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Mi querido amigo Silver (8): me estás matando

en Confesiones

La noche anterior al día del concierto soñé con Silver.

Entre mis sábanas volvía a batirme en duelo contra su lengua incansable, que por fin me socavaba después de tanto tiempo con total libertad, girando en una espiral de húmedas caricias dentro de mis labios.

Soñé que nos besábamos una y otra vez como dos desesperados, sin hacer nada más. Recordaba a la perfección el sabor de su boca y la sensación electrizante que me había invadido hasta las puntas de los dedos, en la realidad de antaño, con cada beso suyo… así que supongo que a mi mente no le fue difícil reproducir aquello dentro de mí, mientras yo dormía con inocencia agitando mi cuerpo sediento contra el colchón.

En mi sueño besaba a Silver desde la oquedad calentita entre sus brazos, nuestros cuerpos unidos transpirando uno sobre otro, como si a los dos nos envolviera la misma piel. Volvíamos a tocarnos por encima de la ropa con avidez, reconociendo cada centímetro del otro con las manos después de tanto tiempo, recordando con felicidad que hubo un día en que nos pertenecíamos mutuamente, y celebrando en silencio que en aquel momento, por fin, volvíamos a encontrarnos.

Silver jugueteaba con su lengua persiguiendo la mía, la retenía de pronto entre sus dientes inmovilizándola y succionándola con suavidad; volvía a la carga con los giros y los obscenos torbellinos mientras yo atrapaba la suya entre mis labios y trataba de lamerla como si fuera su polla. Él se quedaba quieto durante aquellos instantes, como si me entendiera, y se dejaba hacer, emitiendo pequeños gruñidos dentro de mi boca con la respiración acelerada. Poco después, excitado, movía de nuevo su lengua con sacudidas semejantes a las de una anguila eléctrica y mordía con fiereza mis labios, presionando su cara contra la mía, abrazándome más fuerte como si quisiera dejar la huella de su cuerpo impresa sobre el mío.

Desperté sudorosa con la sensación de hallarme en una cárcel de barro, el corazón saliéndoseme del pecho, la boca amarga y reseca como una suela de esparto. Miré a mi marido, que dormitaba a mi lado roncando dulcemente, y se me clavó en el pecho un aguijón de culpa, que rápidamente me saqué con la excusa de que ese sueño tan vívido no había sido culpa mía… uno no elige lo que sueña, ¿verdad?

No pude dejar de pensar en mi amigo y amante durante todo el día, más aún cuando barruntaba que se iban agotando las horas, los minutos y los segundos que me separaban de volverlo a ver, aunque fuera encima de un escenario, con mis deseos más íntimos rodeados de gente. Tenía que ir al Ascella, pero ustedes saben que no tomé esa decisión sólo porque Marcos lograra convencerme; ya me conocen. Decidí que iría justo en el momento en el que la posibilidad se insinuó ante mí, cuando yo sujetaba el CD de Silver aún entre mis manos sudorosas, muerta de espanto. Lo había decidido exactamente en ese instante, aunque me hubiera ocultado tras un parapeto de sentido común e inseguridad lógica. El recuerdo de Silver era demasiado real, el deseo por él demasiado fuerte como para negarlo, y todo un cúmulo de imágenes se abría paso en mi cerebro como una arrolladora ola dando al traste con cada cimiento de lo que era ético, esperable, frío y normal. La pasión sólo conoce sus propios fundamentos.

Tenía miedo, es cierto, de volver a tenerle tan cerca tanto como de mis propios deseos, pero…

Pero sentía que de pronto la vida latía de otra manera dentro de mis venas, y que esa manera que ya casi había olvidado era la adecuada, la que me hacía esperar con ansia el momento siguiente, la que me hacía vibrar con cada latido del corazón. Cuánto tiempo hacía que no experimentaba dentro de mí aquella intensidad…

Cómo deseaba verle, escucharle, hablarle, amarle.

No era que mi marido me importara un cuerno—nunca mejor dicho…--aunque tal vez sí me importaba menos que el inusitado fulgor que había vuelto a iluminar mi vida, ya me entienden. Sencillamente, después de haberme sentido tan encendida por causa de la vieja gloria, elegí separarle de mi vida durante aquellos días, por frío que esto pueda parecer. De hecho, elegí no pensar de momento en él precisamente porque hacerlo me provocaba un sentimiento nefasto de mala esposa, y--¿por qué no?—de mala persona. Así de chungo. Así de fácil. Comprendan, nadie puede vivir con la culpa durante demasiado tiempo sin transformarla en otra cosa más digerible para el alma.

De manera que en presencia de mi marido, cuyo nombre no he dicho ni diré por respeto, yo fingía con tremenda habilidad que no pasaba nada. Después de todo, él sólo me notaba más contenta.

Qué puta he sido, dios mío, primero de pensamiento y después de acto.

Pero bueno, voy a seguir contándoles lo que sucedió aquel día…

Como les iba diciendo, mi pulso se aceleraba a medida que iba cayendo la noche y se acercaba el momento en el que había quedado con Marcos para ir al Ascella, donde tocaría el grupo de Silver, "Whoever".

Mi marido había marchado a trabajar desde por la mañana temprano; es médico, no sé si lo había mencionado, y aquel día casualmente tenía una guardia de veinticuatro horas (suele tener unas cuatro guardias de esas al mes, que no es demasiado, pero sí suficiente).

