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Infierno (1): La mansión de las perversiones

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La mansión de las perversiones

--La niña viene a que la dejen el culo bien abierto y el coño satisfecho—bramó la Mamma Fusco mientras caminaba por el pasillo para alertar a sus hijos y parientes, golpeando con la fusta las puertas de todas las habitaciones—Su tía ha pagado por ello… ¡y quiero un trato especial, nada de atrocidades!, esta noche no…su tía es buena amiga mía, así que quiero a la niña desvirgada, pero intacta en todo lo demás…

Algunas de las puertas que la Mamma había golpeado comenzaron a abrirse con lentitud en el pasillo tenuemente iluminado. Los hijos de la anciana despertaban, por fin, de su letargo diurno.

--¿Cenará con nosotros, Mamma?—preguntó un hombre joven y atractivo saliendo de una de las estancias--¿o acaso la cenaremos a ella?

La Mamma se giró como si le hubieran clavado un dardo en el culo.

--¡No digas estupideces, maldita sea! He dicho claramente que esta noche no quiero atrocidades…cenará con nosotros, por supuesto, y espero que todos sepáis comportaros…

El joven que había hablado esbozó una encantadora sonrisa y bajó los ojos con sumisión.

--Así será, madre.

--Bien…

Los pasos de la Mamma—firmes a pesar de su cojera-- se perdieron por el largo pasillo igual que los sonidos de alerta de la fusta sobre las puertas.

Tolep volvió a meterse en su alcoba y cerró la puerta tras de sí. Se giró hacia el gran espejo de cuerpo entero que le devolvió una imagen más que perfecta de sí mismo, y se sonrió ante la creencia que circulaba de que los suyos no podían reflejarse en dichas superficies—qué ingenuos, algunos hombres--¡desde luego que se reflejaban! De no ser así, sería una desgracia… ¿Cómo iba uno a acicalarse para una ocasión especial, como por ejemplo cenar con una virgen?..."con"…El juego de palabras le hizo contener una carcajada a flor de labios.

Estudió con detenimiento su silueta en la pulida superficie del espejo: piel blanca, casi traslúcida…hmm, habría que mejorar eso, aunque a la luz de las velas tal vez no se notara tanto…por lo demás, su aspecto físico era impecable en todos los sentidos: Ojos verdes ligeramente rasgados, nariz recta, boca que se alargaba en una delgada línea cuando sonreía, cabello azabache largo hasta los hombros, peinado con pulcritud… Y, por supuesto, mandíbulas fuertes aunque de líneas suaves—hasta algo femeninas para su rostro felino—encerrando unos dientes perfectamente alineados.

Excelente.

Acarició con las puntas de los dedos la suave tela negra de su camisa—cómo le gustaban aquellas prendas de corte moderno, profundamente europeas-- alisó sus pantalones igualmente negros, y sonrió al espejo con una mueca de victoria definitiva. Aquella noche él y el resto de la progenie cenarían caliente, se gozarían una buena pieza entre las piernas, y la Mamma no tendría queja… por lo menos de él.

Inmerso en sus cavilaciones estaba, cuando por fin oyó los golpes secos de la aldaba sobre el portón, reverberando contra las vetustas paredes de la casona. Mamma Fusco bajó las escaleras con dificultad, agarrada a la barandilla con mano firme, lo más rápido que su cojera le permitía, y abrió la puerta principal para recibir a la tan esperada visita.

--¡Hola, bella, cara ragazza!…— la escuchó graznar Tolep con voz babeante—Pasa, pasa, no tengas miedo, te estábamos esperando…

Tolep se asomó al descansillo con curiosidad, dispuesto a deleitarse con la primera visión de la virgen. Era preciosa. Se trataba de una muchacha de apenas quince años, de tierna piel blanca como nata azucarada ruborizada de fresas y cabello largo color vainilla, casi albo, que le caía en suaves guedejas por su cuello hasta los pequeños promontorios de sus pechos que subían y bajaban agitados por el miedo, envueltos en seda azul celeste.

