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¡Alex, viólame, por favor!

en Dominación

Alex era el ángel de la guarda de Amanda, y ella era tan sólo una humana incorregible que deseaba follárselo a toda costa. Él era una criatura casi celeste, imposible de corromper, además de un amigo…ella sabía que, a pesar de todo esto, él tenía un buen rabo entre las piernas. En alguna ocasión, Amanda había salido de noche como un depredador en busca de la deseada polla de Alex, que por fin había logrado ver colándose en su dormitorio, levantando con mano temblorosa la sábana dulce y caliente mientras él dormía. Cuántas veces había deseado tomar entre sus labios aquel grueso y salado miembro, saborear la tremenda erección que se erguía como un mástil sobre el colchón a la luz de la luna, en la santa intimidad del dormitorio. ¿Hubiera consentido Alex aquella intromisión? Amanda no lo sabía, pero no podía dejar de imaginar que él, sin dejar de ser un ángel, tendría también lugares oscuros en su mente y tal vez—sólo tal vez—alguno de esos lugares le pertenecieran a ella…

Pero el deseo de Amanda iba más allá. No sólo estaba obsesionada con la polla de aquel ángel de carne y hueso, así como con sus labios rebosantes de miel y con su cuerpo tan leve que parecía de aire sólido. Amanda quería ser violada; quería tentarle y ponerle cachondo hasta el punto de hacerle perder los estribos y, una vez habiéndolo vuelto loco, dejarse hacer con un mohín de víctima malcriada. Se le hacía el chochito agua cada vez que construía esa escena en su retorcida mente.

Después de todo los ángeles no eran tan rancios y sosos como los santos…había ángeles verdugos, ángeles vengadores que constituían la "Cólera de Dios"…si un ángel podía arder de ira, ¿por qué no iba a poder ser devorado por las llamas del deseo?

Una noche decidió que haría todo lo que estuviera en su mano para convertir a Alex en un ángel caído, y le llamó para verse con él en un cementerio cercano. Buscaba un lugar de paz y tranquilidad, y pensó que tras las inmaculadas lápidas que nadie profanaba estaría protegida de miradas ajenas cuando llegara el momento de llevar a cabo su plan.

Llegó al cementerio mucho antes que su amigo, y confirmando que no había nadie cerca se echó a rodar por una abrupta pendiente de grava y tierra, con lo que se rozó la piel –cubierta con muy escasa ropa—hasta hacerse sangre en las rodillas y en los codos. Se mordió el labio inferior, del que también brotó sangre del color de las rosas encendidas, y se golpeó con furia sus propias piernas hasta que se le escaparon un par de lágrimas de dolor. Se arrancó mechones de pelo, rasgó su camisita de raso blanco, se llenó la cara de arena que extendió mezclándola con los churretes de sus lágrimas…

Cuando Alex por fin llegó, ella se encaminó hacia él trastabillando, como si acabara de cruzar la puerta misma del infierno, la viva imagen de una muñeca de porcelana terriblemente maltratada. Se arrojó a sus brazos sollozando, frotando con descaro su entrepierna en los pantalones de él.

--Oh, Alex, qué mala suerte…me han…Oh, dios mío…

Parecía que la muy zorra no lograba articular palabra por causa del sufrimiento.

Aspiró con fuerza el perfume de la tersa piel de su ángel, fingiendo que se detenía a tomar aliento, y se frotó los enrojecidos ojos con fuerza. Él, descolocado, la estrechó contra su pecho con sincera preocupación, momento que ella aprovechó para restregarse más aún contra su paquete.

--Pero Amanda, ¿qué te ha pasado?—preguntó, retrocediendo instintivamente.--¿Qué…?

--¡Unos hombres me agarraron!—gimió ella, interrumpiéndole—de camino al cementerio…me arrancaron la ropa, me tiraron al suelo…eran muchos…¡¡no sé cómo he logrado escapar!!

Alex abrió de par en par sus ojos azules quedándose visiblemente blanco por el espanto.

--¡¡Creo que intentaron violarme!!—Lloró su amiga con una excelente capacidad de interpretación.

--Pero…--Alex intentaba poner en orden aquellas ideas, a la par que tranquilizar a la desvalida cordera--…¿Dónde están ellos ahora?

