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Mi querido amigo Silver (7): En solitario.

en Confesiones

¡Hola de nuevo!...veo que volvemos a encontrarnos…

Les vuelvo a dar a todos ustedes las gracias por estar ahí.

Hoy tengo que contarles algo que no van a creer…estoy tan aturdida que aún no me lo creo ni yo misma; me faltan incluso las palabras a la hora de ordenar sentimientos, no sé cómo empezar a explicarles... Ha sido un fuerte golpetazo en mi vida sin venir a cuento, una coincidencia –qué feo llamarlo así, pero es lo que ha sido—de esas que te hacen pensar "¿Y si es verdad que el destino existe?"… "¿y si todo tiene un por qué, a pesar de que uno se ría con descaro de esas tonterías?, ¿y si cada quién tiene determinado ya desde el principio su propio camino por recorrer, plagado de sobresaltos y putaditas únicas?"

Les voy a pedir ahora que demos un salto de años luz en esta historia, para que les pueda contar con detalle lo que ha pasado hace tan sólo unos días. Tengan por seguro que en otro momento, si ustedes quieren, no tendré reparo en continuar todo aquello que nos pasó a Silver y a mí cuando teníamos dieciséis y diecinueve años respectivamente…pero ha de ser en otra ocasión, porque no puedo dejar que el sobresalto de lo nuevo se pudra dentro de mí sin que ustedes—los confidentes que han estado escuchándome (leyéndome) con la fidelidad que yo necesitaba—lo sepan.

Tengo que contarles que anoche vi a Silver.

Después de catorce años, por primera vez en todo ese puñado de días, horas y minutos en las que no he dejado de acariciar su imagen al menos una vez todos los días. ¡No!, ¡miento!, por primera vez no, ayer no fue la primera vez…en honor a la verdad, vi una foto suya (la única foto que he visto de él, ahora que lo pienso) pocos días antes…

Pero déjenme que les cuente cómo ocurrió todo--si es que soy capaz de controlar estos nervios que me están volviendo loca—y que intente relatarles los acontecimientos en orden y de manera inteligible. A ver si lo consigo.

Hace apenas una semana, el siete de agosto de 2008, fue mi cumpleaños. No es que sea de esa gente que odia con toda su alma cumplir años, pero no suelo montar fiestones por ese motivo, y llegados a este punto de "vejez" en proceso de aceptación—ustedes me perdonen—hubiera preferido no celebrarlo…pero tuve que hacerlo, claro. Nos juntamos la familia y los amigos cercanos en mi casa sin yo poder hacer nada por evitarlo, y no me quedó más remedio que sonreír y poner cara de sorpresa.

Aunque de inicio me dan pereza este tipo de eventos, reconozco que luego termino pasándomelo en grande…y además, ese día en concreto, me sentí feliz al ver la cara de ilusión que ponía mi marido con todo el despliegue de tarta, velas y regalos, ya que él fue quien organizó aquella "fiesta sorpresa" que yo me temía desde el mes pasado. Ya ven, mi marido es una persona estupenda. Por esto y por muchas otras cosas…aunque lo cierto es que ya no existe el fuego que ardía entre nosotros al principio, ha ido apagándose y perdiendo intensidad conforme han ido pasando los años…pero en fin, esa es otra historia.

Siguiendo con el hilo de la fiesta, la verdad es que estuvo muy bien. Mi marido se las arregló para localizar a mis dos mejores amigas, una de ellas perdida en Kuala Lumpur, o al menos eso parecía…

También estuvo mi madre, y mi hermano Marcos, encantado de la vida por haberse conocido, como siempre. Marcos disfruta muchísimo con este tipo de cosas, porque en las fiestas chismorrea a sus anchas. En la vida he visto un hombre tan marujo. Desarrolla mil historias sobre la gente que rodea a uno—vecinos, el panadero… gente que parece totalmente normal—y acaba contándote cosas increíbles de las que nadie sabe cómo se entera, poniéndolos a todos ellos de psicópatas para arriba en el mejor de los casos. Qué peligro tiene, deberían contratarlo para el programa de Ana Rosa Quintana y así al menos ganaría dinero, no como en las fiestas de los demás—donde suelta todos esos chismes, desinhibido por el alcohol—y tan sólo gana una audiencia reducida de ojos como platos, que la mayor parte de las veces no le cree ni la mitad de las cosas que cuenta.

Estábamos en ese punto de la velada en el que mi hermano, con ojos achispados, ya estaba muy metido en su diarrea mental cuando de pronto paró en seco de hablar y se le abrieron mucho los ojos.

--¡Ay, Malena, que se me ha olvidado darte una cosa!...

Se dirigió hacia el banco que tenemos en la entrada, donde ponemos los abrigos, y volvió poco después con un paquetito cuadrado y plano entre las manos.

--Toma—me dijo, tendiéndome el paquete—es otro regalo más…tienes que abrirlo ahora, ¡vamos!—apremió.

Extrañada por la súbita prisa de mi hermano, sonreí y desgarré con cuidado el envoltorio del nuevo regalo—siempre me ha dado pena romper el pliego de envolver, es una manía mía—, retiré despacio el papel celo que había en cada doblez, y…no me van a creer, pero les aseguro que mientras desenvolvía aquel objeto sentí un hormigueo extraño en las puntas de los dedos, y una corriente de energía ascendiendo de pronto por mi columna vertebral.

--Vamos, hija, que lenta eres…--me jaleaba mi hermano.

Todo se ralentizó.