--Oh…eres una preciosidad—canturreó la Mamma, mientras contemplaba a la joven llenándose los ojos, acariciándola por encima del vestido con sus uñas larguísimas—bella, bella entre las bellas…

La anciana dejó escapar una risita hueca, aferró el brazo de la chica y la condujo por el corredor oscuro hasta el comedor, que ya estaba preparado con los despliegues propios de una suculenta cena.

Tolep bajó apresuradamente las escaleras para reunirse con ellas y ser el primero en saludar a aquella dulce criatura.

--Mi dama—murmuró, haciendo una pronunciada reverencia hasta que sus negros cabellos tocaron el suelo—no os arrepentiréis de haber venido, os lo aseguro…

Poco a poco fueron descendiendo sombras por la abigarrada escalera, haciendo crujir sin ninguna piedad los peldaños de madera casi podrida.

--¡Venire, rápidamente, cabrones!—rugió la Mamma mientras tomaba asiento presidiendo la larga y robusta mesa en el comedor. Dio tres fuertes palmadas con sus nudosas manos--¿a che cosa sperate? Nuestra invitada espera…

Le indicó con una sonrisa a la jovencita que se sentara a su izquierda, en una de las sillas de madera labrada con asiento de terciopelo negro. Tolep se sentó frente a ella, al otro lado de la Mamma, no sin antes estirar el brazo para encender las velas del candelabro más cercano, que se habían apagado por una súbita corriente de aire húmedo procedente de una puerta entreabierta a pocos metros de la mesa, en un ángulo oscuro de la habitación.

La muchacha tomó asiento despacio, con la mirada fija en la vajilla y en la refulgente cubertería dorada. Parecía un pequeño conejito asustado en presencia de depredadores hambrientos.

Tolep no supo diferenciar si la actitud de la joven se debía a la timidez, al miedo o a ambas cosas. Lo cierto era que la mansión de Mamma Fusco despertaba, como mínimo, aprensión en casi todos los visitantes. Era espaciosa igual que un palacio pero vieja y oscura como la noche misma, y la Mamma se había negado desde el principio a hacer ningún tipo de reforma en sus instalaciones, por más que algunos de sus hijos hubieran insistido. A pesar de los tiempos que corrían, se había empeñado en no renovarse utilizando la luz eléctrica o el teléfono; sólo había dado su brazo a torcer con el agua corriente, aunque sin querer cambiar las ruidosas y primitivas cañerías de la casa, por la importancia que la higiene tenía en su negocio…

De modo que aquella decimonónica mansión, más aún después del anochecido, ofrecía un aspecto un tanto lúgubre con sus pasadizos interminables --tan solo iluminados por temblorosas llamas de velas y lámparas de aceite-- , sus muebles antiguos y su soberbia elegancia atemporal llena de ruidos por todas partes, como si las paredes susurraran quejidos…Aquel lugar le hacía sentirse al extraño fuera de este mundo, igual que si hubiera retrocedido en el tiempo anclado entre sus muros, hasta una dimensión desconocida que ya no tenía ubicación en la historia ni nombre.

No bien se hubo acomodado la joven, se abrieron las gigantescas puertas de doble hoja y los miembros de la familia—sólo los elegidos puntualmente por la Mamma para aquella ocasión—penetraron despacio en el gran comedor. Eyvan, Nanuk, Notnu, Bruno, Andrea, y Annunziata. Los siete elegidos, contando a Tolep. Seis hombres y una mujer, así lo había dispuesto Mamma Fusco.

Lo que la pequeña Claudia no sabía eran los cariñosos apodos de familia con los que se conocían unos a otros, a saber: Eyvan "El Chacal", Nanuk "Ladrón de almas", Notnu "El Asesino", Bruno "El Oscuro", Andrea "El Artista", Annunziata "La Voz de Legiones", Tolep "La Serpiente".

--Oh, querida, mi familia es muy singular pero somos buenas personas—sonrió la Mamma mirando con lupa los dispares rostros de su progenie, clavando sus ojos como puñalitos arrugados en cada uno de ellos—ahora te los presentaré y hablaremos con calma, luego escogerás a los que más te gusten…

La joven levantó la vista tímidamente, las mejillas arreboladas, y observó con ojos brillantes a las figuras que tomaban asiento en torno a la mesa, uniéndose a ellos.

