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Fabián se desata

en Dominación

Fabián se desata.

Este relato es una continuación de "Fabián y su hermana", del genial Lukasses, con conocimiento y consentimiento previo del autor. Amigo Luk, espero perdones mi atrevimiento, pero no podía dejar que Fabián muriera…

Diez meses llevaba la señorita Mónica viviendo en la mansión de su madre, y diez meses llevaba Fabián, su hermano mayor, prestándole servicio y cubriendo todas sus necesidades con total devoción e incuestionable entrega. Y es que, por encima de ser su hermano, Fabián era el esclavo de Mónica… y por supuesto el esclavo de Adriana, la mujer que antaño había sido su madre.

El muchacho había sido, desde su más tierna infancia, adiestrado para ser un objeto de servidumbre y placer. Su madre—que ya no era su madre, sino la "Señora"—lo usaba a diario para cubrir cualquier necesidad; al principio necesidades básicas como asearse o vestirse, sin dejar de lado el cuidado y la limpieza de la enorme casa donde vivían…luego, a medida que Fabián fue creciendo, vinieron otros requerimientos relacionados con placeres más íntimos y profundos, en absoluto confesables para una sociedad actual europea.

Pero Fabián aceptaba en todo momento su condición de esclavo; al fin y al cabo, era culpa suya que su madre hubiese tenido mala suerte, que se separara de su padre y este se fuera a vivir tan lejos, que le odiase…la culpa era su verdad y su pecado; y la degradación, una purificante y dulce expiación para su alma.

La Señora, por su parte, vivía de puertas para dentro una mezcla imposible de emociones: por un lado, desde el principio había sentido aversión hacia su hijo ya que en él veía una réplica en miniatura de su odiado ex esposo; certeza que desataba en ella un profundo asco y unos terribles deseos de hundirle, de anular su frágil personalidad ya de por sí de naturaleza sensible y sumisa. Sin embargo otras veces, sorprendiéndose incluso a sí misma, sentía una leve ráfaga de cariño hacia Fabián; débiles rescoldos de algo parecido al amor maternal, instintivo y arcaico…y durante una fracción de segundo, experimentaba compasión y cierta ternura hacia el joven, quien parecía siempre deslumbrado, dispuesto a amarla como a una divinidad, asumiendo sin una queja su condición. Aunque desde luego era mayor el placer derivado de hacerle suyo, de hacerle "pagar", de hacerle daño, de humillarle.

Cuando los padres de Fabián y Mónica se separaron se repartieron los hijos: Mónica, que acababa prácticamente de cumplir los tres años, fue a vivir a Ghana con su padre mientras que Fabián, que tenía apenas siete, se quedó en España, en casa de su madre. De modo que al morir el padre de ambos, Mónica se vio obligada a dejar su casa en Ghana y a marcharse a España con su madre, a la que no veía desde hacía unos catorce años.

Mónica recordaba vagamente haber tenido un hermano…recordaba su nombre, Fernando, y también que era mayor que ella, y que la defendía y la adoraba…

Pero el mismo día de llegar al domicilio de su madre, ésta le explicó que Fernando había muerto el día que ella misma decidió cambiarle el nombre por el de Fabián, y que desde entonces él estaba ahí para servirlas a ambas y cumplir sin reparo cada una de sus órdenes.

La sorpresa inicial de Mónica dio paso, casi inmediatamente, a una precipitada aceptación de la situación expuesta por su madre. Después de todo, ella había vivido durante muchísimo tiempo en Ghana…y allí estaba acostumbrada a tener una esclava propia, aunque bien es verdad que pensaba que esos lujos estarían fuera de su alcance en aquel lugar conocido como "Primer Mundo". Sin pensar demasiado en lo que todo aquello suponía, una parte de sí misma se regocijó al saber que de nuevo dominaría a otro ser humano, y el hecho de que Fabián fuera su propio hermano despertaba en ella una excitación extraña, un hormigueo constante de inconfesable felicidad que ni ella misma sabría poner en palabras.

Fabián era un chico de unos veinte años, de rasgos delicados y bellos, y Mónica sintió una gran atracción por él desde el momento en que le vio…al mismo tiempo que un indescriptible placer al saberle rendido ante sus botas.

En ocasiones, Fabián había satisfecho con creces las necesidades sexuales de su hermana, aunque muy raras veces se le había permitido a él acabar y correrse. Si acaso, alguna vez que hiciera especialmente bien sus "funciones", Mónica le dejaba masturbarse frotando su miembro a reventar contra las plantas de sus pies…pero eran pocas veces, y nunca jamás le había permitido llegar a penetrarla. Esa era una idea espantosa de puro impensable, un secreto que sólo alcanzaba a cumplirse en los sueños más turbios de Fabián, y él mismo la desechaba horrorizado, avergonzado, presa del rechazo que le producía la culpa…él era un miserable esclavo y jamás merecería ni tan siquiera pensar en penetrar a su dueña…ya tenía bastante privilegio con saborear las mieles de su coño cuando esta se lo ordenaba.

Fabián se sentía avergonzado solo de pensar en penetrar a su hermana, por eso jamás hubiera esperado lo que sucedió el día del cumpleaños de Mónica…

 

Treinta de Mayo de año 2005. Ese era el día en que Mónica cumplía dieciocho años.

La semana anterior a la señalada fecha había sido un calvario para Fabián, principalmente porque la Señora estaba histérica preparando hasta el mínimo detalle de la fiesta-- llamando a los invitados, eligiendo las flores, buscando la mejor vajilla--y descargaba sobre el joven las frustraciones propias derivadas de que las cosas, en eventos importantes, siempre parecen retrasarse o no salir como debieran.

Mónica estaba exultante de alegría porque había conseguido que su madre cediera y, tras la aburrida fiesta familiar con parientes y amigos cercanos, le permitiera continuar los festejos por la noche en una sala de fiestas de un conocido hotel de la ciudad. La opulencia de la familia era fehaciente y Adriana sabía que podía permitirse un enorme derroche económico…pero aún así, le preocupaba la idea de que su hijita se despendolase sola en una fiesta, lejos de su alcance, lejos de su vigilancia. Por ello hizo algo perfectamente lógico en su cabeza de adinerada mujer consentida: obligó a Fabián a que la acompañara, bajo la amenaza de que si algo malo le ocurría a su hija le azotaría hasta matarlo.

A Fabián le puso terriblemente nervioso la idea…

Había acompañado a Adriana frecuentemente a fiestas de alto copete, pero esto no era lo mismo. Nunca había salido de casa con una pandilla de chicos y chicas aproximadamente de su edad que tuvieran el único propósito de divertirse.

Intuía que para su hermana sería fastidioso tener que llevarle detrás en la fiesta, sabía que él no era la compañía adecuada…Mónica tenía un "novio", o al menos eso le había contado a Fabián en un alarde de superioridad, de manera que lo último que querría sería que alguien la siguiera los pasos y la vigilara, más aún cuando iba a pasar la noche en un hotel de lujo, con habitaciones provistas de inmensas camas a su entera disposición…

Pero, aun siendo consciente de todo esto, ni se le pasó por la cabeza objetar réplica alguna. Las órdenes de su ama estaban, desde luego, por encima de la opinión y de los sentimientos de Fabián…

 

Al fin llegó el día señalado.

Fabián jamás olvidaría el momento en el que vio a Mónica bajar las escaleras hacia el engalanado salón, vestida con aquel traje de seda india que había comprado expresamente para ese día. Estaba exuberante, guapísima, los firmes pechos marcándose bajo la seda blanca, la leve transpiración del nerviosismo perlando su cuello adornado con una sencilla gargantilla de oro.

Era la primera vez que se celebraba una fiesta en casa de doña Adriana, y también era la primera vez que Fabián el esclavo se veía obligado a sentarse a la mesa con el resto de comensales, como un invitado más. Desde luego sólo el más estrecho círculo de Adriana sabía la verdad sobre lo que ella había hecho de su hijo, y entre las personas que lo sabían no estaban incluidos los primos y tíos de Mónica, vinculados únicamente a ella pues procedían en su mayoría de la rama paterna, así como algún amigo reciente que Mónica había hecho en España.

La circunstancia de abandonar durante unas horas su rol de esclavo alteró tanto a Fabián que no probó bocado durante la cena. Se sentía irremediablemente fuera de lugar, terriblemente incómodo, con miedo.