Sin embargo, cuando quité el bonito papel rojo, no pude disimular un destello de decepción en mis ojos…no sé lo que hubiera esperado encontrar, pero al ver por fin lo que era pensé "Claro, el regalo típico de Marcos" y mi repentina curiosidad se desinfló de golpe.

Se trataba de un CD. Un CD de música del tipo de la que le gusta a mi hermano, y también a mí, pero tan sólo un CD. En la portada se leía la palabra "WHOEVER" en rasgadas letras metalizadas, por encima de una foto en blanco y azul de los integrantes de la banda. Supuse que "Whoever" era el nombre del grupo (desconocido para mí hasta el momento), ya que en letras más pequeñas en cursiva se leía debajo de la foto la palabra "Liberia" (el nombre del álbum, imaginé). Si es cierto que lo de Liberia me sonaba de algo…quizá lo habría escuchado en la radio, no lo recordaba, pero el caso era que me resultaba familiar…

En resumidas cuentas, un CD de una banda con tintes metal, probablemente "de moda" para más inri… ¡qué horror! Ya sé que en la música todo es de alguna manera comercial, pero en mi mundo ideal los artistas tendrían que ser anónimos, aunque si no los conociera nadie yo tampoco lo haría… en fin, contradicciones mías, para variar.

Traté de disimular el pequeño-gran bajón y sonreí a Marcos, dándole las gracias por su regalo lo más efusivamente que fui capaz. Ya iba a guardarlo entre mis otros discos, cuando me agarró del brazo, la mano como una tenaza aferrada de pronto a mi carne, para impedirme hacerlo.

--No, no, no—me dijo, sacudiendo la cabeza vehemente—No te has dado cuenta.

--¿Cuenta de qué?—pregunté, sin saber a qué se refería.

--La foto de la banda—respondió mi hermano—Mírala bien.

Acerqué a mis ojos la imagen en azul y negro de la cubierta del CD y entonces…de pronto, lo vi.

No pude reprimir una exclamación de asombro. Me fallaron las piernas. Aparté los ojos de la fotografía como si ésta me quemara, y deseé soltarla, pero en cambio la miré otra vez, observando cada detalle, cada contorno de la silueta que se encontraba en el medio, entre las otras dos personas, sujetando en sus manos una guitarra que colgaba laxa de su huesudo hombro. No podía ser.

--¿No reconoces a alguien?—preguntó mi hermano, con una sonrisa de profunda satisfacción.

--Ss-sí…--murmuré en un hilo de voz.

Ahí estaba. Su pelo negro flotando hasta perderse en su cintura, su cuerpo delgado y fibroso, su nariz recta ligeramente aguileña entre sus ojos de lobo, enormes y negros, que parecían perforar mi alma desde aquel papel.

--Es Silver, ¿te acuerdas de él?—soltó mi hermano sin poder contenerse.

Para no recordarle…

--Joder, Marcos, cómo no me voy a acordar…--traté de sonreír, intentando disimular mi nerviosismo

--Han sido muchos años sin saber de él…

--Ya, eso sí—asentí, sin poder apartar los ojos de la foto.

--Pero mírale al cabrón, está casi igual que la última vez que le vimos… ¿no te parece?

--Sí, está casi igual—admití.

Era cierto. Casi no podía yo reaccionar. Me sentí de pronto tan… ¿feliz?... ¿aliviada? de que no hubiera cambiado demasiado…era como no haberle perdido nunca, a pesar del tiempo transcurrido; era como retroceder en el tiempo durante un instante. Pero esa misma felicidad levantó la débil costra que me protegía de lo mucho que le añoraba, de la herida que aún latía en mí desde que un buen día él se marchó sin dejar nada más que unas cuantas palabras escritas sobre mi mesita de noche. Qué desgarro me invadió en aquel momento, al leer sus frases de despedida y de disculpa; qué triste y qué idiota, indignada por aquel súbito abandono, me sentí…

Qué sola, sin él.

Sólo recuerden cómo empecé a escribirles a ustedes, y los sentimientos que en la primera entrega—que en principio sería única—les confesé. No se imaginan cuánto me costó en su día hacerme a la idea de que no volvería a verlo, o de que al menos esa era su intención, lo que era aún más doloroso si cabe.

La carta que me escribió aún la conservo; la tengo guardada en el cajón de la ropa interior, plegada cuidadosamente debajo de unas braguitas de seda que tengo dobladas al fondo del todo, cubierta por el resto de mis bragas y sujetadores. Nadie sabe que existe esa carta, por supuesto. Espero que no le dé a ninguna persona curiosa por meter la mano ahí…

En parte odio a Silver por haberla escrito. Pero a mí pesar se lo agradezco también, porque ese papel se convirtió de alguna manera en una marca física de su recuerdo, que no suplía ni de lejos la huella de sus manos sobre mi piel, pero que en definitiva siempre seguiría allí, a mi lado, en el fondo del cajón.

Ustedes me entienden, ¿verdad?

Pero volviendo a aquel momento fatídico en mi fiesta de cumpleaños, se imaginarán que yo me había quedado de piedra literalmente, con cara de gilipollas sujetando el CD en la mano sin querer desprenderme de él y mi mente volando lejos, ahogándose en un mar de recuerdos que volvían de golpe a estrellarse, como violentas olas, contra los acantilados de mi entereza.

Silver no fue un sueño. Existía, siempre había existido. Y había vuelto.

--Qué fuerte, ¿verdad?—rió mi hermano, meneando la cabeza con gesto de incredulidad—menudo hijo puta. Ni siquiera me ha escrito en más de diez años para contarme nada de su vida, y hace dos días me manda un correo y me dice que va a enviarme esto, para que te lo regale. De tu cumpleaños sí se acuerda el cabrón, porque lo que es del mío…

--Joder…--murmuré, tratando de procesar aún todo lo que estaba ocurriendo.

