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Un encuentro inesperado

en Confesiones

Me metí en aquel bar porque llovía a cántaros. Acababa de reventar una rueda del coche contra un bordillo cuando trataba de salir del aparcamiento—conduzco fatal normalmente, pero cagarla de esa forma había sido una funesta novedad--, y por más que revisé en el bolso no pude encontrar mi teléfono móvil, ¡maldición! Si es que inconscientemente lo odio…por eso suelo dejármelo en casa. Mierda. Llevaba un día penoso de veras; un día de perros, como suele decirse.

Ahora, al recordar esa tarde de lluvia, me pregunto si el destino me reservaba desde el principio la sorpresa que me aguardaba detrás de los muros de aquel bar. El sitio en cuestión era una tasca de esas que se ven por el pueblecito urbanizado donde yo vivo: paredes blancas, tejas color caramelo, y un letrero de forja imitando un pergamino donde se leía "El Lobo". No era la primera vez que veía aquel sitio.

Yo me encontraba en el pueblo pero aún lejos de casa, maldiciendo por mi mala suerte—más aún cuando esa lluvia torrencial comenzó a herir el capó como si del cielo cayeran piedras—así que me dije que no resolvía nada ahí parada dentro del coche, y me lancé al bar pensando que quizá habría allí algún teléfono para llamar al seguro (ni siquiera llevaba rueda de repuesto, dios santo), o a mi marido, que es mi ángel de la guarda en estas situaciones. Soy un desastre, el pobre ya me conoce.

Como les digo bajé del coche y traspasé la puerta del bar como una exhalación, calada hasta los huesos a pesar de haber llegado allí en apenas dos zancadas. Menuda tarde de mierda. El cielo estaba plomizo, enfermo, estreñido de nubes grises a través de las vidrieras emplomadas de la tasca, por las que resbalaban raudos goterones gruesos como lágrimas. Dentro, una cálida luz amarillenta, tamizada por los cristales de colores de dos pequeñas lámparas, me hizo sentirme sobrecogida de pronto, terriblemente melancólica, como si me hallara en otro mundo.

Sorteé un par de mesas ocupadas a la entrada del bar y me abrí paso hasta la barra, junto a la que había un anciano escuálido consumiéndose ante una máquina tragaperras (limón, uvas, fresas… ¡ding, ding, ding!) hipnotizado ante el baile de luces y la musiquita de feria.

Busqué con la mirada un teléfono, ¡gracias a dios! Ahí estaba…uno de esos de color verde manzana, que suelen llevar un cartel cutre escrito a mano en el que pone "no funciona", pero en este caso por suerte no había cartel, sólo las desgastadas teclas con numeritos blancos sobre fondo negro. Cogí un par de euros, tres. Menudo atraco. Y es que para llamar a un móvil no se necesita menos, señores…

Llamé a mi marido y le pillé a punto de salir del trabajo; por supuesto se atragantó de risa cuando le expliqué mi situación, y me dijo que le esperara en la tasca, que él vendría directamente de su trabajo a buscarme, y que ya veríamos lo que hacíamos con el coche, la rueda, etc, etc.

Colgué el teléfono cabreada como un mono mojado, sin dejar de cagarme en la puta madre de mi mala suerte, y me acerqué a la barra para pedir un café. Bueno, quien dice un café dice una cerveza…algo tenía que tomar mientras esperaba a mi marido. Fui a encenderme un cigarro y descubrí casi con hilaridad que se me había jodido la piedra del mechero, y que por más que le daba éste no encendía… Qué divertido, qué asco de tarde, Jesús, ni un cigarro iba a poder fumarme a gusto…

Afanada con el jodido mechero estaba, cuando la persona que se encontraba a mi lado en la barra—una silueta gris a la que no había mirado ni siquiera—me alargó solícita un bonito cipo plateado decorado con una calavera negra que tenía una rosa entre los dientes.

--Gracias…--murmuré, absorbida por el deseo de encender mi cigarrillo.

La llama brotó del cipo gruesa y calma, y por fin pude aspirar la asquerosa droga infecta que tanto deseaba. Di una larga calada al cigarro y alargué la mano para devolver el mechero a su dueño, mientras con la mirada buscaba algo para echar la ceniza; detesto tirarla al suelo, aunque éste esté cochambroso.

--Gracias—volví a decirle a la silueta, distraídamente.

--De nada, Dark—me respondió una voz resuelta y suave, desconocida pero terriblemente familiar.

¿Dark?...pero… ¿qué demonios?...Al escuchar aquel nombre mío que nadie conoce mi corazón dio un vuelco.