Entre toda aquella gente había personas que él jamás había visto, que probablemente era de hecho la primera vez que pisaban la mansión con motivo de ver a Mónica, y le saludaban a él no como su hermano—pues Adriana decidió ocultar su identidad alegando que su hijo estaba fuera—sino como un amigo de la familia.

Aquella sucesión de escenas sin sentido terminó por marearle, y se encerró en sí mismo sin decir una palabra, con los ojos fijos en la brillante cubertería de plata y en el centelleo de la luz de las velas sobre la cristalería.

Mónica le miraba de hito en hito, con una chispa juguetona en sus ojos negros. Inexplicablemente parecía disfrutar con aquella pantomima cuando miraba el rostro crispado de Fabián, para dejar poco después de tenerle en cuenta cuando algo nuevo reclamaba su atención. En realidad, ella era el centro de aquella fiesta…no podía pasarse el tiempo pendiente de su esclavo. Aunque…Fabián estaba realmente guapo aquella noche, tenía que admitirlo; más guapo en realidad de lo que ella hubiera podido imaginar…

Cuando terminaron de cenar, personal de servicio contratado de manera externa para la ocasión retiro los platos de la mesa, y sirvió el café en pequeñas tazas.

--Vamos, arréglate—susurró Mónica, levantándose de su silla y dándole un codazo a Fabián, disimulando una risita—tienes que acompañarme…

Fabián la siguió con cierto atrevimiento por el pasillo hacia el pequeño cuarto de aseo, donde Mónica había comenzado a retocarse el maquillaje frente al espejo. Un ribete aquí, un brochazo allá, una nube de denso perfume que olía a fantasías nocturnas y prohibidas…

--Señorita Mónica…--balbuceó Fabián con la mirada en sus zapatos—yo…lo siento mucho…

Ella frunció el entrecejo, observando el rostro contrito de su esclavo por el espejo manchado de gotitas de agua.

--¿Qué dices?—preguntó ásperamente--¿qué es lo que sientes?

Fabián se removió un poco, incapaz de disimular su turbación.

--Pues…aguarle la fiesta a la señorita el día de su cumpleaños…

--¿Aguarme la fiesta?—Mónica soltó un bufido y enarcó las cejas, sonriendo--¿A qué te refieres?

Comenzó a aplicarse el brillo labial con un pequeño pincelito, describiendo a la perfección el contorno de sus labios que inmediatamente parecieron pétalos de rosa, turgentes y jugosos como una fresa madura.

--Siento tener que acompañarla al hotel, señorita…son órdenes de la Señora…

"No debería haber hablado" pensó inmediatamente Fabián, con temor de que Mónica pensara que cuestionaba una orden directa de su madre; ella jamás toleraría una falta de respeto semejante. No se trataba de eso…pero era difícil satisfacer a las dos al mismo tiempo, y a veces, completamente imposible.

A la muchacha no le pasó desapercibido el leve temblor de la barbilla de Fabián, que se obcecaba en permanecer baja, casi rozando su pecho. Sonrió con la ternura que provee la superioridad, ante aquel joven tan indefenso y siempre deseoso de agradarla.

--No lo sientas—replicó mientras daba los últimos retoques a su peinado—me vendrá bien que me acompañes…

Fabián levantó los ojos sin poder disimular su asombro, y acto seguido volvió a bajarlos tras el fugaz encontronazo con los de su hermana, que le contemplaban desde la superficie pulida del espejo.

--…Siempre y cuando te portes bien y hagas lo que yo te diga…--ronroneó esta para concluir.

--Por supuesto, señorita—se apresuró a responder Fabián, embargado por la ilusión.

--Bien…

Mónica cerró con un chasquido su estuche metálico de maquillaje, y lo dejó en el lavabo puesto de cualquier manera. Ya lo recogería su abnegado esclavo al día siguiente.

--Fabián, mírame—ordenó con aire de triunfo, plantándose en el quicio de la puerta a escasos centímetros del muchacho.

Éste levantó los ojos tímidamente, mareado por el perfume de la piel de su amita, y los bajó a la velocidad del rayo, acalambrado por la vergüenza.

--¿Estás sordo?—le increpó Mónica, elevando un poco el tono de voz--¡te he dicho que me mires! Vamos, ¡mírame!

Fabián se obligó a obedecer, y levantó de nuevo los ojos hacia aquella diosa nacarada.

--Está…está muy guapa, señorita…—musitó con un hilo de voz, sin esperar a que su amita hiciera ninguna pregunta. Él intuía (sabía) que la pregunta estaba implícita en la orden, y que esa era la respuesta que se esperaba de él, además de ser una verdad apabullante.

Al momento constató que había hecho lo correcto, cuando Mónica sonrió embelesada tal que si Fabián hubiera pulsado el resorte de su felicidad.

--¿Tú crees?—preguntó, dando una vuelta completa, agitando el vuelo de su vestido--¿no lo dirás para halagarme?...

Fabián asintió imperceptiblemente.

--Está preciosa—afirmó, bajando de nuevo los ojos sin poder evitarlo—está preciosa como nunca, señorita Mónica.

 

La luz blanca se derramaba por las paredes de la sala de fiestas, procedente de suntuosas arañas de cristal, y lanzaba destellos contra los enormes espejos que adornaban los paneles de madera brillante. Bajo una enorme bola multicolor que centelleaba en lo alto del techo, dando vueltas, danzaba más de una veintena de jóvenes al pulso creciente de la música.

Mónica había comenzado la noche muy animada, pero conforme habían ido pasando los minutos se había ido desinflando. Parecía impacientarse por momentos, cambiando su vaso de una mano a otra sin cesar, dirigiendo su mirada cada dos segundos hacia las enormes puertas abiertas de doble hoja que daban paso a la gran sala.

"Sergio" pensó inmediatamente Fabián. "Está esperando a Sergio, su novio…pero no viene."

Fabián se había sentado en un lugar oscuro y apartado desde el que podía contemplar a su amita sin resultar un incordio. En silencio, casi mimetizándose con el entorno, parecía esculpido en piedra, como una bella estatua de rasgos aniñados que apenas parpadeaba.

Contempló el nerviosismo creciente de Mónica, cómo esta cambiaba el peso alternativamente de uno a otro pie, como contestaba distraídamente a las preguntas de alguna amiga que se acercaba, cómo sonreía estirando su rostro en una máscara de ansiedad que sólo él podía distinguir…

"Maldito sea" se dijo, pues sabía que su ama estaba sufriendo "Si ese chico no viene, ella se pondrá furiosa…" No obstante, la indignación del pobre muchacho, bien oculta pues había sido educado para no mostrar sus sentimientos, superaba con creces el temor que le causaba la ira de Mónica.

--Hola…

Una chica bajita de pelo castaño recogido en un moño se había sentado al lado de Fabián. Tan absorto estaba éste en sus pensamientos que ni siquiera la había visto acercarse…

El muchacho se giró sobresaltado y sonrió levemente.

--Hola—respondió a su vez.

--¿Qué hace un chico como tú aquí sentado, con esa cara tan larga?—la chica parecía risueña y sus ojos lanzaban chispitas de felicidad; Fabián pensó que la copa que traía en la mano no era ni mucho menos la primera…

Incómodo, el muchacho se encogió de hombros sin saber qué responder.

--Aunque la verdad…--continuó la chica, con la mirada fija en la pista de baile—yo estoy un poco cansada de esta música…

Fabián asintió sin darse cuenta. Él tampoco se sentía demasiado a gusto con las explosiones de máquina que hacían temblar las paredes, más aún estando como estaba sentado muy próximo a un enorme altavoz.

Pero aunque escuchaba a la chica, que se había acercado para hablarle al oído, no podía apartar los ojos de su objetivo.

--¿Quieress una copa?—preguntó ella sonriendo, arrastrando un poco las palabras.

--¿Qué?—preguntó Fabián sin mirarla, tratando de hacerse oír por encima del ruido ensordecedor.

La chica se echó a reír sin causa aparente. Se inclinó hacia él y le gritó al oído.

--Que si quieress una copa…

--No, gracias. No bebo—musitó Fabián, y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando los ojos de Mónica, como fuego helado, chocaron de pronto con los suyos. No sabía lo que su ama pensaría al verle hablando con otra chica…aunque lo intuía. Dios, ¿cómo explicarle que él no había tenido la culpa, que esa desconocida se había acercado porque sí?...

El muchacho quiso encogerse hasta desaparecer cuando Mónica avanzó hacia él, resuelta, a grandes zancadas.