--Ya sabes como es. Es su logro personal, supongo; era la ilusión de su vida, grabar un disco. Y me dijo en el correo que quería dedicártelo a ti…así que nada, te lo entrego de su parte…

--Joder…--era incapaz de decir otra palabra.

--Ya—asintió mi hermano—a mí también me dio una especie de shock, después de tanto tiempo, pero al fin y al cabo es una alegría, ¿no crees?

"No. Es una inmensa putada" se dibujó con llamativas letras de neón dentro de mi cabeza, mientras toda mi realidad daba un súbito vuelco.

--¿No crees?—insistió Marcos

--Sí, claro—respondí, saliendo de mi trance.

--Qué sorpresa, ¿verdad?—comentó entonces mi marido con una inocente sonrisa. --¿no vas a ponerlo?—añadió, señalando nuestro equipo de música con una inclinación de cabeza.

Mi marido no conoce a Silver, en la vida le ha visto y yo le he hablado de él sólo un par de veces, como de un amigo más. Por su sonrisa supuse que mi hermano le había puesto en antecedentes del inesperado regalo, y que –qué horror—a él también le hacía ilusión ese momento, por la sorpresa y el "momentazo" que para mí supondría.

--¡No!—no pude evitar exclamar—No…ya lo escucharé en otro momento…

Simplemente no podía escuchar su música allí, en el salón de mi casa delante de mis familiares y amigos. No me sentía capaz.

--Bueno, bueno…pero esta no era la única sorpresa…—sonrió mi hermano dándose aires de misterio.

--¿Ah, no?

Qué miedo me entró.

--No—sentenció con tremenda satisfacción—va a venir a la ciudad.

--¿Qué?—casi se me salen los ojos de las órbitas. Sentía como si mi hermano me hubiera hecho una encerrona, el pobrecito que sólo había querido alegrarme la noche.

--Sí—continuó—viene de Barcelona, que es donde ha estado viviendo…va a tocar con su grupo, ¿sabes? Este sábado, en el Ascella.

La sala Ascella es un pequeño local que hay en mi ciudad, donde artistas más o menos independientes dan pequeños conciertos de vez en cuando. No es el teatro real ni un estadio, pero tampoco es el bar de Paco.

--He quedado con él el viernes, en La Cueva del Duende—seguía contando mi hermano con entusiasmo—para tomar unas cervezas, ¿quieres venir? La verdad es que tengo muchas ganas de verle.

--Espera, espera…--no podía creer lo que estaba oyendo—Habéis quedado el viernes, ¿dices?

--Sí, sí, un día antes del concierto—recalcó mi hermano—ya que viene sólo de paso me gustaría tomar algo con él, aparte de oír su música…aunque es genial que haya conseguido abrirse camino en ese mundo ¿no crees?; ha cumplido el sueño que siempre tuvimos, tú lo sabes…realmente le envidio, tiene que explicarme cómo lo ha hecho…

Qué fuerte.

Mi mente necesitaba tiempo para analizar todo aquello, ordenar de alguna manera los pensamientos que se sucedían a la velocidad del rayo dentro de mi cabeza, y acallar tanto mi severa voz interior como la visceral respuesta consecuente.

Por no hablar de la aterradora pregunta que se insinuaba, debajo de capas y capas de sedimento acumulado en el rincón oscuro de mi desván interior…

… " ¿Todavía le amas? "…

Esa pregunta no tenía sentido que siguiera existiendo, a no ser que la respuesta continuara siendo "sí", ¿no creen?

Del resto de mi fiesta, de lo que pasó después de haber recibido yo el CD, apenas me acuerdo. Alguien con mi misma cara y mi misma voz contestó preguntas, apagó las velas del pastel y se mostró educada y apacible hasta el final, pero yo, mi yo verdadero, divagaba muy lejos de aquel salón.

Mi hermano estaba empeñado en que yo fuera al concierto del Ascella, desde luego. Y no sólo en eso, sino que también quería llevarme a toda costa a La Cueva del Duende, el antro cavernoso donde pensaba encontrarse con Silver después de tanto tiempo para tomar un par de cañas. Me llamó con insistencia al día siguiente—el mismo viernes—por la mañana y también por la tarde, hasta que al final logró que le dijera que sí. Negarle algo a mi hermano es un infierno porque te persigue como si fuera tu pesadilla hasta hacerte cambiar de opinión, fagocitando toda tu energía como una ameba, dándote todo tipo de argumentos a cual más coñazo. Menos mal que por regla general pide pocas cosas…Pero claro, en aquel asunto se volcó haciendo gala de toda su persistencia, porque hasta donde él sabía Silver y yo habíamos sido muy buenos amigos, y no entendía por qué yo me negaba a verle.

En fin, como les decía, a mi pesar me convenció, dándome yo finalmente por vencida ante su "ataque ameba". No falla, se lo aseguro. Con tal de no aguantarle hubiera dado oro…

Y claro, en realidad, también daba oro por--¡ay!...--por ver a Silver de nuevo.

Al escribir esto me doy cuenta de que sigo siendo igual de estúpida que hace catorce años; pensé que eso cambiaría con la edad pero no ha sido así. Ahora soy igual de imbécil o más.

Es curioso la escala emocional a la que uno se aferra para superar una amarga decepción: Desengaño, ira, tristeza, ira de nuevo, negociación, y, finalmente, …¿aceptación? El camino hasta esta codiciada fase es arduo y está plagado de monstruos que te hacen retroceder de nuevo al principio, y para llegar a ella uno tiene que dejar tras de sí la nostalgia, sacarla de su alma, con tremendo dolor.