Amanda se enjugó las lágrimas con brusquedad.

--En un descuido, uno de ellos me quitó la manaza de la boca, y me puse a gritar…--explicó tartamudeando--se asustaron, creo, y me soltaron. Yo eché a correr hacia el cementerio, y no se han atrevido a entrar…oh, Alex, ha sido tan horrible…

Se deshizo de nuevo en lágrimas incontroladas entre los brazos de su amigo, que la estrechaban con fuerza.

--Tranquila, pequeña, ya ha pasado…--murmuró él, acunándola suavemente en sus rodillas.

Amanda se regocijó entre sollozos, su plan iba de perlas. El bueno de Alex se había tragado aquella historia de locos, había llegado el momento de dar el siguiente paso…

Deliberadamente, comenzó a mearse en las bragas, estremeciéndose con violencia contra el pecho de su amigo. Él comenzó a notar la cálida humedad demasiado tarde, cuando el chorro de orina goteaba ya potente, empapando sus vaqueros, rebosando de los pliegues de la tela formando un pequeño charco a sus pies, en el suelo santo. La orina estaba caliente y tenía un penetrante olor que inundó sus fosas nasales.

Casi de inmediato, como si acabara de darse cuenta de que le había meado los pantalones a su amigo, Amanda se levantó como impulsada por un resorte.

--¡Oh, Alex, lo siento!

Su amigo la contempló mudo de asombro, con cierta turbación a caballo entre la sorpresa y la pena en los enormes ojos azules.

--¡Me he meado como una verdadera cerda, ha debido de ser por el miedo…! Dios mío, Alex, mira cómo te he puesto…

Palpó sin disimulo los muslos del muchacho por encima del pantalón empapado de orina.

--No sé qué me ha pasado, lo siento…--continuó disculpándose con lágrimas en los ojos.

Sollozando, se dio la vuelta y se quitó las braguitas mojadas, estrujándolas en un buruño de algodón que escurrió algunas gotitas color ámbar sobre las losas de piedra. Se agachó un poco más de lo necesario para depositarlas en el suelo, a escasos centímetros de sus pies, y al hacerlo le mostró a su amigo su culito desnudo por debajo de la falda que llevaba, así como su sexo húmedo de jugos y orina levemente abierto. La muy puta se mantuvo unos segundos en esa posición, con el culo al aire, sin poder ser testigo de la involuntaria reacción que casi con toda seguridad se estaba produciendo en el cuerpo de su amigo.

--No me lo puedo creer… ¡Me he meado encima!—gimió, girándose de nuevo hacia Alex, tratando de disimular la malvada sonrisa que amenazaba con insinuarse en sus labios de flor—Perdóname, Alex, por favor…

--No pasa nada—murmuró su amigo, confuso aún por la imagen de las nalgas redondeadas de Amanda aún impresa en su cabeza. A su pesar, le había invadido de pronto una nube de excitación que había comenzado a embotar sus sentidos.

Amanda, a sabiendas de que a su amigo le fallaba la voz, se acercó unos pasos, retorciendo sus labios en un mohín de culpabilidad.

--Tienes que quitarte estos pantalones, están empapados y huelen que apestan…

La verdad es que la meada de la joven había sido como la de una elefanta con incontinencia. Ella lo había planeado así, bebiendo con anterioridad cantidades ingentes de líquido, y había disfrutado enormemente dejando escapar por fin aquella tremenda riada por entre sus piernas. Una vez liberada su vejiga, el coño le ardía a pelo por debajo de la faldita manchada, retorciéndose sus pulsantes labios al imaginar la polla y la lengua de su amigo jugando dentro de ellos.

Alex negó con la cabeza.

--Pero Amanda, no puedo quitármelos aquí…

--Bueno—respondió ella—pues entonces vamos a tu casa…no soportaría que te cogieras una pulmonía por mi culpa…

Su amigo asintió levemente, sin moverse, como si se hubiera quedado clavado sobre la fría piedra.

--Además, necesito lavarme el chochito…--murmuró Amanda, enrojeciendo como una niñita avergonzada, dirigiendo los ojos al suelo—me está picando mucho por las gotitas de pis…si no me lavo, se me irritará, y la piel ahí abajo es muy tierna y sensible…

Se levantó con osadía la falda lentamente y dejó al descubierto los enrojecidos labios mayores, abultados como dos lenguas de vaca sobresaliendo por debajo del escaso vello castaño, que frotó con gesto de disgusto.