Me giré levemente hacia el desconocido y levanté la vista para mirarle a la cara.

Lo que vi me cortó el aliento, aunque no puedo negar que desde que escuché su voz supe con toda certeza quién se hallaba a mi lado.

Ahí estaba, apoyado sobre un codo en la barra de madera como si tal cosa, sonriendo con esa boca cincelada en su rostro de facciones lobunas. Me contemplaba divertido con los ojos brillantes; esos ojos negros como pozos de azabache que todo lo dicen, disfrutando—o eso me pareció—de mi total desconcierto. Su pelo oscuro caía lacio derramándose sobre sus hombros, perdiéndose en su cintura, levemente húmedo de gotas de lluvia. Su rostro resplandecía.

--Tú…--tartamudeé sin poder creer lo que veía— ¿Tú eres?…

No era posible. No podía ser.

Aquel demonio de piel blanca y cara de ángel se reclinó sobre la barra, encantador, como para examinarme más de cerca.

--Sí—asintió sin dejar de sonreír.

--… ¿Silver?—insistí, insegura.

--Sí, así me llaman…--respondió.

Me froté los ojos para despejar mi mente, deseando que aquella alucinación se evaporase y volviera al mundo de los sueños, al mundo al que pertenecía. Pero, ¡ay! deseando de igual manera—he de admitirlo-- que no fuera una alucinación, que fuera real. Aunque eso implicara que yo había perdido mi cordura definitivamente (sabía que estaba un poco loca, pero no creía que tanto, por dios).

Volví a abrir los ojos y mi querido Silver seguía ahí, sonriendo aún más ante mis maniobras desesperadas por no creer en él.

"Bueno, si no desaparece él" me dije, "pues que desaparezca yo misma, que la tierra me trague, yo qué sé, pero esto no tiene sentido…"

--Vamos a ver…--me eché a reir, yo soy así, si estoy muy nerviosa me río a carcajadas. Menudos problemas tengo en los entierros—pero…no, no puede ser…

Meneé la cabeza.

--Sí lo es, Dark, estoy aquí—insistió Silver, buscando con sus ojos mi mirada—tócame si quieres, soy yo…

--No, pero…tú eres un personaje…no puedes estar aquí, ¡no existes!

En ese momento el que lanzó una carcajada al aire fue él.

--¿Ah, no?—respondió juguetón—Claro que existo. Mírame Dark, tócame…soy yo…

Sin poder aún creer lo que estaba sucediendo, extendí los dedos hasta rozar su cazadora de cuero mojada de lluvia.

--Adelante, tócame—murmuró él, animándome.

Acaricié tímidamente sus brazos, sus hombros, su pelo. Joder. Era él, de carne y hueso, no había duda…

--Pero tú no puedes estar aquí—susurré, temerosa de que alguien me oyera y yo en realidad estuviera hablando sola, o con alguien que el resto no veía—Tú eres un producto de mi mente, estás hecho de letras…Me estoy volviendo loca—concluí.

Silver sacudió la cabeza.

--Gracias por lo de producto, pero no. Soy real. Y ya que nos hemos encontrado, me gustaría que hablásemos…

"Dios, no habrá forma de que yo supere esto" me dije, al borde del ataque de nervios. Pero, ¿qué hacer salvo dejarme llevar por la locura, y resignarme a creer que Silver estaba allí? En el fondo deseaba creerlo con todas mis fuerzas…

--Está bien—concedí—de perdidos al río. ¿Quieres hablar, dices?

Silver rió, mostrándome sus dientes alineados a través de sus labios entreabiertos.

--"De perdidos al río"—reiteró—me encanta esa frase.

Sonreí. A mí también me gusta…

--Pues sí, Dark, quiero hablar contigo, muy seriamente además.

Me miró tratando de fingir seriedad, pero el brillo bailón de sus ojos le delataba.

Asentí, para darle pie a aquella fantasía a que continuara…

--Quiero preguntarte—prosiguió—por qué demonios ya no escribes mi historia…bueno, nuestra historia, de los tres: Malena, tú y yo, y de todos cuantos aparecen en ella…

--Eh, bonito, a mí no me mezcles, que yo la escribo y nada más—espeté sin poderlo evitar. Soy la que escribe, joder, no soy un maldito personaje.

--Ya, ya…bueno—dijo con cierto gesto paternalista—lo que tú digas. Pero Dark, yo necesito que sigas escribiendo…sobre nosotros…

Apuré otra calada del cigarro, meneando la cabeza ante lo increíble.