De manera que tuve tiempo antes del concierto de arreglarme, acojonarme y masturbarme en soledad, varias veces, y no necesariamente en ese orden. Pensé que si me tocaba un poco antes de ducharme iría más tranquilita al concierto, sin esa desazón y sin mojar las bragas de inmediato cuando viera a Silver con sus pantalones desgastados enarbolando su guitarra, iluminado por los focos del local, la melena negra esparcida sobre sus enjutos hombros. Pero claro, me equivocaba. Cómo pude ser tan tonta al pensar que correrme "n veces" me calmaría…más bien al contrario, como podrán suponer; desde el momento que me vestí noté mi tanga mojado hasta las trancas, ya que no podía quitarme de la cabeza la imagen de mi hermanastro agitando la lengua dentro de mi coño y acariciándome con sus largos dedos de mármol.

Anochecía tras mi ventana cuando reflexioné, desnuda ante las puertas de mi armario salvo por el fino tanguita negro que se comía mi culo, que haría un calor insoportable en aquella sala llena de acordes desgarrados y de transpiración…de modo que escogí sin pensarlo demasiado una faldita ligeramente tableada por encima de la rodilla, de tela fina y color negro, que mostraba mis aún hermosas piernas, y como parte de arriba un top minúsculo con pronunciado escote de rejilla estampado con rosas en tonos bronce. Por primera vez en mucho tiempo, y sabiendo que quizás no era lo más apropiado para aquella ocasión, me decidí a embarcarme sobre unos zapatos negros de elegante tacón, que afinaban aún más la silueta de mis piernas. Frente al espejo me dije que me daba igual desentonar con mis tacones en un antro lleno de heavys, porque estaba buenísima caminando como una diosa sobre ellos, y porque además ya tenía edad de ponerme lo que me salía del coño, hablando mal y pronto.

De manera que así arreglada me dirigí al cuarto de baño para retocarme los labios frente al espejo, haciéndolos parecer gruesos y rosados, turgentes como los otros labios que tengo entre las piernas; me peiné de manera modesta como una niña buena, y salí a la puerta de la calle para encontrarme con mi hermano que había quedado en venir a buscarme en su coche.

Cuando Marcos me vio, no pudo reprimir un silbido detrás de la ventanilla con la luna a medio bajar.

--Joder, hermana, ¿no te has arreglado mucho?

Teniendo en cuenta que él iba con vaqueros rotos y una camiseta de Megadeth (¿qué coño hace un tío de treinta y cuatro añazos con una camiseta de Megadeth?), el comentario por así decirlo tenía fundamento.

--¿Me meto yo con lo que llevas puesto?—le espeté mientras abría bruscamente la puerta y me sentaba a su lado.

De todas formas cómo son los tíos, o por lo menos algunos. En lugar de decirle a una que esta simplemente "guapa"—no pedimos más—sueltan un comentario del tipo "¿no te has pasado con el maquillaje?" y entonces es cuando nos entran a nosotras ganas de matarlos de manera que parezca un accidente ("Lo siento, no sé cómo ha pasado pero mi tacón se ha clavado en tu entrecejo…"). En fin, cosas que no cambiarán nunca.

Mi hermano condujo hasta el Ascella sin dejar de hablar por los codos, como es su costumbre. Que si cuánto tiempo hacía que no iba a un directo, que si nada menos el guitarrista y vocalista era su amigo Silver, que si esto, que si aquello. Desconecté pronto de la charla de mi hermano y observé por la ventanilla la multitud de luces que pasaban raudas a nuestro lado, las mismas farolas de siempre aunque aquella noche fuera crucial para mí, alumbrando nuestro camino sin un solo guiño como si tan solo para ellas se tratase de una noche más.

Mi hermano aparcó no sin dificultad a escasos metros del local. Antes de bajar del coche, sacó un par de entradas del bolsillo de sus vaqueros, y me entregó la mía sonriendo.

--Hermanita, lo vamos a pasar de lujo—me dijo.

Se le veía feliz. Tiene alma de rockero, mi hermano.

Le dimos las entradas al típico calvo portero de las salas de fiestas, y en cuanto traspasamos la puerta nos golpeó en la cara una densa nube con olor a humo de tabaco y a cables quemados.

El Ascella no es un local demasiado grande, pero los que lo acondicionaron aprovecharon el espacio con muy buen criterio. En el centro de la sala, contra la pared del fondo que simulaba una gigantesca chimenea de piedra ficticia, flanqueada por dos columnas de porte severo, se hallaba el escenario aún vacío, con una batería y algo que parecía un teclado tapado por un lienzo oscuro. Por encima de la tarima colgaban crespones negros como gigantescas telas de araña, que le daban un regusto gótico a la escena a la par que elegante.

A lo largo de las paredes laterales multitud de velas iluminaban la estancia, sujetas a la falsa piedra por candelabros de forja que centelleaban a la luz de las llamas, formando una larga hilera. Rompiendo el contraste, una bola de luz pulsante de color blanco-amarillento giraba en el techo, derramando lentamente sobre las paredes y el suelo pequeños cristales de luz.

A ambos lados del escenario, con el espacio suficiente para que la muchedumbre se pudiera mover a gusto, se erguían dos barras de bar provistas de su respectivo camarero, que observé con regocijo tenían ambos el pelo cardado y la cara pintada de blanco como una máscara, sobre la que resaltaban los labios y los ojos bordeados en negro. Parecía que nos habíamos metido en una fiesta de Halloween refinado…

Nos acercamos a una de las barras y pedimos un par de cervezas al camarero del infierno, buscando con la mirada a los integrantes del grupo entre la gente, sin encontrarlos.

No había posado mis labios sobre la boca de mi botellín, cuando un tío con pinta de vampiro, completamente vestido de negro y con un maquillaje más que logrado en el que incluso se adivinaba el trazado de las venas azulíneas bajo la piel de su rostro, se encaramó al escenario y cogió un micrófono.