--Mira—le mostró con inocencia—hasta se me están inflamando un poco…

Alex apartó la mirada desenganchándola con brusquedad del jugoso coño de Amanda.

--Vale, iremos a mi casa. Pero tápate, por favor…--musitó.

--Discúlpame, Alex, es que estoy muy nerviosa…--lloró la viciosa niña, volviendo a arrojarse a los brazos de su pobre amigo—por favor, llévame a tu casa…

Sin mediar palabra, Alex hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para erguirse. Desentumeció sus músculos y, sin querer desengancharse del abrazo de su amiga—no quería herirla, en mitad de su fehaciente desequilibrio tras el enorme susto—caminó hasta la verja del cementerio.

Cargó a una Amanda desmadejada por las calles que le separaban de su vivienda, desiertas a aquella hora de la noche, y dio un suspiro de alivio cuando por fin logró abrir la puerta de su casa. Le costó maniobrar con la llave en la cerradura por dos motivos:

Uno, porque el cuerpo de Amanda casi se había desmoronado con todo su peso sobre su espalda, que era fuerte, pero ocupada en soportar el cuerpo de su amiga no le dejaba apenas movilidad en los brazos y hombros, si es que quería evitar que Amanda cayera al suelo.

Dos, porque el aroma del coño de Amanda, cargado de feromonas debajo de la exigua faldita tableada y mezclado con la orina emitida hacía escasos instantes, le inundaba de tal modo que le estaba mareando. Alex comprobó con consternación que estaba poniéndose caliente, y que su polla había comenzado ya hacía rato a endurecérsele dentro del calzoncillo calado.

Despacio, cerró la puerta tras de sí y fue a ayudar a Amanda a sentarse en el sofá de su salón, pero está rechazó la idea de acomodarse directamente sobre la tapicería.

--No, Alex, voy a arruinarte el sofá…será mejor que me lave antes, ¿me acompañas al baño?

--Claro, Amanda…

Guió a su amiga por el estrecho corredor oscuro, al fondo del cual se encontraba el cuarto de baño de la vivienda.

--Oh, vaya—murmuró Amanda cuando su amigo accionó el interruptor de la luz—no tienes bidé…tendré que lavarme el chochito en la ducha…

--Sí…--asintió su amigo, dispuesto a salir corriendo de allí—por mí no hay ningún problema…

--Ya…--musitó Amanda, nuevamente con los ojos cargados de vergüenza—pero para ello tendré que desnudarme…

Y de pronto, bloqueando la puerta del cuarto de baño para no dejar salir de allí a su amigo, se sacó la camisita por la cabeza dejando al descubierto sus pechos duros como manzanas verdes, estremecidos por la fresca temperatura, los pezones erizados como las guindas encarnadas de dos tiernos pasteles de nata. Alex sintió de pronto unas irrefrenables ganas de morderlos, y apartó la vista desesperado, accionando el picaporte de la puerta sin éxito.

--Pero Amanda, por dios, ¿qué estás haciendo?

--Estate quieto y mírame—exclamó esta, haciendo pucheros—creo que tengo una herida aquí…

En efecto, se había raspado por encima de su turgente pezón izquierdo, probablemente cuando se tiró por la escarpada pendiente antes de llegar al cementerio.

--Alex, me duele…

Acto seguido se desprendió de la falda, que resbaló hasta sus estilizados tobillos dejando al descubierto la totalidad de su desnudez.

--Me pica el coñito…--continuaba salmodiando, mientras contoneaba su goloso trasero frente al espejo del lavabo, aún con un brazo estirado bloqueando la puerta. Metió uno de sus dedos en su vagina empapada como un pez, y comenzó a agitarlo levemente entre los delicados pliegues. Alex la miraba incrédulo desde la puerta, indefenso ante su desfachatez.

"Soy una puta y viciosa marrana" se regocijaba Amanda en pensar, lo que la excitaba todavía más para seguir haciendo todo aquello. Se sacó el dedo del coño y se lo metió en la boca, fijando la mirada en los atónitos ojos de su ángel; olfateó y lamió su dedito con glotonería, saboreando los jugos que lo impregnaban, y una vez estuvo completamente insalivado lo volvió a introducir entre sus piernas, frotándose rápidamente mientras revolcaba su culo contra el aire de puro gozo.

