Mi amante nocturno, de quien nunca me he atrevido a hablar, es un ser de agua.
Su piel azul acerado es suave y resbaladiza, tal vez parecida al tacto a la de un delfín: suave pero áspera si uno la acaricia a la contra, aunque no llega a ser escamosa. Sus ojos son dos estrellas negras en el lienzo de su rostro de proporciones suaves y rectas; su boca, un receptáculo de besos húmedos que me ha proporcionado más de mil orgasmos con sabor a mar desde que yo descubrí el sexo
Su rabo, un suave cilindro enormemente largo, grueso y flexible, constantemente lubricado por la emisión de un espeso líquido capaz de preñar. La primera vez que vi su órgano me dio miedo, y le hice prometer que no me penetraría Él sólo sonrió y me dijo que no me preocupara, que confiara en él
Esa misma noche, húmeda y rota por los besos y caricias que me había entregado durante horas, con el coño desbordado, cargado de jugos calientes míos y suyos, y tremendamente abierto, le pedí a gritos que me la metiera toda entera de golpe, que me follara, que me perforara con aquel pollón de dimensiones imposibles
No lo hizo. Cumplió su promesa y se contuvo hasta el final, manteniéndose fiel a su palabra a pesar de la llama que ardía en sus pupilas negras. Pero el cabrón redobló ante mi deseo la intensidad de sus caricias, de sus abrazos, de los masajes con su lengua de miel salina hasta que por poco me parte en dos de puro placer. Recuerdo que me hizo tener tantos orgasmos bajo las olas que confundía uno con otro; tantos, que después de yacer junto a él me dolía y me latía el coño por dentro y por fuera. Masturbó mi jugosa fruta con sus dedos y su lengua, tomándose tanto tiempo Lo hizo con tanta delicadeza, con tanto deseo por conocerme y conquistar mi placer , que cuando lo logró no supimos parar
Y la noche siguiente volví a visitarle, escarmentada de mi miedo, dispuesta a recibir dentro de mí su ambicioso miembro ansioso por poseerme.
Esa noche me recibió con un despliegue de cariño, besos y palabras bajo la luna, y después se afanó en preparar adecuadamente mi coño durante horas, tocándolo como sólo él sabe hacerlo, lamiéndolo, penetrándolo con los largos dedos de músico del mar, para ir dilatándolo con cuidado hasta que me pudiera caber en él un obús sin hacerme daño.
Me comió el coño como las olas del mar besan los tobillos de los que pasean por la playa: fue dulce, cálido y frío a la vez, retirándose queriendo arrastrarme con él, volviendo a hendir con su lengua mi arena, dejando su rastro al volver a marcharse Con suavidad balanceó las algas pegadas a mis rocas al compás de un vaivén de deseo alternativo y constante que me calaba hasta los huesos.
Tengo un amante de agua, que me folla y es a la vez el amante de mi alma. Viviría anclado en mi coño de sirena y en mis palabras traidoras, y yo no podría conciliar el sueño sin escuchar su voz.
Un amante siempre tranquilo, pero surcado por violentas corrientes internas. Calmo en su superficie, pero no por ello predecible. Mi amante del mar.
Cada día te dedico un pensamiento, pero hoy, por primera vez, escribo sobre ti.
Gracias por despedirte cada noche de mí con tus besos de agua