--La mayoría de ellos no son hijos míos—continuaba la Mamma, pasando un dedo por el borde de su copa—son adoptados, podemos llamarlo así…la vida es cruel y se ensaña con niños inocentes, ya sabes.

--Sí, la Mamma siempre ha sido amiga de la beneficencia—sonrió un muchacho de extraño cabello plateado, que se había sentado al lado de la joven.

Los demás rieron intercambiando gestos de complicidad.

--Cuidado, chico—replicó la Mamma, algo molesta—rispetta la tua madre. Aunque estos descastados se rían—se volvió hacia la joven—seguro que nunca olvidarán que la Mamma les salvó sus culos de la pobreza, de la miseria. Eran unos pobres huérfanos enfermos, la mayoría de ellos, cuando les conocí…como perros callejeros, recorriendo las calles y alimentándose de basura y ratas.

El muchacho de cabellos de plata asintió en silencio, con un destello de aprobación en sus extraños ojos violáceos.

De pronto la puerta del comedor se abrió con estrépito dando paso a un espigado mayordomo enteco como la cecina, de ojos sin brillo, que se acercó renqueando y depositó una bandeja enorme en el centro de la mesa. La bandeja estaba repleta de lo que parecía un guiso de carne cubierto con una espesa salsa encarnada, sin guarnición de ningún tipo. Dejó junto a aquel estofado una pequeña fuente llena de algo parecido a unto amarillento, y se dispuso a llenar la copa de la Mamma de un líquido espeso y negruzco.

--Gracias, Giovanni—murmuró ella, acercándose a la nariz la copa a rebosar—excelente cosecha, cargada de frescura…

Dio un sorbo prolongado a la copa, y a una señal de su mano el llamado Giovanni procedió a llenar las copas del resto de comensales. Cuando terminó su cometido, abandonó renqueando la habitación.

--Bien, querida—dijo la Mamma secándose unas gotas de la barbilla con el dorso de la mano—cuéntanos algo de ti. ¿Te llamas Claudia, no es eso?

La muchacha asintió levemente.

--Así es, señora.

--Molto bene, precioso…--sonrió la anciana como un sapo inflado—lindísimo nombre…y dinos, ¿qué edad tienes?... ¿Aún vas a la escuela?

Mientras la Mamma hablaba, Tolep se levantó resueltamente para cortar la carne y comenzó a servir sendos pedazos en los platos repujados en oro.

--Tengo dieciséis años, señora—respondió la joven educadamente—mi tía me sacó del internado hace unos días para venir a visitarla a usted…

Su voz flotó en el espacio como una caricia, como el vuelo de un pájaro en la oscuridad.

--Oh, claro—asintió Mamma Fusco--¡ma que torpeza la mía! Tu querida tía me lo dijo…quería precisamente que yo te acogiera, primero para iniciarte y luego ya veríamos,…ya veríamos, sí…un buen futuro te espera, sin duda—añadió, examinándola con ojo crítico.

--Gracias, señora, por recibirme…--murmuró Claudia, volviendo a clavar la mirada en la comida—mi tía quiere que trabaje para usted.

--Sí, sí, claro…--replicó la anciana, revolviendo con el tenedor la carne que había en su plato—ya veremos, linda, ya veremos…

Reclutar a la joven para que formara parte de su progenie era una decisión difícil, incluso para Mamma Fusco. La chica tenía un aspecto inmejorable, y su intuición le decía que buenas cualidades, pero era necesario probarla primero. Parecía frágil en cualquier caso, demasiado frágil para pertenecer a la familia…ya se vería de lo que era capaz, después de la cena…ya se vería si es que aquello realmente merecía la pena.

--Pero antes que nada quiero presentarte a mis hijos—sonrió de nuevo la anciana, aparentando despreocupación—a tu izquierda está sentado Eyvan, procaz pero buen muchacho, y de buena familia aunque ya no quede nadie de su estirpe, ¡lástima! No te dejes impresionar por su pelo de plata, es el más joven de los que estamos aquí, sin contarte a ti, preciosa mía.

El chico de largos cabellos plateados miró a Claudia con una sonrisa y le guiñó un ojo en señal de saludo.