Pero su amigo cortó su bamboleo con brusquedad, por primera vez desde que se vieron.

--¡Amanda, ya está bien!—sólo él sabía que se le había puesto la polla como una piedra, con tanto meneíto--¡para ya, por favor!

De un tirón la asió del brazo y la apartó de la puerta.

--Usa el baño como quieras y lávate tú solita, yo te espero fuera…--fue lo único que logró decir.

Salió de la habitación con paso firme y cerró la puerta tras de sí, escuchando el eco de los sollozos de aquella zorra manipuladora contra los azulejos del baño. Algo aturdido por la visión de aquel voluptuoso cuerpo en pleno disfrute, avanzó hacia la seguridad de su dormitorio y se sentó sobre la cama. Una vez reclinado en el mullido colchón, repasando con los ojos aquel entorno que tan suyo y familiar le resultaba, no pudo evitar masajearse con ardor la polla dura por encima de los pantalones. No recordaba haber tenido tantas ganas de follar en toda su vida.

Alguna vez había soñado con metérsela a Amanda…pero se había sentido tan cabrón, tan mal por el sólo hecho de pensarlo…

No era ningún ángel, no. Pero para ella sí lo era.

Sin darse cuenta, las caricias sobre su miembro erecto se fueron haciendo cada vez más vigorosas. Exhaló con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, para sentir aún más la palma de su mano sobre su brutal erección.

Amanda era una zorra. Le buscaba. Le había enseñado el culo en el cementerio…

Desde la visión de aquellas nalgas redondeadas y blancas como la luna llena, había estado él cachondo como un burro encerrado en un establo. Gimió de gusto palpando su pollón a estallar, sin atreverse a desabrocharse el botón de los vaqueros, y pensó de nuevo cuánto le gustaría follarse esa dulce vagina de mermelada salobre, ese culo seguramente virgen. Qué zorra. Realmente se merecía lo que buscaba…se merecía que alguien la diera un escarmiento por ir calentándole la polla a sus amigos de esa manera.

De pronto, el murmullo del agua que llegaba desde el baño cesó. Se oyeron tímidos pasos por el pasillo y unos leves golpes en la puerta de la habitación de Alex, bajo la cual se dibujaba una franja de luz.

--Entra—exhortó él con voz ronca.

Se abrió lentamente la puerta y Amanda, sólo cubierta por una suave toalla de color blanco, con los ojos visiblemente enrojecidos por haber llorado, dio unos pasos dentro de la habitación.

--Lo siento, Alex…

--No me digas más lo siento, Amanda—contestó él, la voz distorsionada por lo cachondo que estaba—y siéntate aquí.

Amanda se sentó despacio, con la cabeza gacha, en el trocito de cama que su amigo le indicaba con un golpe firme de su mano.

--Alex…

Plasss!!

De repente, él le dio una fuerte bofetada que hizo temblar las tiernas mejillas de Amanda, y a continuación la agarró de los pelos, obligándola a levantar la cabeza para mirarle a los ojos.

--¿Qué pretendes?—masculló cerca de su cara con brutalidad--¿Qué es lo que quieres?

Amanda rompió a llorar de nuevo y se removió sobre el colchón, tratando de zafarse de la mano de Alex. Sus lágrimas se perdían en su cuello, mojando la marca enrojecida que le había dejado en la mejilla la bofetada que Alex le había propinado con la mano abierta.

--Alex…

Plassss!! Él volvió a cruzarle la cara con mano implacable, sintiendo como su excitación sobrepasaba sus propios límites.

--¿Qué es lo que quieres?—repitió, gritando--¡Dímelo, puta!

Sus dedos se recortaban blancos sobre las ardientes y tiernas mejillas de aquella niñata descarada.

--Quiero follar…--sollozó Amanda, hecha un mar de lágrimas—Alex, fóllame, por favor…

Él se separó de ella, respirando entrecortadamente. Intentó volver a la normalidad e hizo un esfuerzo supremo por controlarse. No podía ser natural el deseo que se abría paso arrasando sus venas, el deseo de violar y lastimar a su amiga a la que siempre había cuidado y protegido como un verdadero ángel de la guarda.

