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Nuestra perra-VIII

en Dominación

Jen se aproximó un poco más y le besó la mejilla.

--Me moría de ganas de que fueras mía—murmuró en su oído antes de separarse de ella.

Esther sonrió y bajó los ojos.

--Bueno—cortó Inti secamente--¿Entonces estás segura?

Ella se volvió para mirarle y asintió.

--Sí, Amo. Estoy segura.

--Estupendo. Quítate las bragas y dámelas.

Esther vaciló unos segundos.

--Vamos, perra—la apremió Inti—no tengo todo el día.

Despacio, Esther colocó las manos en la cinturilla del pantalón prestado con el que había dormido.

--Amo…--dijo tímidamente—tendré que quitarme esto también…

Inti soltó una carcajada. Jen también se rió, aunque más quedamente, desde detrás de Esther.

--Joder, hemos fichado a la perra más inteligente que había en la tienda…--suspiró Inti.

Jen meneó la cabeza y volvió a reír.

--Está nerviosa…--dijo, mirando a Esther con un brillo en los ojos.

—Perra, si conoces algún modo de sacarte las bragas con los pantalones puestos, adelante, pero te quiero sin bragas YA.

Aquella orden directa, concisa, resuelta, la puso en movimiento. Esther tiró hacia abajo de la goma de los pantalones y se los bajó hasta los tobillos, sacándoselos finalmente por los pies. Empezó a temblar al notar el frío en la piel de sus piernas: era invierno, y en la casa se notaba. Se llevó las manos a las caderas y agarró sus braguitas, unas braguitas blancas de algodón con un pequeño lazo dorado. Se las bajó despacio y se las quitó, quedando de pie ante los dos hombres desnuda de cintura para abajo.

--Bonito coño—comentó Inti.

Esther enrojeció.

--Curiosamente arreglado. Deberías verlo, Jen—le hizo una seña al otro para que se acercara.

--No—Jen rió detrás de Esther—deberías ver lo que estoy viendo yo…

Inti entornó los ojos y soltó una risa pícara.

--Date la vuelta y enséñale a Jen ese coño de perra—le dijo a Esther—y de paso preséntame a tu culo, con suerte nos veremos muy a menudo…

La chica obedeció al instante, con la cara ardiendo de vergüenza. Pensar en enfrentarse a Jen frente a frente, de esa guisa, casi le hizo llorar. Con Inti sentía ansiedad, temor… pero hacia Jen había algo más, algo diferente a lo que no podía de momento poner nombre.

Cabizbaja, se mostró ante él encogida, temerosa de sus ojos.

--Hola, cielo. ¿No me quieres mirar?

Ella se estremeció levemente.

--Me da mucha vergüenza, Amo.

--No has contestado a la pregunta…

Esther reflexionó durante un momento.

--Amo—respondió finalmente—sí que quiero mirarte, pero… me da mucha vergüenza.

--Si quieres hacerlo, hazlo—dijo él—no tengas miedo.

Ella levantó poco a poco la mirada.

--Sí que tiene un buen culo…

La chica dio un brinco cuando de pronto la mano de Inti se estrelló contra su nalga derecha, dándole una palmada firme. Se puso rígida al instante y cerró los ojos. Su pecho se movía hacia arriba y hacia abajo; El dibujo de su camiseta se expandía y arrugaba con cada rápida respiración.

--Sí señor, una gozada…

Inti comenzó a pasear de lado a lado de la habitación, como para tener una visión más amplia de las posaderas de Esther, evaluándolas desde todos los ángulos posibles.

Ella se encogió, aun con los ojos cerrados; por un momento temió un nuevo azote inminente. Aunque no le había hecho demasiado daño, sí que la había dado impresión sentir la mano de Inti, dura, contra su desprevenida piel. Y el acto en sí le había resultado humillante, desde luego.

Pero el esperado azote no llegó. En su lugar sintió los dedos de Jen recorriendo su cadera. La rozaba con las puntas de los dedos, como caminando con ellos entre la piel y el aire.  Ella abrió los ojos al oírle respirar; le vio agitado, serio, con la mirada líquida. Casi jadeaba.

Inti se acercó por detrás y colocó la nariz en la curva del cuello de Esther. Olfateó y de súbito, sin previo aviso, le clavó los dientes.

Esther no pudo evitar un estremecimiento y soltó un gemido, volviendo a cerrar los ojos con fuerza.