--A su lado Nanuk, no habla demasiado pero es un verdadero ángel…luego tenemos a Notnu, un brillante muchacho—continuó la Mamma señalando a un chico rubio de grandes ojos azules—Escapó de su hogar cuando no era más que un niño, y yo le acogí en mi seno…me ha dado muchas satisfacciones…

Claudia miró a uno y a otro intentando sonreír, haciendo levísimos gestos de saludo. Nanuk, un hombre cuya elevada estatura se apreciaba a pesar de estar sentado, levanto los ojos ambarinos de su plato y mantuvo la mirada de la joven en un hilo tenso, sin sonreír. Notnu, el chico rubio, sonrió ampliamente sin embargo y le tendió la mano.

La joven no se detuvo a pensar lo incongruente de las presentaciones, pues saltaba a la vista que Eyvan, a quien la Mamma se había referido como "el más joven", aparentaba tener mucha más edad que Notnu, por ejemplo. Le pasó desapercibido el hecho de que aquel muchacho de cabello plateado y más historia en sus facciones que muchos otros era imposible que fuera el más joven de los que se hallaban sentados a la mesa, quizá por lo nerviosa que estaba. Fue como ver los árboles y no ver el bosque, precisamente por escuchar tan atentamente, por esforzarse al máximo en no perder detalle de lo que decía Mamma Fusco.

--Bruno, Andrea y Annunziata—prosiguió la anciana señalando a los tres siguientes con su huesudo dedo—son hijos míos reales, aunque no del mismo padre, claro—se sonrió—y frente a ti, Tolep el egipcio, el hijo que vino de más lejos, pero no por ello el menos importante…

Éste último sonrió a la joven, atrapando su mirada en el cepo de sus ojos verdosos sin querer dejarla escapar.

--Estos son los hijos que quería que conocieras esta noche, querida Claudia—dijo la Mamma masticando un delicado pedazo de carne tierna—ahora que ya te los he presentado, espero que no tengas inconveniente en mostrarnos tú ese bonito cuerpo que tienes…--añadió con ligereza, como si le hubiera pedido a Claudia que le dijera la hora.

La joven reprimió una exclamación de asombro. ¿Qué era exactamente lo que le acababa de pedir aquella anciana de modales tan exquisitos?…

--¿Perdón, señora?—inquirió, sin estar segura de haber entendido bien.

--Desnúdate, querida—aclaró Mamma Fusco con amabilidad, quitándole importancia al gesto de incredulidad que se había dibujado en el rostro de la joven—quítate al menos la parte de arriba del vestido, para que mis hijos y yo podamos apreciar tus hermosas tetitas mientras comemos…

La muchacha se puso muy nerviosa, sus mejillas tomaron de pronto un color rojo sangre y se llevó las manos a los pechos, por encima de la tela de su vestido. El corazón amenazaba con desbocársele.

--Oh, no tengas miedo, cariño…--sonrió Mamma Fusco, sin dejar de engullir pedazos de carne—Eyvan, querido, ayúdala…

El muchacho de cabello plateado reaccionó inmediatamente, tomando con suavidad las manos de la joven y apretándolas entre las suyas durante un instante.

--Tranquila, Claudia, bonita…--murmuró—no te pasará nada…

Y la hizo girar suavemente hasta darle la espalda para comenzar a desabotonarle el vestidito azul.

--No la toques—advirtió Mamma Fusco en un tono súbitamente cortante—desnúdala, Eyvan, pero no la toques.

--No lo haré—murmuró el muchacho, terminando de desabotonar cuidadosamente el vestido de la alterada Claudia. En realidad se moría por desgarrarlo y arrancárselo a mordiscos, pero tenía que guardar las formas delante de la Mamma…

Claudia emitió un quejido y tembló cuando sintió el aire frío sobre su piel, y la tenue caricia de los dedos de Eyvan retirando la parte superior de su vestido, dejando sus hombros al descubierto.