--¡Buenas noches, Ascella!—exclamó con ceremonia.

La gente sofocó sus conversaciones en un apagado murmullo y poco a poco se fueron girando hacia él. Mi hermano se acercó más al escenario, y yo le seguí con mi cerveza en la mano.

--Esta noche tenemos aquí a un grupo revelación para oídos brutalmente sensibles…

Nos instalamos casi a los pies de la tarima, desde donde podíamos observarle hasta el blanco de los ojos al tío ese, que continuaba soltando su discurso con voz de pavo engolado.

--…de estilo inconfundible como pocos, lo que es bastante extraño en estos tiempos que corren…Su violenta pasión quema cada escenario que pisan, sin necesidad de otra cosa que su entusiasmo y su voz, …sin dilatar más la espera, esta noche tenemos el gusto de tener aquí a …¡WHOEVER!

Un desgarro de guitarra hendió el aire, a la par que se atenuaban las luces de la bola que colgaba del techo hasta casi quedar apagadas. Sobre las tablas del escenario, por detrás del vampiro que se giraba para marcharse, se recortó la silueta de tres altas figuras contra la suave penumbra.

Mi corazón dio un brinco y comencé a sudar sin poder evitarlo cuando reconocí a Silver como la silueta que se encontraba a la izquierda, justo delante de la batería. Mi hermano me apretó la mano con los labios fruncidos en una mueca de ensoñación, mirando al escenario sin parpadear, como hipnotizado.

Las tres espigadas figuras saludaron a la reducida audiencia que había comenzado a agolparse en torno al escenario, con un movimiento de cabeza que ejecutaron a la vez, haciendo gala de una precisión casi matemática. Acto seguido el que estaba en el centro avanzó hasta colocarse detrás de la batería quedando las otras dos siluetas en el centro de la tarima, una de ellas asiendo con suavidad el mástil de su guitarra, la otra ajustando el micrófono que había depositado el vampiro en su soporte.

--Buenas noches a todos…

Mis ojos comenzaban a acostumbrarse a la tamizada luz, y pude observar con claridad los rasgos de la persona que hablaba, a quien no conocía. Supuse que sería Oriol, el compañero de Silver, que tocaba el bajo y también cantaba en el grupo.

--Muchas gracias por estar aquí—dijo con una sonrisa.

Esperó a que la entusiasmada multitud decreciera el volumen de sus aplausos, y continuó hablando. En aquel lugar todo estaba demasiado cerca, el ambiente demasiado íntimo y recogido para que alguien gritara, por ejemplo: "¡¡Oriol, capullo, queremos un hijo tuyo!!", pero se palpaba claramente el entusiasmo contenido en los espectadores.

--Como sabéis hemos tenido la gran suerte de grabar nuestro primer disco hace sólo algunos meses, y os agradecemos de todo corazón vuestra gran acogida, porque el éxito que hemos tenido ha sido sólo culpa vuestra…

Bajó la mirada con una chispa de timidez cuando la audiencia volvió a alzarse, deshaciéndose de nuevo en exclamaciones y aplausos.

--Gracias de verdad. Pero este no es un concierto promocional… ¿verdad?—se giró despacio a la persona que tenía al lado, que no era otro que Silver. Éste extendió la mano y su compañero le pasó el micrófono.

--No—dijo con una sonrisa. Casi me da un infarto al escuchar el tono de su voz, cálida y diabólica, amplificado por el micrófono, resonando en las paredes de la sala—No, no es un concierto para promocionar el disco. Tenemos mucho que agradeceros así que habíamos pensando dedicaros algunos temas esta noche; unos de elaboración propia, inéditos, y otros que son versiones inspiradas en otros grupos que seguramente conoceréis y hasta puede que os gusten…

Sonrió y se detuvo un momento con el micrófono entre las manos, pegado casi a su boca entreabierta; les juro que me buscó con la mirada, y cuando me encontró fijó en mí sus ojos negros con una fuerza capaz de derretir un iceberg.

--Esperemos que paséis un buen rato…—recalcó sin dejar de mirarme, y a continuación volvió a dejar el micro en el trípode destinado para ello, con la altura ya regulada al alcance de su boca.

Su compañero se colocó a escasos centímetros de otro micrófono, y Silver bajó los ojos hasta su guitarra. El primer trallazo de la batería rompió de pronto el inusitado silencio para desencadenar a continuación una horda de sonidos que sangraban en una melodía a golpe de latido.

Mi hermano cerró los ojos y se movió levemente sin desplazarse a penas del suelo, como si pudiera sentir la música abriéndose camino por su médula espinal, ramificándose en cada haz de células nerviosas enervando cada poro de su piel.

Yo no podía dejar de mirar a Silver embelesada—me jodía bastante, no crean que no—; por mucho que intentara desplazar mi mirada por el resto de la banda, incluso por la esquina opuesta del local, mis ojos volvían inevitablemente a su figura, que se agitaba con profundidad en cada calambre del ritmo, con los pies firmemente clavados en el suelo y sin embargo, de cintura para arriba, ondeando etéreo como el mar, ligero igual que el aire. De vez en cuando sus ojos se cruzaban con los míos, bajando yo inmediatamente la mirada—eso me jodía todavía más—sin poder resistir aquel terrible choque de chispas, temiendo demostrarle en un segundo mi resentimiento y todo mi amor acumulado.

Sentía fuego dentro de mí.

