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Nuestra perra-X

en Dominación

--Perra…--la voz se tornaba impaciente—Te he dicho que me mires.

Despacio, Esther levantó la cabeza. Temía los ojos de Inti más que a nada en el mundo en aquel momento, le parecía.

--Eso es.

No se atrevió a confrontarle directamente la mirada. Trepó con los ojos por su cuello, largo, enjuto, siguiendo el contorno de la abultada nuez; continuó por su mandíbula y se detuvo en su boca. Fijó los ojos en aquellos labios finos que, apretados, amagaban una sonrisa recta. Un mechón rebelde de cabello rubio se había escapado de su sitio y caía sobre la mejilla de Inti, ondulándole la comisura de su boca, tapándole parcialmente el ojo izquierdo.

--¿Qué?—le espetó él—no era tan terrible, ¿no?

--Amo…--se atrevió a formular Esther—me siento…

Inti frunció levemente las cejas.

--Sí—la alentó a seguir—te sientes… ¿cómo, perra?

Ella agachó de nuevo la cabeza.

--Terriblemente humillada, Amo.

Empezó a llorar. Inti se dio cuenta porque vio como de pronto una gruesa gota se estrellaba contra la alfombra, justo frente a las rodillas flexionadas de la perra.

--¿Al mirarme?—preguntó.

--Sí, Amo.

De nuevo una lágrima, y otra, y otra… estrellándose gruesas contra la alfombra. Pero a Esther no le temblaba la voz, ni sollozaba.

--Vale—replicó Inti--¿Y por eso has dejado de hacerlo? No quisiera tener un problema de disciplina contigo ahora, te lo digo en serio. Sé que no ha sido un buen día, aunque la mierda en la que estás metida tú misma te la has buscado.  Así que te lo repetiré una última vez, sin que sirva de precedente: mí-ra-me.

Madre de dios, qué ganas de dejarse llevar por el llanto. Ya estaba el grifo abierto, se temía la muchacha. Ya no podría parar… ese temido momento había llegado. Respiró, se rindió y levantó la cabeza para encontrarse con los ojos duros, fríos, de aquel hombre. Las lágrimas resbalaban ya sin control por sus mejillas, rodaban por su cuello, pendían de su temblorosa mandíbula como perlas de rocío. Inti la contemplaba impávido.

--Bien—le dijo en voz baja—muy bien. ¿Humillada, dices que te sientes?

Esther superó la tentación de apartar los ojos y asintió sin hablar, por lo que recibió un fuerte revés en la mejilla.

--Contesta de forma adecuada cuando te preguntan.  Veo que esto no ha hecho más que empezar…

--Sí, Amo—dijo rompiendo por fin a sollozar, llevándose la mano al rostro enrojecido—M-me… me siento… profundamente humillada…

Le dolía más dentro que fuera, ese cachete que Inti le había propinado. El golpe había sido blando, casi distraído, sin apenas fuerza; pero la mano había impactado de forma sonora contra su piel y le había picado. En aquel momento la sal de las lágrimas le escocía en la cara, donde él la había pegado… `pero su interior estaba peor, mucho peor. Su orgullo totalmente destruido, inservible.

Empezó a sentir una extraña sensación. Una especie de pulsión que la llamaba, cada vez más intensamente, a caer por fin y dejarse llevar… como si un millar de mareas girasen en sus oídos, murmurando una nana apaciguadora. Una rara excitación nunca antes conocida, imparable. ¿Era aquello su instinto? ¿Lo que sentía era el grito de aquello que había estado dormido, reprimido dentro de ella, oculto y arraigado en la esencia de su ser? ¿O simplemente se estaba volviendo loca?

--Lo siento, Amo—consiguió decir. Su voz, nasal y rota en sollozos, hubiera conmovido a muchas personas, pero a Inti no le hizo mella.

--¿Qué es lo que sientes?

Esther sorbió fuerte por la nariz e intentó responder.

--No poder controlarme… estar llorando… no puedo parar, Amo.

--No tienes por qué parar—repuso Inti— ¿Crees que me faltas al respeto por llorar, o algo así?

--No lo sé, Amo…

Él sacudió la cabeza y sonrió de una manera distinta.

--Vale, Esther. Intuyo que me va a costar comprenderte. Tendrás que explicarme lo que piensas muchas veces, seguramente, para que te pueda entender. Pero bueno, qué se le va a hacer. Aprecio tu sinceridad—añadió, para el asombro de la chica—y puedes estar tranquila: no me faltas al respeto por llorar. Es más, es algo que, como creo que ya te dije, me puede llegar a excitar.