--Saca los brazos, bonita—murmuró éste en su oído, tirando suavemente de la tela—para que pueda quitártelo del todo…tranquila…

La joven deslizó, obediente, sus blancos brazos fuera de las mangas de encaje del vestido azul, quedando definitivamente desnuda de cintura para arriba. Sus pequeños pechitos de púber se agitaron y los pezones se le endurecieron al contacto con el aire frío. Ella luchó por taparlos pero inmediatamente sintió las manos de Eyvan tirando suavemente de sus muñecas, así como el cuerpo del muchacho casi pegándose a su espalda.

--No, no te tapes, preciosa…estás muy bonita así…

A continuación, sin poder contenerse, Eyvan posó sus labios en la espalda desnuda de la joven, humedeciéndola con un beso tierno y cálido. Claudia cerró los ojos y se estremeció. Pudo sentir el roce tenue de los dientes del muchacho más allá de sus labios de fuego.

--¡No la toques, desgraciado, te he dicho!—chilló Mamma fusco golpeando fuertemente con el puño sobre la mesa, haciendo saltar su plato y su cubierto--¡ya la harás gozar cuando yo te lo diga! Ahora quítale las manos de encima para que pueda verla…Oh, espléndido, hermoso cuerpo, sí… sin duda…Gírate, preciosidad…

Aún estremecida por la vergüenza, la cara roja y las mejillas temblorosas, Claudia se volvió lentamente hasta quedar de nuevo frente a su plato, sin querer mirar a la Mamma que la observaba impasible sin dejar de engullir la carne.

--No te preocupes, Claudia, estás deliciosa…

Sin atreverse demasiado, la joven levantó los ojos. Quien había hablado era Notnu, el jovencito de ojos azules, sin un asomo de lascivia en la voz a pesar de sus rotundas palabras. A su lado, Nanuk había dejado de comer y se pasaba la lengua por los labios, observando a Claudia fijamente.

--Sí, bonitos pechos—convino Andrea, limpiándose las fauces distraídamente.

Claudia volvió a mirar al suelo, profundamente turbada.

--¿Lo ves, querida?—canturreó Mamma Fusco—no hay de qué avergonzarse, todos te admiramos…

Extendió la mano para tocar, con sus largos dedos pringados de grasa, la suave redondez del pecho de Claudia que le quedaba más cerca.

--Mira, muy firmes y turgentes…--sonrió para sí mientras lo apretaba entre sus dedos y lo exploraba, pellizcando el endurecido pezón—unos buenos pechos, qué delicia…resultarán muy agradables de acariciar, y de besar…

Claudia comenzó a asustarse de verdad. Sabía por qué había ido a la mansión de la Mamma, sabía lo que su tía quería y lo que se esperaba de ella…pero no tenía ni idea de lo que aquella gente iba a hacer exactamente a continuación. Aquellas personas no eran…no actuaban como personas normales. Su tía no le había mencionado nada en cuanto a lo inquietantes que resultaban. En el fondo, Claudia se sentía observada por ocho pares de ojos demoníacos, ojos pertenecientes a seres alados del infierno que sólo tenían cabida en su fantasía…pero los demonios no existían, ¿verdad?...

…¿verdad?...

--¿Te gustaría que te besara los pechos, Claudia?—murmuró Eyvan, rozando con sus dedos la mano temblorosa de la joven.

--No lo harás, caro mío, aún no…--replicó la Mamma.

Eyvan clavó su mirada violeta en la turgencia de los pechos de Claudia.

--No, Mamma, sólo era una pregunta. ¿Te gustaría, Claudia?—insistió, buscando con la mirada los ojos de la joven.

Tolep observaba la escena sonriendo, el compromiso en el que se hallaba la indefensa niña, pobre conejito tierno… sacó un pie de su zapato, y lo estiró para acariciar el empeine de la joven, aún calzada con unos escarpines de charol negro.

Claudia retrocedió asustada, echando su pie hacia atrás cuando sintió la caricia de los dedos de Tolep, enfundados en una fina media, directamente sobre su piel. Levantó los ojos hacia Eyvan, que la miraba expectante, la pregunta formulada aún flotando en el aire.

--Si a vos os complace…--murmuró, buscando en su cerebro la respuesta adecuada para no dejar mal a su querida tía. Tenía que ser complaciente, aunque sintiera miedo, a pesar de la inquietud.