"Oh, niña triste,

Por qué brilla tu luna en brazos de nadie

La noche te observa, serena y cansada

Será que temes por aquello que nunca diste…"

La voz de Oriol se elevaba junto con la de Silver, por encima de las sacudidas de la guitarra, acopladas al fulgurante ritmo de la batería.

Tocaron el primer tema, el segundo, el tercero.

Antes del cuarto pararon, ajustaron algo provocando chirridos metálicos desde el amplificador, y dispusieron de nuevo el micro a la altura deseada. Observé como Silver se inclinaba levemente hacia sus compañeros y murmuraba algo al oído de Oriol, para después quedar de acuerdo con Inti, el batería. Después del breve intercambio de palabras, Inti asintió con una sonrisa pícara y ocupó de nuevo su sitio, al igual que hicieron los otros dos respectivamente, pero esta vez Oriol levantó el lienzo que cubría el teclado y se acomodó frente a él.

Silver me lanzó desde el escenario una mirada eléctrica que me paralizó, y a continuación acercó sus labios al micrófono con suavidad, sin dejar de mirarme.

--Vamos a tocar una canción…--murmuró sobre la pequeña esfera que magnificaba su susurro--que no es nuestra…es un homenaje a un grupo que le gusta mucho a una persona muy especial para mí…a quien le ruego que la escuche desde el fondo de su corazón…

Miró un momento a Oriol, que asintió con la cabeza, ya preparado con las manos sobre los dientes blancos y negros del teclado.

--Vamos a versionar, y que Sonata nos perdone, "Tallulah".

No sé si han escuchado ustedes ese tema, pero les puedo decir que para mí es una de las baladas más hermosas que conozco. Habla de celos, de errores y de un corazón que se siente fracasado…me da miedo decirles más, ojalá hubieran estado presentes ustedes para escucharla, así sería mucho más fácil hacerles llegar los sentimientos que el solo inicial de piano provocó en mí.

Sentí que por dentro se me abría una flor, desplegando sus encarnados pétalos con dolor y con angustia. Pero era necesario que esa flor se abriera, porque en su centro, más allá de esos pétalos de dolor, se hallaban todas las emociones que valían la pena. Eso es lo más cercano que se me ocurre a la sensación por la que me dejé invadir en ese momento con los ojos cerrados. Escribir no es difícil si se quiere decir algo, pero hay cosas que sencillamente no se pueden explicar porque escapan a las palabras. La emoción de aquel momento siempre estará muy lejos de la palabra escrita, separada de ella por un tremendo abismo. Cualquier cosa que les diga se queda corta respecto a lo que sentí.

Mi amigo y amante entonaba la letra con los ojos entornados, su voz suave meciendo mi alma con pinceladas de dulce nostalgia.

A través de la canción no me recriminaba nada, sino que me decía que…que me quería.

Algo se rompió dentro de mí; deseé no creerle, no imaginarme cosas raras, pero en mi fuero interno imploré al cielo que aquella canción no terminara nunca.

"Tallulah, is easier to live alone

Than fear the time is over…

Tallulah, find the words, and talk to me

Oh Tallulah, this could be heaven."

Lo que ocurrió entonces fue bastante dramático y no demasiado racional, lo reconozco. Me desasí con un seco movimiento de la mano de mi hermano, y me precipité prácticamente corriendo a las puertas del local. Me sentí de pronto ahogada en la culpa pensando que me había vuelto a excitar con los besos dulces y las caricias que Silver me daba haciendo vibrar mis lugares más íntimos, con su voz, sin ni siquiera tocarme. Me sentí peor que un insecto rastrero por ser partícipe de todo aquello, por haberme recreado en aquellas sensaciones de consuelo engañoso, en aquellas palabras que profanaban mi alma. El cabrón de Silver había vuelto a ganarme la partida; seguía deseándole, como una imbécil, igual que la primera vez.

Necesitaba aire.

Abandoné el local ante la atónita mirada de mi hermano, taladrándole con la mirada para que no se le ocurriera seguirme.

No me van a creer, pero en medio de aquella confusión, con la cabeza dándome vueltas una vez fuera del local, me eché a llorar. Las lágrimas me dolían, porque luchaba por retenerlas dentro, y las pocas que lograban rozar mis mejillas no me aliviaban de ningún modo, sino todo lo contrario. Habían estado contenidas y trabadas detrás de mis ojos durante demasiado tiempo.

Deshecha por dentro, conseguí pedir un taxi por teléfono que me llevara hasta casa, y en una hora más o menos estaba cruzando la puerta, anegada en mis propias lágrimas ya sin que nadie me viera, lanzándome sobre la desierta cama de matrimonio de la habitación.

Hecha un ovillo entre las sábanas, como para absorber todo aquel daño, conseguí tranquilizarme poco a poco. Lloraba porque amaba a Silver, porque le echaba de menos, porque le odiaba y porque me sentía la peor persona del mundo. Y para más inri, en ese momento yo no era muy consciente de aquellos motivos…así que encima lloraba desaforada, con esa sensación tan desagradable y negra que es llorar sin saber por qué.

Pero, como les digo, finalmente conseguí tranquilizarme, y apagué la luz—se me habían hecho ya las dos de la madrugada—para intentar conciliar el sueño.

Estaba más tranquila, pero lo de dormir era otra cuestión.

No me van a creer lo que hice.

En vista de que no hacía más que dar vueltas y cada vez estaba más insomne, me levanté de la cama, me puse unos vaqueros y una camisa, y me monté en el coche. Puse la radio, y me dejé llevar por la música devorando los kilómetros que me separaban del lugar que supe de pronto que necesitaba visitar…

A lo mejor ya se imaginan dónde terminó mi viaje.