Sin poder evitarlo comenzó a temblar, aunque su compañera de banco no se dio cuenta.

--¿Qué se supone que haces?—silbó Mónica. La suave mata de pelo castaño rozó el cuello de Fabián cuando ella se inclinó para hablarle y se interpuso como una cortina entre los dos, sumergiéndolos en una intimidad de la que nadie más fue consciente.

El chico bajó los ojos sin saber qué responder.

--Más vale que te controles, imbécil—le dijo su ama al oído, al tiempo que retorcía con los dedos la tela de los pantalones de Fabián y clavaba las uñas en los muslos del chico—recuerda que eres mío y de nadie más…

--Sí, señorita—balbuceó Fabián, asintiendo con la cabeza.

Mónica pellizco con fuerza la piel de su esclavo unos centímetros por encima de la rodilla. Fabián apretó los dientes para no exteriorizar el arranque de dolor.

--Ahora voy a salir al vestíbulo—continuó Mónica—quédate donde estás y no muevas un músculo. Volveré en seguida.

"Va a buscarle" pensó Fabián al instante "va a ver si Sergio ha llegado". Sintió una punzada en el alma semejante a los celos, a una súbita e irracional desolación.

Sin darle tiempo a responder, Mónica se giró en volutas de seda blanca y abandonó la sala de fiesta con paso iracundo. Antes de salir, sin embargo, saludó con gesto amigable a la chica que estaba sentada al lado de Fabián, como si se alegrara de que le estuviera haciendo compañía. Nada más lejos de la realidad.

 

Mónica entró de nuevo en la sala unos minutos después con los ojos relampagueantes de furia. Fabián, que no le quitaba ojo, se asustó al ver su cara. Por debajo del maquillaje se adivinaba un rubor violento en sus mejillas, y sus ojos acuosos parecían a punto de desbordarse en chispas de rabia.

Sin mirar a Fabián, se dirigió a paso rápido hacia la barra en el centro de la sala y pidió una copa.

Fabián hizo amago de levantarse pero se lo pensó mejor. "No muevas un músculo" le había advertido su ama. Esperaría. A pesar de que le doliera en lo más profundo no estar a su lado, aunque sólo fuera para ser el cabeza de turco, aguardaría.

Mónica bebió hasta casi la mitad de la copa de un solo trago. Deglutió el líquido amarillento sin respirar y cerró los ojos con fuerza, conteniendo un sollozo.

Se secó los ojos con rabia y apuró el resto de la bebida con dos tragos más. Dejó el vaso casi vacío en la repisa de una columna y se dirigió de nuevo hacia la barra.

Fabián comenzó a preocuparse. ¿Qué habría sucedido ahí fuera? Conocía bien la naturaleza impulsiva de Mónica, y no quería que esta se volviera contra sí misma…prefería que le destruyera a él…

Aún acariciaba tiernos recuerdos en su mente, antiguos, de cuando Mónica era su hermanita pequeña que no se podía defender. Cómo olvidarlo. Cómo olvidar aquellas ocasiones en las que él la había protegido y calmado su dolor…

Aún a riesgo de incumplir una orden, se levantó despacio del banco donde estaba sentado, sin responder cuando la chica bajita le preguntó adónde iba, y avanzó en la oscuridad, por debajo de los reflejos brillantes, moviéndose con la cabeza baja entre el gentío hacia aquella muñeca rota que lloraba bajo la música a golpe de trueno.

Mónica le necesitaba…pensó; tal vez erróneamente, tal vez no.

--¿Qué haces aquí?—barbotó ella conteniendo las lágrimas, enfadada por no poder ocultarle a su esclavo su debilidad.

--Señorita, ¿se encuentra bien?

A Fabián le hubiera gustado acercarse, rodear los hombros de su de pronto frágil amita y susurrarle al oído algo tranquilizador, cualquier cosa…pero la frialdad de mármol de Mónica le paralizaba, marcaba la distancia no ya entre hermanos—ya no lo eran--, sino entre lo que desde hacía meses representaban el uno para el otro: sirviente y ama, dueña y esclavo.

-- Escúchame bien—Mónica se acercó un paso más para hablarle al oído con sequedad-- Subiré a la habitación y te esperaré allí. Es la 147. Espera diez minutos y sube tú; diez minutos, ni uno menos. No quiero que te asocien conmigo, que nadie piense que tú y yo…es igual, no tengo que darte explicaciones.

Fabián no supo qué pensar ante el súbito requerimiento de su ama. Asintió sin pensar, no obstante, porque el tono de voz de ésta no admitía réplica.

--¿Has entendido?—Mónica estrechó entre sus dedos la llave de la habitación que acababa de solicitar en la recepción del hotel, clavándosela en la carne—dentro de diez minutos, ni más ni menos. No te retrases.

Y dejando a Fabián bastante perplejo, se dio la vuelta y se marchó. Fabián contempló como el vestido de seda de su ama ondeaba con un aleteo de despedida, lanzando destellos fantasmas al estrellarse las luces de colores contra su superficie.

El muchacho consultó su reloj y esperó inquieto los diez minutos reglamentarios. Se preguntó por qué su ama le habría ordenado aquello…probablemente para castigarle, pensó amargamente, aún sin saber a ciencia cierta el motivo. Pero la conocía tan bien que intuía el por qué de sus acciones…los sentimientos de Mónica se descubrían en su mente como violentos relámpagos, y el comprendía con claridad la secuencia de emociones que su ama experimentaba cuando sufría una frustración. El bueno de Fabián no podía evitar meterse instantáneamente debajo de la piel de la despiadada muchacha…hasta el punto de sentir amor a pesar del trato hiriente que esta le profesaba; hasta el punto de, en ocasiones, conmoverse, sentir compasión.

Compasión tiene su raíz en Com-passio, que significa "sufrir con", "padecer con". Eso era exactamente en lo que Fabián incurría de forma constante. No podía evitarlo. Quería demasiado a Mónica…la amaba mucho más de lo que se amaba a sí mismo.

Una vez transcurrido el tiempo de espera avanzó con ansiedad hacia las escaleras. Se dirigió a ellas con disimulo, tratando de pasar desapercibido. Mónica había dejado bien claro que nadie debería pensar…Oh, dios, casi se rió. Aunque alguien supiera que ambos estarían juntos en la habitación, jamás llegaría a imaginar con qué fines…pensaran lo que pensaran, se equivocarían de plano. Sin duda.

Con las palmas de las manos sudorosas, se detuvo frente a la puerta de la habitación 147 y tomó aire tratando de relajarse. Llamó tímidamente un par de veces a la puerta.

--Entra, Fabián—le llegó la voz de Mónica desde el interior, dirigiéndose a él con engañosa dulzura—está abierto…

El chico empujó la puerta levemente y esta cedió, iluminando el oscuro pasillo con una franja amarillenta de luz suave.

--Entra, vamos…--le apremió Mónica con un poco más de dureza en la voz.

Fabián se introdujo en la alcoba y cerró la puerta tras de sí.

Mientras su ama le contemplaba a cierta distancia, de brazos cruzados y sin hablar, echó un rápido vistazo a la estancia donde se hallaba. No era la habitación más suntuosa del hotel, eso estaba claro, pero aún así la calidad de los muebles era incuestionable, así como la distribución de los mismos en el enorme espacio del que disponían.

Pesados cortinajes colgaban sobre la ventana desde unas barras cilíndricas y gruesas de color dorado provistas de anillas, besando el suelo con su reborde inferior como agua. La luz de la luna se filtraba a duras penas a través de ellos, con el resplandor del diamante, resbalando por el suelo de baldosas impecables que parecían hechas de hueso. El astro nocturno—aquella noche perfecto, redondo en toda su plenitud—se dejaba ver a través de los cristales como una gigantesca perla sonriente con ojos de cráter.

Junto al ventanal, a una distancia equidistante de la pared de enfrente, una cama cuadrangular de grandes dimensiones flanqueada por dos mesitas de noche fue lo que primero atrajo la atención de Fabián, que no pudo evitar deslizar la mirada entre las finas sábanas gris perla. Se arreboló al instante por una súbita oleada de vergüenza, y desvió los ojos hacia el otro extremo de la alcoba.

Frente a la cama la habitación parecía ensancharse, abrirse, de manera que el gran lecho quedaba ligeramente encofrado, lo que sugería intimidad.

La pared del fondo que podía verse si uno se acostaba en la cama estaba cubierta de un enorme espejo de cuerpo entero, frente al que a cierta distancia se adivinaba la silueta en la penumbra de un diván acolchado junto al que había una pequeña nevera.