Creo que yo nunca llegué a esa fase de "aceptación".

Me sudaban las manos cuando por fin colgué el maldito teléfono, después de haberle dicho por fin a mi hermano que sí, que iría a aquella noche con él a La Cueva del Duende. Me pareció que era mejor no detenerse a analizar las consecuencias de aquello, ya que bastante nerviosa estaba ya…

Eran las siete de la tarde y habíamos quedado a las nueve y media, en la mismísima puerta del antro. Me lancé como loca ("de perdidos al río") a la ducha, sintiendo escalofríos recorriendo mi médula espinal de arriba abajo. Resoplando entre mis labios entreabiertos, como para liberar aquel torrente de energía ascendente a través de la respiración, intenté tranquilizarme y dejar la mente en blanco debajo del chorro de agua caliente. Me enjaboné todo el cuerpo con dedicación, explorando aquellas zonas donde me parecía tener telarañas, y no sólo me refiero al coño—que también—sino a la región entre mis muslos, las palmas de mis manos, la congestionada piel de mi cuello bajo la que la sangre se agolpaba por detrás de mis orejas…lugares aquellos que habían permanecido dormidos durante mucho tiempo sin ser perpetrados, sin ser acariciados ni siquiera por mí…y que en ese momento comenzaban a despertarse, agónicos de hambre tras el largo letargo…

Dibujé con la esponja el contorno de mis nalgas, y con los ojos cerrados me lavé cuidadosamente la rajita del culo…mi mente comenzó a agitarse, a temblar como una mariposa asustada. Me acaloré de pronto y me encendí.

Pasé mis deditos llenos de untuoso jabón de leche por entre mis piernas, sintiendo la lluvia cálida de la ducha sobre mi piel; acaricié el pequeño botón rosado que se desperezaba entre mis pétalos más íntimos, con suavidad pero con tristeza, algo de pena, algo de rabia. Y mucho, muchísimo deseo.

En mi cabeza era el dedo huesudo y largo de Silver y no el mío el que me penetraba una y otra vez, alternando sus acometidas con lentas caricias sobre mi humedad. Me unté los dedos con más jabón y me penetré el culo con la otra mano, sintiendo al momento una tremenda descarga de flujo sobre los dedos que tenía aún metidos dentro del coño. Asustada por el gemido de burra que emití entonces, me alcé sobre las puntas de mis pies y miré por encima de la mampara de la ducha para asegurarme de que la puerta del baño estaba cerrada con pestillo…no quería que mi pobre marido, que andaba por casa en mangas de camisa, entrara y me descubriera haciendo guarradas debajo del chorro pensando en otra persona…

Comprobé que la puerta estaba cerrada, y sin pensármelo dos veces me senté en la bañera, con el agua de la ducha aún lloviendo sobre mi cuerpo perlado de rosa; separé las piernas todo lo que pude, y apuntalé el culo contra la loza fría para acceder sin problemas a mi chorreante y enjabonado chocho desnudo. Sin pensar en lo que hacía, agarré la esponja-flor y la retorcí, aún espumosa y rezumando jabón hidratante, para introducirla violentamente dentro de mi ano. Dejé escapar un gemido ahogado cuando sentí cómo suavemente raspaba mis profundidades cuando me acomodé sobre ella.

Así colocada comencé a masturbarme con fiereza, apretando los dientes para no gemir mientras mi dedo se movía raudo frotando mi turgente clítoris, temiendo el orgasmo que se iba fraguando en la profunda galería de mi coño. Llevaba tiempo sin correrme en condiciones … no recordaba cuándo me había masturbado por última vez, y en ese momento sentí que el estallido del orgasmo era inminente, como una tormenta que avisa tronando desde lejos, y me dio miedo. Me dio miedo como miedo nos da morir.

El orgasmo llegó y saqué mis dedos bruscamente de dentro de mí, para que no me matara.

Lo disfrute sólo a medias, pero cómo lo disfruté. Me retorcí en aquel lecho encharcado de agua, pataleando, con la cabeza hacia atrás contra los inmaculados azulejos, culebreando con los dedos clavados a ambos lados del borde de la bañera hasta ponerse blancos. El agua de la ducha continuaba acariciando mi pubis y metiéndose por entre mis piernas abiertas, impidiendo que mi cuerpo se enfriara. Imaginé que las manos de Silver se aferraban a mis caderas mientras me follaba contra las paredes de la bañera, metiendo y sacando de mis entrañas su polla a reventar, culeando con violencia. Imaginé y sentí sobre mi culo temblón el ritmo desaforado de sus sacudidas, y en lo más oscuro de mi mente le vi correrse fuera de mí, su falo expulsando hacia arriba incontenibles chorros de leche como si fuera una fuente.

Después de aquel espasmo gracias al cual por fin recordé que tenía cuerpo, me relajé y quedé un rato quieta, dentro de la bañera vacía, con el único movimiento de las gotitas de agua salpicándome en las rodillas desde la ducha. Lo de no pensar en Silver ya era una misión imposible ("No te importará que te masturbe yo ahora…"), así que liberé mi mente de las férreas ataduras y me concentre en su cara, en su risa, en su voz…todavía seguía cachonda, pero no quería acariciarme más; sólo quería que volviera a vivir en mí su recuerdo que durante tantos años me había esforzado por tapar, sólo quería volver a sentir su sonrisa sin tanto dolor. Después de todo, esa misma noche le vería…

Ni por asomo tenía yo un plan ni una pauta estructurada de qué hacer cuando le encontrara y nos viéramos por fin frente a frente, después de todo lo que nos había sucedido hacía tanto tiempo.