Estacioné el coche con cuidado junto a un bloque de casas de ladrillo al que había acudido varias veces, hacía ya más de diez años, cuando todavía no tenía ataduras de ningún tipo. Me costó un poco encontrarlo porque el entorno había cambiado bastante desde entonces—habían construido más casas y había menos árboles—pero finalmente lo logré, y me dije a mí misma: "es aquí, Malena. No hay duda".

Aparqué y me di cuenta de que no sabía exactamente que hacía yo allí. Mientras conducía había sentido apremio, como si lo más importante del mundo fuera llegar a mi destino. "Bien, ya he llegado. Y ahora… ¿Qué hago?"

Deslicé la mano dentro de mi bolso para coger el paquete de tabaco; al hacerlo, mis dedos tropezaron con el borde impertinente y cortante de una hoja de papel. Saqué el dichoso papelito que parecía haber querido llamar mi atención…Joder, era la nota de Silver. El cabrón no me dejaba tranquila.

"La he llevado conmigo durante todo este tiempo (refiriéndose a la lágrima de cristal, el colgante que yo había perdido en su casa mientras hacíamos el amor), espero que no te importe que te la devuelva con retraso. Te quiero.

Silver"

Y, como recordarán, un número de teléfono garabateado apresuradamente junto a la firma.

"Qué coño haces, Malena, guarda el móvil ahora mismo" me sorprendí gritándome a mí misma como una esquizofrénica "Suéltalo antes de que sea tarde". El teléfono me quemaba entre los dedos. "¡¡No marques ese número, ni se te ocurra llamarle!!" exclamaba desesperada mi conciencia. Pero yo…

Mande a tomar por culo mi sentido común, y marqué el número que aparecía al pie de la nota. No podía volver a casa sin más, no me hubiera perdonado nunca no llamarle después de haber llegado hasta allí.

Pensé que con suerte no me lo cogería… pero apenas después del segundo tono su voz me llegó inconfundible desde el otro lado, algo débil eso sí, con una nube de zumbidos mecánicos de fondo.

--¿Sí?

No parecía ni dormido ni despierto. El mismo tono neutro de siempre que tanto me excita.

Tardé un tiempo en contestar, sin estar segura de que quisiera hacerlo, llena de miedo, sin tener ni puta idea de qué decir, odiándome a mí misma por haber llamado.

--¿Hola?—preguntó la voz de mi amigo, insistiendo contra mi oído.

--Silver, soy Malena—acerté a decir con un hilo de voz.

Mi amigo guardó silencio al otro lado durante lo que a mí me parecieron horas, pero supongo que sólo fue un breve lapso de tiempo.

--Hola…--murmuró al fin con suavidad—qué sorpresa…

--Hola—volví a decir como una tonta.

Otra vez un breve silencio sujeto con alfileres, sólo relleno por el aura de zumbidos que envolvía nuestra distancia.

--Me alegro de oír tu voz…--dijo, provocándome un estremecimiento.

--Y yo la tuya…--respondí maldiciendo mi falta de soberbia. Y añadí sin saber por qué—estoy en la cueva del lobo.

--¿En la cueva del lobo?—inquirió sin comprender.--¿y eso dónde está?

Me detuve unos segundos antes de responder. No, él jamás vendría a buscarme.

--En realidad no estoy dentro, sólo frente a ella—murmuré—estoy frente a un bloque de pisos a las afueras de la ciudad, uno de los cuales ganó tu padre en una apuesta hace ya tiempo…¿sabes ya a qué me refiero?

Silencio insondable de nuevo al otro lado.

--¿Lo dices en serio?—murmuró por fin, su voz aleteando en un leve temblor.

--Sí.

--¿De verdad estás ahí?—insistió con un deje de incredulidad.

--Sí, Silver. Estoy aquí mismo.

--Vale—me dijo de pronto, con una resolución que me alarmó—Hazme un favor, no te muevas de ahí. Estoy yendo para allá ahora mismo.

La mano que sujetaba el teléfono se me quedó fría.

--¿Qué dices?—solté con terror--¡no vengas!

Me pareció que mi amigo sonreía al otro lado.

--Maleni, tengo que ir—repuso con calma—no iba a pagarme un hotel teniendo una cosa donde dormir esta noche…me has pillado conduciendo hacia allá, llegaré en diez minutos.

--Pero…

--Por favor, no te vayas.

Y sin más colgó. Supuse que lo mismo se había encontrado con la policía—las multas por utilizar el móvil al volante son terribles, ya saben…--o que el muy hijo de puta simplemente quería dejarme así, con las bragas caladas y el alma temblando en un hilo.

Observé cómo se apagaba gradualmente la luz de la pantalla de mi móvil, mis ojos fijos en ella como atontada. Cuando por fin se hizo la oscuridad y el aparato quedó como un trozo de acero inanimado, volví en mí y empecé a fumar como una loca.

No podía dejar de mirar por la ventana; las manos me sudaban y mi pie derecho temblaba sobre el pedal de freno constantemente, dudando entre sujetar el coche, quitar el freno de mano y salir de allí pitando, como si el haber cubierto aquella distancia a horas intempestivas no hubiera sido más que un mal sueño, o quedarme allí plantada esperando cualquier cosa que pudiera ocurrir. Me encontraba bloqueada, como si mi cuerpo estuviera sujeto por unos hilos invisibles que no dependían de mí, diluyéndose en la nada todas las órdenes procedentes de mi cerebro.

Aproximadamente quince minutos después, capté el sonido de un motor que se acercaba, y casi de inmediato vislumbré la luz de unos faros iluminando la calzada cuando un vehículo color negro brillante dobló la esquina, a escasos metros de donde yo me hallaba. Me agazapé dentro del coche intentando no ser vista, pero sin querer perder ni un detalle, tratando de adivinar la silueta que maniobraba tras la ventanilla, sentada al volante.