Fabián estaba tan tenso que pasó por alto ciertos detalles, como la ausencia de un televisor…

--No está mal el cuartito, ¿verdad?—sonrió Mónica de un modo que al muchacho le puso los pelos de punta. Era el tono amenazante que esconde la frialdad del gato agazapado, justo antes de que éste ataque.

Aún así se vio obligado a contestar.

--Es perfecto, señorita Mónica…

--Llámame ama, imbécil—silbó esta, ya incapaz de disimular su cólera.

Fabián agachó la cabeza, intuyendo la tormenta que le aguardaba.

--¿Con qué derecho estabas tonteando con Laura?—le increpó ella en un tono glacial.

Fabián intuyó—supo—que" Laura" era la chica que se había sentado junto a él en el banco, cuando todavía estaban en la sala de fiestas…

--Pero ama…

La furia de Mónica era ya evidente, pero más allá de las chispas que lanzaba con su mirada había algo oscuro en sus ojos, una explosión incierta que a ella misma le estaba asustando por sus olas imparables y su magnitud. Fabián no pudo ver esa llama negra, claro, porque se hallaba con la cabeza baja y los ojos fijos en las baldosas de marfil…

--Desearás no haberlo hecho—murmuró Mónica, la voz temblorosa por la rabia.

Fabián no tenía la culpa de nada, ella lo sabía perfectamente. El estado en el que ella se encontraba, prácticamente deseando morir de celos, rabia y tristeza, era culpa de otra persona. Pero Fabián estaba allí para desahogar en él todos aquellos sentimientos que confluían en una furia abrasadora. Era fácil desplazar el objeto de su rabia, de su odio. Trató de no mirarle a la cara mientras le decía:

--No tienes derecho a acercarte a una mujer, ¿lo entiendes, escoria? No si no se te ordena…

--Pero ama…--balbuceó de nuevo Fabián.

--¡No me discutas!—casi gritó Mónica. Algo le estaba poniendo fuera de sí…eso era peligroso. Fabián tembló—quítate la camisa. Vamos, ¿no me oyes? ¡Quítate la camisa!—le apremió.

El esclavo bajó aún más los ojos y procedió a desabrocharse los botones de su camisa gris sin oponer resistencia.

--Muy bien—asintió Mónica, cortante, cuando la prenda se deslizó hasta el suelo y cayó lánguida a sus pies—ahora quítate el cinturón. Y dámelo.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Fabián. El cinturón que llevaba era de color negro, suave pero grueso, tirante al tacto.

--Vamos, a qué esperas—le aguijoneó su ama—¡hazlo!

Las manos de Fabián se crisparon sobre la pesada hebilla de color gris acerado. Era una hebilla metálica no demasiado grande, pero voluminosa, con pequeños gravados que trazaban formas sinuosas y minúsculos picos en sus extremos. Con la garganta en un puño, Fabián se desabrochó el cinturón y tiró lentamente de la correa, que se deslizó entre las trabillas de su pantalón con un suave murmullo. A continuación le tendió el cinto a su ama, alargando el brazo hacia ella sin atreverse a mirarla.

--Buen chico—musitó esta, saboreando con deleite la tensión de Fabián—ahora, colócate contra la pared.

Fabián avanzó hacia la superficie pulimentada del espejo que copaba la pared del fondo frente a la cama.

--He dicho contra la pared, imbécil, ¡vamos!—le urgió—brazos en aspa y piernas separadas, ¡venga!

Sólo durante un segundo se atrevió el muchacho a girar la cabeza para mirarla con gesto implorante. No tanto para pedir clemencia sino…para saber por qué, cuál era la causa real de que su ama estuviera tan furiosa.

--¡No se te ocurra mirarme, me oyes!

La voz de Mónica temblaba por la ira y la pena. Ante sí vio con alivio como su esclavo volvía de nuevo la cabeza hacia la pared y adoptaba sumisamente la posición exacta que ella le había exigido.

--Ni se te ocurra mirarme…--horrorizada estaba de que Fabián cazara el destello de debilidad de sus ojos y viera lo que ella sentía en realidad. Siempre que le había castigado se había sentido superior a él pero…en aquel momento se sentía como una verdadera basura. En el fondo de su corazón se sentía terriblemente despreciada.

Y se sentía así porque su novio, Sergio, había decidido montárselo con otra en la mismísima antesala del hotel, a la vista de todos.

Mónica no podía soportar el desprecio. Menos aún el auto-desprecio. Esa última sensación era casi nueva para ella…Odiaba a Sergio, pero en el fondo tenía miedo, miedo de no ser lo bastante guapa, lo bastante rica, lo bastante buena.

Contempló la espalda de Fabián que permanecía quieta, paralizada contra el espejo. Escrutó con los ojos entornados aquellos músculos definidos y fuertes tapizados de piel suave que todo lo podían soportar. En ese sentido, Fabián era superior a ella…

Desechó rápidamente esta última idea, espantada, y se aproximó hacia él con su foulard de seda blanca entre las manos.

--Ahora te voy a poner una mordaza—susurró al oído del muchacho. No podía controlar el temblor de su voz, reflejo de las fisuras de su alma—porque no quiero que nadie te oiga gritar…

Fabián no emitió sonido alguno ni levantó los ojos. Únicamente movió el mentón unos centímetros para facilitar a su ama la colocación de la mordaza.

--Abre la boca…

El muchacho sintió la suave caricia de la seda entre sus labios resecos, y a continuación una fuerte presión detrás de la cabeza mientras su ama anudaba los extremos del pañuelo.

--Muy bien—masculló esta a espaldas del chico, orgullosa de su trabajo. Se alejó unos pasos para contemplar el conjunto de su obra y asintió satisfecha—Tienes permiso para morderla cuanto quieras, porque voy a azotarte hasta hacerte sangre.

Contra todo pronóstico, una sombra de turbación envolvió sus pensamientos al decir aquello. ¿Era eso lo que deseaba? La pregunta se deslizó dentro de su mente como una culebra sinuosa, encubierta. ¿Realmente deseaba torturar a Fabián?

La parte de sí misma que se regocijaba cuando dominaba al muchacho parecía haberse reducido aquella noche hasta quedar casi extinta. Tan solo el espejismo de la felicidad salvaje se le antojaba brevemente cercano, intermitente, y ella se empeñaba en aferrar aquella ilusión para salir de su malestar, con todas sus fuerzas…

Sin embargo, la visión de aquel chico fuerte y capaz que esperaba en silencio un castigo que no merecía no hizo otra cosa que incrementar su cólera. "Dios mío, ¿por qué no se defiende?" se atrevió a preguntarse, enfrentándose por primera vez a aquella duda cruel que a escondidas rondaba frecuentemente su cabeza "¿por qué permanece quieto, pudiendo liberarse? Nada le retiene, nada le ata… ¿Por qué él es así?"

Se dio cuenta de que, por primera vez, no veía estupidez en la actitud de su esclavo. De pronto la verdad cortó su mente como un cuchillo. Vio bondad.

La bondad es superior a cualquier cosa. Ella lo sabía.

Ella era un demonio, y Fabián no era su esclavo. Fabián era su hermano.

No pudo soportarlo. La furia del odio contra sí misma estalló en sus venas y, paradójicamente, descargó el primer cinturonazo contra la espalda de Fabián.

El cinto silbó en el aire y la hebilla metálica se estrelló contra el muchacho con tanta fuerza que le hizo dar un bandazo. Fabián emitió un gemido leve, pues no esperaba el golpe sin previo aviso, y trastabilló para no caer, separando las piernas para absorber la acometida.

--No te muevas…--le amenazó Mónica, enloquecida de furia sorda. No era capaz de pensar. El latigazo la había asustado, pero estaba dispuesta a buscar el goce, el disfrute tantas veces obtenido de castigar a aquel inocente.

Zzzzzzzzzzzzzzzzummmmmmmmm!!

Otro silbido, y un nuevo estallido. Esta vez Fabián lo soportó bien, a pesar del inmenso dolor que le provocó uno de los picos de la hebilla al abrir una herida sangrante en su carne. Apretó la mordaza entre los dientes y se mantuvo estoico, sin proferir un lamento.

Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzummmm!!!!!

Tercer latigazo, terriblemente fuerte. Mónica se estremeció cuando vio de nuevo correr la sangre en la espalda de Fabián (su hermano), y el zurriagazo le dolió en su propia carne.