--Bueno…no he terminado con vosotros…nunca terminaré en realidad—no sabía cómo empezar a explicarle, ¡bonita escena! Me tenía acorralada—quiero decir, aún escribiré sobre vosotros, pero incluso después del final seguiréis existiendo, seguiréis vivos en mí y hasta puede que en otra gente…

Silver sonrió. No me hizo falta decirle que le llevaba en el corazón, al igual que llevo a Malena, a Marcos…

--Pero tú puedes seguir follándote tranquilamente a Malena, mientras esperas… ¿por qué no os escapáis juntos, al país de nunca jamás?—de pronto quise probar la resistencia de mi frágil criatura.

Pero Silver, en lugar de achantarse, sonrió aún más ampliamente si cabe.

--Sabes que no puedo hacer eso, Dark.

--¿Ah, no?—repliqué, dándole un trago a mi cerveza--¿Por qué, Silver? Malena lo está deseando…--añadí—lo sabes. Sólo tienes que esperarla, tiene que aclararse un poco…al fin y al cabo, ella te ha esperado a ti…

--Eso no importa—murmuró Silver, pasando uno de sus finos dedos por el borde de su vaso—nunca intentaría convencerla, pero aún así esa no es la cuestión…

Le miré expectante.

--No podría—carraspeó—porque para el momento en que ella se aclare yo estaré muerto. Tú lo sabes, Dark.

¡Demonios! Se supone que un personaje no sabe cuál es el final—posible—de su historia… ¿no?

--Yo no he…

--Sí—me cortó—admítelo, vas a matarme. No me importa, no te preocupes; yo no soy una persona, soy una fantasía, soy inmortal. Pero me reservas un destino fatal, admítelo…

Negué con la cabeza, sintiendo cierta culpabilidad. Sí que es cierto que…Oh, vamos, no voy a contárselo a ustedes…

--No, no, Silver…aún no tengo elaborado del todo lo que va a pasar…no es tan fácil…--me defendí.

--Bueno, no te preocupes. Yo sólo quiero que no me dejes, que no me olvides. Así es como realmente me matarías, tú y otros.

Sonreí aliviada.

--Tranquilo. Después de haberte conocido no podría olvidarte aunque quisiera…

--¿En serio?—preguntó Silver, con la ilusión dibujada en la cara

--Claro, Sil…no debería sorprenderte lo que te digo, si tanto sabes sobre mí…

Silver bebió directamente de su botellín de cerveza y lo dejó sobre la mesa con suavidad.

--Hombre, no es que "sepa cosas sobre ti"…de tu vida exterior no sé nada—trató de explicarme—pero sí es cierto que tu mundo interior lo conozco bastante bien…no en vano he salido yo de ahí…

Me guiñó un ojo y alargó la mano para acariciarme la cara. Casi me da un infarto. ¿Cómo he podido crear yo a un hombre tan jodidamente encantador?

Sin poder evitarlo, cerré los ojos para sentir su caricia. Dulce y fría, justo como lo imaginaba.

La lluvia arreciaba contra los trémulos cristales del bar. Relámpagos blancos se dibujaban en el cielo plomizo como delgadas venas, seguidas del estruendo del trueno. Alguien cambió el canal de la televisión de la tasca y comenzó a sonar una preciosa balada de Moby, "Love should". Silver la conoce.

La música flotaba en el aire envolviéndonos en su manto cálido, como un sueño, sacando mi pobre cabeza de la realidad de manera irremediable.

--Bueno, entonces, ¿vas a continuar nuestra historia?—me preguntó de nuevo mi querido amigo.

--Sí, claro que sí—respondí. Y embrujada por la música y la lluvia torrencial, no pude evitar decirle—no podría dejarla. Estoy enamorada de ti…

Silver enarcó las cejas. Un ligero temblor se apoderó de sus manos, que reposaban entrelazadas en una postura muy suya sobre la barra.

--¿De verdad?—murmuró

--Claro…--respondí con cierta timidez. Aquel lobo podía comerme…--si no, no me hubiera sido posible contar esa historia tuya…

--Pero por dios, Dark, que me digas tú esto—rió, como para disipar la tensión que encarpaba sus músculos—tú, que tienes familia, que quieres a tu marido, joder…

--No tiene nada que ver—repliqué—yo te amo sólo como a una fantasía se le puede amar, diferente al resto de lo humano, desde el corazón. El amor irreal es el más puro que existe… ¿no crees, Silver?

Él asintió, dándome a entender que estaba de acuerdo.

--Te entiendo—respondió—Pero…

--¿Pero qué?—inquirí, presa de sus ojos verdes que mantenían atrapada mi mirada con fijeza.