El coche aparcó cerca de donde yo me encontraba, y frenó con un ruido seco. Escuché cómo se apagaba el motor, y con el corazón latiendo tan fuerte y rápido que me dolía, observé la silueta que abandonaba el vehículo y accionaba el cierre centralizado con la llave-mando a distancia.

Allí estaba, a escasos metros de mí, sin verme todavía.

Iba vestido con ropa diferente a la que había llevado en el concierto; tan sólo llevaba unos pantalones destrozados y una cómoda camiseta sin más dibujo que una red "atrapasueños" roja sobre fondo negro en su espalda, su silueta huesuda recortada contra la fina tela. Su pelo aleteó indeciso a causa del viento de la noche, y él buscó algo con la mirada entre las sombras, intentando penetrar la oscuridad con sus ojos lobunos, mirando a ambos lados de la calle desierta.

Yo le observaba desde la seguridad oscura de mi coche, como una espía poco versada en el arte del camuflaje.

Sin moverse ni un milímetro, extrajo de su bolsillo un pequeño objeto metalizado—su móvil, comprendí—y lo sujetó en su pálida mano para pulsar las teclas con decisión.

Justo en ese momento mi propio teléfono, que había resbalado de mis manos sin yo haberme dado cuenta, vibró con descaro justamente entre mis piernas, como si le fuera la vida en ello. Sujetando aquella cosa indiscreta que ardía y protestaba en mis manos, reclamando imperiosamente mi atención, sentí que algo horrible iba a ocurrir aquella noche.

"No creo que exista el cielo ni el infierno, porque los actos de los hombres no merecen tanto" decía Borges. Con esta idea que atravesó mi aturdida mente como un relámpago, mis dedos salieron disparados por fin hacia el botón verde de recepción de llamada.

--Sí…--contesté, respirando fuerte a causa de la tremenda descarga de adrenalina.

--Malenita, ¿dónde estás?

Su voz fue tan dulce como un beso.

--Espera un momento—murmuré, y corté la comunicación para abandonar despacio mi escondrijo, con paso vacilante.

Silver me distinguió en la oscuridad a pocos metros de él, y caminó hacia mí con una mueca dibujándose en sus labios apretados, como si no estuviera seguro de querer sonreír del todo.

Sin decir una palabra, sin preguntarle, me lancé con violencia hacia sus brazos, estrellándose mi cabeza contra su pecho que subía y bajaba por la tensión, sepultando mis rizos en la piel blanca de su cuello cuya arteria aorta latía contra mi temblorosa mejilla. Le besé fugazmente en el pequeño hueco que se dibujaba bajo su abultado cartílago cricoides, y metí la nariz en él para envenenarme del todo con su olor.

--Malena…--murmuró, con la voz rota como los desgarrados acordes de su guitarra.--¿Por qué te fuiste así?...

Mis brazos se cerraron en torno a su espalda, y mis dedos repasaron con ansia el contorno de su cintura, palpando las costillas, ascendiendo por su columna vertebral. La respiración de él aumentó en ritmo y en intensidad, y dejó caer su barbilla sobre mi hombro, entreabriendo los labios para exhalar las profundas bocanadas de aire.

Dejó escapar un quejido entre sus labios y me estrechó con fuerza contra su cuerpo de forma un tanto ruda, acariciando torpemente mi espalda con dedos indecisos.

--Silver…quizá no debería haber venido…

--No digas eso—respondió inmediatamente, acrecentando el ritmo de sus caricias, clavando las yemas de los dedos sobre mi ropa—te he echado tanto de menos…

Seguimos así durante algunos minutos, en silencio, como si tratáramos de fundirnos el uno con el otro.

--Ven—murmuró, separándose de mí con suavidad—vamos a casa…

"Ya estoy en casa" pensé, refiriéndome al calor entre sus brazos, en el que por fin tuve conciencia de volver al hogar. Maldije inmediatamente mi estupidez.

Sin poder oponer resistencia, tomé la mano que me ofrecía y le seguí hasta el portal acristalado, traspasando la puerta tras él, caminando detrás de sus pasos sobre el suelo de mármol hasta el ascensor.

Subimos al tercer piso sin querer mirarnos a la cara, nerviosos.

Una vez hubo abierto la puerta, me hizo una seña para que pasara antes que él, encontrándome súbitamente envuelta por la luz verde de ciudad esmeralda en el recibidor. Miré a mi alrededor, aún sin querer creer que me encontraba allí…

--Todo está igual…

--Sí—murmuró detrás de mí, cerrando la puerta suavemente.

Sentí sus pálidos brazos rodeando con firmeza mi cintura, presionando levemente mi estómago contra el suyo.

--Cómo deseaba volver a estar aquí contigo…--musitó.

Le falló la voz. Me abrazó más fuerte, y se inclinó como para decirme algo al oído; en lugar de eso me lamió de pronto el lóbulo de la orejita con ansia. Me mojé al instante al sentir las pasadas resueltas de su lengua húmeda y caliente, y me estremecí cuando mantuvo aquel pedacito de carne unos segundos entre sus dientes antes de separar su boca de mí.

--Lo siento, Malena—jadeaba junto a mi oreja empapada—no lo he podido evitar…

Volví a sentir la punta de su lengua, esta vez detrás del pabellón auricular, en el inicio del cuello. Me acarició allí tímidamente, despacio, saboreando mi piel. Emitió un quejido y apretó sus caderas contra mi culo, presionando en mis vaqueros una incipiente erección.