Incapaz de entender por qué le estaba ocurriendo aquello, su mano se elevó con rabia ciega para descargar el cuarto latigazo.

--¡Hmmmggg!—Fabián no pudo evitar dejar escapar un leve quejido de entre sus apretadas mandíbulas cuando sintió el dolor lacerante de la carne que se desprendía. Riachuelos cálidos corrían por su espalda y se perdían en su pantalón a la altura de sus nalgas.

--¡Estate quieto, maldita sea!—bramó su ama, descontrolada—vamos, ¡aguanta!

Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzummmmmmm!!!

Los estallidos de la correa contra la piel sonaban en la habitación como trallazos de trueno.

Mónica contemplaba la musculosa espalda de su hermano, hipnotizada, como si ella misma hubiera salido de su cuerpo y observara aquella escena en tercera persona.

Aquel muchacho esbelto de cabello negro y grandes ojos oscuros que permanecían abiertos entre correazo y correazo, sólo cerrándose involuntariamente cuando la hebilla le marcaba la piel; aquel muchacho de maneras tan dulces y cuerpo bien formado y maltratado, aquel muchacho…se estaba convirtiendo en una satisfacción imposible, en la confirmación de la resistencia infinita sobre cualquier cosa que ella pudiera hacer. ¡No conseguía liberar su ira, precisamente cuando más lo necesitaba! ¿Por qué, oh, demonios, por qué?

A causa de la fragilidad—pues era un gigante tirano con pies de barro—y de la impotencia que le otorgaba esta última certeza, se le llenaron los ojos de lágrimas cuando Fabián se retorció en el séptimo latigazo.

Siete latigazos, siete. Sólo siete soportó Fabián.

A punto de asestarle el octavo, Mónica renunció. Dejó caer el instrumento de tortura de entre sus dedos y se deshizo en llanto.

Fabián abrió los ojos, extrañado por el ruido de la pesada hebilla al caer al suelo.

--No te muevas—imperó Mónica sollozando antes de que el muchacho hiciera amago de girarse--¡no te vuelvas!

Fabián apretó su cuerpo contra la fría superficie del espejo salpicada de pequeñas gotitas de su propia sangre. Le dolían las heridas recién abiertas en su espalda, pero ya tenía multitud de cicatrices y había aprendido a hacerle frente, de alguna manera, a ese tipo de dolor. Sin embargo algo iba mal, muy mal. Y no sabía lo que era.

Mónica sufría, podía sentirlo. Desconocía por qué. Eso le rompía por dentro.

Adivinó un movimiento detrás de él a través del espejo y la sintió acercarse hacia donde él estaba, con paso vacilante.

--Fabián—murmuró ella con un hilo de voz—Oh, Fabián…

Contra todo lo que el muchacho podía esperar, los finos dedos de Mónica resbalaron por su maltrecha espalda, cuidadosos. El frescor de su breve caricia alivió durante un segundo el ardor pulsante de sus heridas.

--Fabián…

No podía dejar de repetir su nombre. Dio un paso al frente y abrazó a aquel hombre desconocido—ya no era ni su hermano ni su esclavo—por la cintura desde atrás, apoyando la suave mata de rizos entre sus omóplatos. Ante el estupor de Fabián, comenzó a lamer los riachuelos resecos de sangre que cruzaban la tensa espalda.

--Oh, Fabián…lo siento…

Rompió a llorar sin pudor al escucharse a sí misma decir aquellas palabras, experimentando por primera vez el alivio verdadero. Las llagas de Fabián se llenaron de sal, pero el muchacho en lugar de retirarse presionó como pudo su espalda contra el rostro de la joven, siendo esta la única manera que se le ocurrió de proporcionarle un poco de calor y de apoyo.

--Fabián…--sollozaba Mónica. Sepultó los dedos entre los cabellos del muchacho y suavemente le deshizo el nudo de la mordaza. El pañuelo de seda se desprendió de los labios de Fabián y este, por un acto reflejo, se agachó para cogerlo y evitar que cayera al suelo.

--Lo siento, Ama—murmuró al comprender que se había movido sin permiso.

Pero ella seguía llorando, y buscó de nuevo su espalda para hundir en ella sus mejillas llenas de lágrimas.

--Tú no tienes la culpa de nada—gimió, llena de dolor, aferrando con fuerza la cintura de aquel que había sido su hermano—tú no tienes la culpa, Fabián…

Deslizó las puntas de sus dedos hacia el vientre plano del muchacho, que se agitaba soliviantado en bruscas respiraciones, y acarició sus caderas y su ombligo. Movió sus manos lentamente hacia abajo y jugó con inocencia con la fina línea de pelo oscuro que bajaba desde el ombligo de Fabián perdiéndose en sus pantalones. El joven se estremeció.

--Ama…--murmuró--¿este esclavo puede hablar?

Solicitó permiso como siempre lo hacía, según la forma arcaica que le habían enseñado.

--Fabián—sollozó Mónica, caminando con los dedos hacia los pectorales endurecidos por ininterrumpidas horas de trabajo—tú eras mi hermano…

Algo estalló en el alma de Fabián. La emoción que sintió al escuchar aquello fue tan desagradable, tan brusca, que la rehuyó al instante. Quiso pensar que Mónica jamás había pronunciado aquella frase.

Incapaz de hablar, osó despegar una de sus manos del espejo de la pared para ir al encuentro de las de ella, que ya trazaban caricias en torno a sus pezones; caricias que al muchacho se le antojaron como huellas de fuego.

--Perdóname, Fabián—murmuraba ella entre lágrimas, sin dejar de acariciarle. Sintió que los pezones del muchacho se endurecían bajo sus dedos y un leve aleteo cruzó su abdomen—por favor…

--Ama, no tengo nada que perdonar…—musitó Fabián, cerrando los ojos y rindiéndose a aquellas caricias que se estaban tornando cada vez más intensas.

Mónica le cogió la mano que él había despegado de la pared y la apretó entre sus dedos con urgente necesidad.

--No tenía que castigarte—gimió—no tienes la culpa…tú no tienes la culpa de nada.

--No importa, ama—Fabián correspondió sin darse cuenta al apretón de la suave mano de Mónica—estoy aquí para todo lo que necesitéis…

--No me llames ama, por favor.

Fabián se tensó inmediatamente, extrañado.

--Pero…

--Fabián—Mónica profirió su nombre con repentina urgencia—por favor, abrázame…

Conmovido a la par que fascinado, sin poder dar apenas crédito a las palabras que acababa de oír, Fabián se giró despacio y estrechó a Mónica contra su pecho. Pasó suavemente una de sus manos detrás de su cabeza y la atrajo hacia su hombro, mientras que con la otra rodeó con actitud fuerte y protectora su esbelta cintura.

--Descansad, ama—murmuró con los labios sepultados en su pelo, empapándose del aroma denso de su perfume—necesitáis descansar…

--No me llames ama, por favor. Esta noche no…

Fabián, anonadado, no supo qué replicar. La estrechó más fuerte contra sí, inmensamente conmovido, como si tratara de traspasar el dolor de ella hacia su propio cuerpo. Comenzó a acunarla entre sus brazos con una cadencia rítmica, adelante y atrás, adelante y atrás…

--¿Cómo es posible que no me guardes rencor?—hipó la joven contra el pecho del muchacho--¿Cómo es posible que seas así?

--No comprendo muy bien esa pregunta…--respondió Fabián, esforzándose por adaptarse a las nuevas formas que su ama, al parecer en estado de enajenación transitoria, le había pedido.

--¿Nunca has sentido odio hacia mí, Fabián? ¿Nunca has tenido la tentación de rebelarte?

--¿Odio?—se extrañó el chico—No a-…, no, jamás. No podría—finalizó escuetamente.

--Cómo es posible…--se preguntó Mónica a sí misma en voz alta, mientras inconscientemente introducía las puntas de los dedos bajo la cintura del pantalón de Fabián, ligeramente caído sin la sujeción del cinturón—Fabián, ¿Tú me quieres?

El corazón del muchacho dio un vuelco.

--Claro—respondió sin dudar un instante—claro que sí. Más que a nada en el mundo.

Mónica se separó de él y le miró de frente.

--¿Harías cualquier cosa por mí, Fabián?—preguntó con las acuosas pupilas fijas en los ojos de él.

El muchacho afrontó su mirada y asintió vehemente.

--Sí.

--¿Cualquier cosa que yo te pidiera?—insistió ella con un deje de impaciencia.

