miprimita.com

Fight!

en Parodias

FIGHT!

 

Nota de la autora: esta paja mental está dedicada con inmenso cariño a todos los que han muerto y vuelto a la vida,  una y otra vez, en la pantalla de su televisor; a los que han luchado a muerte por matar al “monstruo final”, a los que guardan recuerdos felices del street-fighter, mortal kombat, Teken, etc… Y sobre todo, a esas fieras del videojuego que se han levantado infinitas veces después del K.O definitivo con la sola idea de darle al “CONTINUE”.

 

El Torneo Geska era, en realidad, una tapadera para conseguir recursos donde las fuerzas militares de nuestro mundo habían fallado.            Mucha gente lo sabía, y por supuesto, también los aspirantes. Bajo “Geska” --el escueto nombre del lugar donde el torneo se llevaría a cabo, un pequeño reducto pantanoso en el centro mismo de la selva—no parecía haber ninguna intencionalidad; sin embargo el propósito encubierto de aquella sucesión de combates era seleccionar a los luchadores más cualificados sin importar su origen, su nivel cultural, su pasado o sus coqueteos con la justicia.

El premio del Torneo era una suma de dinero desorbitada que sólo era real en nuestros sueños más locos, y por ello gran número de personas de diversas ocupaciones y características, desde cocineros hasta presidiarios, se habían abierto paso a codazos trepando los unos sobre los otros para presentarse a las pruebas de selección. Se trataba de una gran oportunidad; incluso, para algunos, de lo que parecía ser la “ultima” oportunidad que a lo largo de su vida podrían tener. Una oportunidad que podía significar solucionar definitivamente una serie de problemas, abandonar un camino accidentado y sembrado de pérdidas,  comprar la libertad de uno o simplemente vivir de manera digna.

El único requisito para presentarse a las pruebas de selección era saber luchar de la manera que fuera: con técnica o en ausencia total de la misma, con credenciales o sin ellos, daba igual. No hacía falta expresarse con corrección o saber escribir; no importaba si uno era un mendigo que no tenía donde caerse muerto. Simplemente, el aspirante tenía que demostrar y dejar constancia de su destreza, resistencia, fuerza o cualesquiera cualidades efectivas que poseyera para el combate. Como podrán imaginar, el proceso de selección consistía en enfrentarnos los unos contra los otros por parejas, y sencillamente el vencedor pasaba a un siguiente combate y el contrincante vencido era descartado si quedaba inutilizado. Era una merienda de fieras, aquello. Estaba concebido, como una grotesca parodia de selección natural, para que sólo quedaran en pie los más fuertes y más aptos.

A estas alturas se preguntarán cuál era la finalidad real, soterrada y sin embargo conocida por todos, del torneo Geska. En algún lugar de la selva que solo conocían los altos cargos de las fuerzas de seguridad, se ocultaba un asesino de masas llamado Serkami; un terrorista sanguinario y terriblemente inteligente que había masacrado pueblos enteros con sus secuaces y a quien nadie, y ni mucho menos el ejército, había podido vencer. Enfrentarse a él cuerpo a cuerpo era lo más parecido a un suicidio, por eso mismo no importaba que fuéramos escoria. Sencillamente, nosotros éramos un grupo de cobayas desesperadas, el último recurso donde todo lo demás había fracasado.

De manera que, una vez seleccionados, los participantes serían trasladados a Geska para establecerse allí y, en aquellas condiciones ya de por sí duras para la supervivencia, comenzaría lo que llamaban “el Torneo”. Era lo único que sabíamos. No teníamos ni idea de si nos enfrentaríamos a Serkami y a su pequeño ejército juntos o por separado; si habría que buscarle o ya sabían dónde encontrarle, si habría más proceso de selección o nos quedaríamos todos los que hubiéramos llegado hasta ahí.

Se rumoreaba que se había construido en la selva un rudo campamento para acoger a los luchadores, provisto de lugares a cubierto para dormir y áreas comunes de entrenamiento. La verdad era que yo, como aspirante, no tenía ni la menor idea de cosas como qué pasaría con el suministro de comida y agua en caso de conseguir llegar allí--¿nos lo pondrían al alcance o tendríamos que buscarlo nosotros mismos?--, ni de cómo estaría “organizada” nuestra vida en Geska, pero poco me importaba. Necesitaba el dinero y no poseía más que un par de trapos que eran mi ropa, unas sandalias rotas y una foto de mi hija.

Así pues, dado que no tenía absolutamente nada que perder y que había sido entrenada por un reconocido campeón desde la infancia, me preparé durante algunos meses y me presenté a las pruebas de selección.

Tuve que enfrentarme a los contrincantes más variopintos. Resistí las derrotas que sufrí levantándome tras ellas, retirándome el polvo de los ojos y lanzándome de nuevo al ruedo sin lamer la sangre de mis heridas. No me había parado siquiera a pensar si tenía fe en mí misma o no: sabía que tenía que llegar, tenía que vencer para ir a Geska, no tenía más remedio. Cuando pienso en ello ahora, creo que precisamente por eso no flaqueé… sencillamente no me permití esa posibilidad. Era ir a Geska o morir. Y en sueños, cada noche durante todo el tiempo que duraron las pruebas, escuchaba la voz de mi hija y veía sus ojos suplicándome que no me rindiera.

Conforme fueron pasando los días comprobé con alivio que íbamos quedando cada vez menos aspirantes. Los luchadores éramos muy diferentes entre nosotros y el proceso de selección era rápido: sólo el que valía se quedaba. No podíamos evitar, entre batalla y batalla de parejas, rozarnos entre nosotros y trazar algún proyecto de relación del tipo que fuera; en su mayoría reacciones instintivas como animadversión, aunque en algún caso aislado quedaba un pequeño lugar para la camaradería. No obstante todos éramos rivales de todos, al menos de momento, y por tanto teníamos miedo a que la victoria nos fuera arrebatada… por lo cual, el recelo era nuestra barrera de protección y la amistad era casi imposible que floreciera bajo aquellas condiciones.

Sin embargo, por suerte o por desgracia, en situaciones límite el ser humano busca apoyo, reafirmación y hasta compañía en sus semejantes… y por esa razón conocí a June.

June era una mujer más o menos de mi edad, de nacionalidad americana, con una técnica de combate muy diferente a la mía. Sin darnos cuenta fuimos intercambiando miradas, posteriormente gestos, y semanas después a base de vernos día tras día tuvimos la oportunidad de tener un acercamiento. La barrera del recelo y el miedo cayó el día que cruzamos la primera palabra, chapurreando el idioma común, cuando nos tomábamos un respiro de cinco minutos junto a una fuente de agua.

June me llamó la atención porque algo la diferenciaba del resto de aspirantes al torneo. Era serena y destilaba seguridad por cada poro de su piel, pero a la vez era sociable, parecía que su alma estaba más liberada que la nuestra en lo que a temor se refería. Actuaba como si estuviera segura de su victoria. No era como yo, que luchaba con uñas y dientes por aquello que tenía que ser mío fuera como fuera, sino que avanzaba entre las filas de derrotados mirándoles con normalidad, sin sorprenderse, sin preocuparse, como si para ella vencer fuera un derecho natural. En el campo de entrenamiento era pausada pero letal. Fuera de él, era de las pocas personas que sonreían y ofrecían un trago de agua al que tenían al lado, por no decir la única.

Me dije que no estaba mal contar con una amiga—o algo parecido, pues me era imposible confiar totalmente en alguien—durante las duras pruebas de selección, a pesar de que casi seguro algún día tendríamos que vernos las caras en el ruedo. En realidad no hablábamos mucho, no teníamos tiempo porque de día apenas parábamos para respirar y de noche caíamos rendidas en los improvisados camastros. Pero fuera como fuere, las miradas que nos cruzábamos y alguna frase de aliento en un momento dado, hacían que el día a día en aquel campo de sangre fuera menos duro y… más humano.

Como June estaba más segura de sí misma que el resto, o al menos lo parecía, no tenía tantas barreras a la hora de relacionarse y se hablaba con --o conocía a-- los pocos que finalmente íbamos quedando en pie. Yo, sin embargo, no me relacionaba más que con ella; creo que sólo era vagamente consciente de la existencia de los demás hasta que me encontraba ante un nuevo contrincante que tenía nombre.

Por otra parte me sentía agotada; llevábamos más de tres semanas sin parar de combatir y los enfrentamientos iban siendo cada vez más encarnizados. La dificultad aumentaba de un combate a otro y yo tenía la sensación de estar cerca, muy cerca, del límite de lo que podía soportar.

Y por si fuera poco, al final de la tercera semana—recuerdo bien el día exacto— surgió en mi trayectoria un inmenso problema imprevisto.

El problema tenía nombre: Suka, más conocido como “Firebird”, lo que en una lengua antigua que desconozco quería decir “Pájaro de Fuego”, según había oído.

No sé qué me ocurrió con ese hombre, pero nada más hallarme frente a él me di cuenta de que no era capaz de aguantarle la mirada. Tenía algo eléctrico en los ojos, una fuerza que desde el principio me doblegó sin tocarme. Al primer contacto con sus afiladas pupilas sentí que algo cedía dentro de mí, y me vi de pronto tan pequeña como una pulga. ¿Cómo iba a ser capaz de vencerle si no podía mirarle a la cara?, pensé, y justo en ese momento, en el instante antes de comenzar a darnos de patadas y puñetazos, Suka sonrió.  Esa sonrisa maldita e inesperada, esa sonrisa tenaz y ligeramente prepotente que reforzaba la intensidad de sus ojos, me trastocó por dentro mandando muy lejos el poco aplomo que me quedaba.

Admito que sentí el coletazo fugaz del terror, y fue la primera vez que vislumbré la posibilidad de tirar la toalla. Sentí el cuerpo como un flan de gelatina bajo la presencia imponente de aquel rival; tembló hasta la más pequeña célula de mi piel, rompí a sudar por cada poro y por todas las raíces de mi pelo. Descolocada desde el principio e incapaz de hacerle frente, sin reflejos ni siquiera para huir, tuve que comenzar la lucha contra aquel ser que me había retorcido el alma de forma inexplicable sólo con mirarme.

Cuando vi que Suka se agazapaba y se preparaba para dar un salto hacia mí, volví a la realidad de manera súbita. Sabía que si volvía a mirarle a los ojos caería de nuevo en aquella tela de araña, de modo que hice un esfuerzo supremo y me concentré en sus brazos y sus piernas. Traté de esquivar los golpes que me lanzaba, pero mi cuerpo se hallaba desbordado por una energía descontrolada que me hacía caer una y otra vez en la torpeza. Me dio un buen repaso con mucha elegancia, sin apenas esforzarse, y me dejó K.O en el primer asalto. No me hizo demasiado daño… era como si se hubiera dado cuenta de que yo era una presa insignificante. En realidad no tuvo más que utilizar mi propia torpeza y mis descuidos para que yo misma me destruyera. Cuando caí definitivamente, desde el suelo le sentí acercarse a mí;  se acuclilló como un estilizado felino naranja junto a mi cuerpo y escuché una frase pronunciada con una mezcla insoportable de simpatía y sorna:

“La rapidez brilla por su ausencia…”

Imaginé de nuevo aquella sonrisa y quise que la tierra me tragara. Sin embargo, saqué fuerzas de flaqueza y me levanté para desafiarle en el segundo asalto.