--Pues claro que me complace—sonrió Eyvan—lo haría encantado…

La joven volvió a sentir el pie de Tolep, esta vez reptando sobre su pierna, subiendo hacia su rodilla y jugueteando allí con los dedos en la parte interna de su muslo desnudo, por debajo de la falda, amenazando con dirigirse a la zona entre sus piernas.

--Yo también lo haría—añadió Notnu, riendo.

--Y yo…--rió a su vez Bruno, asintiendo con fervor.

--Y yo…--susurró Tolep sin sonreír, hincando su talón en el torneado muslo de Claudia—Si me dejarais, mi dama…

Ésta dio un respingo y sintió como un escalofrío ascendía por su columna vertebral. Comenzó sentir un violento calor que se agolpaba en sus mejillas, sus sienes, su cuello…

--Bueno, cada cosa a su tiempo—sentenció la Mamma—no has comido apenas, querida. Deberías probar este guiso, es de lo mejor…

Mecánicamente, por mera educación en mitad de la confusión que sentía, Claudia se llevó a la boca un pedazo de carne, el pie de Tolep aún enclavado bajo su rodilla. El bocado le resultó repulsivo de puro tierno, más aún en la situación en la que se hallaba, semidesnuda delante de completos extraños. Se atragantó y le sobrevino una arcada.

--Oh, querida, ten cuidado…--dijo la Mamma con sincera preocupación—es demasiado jugoso, podrías ahogarte…

Claudia escarbó en su plato. Hebras sanguinolentas parecían nadar en la salsa del estofado, como si la carne que había cortado no estuviera del todo hecha. Sintió asco al pensar en carne cruda, era una niña escrupulosa aunque supiera perfectamente cómo comportarse en sociedad. Disimulando su repulsión, tragó el trozo de carne que prácticamente se había deshecho en su boca.

--Eso es…--murmuró Mamma Fusco, que había parado de comer por primera vez para observarla--¿Es de tu agrado, querida?

--Sí, señora—respondió Claudia con un hilo de voz, forzándose a meterse en la boca otro trozo de carne.

Se le revolvían las tripas.

Mamma Fusco terminó lo que quedaba en su plato, y al ver que los demás continuaban comiendo, se sirvió ella misma una nueva ración con gesto de deleite.

--Este guiso es una verdadera perdición…--sonrió mientras comía, dejando entrever hebras de carne entre sus pequeños dientes ligeramente puntiagudos—sería capaz de comerme camiones llenos de…hmmmm….de esta carne tan sabrosa…

La pobre Claudia sudaba por el asco y las náuseas, así como por la aprensión que le causaba sentir la caricia de Tolep sobre su piel.

Eyvan le acarició una mano levemente durante un segundo en el que la Mamma no miraba, absorta en su degustación, y por extraño que pudiera parecer, Claudia agradeció el gesto. Sus ojos de princesa se encontraron con los ojos del joven, y bajo la chispa vivaz y salvaje ella creyó ver un halo de calor tranquilizador, que le sirvió de refugio durante tan sólo un instante.

Muchas eran las sensaciones encontradas que se anudaban en su estómago. Se sentía incapaz de ingerir un bocado más…

Bajo la atenta mirada de Mamma Fusco, tomó otro pedazo, y casi inmediatamente fingió limpiarse la boca y escupió aquella carne de origen incierto en la servilleta. No sabía lo que era, si era la forma en la que estaba cocinada o dónde estaba exactamente la diferencia, pero nunca había probado un sabor igual…tierno y dulzón, con una nota sanguinolenta que le hacía desear vomitar…

Realizó la misma operación varias veces durante la cena, encontrándose con los ojos de Eyvan cada vez que podía, cada vez que Mamma Fusco les daba ocasión. No bebió vino de su copa pero sí pidió agua, a lo que la Mamma llamó al mayordomo Giovanni con un manojo de campanillas para que se la trajera.

--¿Tienes frío, Claudia?—preguntó de pronto Bruno desde la otra esquina de la mesa—desde aquí se te ve la carne de gallina…

Algunos comensales sonrieron y lanzaron a la joven miradas de soslayo.