--Cualquier cosa, señorita Mónica.

Ella vaciló un momento antes de formular la frase que tanto ansiaba.

--Sé mi amo.

 

--¿Qué?—Fabián no pudo reprimir un estremecimiento. El estómago se le anudó en la garganta en una fracción de segundo y se quedó sin voz para añadir nada más. Sólo era capaz de contemplar a su pequeña diosa, a su adorada ama del alma con los ojos desorbitados.

--Sé mi amo por esta noche—imploró ella con voz firme.

--Pero, ¿por qué?

--Haz lo que te digo—le exhortó Mónica, tajante, abrazándose con los ojos cerrados al palo mayor de la expiación, que aparecía ante ella como su única salida, como la única posibilidad que tenía de dejar de sufrir.

--Pero…No puedo…

--Sé mi amo esta noche—insistió, cada vez más decidida—haz lo que quieras de mí. Sé que no lo harás, pero ojalá pudieras aprovecharte y…castigarme por todo el daño que te he hecho.

Fabián no daba crédito a lo que oía. Mónica tenía que haberse vuelto loca para pedirle aquello…Se echó a temblar. Jamás podría hacer algo así…no entraba en su naturaleza, nunca lo había ni siquiera pensado…

De pequeño, cuando su madre le pegaba sin razón sí que sintió en sus carnes la impotencia de la injusticia, pero esos tiempos quedaban tan lejanos que desde hacía muchísimos años se habían perdido en el olvido…

--No lo haré, señorita Mónica—aquella fue la primera vez que Fabián le dijo "no" a su ama—no puedo hacerlo.

Mónica sonrió amargamente.

--Sí que puedes—murmuró sin dejar de escrutar los ojos de Fabián en busca de alguna chispa de deseo—todo el mundo puede. Todo el mundo ha experimentado deseos de venganza alguna vez…

--Pero yo no quiero vengarme—sacudió la cabeza Fabián, rechazando esta idea.

--No se trata de eso, ¿no lo entiendes?—sollozó Mónica—necesito que lo hagas, que me hagas pagar. No te preocupes, cuando empieces a hacerlo te gustará…sólo tienes que descubrirlo.

Fabián sintió ganas de vomitar.

--Eso es horrible, ama…

--No soy tu ama, Fabián—replicó Mónica. Y sin darle opción al muchacho, flexionó las rodillas y se postró a sus pies—esta noche tú serás mi amo. Lo harás por mí, porque yo te lo pido…

Fabián contempló a Mónica con verdadera angustia. Parecía tan frágil, tan rota, allí arrodillada en el suelo frente a él…

--Si crees que no puedes—prosiguió ella sin levantar la cabeza de las blancas baldosas—piensa en todo lo malo que te he hecho. Piensa en todas las veces que te he pegado sin razón. He llegado a hacerte mucho daño, Fabián…

El muchacho sacudió la cabeza, tratando de entender algo de toda aquella maraña de emociones que surcaban su interior. Una pequeña bestia se agitó en sueños dentro de su alma, y le asestó un zarpazo suave, anestesiado, pero un zarpazo a fin de cuentas. La acalló rápidamente.

--Piensa en todas las veces que te he humillado, despreciado—continuaba Mónica—en todas las ocasiones en las que te he dicho que no te quería. Era falso…no sabía en realidad si te quería o no, pero te lo decía porque estaba segura de que sería lo que más te dolería…

Fabián retrocedió, sin poder evitar revivir fragmentos de su vida, fragmentos recientes cargados de oscuridad en los que su alma se había retorcido por el sufrimiento al sentir las estocadas de aquella joven.

--Sí, un día fuiste mi hermano—concluyó Mónica—Siempre te he querido, más allá de las veces que incluso he llegado a desearte—confesó en un hilo de voz—pero te decía lo contrario sólo por hacerte daño, sólo para hacerte sufrir…

El muchacho desvió la mirada y cerró los ojos, luchando por rechazar todo aquello que se veía obligado a escuchar.

--Piensa en eso, y sin perderlo de vista sé mi amo. Por favor. Esta noche. Aprovéchate bien, pues después de esto todo volverá a ser como antes. Esto no es un juego, no quiero tener que recordártelo.

Fabián se quedó unos segundos de pie frente a ella, congelado. Trataba de asimilar todo lo que acababa de ocurrir en aquel corto espacio de tiempo, tanto lo que Mónica le había dicho como las emociones que sus palabras habían desatado en él.

--Fabián, por favor…

El rostro de su ama lo contemplaba desde el suelo, con una súplica estática en sus ojos negros tan hermosos. Su voz era un hilo ahogado que por primera vez no exigía, sino que le rogaba. Le exhortaba a cumplir no una obligación, sino un virulento deseo, casi al borde de la necesidad. Comprendió que Mónica, de alguna manera necesitaba…

"Necesita…¡ser castigada!" pensó anonadado. Esa era la pura verdad. "No, no puedo hacerlo…nunca podré"

"Fabián, por favor, hazlo por mí" había dicho ella "Piensa en todas las cosas malas que te he hecho. Piensa en todas las ocasiones en las que te he dicho que no te quiero; en realidad lo hice porque sabía que era lo que más te iba a doler"…

Qué crueldad. La crueldad era la cara opuesta del odio. La crueldad era disfrute, escarnio, cobardía. Era alimentarse del corazón de un ser querido sólo por pasar un buen rato; era dañar con tal de no aburrirse. Fabián sintió dentro de sí un pequeño temblor, como un leve seísmo.

La crueldad era la cara opuesta del odio. En el odio al menos había amor. ¿Cómo podía amar Mónica? ¿Es que acaso hacer daño era una de tantas formas de expresar amor? No podía comprenderlo…

Y Mónica, su dulce y cruel amita, quien había gobernado su cuerpo y su mente durante casi el último año…Mónica, la persona a quien él más quería, y por tanto la que más le hacía sufrir constantemente, en aquel momento estaba allí, con un bonito vestido blanco de seda india, de rodillas a sus pies el día de su decimo-octavo cumpleaños.

Reaccionando a duras penas, Fabián se acuclilló en el suelo frente a ella y buscó la mirada de la muchacha. No la encontró: Mónica mantenía su rostro pegado al suelo.

--Señorita Mónica…

Ella no contestó. Sus hombros estaban rígidos, en espera de quién sabía qué.

--Mónica…--probó entonces Fabián con su nombre a secas, pronunciándolo en voz baja. Nunca había prescindido de las formalidades en presencia de sus amas; ni aun cuando estas volcaban en él sus más tórridos gritos de placer tirándole del pelo—Mónica…

La muchacha se movió levemente y, todavía encogida sin querer levantar la mirada contestó:

--Sí, mi señor.

Fabián dio un paso atrás como si le hubiera atravesado una corriente eléctrica de alto voltaje.

--Mónica…--murmuró, extendiendo aún así la mano para rozarle la mejilla. No podía creerse lo que estaba pasando—Mónica…no…

Su oído no se acostumbraba a aquel nombre, a oírse a sí mismo llamándola así, sólo Mónica.

Ella no hizo amago de moverse, pero su cuerpo se tensó como un arco y los hombros le temblaron a causa de querer contener un sollozo.

--Mónica, levántate, por favor…--musitó Fabián. No sabía qué hacer.

--Sí, mi señor.

Inmediatamente, la muchacha se irguió, y Fabián con ella para quedar a su altura. La cara de Mónica parecía la de un payaso triste: maquillaje deshecho, rímel corrido formando un halo ahumado alrededor de sus ojos, cabello desordenado repartido en sudorosas guedejas… Sus ojos, siempre potentes y engreídos, provistos de una luz acerada, se hallaban sin embargo fijos en el suelo, obstinados en mantenerse allí por siempre jamás.

Fabián la contemplaba desde el otro lado de su pared congelada, haciendo esfuerzos inútiles por conciliar la imperiosa necesidad de ella y las limitaciones que tenía él. Se preguntó, muerto de miedo, qué estaba dispuesto a hacer él—él, Fabián, ya no sabía si el esclavo o el hermano perdido—por aquella damita doliente.

Lo pensó durante unos minutos. Minutos en los que Mónica no se movió un milímetro; tan sólo su pecho se agitaba por los sollozos contenidos y la fuerte respiración.

--Mónica—carraspeó al fin, lanzándose al vacío. Y lo hizo sólo por ella—mírame.