En cierto modo me jodería pensar que tendría que ser amable—no valía la pena otra opción—después de lo traicionada que me había sentido por él. Y me jodía aún más saber (porque lo sabía) que mojaría las bragas al instante, en cuanto él se acercara a mí, en cuanto yo volviera a mirarle a los ojos, en cuanto me llegara de nuevo su olor que ahora no era más que la huella de un recuerdo.

Y,… ¿Qué encontraría yo en sus ojos?... ¿Me miraría con conciencia o con codicia? ¿Evitaría mi mirada, se sentiría incómodo en mi presencia?... ¿Sentiría él tanto miedo de verme a mí como yo sentía por verle a él?

Suspirando por toda aquella incertidumbre, terminé de lavarme y salí de la ducha. Tras secarme y untarme entera de crema hidratante, sin descuidar ningún rincón de mi cuerpo, me dirigí hacia mi armario para escoger la ropa que me pondría.

Mientras examinaba mi ropa con ojo crítico, sin querer escoger algo que pudiera sugerir que me había molestado en arreglarme, mi marido entró en la habitación.

--No vuelvas muy tarde esta noche…--me dijo con amabilidad, al tiempo que me acariciaba levemente sin ni siquiera mirarme.

Había entrado para coger el periódico, que reposaba abierto sobre la cama como un gigantesco murciélago con sus alas desplegadas.

--No…--contesté, girándome hacia él, medio desnuda—sólo estaré un rato, ya sabes que voy por compromiso…

A pesar de que mis pezones le desafiaban, apuntándole desde la turgencia de mis pechos blancos como flanes de leche, no me miró. Y si lo hizo, me miró sin verme, pensando en sus cosas. Agarró el periódico y mientras buscaba la página que quería alargó la mano hacia mí para acariciarme distraídamente el hombro.

--Bueno, tú intenta pasarlo lo mejor posible—me dijo sonriendo sin levantar los ojos del papel.

Con esto no quiero dar a entender que mi marido actuara como un insensible y desalmado personaje. Sólo que, quizá, ya era inmune a todos mis encantos, después de tanto tiempo juntos. Tal vez creía que había descubierto todos los misterios de mi cuerpo…y ya no sentía la necesidad física de hacer el amor tan a menudo. No puedo recriminarle nada, a mí también se me habían ido evaporando poco a poco las ganas de sexo con él…cosas que pasan en el matrimonio, supongo. La indiferencia entre los dos, en ese tema, casi roza la abulia, la verdad… pero quizá eso me resulta tan lógico, tan inherente a esta etapa de la vida que no me produce tristeza… bueno, según como se mire. No quiero pensar demasiado en ello.

Tras besarme suavemente en la mejilla, mi marido abandonó la habitación y se alejó arrastrando sus zapatillas por el pasillo.

Yo me dediqué a escoger cuidadosamente la ropa que iba a ponerme, mientras trataba de rehuir la expectación constante que me paralizaba. Finalmente me decidí por unos vaqueros grises –No iba a ir de etiqueta a La Cueva del duende, ya que era un garito casi familiar, agradable y sin demasiadas pretensiones –que la verdad es que me hacen unas bonitas piernas ya que son de cintura baja, ajustados a la cadera; y por una camiseta semi-transparente de raso negro que se ata con un nudo por detrás del cuello, pegándose a la curva de mis pechos y resaltando su redondez. Me recogí el ensortijado pelo en un moño alto, distraído, para que se me viera mejor el cuello—lo bueno de estar toda la vida con el mismo cuerpo es que a mi edad ya has descubierto de sobra tus puntos fuertes—y me calcé unas bonitas zapatillas de deporte negras con bandas laterales de color blanco, que iban muy bien con el conjunto.

Me detuve ante el espejo así vestida y recorrí cada centímetro de mí misma con una aprobatoria mirada hedonista.

Aunque aparento ser modesta, pues no me gusta alardear, siempre he sido vanidosa en los momentos de intimidad conmigo misma, he de reconocerlo. En fin, si una no se quiere ni se gusta estamos apañados, ¿no?

Me maquillé un poco ante el espejo, porque no quería parecer la novia cadáver, y me dirigí al salón para hacer tiempo hasta que llegara mi hora de salida. Si quería estar ahí a las nueve y media, hora en la que había quedado con mi hermano (y con Silver, dios mío) en la puerta del garito, tenía que subirme en el coche con media hora de antelación, por lo menos, descontando los diez minutos que emplearía casi seguro en buscar aparcamiento…

De todas formas, no me importaba llegar un poco tarde. Prefería llegar al punto de encuentro con diez minutos de retraso que con quince de antelación, no sé si me entienden. Era la primera vez que deseaba que la suerte no me sonriera para encontrar un hueco donde meter el coche…tener que aparcar en el centro era la excusa perfecta para no esperar sola, como una idiota, mientras la gente iba y venía por la calle.

De manera que a las nueve en punto, aproximadamente, agarré el bolso y me despedí de mi marido con un sonoro beso. Abandoné mi casa intentando que la ansiedad no me traicionara y me subí al coche, tratando de conducir con normalidad.