Vibré al contacto de su rabo endurecido, e instintivamente separé las piernas, perdiendo yo también el control de mi respiración.

Levanté la mano para llegar a ciegas hasta su sedoso cabello, mientras él continuaba mordisqueando mi cuello con ansia contenida. Le acaricié la cara, dibujando en mi cerebro con las manos el contorno de sus abruptos rasgos. La mano derecha de él se cerró trémula sobre mi pecho derecho, apretándolo por encima de mi camiseta como una tenaza.

--Silver, me estás matando—alcancé a decir, sacudiendo con mi aliento las hebras de su cabello que me acariciaban la cara.

Él resopló, hundiendo aún más la piedra de su entre pierna en el puzle de mis vaqueros, la cremallera escondida dentro de mí como si mi coño fuera la pezuña de un camello. La mano que tenía sobre mi pecho se revolvió, buscando mi pezón, y lo pellizcó con fuerza entre sus dedos índice, pulgar y medio por encima de la delgada tela.

--Ah…cómo me gustaría lamerte…--murmuró, mientras retorcía mi pezón arracándome un prolongado gemido mientras yo imaginaba su lengua rebotando contra el rosado garbanzo que se marcaba a través de mi camiseta.

Gemí y separé las piernas como un pistolero del oeste, y su mano se deslizó inmediatamente hasta mi estómago jugando bajo la tela de mi camiseta, al borde de la cinturilla de mis vaqueros.

--No llevas sujetador…--rezongó, culeando un poco contra mí—tú sí que me vas a matar…

Deslicé mis dedos hasta su culo tenso que insinuaba pequeños embates, dirigiendo contra mí su rabo ya completamente duro, como si tratara de enchufármelo por algún lado. Sujeté con fuerza el glúteo de acero accesible a mi mano y lo atraje hacia mí, sintiendo como se movía de lado a lado como queriendo hacer sitio entre mis nalgas para traspasarme con la ropa puesta, retorciéndose de gozo.

Me incliné un poco hacia delante, separando mi espalda de su torso, y con un gemido ronco él me asió de las caderas con ambas manos y me atrajo más aún hacia su polla.

--Vamos a la cama…--murmuró en tono imperioso—por favor, Malena, ven a mi cama…

Por toda respuesta gemí, el coño hecho agua, y me dejé arrastrar por él con los ojos cerrados atravesando el pasillo.

No me dejó traspasar la puerta del dormitorio; se precipitó hacia mí incrustándome de nuevo su miembro entre las piernas, contra la pared, y me lamió los labios con locura hasta dejarme casi sin respiración.

--Silver, esto no está bien…--murmuré cuando por fin apartó sus labios de los míos, aún unidos ambos por un débil hilillo de saliva.

Con su mano izquierda tomó mis dos manos, como impulsado a hacer algo diabólico al oírme decir aquello, y las sujetó clavándolas en la pared por encima de mi cabeza.

--¿No está bien?—murmuró en mi boca, la voz sacudida por el deseo, y con la mano derecha levantó la tela de mi camiseta por encima de mis pechos desnudos.

Comenzó a lamerme los duros pezones con desesperación y con hambre, alternativamente, como si no tuviera claro por cual decidirse. Su brazo izquierdo seguía elevado sujetando mis manos contra la pared, y en esa posición mis tetas se agitaban como turgentes globos justo delante de su boca. Hundió la cabeza en mi pecho izquierdo, trazando húmedos círculos de fuego en mi pezón que había sellado suavemente con sus labios, succionándolo con fuerza. Hizo una pausa para humedecerse los dedos de su mano derecha, y mientras volvía a enfrascarse en la tarea de comerse de nuevo la turgencia de mi carne, pellizcó de nuevo con fiereza mi otro pezón, retorciéndolo sin piedad entre sus insalivados dedos.

Yo me deshacía de gusto clavándome en su erección que él no cesaba de frotar en mi entrepierna, haciendo rebotar mi culo contra la pared.

--Ahhhhmmm…Silver…para, por favor…--rogué, sintiéndome morir—tengo un marido, tengo una vida…

Súbitamente su mano abandonó mi pezón deliciosamente húmedo y dolorido, y sentí con horror como me desabrochaba los pantalones y me los bajaba bruscamente. Metió con furia una rodilla entre mis piernas, forzándome a separarlas más aún, y empezó a frotar mi coño con frenesí por encima de las bragas.

--Tendrás lo que tengas, pero estás empapada…--murmuró, llevándose a la nariz la palma de su mano que se había calado de jugos a través de la fina tela.

De un me bajó las bragas hasta las rodillas, y repasó con su dedo medio la raja de mi coño cuyos pliegues temblaban enrojecidos y calientes tras la fricción anterior.

Me metió la lengua en la boca, y yo le respondí, pensando que de mi coño iban a salir chispas a medida que con sus rápidas caricias como mariposas su enhiesto dedo se abría paso buscando mi ya abultado secreto, con una determinación arrolladora.

Yo jadeaba golpeando mi culo sudoroso contra la pared, pensando que iba a mancharla de jugos, sintiendo el gotelé incrustándose en mi trasero como pequeñas agujas romas y resecas. Silver resollaba contra mí, calentándose cada vez más, apartando de cuando en cuando su dedo para restregarme su paquete duro con los pantalones puestos directamente sobre el charco de mi coño. Se movía y rugía contra mí como una fiera en cautividad, luchando por reprimirse, por ir más despacio y no destrozarme el coño a pollazos allí mismo, contra la pared.