La dulce muchacha levantó lentamente sus ojos brillantes y enrojecidos por el llanto. Su rostro se contrajo en una máscara de sufrimiento al enfrentar la mirada de Fabián que le resultó triste y serena como siempre, aunque con un brillo inquietante.

--Hace no mucho me has recordado cómo te has portado conmigo…--murmuró él, esforzándose conscientemente por endurecer su tono de voz—Las veces que me has castigado injustamente. ¿Y ahora, esclava, crees que debería ser yo benevolente contigo?

Mónica se estremeció levemente.

--Vamos, contesta—le instó Fabián, apremiándola.

--No, mi señor—respondió la muchacha con un hilo de voz—no debéis ser benevolente conmigo…debéis ser justo.

La boca de Fabián se contrajo en un rictus de tensión cuando afloraron a sus labios las palabras que dijo entonces:

--Llámame amo.

Mónica abrió mucho los ojos, completamente extasiada y perdida. Aquello había sido una orden, impuesta sin ninguna duda con un tono autoritario y cortante que jamás había escuchado de la boca de Fabián.

--Sí, amo—respondió sin vacilar.

El muchacho desvió la mirada. Estaba aturdido y terriblemente nervioso. Pero, extrañamente, tenía la certeza de que estaba haciendo lo que debía hacer. Y de pronto no se sintió tan desubicado…

Miró a Mónica y la vio pequeña, débil. Al principio eso le desorientó, pero casi al instante volvió a experimentar un temblor en sus entrañas, una agitación de la tierra, y la lava que subducía bajo él se encrespó durante un segundo en olas de magma color sangre. Sangre como la que había brotado de su espalda…

Se giró despacio para contemplarse por detrás en el enorme espejo. Desde la parte inferior del cuello hasta el inicio de sus glúteos, su piel se hallaba entre cruzada de violentas marcas rojas. La sangre, ya costreada y de un color marronáceo continuaba emborronando las porciones de piel entre herida y herida, después de las lamidas de Mónica. Algo se encendió en Fabián cuando recordó la fogosidad de la lengua de su hermana, la sed con la que había lamido su maltratada espalda…

Recordó también las caricias en su vientre y en su pecho, tan prudentes, tan osadas al mismo tiempo…

"Te he amado más allá incluso de lo que he llegado a desearte" había sollozado Mónica. Eso mismo había dicho. Ella había amado a Fabián, y le había deseado. El muchacho sintió un cosquilleo en su entrepierna, justo detrás de los testículos, que atravesó sus caderas y acalambró la base de su miembro, el cual se engrosó de forma ostensible y comenzó a hacer palanca contra los pantalones.

--Mónica…

Fabián se giró de nuevo hacia aquella sumisa impuesta.

--¿Sí, amo?

--Dime…--murmuró Fabián, con la cabeza embotada y su miembro cada vez más duro--¿Crees que debo castigarte, como tú has hecho conmigo?

--Amo…

--Voy a hacerlo—susurró él antes de que la joven pudiese contestar—no ansío venganza, pero te prometo que te haré sangrar…

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Mónica y esta comenzó a llorar dulcemente, con las mejillas encarnadas como amapolas. Sus ojos eran dos estrellas negras relumbrantes de agua y de vergüenza.

--Amo…

El corazón de Fabián se ablandó.

--Las lágrimas no te van a servir de nada…--murmuró mientras acariciaba la frente de ella, húmeda de sudor, en un gesto de consuelo—te arrancaré la piel y beberé tu sangre tal como tú has hecho conmigo…

Mónica se tapó la cara con ambas manos y lloró con sincero desgarro.

--Amo…¿esta esclava puede hablar?

Fabián asintió.

--Tienes permiso, esclava—tragó saliva. Tenía de pronto la sensación de estar subido en la cresta más alta de la ola, allí desde donde el mundo parecía funcionar a golpes de pasión—Habla.

--Amo…--musitó Mónica--tengo miedo…

Fabián se acercó a ella y la abrazó por detrás, procurando evitar el contacto de aquel firme culito contra su brutal erección.

La besó en el cuello y pasó una mano por su escote, que subía y bajaba preso de la ansiedad.

--¿sí?—murmuró en su oído--¿A qué tienes miedo, pequeña? ¿Al dolor?

--No lo sé…--contestó ella.

Fabián tomó aire y exhaló con fuerza.

--Más miedo debería darte no recibir lo que te mereces—le espeto, acompañando las palabras de una sonora palmada en el trasero de la joven--¿No crees, esclava?

Mónica se estremeció y culebreó al sentir el impacto de la mano de Fabián en mitad de sus nalgas.

--Te estoy preguntando…--le increpó él, azotándola el culo una vez más, en esta ocasión con fuerza.

--Sí, amo—gimió Mónica, sintiendo su trasero bruscamente irritado y caliente—tenéis razón…

--Bien…--asintió Fabián—así me gusta, que seas buena y contestes cuando te hablo…Ahora, Mónica, desnúdate. Vamos. Quiero verte desnuda.

La muchacha se secó las lágrimas con el dorso de la mano y vaciló unos instantes.

--Lo lamentarás si tengo que pedírtelo otra vez—dijo aquel chico de ojos negros relampagueantes—vamos, te quiero desnuda. Completamente.

Con mano temblorosa, Mónica comenzó desabrochar los botones traseros de su vestido de seda. Manteniendo la mirada baja, llegó hasta el último botón y al deslizarlo fuera del ojal la prenda cayó suavemente a sus pies.

--Ahora las medias y las bragas—continuó ordenándole Fabián, con voz quebrada por la excitación. Los generosos muslos de su ama y sus piernas largas estarían mejor fuera de aquellas medias de cristal. Quería ver su forma real, el color de la piel, la textura cremosa de la carne…

Mónica se quitó los pantis y a continuación deslizó ambas manos por debajo de la goma de sus braguitas de encaje. Tiró de la delicada prenda suavemente, y ésta resbalo hasta sus rodillas, desde donde ella terminó de quitársela con ayuda de su propio talón.

--El sujetador no te lo quites—indicó cortante Fabián, al ver que las manos de ella ya se dirigían hacia el broche trasero—pero sácate las tetas. Quiero ver cómo se te mueven mientras te azoto y…y te follo.

Ni el mismo Fabián sabía cómo era capaz de decir aquello. Ni tampoco comprendía cómo podía, sin llegar a caer en el regocijo, mostrarse impasible ante la crueldad de sus propias palabras y la frialdad de sus gestos.

A Mónica se le llenaron de nuevo los ojos de lágrimas pero, obediente, extrajo con ambas manos sus pechos de las cazoletas del sujetador, quedando al descubierto sus formas blancas desbordando el encaje, coronadas por los rosados pezones.

Fabián se agarró la polla dura sin poder evitarlo cuando imaginó su lengua moviéndose contra los pechos de Mónica, recorriéndolos; su boca comiéndose el pezón hasta ponerlo congestionado y duro como el pedernal. Presionó sobre su asfixiado glande cuando bajó con los ojos por el blanco vientre de la muchacha, y por sus generosas caderas hasta llegar por fin al codiciado ramillete de pelo oscuro y rizado que se escondía bajo su ombligo, entre sus piernas.

Se preguntó si el sexo de Mónica estaría húmedo, si ella estaría tan cachonda como lo estaba él. Decidió acercarse para comprobarlo por sí mismo.

Sin decir una palabra se aproximó a la joven y extendió el brazo hacia su pubis. Mónica abrió las piernas instintivamente, y Fabián separó los labios mayores de su sexo con decisión y acarició la cueva húmeda que salvaguardaban.

--¿Estás excitada, pequeña?

El almíbar de Mónica le había empapado los dedos, pero él necesitaba escuchar la confesión de labios de su dulce niña.

--Sí, amo…

--¿Te excita que te toque?—viendo que estaba lubricada a la perfección, Fabián la penetró dulcemente con su dedo medio.

Mónica cerró los ojos y gimió, adelantando unos centímetros las caderas para que aquel dedo rígido se hundiera dentro de ella, hasta el fondo.

--Hmmmm…

--Ya veo que sí—musitó Fabián, moviendo su dedo en círculos dentro de la húmeda vagina—vamos, tienes permiso para disfrutar un poco antes de tu castigo…

Mónica cerró los ojos, arqueó la espalda y separó más las piernas. Su culito perfecto y redondo comenzó a moverse en círculos en torno a los dedos de Fabián, como en una danza grotesca, mientras estos se sumergían gozosos en ella, entraban y salían.