--Pero, ¿Le pondrías los cuernos a tu marido conmigo?—preguntó con una sonrisa peligrosa.

--Eres insoportable, Malena tiene razón.

--No, yo sólo preguntaba…--contestó sin poder contener la carcajada—si es así, llámame…iré a verte encantado, sea la hora que sea. Eres muy guapa, Dark.

--Calla, no seas pelotari—le digo, disimulando con dificultad la turbación que me producía.

"Desde luego este cabrón sabe cómo meterse a las mujeres en el bolsillo"…me dije, arrebolada a mi pesar. Es fácil hacerme enrojecer, lo reconozco. Pero es que estar frente a Silver y aguantarle a pulso la mirada a veces es complicado, sobre todo cuando el hijo puta dice cosas como esas… (lo de hijo puta lo digo con todo el cariño del mundo, que soy basta pero no imbécil).

--Bueno y tú…--retomé la conversación apelando a él, para cambiar de tema--¿Has pensado en algo? ¿Qué te gustaría hacer?

Silver se encogió de hombros.

--¿A mí?—preguntó con extrañeza.

--Sí, ¿tienes alguna idea? ¿Qué quieres que pase contigo? Ya que estamos aquí…

Silver sacudió su melena negra negando exageradamente con la cabeza y se echó a reír.

--Ah, no—respondió, mostrándome las palmas de sus manos—eso es tu problema, a mí no me preguntes. Tú sabrás… hombre, no quiero morir pero si ha de ser así…

--¿Por qué estás dale que dale con eso de la muerte?—le espeté—yo no te he dicho nada…

Me miró con un gesto enigmático cargado de complicidad.

--Ya, bueno. Como tú quieras. Pero vamos, a mí con tal de que me dejes follar tranquilo y no me olvides…

Me reí sin poder evitarlo. Es que el cabrón tiene gracia, no lo puedo negar.

--No te preocupes que con lo que me calientas, follarás seguro—le dije—así que por ese lado tranquilo.

--¿En serio?—se acercó a mí, y rodeó con su brazo mi cintura como quien no quiere la cosa, aproximando sus labios a los míos—A ver si al final el que se va a calentar voy a ser yo…

--Por favor, Silver, que estoy casada...

--Sí, claro—replicó besándome el cuello sin previo aviso—como una que yo me sé…

Ay, madre mía. Es que me puso como una moto. Casi se me para el corazón cuando sentí sus labios sobre mi mejilla, humedecidos, rodando lentos por mi piel…No les voy a detallar las reacciones de mi cuerpo (eso lo dejo para mis personajes), pero ya podrán imaginárselas…

--A ver si alguna vez te follo en condiciones—me susurró al oído con voz ronca, dejándome de piedra. Justo lo que más deseaba escuchar, y lo que más temía—Prométeme que no me vas a dejar en la estacada. No me dejes, por favor…

--No, Silver, no te dejaré—respondí, cerrando los ojos, abandonándome a sus caricias—no podría hacerlo aunque quisiera…

Escuché cómo sonreía, cómo respiraba. Se acercó a mí, pude sentir su olor, el olor de su ropa y de su piel, cuando me rodeo con sus brazos para estrecharme contra su cuerpo en un definitivo abrazo que anudaba su alma con la mía.

Silver, no te olvido. Nunca te olvidaré. No voy a dejarte…tú tienes una historia, igual que yo tengo la mía.

Por primera vez sentí su inseguridad contra mi pecho. Era un ángel, era un niño, era solitario pero tenía miedo…tenía miedo…

--¿Con quién hablas, cariño?

Abrí los ojos súbitamente, y me encontré a mi marido sonriendo socarrón a escasos centímetros de mí, con cara de no entender.

--Cielo…no te había visto entrar…

--Claro—me dijo él—tenías los ojos cerrados y parecía que hablabas con alguien…a ver si es que te estás empezando a demenciar, que ya estás mayor…

--No, joder—sonreí avergonzada, todavía con la huella de Silver impresa sobre mi piel, a pesar de que en el lugar donde había estado él ya no había nada—es que estaba tratando de recordar una canción…

Mi marido está acostumbrado a este tipo de gilipolleces por mi parte. Quiero decir, que no se le hace tan raro verme hablando sola en según qué situación…

--Bueno, preciosa, ¿tomamos una cañita?

--Vale, amor… ¿invitas tú?

--Yo invito—asintió mi generoso marido-- Aunque ya llevas varias…aquí hay un vaso vacío y un botellín…

--Ah, el botellín no es mío…

Qué hijo puta el Silver. ¡Se había ido sin pagar! Es igual, ya me lo devolverá en carne…dentro de poco.

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