Como había predicho, era una hora mala y el tráfico en el centro estaba imposible, con un montón de hijoputas al volante haciendo el animal y colapsando los semáforos y las rotondas. Pasé por delante del garito, reduciendo la velocidad y mirando tímidamente las letras luminosas de neón verde que relucían por encima de la puerta, pero no les vi. Eran aún las nueve y veinticinco. Di algunas vueltas más, soslayando un par de huecos cercanos, y cuando vi el tercero me dije que ya estaba teniendo demasiada suerte y no estaba la situación para tentarla otra vez, de modo que, en ese tercer hueco, maniobré y aparqué. Me sentía como un ternero a las puertas del matadero, consciente de su inminente destino.

Pero ya estaba allí. No iba a irme. Aunque tuve el impulso primario de echar a correr, elegí finalmente no moverme de aquel sitio oscuro, manteniéndome encogida y tensa dentro del coche. Abrí la ventanilla y deslicé la mano en el bolso para coger el paquete de tabaco—no les he contado que fumo, pero es porque empecé con el vicio a los veinte años, fíjense que gilipollez, mucho después de que Silver se fuera—y me encendí un cigarro con manos temblorosas, dejando que el humo se expandiera por mis pulmones, relajándome de esa manera engañosa como sólo el tabaco sabe hacerlo. Cuando apuré la primera calada, me dije a mí misma: "Malena, querida, ahora te vas a fumar este cigarrito con calma y te vas a tranquilizar. Luego, cuando lo hayas apagado, sales del coche y le demuestras a Silver que te importa un pimiento". Levantar el orgullo era muy necesario en ese instante previo, compréndanme, al menos para sentirme más fuerte. Aunque yo misma no me creía mis intenciones de "mujer fatal", por supuesto; nunca he sabido ni he querido serlo, no me hace falta la coraza que tanto "se lleva" para sobrevivir, me rebelo contra ese sucedáneo de fortaleza, lo siento, no me va el disfraz. Después de todo pocas personas hay que tengan el poder de dañarme en serio, pero claro…siendo Silver una de esas personas, tenía que andar con cuidado.

Cerré los ojos y disfruté de mi cigarro hasta el final, inundándose el coche de humo azul a pesar de tener la ventana abierta. Cuando por fin llegó el momento de apagarlo, me dije "venga, con dos cojones" y salí del coche con decisión, cerrando bruscamente la portezuela tras de mí.

Avancé por la transitada calle sin querer levantar la vista del suelo, temblando de la cabeza a los pies. Me hallaba a pocos pasos de La Cueva del Duende, cuando distinguí a mi hermano entre la gente, y a su lado…a su lado, ese demonio alto y delgado con cara de ángel gesticulaba sin yo poder verle el rostro, oculto tras el velo negro de su pelo largo y liso como una tabla.

No tuve más remedio que caminar los pocos pasos que me separaban de ellos, y cuando llegué deseé que Silver no me viera, que no se diera cuenta de mi presencia. Evité mirarle a la cara y me dirigí sólo hacia mi hermano, dándole un caluroso abrazo.

--Hola…--dije, con la cabeza apoyada en el hombro de Marcos, viendo cómo transitaba la gente a sus espaldas.

Transcurrido el tiempo de rigor que dura un abrazo entre hermanos, tuve que separarme de él, y…me obligué a encontrarme con Silver.

Casi me dio un ataque al corazón. Estaba exactamente igual a como yo le había recordado cada día, desde que se fue…

La luz de la luna surcaba de sombras sus afiladas fracciones, haciéndole parecer una especie de criatura de la noche con piel de mármol, pálida y tersa. Sus labios se curvaban en una sonrisa que quería aparentar seguridad, desmentida por sus ojos, que me miraron durante un tiempo cargados de nubes negras, como si escondieran grandes secretos. No pude descifrar lo que había en esa mirada. Había tantas cosas…quise adivinar un rastro de pesar y un destello de culpa, que rápidamente fueron sustituidos por algo parecido a una inmensa alegría…pero había algo más, había algo…más allá de esos sentimientos, dentro de sus ojos .

Yo también me quedé parada unos segundos contemplándole en silencio, atrapada en aquellos océanos negros en los que mi cara se reflejaba tensa en el centro de las brillantes pupilas.

Joder. No hace falta que les diga que en ese momento deseé desesperadamente que me hiciera el amor. No en vano le había echado tanto de menos…

Quería mostrar algo de indiferencia, tan sólo una alegría discreta aceptable para el alto listón del orgullo, pero en lugar de eso me precipité a sus brazos abiertos y le di un gran abrazo.

Me asusté por el contacto de su cuerpo, mi corazón aleteando enloquecido dentro de mi pecho, y me separé de él tan pronto como pude, tal que si su piel estuviera hecha de aceite hirviendo.

--Hola, Silver—me atraganté con las palabras cuando por fin dije en voz alta su nombre, enrarecido en mis silencios durante tantas noches.

Él sonrió conteniendo en sus ojos una emoción de naturaleza incierta, difícil de definir.

--Hola, Malena. ¿Me dejas que te abrace otra vez?

Santo dios, cómo iba a negarme.

Me estrechó con firmeza de nuevo entre sus brazos, apretándome contra su cuerpo, sintiendo yo cómo sus finos mechones de pelo me hacían cosquillas detrás del cuello, escuchando en mis oídos el tambor rítmico y algo acelerado de su corazón. Aspiré una gran bocanada de la dulce calidez que emanaba su piel y se había quedado prendida en su ropa. Olía a Silver, olía a él. Cerré los ojos, y sólo fui capaz de decirle a su pecho, en tono reprobatorio:

--¿Cómo has podido estar ausente durante tanto tiempo?

Inmediatamente me arrepentí de decirlo, pero ya era tarde. Ese pensamiento había aflorado de entre mis labios como un dardo envenenado directo a su corazón, con el deseo inconsciente de dañar más que de saber la respuesta. Hubiera sido mejor obviar su repentina marcha y su ausencia, pero en mi interior eso no era posible.