--Gracias, Amo—sollozó ésta.

--No hay por qué darlas. Llora a gusto, joder.  Si no puedes hablar, te doy permiso para no hacerlo hasta que te calmes. Venga, Esther—le dio un toque con la fusta en el hombro--¿o necesitas que te ayude?

Ella se liberó por fin y lloró como nunca recordaba haberlo hecho. Sollozó abiertamente, sin poder agachar la cabeza, hipó, gimió en voz alta. A Inti le recordó a un pequeño cachorro aterrorizado.

Esther necesitaba desesperadamente contacto, contacto humano, físico. Pero cuando cayó en la cuenta de ello no tuvo valor para pedirlo. Le extrañó esa hambre repentina en aquel trance, le parecía que la piel le quemaba y le dolía, desnuda, como si su ropa hubiera desaparecido.

--Me gusta que te sientas humillada—murmuró Inti—apostaría el cuello a que sientes placer con ello, aunque sea en un rincón muy escondido de ti.

Era cierto.

--Te excita la purga, ¿no es cierto? El pago de los pecados…

Inti rió.

--Puedo hacer muy buen papel como confesor—le dijo en un susurro—créeme, sé que es un placer diferente a todos los demás, el que ahora sientes, zorra.

Escupió la palabra y, ante el estupor de Esther, se levantó del sillón y se agachó frente a ella. La tomó del pelo, haciéndole echar la cabeza hacia atrás, y acercó la boca a la oreja de ella.

--Zorra—repitió, cortándole el paso con la lengua a una lágrima extraviada—eres mía.

--Sí, Amo—reconoció Esther, sintiéndose morir—soy suya.

Era lo que sentía dentro de sí, para bien o para mal.

--No eres fea del todo—dijo él, súbitamente—quítate la ropa. Toda. Quiero verte.

Vacilante, Esther empezó a quitarse la blusa.

--Más rápido, perra, no me obligues a hacerlo a mí.

Se dio brío, vaya que sí. La amenaza había sido efectiva.

--¿Las bragas  y el sujetador también, Amo?

Sin mediar palabra, Inti se irguió, la agarró otra vez del pelo y la arrastró hasta el sillón.

--Ya veo que también a ti te cuesta entenderme—gruñó mientras aferraba con fuerza las caderas de la chica y la colocaba boca abajo sobre sus rodillas—te voy a ayudar.

Sabía que sus amenazas funcionaban con Esther, pero no era de los que se pasaban media vida amenazando.  Movió las rodillas con brusquedad, para recolocar a su perra en el ángulo más adecuado, y sujetó la espalda de ella con la palma de la mano, apretándola contra su muslo.

--Ni se te ocurra resistirte—le advirtió—Como veo que tienes problemas para entender que he dicho “toda la ropa”, voy a quitártela yo.

Sin dejar de sostenerla, con la mano que le quedaba libre le desabrochó el sujetador y se lo sacó. Luego tiró con rudeza de las bragas de algodón hasta que estas colgaron, inertes,  en torno a los tobillos de Esther.  Lejos de dejar de llorar, aunque ya cansada, ésta tenía los ojos ardiendo a lágrima viva. Emitía gemidos ahogados, ya sin apenas fuerza; su espalda se sacudía levemente sobre el regazo de Inti, y el culo desnudo le temblaba sobre sus piernas.

Él no se hizo de rogar en absoluto, e inmediatamente descargó un fuerte azote en mitad del trasero de Esther, abarcando ambas nalgas con la palma de su mano. Le siguieron cuatro azotes que cayeron como una tormenta sobre su desdichado culo, cada uno más seco y fuerte que el anterior.

 Esther estaba tan asustada que le faltaba el aire necesario para gritar. Nunca en su vida la habían azotado.  Sencillamente no podía asimilar que se hallaba a merced total de un casi desconocido que la golpeaba una y otra vez, en el culo, como si fuera una niña desobediente.  Después de aquellos cinco azotes, sonoros como disparos, las nalgas le ardían y escocían terriblemente.

Pero aquello era tan sólo una breve pausa, ya lo intuía ella. Segundos después, Inti volvió a arremeter contra su trasero cinco veces más;  azotes aún más fuertes si es que aquello era posible, seguidos, sin tregua. Esta vez Esther sí que gritó, aulló como una cerda en el matadero y por instinto se revolvió sobre las piernas de él, intentando esquivar aquella mano implacable que la estaba rompiendo el culo.

--Iban a ser quince—dijo Inti, sujetándola con más fuerza—pero si te encabritas serán el doble, tú decides.

Esther gritó y lloró con fuerza, pero se forzó a estar quieta.