Pero Claudia estaba muy bien aleccionada por su tía—digamos que entre atormentada y amenazada, por razones que le avergonzaban profundamente-- en que tenía que complacer a aquellos hombres, costara lo que costara. Y Mamma Fusco no aprobaría que ella quisiera volver a cubrirse…

--No, está bien así—musitó, tratando de sonreír a Bruno con su boquita de fresa.

--¿Seguro?—insistió este con una sonrisa torva—desde aquí veo tus pezones duros como dos guijarros…

Algunos de aquellos jóvenes rompieron a reír, y Claudia bajó los ojos visiblemente abochornada. Pero las risas fueron silenciadas rápidamente por una mirada de Mamma Fusco que cortó la penumbra en dos.

--¡Respetad a nuestra invitada!—silbó entre dientes—es una dama, tratadla como tal. Si la tratáis como una puta no me quedará más remedio que anular nuestra reunión…

Las risas cesaron y sólo se escuchó el ruido de masticaciones y cubiertos entrechocando con los platos, hasta que por fin terminaron de cenar.

--Es tarde—murmuró Mamma Fusco, aún malhumorada por el incidente que se había producido hacía algunos minutos—los postres pueden esperar, ¿no crees, cariño?

Se giró hacia Claudia y la contempló con gesto interrogante.

--Sí, señora, como dispongáis.

--Bien—carraspeó la Mamma—yo creo que debemos empezar ya; la noche es larga, pero hemos de aprovecharla.

Claudia asintió con la mirada baja, sintiendo clavados sobre ella los ojos de la Mamma y el talón de Tolep aún acariciando sus piernas, bajando hasta sus tobillos, describiendo la curva de sus pantorrillas…

--Sí, señora.

--De acuerdo, querida—murmuró la Mamma, apartando su plato vacio para agarrar la mano de la joven por encima de la mesa—ahora has de escoger a tres de mis hijos para pasar con ellos las horas que nos quedan…piénsatelo si quieres, pero no te demores mucho…elijas lo que elijas, elegirás bien, y no lo digo porque yo sea su madre…

Aunque Mamma Fusco intentara aparentar seguridad y sonreír, el hecho era que la ansiedad se pintaba en sus malvados ojuelos color carbón. "¿A quién escogería para su debut?" se preguntaba con curiosidad "¿se decidiría Claudia por los mismos hombres que habría escogido ella misma en su mente, para aquel primer encuentro?

Claudia no tardó mucho en señalar a sus elegidos, pues ya tenía su decisión tomada, al menos en parte.

Escogió a Eyvan porque sus miradas le habían dado una ráfaga de confianza entre la vergüenza y el temor, durante la horrible cena.

Escogió a Notnu por sus ojos azules, que le atraían y le inquietaban como dos océanos inmensos llenos de preguntas.

Y por último, tras dudar unos instantes, escogió a Tolep, porque Nanuk le daba miedo con la fría mirada de sus ojos ambarinos; porque Bruno le producía rechazo, porque Andrea le daba aún más miedo que los otros… porque Annunciatta no había dicho palabra alguna y además era mujer, y no era que Claudia rechazase a las mujeres—había soñado con tener encuentros sexuales con alguna de sus mejores amigas—pero no estaba segura de si yacer junto a un ser de su propio sexo entraría dentro de las rígidas instrucciones de su tía…

Y, sí, eligió a Tolep porque la había atraído desde el primer momento, y porque la había excitado. Mucho antes de haberla acariciado con el pie por debajo de la mesa. Aunque ella misma se negaba a admitirlo y se había escudado en que lo elegía por descarte, esa era la verdad, que a ojos de Mamma Fusco resultó muy evidente.

Así pues, con la mirada fija en su plato medio lleno, Claudia formuló los nombres de sus tres elegidos, sin querer detenerse a pensar en lo precipitado de su elección.

--¡Bravo, pequeña!—exclamó Mamma Fusco sin poder disimular su alegría. Claudia había escogido a los que más se merecían su confianza, su confianza oscura como oscura era su persona. No a los mejores. Había escogido a tres criaturas fuertes y leales, sin un asomo de debilidad, salvo tal vez…bueno, ya se vería. Había escogido pronto y había elegido ella, como tenía que ser.