Me miró largamente con gesto apesadumbrado.

--Malena…

--Es igual, es igual—meneé la cabeza, disuadiéndole con una sonrisa que más parecía una mueca— ¡no digas nada!

Y le abracé por tercera vez, en esta ocasión sin dejar que una brizna de aire pasara entre su cuerpo y el mío, aferrando su recta cintura mientras él, inseguro, volvía a rodear mis hombros con la suave piel de sus brazos. Su olor me embriagó de nuevo hasta el punto en que pensé que me caería redonda.

--Lo siento…--murmuró junto a mi oído—lo siento mucho…

--No hace falta que digas nada, en serio—respondí contra el amargo sudor de su cuello.

Despacio, me soltó.

--Aún no me puedo creer que estés aquí…--musité, mirándole de frente, incapaz de decir nada más.

--Ha sido mucho tiempo—corroboró mi hermano, por su parte—tendrás que contarnos un montón de cosas, ¿no?

Caminamos juntos hasta traspasar la entrada del bar. Más allá de la puerta nos aguardaba un entorno en penumbra, bañado sólo por una tenue luz verde y dorada procedente de unas lamparitas de cristal colgadas en las esquinas, sujetas por eslabones de bronce. En el centro del local, ambientado como una taberna al más puro estilo "Enalfo", se erguía una barra de madera robusta cubierta de botellas que, contra un espejo, actuaban como prismas descomponiendo la débil luz en un haz de destellos de todos los colores. Recuerdo que flotaba en el aire un temazo de Sonata Ártica, casualmente el grupo favorito de mi hermano, coincidencia que él celebró canturreando nada más entrar, con los ojos mirando al techo del bar que estaba plagado de estrellitas brillantes.

--Me encanta este sitio…--comentó mientras movía imperceptiblemente la cabeza al ritmo de la música.

No había mucha gente, y nos dirigimos a una mesa libre que había cerca de una ventanita cubierta con un papel tornasolado, a modo de vidriera. Mi hermano cambió de rumbo de pronto, y nos dijo a Silver y a mí que iría a la barra a pedir bebidas; acto seguido se perdió entre un grupo de heavys rodeados de una densa nube de humo azul acero. No nos preguntó qué queríamos tomar porque le daba igual, el lo tenía claro: cerveza, cerveza, y cerveza.

Silver y yo nos sentamos frente a frente en la mesa, bastante cortados.

--¿Conoces este tema que está sonando?—preguntó tras unos segundos de tenso silencio.

--Sí—contesté—claro. "Victoria´s secret".

--Así es—asintió—"Victoria’s secret". Nosotros tenemos un tema propio inspirado en él que no nos ha quedado mal del todo…

Supuse que hablaba del grupo, claro. De Whoever.

--¿Ah sí?

--Sí—afirmó—está en el disco que te regalé, ¿lo has escuchado? Por cierto, Maleni, felicidades…

--Gracias—respondí con cierta sequedad—y no, no lo he escuchado todavía.

La última frase salió de mi boca en un tono glacial que cortó el aire como si fuera un cuchillo. Silver retrocedió un poco, como para evitar la estocada de una espada invisible.

--Ah, bueno…--respondió—pues…ese tema está en el disco.

--"Liberia"—asentí, recordando el nombre del álbum.

--"Liberia", eso es.

Dejé transcurrir unos segundos antes de hablar, mientras ordenaba los términos de la frase que pergeñaba en mi cabeza.

--Silver—le dije, comprobando que mi hermano aún se afanaba en pedirle al camarero las birras, apostado contra la barra.

--Dime…

Tomé aire y le lancé una mirada fría.

--No quiero ser borde, pero…no pienso preguntarte por tu música, ni por tu grupo, ni cómo has llegado a estar donde estás. No pienso hacerlo. ¿Tú crees que puedes venir ahora, después de diez años, a preguntarme si me gusta tu música y a desearme "feliz cumpleaños," tan tranquilo, como si nunca hubieras desaparecido? ¿Cómo crees que me lo debo tomar?

Vomité esas palabras con verdadero odio, y después me quedé mirando su hermoso rostro, distorsionado de pronto por una sombra de consternación.

Desde mi fuero interno lamentaba profundamente haberle herido, pero al mismo tiempo no podía frenar el torrente de rabia que había comenzado a surcar mis venas. Jamás hubiera pensado que yo le diría aquello.

Después de mi acometida, Silver encogió un poco los hombros y bajó la mirada hasta el suelo.

--No sirve de nada que te diga que te entiendo, ¿verdad?—musitó—que tienes razón, y que lo siento.

No respondí, escapando de sus ojos, paseando mi mirada por el local en sombras.

--¿Quieres una explicación?—murmuró con un deje de desgarro—intenté dártela, te escribí…

--Sí, sí, ya lo sé—le corté—aún guardo tu jodida carta. Y no, no quiero una explicación. Hace algunos años la quise, pero ya no, ya no la quiero.

Silver me miró con verdadera angustia.

--¿Tanto daño te he hecho?—preguntó con un hilo de voz que apenas pude escuchar entre los ruidos del local--¿Tanto daño que ahora no me quieres ni ver?

Me removí incómoda en la silla de madera, aún rabiosa, profundamente dolida.

--Si no te hubiera querido ver no hubiera venido, Silver—respondí.

En ese momento apareció mi hermano emergiendo como el ángel de la cerveza de entre las tinieblas. Mostraba una ancha sonrisa de oso satisfecho, y casi dejó caer tres botellines sobre la mesa.