Sucedió algo extraño cuando nos pusimos de nuevo en marcha. Suka parecía que jugaba; esquivaba mi furia con naturalidad y un punto de diversión, y sin embargo se resistía a pegarme. Me pregunté cuánto tiempo sería capaz de aguantar en tablas el combate a lo largo del tiempo…ya que como él no atacaba y yo no conseguía darle, el enfrentamiento—y la agonía—se prolongarían hasta que él decidiera. Me sentí profundamente humillada. ¿Por qué lo hacía? Parecía que Suka disfrutaba y se deleitaba saboreando lo torpe que yo estaba siendo. ¿Por qué no me dejaba inutilizada de una vez, con un par de golpes secos? ¿Es que acaso quería que yo me rindiese?

Por supuesto, aunque Suka fuera para mí el mismo demonio, lo único que yo tenía muy claro era que no iba a rendirme bajo ninguna circunstancia. La presión, la humillación, la vergüenza, la sobreexcitación o los sentimientos encontrados no iban a ser una excusa para marcharme; había llegado demasiado lejos para irme sin más.

Peleé con rabia pero no me sirvió de nada. Le odié. Y desde el odio, creí sentir menos miedo y volví a mirar sus ojos… nunca lo hubiera debido hacer. Él me devolvió la mirada como si hubiera estado deseando que llegara ese momento, esbozó de nuevo su característica sonrisa y volvió a dejarme desarmada y desnuda. Y por si esto fuera poco, en lugar de aprovechar ese instante para lanzarse sobre mí, se acercó unos pasos más y… pareció que me ofrecía su pecho para que le pateara…

Terriblemente confundida, analicé la situación en mi mente lo más rápido que fui capaz, y resolví en segundos que no podía desaprovechar esa oportunidad: así pues, levanté la pierna por encima de mi cadera y me concentré en preparar mis músculos para darle la patada más fuerte que pudiera.

Fue inaudito. Le pateé en el pecho y él se dejó patear, no me esquivó cuando los dos sabíamos de sobra que podía haberlo hecho, y cayó hacia atrás sin borrar esa sonrisa de sus labios. Supe que lo tenía todo meditado porque calculó al milímetro su caída—todo buen luchador sabe caer, por eso los golpes que realmente dañan son los que le pillan a uno por sorpresa—aterrizando en el suelo con limpieza y, en lugar de levantarse inmediatamente, continuó sonriendo unos instantes sin dejar de taladrarme, insolente, con aquella mirada burlona.

La sirena que señalaba el fin del entrenamiento por aquel día me hizo volver a tierra firme.

--Tablas—murmuró sucintamente Suka, levantándose de un salto—nos vemos mañana.

 Me guiñó un ojo y se giró para marcharse. Anonadada, vi cómo se alejaba con paso lento hacia las duchas.

Mil gritos y reproches se me congelaron en la boca, y tuve que tragármelos. No fui capaz de poner en palabras de forma coherente y ordenada todas las cosas que había sentido en los pocos minutos durante los que nos habíamos batido. Ni siquiera yo comprendía aquella nube emocional a la que no podía dar nombre siquiera.

Me estremecí cuando sentí una mano fresca sobre mi hombro y me giré para ver a June, quien había venido a buscarme para mostrarme unas piezas de carne que había conseguido para la cena. Me relajó un poco ver el rostro de mi compañera y me dije que quizá a ella sí podría contarle la desazón que sentía.

Me reuní con June después de una buena ducha y le di a entender que quería decirle algo en privado, es decir, apartarme un poco de la multitud de seleccionadores y finalistas que se disponían a cenar en campo abierto para hablar con ella lo más a solas posible. June asintió, se despidió de un reducido grupo con el que charlaba, y ambas nos dirigimos a un pequeño claro a la orilla de un riachuelo que señalaba la frontera natural de nuestro campamento.

--¿Cómo ha ido el día?—preguntó June mientras amontonaba ramas para hacer una hoguera.

Suspiré por toda respuesta, sin saber exactamente qué decir. Ella levantó la vista y me contempló con curiosidad.

--Ahki, ¿ha pasado algo?

Asentí, tratando de apartar de mí la nube de confusión.

--¿Conoces a Suka?—pregunté con un hilo de voz, esquivando los ojos de mi compañera.

June sonrió.

--Sí, claro… vamos quedando pocos, más nos vale llevarnos bien…

—Es realmente bueno—comenté, sin atreverme a entrar en lo que había más allá.

--Sí—resopló June—es terriblemente bueno… Se nota donde ha aprendido a luchar.

--¿Y dónde ha aprendido?

June frunció el ceño.

--¿No lo sabes?

--June, yo no sé nada de nadie aquí en el campamento…

Mi amiga rió.

--Pues si no lo sabes no puedo decírtelo—murmuró, avivando las llamas que lamían tímidamente la madera—forma parte de la vida privada de Suka, pregúntaselo a él…

Se me secó la boca sólo con imaginarme en una conversación cara a cara con el Pájaro de Fuego.

--Ya…--respondí, pensando cómo le contaría a June algo aproximado a lo que me había pasado—bueno, hoy me tocó combatir contra él…quedamos en tablas…

June amontonó más ramitas y se irguió para escrutarme con una sonrisa burlona.

--Creo que ya entiendo por qué traes esa cara de gilipollas…--se carcajeó.

--¿Cómo?

--No finjas, hermana—me espetó, acomodándose sobre las hojas secas—no se lo diré a nadie…

--¿Decir el qué, June? No sé de qué estás hablando…

--Ya…--mi amiga asintió con suficiencia—Si te interesa saberlo, te diré que bajo mi punto de vista, fuera del ruedo es una persona muy agradable…

Me salió una carcajada nerviosa.

--Esto es increíble, June…--meneé la cabeza, impotente.

--No creas—mi amiga me palmeó el hombro—no tiene nada de malo que te guste… siempre y cuando eso no te impida viajar a Geska.

Sin dejarme opción a objetar nada, rodeo mis hombros con un brazo en un gesto de camaradería y me apretó levemente contra su costado.

--Es interesante—murmuró con socarronería—puedes dejarte matar a polvos por la noche y al día siguiente darle una paliza y demostrarle quién manda…

Intenté zafarme de su abrazo pero me sujetó con determinación.

--June, yo nunca he dicho que…

--¡Venga ya!—rió mi amiga—no digo que te hayas “enamorado”, joder, pero reconoce al menos que te lo tirarías…

Me vi de pronto en esa tesitura y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me di cuenta de que tenía las bragas mojadas… y con horror no supe si acababa de humedecerlas en ese momento o si había sido durante el combate con Suka… Oh, dios, ¿por qué tenía que pasarme aquello justo en ese momento? ¿Por qué, ahora que había conseguido llegar tan alto? Odié a Suka casi tanto como de pronto le deseé.

--Tiene un buen culo…--proseguía mi amiga sin cortarse un pelo—y esos vaqueros que se pone a veces le quedan de muerte… no quiero ni imaginarme el pollón que deben de contener…

Para June estaba resultando fácil y divertido hablar de aquello, como todo lo demás. A mí, sin embargo, me consumían el miedo y la vergüenza. No voy a contar mis motivos pero desde hace mucho tiempo arrastro un terror inconmensurable al sexo con hombres. A partir de varios sucesos desagradables desterré de mi mente la palabra “orgasmo” y decidí que el sexo era algo que, sencillamente, no tenía cabida en mi vida. Con mujeres no sentía miedo, pero sí cierta incomodidad. Y masturbarme dejó de tener sentido salvo en contadas ocasiones en las que la ansiedad se juntaba con un incisivo y cavernoso vacío dentro de mi coño; momentos en los que me poseía una necesidad profunda y desesperada—comparable al hambre y a la sed extrema--de ser follada. Supongo que el hecho de que me aterraran las pollas no quería decir que mi cuerpo no necesitase alguna de vez en cuando.

Comprendí entonces que June tenía razón… y que con Suka había sentido, de forma violenta y sin venir a cuento, aquella espantosa necesidad sin fondo. Se trataba de algo puramente animal que escapaba a mi control. Me sentí de pronto un ser despreciable, capaz de tirarlo todo por la borda por una quemazón en el coño, incapaz de dejar a un lado el instinto. Qué vergüenza; si en el enfrentamiento de aquella tarde había sido incapaz de mirarle a la cara, al día siguiente sabiendo lo que sabía no podría ni acercarme. Pero tenía que hacerlo… era necesario superarle, y si lograba combatir con todas mis capacidades a punto podría conseguirlo.

Quizá si me desfogaba un poco por medio de la fantasía, en la soledad del bosque…

Como June consideraba que el sexo era algo normal, no me fue difícil cambiar la dirección de la conversación hacia otros derroteros. Me esforcé por concentrarme en el sabor de la carne y del agua limpia que bebía, pero no pude dejar de pensar en Suka y en sus ojos llameantes clavados en mí.

Terminamos de cenar pronto y nos dirigimos hacia la nave donde dormíamos--los hombres agrupados en la parte de la derecha, las mujeres a la izquierda, separados por tan sólo un simbólico biombo de madera—ya que los combates habían sido duros  y, con toda seguridad, lo serían aún más cuando transcurrieran las horas que nos separaban del día siguiente.

Contra todo lo esperado, no volví a pelear con Suka como tanto temía.

Al la mañana siguiente, un atronador llamamiento anunció con las primeras luces del alba que los luchadores que quedábamos en el campamento—quince, para ser exactos-- habíamos superado con éxito el proceso de selección, y que en una semana partiríamos hacia Geska. Se nos ofrecía, por lo tanto, un lapso de siete días de descanso—desconozco la razón-- pudiendo alojarnos dentro del mismo campamento o en el pueblo que quedaba a escasos kilómetros del mismo. Me sentí enormemente aliviada cuando escuché la noticia… pero al mismo tiempo no supe bien que hacer con tanta libertad recibida de pronto.

No me lo podía creer… ¿realmente había acabado? ¿O se trataba de una broma cruel de alguno de los promotores del torneo?

El precipitado salto de June para abrazarme con fuerza me impidió levantarme para comprobarlo.

--¡Lo hemos conseguido, Ahki, estamos dentro!—vociferaba mi compañera, desbordada por la alegría. Y añadió con un destello peligroso en la mirada—esta noche tenemos que corrernos una buena juerga… ¡nos lo hemos ganado!

Sonreí sin ganas y esquivé su mirada. A decir verdad, solo deseaba que esa semana pasara—intuía que se me iba a hacer larguísima—y encontrarme ya dentro del avión, helicóptero o lo que quiera que nos fuera a trasportar hacia el condenado lugar donde se celebraba el torneo.  Y a mi pesar también sabía que ni siquiera entonces me sentiría tranquila ni segura. Sólo si encontraba y derrotaba a mi objetivo podría ser libre y descansar, sólo entonces, cuando hubiera cobrado el premio y únicamente tuviera espacio en el corazón para mi hijita, y para nuestra vida juntas.