Las manos de Jen ya trepaban por su estómago hacia arriba y hacia abajo, agarrándose a su cintura como enredaderas. Su aliento le rebotaba a Esther en la mandíbula y en la garganta.

--Vamos a dejarlo ya…--masculló Inti cuando por fin soltó el cuello de Esther—no estamos todos.

--Cierto—replicó Jen en un susurro, con la voz quebrada.

--Paciencia, amigo… dentro de poco podemos disfrutarla.

Inti rió y se apartó de Esther, obsequiándola con un nuevo cachete, ahora sí.

--Perra, de rodillas al rincón—le dijo señalando una esquina de la habitación, cerca de donde estaba el cubo de la basura—Alex no vuelve hasta mañana así que no es lógico que le corresponda tenerte hoy. Espera ahí mientras Jen y yo decidimos quién te pondrá la mano encima primero.

--Pero Amo…

¡Zas! Una fuerte bofetada le cruzó la cara a la pobre Esther.

--Cuando te doy una orden—le dijo Inti pausadamente—la primera palabra que quiero oír es “Sí”, y a continuación “Amo”. ¿Lo has entendido, perra?

--Sí, Amo…--sollozó ella. Había colocado, por instinto, la mano sobre su ardiente mejilla, que latía marcada con la huella de los dedos de Inti.

--Bien. Si tengo que repetirte la orden te daré otra bofetada—continuó—y ya me estás empezando a cansar…

--No, Amo, no tiene que repetirla…

Esther sorbió fuerte por la nariz y arrastró los pies hasta el rincón indicado, donde se arrodillo.

--Mirando hacia la pared, tonta del culo—le espetó Inti--¿No te han mandado nunca “al rincón”? No, está visto que no—se contestó a sí mismo.

Esther se giró hacia la pared con pesar. Escuchó vagamente la voz de Jen a su espalda, pero en un tono tan bajo que no pudo entender lo que decía. Inti por fin se alejó de ella y ambos volvieron a sentarse de nuevo frente a la mesa de la cocina. Hablaban muy cerca el uno del otro, en susurros. Esther sólo podía captar algún retazo aislado de la conversación.

“Empezar a disfrutarla”…”no es correcto así”…”mañana”…

--Vale, perra, ven aquí. Sobre tus cuatro patas.

De nuevo la voz de Inti cortó el aire.

Desde su posición arrodillada, Esther se inclinó hasta apoyarse sobre las palmas de las manos y comenzó a acercarse a la silla donde se encontraba Inti, obcecada en mirar al suelo.  No se esforzaba en reprimir sus sollozos, aunque cuando tenía la boca cerrada hipaba profundamente y su abdomen se contraía.

--Joder, parece que va a darle un ataque—Inti miró a Jen con cierta inquietud, pero Esther no le vio e interpretó aquella frase como un desprecio más.

--No—Jen hablaba en voz baja, despacio—no le va a dar ningún ataque. Llorar es bueno. Si necesita llorar, tiene que llorar.

--Ya, supongo…

Jen se agachó un poco para ponerse a la altura del rostro de Esther.

--Perrita—le dijo en voz baja--¿Por qué lloras?

--Porque me siento una mierda…--casi exclamó ella—Lo siento mucho…

--¿Una mierda? Yo te tengo delante… y no veo mierda por ningún lado…

--Yo lo que veo es una niñata consentida que va a alucinar como no espabile pronto—dijo Inti—en cualquier caso, creo que lo vamos a pasar bien…

--No te sientas una mierda porque no lo eres—continuó Jen, con los ojos fijos en ella—pero si lo que quieres es crecer, siempre estás a tiempo. Todos lo estamos. Vamos, tranquila, perrita…

La respiración de Esther se fue normalizando, aunque de cuando en cuando soltaba algún sollozo que rápidamente intentaba sofocar. Ella tenía—había tenido, desde que era pequeña—una mala relación con el llanto. Odiaba llorar “de verdad”, con auténtico desconsuelo, porque cuando lo hacía sentía que no podía parar. Lo odiaba con todo su ser y lo temía, pero en ciertos momentos era como si un resorte se accionara dentro de ella y no podía evitarlo.

Cuando Esther era niña, muy niña, su padre se enfadada terriblemente cuando la veía llorar. No lo soportaba. Probablemente veía en ella un símbolo de su propia debilidad. Y la machacaba. Y le prohibía expresarse de ese modo.