Pero Amanda no se quedó quieta. Por fin liberada de la mano de Alex, se levantó despacio y esbozó una sonrisa cargada de vicio, aún con lágrimas en brotando de sus ojos.

Se colocó de rodillas junto a la cama, con el pecho descansando sobre el mullido colchón, y separó con ambas manos el cofre de sus nalgas para ofrecerle a Alex su coño jugoso como un higo maduro, tembloroso por la excitación, y el agujerito tierno de su ano.

Ante la visión de aquel culo abierto y la enrojecida fruta que latía más abajo, Alex se desbordó como la lava de un volcán. Sin pararse a pensar en lo que hacía, se sacó la polla, gruesa y latente, e insertó con violencia el ardiente glande en el umbral del chocho de aquella cerda, que moría por tragarlo.

Se la clavó entera de un empujón, rebuznando con una voz que no reconoció como suya.

Al sentirle dentro, Amanda se retorció encantada, revolcando su culo sobre el abdomen de su ángel, que estaba duro como una tabla de madera por contener la descarga inminente.

Casi al momento, Alex comenzó a bombear como un desesperado hasta lo más profundo de las entrañas de su amiga; Amanda pensó que iba a romperla por la mitad. Sentía la piel tensa de sus pelotas rebotando contra su chochito que se deshacía en agua en cada embestida.

Ella gemía como la más puta de las diosas y el gruñía como un animal, estampándola contra el borde de la cama, una y otra vez.

Justo antes de correrse sacó su palpitante garrote de aquella humedad de pan caliente, y se esforzó por controlar el espasmo previo al punto de no retorno que sentía ya muy cerca.

Tras unos instantes de intensa agonía, en el que Amanda tembló con incertidumbre al verse privada momentáneamente de la polla de su ángel, le penetró de improviso el tierno culito arrancándole a ella un grito desmedido de sorpresa y dolor. Se la metió en el estrecho canal sin miramientos, sin ningún aviso ni calentamiento previo. Él también gimió, pero más por gusto que por daño, cuando sintió las estrechas y cálidas paredes del ano caliente cerrándose en torno a su polla, nunca la había tenido tan enorme y tan apretada…

--Alex, por favor, no…--Lloraba Amanda a lágrima viva—sácamela del culo, me duele…

Pero, por supuesto, aquel demonio ojiazul no le hizo ningún caso.

La penetraba cada vez con más virulencia, con más codicia. La polla le ardía a punto de desbordarse en un torrente de semen dentro de aquel anito que se estaba afanando en romper…

--Alex, Alex…

--¡Aguántate, zorra!—exclamó él sin poderte contener, dándole un sonoro azote en el culo—tú te lo has buscado…¿es que no te gusta?

En efecto, el culo de Amanda era tan vicioso como ella y, poco a poco, a pesar del dolor inicial, fue haciéndose cada vez más elástico para absorber mejor las acometidas de aquel rabo intruso. En realidad no le quedó más remedio…

Resoplando furioso, como una bestia en celo, el cuerpo agitado cubierto de sudor, su ángel la penetró con rabia unas cuantas veces más hasta que por fin se corrió, vertiendo allí dentro un potente chorro de leche desde su polla ordeñada por el culo de su amiga.

Fueron brutales las sacudidas del orgasmo, durante las cuales ambos fueron uno, envueltos por la misma piel: el demonio alado y la zorra virgen, el ángel del infierno y la santa calientapollas.

Con el culo destrozado, Amanda resoplaba sonoramente acariciándose ella misma el coño mojadísimo, intuyendo el orgasmo que amenazaba con fundir cada una de las miserables células de su piel…

--Alex, Alex, Alex…

Y Alex seguía rompiéndole el culo mientras se vaciaba, deshaciéndose en un gemido gutural, refregando sus poderosas caderas contra el trasero de su protegida.

Después de interminables segundos de corrida, ambos cayeron al suelo, como si sus respectivos espíritus les hubieran abandonado.

Les aseguro, amados lectores, que Amanda se lo pensará dos veces de ahora en adelante antes de calentarle a polla a un amigo, aunque éste sea su ángel de la guarda…

Por cierto, ¿tienen ustedes la suerte de contar con un ángel particular?

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