Pero cuando a June se le metía una idea en la cabeza era extremadamente difícil, por no decir imposible, convencerla de lo contrario. Así que no me quedó más remedio que transigir para que no hiciera de mi negación un infierno, acompañarla al pueblo para probarse un vestido que ella sí podía comprar, comer con ella en una cafetería…

Frente a aquellos modestos escaparates de las tienditas del pueblo, mientras caminábamos entre la gente que iba y venía, pareció que las pruebas de selección que acabábamos de pasar eran tan sólo un lejano recuerdo, un sueño… Un halo de irrealidad envolvía mi mundo a cada paso que daba.

A la vista estaba que June tenía dinero más que de sobra para moverse por allí, y no pude evitar preguntarme qué demonios hacía presentándose al torneo de Geska. Como para bien o para mal la consideraba ya mi amiga, se lo pregunté… y ella me contestó algo un poco desconcertante:

--¿Qué por qué quiero ir a Geska? Bueno… todos sabemos que lo que hace Serkami está mal.

Supongo que con “está mal” se refería a que él era un ser abyecto y cruel, además de un asesino de niños en particular y un genocida en general.

Asentí. No terminé de creerme que sólo por eso ella arriesgase su vida sin más…pero quién sabía, quizás quedaba aún buena gente en el mundo, “sin más”. Tampoco continuó June la conversación ni me dio más detalles; y cualquier cosa que me hubiera podido decir quedó eclipsada por el resplandor color salmón de un traje expuesto en una tienda, ante el que ella abrió desmesuradamente los ojos.

--Ese color…--murmuró—es el color de la elegancia, Ahki…

Sonreí. El vestido era precioso, la verdad.

--Te sentaría muy bien… es corto, resaltaría tus piernas…

La miré con incredulidad e intenté detenerla, pero fue inútil. Abrió la puerta acristalada y se introdujo en la tienda, arrastrándome del brazo tras ella, parloteando nada más entrar con la dependienta a velocidad del rayo y señalando el condenado vestido del escaparate.

--Verá, no es para mí, es para mi amiga—oí que decía. No me escuchó cuando traté de negarme—pero ella es tímida y, fíjese, dice que no quiere probárselo…

La dependienta nos contemplaba a June y a mí con una expresión un tanto extraña, sin saber muy bien qué decir aunque sonreía cordial.

June se giró hacia mí.

--Haz lo que quieras, pero ya sabes que calcular las tallas a ojo supone un riesgo…--replicó, colocándome el vestido a la altura de los hombros y examinándome con ojo crítico—te acompañaré al probador—resolvió, y me metió en el pequeño cubículo casi a trompicones.

--Estás loca—susurré, furiosa—no tengo dinero para pagarlo, ¿no lo entiendes?

Se echó a reír impúdicamente.

--Cállate ya, demonios—me asestó un empeñón. Pensé que a veces parecía verdaderamente un hombre--¿te desnudas tú o lo hago yo?

--¡June!—luché por apartar sus manos de mí--¡no pienso dejar que…

Fue imposible. Acababa de salir de un campamento donde el entrenamiento y los combates habían sido dolorosos y duros, no tenía ganas de luchar más. Mi resistencia finalmente se quebró y, bajo la atenta mirada de June—quien parecía saborear con deleite cada instante—me quité despacio la ropa hasta quedar totalmente desnuda, y me coloqué aquel maldito vestido por la cabeza.

--¿No tienes unas jodidas bragas?—me espetó, con los ojos abiertos como platos.

--Demonios, no, ya lo ves…

Volvió a reir.

--Sólo tengo unas…y las he lavado esta noche—tartamudeé, acorralada—están secándose en alguna parte.

--Zorra—pronunció despacio, ahogando una risita hueca—ya te habrá gustado pelear contra Suka cuando has tenido que lavar las bragas…

--No digas chorradas—salté—sólo tengo esas y las lavo cada dos días, ya es una guarrería tremenda tener que hacerlo así…

--Claro, claro… ¡zorra!

Sofocó las carcajadas para examinarme y asintió con aprobación.

--Haz el favor de girarte, mírate en el espejo y dime cuándo fue la última vez que te viste tan guapa…

Me di la vuelta a regañadientes para acabar con aquello cuanto antes, y lo que vi me cortó la respiración. No exagero. No era “guapa” la palabra, sino una mucho más concreta y terrible… porque vestida así, con esa tela fina ajustada a la cintura y a la cadera, esa falda que caía suavemente hasta la mitad de mis muslos y ese escote en “V” ( “V” de vértigo, de “viva la vida”, de “voltereta”, de “voluptuoso”) yo estaba más que guapa, estaba… estaba sexy, elegante pero incitadora, insinuante. Qué asco. Qué increíble.

--Buf… --resoplé.

--Ajá—asintió June detrás de mí.

--Es demasiado para mí…

--¡Es estupendo!—exclamó mi amiga—y es tu talla, no hay más que hablar. Ahora deberíamos buscar unos zapatos…--añadió para mi asombro—y unas bragas decentes, puta…

Entre risas me apremió para que me diera prisa en vestirme, pagó el vestido y salió de la tienda con paso firme y gesto de triunfo. Maldiciendo mi vulnerabilidad económica y mis problemas sexuales, la seguí calle abajo.

…………………………….

La loca de June había alquilado una habitación en el alojamiento más lujoso que había en aquel pueblucho, una casa de huéspedes llamada “La Pocilga”. Lo juro que se llamaba así, aunque desconozco por qué y desde luego no entraba en mis planes averiguarlo. La habitación era modesta pero mucho más agradable que la inmensa nave que nos había dado cobijo durante las pruebas de selección. Recuerdo que al ver aquella cama doble vestida con dos mantas y una colcha nacarada me sentí desfallecer. June, que me observaba desde la puerta sin perder detalle, asintió como si me leyera la mente.

--Deberíamos descansar unas horas…--dijo, cerrando la puerta tras de sí—esta noche nos vamos de juerga para celebrar nuestra admisión.

Por supuesto, yo no las tenía todas conmigo en cuanto a aquella proposición. Y, por supuesto, eso era algo que a June le daba igual. La veía capaz de arrastrarme al primer bar de los pelos si me negaba a ir, y francamente no me apetecía discutir con ella.

Así que me encogí de hombros, asentí, le agradecí la habitación y la cama y me dejé caer cuan larga era sobre el colchón. Sentí que June tiraba un poco de las mantas y se acostaba a mi lado; la suavidad de sus piernas me rozó la piel y su mano me acarició tímidamente la espalda.

--Vamos a salir de juerga esta noche—musitó, trazando con sus dedos dibujos sinuosos sobre mi piel—y tú vas a irte con Suka a algún lugar apartado… y te lo vas a follar, bonita. Prométemelo.

--June…

--Prométemelo, Ahki… ¿cuánto hace que no tienes un orgasmo?

Con los ojos cerrados y a punto de dormirme se me escapó una carcajada.

--Ni me acuerdo…

--Lo suponía. No voy a permitir que sigas así. Tienes que desahogarte, ese tío te gusta… tenéis que desahogaros los dos.

--Sólo nos hemos visto durante dos asaltos de un combate…

Jude rodeó mi cintura con un brazo y murmuró:

--Eso es más que suficiente.

…………………………………………

Como no podía ser de otra manera, abrimos los ojos al caer la noche, igual que esos vampiros de las historias de terror. Me desperecé en el silencio de la habitación, con la sensación de haber descansado completamente por primera vez en mucho tiempo. Le devolví la sonrisa a June mientras esta caminaba hacia la ducha, y le prometí que en cuanto ella terminara, iría yo.

No había muchos sitios para irse “de juerga” en aquel pueblo. En realidad, solamente había un bar junto a la carretera principal, apartado del grupo de apiñadas viviendas. Comprendí que todo el pueblo no llenaría el bar, y que aquella noche iba a haber overbooking porque June y yo no seríamos las únicas en salir a celebrar nuestra admisión. Temblé ligeramente cuando analicé lo que era probable que ocurriera, a quién vería yo con casi total seguridad si iba a aquel antro.

June parecía encantada de saber que solamente había un bar en todo el pueblo. En realidad creo que se había dado cuenta desde por la mañana, la muy cabrona. Se la veía empeñada en que yo me…”tirase” a alguien… ¿Por qué demonios no se preocupaba de sus cosas? ¿Por qué ella le daba más importancia que yo al ardor de mi propio coño?

Otra vez. La imagen de Suka se coló en mi mente por un instante, su rostro sereno como cincelado en piedra, sus ojos eléctricos y cargados de energía. Maldición. Osé atreverme a imaginar como sería el tacto de su piel, cómo sería su olor, sentirle cerca… y me mojé de golpe como una maldita cerda.

Para mí era duro, muy duro, sentir que la batalla contra mi voluntad parecía perdida de antemano. Puede pensarse que me preocupaba por algo sin importancia, pero…yo había vencido una bestia negra en mi pasado a costa de grandes luchas, había derramado muchas lágrimas, había sentido dolor… mucho dolor. Y después de tanto tiempo, en aquel momento, me encontraba frente a frente con la Némesis de aquel demonio que tanto sufrimiento me había hecho pasar, y eso significaba que no había sido vencido del todo. No hace falta que diga que detesto perder. Al fin y al cabo, el combate más difícil está siempre dentro del alma de uno.

Según entramos al bar, una nube de humo nos engulló. El sitio no era pequeño pero estaba atestado… y allá donde mirara June veía rostros conocidos; yo sólo veía extraños y recuerdo que pensé “¿realmente estas personas estaban ahí, en el campamento, conmigo?”. Con cierto esfuerzo distinguí en la semi-oscuridad del bar, bajo la pálida luz lechosa que resplandecía entre arabescos de humo, a algún contrincante con el que recordaba vagamente haberme batido. Desde luego, vestidos de personas normales se les veía a los finalistas enormemente diferentes. Los músculos, las heridas y las cicatrices habían quedado ocultos bajo ropa, colores, alcohol y cigarrillos. Me escondí en mi falsa timidez—falsa no del todo, pero podía haber entablado conversación con alguien si hubiera querido—y me limité a observar como June desparramaba sonrisas y saludaba aquí y allá.  Recuerdo que alguien—probablemente ella misma—me puso una cerveza en la mano y agarré a beber como si la vida me fuera en ello. Reconozco que tenía miedo, no por la sensación de estar entre completos desconocidos sino quizá por tener que relacionarme a la fuerza… y por supuesto, tenía miedo—y unas ganas tremendas que me daban mucha rabia—de que apareciera Suka.

Apareció, claro que sí. Más bien “aparecí” yo, porque en un momento de descuido sentí un empujón que me hizo chocar contra algo duro que había detrás de mí… La persona que me había empujado descaradamente era June, por supuesto, y aquello con lo que había chocado, para mi horror, era la espalda de Suka, que estaba de pie con los codos apoyados en la barra. Trastabillé por el inesperado topetazo y derramé sobre él parte de la cerveza que llevaba en la mano (la segunda o tal vez la tercera botella, no lo sé).

--¡Eh!—exclamó, girándose. Cuando me vio su expresión se dulcificó.