--Vamos, no son nada quince azotes en el culo, con la mano… dame las gracias, la próxima vez usaré la fusta. Vamos—la apremió, zarandeándola con la mano que presionaba su espalda.

--Gracias, Amo…--consiguió decir Esther.

--Quedan cinco—resolló Inti. Esther no sabía si jadeaba por el esfuerzo o por otro motivo--¿serán suficientes para que a partir de ahora hagas exactamente lo que te digo, sin rodeos estúpidos y sin rechistar?

--Sí, Amo…

Se acomodó sobre el asiento, levantó el brazo, y le propinó los cinco últimos azotes con todas sus fuerzas. Esther contrajo los glúteos, se olvidó de llorar por un momento y sólo gritó, para satisfacción de su verdugo, absorbiendo como podía las brutales palmadas. No se imaginaba que con la mano se pudiera pegar tan fuerte y tan rápido, y hacer tanto daño.

--Bien…

Inti se echó ligeramente hacia atrás y su mano izquierda dejó de ser una tenaza sobre el lomo de la perra.

--Bájate—le dijo—termina de quitarte las bragas, y arrodíllate frente al sofá.

Algo mareada y temblorosa, con el trasero palpitando, ella descendió de las rodillas de Inti y gateó hasta el sofá grande para colocarse como se le había ordenado. El Amo sonrió al contemplar aquellas dulces posaderas en movimiento, tan ardientes y enrojecidas después de pasar por su mano. Dios, cómo le ponía ese culo. Hacía tiempo que sentía la polla insoportablemente dura dentro de los pantalones.

--Hemos acordado no penetrarte hasta que estemos todos—chasqueó la lengua con desagrado—y es una pena, porque estás como para ello… pero es justo que todos te poseamos por primera vez juntos. No estaría bien que yo te follara ahora… aunque me muero de ganas, créeme.

Esther agradeció en secreto estar dándole la espalda en aquel momento. Inquieta por el silencio que se cernía sobre ella tras aquellas palabras, se revolvió un poco contra el sofá, pasando el peso de una rodilla a la otra, en espera de recibir más azotes. Sin embargo, fue la caricia del cuero lo que notó,  subiendo y bajando por su espalda. No pudo evitar dar un respingo cuando visualizó la fusta, instrumento que le daba un miedo cerval y con el que Inti jugaba ahora sobre su piel.

--No te va a morder…--murmuró él, con un deje juguetón—al menos de momento, si te portas bien…

Le indicó que separara las piernas y deslizó la lengüeta de la fusta por la cara interna de los muslos de la chica, acercándose y alejándose de su coño, alternativamente. Ella permaneció abierta, ofrecida y dispuesta, aunque no pudo contener un respingo cuando el cuero se introdujo entre sus nalgas, explorándola allí sin miramientos.

. El culo le dolía a rabiar después de la inesperada zurra, y el sentimiento de humillación, la conciencia de saberse del todo doblegada, había cobrado dimensiones desconocidas. Sentía su sexo húmedo y caliente, sin embargo, cosa que la desconcertaba y la molestaba sobremanera. Todo se le mezclaba en la cabeza, los extremos de su machacada mente se tocaban: el poder de Inti sobre ella, el recuerdo de su mano azotándola fuerte,  los movimientos sinuosos de la fusta sobre su piel, la sonoridad de la palabra “follar” y la sola evocación de su polla...  Y aún no había podido dejar de llorar.

--Desde que comprendí que eras una niña mimada deseé azotarte hasta las lágrimas—reconoció Inti, sin dejar de mover suavemente la fusta contra la piel de las caderas, muslos, y sobre el castigado culo de la chica—pero no podía imaginar que sería tan fácil, la verdad…

No era un halago ni tampoco una crítica, era tan solo una apreciación al aire.

Esther se sintió tan vulnerable que pensó que, si Inti la despreciaba en aquel mismo momento, sufriría un dolor indecible. Un dolor distinto al que la fusta podía otorgarle, y no sabía cuál preferiría en caso de poder elegir.

Afortunadamente, Inti no dijo nada despreciativo. Y, después de unos minutos más acariciándola con la fusta --actuaba como si no quisiera tocarla directamente con las manos de esa manera--, la aparto a un lado y se alejó unos pasos. Esther pudo escuchar cómo se quitaba la camiseta y poco después sintió el torso de él contra su espalda,  así como su estómago apretándose con fuerza contra sus nalgas ardientes. Aunque la presión era mucha, e Inti estaba empezando a embestirla, el frescor de su piel le supuso un grato alivio.

