundo parecía saber lo que le convenía y a nadie le dolían prendas en aconsejarle amablemente, qué asco. Ella se sentía presionada, ansiando la comodidad y la libertad porque era vaga, miedosa  y pija por naturaleza. Antes de “rebajarse” rompiendo entradas en la puerta de un cine o sirviendo hamburguesas, prefería que otras personas le dieran todo hecho. “Si supieran todos ellos que ni siquiera tengo la carrera terminada…” se había dicho muchas veces, cosa que la presionaba aún más. Pero le parecía que era más cómodo guardarse aquel secreto, mentir y hacerse la víctima, que enfrentarse a la verdad… por eso había terminado marchándose, sintiéndose incapaz de soportar aquella presión, con la absurda esperanza de encontrar un lugar para ella  a pesar de no tener ni un duro en el bolsillo.

--Supongo que sí…--dijo, adelantándose unos pasos por delante de Inti para salir al pasillo.

--Hay muchas posibilidades para trabajar—continuó éste—si vuelves cuando tengas algo, un contrato aunque sea, aunque cobres a mes vencido, podríamos llegar a un arreglo…

Esther se enjugó una lágrima mientras avanzaba precipitadamente hacia  la puerta principal.

--Sí, claro… muchas gracias, de verdad, siento la molestia…

Era una zorra manipuladora y tenía muy estudiadas las reacciones que su llanto—“lágrimas de cocodrilo”-- solía despertar en los demás. Sollozó deliberadamente y agarró el pomo de la puerta con decisión.

--No te preocupes--respondió Inti con aspereza. Por circunstancias de su vida, y a pesar de ser emotivo a su manera, era una persona casi por completo inmune a la manipulación. Esther había tocado en hueso, lamentablemente.

--Adios…

--Adios—dijo él, cerrando suavemente la puerta cuando ella por fin abandonó la estancia.

La observó alejarse por la ventana, a vista de pájaro desde el sexto piso donde vivía. Estaba muy buena, no podía negarlo: esa cabellera dorada que se derramaba hasta la mitad de su espalda, esas tetas duras armadas bajo un sujetador que se adivinaba bajo la camiseta, esos andares y ese culo… un culo de infarto, sí señor. Sí, estaba para mojar pan pero era idiota, consentida y a buen seguro dependiente. ¿Qué demonios se había creído? Una cara bonita no tapa agujeros, no soluciona problemas económicos, no sirve para ganarse el pan día a día. En qué mundo vivía esa niña, por el amor de dios; Inti pensó que le hacían falta un par de “meneos” bien dados para hacerle ver la realidad.

Sintió de pronto un cosquilleo a la altura de la entrepierna, bajo los pantalones, y un leve temblor en la parte baja de la espalda. Una idea le cruzó la mente como un relámpago, pero la desechó al instante… ¿en qué estaba pensando?... Virgen santa. “Guárdate las depravaciones para otro momento” se dijo “lo que menos nos conviene ahora es una cabeza de chorlito sin oficio ni beneficio”. Aunque… tal vez Alex y Jen pensaran de otra manera.

Se dijo que, cuando sus compañeros de piso llegaran de sus respectivos trabajos—él había tenido el día libre—sería bueno sentarse un rato y discutir entre los tres aquello que le bullía en la mente, por descabellado que le pudiera parecer. Aunque sólo fuera para comentar lo ocurrido y reírse un rato.

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