Balbuceé unas palabras de disculpa e intenté darme la vuelta, pero quedé de nuevo atrapada en sus ojos. Supongo que debía de tener una cara de gilipollas digna de fotografiar. Mi cuerpo se puso en marcha para mi desgracia y habló por si solo: temblé, sudé y me excité sólo por tenerle delante. El fuego de la rabia y la vergüenza volvió a poseerme, estaba a punto de mearme de miedo aunque no se lo crean.

--Perdona…--conseguí articular.

--No pasa nada—sonrió él. Y para mi horror se acercó más a mí, a fin de hacerse oír sobre la algarabía de gente—enhorabuena, Ahki.

Vaya, sabía mi nombre.

--¿Enhorabuena?—pregunté sin entender.

--Claro… si estás aquí, significa que te has clasificado para el torneo.

Oh, demonios, claro, el torneo.

--Gra…gracias—miré al suelo. Su mirada me atravesaba y no podía soportarlo—enhorabuena a ti también, Suka.

Apuré lo que me quedaba de cerveza para no tener que decir nada más, aunque la pregunta de por qué se había dejado vencer me explotaba literalmente en la boca. Una parte de mí, una parte loca, irracional, deseó emborracharse para continuar hablando con él sin sufrir un colapso.

--No hemos tenido la oportunidad de enfrentarnos más que una vez…--aventuró él.

--Y menos mal—no pude evitar apostillar—fue un desastre.

Se echó a reír y bebió un trago de su copa.

--Ya… supongo que tuviste un mal día, te había observado en otros combates y te tenía un poco de ganas, ¿sabes?

--Vaya, qué decepción entonces, ¿no?

Se tragó la respuesta verdadera, se pasó la lengua por los labios resecos y respondió:

--Hombre, te había calibrado. La verdad es que… iba preparado para mucho más de lo que me encontré.

--¿Me habías calibrado?—inquirí.

--Claro—asintió como si le hubiera preguntado una obviedad—suelo estudiar los movimientos de las personas con las que me voy a enfrentar… si tengo oportunidad.

--Ahá…

Toda la razón del mundo tenía. Era lo más lógico y era algo que yo no hacía.

--Tus piernas son fuertes—continuó, jugueteando con los dedos en el borde de su vaso—tus brazos no. Y la defensa también te falla. Con esos ataques tan potentes te quedas muy expuesta, y es una pena porque tu coordinación es fantástica. Deberías aprender a protegerte más…

--Vaya, todo un análisis…--repliqué, algo molesta. No me gustan los consejos gratuitos.

--Lo siento, no pretendía decir algo inadecuado—se apresuró a decir—supongo que tú también me habrás medido a mí.

--No—respondí—no lo he hecho…

Enarcó las cejas, sorprendido, y volvió a sonreír.

--Pues deberías…

--No lo hice contigo ni con nadie, a decir verdad.

--Pues más mérito tiene que estés aquí entonces—reflexionó—aunque probablemente, lo hagas de manera inconsciente. Todo luchador tiene una gran capacidad de observación, Ahki, y la usa para su aprendizaje.

Verdades como puños me estaba diciendo, cosas que yo hasta ese momento no me había parado a pensar. El problema era que… observarle a él hubiera sido algo catastrófico y desestabilizador para mí, sin duda. Pero jamás se lo diría, evidentemente.

--¿Y qué te pasó el día que nos tocó pelear?—preguntó distraídamente,  dejando el vaso vacío en la barra—no fuiste tan rápida y mortal como yo esperaba…

Corroboró estás últimas palabras con una media sonrisa—la de siempre, mezcla de suficiencia y simpatía—se mordió los labios como si quisiera reprimirla y de nuevo me guiñó un ojo con complicidad.

--Estuve muy torpe y tuve un mal día, como bien dijiste—respondí tras pensar unos segundos--¿qué te pasó a ti?

--¿A mí?—preguntó él.

--Sí, a ti. Te dejaste ganar en el segundo asalto, ¿por qué?

Por primera vez desvió la mirada hacia las botellas apiladas tras la barra, y rió.

--Ya te había ganado en el primer asalto—respondió, y volvió a fijar de nuevo sus ojos en mí—no quería descalificarte.

--¿Por qué no?

--Porque era el último día de las pruebas, Ahki, y pensé, como pienso ahora, que tú deberías estar dentro, como yo.

Me dejó de piedra.

--¿Tú lo sabías?—pregunté, incrédula.

--¿Qué era el último día? Sí… más que saberlo, lo imaginé.

--¿Lo imaginaste?

Suka asintió.

--No fue algo difícil de deducir; no sabía el día exacto pero a juzgar por el número de luchadores que quedábamos teníamos que estar ya muy cerca. No sería justo que alguien con tu preparación y tus habilidades se quedara fuera por tener un mal día… ¿no

crees?

--Algo me escama en esa piedad—repliqué entre dientes, retrocediendo.

Él se encogió de hombros sin asomo de enfado ante aquella acusación velada.

--¿Piedad?—inquirió—Bueno, llámalo como quieras y escámate lo que gustes. ¿Quieres otra copa?

Dios, era un jodido encanto. Y qué ojos. Y qué olor.

--Tendrás que invitarme, no tengo un duro.

Sonrió triunfante.

--Hecho.

Cuando se giró a pedir la copa, escruté las sombras del bar. June estaba sentada sobre unos bidones, en una esquina, junto a cinco o seis personas. Se les veía hablar animadamente y reír de vez en cuando. Sus ojos se desviaron para encontrarse con los míos y me hizo un gesto obsceno, como follándose al aire. Le enseñé los dientes igual que haría un perro rabioso y le hice una seña como de querer cortarla el cuello. Me respondió inmediatamente con un discreto corte de mangas y se volvió para continuar hablando con sus compañeros de bidón justo cuando Suka me tendía una botella de cerveza.

--Como no me dijiste lo que querías, te he pedido lo mismo…

--No me lo has preguntado.

La verdad es que estaba siendo una auténtica borde, y no quería comportarme así. Pero me salía solo… y a él no parecía importarle, al contrario, hubiera jurado que eso le divertía.

--Bueno, ¿no me vas a contar lo que te pasó ese día?—retomó la conversación.

--¿No me vas a contar tú por qué, aparte de perder a propósito, te dejaste dar aquella patada? Podías haberte marchado sin más…

Soltó una carcajada.

--¿De qué coño te ríes?

Se tomó un tiempo para dejar de reír, bebió un trago largo y me miró con un resplandor extraño en los ojos.

--Podría contártelo—se inclinó hacia mí para hablarme al oído—pero creo que no es el momento de hacerlo…

Intenté retroceder, pero la repisa de la barra se me clavó en la espalda. Contuve la respiración por instinto, y al tomar una profunda bocanada de aire tras unos segundos sentí el olor de su cuello tan cerca que me mareé.

--¿Por qué no?—quise saber, desde mi rincón, como un ratón acorralado.

--Porque dejarías de hablar conmigo si te lo cuento y me partirías la cara—rió—y además, ya que hablas de contar cosas, yo también quiero que me cuentes algo.

--¿Ah sí?—pregunté sibilinamente.

--Sí.

Se acercó todavía más y apoyó las manos en la barra, flanqueando mis costados con los brazos, enjaulándome. Quise replegarme, meterme dentro de mí misma, pero claro, eso era algo imposible.

--¿No me preguntas qué es lo que quiero saber?—murmuró divertido. Su aliento se estrelló contra mi mejilla.

--¿Qué quieres que te cuente?—inquirí en un hilo de voz.

Sin atreverme a mirarle, absolutamente atrapada entre la barra del bar y su cuerpo, escuché cómo volvía a reír con cierta satisfacción.

--Bien—repuso, acariciando con la punta de su dedo mi hombro y bajando por la parte interna de mi brazo, haciéndome estremecer—yo te cuento lo de la patada si tú me cuentas por qué razón no me miras a la cara, ni en el combate ni ahora.

Me quedé helada.

--Qué tontería—barboté. Algo que no hizo más que confirmar lo que él acababa de decirme, porque seguía sin mirarle.

De pronto, alargó la mano hacia mí, sujetó mi barbilla con firmeza y suavemente me obligó a enfrentarme a sus ojos. Mi cara debía de parecer desencajada, sentí auténticas ganas de desaparecer.

--¿Tan mal te caigo, Ahki?—murmuró, examinando mis pupilas sin piedad—no recuerdo haberte hecho nada…

Negué con la cabeza.

--No sé que estás diciendo—traté de bajar la mirada pero no me dejó—eso son percepciones tuyas…

--Ya, claro…

Sin previo aviso, sentí su rodilla entre mis piernas, haciendo una presión creciente en la parte interna de mi muslo derecho. Intenté removerme y zafarme de él…pero no lo hice. No lo hice porque en realidad no quería hacerlo. Mi cuerpo deseaba sentir el suyo, así que le respondí presionando mi muslo contra él.

Suka pareció vacilar un momento.

--Luchas como los malditos toros—musitó—atacas sin darle opción al oponente y a mí no me quieres mirar… ¿no tienes cojones de atacarme, o qué?

--Te aseguro que cojones me sobran…

No me dio tiempo a terminar la frase. Su rodilla avanzó unos centímetros hasta situarse contra mi mismo coño, me atrajo hacia él hasta que su nariz y me mejilla casi se tocaron, le sentí respirar hondo y a los pocos segundos se precipitó sobre mi cuello, con la velocidad de una serpiente, y sentí en mi piel la calidez húmeda de sus labios.

Podía haberle apartado. Podía haberle gritado “¿qué haces?” y haber salido huyendo de aquel demonio humano. Pero no lo hice.

Sus labios se demoraron en mi cuello, entreabiertos, ejercieron presión. Aquello me hizo mojar las bragas contra la tela de sus vaqueros.

--Estas temblando de los pies a la cabeza—escuché que murmuraba con sorna contra mi piel. Era cierto, aunque no me había dado cuenta--¿qué pasa, Ahki?

Separé un poco más las piernas para sentir en mi humedad—en mi vacío—la presión de su muslo y su rodilla. El deseo y el terror me quemaban por dentro dejándome inmovilizada, anudándose en mi garganta. Qué ganas de sentirle tenía. Cómo le deseaba. Qué ganas de patearle y de que me follara.

--¿Qué pasa?—insistió, flexionando la pierna para clavarse más en mí--¿conmigo no quieres ser Ahki la dura, Ahki la imparable?

La última defensa que me quedaba se derrumbó.

--No quiero serlo—jadeé—Suka…

--Dime

--Te odio.

Me mordió el cuello con fuerza y su mano buscó la mía para cerrarse en torno a ella y apretarla. Dejé escapar un gemido de dolor y placer y mi otra mano trepó por su espalda para cerrarse como una garra en su pelo de color del fuego.

--Yo también te odio—resopló, apartándose unos centímetros de mi cuello para lamer la mordida—te violaría ahora mismo… ¿eso haría que me odiases más?

--Llevas mucho tiempo sin follar, creo…--repliqué. El cuerpo me pedía frotarme contra su muslo como una puta perra en celo.

--Veo que tú también—sonrió, apretándome contra sí.