Tolep apartó por fin su pie de los ya calientes y friccionados muslos de la joven, y sonrió ampliamente. "Gracias, mi dama" pudo leer Claudia en sus labios sin que él llegara a pronunciar palabra.

--Bien, los escogidos, quedaos aquí—dijo Mamma Fusco con voz autoritaria—el resto, ya sabéis, si no tenéis nada que decir, abandonad el comedor…en otra ocasión será, queridos míos. Annunziata, tú no te vayas, quédate, por favor.

Poco a poco, los no elegidos se levantaron para marcharse, con cierto desencanto pintado en sus caras. Antes de salir por la gran puerta de doble hoja, Bruno le lanzó a Claudia una mirada de profundo resentimiento; gesto terriblemente humano que no le pasó desapercibido a la Mamma, que le reprendería después.

Sólo quedaron en la sala, aún sentados frente a la sólida mesa de madera, los tres elegidos, Mamma Fusco, Annunziata y por supuesto Claudia, la joven virgen.

--Bien—resolvió la Mamma, cuando las puertas del comedor se hubieron cerrado y los pasos de los que se fueron se hubieron perdido en la lejanía del corredor—ahora, como sabéis, ha llegado el momento de la iniciación de Claudia.

Tolep asintió imperceptiblemente, mientras Eyvan lo hizo con vivacidad. Notnu contemplaba a Claudia sonriendo, con los ojos brillantes.

--Querida—dijo la anciana dirigiéndose a Claudia—preciosa niña, ahora Annunziata te acompañará y te ayudará a asearte; no es que creamos que no estás limpia, pero digamos que para esto necesitas… una higiene especial…no queremos que los restos de putrefacción y otros obstáculos nos arruinen la noche, ¿verdad?

Claudia asintió tímidamente.

--Bien, mis chicos se prepararán también mientras tanto…no tengas miedo, Annunziata no te hará daño, sólo te ayudará… ¿Lo entiendes verdad, preciosa niña?

--Sí, señora—respondió la joven, y se levantó despacio para seguir a Annunziata, que le tendía la mano con una sonrisa humilde.

--Vamos, Claudita, cariño—musitó esta última con un acento extraño y cortante, aunque habló con dulzura—ven conmigo…

Claudia asió la mano de la Annunziata, y caminó junto a ella los pocos pasos que le separaban de una puerta oscura, aquella por la que se colaba la corriente húmeda que apagaba las velas de la mesa en el comedor.

Annunziata tomó un candelabro de la mesa, asió el picaporte de hierro forjado y empujó la puerta entreabierta, tragándosela a continuación la negrura que se adivinaba más allá. Claudia la siguió por el estrecho pasillo y la puerta se cerró tras ambas, dejando atrás el salón.

--Ven, por aquí—dijo Annunziata asiendo más fuerte la mano de Claudia—ten cuidado, hay escaleras…

Iluminado su paso tan sólo por la luz de las tres velas que portaba el candelabro, Claudia logró distinguir una pared rugosa de piedra cubierta en algunos recodos de verdín. Se escuchaba en la oscuridad un intermitente goteo, como si estuvieran sumergiéndose en una cueva cada vez más húmeda cueva, excavada en los huesos de una vieja montaña. Telas de araña de palpable grosor se extendían entre las desiguales piedras del muro, y en el techo. Pequeños insectos crujían y se replegaban en su camino, escondiéndose a cada paso que daban. Claudia rezó por no ver ninguna rata, y sus ruegos fueron escuchados, aunque no verlas no implicaba que no las hubiera…

CONTINUARÁ

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Mi querido amigo Silver (8): me estás matando

Sexcitator

¡Alex, viólame, por favor!

Soy tu puta

Mi querido amigo Silver (7): En solitario.

Mi querido amigo Silver (6): fiebre

Esta tarde he visto tu sonrisa

Mi querido amigo Silver (5): una buena follada

Mi querido amigo Silver (4): en la boca del lobo

Mi querido amigo Silver (3): Frío en Agosto

Mi querido amigo Silver (2): Hablar en frío.

Mi querido amigo Silver