Él movió las caderas en círculos contra Esther, obligándola a levantar el culo dejando su sexo ofrecido y expuesto.  No la tocó, pero se dio cuenta de que estaba mojada en cuanto sintió la descarga de humedad contra su bajo vientre.

--Veo que eres viciosa, también—masculló, clavándole su erección aún con los pantalones puestos.

Esther gimió cuando sintió el roce de la tela y los primeros botones de los vaqueros directamente en su centro de placer. Inti se movía con rudeza, se frotaba contra ella cada vez más rápido.

--Si  me quito los pantalones te follo—jadeó en su oído, inclinándose hacia ella—Deja de moverte, puta guarra.

Esther paró en seco los círculos húmedos que describía su cuerpo, buscando desesperadamente la erección de Inti. Se sintió terriblemente avergonzada, no se había dado cuenta de que comenzaba a perder el control. Era una auténtica perra, por dios santo, una perra de verdad.

--Te gusta, ¿eh?—murmuró él, apartándose un mechón sudoroso de la cara y volviendo a aferrar a Esther por las caderas—dentro de poco me voy a follar ese culito, dalo por hecho. Gírate.

Se apartó de ella lo suficiente para que Esther se diera la vuelta, quedando sentada en el suelo frente a él, la espalda apoyada contra la parte baja del sofá. Inti se irguió despacio y comenzó a desabrocharse el primer botón de sus vaqueros.

--Abre la boca—le ordenó—vas a estar a dieta hoy. Sólo comerás polla.

Dicho esto, hundió su miembro rígido y caliente en la boca abierta de la muchacha. Aplastó la cabeza de Esther contra el sofá y comenzó a moverse rítmicamente contra ella, metiéndole la polla cada vez más adentro, cada vez más rápido. A Esther le sobrevino una arcada, y otra, y otra… aquel falo tenía buen tamaño y lo sentía grueso, a punto de estallar; pero él  la aferró del pelo con fiereza, y lejos de detenerse, disfrutó plenamente la follada dándola aún más fuerte.

Su polla sabía bien y el vello púbico le olía a limpio cuando rebotaba en su nariz. Esther sentía  aquel pedazo de carne imparable y húmedo rompiéndole la boca, aunque pronto esas pequeñas gotas se mezclaron con su saliva. A medida que Inti la follaba más profundamente, la chica  temió que le desencajara la mandíbula, pues le daba la sensación de que no podría aguantar más aquella tensión. Pero, por supuesto, la aguantó hasta que, por fin, él eyaculó dentro de ella, disparando chorros de semen directamente a su garganta. La chica tosió violentamente, e hizo un esfuerzo máximo por no vomitar.

--Te lo vas a tragar—jadeó Inti,  los dedos engarfiados en su pelo—trágatelo todo, zorra…

Golpeó con su estómago la frente de la chica mientras se corría. Empujó fuerte, cabalgándole el rostro, dejándose llevar por las contracciones del mayúsculo orgasmo. Ella tosió varias veces más y supero otra salva de arcadas, pero finalmente mamó y tragó sin rechazo. No podía haber hecho otra cosa.

Sólo cuando las embestidas de Inti fueron mermando en fuerza, justo después del orgasmo, se

permitió ella relajar un poco los labios y la musculatura del cuello. Respiró, aún con la boca llena de polla, profundamente, y con ello emitió una especie de bufido ridículo. El coño le palpitaba iracundo: los azotes, la mamada… Inti… la humillación… era demasiado, la superaba.

Inti aflojó la tenaza de su mano, pero continuó agarrándola por el pelo cuando por fin se separó de ella.

--Lo dicho, a dieta de polla—murmuró, mirando a Esther con fijeza—hoy vas a comer y a cenar leche, y no solamente la mía. Tienes un poco aquí, por cierto—dijo, rozándole apenas la barbilla.

Manteniendo el contacto visual con él, haciendo gala de un inusitado valor, Esther sacó la lengua y lamió allí donde Inti le había señalado. No dejó de mirarle mientras lo hacía, ni mientras saboreaba en la boca y tragaba aquella gota de semen.  No supo cómo pero, aún con los ojos como brasas, le lanzó una sonrisa desafiante.

--Touché—sonrió él, sin poder disimular la sorpresa—cuanto antes aceptes que eres una puta, mejor te irá. Mi puta,  en concreto, ahora mismo—recalcó.

Esa frase fue para Esther como ver un pastel de bizcocho borracho. Claro que era suya, su puta. Claro. Lo deseaba igual que desearía probar el pastel, desde su estómago, de forma primaria. Se sentía aturdida, fuera de la realidad, en un universo paralelo. Un universo que se regía por unas reglas mucho más simples y lógicas que el habitado por ella hasta el momento.