Necesitaba sentir su lengua en la boca. Tenía… un hambre terrible. Por primera vez me armé de valor, busqué su mirada y me lancé a besarle. Mordí con rabia sus labios, le obligué a abrirlos y le reté yendo al encuentro de su lengua. Él me respondió con intensidad pero con control, con calma. Jugó con mis ganas de sentirle y exploró con dedicación cada rincón de mi boca, deteniendo mis húmedas acometidas, apresándome la lengua de vez en cuando entre sus dientes. Sin separarnos para respirar, tomamos aire profundamente de la boca del otro y continuamos luchando, yo a brazo partido tratando de horadarle, de comérmelo… él esquivándome con elegancia, acariciándome a traición en lugares que sólo yo sabía que existían.

Recuerdo ese momento como si realmente me estuviera follando la boca con su lengua. Me estaba violando de una manera que yo no esperaba, con tranquilidad, con las riendas en la mano. Y yo me estaba dejando hacer, disfrutando y saboreándole, a diferencia de él perdiendo todo control.

Cuando decidió parar de besarme lo hizo. Me lamió los labios y me miró con fijeza.

--Vaya…--murmuró—creo que… puedo ayudarte con el entrenamiento…

--¿Ayudarme? ¿Qué dices?

--Luchas igual que besas—sonrió—a tumba abierta y quedando expuesta. No mides al contrario y tampoco mides tus movimientos. Pero tienes una energía que también podría ayudarme a mí… Yo podría enseñarte a equilibrar esa energía, y tú podrías enseñarme a mí de dónde sacarla.

Al oír aquello no supe si Suka era un genio o por el contrario era idiota.

--Podríamos entrenar juntos alguna vez…--murmuró. Acarició con ternura mi mejilla—podríamos aprender el uno del otro.

--No lo creo—repliqué—parece que tú tienes muy claros mis fallos… y yo, sin embargo, no sé cuáles son tus puntos débiles.

Frunció el ceño.

--Tengo muchos, créeme. No te los voy a mostrar, pero seguro que si entrenas conmigo los descubrirás.

--Me sentiría muy extraña entrenando contigo…

--No si follamos antes—sonrió mostrándome los dientes—lo digo sólo por ser práctico, no pienses mal.

--Eres un cabrón.

--Sí—asintió con vehemencia—pero eso te gusta, ¿verdad?

Por toda respuesta volví a morrearle.

--Cabrón, hijo de puta, qué es lo que me has hecho—resollé entre acometida y acometida de lengua.

--Lo mismo que tú a mí—respondió al momento.

--Yo no te he hecho nada…

--Ahki…—murmuró con suavidad, al tiempo que pasaba la palma de su mano por mi mejilla— ¡Eres una niña asustada! ¿Por qué?

Luché por mantenerle la mirada.

--¿Por qué tienes tanto miedo?—continuó—el deseo no es tan terrible… yo no voy a hacerte daño…

Me atrajo hacia sí y me besó con dulzura. No luché contra él. Abrí la boca lo suficiente para sentirle y dejarme explorar; sentí sus brazos rodeándome con fuerza y su estómago presionando contra el mío. Bajo su cintura, su abultada erección se incrustó entre mis piernas. Creí volverme loca cuando la sentí, y me revolví apretándome con más fuerza contra él. El coño me chorreaba y la cabeza no me funcionaba.

Nos besamos una y otra vez con las lenguas al rojo vivo. Noté el aumento de sus pulsaciones, el retumbar de su corazón, cómo se aceleraba su respiración con cada lengüetazo, cómo se calentaba su piel contra la mía. En un momento dado, me cogió la mano y la colocó sobre su polla a estallar.

--Me tienes palpitando, Ahki…

No sé cómo pude contestarle lo que le dije; evidentemente, ya no era mi parte racional la que hablaba, sino algo mucho más primitivo que a mi pesar había despertado, destartalando y aplastando todo rastro de coherencia que quedara en mí.

--Si te vienes al baño conmigo, te la chupo.

El muy cabrón se retorció de gusto al oírme decir aquello. Me metió la lengua en la boca de golpe e introdujo la mano por debajo de mi falda, deslizando un dedo bajo la goma de las bragas que me había regalado June.

--Joder…

Me golpeó con su erección en el coño al sentir mi humedad.

--Estás empapada…--jadeó.

Empezó a mover su dedo por debajo de mis bragas, buscando mi clítoris entre los húmedos pliegues de mi coño. Me moví para sentirle más, notando que irremediablemente perdía el control de mis caderas, yendo en pos del goce. Con sólo una pasada de la punta de su dedo cuando por fin encontró mi punto de placer, inflamado y erecto, casi me hizo gritar.

Gemí con su lengua dentro de la boca mientras él movía su dedo en círculos dentro de mí. Llevaba tanto tiempo dormida, tanto tiempo sin experimentar ese cúmulo de sensaciones, que durante un instante pensé “si sigue así voy a correrme en cuestión de segundos”… Hacía años que yo no me corría con un hombre.

--Suka…--casi le rogué—vámonos al baño, por favor…

Sacó la mano de mis bragas y se incrustó de nuevo en mí, como si quisiera follarme con los pantalones puestos.

--¿Estás segura?—rió en mi oído—mira que llevo mucho tiempo sin follar…

--¿Si, eh…?--contesté, llena de calor—y ¿Cuándo fue la última vez que te la han mamado hasta correrte?

Sabía que eso le enervaría.

--No lo recuerdo—jadeó, bombeándome contra la barra.

--¿Y te apetece?—resollé en su oído.

--Joder, claro…

Le aparte de un empujón, tiré de su mano y avancé, entre nebulosas de humo y caras desconocidas, prácticamente arrastrándole hacia una pequeña puerta que supuse sería el baño. Supuse bien: la puerta daba a un pequeño vestíbulo en el que se veían otras dos entradas, una con el emblema herrumbroso de una dama antigua con plumas en la cabeza, la de al lado con un caballero que llevaba un sombrero de copa. No supe cual abrir, y él aprovechó mi vacilación para abrir la del caballero y tirar de mi hacia dentro.

--Los de las mujeres suelen estar más limpios…--protesté detrás de él.

--Cierto—se volvió y me lanzó una sonrisa anhelante—pero en estos te aseguro que habrá menos gente…

Colocó ambas manos sobre mis hombros y me guió de esa manera, pasando de largo la hilera de urinarios,  hasta el interior de uno de los cubículos destinados a las “necesidades mayores”. Cerró la puerta tras de sí; escuché un chirrido seco y oxidado cuando giró el pestillo. Acto seguido se volvió hacia mí, me levantó en volandas y me aplastó contra la puerta, embistiéndome una y otra vez con violencia al tiempo que me buscaba la boca.

--¿Con qué frecuencia te masturbas, Ahki?—me preguntó cuando se apartó de mí bruscamente para tomar aire.

--No lo hago…--respondí con sinceridad.

--No te creo—sonrió, asestándome un par de pollazos agresivos.

--Como quieras—musité.

--Yo… estoy empezando a pensar que tengo un problema—jadeó y se acomodó contra mi coño.

--¿Qué problema?

--Uno muy gordo—repuso. Comenzó a masajearme los pechos con la palma de su mano—me masturbo y llego al orgasmo, y a los cinco minutos la tengo dura otra vez… si hay algo en mi cabeza que me excita, no logro desquitarme… no consigo liberarme.

--¿Y qué haces?

--Pues qué voy a hacer, volver a pajearme—contestó, restregando su rabo duro contra mí—y volver a correrme…

--Si haces eso más de dos veces seguidas, te quedarás seco…

--Es posible—reflexionó—pero la cuestión es que no dejo de estar nervioso…

--Querrás decir “cachondo”.

Asió con suavidad uno de mis pechos y lo saco del escote.

--Eso—murmuró, y se lanzó a lamer la blanca redondez.

Sentí como mi pezón se endurecía al contacto con su lengua. Su boca estaba caliente y repleta de ansia. Sujetaba mi carne entre los dientes, soltaba, volvía a morder, succionaba… arqueé la espalda y gemí con los dientes apretados. No recordaba haber sentido unas oleadas de placer semejantes en mi vida. Mientras me comía las tetas, el coño me palpitaba contra su paquete a reventar. Deslice la mano bajo la cintura de sus vaqueros y noté al instante la piel cálida de su estómago. Me detuve unos segundos sin saber si subir o bajar la mano… debajo de mis dedos, los músculos de su abdomen se tensaron.

Fue él mismo quien me apartó la mano y se desabrochó los pantalones, liberando por fin aquel miembro duro y grueso como un garrote. No recordaba, o no quería recordar,  la última vez que vi una polla… soy una desmemoriada. Un estremecimiento sacudió mi cuerpo cuando vi aquella cosa enrojecida surcada de venas, y durante un segundo sentí ganas de salir corriendo. Pero el deseo fue más fuerte. Guiada por su mano, agarré con fuerza el tronco palpitante y comencé a pajearle. Me agarró de la muñeca y corrigió el ritmo de la masturbación, mostrando cómo y donde le gustaba que le acariciara.

Me gustaba sentirle excitado de aquella forma, eso no me daba miedo. Prefería hacerle todo tipo de guarradas a dejarme hacer por él. Por mucho que estuviera disfrutando, una parte de mí siempre vigilante se negaba a relajarse y a confiar. Por eso me adelanté a que él dijera nada, me armé de valor y me arrodillé hasta que la punta de su polla tocó mi nariz. Inmediatamente capté el olor animal de su excitación.

Él gimió y me acarició la parte de atrás de la cabeza con timidez. Le sentí loco de ganas, pero a la vez prudente, a la espera de mi próximo movimiento, sin querer alentarme de forma evidente. Escuché como se tragaba un rugido prolongado cuando agarré su rabo y me lo metí de golpe en la boca. Me sentí rara al hacerlo, pero lo deseaba tanto… me puso muy cachonda tenerle así, sentirle deshacerse de gusto a mi merced.

Saqué aquel pollón de mi boca para lamer un líquido claro y caliente que goteaba de su glande. Pasé la lengua por encima y presioné para limpiar aquellas gotas con dedicación. Me gustó su sabor. Abracé la punta de su polla con los labios y succioné con fuerza.

--Joder…

Le pajeé violentamente.

--¿No te gusta?

Se retorció contra la puerta del cubículo y tembló.

--Me gusta… me gusta mucho—boqueó—pero si sigues así me voy a correr en seguida, Ahki…

--Eso quiero, jodido cabrón—repliqué—quiero que te corras.

--No antes que tú—sonrió, apartándose de mí con una agilidad que me pilló por sorpresa.

No supe lo que iba a hacer y retrocedí, pero fue demasiado tarde. Me acorraló contra la esquina contraria mientras yo me erguía, su polla dura basculando, y colocó sus manos en mis caderas para bajarme las bragas. Chillé y le dí una patada refleja que no le alcanzó en los huevos de milagro.

--¿Qué haces?—levantó las manos, desconcertado.

--No me toques, Suka—gemí entre dientes.

--¿Por qué no?

--Porque me da miedo—respondí. Me hizo daño decir aquello—deja que te la coma y punto.    

--Pero yo quiero probarte a ti también…

--Pues te vas a quedar con las ganas—le dije, desafiándole con la mirada.