Como no tiene mucho tacto ni tampoco es demasiado observador, no se percató de nuestras caras, que deberían ser todo un poema, cada uno mirando a una esquina diferente del local.

--Bueno…--dijo Marcos, dándole un empujón cariñoso a Silver tras soplarle un trago a la cerveza--¿qué, estás preparado para el concierto de mañana?

--Sí…supongo—repuso Silver, forzando una sonrisa.

--Qué fuerte, tío, cómo te envidio—rió mi hermano dejando el botellín sobre la mesa—cómo me gustaría estar en tu pellejo en esos momentos…

--¿Sí? ¿Te gustaría?...

La conversación transcurrió algo tensa porque, aunque mi hermano y Silver hablaban con aparente fluidez, yo opté por mantenerme al margen, pues no consideraba que tuviera nada que decir y al mismo tiempo me sentía fatal por haber sido tan desagradable. Comprendan , yo seguía queriendo a Silver muchísimo…y no podía creer que le tuviera allí sentado a mi lado en esos momentos. De alguna manera sentía que había destrozado algo "frágil" al decir todas aquellas palabras. Así que, como les digo, no metí mucha baza en la conversación; sólo emití algunos monosílabos de aprobación o desacuerdo de vez en cuando.

Silver nos contó algunas de las cosas que hizo durante su larga ausencia. Nos habló de Barcelona, de Oriol y de Inti, los otros dos componentes de la banda, uno de ellos catalán, otro de un sitio que ya no me acuerdo, mucho más lejos.

Hablaba tranquilo captando la mirada de mi hermano, pero bajando los ojos cada vez que se encontraba con los míos, de hito en hito.

Mientras respondía las preguntas ávidas de Marcos, y le escuchaba y asentía con aparente aplomo, enredaba los blancos y delgados de dedos de puntas trabajadas por el sexo y la guitarra en un abrazo tenso, como si sus manos echaran un pulso la una contra la otra, quedando éstas sin respiración, ahogándose la piel. Aparté la vista de aquellos dedos cuando mi mente no pudo evitar imaginarlos una vez más recorriendo mi cuerpo con ansia.

Tomamos unas cuantas cervezas más, las suficientes para acalorarme por los efluvios del alcohol—y por la visión de las manos de Silver, de piel de marfil—y para que no me sintiera en obligación de esconder mi mirada, que se clavaba en él de forma cada vez más intensa.

Observé los gestos de su pálido rostro que por fin se mostraba algo más relajado, supongo que también por el alcohol. Estudié cómo se humedecía los labios para continuar hablando, cómo sonreía, cómo enarcaba las cejas para mostrar su parca perplejidad ante las historias de mi hermano…

Crucé las piernas para disimular un poco lo cachonda que me estaba poniendo al tenerle tan cerca, a pesar de la tensión inicial.

--¿Vais a venir al concierto de mañana?—preguntó como quien no quiere la cosa, en un determinado momento de la conversación.

--Claro, ¿cómo me lo iba a perder?—contestó mi hermano inmediatamente.

Silver movió levemente la cabeza hacia mí y me lanzó una mirada casi suplicante que sólo yo pude percibir.

--¿Y tú, Malena?—preguntó en tono neutro.--¿vendrás?

Vacilé sin saber qué respuesta darle. No estaba segura, y desde luego no quería contestar en ese momento. No estaba decidida, no sabía lo que haría. Por una parte deseaba mandarle al diablo y no verle más, pero también me moría sólo de pensarlo. El dolor de pensar en ello se clavaba en mi pecho como una afilada aguja.

No respondí. Tampoco me forzó a hacerlo.

Cuando finalmente abandonamos el local, a las tantas, Silver se despidió de mí con un abrazo inseguro, y deslizó entre mis dedos un rudimentario paquete hecho con un trozo de tela negra. Me miró durante un instante como si quisiera darme un beso de despedida, pero finalmente no se atrevió a hacerlo y se giró para abrazar a mi hermano.

Rota por separarme de él, me alejé con prisa, alegando que era muy tarde y que mi marido me esperaba en casa, y sólo cuando estuve a solas conmigo misma en la sofocante oscuridad del coche me atreví a deshacer el inesperado paquete. Un regalo nuevo…que venía con cierto retraso, pensé con ironía.

Cuando palpé la tela negra la reconocí inmediatamente. No hace falta que les diga por qué. Me la acerqué a la nariz y su olor me embriagó durante unos segundos que parecieron horas; esa tela mantenía intactos recuerdos cristalizados tan animales como el sudor y la pasión. Guardaba los intensos secretos de mis ojos ciegos, sensaciones imposibles de olvidar.

Y, dentro de la tela…brillando en la suave seda negra, estaba mi lágrima de cristal. Casi se me cae de las manos cuando me di cuenta. La recordaba perfectamente, pero el modo en que la perdí golpeó con furia mi memoria.

Junto al colgante había una nota escrita a mano:

"La he llevado conmigo durante todo este tiempo. Espero que no te importe que te la devuelva con retraso. Te quiero,

Silver."

Junto a la firma se leía con claridad un número de teléfono al que no di ninguna importancia.

Todo mi cuerpo se aflojó, y me entraron ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.

Recordé de pronto la canción que habíamos oído algunas horas antes, en la Cueva del Duende. El instinto comenzó a jugarme malas pasadas y miles de pensamientos se agolparon en mi mente como centellas, gritando deseos y palabras inconexas de mentira y de verdad.

La razón no tenía nada que decir…

"Life is waiting for the one who loves to live, and it is not a secret"…

…CONTINUARÁ.

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