Por eso Esther sentía una fobia infinita al acto de llorar en sí—llorar de verdad, por sentirse al límite, no las tretas que alguna vez utilizaba--, y por supuesto a que la vieran en ese trance.

--No es malo llorar, es necesario para liberar tensión—le decía Jen, mientras le acariciaba el brazo—suéltalo con toda tranquilidad, no pasa nada…

Inti observaba desde su silla con las manos entrelazadas, jugueteando con los dedos.

--Lo que no te mata te hace más fuerte—murmuró ente dientes.

--Eso es cierto—dijo Jen, sin dejar de acariciar a Esther—y llorar no mata…

--Pero duele… Amo…

Jen sonrió.

--¿Sabes que me encanta escuchar esa palabra de tus labios?—llevó la mano hasta la mejilla de Esther y le secó una lágrima que rodaba hacia su barbilla—y sí, puede que toda esa energía duela un poco al salir… pero duele mucho más si se queda dentro, si no se comprende, si pasa el tiempo…

--Cuánta razón—corroboró Inti—estás hecho un gurú…

El otro se separó unos centímetros de Esther y se echó a reír.

--Sí… un chamán.

--Eso mismo.

Inti extendió de pronto la mano, la colocó en la nuca de Esther y tiró de ella hacia sí. La muchacha se desplazó sobre sus rodillas, obediente, e Inti presionó con la palma de la mano hasta que la cabeza de ella reposó sobre su muslo derecho. Ante el pasmo de Esther, comenzó a juguetear con los dedos en su pelo.

--No te asustes, ¿vale?—le dijo con cierta torpeza—Poco a poco me conocerás, nos irás conociendo a los tres. Me trae sin cuidado que llores, de todas formas—continuó, más resuelto—incluso puedo llegar a excitarme con ello. Y mi querido amigo Jen también, que no te engañe.

Lanzó una mirada de complicidad a Jen, quien sonrió sin decir nada.

--Si haces algo mal, se te dirá, y punto—prosiguió—y si es necesario, se te castigará. Si no puedes soportarlo, ya sabes dónde está la puerta.

Esta frase demoledora la dijo sin dejar de acariciar la cabeza de Esther, enredando los dedos en su pelo. Ella cerró los ojos, con la nariz sepultada entre los vaqueros de Inti, empapándose de su olor. Intentó relajarse. Aquellas palabras la habían herido, pero no tanto como esperaba. Y las caricias de Inti le gustaban… más que eso, la estaban haciendo sentirse llena. No lo comprendía. ¿Qué le estaba pasando?

--Jen y yo hemos decidido que hoy te tendré yo—le dijo—así que ahora irás a la ducha, te calmarás, y volverás aquí vestida como venías ayer. Tu ropa ya se ha secado… si quieres plancharla, tienes tabla y plancha detrás de la puerta.

--Podrías traer tus cosas…--añadió Jen—algo más de ropa y lo que necesites… puedo acercarte a la casa de tus padres si quieres.

Sólo pensar en tener que volver allí, aunque fuera sólo a recoger sus cosas, le puso a Esther los pelos de punta.

--Gracias, Amo Jen—dijo sin embargo—si el Amo Inti me da permiso, podría hacerlo. Mis padres no están en casa por la mañana…

--Claro, estarán trabajando, como dos personas tenaces que serán—apostilló Inti.

--Sí, Amo Inti. Están trabajando.

--Vale. Tienes permiso, perra, para ir a por tus cosas con el Amo Jen. Pero no tardes… y ahora, en la ducha, lávate bien. Detesto la suciedad, y tengo ganas de usarte.

--Sí, Amo…

--Venga, ya estás tardando—la espoleó empujándola con las rodillas—el tiempo es oro, perra.

Esther se levantó como pudo.

--¿Te he dicho que dejes de ir a cuatro patas?

--No, Amo…

--¡Pues a cuatro patas!

Ella dio un respingo y se arrodilló en el suelo, volviendo a apoyarse sobre las palmas de las manos. Acto seguido, se dio la vuelta y enfiló hacia el pasillo, camino a la ducha.

Inti la observó mientras se alejaba.

--Eso es, perra…--murmuró-- y sécate con una toalla limpia; como vuelvas a coger la mía te vas a enterar…

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