--No es sólo eso…--masculló, pero me dejó libre para arrodillarme de nuevo y volver a la carga—quiero que disfrutes tú también…conmigo…

Le chupé de nuevo con avaricia, casi con crueldad. El coño me ardía, pero en la soledad del cuarto de baño no me atrevía a ponerme en sus manos. No podía evitarlo, sencillamente; el miedo era una entidad física que me pesaba y me impedía dejarme llevar, no soportaba la sola idea de que él hiciera lo que quisiera conmigo. Suka era fuerte, más fuerte y rápido que yo… en caso de agredirme, no estaba segura de poder pararle. Y, aunque parecía una persona cabal, nunca sabía uno cuando alguien podía volverse loco…

--Ahki…--gimió, haciendo amago de apartarme. Noté que su voluntad empezaba a flaquear.

--Cállate y déjame hacer, por favor…

Comenzó a follarme la boca a pequeños empeñones, reprimiendo sus ganas y su fuerza. Me metí su polla hasta la garganta y puse su mano sobre mi cabeza, animándole a que me poseyera de esa forma. Eso no me daba miedo… por la nariz podía respirar. Sin embargo, Suka se detuvo.

--Estoy a punto de correrme…--me dijo.

Le miré desde abajo, con la punta de su polla al borde de mis labios. Sus ojos estaban algo turbios y confundidos. Le sonreí con cierta turbación, aunque traté de transmitirle que todo estaba bien. Durante ese instante en el que ambos nos miramos, creo que intercambiamos más cosas de las que podíamos esperar. Muchas más cosas que si hubiéramos verbalizado nuestras inquietudes.

--Córrete…--susurré—tengo ganas de tragármelo todo.

Era verdad. Me moría por que estallara y por poder probar los chorros de leche caliente que dispararía.

--Abre la boca y saca la lengua—me conminó—prefiero hacerlo así…

Hice lo que me pidió por darle gusto, y él comenzó a pajearse violentamente contra mi lengua.

--No quisiera mancharte…--resolló, y acto seguido observé que su abdomen se contraía bruscamente. Vi que cerraba los ojos, echaba la cabeza hacia atrás y se mordía los labios. Se le rompió un gemido en la garganta, y al momento comenzó a descargar una riada de semen del que me esforcé por recoger hasta la última gota. El disparo inicial me dio de lleno en la lengua, sí, pero gracias a las contracciones del orgasmo varios chorros se estrellaron contra la comisura de mi boca—que me apresuré a lamer—, mi escote y mi cuello. Un goterón indiscreto me salpicó el vestido, pero no me importó en absoluto.

--Ahki…

Su tono de voz sonó casi lastimero, arrepentido. Caminó unos pasos hacia atrás y se apoyó de espaldas contra la pared para recobrarse.

Sonreí, con el sabor fresco y agresivo de su semen aún en la boca, y le pregunté si le había gustado. Él asintió, estirando el brazo para acariciarme la cara. Mantuvo la palma de su mano en mi mejilla unos segundos, contemplándome serio, sin hablar.

--¿Y tú?—me dijo al fin.

Lancé al aire un amago de carcajada.

--Por mí no te preocupes—le dije—yo he disfrutado mucho haciéndolo…

--No, Ahki… así no son las cosas…

No debí subestimar nunca la determinación de un luchador como él. Debí estar preparada y no bajar la guardia cuando me pidió que le acompañara al campamento, en el bosque, para recoger unas cosas. Yo tenía allí algo que me pertenecía (mis bragas), así que casi por ironía del destino acepté.

Nunca lo hubiera debido hacer.

Me tendió la mano y salimos de aquel cuarto de baño infecto. Atravesé el bar tras él sin levantar la vista, sin fijarme en los rostros que había alrededor, sin buscar a June entre la gente. Tenía fijación por alcanzar la salida y una especie de ceguera transitoria, fruto de la impresión de lo que acababa de ocurrir. Me seguía excitando Suka, pero invariablemente sentía que poco a poco volvía a ser yo, y la bestia que me había poseído se replegaba, rezongando, a algún lugar profundo de mi estómago.

Salir a la frescura de la noche fue toda una liberación. Fuera del bar, el pueblo dormía ajeno a todo lo que pudiera ocurrir en las calles. Como hago siempre que salgo durante la noche, levanté la cabeza y miré al cielo. El resplandor de las estrellas es algo estable, algo que siempre, salvo que el cielo esté muy nublado, puedo ver cuando miro hacia arriba. Me tranquiliza. Suka me pasó el brazo por encima del hombro—estaba demasiado cansada e impresionada para apartarle—y me condujo con suavidad hacia un coche bastante destartalado que había aparcado a escasos metros.

--Vaya…no sabía que alquilaste un coche.

--No lo alquilé—sonrió enigmáticamente.

El campamento se hallaba a poca distancia del pueblo, unos treinta minutos andando a lo sumo. Pero qué duda cabe que era mucho más placentero sentarse en el asiento de un coche, al lado de Suka, por ruinoso que el vehículo pareciera, y esperar a que los kilómetros se acortaran solos.

--¿Estás bien?—preguntó, antes de accionar el contacto. Me miró con cierta preocupación.

--Sí, claro—contesté. Me recliné un poco, acomodándome en el asiento, y sonreí--¿por qué no iba a estarlo?

Colocó la mano derecha sobre mi rodilla desnuda, giró la llave y el motor petardeó con un rugido sordo.

--Vámonos, entonces.

Suka salió del aparcamiento y cogió la carretera principal. Para llegar al campamento sólo había que seguir recto, no existía posibilidad alguna de pérdida; tan solo había que saber en qué momento desviarse.

--Ahki…--dijo cuando enfiló la larga tira de asfalto—lo que dije de violarte no iba en serio…

No pude evitar reírme, sin asomo de cinismo. Realmente ese hombre estaba preocupado porque no me había hecho llegar al orgasmo…

--Ya lo sé—dije, tratando de hacerle llegar mi gratitud—tranquilo.

--Quiero decir… --murmuró e hizo una pausa para sortear un badén—he estado en la trena varias veces, como seguramente ya sabes, pero no por violador… ni tampoco por asesino…

¿En la trena? ¡Ahora comprendía muchas cosas! “Forma parte de la vida privada de Suka” había dicho June “pregúntaselo a él”.

--No sabía que habías estado en la cárcel…

Se giró levemente para lanzarme una mirada de desconcierto.

--Vaya—dijo, volviendo a fijar los ojos en la carretera—pensé que June te lo habría contado…

--Pues pensaste mal—sonreí, y coloqué la mano sobre la suya, que había vuelto a su posición anterior sobre mi muslo después de ir a la palanca de cambios—pero no me importa. Ni te voy a preguntar qué motivos te llevaron allí.

--Es un alivio, porque es largo de contar—rió para sus adentros—pero te aseguro que no soy ningún asesino.

En cierto modo, sus palabras me conmovieron. Aquello era en realidad un llamamiento para que confiara en él, o al menos así lo entendí.

--Suka…--le dije, acariciando el dorso de su mano—no es por ti, es por mí. No eres tú, soy yo quien tiene el problema.

--¿Qué problema?—inquirió, deslizando las puntas de los dedos entre los míos—cuéntamelo, Ahki…

--Como tú dices, es largo de contar…--suspiré, encogiéndome de hombros. No obstante, aunque pretendí que mi voz sonara desenfadada, me escuché a mi misma triste y cargada de amargura. El lastre que arrastraba como una gruesa cadena, por mucho que yo me empeñara en negar que existía, estaba ahí y en ese momento quedó patente.

--Cuéntamelo, Ahki, por favor… ¿qué problemas?—insistió.

Una vez más, volví a odiarle… invadida por una oleada de cariño que me hizo abrir la boca.

--Violaciones—respondí. Algo se me rompió dentro—muchas. Varios hombres me violaron una noche repetidas veces y por poco me matan. Les conocía. Tenían cuentas pendientes con mi familia. Yo salí herida, pero viva… mi madre y mi hermana no tuvieron tanta suerte.

El vehículo frenó en seco en mitad de la carretera.

--Dios mío, Ahki, perdóname… no lo sabía…

Miré a Suka. Estaba blanco como el papel. A mí también se me había helado la sangre al decir aquello; nunca había hablado de lo que me ocurrió con nadie… con absolutamente nadie. Durante los años que siguieron, había luchado denodadamente por olvidarlo.

--No tengo nada que perdonarte.

--Si lo hubiera sabido, yo hubiera…

--Suka, por favor, no te preocupes. Ocurrió hace mucho tiempo, ya está superado—le dije, aunque ambos sabíamos que eso último no era cierto—por favor, arranca el coche.

Revivir aquello con él tan cerca, parados en medio de ninguna parte, me hacía daño. Necesitaba volver a ver el mundo en movimiento a mi alrededor, tras la ventanilla del coche.

Escuché con alivio el ruido del motor al ponerse en marcha. Me recosté contra la tapicería y respiré por fin cuando comprobé que comenzábamos a movernos de nuevo.

--Ahki, yo nunca te haría daño—la voz de Suka escondía un ligero aleteo parecido a un temblor—nunca. Siento mucho lo que te pasó. Lo siento de veras.

--Desde entonces no he podido disfrutar del sexo completamente—traté de explicarle—no es culpa tuya.

--Es lógico…

--No soy capaz de dejarme llevar hasta el orgasmo, sólo en contadas ocasiones cuando estoy sola…--confesé—y me masturbo de año en año, sólo cuando no tengo más remedio.

Nos desviamos a la derecha para entrar en el complejo de entrenamiento. Vislumbré en la oscuridad la silueta de las carpas, y las bóvedas de las naves prefabricadas. El terreno se volvió más irregular y Suka redujo la marcha, deteniéndose despacio junto al pilar que señalaba la entrada al campamento.

--Pero… Ahki—murmuró, cogiéndome la mano, una vez hubo retirado el contacto del coche—tú… lo que ha pasado esta noche, tú lo deseabas… ¿no?

Aquel condenado demonio de fuego cada vez me gustaba más. Y después del encuentro que habíamos tenido, y del revelador—aunque corto—viaje en coche, ya no le tenía tanto miedo.

--¿Tú que crees, Suka?—le sonreí—Pues claro que sí… lo deseaba mucho. Tú me gustas.

Sonrió a su vez.

--Bueno… me alegro—dijo aliviado—tú a mí también… nunca te haría nada que no desearas…

--Lo sé—respondí—te has portado muy bien conmigo desde el principio.

Se inclinó levemente hacia mí, haciendo amago de extender los brazos. Pensé que iba a darme un abrazo, pero luego se lo pensó mejor y retrocedió. Aproveché su retirada para abrir la puerta del coche y salir al exterior. Las estrellas seguían temblando en el firmamento, todo estaba en orden.

Suka salió y cerró con cuidado la puerta del conductor. Rodeo el vehículo despacio para ir a mi encuentro y abrazó mi cintura desde atrás.

--Espero no haberte hecho sentir mal en ningún momento…

--No, tranquilo—murmuré, apoyando la cabeza sobre su pecho. Sentí su barbilla rozándome la coronilla; él era bastante más alto que yo—he estado muy a gusto contigo, de verdad… Me hubiera gustado llegar a más—admití con cierto esfuerzo—pero no he podido.