Fabián se desabrochó los pantalones. Tenía tantísima presión en su entrepierna que ya no podía aguantarse más…

--No me mires—gruñó mientras con la mano izquierda se masajeaba la polla por encima del calzoncillo, sin dejar de hurgar en el coñito de su esclava con la diestra.

Redobló la intensidad de sus caricias y sonrió cuando escuchó el crescendo de los gemidos de Mónica, que parecían elevarse y perderse más allá del elevado techo de la habitación.

--¿Te está gustando, pequeña?—preguntó mientras frotaba la vulva de la joven, empapada y enrojecida como un capullo de rosa.

--Sí…--suspiró Mónica, apoyando la mejilla en el hombro de Fabián—Sí amo…

--Muy bien—murmuró este, volviendo a la carga con las penetraciones de dedos. Recorrió con su mano la raja de su coño de parte a parte, frotando con la palma el espacio húmedo entre los labios mayores, tapizado de pliegues mullidos entre los que encontró una pequeña dureza del tamaño de un guisante.

--Oh…ohmm…--gimió Mónica, haciendo esfuerzos por no gritar, moviendo frenética sus caderas—Amo…

--Dime—respondió Fabián sin dejar de masturbarla despiadadamente con el canto de su mano.

--Amo… ¿puedo besaros?

Fabián se sonrió. No reconoció esa sonrisa como suya.

--Depende—murmuró en el oído de Mónica--¿besarme dónde?

--En los labios—repuso esta de inmediato—Amo, necesito…

--No—Fabián la cortó con brusquedad aunque sin alterarse—me da igual lo que necesites, no voy a dártelo todo. No puedes besarme, ni tampoco puedes correrte—añadió, mientras sacaba los dedos de golpe del chorreante coño que protestó con un sonoro chapoteo.

Mónica bajó la mirada, contrita. Temblaba de la cabeza a los pies a causa del deseo y de la rápida retirada del agente de su placer.

--Ahora es el momento de castigarte, pequeña—murmuró Fabián con cariño—ahora, justo ahora. Cuando más cachonda estás…

Mónica retrocedió instintivamente, quedando acorralada contra la superficie pulida del enorme espejo.

--Pero aquí no…--Fabián la tomó de la palpitante cintura y la condujo suavemente hasta el diván acolchado que se hallaba a pocos pasos—voy a tener el detalle de darte un punto de apoyo, no estarás de pie. Agradécemelo.

--Gracias, amo—pronunció Mónica con la voz agitada tanto por la incertidumbre como por la excitación.

--Arrodíllate frente al diván y recuéstate en él. Apoya sobre el asiento los codos y descansa la cabeza…

La muchacha comenzó a seguir aquellas instrucciones despacio. La superficie acolchada del diván le resultó plástica al tacto, quedándose casi adherida a su sudorosa desnudez.

--Ahora levanta el culo—le exhortó Fabián—más. Un poco más, que lo vea bien. Voy a hacerte desear arrepentirte de cada lágrima que me has hecho derramar—respiró hondo—de cada herida que me has infligido. Lo sabes, ¿verdad?

--Sí, amo—sollozó Mónica, Mónica la altiva, la inaccesible, con la cabeza sepultada entre las manos y el culo desnudo, vulnerable, apuntando hacia las manos de Fabián.

--Mira esto—el muchacho había cogido el cinturón de la hebilla gruesa y lo agitaba frente al rostro de Mónica, pasando un brazo por encima de su cabeza—es el cinto con el que me has azotado…

La muchacha quiso apartar la vista, pero Fabián la sujetó por detrás del cuello.

--Míralo bien—le dijo en voz baja, muy cerca de su oído—grava bien en tu memoria cada detalle, porque es el mismo que te morderá el culo ahora…

Mónica quiso pronunciar algo pero las palabras se le helaron en la garganta antes de llegar a sus labios.

--Ya te dije que llorar no te iba a servir—murmuró Fabián, besando la mejilla de la joven, de nuevo anegada por las lágrimas—no tengas miedo, el dolor no es más que eso, dolor.

Y sin dilatar más el tiempo de espera, Fabián levanto el brazo, blandiendo la correa cuya hebilla centelleó sobre su cabeza…

Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzuuummmmm!!!!!

Con un silbido aterrador, la parte contundente del cinto se estrelló contra uno de los brazos del diván, a escasos centímetros del codo de Mónica.

Ésta se encogió y gimió, con el corazón revolucionado a punto de salírsele del pecho. Había permanecido agazapada, esperando la temible descarga de látigo que no llegó, y cuando escuchó el estallido junto a ella el alma le dio un vuelco. Toda la adrenalina acumulada por la espera se vertió de golpe en su sangre, martilleando en sus sienes al compás de los desbocados latidos del corazón. Se quedó sin aire durante un instante y, sin poderlo evitar, giró la cabeza.

Se encontró con los ojos de Fabián, que la miraban serenos, con un leve destello que le resultó despectivo.

--¿En serio creías que iba a pegarte?—preguntó el muchacho sin sonreír.

Mónica no supo qué responder. Se sintió mareada.

--¿Realmente me crees capaz de hacer algo tan violento y rastrero como lo que has hecho tú?

--Amo…

--¡No hables!—exclamó él, y extendió la mano para tocar las robustas nalgas de Mónica, aún expuestas y frías—te castigaré de todas maneras…

Fabián sujetó a Mónica por la cintura firmemente.

--Pero no así…

Tiró de la goma de sus calzoncillos hacia abajo y se acopló, completamente desnudo, contra las caderas de su esclava.

Mónica bailoteó cuando notó aquel miembro caliente en las inmediaciones de su sexo; trazó amplios círculos con el culo, pegándose al estómago duro de Fabián.

--Estate quieta…--murmuró él, acariciando sus grupas con la palma de la mano para acto seguido propinarle un fuerte azote.

La muchacha jadeó, pero se detuvo.

--Bien…tranquila…

--Amo…--murmuró tímidamente.

--Dime, pequeña…

Fabián colocó su palpitante e inflamado glande a las puertas del coño de la que había sido su hermana.

--¿Me vas a follar?

--Hasta el mismo corazón—masculló Fabián, y de un golpe seco hundió su miembro duro en las entrañas calientes de la joven.

Mónica se agitó y emitió un gemido prolongado cuando sintió el grueso rabo de Fabián abrirse paso en su carne, abriéndola dolorosa y tiernamente, despacio. Aquella polla enorme, cabezona e inflamada la socavó hasta el fondo sin calentamiento previo.

--Quédate quieta—jadeó él mientras comenzaba a insinuar pequeños embates adelante y atrás—siénteme…

--Hmmm…

Mónica cerró los ojos y se abandonó a los vaivenes cada vez más intensos de las poderosas caderas de Fabián. Contrajo los músculos de su vagina para abrazarle, para hacer lo que él le había ordenado tan claramente: sentirle.

--Amo…

--Ábrete bien—rezongó el muchacho, culeándola cada vez más fuerte, sintiendo que poco a poco iba perdiendo el control--¿Te gusta mi polla?—preguntó con la voz cavernosa, chorreante de sexo.

--Sí…--gimoteó Mónica, deseando que Fabián la destrozara—sí, Amo…

--Voy a follarte hasta romperte el alma—siseó este, lanzándose al vacío para perder definitivamente la razón.

Aferrándola por las caderas con ambas manos engarfiadas en su piel, comenzó a propinarle brutales embestidas al tiempo que se inclinaba hacia delante para lamerle el blanco cuello, las mejillas, la zona caliente de detrás de las orejas…

Sumergido en una espiral en la que sólo escuchaba los gemidos de Mónica y el galopar de su propio corazón, Fabián la penetró salvajemente apresando la carne entre sus manos, entre sus dientes…aspirando su perfume, mareándose con el olor de su piel. No tenía suficientes manos para tocarla, polla para follarla, dedos para frotarla, lengua para besarla.

Sintió ganas de reír y de llorar. La pavorosa tormenta se enroscaba dentro de sí en violentas oleadas de placer creciente. La odió, deseó dañarla, deseó matarla…deseo abrazarla para siempre, mantenerla junto a su cuerpo cuando arreciara el invierno y protegerla de la luz del sol, de la verdad.

--Oh, Mónica…Mónica…--repetía mientras se clavaba en ella como un animal, chapoteando feroz en los jugos de su coño—Mónica…

--Fabián…

--Mónica…Te amo…

 

 

 

FIN.

Dedicado a Lukasses, con todo mi cariño y mi amistad.

Dark Silver, Julio 2009.

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