--Sí, Amo, yo… lo deseo…

--Refiérete a ti misma como lo que eres—gruñó Inti, clavando las pupilas en las de ella—“Esta perra lo desea”—la corrigió.

--Esta perra lo desea—repitió Esther a su vez. La voz se le atragantaba a causa de la excitación—esta perra desea ser su puta, Amo, por favor…

--No hay quien te entienda—Inti se subió los pantalones y buscó su camiseta por el suelo—casi te da un ataque por quince azotes de nada, y ahora me suplicas como una desesperada… eres un poco golfa, ¿no? En el fondo te ha gustado… todo, ¿no es así?

Esther se dio cuenta de que por fin había dejado de llorar a lágrima viva. Se obligó a ser lo más honesta que fue capaz.

--No lo sé, Amo…

--No lo sabes, claro.

A Esther no le gustaba que la despreciaran, en general, pues le daba bastante importancia a lo que “la gente” pensara sobre ella. Pero sentir el desprecio viniendo de Inti era algo especialmente doloroso, no terminaba de entender por qué. Quizá porque, desde aquel mismo momento, Inti se había convertido en la única persona que había participado de su lado oscuro y siniestro… ese lado que no se había mostrado ni a sí misma, hasta aquel día. Tal vez por eso una mala palabra viniendo de él, o la simple ironía afilada que empleaba, hacía diana en ese lugar tan íntimo y doloroso. Por eso intentó explicarse, y para ello hizo un gran esfuerzo:

--Amo… por una parte me ha dolido, mucho, y me ha hecho sentir muy mal… pero por otra parte  sí que me ha gustado, Amo—confesó en un susurro—Sí que debo de ser la perra viciosa que usted dice… porque me ha gustado lo que ha hecho… y en especial que me diera su leche, Amo. Gracias.

El rostro de Inti se iluminó y éste no pudo ocultar por un segundo su perplejidad. Intuía que Esther había disfrutado, pero no imaginaba que fuera a decírselo y menos de una forma tan directa.

Ella misma no daba crédito a sus palabras. Le parecía que había hablado alguien a quien nunca había visto pero a quien conocía muy bien. Si seguía asimilando cosas de aquella forma tan brutal, pensó que terminaría por desmayarse. Ya estaba bastante fuera de control, al menos su cuerpo, relumbrante de excitación;  cuerpo que parecía contener dos mentes diferentes, una de ellas creciendo, expandiéndose desaforadamente, dejando a la otra sin voz.

Inti observó el pecho desnudo de Esther, los pezones temblando como guindas de sendos flanes, las tetas subiendo y bajando al compás de la acelerada respiración.

--Me gusta tener a mi perra cachonda—sonrió, ya completamente vestido. Le dio una suave palmada en el hombro—dime una cosa… de cero a diez, si tuvieras que poner una nota, ¿cómo de cachonda estás?

Esther se echó a reír, con los nervios destrozados.

--Un diez, Amo—respondió como una bala. A inti no le gustaba esperar.

--Vaya…--reflexionó este—iba a mandarte a hacer la comida para Jen y para mí, que ya es hora, pero… siendo así…

Hizo una pausa deliberada y Esther se agitó nerviosa.

--Siendo así—continuó por fin—creo que deberías ir a buscar a Jen, y pedirle que te dé un poco más de leche… ya que te has quedado con hambre…

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Esther. Oh, sí. Oh, no.

--Si él quiere dártela, trágatela toda… como acabas de hacer. Perra glotona—masculló—luego harás la comida, no importa que comamos hoy un poco más tarde.  

Esther le miraba con los ojos muy abiertos, incapaz de hacer un solo movimiento.

--Venga, perra, ya me has oído. Ve a ver a Jen y asegúrate de satisfacerle, se ha portado muy bien contigo hoy, agradéceselo. Empléate a fondo, dile que yo te lo he ordenado, y no dejes escapar ni una sola gota porque, como te he dicho, es lo único que comerás hoy. Tienes que alimentarte—soltó una carcajada y echó a andar hacia la puerta del salón, alejándose de Esther—vamos perra, ve. Ah… y hagas lo que hagas, ni si te ocurra correrte, ¿entendido?

--Entendido, Amo…--musitó Esther.

--Venga, pues entonces obedece.

--Sí, Amo.

La muchacha se incorporó y, desnuda como estaba, caminó a cuatro patas—para no decepcionar al Amo Inti—hacia la habitación de Jen.

Continuará...

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