Me estrechó contra sí y me besó levemente en la cabeza.

--La verdad es que, sin apenas conocernos, he hecho cosas contigo que jamás creí que sería capaz de hacer…--musité con amargura—quizá tú también hubieras querido más…

--Verte disfrutar, sólo eso—respondió—es lo único que me quedó pendiente.

Inexplicablemente, deseé besarle de nuevo. Pero me contuve.

--Bueno—dije, desasiéndome de su abrazo—voy a buscar mis cosas…

--Yo también—resolvió--¿dónde las tienes?

--En la nave grande—respondí, refiriéndome al lugar donde dormíamos--¿y tú?

--En el gimnasio—me indicó, señalando la nave contigua con una inclinación de cabeza.

--Bien, te veré allí—repuse—no tardaré mucho.

--¿No quieres que te acompañe?

Eché a andar antes de que se le ocurriera seguirme.

--No, gracias… prefiero ir sola.

Me daba un poco de miedo visitar la nave a aquella hora, sola. Sin embargo, no me hacía ninguna gracia que él viera el guiñapo de bragas que tenía que recoger, esa fue la razón principal de que le dijera que no. Pero claro, no podía decírselo…y probablemente Suka lo interpretaría como un pequeño rechazo, un rechazo más. Estaba comenzando a sentirme un poco dolida por todo aquello. Pensar que un recuerdo, tan sólo un recuerdo al fin y al cabo, me impedía disfrutar a mí y a alguien que de alguna manera lo “merecía”,  era algo que me llenaba de rabia y de tristeza.

Por encima del hombro, observé que Suka caminaba en dirección opuesta a la mía, hacia la gran puerta de la nave que llamábamos “el gimnasio”, un lugar casi tan espacioso como la nave-dormitorio donde había todo tipo de elementos de entrenamiento (casi de tortura). No me gustaba demasiado el gimnasio; a decir verdad sólo entraba cuando llovía con tanta intensidad que los combates tenían que desarrollarse dentro. Me sentía encerrada allí, a pesar de que era grande, amenazada por las cuerdas colgantes surcadas de nudos y por todos aquellos instrumentos sin vida. Prefería mil veces entrenar al aire libre, aunque hiciera mal tiempo, con rivales o en solitario.

Me dirigí a la nave-dormitorio. La puerta cedió sin oponer resistencia y tanteé en la oscuridad hasta que mis ojos se acostumbraron a ella. No me fue difícil encontrar el camastro que solía ocupar junto al de June; tres semanas de vida allí habían sido suficientes para conocerme el lugar al dedillo. Me agaché en el sitio exacto donde recordaba haber dejado las bragas y toqué el suelo para buscarlas. En efecto, ahí estaban, aún humedecidas por el agua del río. El clima era neblinoso y húmedo, más aún en el bosque, de modo que la ropa tardaba tiempo en secarse.

De pronto me sentí muy tonta, pues caí en la cuenta de que no había pensado dónde guardarlas… qué calamidad. Resolví que lo único que podía hacer era calzármelas sobre las otras que llevaba, aunque la sensación no sería muy agradable porque la tela estaba fría y húmeda... pero eso fue lo que hice. Lancé una protesta al aire, me acomodé el vestido y salí de ahí con los dientes apretados, maldiciendo mi estupidez.

No había ni rastro de Suka en las inmediaciones, así que supuse que aún estaba en el gimnasio. Comprobé que había luz en una de las pequeñas ventanas como respiraderos de una ratonera, así que allí me dirigí.

Nada más abrir la puerta, le vi haciendo dominadas, colgado en una barra horizontal a bastante altura del suelo. Una bolsa desmadejada y medio abierta yacía en el suelo a escasos pasos de él.

--No puedo creer que te hayas puesto a entrenar ahora…

Aún encaramado a aquel eje en las alturas, giró levemente la cabeza para mirarme.

--Soy un jodido adicto a esta barra, perdóname—dijo, y sin más se soltó.

Por un momento pensé que se haría daño, pero cayó limpiamente sobre sus pies, con las rodillas flexionadas.

--¿Cómo has subido hasta ahí?—no pude evitar preguntar. Las paredes que flanqueaban la dichosa barra eran lisas, sin ningún tipo de asidero. Era imposible trepar por ellas.

Suka rió.

--Pues cómo voy a subir—replicó—saltando.

--¿Saltando?—aquello sí que tenía que ser una broma—no puedo creerte, nadie puede saltar tanto…

--¿No, eh?—me espetó con una sonrisa burlona, y acto seguido me demostró lo que yo creía imposible.

 Se situó bajo la barra, dobló ligeramente las rodillas y, sin darme tiempo a decir nada dio un salto descomunal, como un enorme gato, y se agarró con ambas manos a la barandilla. Ésta tembló con un ruido seco de protesta cuando lo hizo. Observé los músculos de su abdomen, su torso y sus brazos—se había quitado la camiseta—tensos pero aparentemente sin inmutarse ante aquel enorme esfuerzo.

--Ya te lo dije—rió desde arriba—a ti te fallan los brazos, deberías hacer algunas de estas. Para subir no tendrás problema, aunque veo que dudas de tus posibilidades…

--En la vida podría saltar así—reconocí. Después de verle a él me sentía pesada como una roca.

--No has hecho muchas dominadas en tu vida, ¿verdad?—me espetó sin hacerme caso, al tiempo que flexionaba los brazos levantando la cabeza por encima de la barra.

--¿Te refieres a esas flexiones que estás haciendo?—inquirí desdeñosa—claro que sí, he tenido que hacer muchas…soy una maestra de las dominadas—dije con fingida egolatría.

--No te creo—bufó, haciendo la cuarta o la quinta flexión—Eres muy débil con los brazos…no aguantarías ni cinco.

Cómo me jodía oírle decir aquello. No era la primera vez que desmerecía la potencia de mis puñetazos.

--¿Ni cinco?—repetí, incrédula—ya estás bajando de ahí y ayudándome a subir a esa barra de mierda…

Haciendo gala de una destreza increíble, se encaramó a la barandilla con las piernas y descendió colgado por las rodillas como un murciélago. La mata de su pelo rojo no llegaba a acariciar el suelo. Coloco las palmas de las manos abiertas en el aire, y con un pequeño impulso se dejó caer y bajó, aterrizando sobre éstas para colocarse de nuevo en pie.

--No hace falta que me demuestres nada…--replicó, frotándose los fibrados brazos.

--Oh, pero claro que te lo voy a mostrar…--mascullé—no voy a permitir que me dejes por débil, ayúdame a subir.

--Ahki, te lo decía en broma…

--No hay bromas en esto…--sonreí. La verdad era que el ego me escocía bastante, hasta el punto de cegarme dándole a aquello más importancia de la que en realidad tenía—ayúdame a subir, vamos.

No hace falta decir que el orgullo es mi principal debilidad. El problema es que no lo percibo como debilidad hasta que ya es demasiado tarde.

--Está bien, como quieras…

Me coloqué bajo la condenada barra y Suka me sujetó por las rodillas, impulsándome con fuerza hacia arriba. Estiré los brazos en el vacío, basculé un poco y logré agarrarme a la tosca madera sobre mi cabeza.

--Ahí estás…

Suka me soltó y avanzó unos pasos hacia atrás.

--En realidad no era necesario que te ayudara...—me dijo desde abajo—aquí hay un mecanismo para subirla y bajarla…

Me giré un poco para ver cómo tocaba algo camuflado en la pared, y a continuación la barra comenzó a subir sola, a trompicones, con un ruido metálico de engranajes.

--Vaya… no sabía eso…

--Claro, no lo sabías porque no la usas—rió socarronamente—todavía estoy esperando verte hacer las cinco dominadas…

Mis brazos comenzarían a protestar de un momento a otro si no me movía, estaban soportando todo mi peso. Recordé aquella especie de apuesta loca y subí con relativa facilidad, flexionando los codos hasta que mi cabeza quedó por encima de la barra.

No me hacía gracia que estuviera tan alta, porque temía que me sudaran las manos, escurrirme y caer a plomo. La barra era tosca, y la madera de la que estaba hecha se volvía resbaladiza por menos de nada. Una mala caída desde ahí podía hacerme mucho daño.

--Tranquila, Ahki, no sufras—me picó con ironía.

No hice cinco, hice nada menos que veinte flexiones del tirón. Eso sí, me destrocé. No estaba acostumbrada a hacer ejercicio de forma tan mecánica, sino a trabajar la técnica que me habían enseñado y aplicarla en la práctica. Pero evidentemente, tenía recursos de sobra para hacer unas cuantas dominadas y para mucho más.

--Guau—exclamó Suka—anonadado me dejas.

Su cinismo tan característico había comenzado a hacerme cierta gracia. Pero reírse ahí arriba no era buena idea… la posición era muy delicada, y la altura muy elevada para correr el riesgo de que los músculos se aflojaran.

--Bájame ya—le pedí conteniendo una carcajada—voy a caerme…

--No—respondió ante mi asombro—No te vas a caer, quiero decir… porque voy a ir a cogerte.

Se me heló la sangre al oír el tono de su voz. De golpe me puse muy nerviosa.

--Suka, por favor, no juegues…bájame de aquí, por favor…

--Aguanta un segundo, Ahki—fue su respuesta, y ante mi estupor echó a correr hacia el ángulo opuesto del gimnasio.

Me dije que tampoco era buena idea empezar a gritar. Eso significaba perder la entereza y la energía. Escuché un ruido sordo y a los pocos segundos Suka emergió de la oscuridad arrastrando un enorme plinto de cajones. Lo colocó bajo la barra, a la altura exacta donde yo me encontraba, y me abandonó de nuevo.

--¿Qué es lo que pretendes?—dije, esforzándome por mantenerme serena—por favor, ayúdame, no me hagas esto…

Apareció de nuevo en cuestión de segundos llevando dos pesados cajones más, que colocó sobre la estructura anterior.

--Tranquila, Ahki, confía en mí. En seguida estoy contigo.

Se encaramó con celeridad a la improvisada escalera y se irguió. Antes de que pudiera afianzar las piernas sobre él, o sobre aquella condenada estructura, me cogió por detrás de las rodillas con ambas manos.

--Sujétate a la barra, no te sueltes—murmuró.

--Suka, me estás poniendo muy nerviosa…

Acarició brevemente mis muslos y los cargó sobre sus hombros, quedando mi pelvis a la altura de su cara. Suspiré de alivio cuando sentí aquel apoyo, aunque fuera forzado.

--Ahki, ahora puedes usar las manos para defenderte, tirarme del pelo, intentar zafarte… pero si lo haces, corremos el riesgo de caernos los dos y podemos rompernos algo…

--¿Qué es lo que te propones?—rugí entre dientes.

--¿No lo imaginas?—preguntó, acariciando mis rodillas con las manos.

--Oh…no…

--Tienes las bragas mojadas—gruñó, hocicando sin pudor en mi sexo.

--Están mojadas porque aún no se han secado—gemí—no son las bragas que llevaba antes, me puse estas húmedas encima…

Se echó a reír.

--Joder… ¿y por qué haces esas cosas?