--¿Me vas a dejar que te folle, Malena?—preguntó, clavándome iracundo su erección una vez más, manteniendo aquella piedra rasposa entre mis pétalos húmedos y tiernos.--¿Te apetece que te folle?

Emití un ronco gemido al escucharle decir aquello.

--Eres un cabrón…--musité, con los ojos cerrados, abriendo aún más las piernas para recibirle.

--¿Sí?…--sonrió, acariciándome la cara mientras me cabalgaba—No lo creo…

Elevé las caderas para acoplarme mejor al vaivén de su polla; no me era posible abrir demasiado las piernas porque la goma de mis bragas me estaba cortando la circulación un poco más abajo de las rodillas.

--Ven aquí—dijo con voz tensa, liberando mis manos. Prácticamente me arrastró dentro del dormitorio, y de un empujón me lanzó sobre la cama.

Se arrodilló jadeando entre mis muslos temblorosos y me arrancó violentamente la camiseta que llevaba. Acto seguido tiró de mis bragas y cuando me quise dar cuenta, las tenía estrujadas contra mi nariz, asfixiándome.

--¡Huele tu coño, Malena!—rugió--¡Huele tu jodido coño y ten el valor de decirme que no te gusta lo que está pasando!

Me revolví con verdadero miedo debajo de la inquebrantable presión de su brazo. Trate de coger aire desesperadamente, y aspiré el olor duro y animal a hembra cachonda que se desprendía de mi prenda íntima. Traté de zafarme pero no me dejó, apartando con brusquedad mis manos con el brazo que le quedaba libre.

Cuando ya comenzaba yo a marearme, inmersa en mi propio olor, retiró por fin el buruño arrugado de encaje, y se quedó quieto, mirándome a los ojos con un ligero temblor en su labio superior.

--Dime ahora, en mi cara, que no siga. Dime que pare y lo haré—resopló, mientras su pecho subía y bajaba violentamente, perlado de sudor.

Sentí ganas de llorar.

--Te quiero, Silver—fue lo único que pude responder.

Él esbozó una sonrisa de cálido afecto y acopló mis caderas y mi culo desnudo sobre sus rodillas. Aún mantenía sus pantalones puestos.

--¿Recuerdas cuándo eras sólo mía?—murmuró, sus finos labios ingurgitados por el esfuerzo y la excitación.

--Sí…--asentí, enfrentando con valentía su mirada.

Se echó ligeramente hacia atrás para volver a sumergir sus dedos en las humedades de mi coño, que le respondió al instante, jugoso y abierto como una boca insaciable. Mientras yo gemía y movía las caderas en torno a los masajes de sus dedos, él me preguntó:

--¿Quieres volver a ser mía ahora?... ¿o prefieres que echemos un polvo convencional?

Me estremecí y busqué su otra mano con la mía por encima de la colcha. Me apretó la mano con firmeza, mientras posaba sus labios de nuevo con dulzura sobre mi boca.

--Y yo también te quiero…—murmuró, exhalando su cálido aliento sobre mis labios--¿me has echado de menos?

Negué con la cabeza, tratando por un momento de esquivar su dulce y doloroso beso, que agitaba mi sangre sólo con sentirlo cerca. Prefería que me hiciera daño, que me pegara, que me diera alguna excusa para insultarle…

--No dices nada, mi pequeña…

Dios mío.

Me besó con suavidad las mejillas, la nariz, los párpados, la frente. Me llenó el rostro de pequeños besos leves pero intensos, mientras que con su dedo índice secaba en mis ojos el asomo de una lágrima.

--Maleni…--murmuró.

--Sí, te he echado de menos—sollocé sin poder evitarlo, muerta de vergüenza—mucho.

--¿Volverás a ser mía entonces?—preguntó, sin dejar de besarme de aquella manera, con inmensa ternura—déjame compensarte por todo el daño que te he hecho…

Asentí con la cabeza, dejándome llevar por el placer que me daban sus caricias. Lentamente, sus dedos volvían a abrasar mi vientre como lenguas de fuego, devorando la piel, encaminándose de nuevo al territorio prohibido entre mis piernas, que a pesar de mis lágrimas continuaba ansioso por acogerle.

--Déjame santificar de nuevo cada parte de tu cuerpo—murmuró, extendiendo por la cara interna de mis muslos los fluidos de mi coño que empapaban sus dedos—déjame compensar y castigar cada rincón…lo necesito después de tanto tiempo…

Bajó con sus labios de nuevo hasta mis pezones, y continuó circundando las dulces areolas con la lengua.

--Deja que te tome por todos los agujeros…deja que te folle la boca, el coño, y el culo…

Mi espalda se arqueó recorrida por un escalofrío repentino que casi me dejó sin respiración. Instintivamente abrí mis piernas todo lo que fui capaz, y empujé levemente su cabeza para dirigirla hacia mi pulsante sexo que se encontraba sobrecargado y rojo, terriblemente excitado.

--Fóllame—respondí en un hilo de voz—pero fóllame con el dedo, con la lengua y con la polla…

 

No me maten, pero tengo que dejarlo aquí. Todas las cosas que hicimos requieren un espacio propio, y, si se las cuento ahora, esta entrega se alargaría hasta niveles extremos…Mantengamos el pulso del placer en esta historia, les aseguro que les compensaré muy, muy pronto. Gracias por leerme a pesar de que mantener el ritmo implique cortar en momentos como este…

Gracias por permanecer al otro lado.

NOTA DE LA AUTORA: Comprendan a Malena, se va a ahogar con tanto recuerdo, necesita organizarse…Muchísimas gracias a todos los que leéis, de verdad. Espero volver a veros pronto.

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