--Esas bragas eran lo que vine a buscar—respondí, muerta de vergüenza—son unas bragas viejas, no quería que las vieras…

Suka subió con las manos por la parte interna de mis muslos y me lanzó una mirada cargada de desafío y ternura.

--Entonces, lo mejor va a ser que te las quite…

Supe lo que iba a hacer. Por un momento lo intuí y lo vi en mi mente. Me aterraba, pero algo me decía que podía confiar en él… y es que, en el fondo, deseaba que algo así ocurriera, y creo que él sabía que para que se diera esa posibilidad tenía que hacerme una encerrona. Comprendía perfectamente su determinación y la lógica de su razonamiento, aunque me jodía pensar que había actuado por su cuenta, sin consentimiento por mi parte. Yo podía haber esperado algo así teniendo en cuenta lo que estaba conociendo de él… era listo y tenaz, sabía como conseguir lo que quería, o lo que creía que era justo. Como dije antes, nunca debí subestimar la determinación de un luchador como él.

Tiró de mis bragas viejas suavemente y se hizo a un lado para sacármelas. El plinto trastabilló un poco bajo sus pies. A continuación, sin mediar palabra, me quitó las otras. Ambas prendas fueron a caer al suelo con un blanco aleteo. Mi sexo había quedado completamente expuesto a él, y volvió a cargar mis muslos sobre sus hombros. Mis pantorrillas se balancearon a su espalda.

--Fue para poder olerte—me dijo, con una inflexión extraña.

--¿Cómo?—pregunté, sin saber a qué se refería.

--Lo que me preguntabas de la patada que me dejé dar—sonrió. Sentí su respiración caliente en la raja de mi coño, y me mojé de manera violenta de pronto—aún llevo la marca de tu pie en el pecho.

--¿Para poder… olerme?

Suka rozó mi escaso vello púbico con la punta de la nariz. Pensé que, con toda seguridad, advertiría mi incipiente excitación y una oleada de vergüenza creciente me poseyó.

--Sabía que estabas excitada—repuso—lo noté en tus ojos e incluso creí olerlo en tu piel… pero necesitaba comprobarlo, olerlo más de cerca. La mejor manera era provocar que levantaras la pierna… y, como estabas siendo bastante predecible, te alenté a hacerlo.

--No puede ser…

Sonrió, y se echó unos centímetros hacia atrás para observar mi coño. Separó los labios mayores con dos de sus dedos e inmediatamente sentí una cálida y lenta pasada de su lengua. Temblé y gemí, los nudillos blancos aferrados a la barra.

--Y olí lo mismo que estoy oliendo ahora…--murmuró—a menor escala, claro…

--Suka, por favor…--supliqué rendida, no sabía si por que me bajara o por que siguiera.

--Chsss…--susurró—déjame que te cuente un secreto.

Volvió a dar una lenta pasada con su lengua dentro de mi coño, y se detuvo brevemente en el clítoris ejerciendo una leve presión. Esto me arrancó un nuevo gemido.

--No hay mujeres incapaces de sentir placer—continuó, hablándole a mis temblorosos pliegues—sólo hay mujeres a las que no las han comido bien el coño.

Jadeé y me moví contra él sin poder evitarlo.

--Si quieres que pare, sólo dímelo—murmuró, y acto seguido comenzó a trabajar con la lengua de verdad.

Fui incapaz de articular palabra. Mi propia humedad se mezclaba con su saliva en caricias cada vez más intensas; su lengua dejaba una marca de fuego por cada resquicio que recorría, y ese calor residual hacía que mi hambre aumentara. Le necesitaba, necesitaba su boca, sus dedos y su polla dentro de mí. Moví las caderas y relajé completamente las piernas, yendo al encuentro de aquellos lengüetazos. Suka me lamía con maestría, firmeza y sobre todo con cuidado. En ocasiones sentía su lengua más fuerte, más endurecida, chocando contra mis profundidades y haciendo palanca contra mi clítoris. De cuando en cuando introducía los dedos entre mis pliegues, sólo para rozarme y acariciarme tras la estela que dejaban sus lametazos. Empecé a gemir de seguido, inconscientemente, al compás del aumento de mi placer. Aquel maldito cabrón estaba haciéndome tocar el cielo.

--No pares, por favor…--le rogué con la voz quebrada.

En equilibrio sobre la improvisada plataforma, agarró mis nalgas con ambas manos y se lanzó de nuevo, con fuerza renovada, a lamer como un camello sediento. Pateé sin querer su espalda con los talones, presa del instinto. Sentí que sonreía triunfante entre mis piernas, y deslizó uno de sus dedos, húmedo de mi sexo, dentro de mi culo. Aquello me desató.

--Eso es…--murmuró, sin separarse de mí—disfruta, pequeña…

Me agité con desenfreno. Sentí deseos de gritar. Algo terriblemente grande, más grande que yo misma, amenazaba con explotar dentro de mí. Joder, qué bien lo hacía… Me dio miedo por un segundo sentir las dimensiones de tanta energía como tenía acumulada, trabada en cada uno de mis músculos y más adentro. El alma también se me estaba moviendo. Pasaba de la vergüenza al odio, luego al destello fugaz de algo parecido al amor, a la rabia, al placer puro, al disfrute por derecho, a la libertad. Todo era un enorme carrusel de emociones, descontrolado. Sentí de nuevo ganas de gritar, pero esta vez también de reír y de llorar al mismo tiempo.

Note que en algún lugar dentro de mí se iniciaban las sacudidas previas al orgasmo, oscilando en mi bajo vientre, reverberando con un eco sordo que creía olvidado.

--Suka… --gemí, con los ojos cerrados, negándome una vez más a mirarle a la cara aunque sabía que la tenía sepultada entre mis muslos.

No me hizo caso, no se detuvo.

--Suka… --insistí—creo que… me voy a correr…

--Córrete, pequeña—me animó—córrete a gusto.

Dejé de resistirme y me subí al barco del orgasmo, enajenada por las olas que me surcaban desde el epicentro de mi coño, ramificándose por todo mi cuerpo. Sentí el dedo de Suka follándome el culo hasta los nudillos, y su lengua cada vez más rápido, luchando y presionando una y otra vez contra mi clítoris. Sabía que mi cordura pendía de un instante…

Y salté al vacío.

Me retorcí sobre él, apreté su cuello y hombros con las rodillas, mi espalda se arqueó y entonces lo sentí, plenamente, abriéndose paso como un tsunami gigantesco dentro de mí. Gemí y grité al alcanzar por fin la cresta de la ola, culeando furiosamente contra la boca de aquel ángel que me estaba transportando al paraíso sobre sus hombros, desde una maldita barra de madera. Quise decir su nombre, porque me sentí en deuda con él…porque en ese momento le quise y le amé. Pero el orgasmo fue tan intenso que no fui capaz de articular palabra.

Me moví contra su lengua hasta quedar exhausta, hasta que las brasas que chisporroteaban dentro de mí se calmaron, aunque nunca volvieron a apagarse del todo. Supe que la puerta del placer había vuelto a ser abierta para mí… jamás tendría palabras para agradecer aquello.

Suka lamió mi clítoris a conciencia hasta el último momento. Esperó pacientemente a que me recobrara, y sólo cuando me sintió completamente relajada me tomó por la cintura. Me dejé caer sobre su espalda como un fardo desmadejado, con los ojos aún cerrados, y sentí cómo descendía con habilidad hasta llegar a tierra firme.

Lejos de depositarme en el suelo, cargó conmigo y me llevó a cuestas hasta el coche. Hurgó en su bolsillo con una mano, apoyándose sobre el capó para no desestabilizarse, sacó la llave y la introdujo en la cerradura de la puerta del conductor. Accionó el tirador y me colocó con delicadeza sobre el asiento tapizado en negro.

--Espérame aquí un segundo—murmuró—voy a coger las cosas…

Le sentí alejarse. Me quedé sola durante unos minutos, sintiendo como el aire fresco de la madrugada acariciaba mi piel a través de la puerta abierta. La cabeza me daba vueltas y se negaba a situarse en su sitio y a pensar en lo ocurrido… algo en mí, más fuerte que ninguna otra cosa, se empeñaba en que continuara en aquel estado de tranquilidad, de feliz laxitud…

A los pocos minutos, Suka volvió y me ayudó a pasar al asiento del copiloto. Recuerdo que abrí los ojos, le sonreí, y le di las gracias.

--No hay por qué darlas—me dijo—ha sido un placer. Además—añadió—ya no volverás a mirar la barra de ejercicios de la misma forma…

Me acarició tenuemente la mejilla y arrancó el motor. El coche protestó y se incorporó de nuevo a la carretera principal, en sentido contrario, para volver al pueblo. Por la ventanilla contemplé cómo poco a poco, cada vez a más velocidad, se bebía los kilómetros de asfalto gris.

Dark Silver, 01-Marzo-2011.

Mas de Dark Silver

Nuestra Perra: XV

Nuestra perra-XIV

Nuestra perra-XIII

Nuestra perra: XII

Nuestra perra-X

Nuestra perra-XI

Nuestra perra-V

Nuestra perra-VI

Nuestra perra-I

Nuestra perra: introducción.

Nuestra perra-VII

Nuestra perra-IV

Nuestra perra-VIII

Nuestra perra -III

Nuestra perra -II

Nuestra perra-IX

Sonia y Joan

Y qué más dan churras que merinas

Fight (2)

Nimbo (6: Llámame Amo)

Nimbo (2: El primer juego como Estaño)

Nimbo: cadenas de libertad

Nimbo (3: no hay mal que por bien no venga)

Nimbo (4: Una oportunidad y un gran error)

Nimbo (5: El regreso del Señor G)

Gabriel

Los ojos de la tierra

La fiera sola

Canción del ángel custodio

Fabián se desata

Mujer sola (3)

Mujer sola (1)

Mujer sola (2)

Orgía en el contenedor

Las tribulaciones de Txascus

El Gran Juego IV: La temida enculada

El Gran juego III: Quiero tu culo.

El Gran Juego II: En la guarida del monstruo

El Gran Juego

Piano, piano...(2)

Rabia

Piano, piano

Sexcitator: Epílogo (cago en la leche, por fin!!)

Ayer llorabas entre mis brazos

Sexcitator (5: El desafío final)

Sexcitator (4: Lo imposible es posible)

Infierno (2): Annunziatta

La voz que me excita

Sexcitator (3: Fuerzas de flaqueza)

Un encuentro inesperado

Entrevista a Cieguito

Infierno (1): La mansión de las perversiones

¿Crees?

Mi querido amigo Silver (9): ten mucho cuidado

Sexcitator (2): El desafío continúa...

Darkwalker

Sexcitator

Mi querido amigo Silver (8): me estás matando

Mi amante del mar

¡Alex, viólame, por favor!

Mi querido amigo Silver (7): En solitario.

Soy tu puta

Mi querido amigo Silver (6): fiebre

Esta tarde he visto tu sonrisa

Mi querido amigo Silver (5): una buena follada

Mi querido amigo Silver (4): en la boca del lobo

Mi querido amigo Silver (3): Frío en Agosto

Mi querido amigo Silver (2): Hablar en frío.

Mi querido amigo Silver