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Mi querido amigo Silver (6): fiebre

en Confesiones

Después de aquella noche en compañía de mi amigo casi llego a casa con las bragas en la cabeza. Bueno, realmente llegué sin bragas, porque si ustedes recuerdan él se las había metido en el bolsillo…y he de aclarar que nunca me las devolvió. Ni yo tampoco se las reclamé porque, por supuesto, me hacía terriblemente feliz que tuviera un recuerdo mío.

“Soñaba desde hace mucho con darte bien por el culo” me había dicho mientras me follaba, aquella noche. De modo que él también había pensado en mí alguna vez, había fantaseado conmigo…

Pero una cosa sí tengo que decirles: Silver me mintió en algo. En realidad, más que mentir, no cumplió lo prometido: no me folló el coño. No esa noche. Y yo, la verdad sea dicha, me di de sobra por satisfecha con lo que ocurrió. Mi culito daba fe de ello, con el dulce y doloroso recuerdo de su falo aún inscrito en sus intersticios.

Me retorcía en el asiento del coche al recordarlo cuando Silver conducía de nuevo hacia la ciudad, el sol insinuándose como una línea de fuego más allá del lejano perfil de las montañas.

Yo quería llegar a casa antes de que se despertaran mis padres, no fuera que mi aspecto y mi cara les revelaran mis oscuras aficiones; ya saben ustedes que una madre es capaz de detectar absolutamente todo con sólo mirar a su hijo a la cara, con más tino que la mismísima CIA.

Mientras me recreaba una y otra vez en lo vivido, me hacía la dormida dejándome llevar por la melodía que sonaba en el reproductor de CDs del coche. Era la característica música de Moby, el tema “Love should”, no podría olvidarlo aunque quisiera, ¿lo conocen ustedes?

Su lenta cadencia me envolvía y me relajaba poco a poco, y yo me abandoné a ella, disfrutando ese momento con los ojos cerrados.

Silver conducía despacio, en silencio, con su mano derecha apoyada sobre mi rodilla, apartándola sólo cuando cambiaba de marcha. Le sentía a mi lado respirando profundamente, sereno.

Precisamente en pleno trance, en el coche de camino a casa, me palpé el escote y me di cuenta de que había perdido mi cadena con el colgante de cristal en forma de lágrima. Pero en aquel momento no tuve ganas de agacharme y buscarlo por el reducido habitáculo…intuyendo con casi total certeza, además, que no lo había perdido allí. Me dije que lo más probable era que se me hubiera caído en la cama, desprendiéndose de mi cuello en cualquier momento de la salvaje follada, y que seguramente la lágrima seguiría allí, oculta entre las sábanas y la colcha verde nácar. Bueno, ya le diría a Silver más tarde que por favor la buscara…o tal vez tuviera la oportunidad de volver allí yo misma a recogerla, ¿por qué no?…

Hacía fresco y el aire se colaba velozmente por las ventanillas abiertas del coche. Era placentero de veras aspirar el olor de la mañana veraniega--no hay otro olor igual--, pero lo cierto era que aquel aire frío me estaba haciendo polvo la garganta, que comenzó a picarme hasta que la sentí áspera como papel de lija.

En medio de mis ensoñaciones comencé a encontrarme mal, aunque me importaba un bledo, para qué voy a decir otra cosa. No era sólo por el malestar físico de la garganta--picazón que sentía que iba a explosionar en un ataque de tos de un momento a otro--sino también por el escozor que sentía en el culo, gracias al azotamiento tremendo que había recibido sin rechistar hacía tan sólo algunas horas.

Sentía algo parecido a una enorme resaca y al mal cuerpo que se le queda a uno cuando por fin ha terminado una larga noche de juerga: me dolía hasta el último pelo, mis articulaciones protestaban, tenía mucha sed, un amago de náuseas…estaba fría y sin embargo sudaba.

Busqué inquieta una posición más cómoda encima de aquel asiento que de pronto se me antojaba duro como una piedra, pero por más que lo intenté, me fue imposible.

Al ver que me movía incómoda, Silver apartó un momento la vista de la carretera para mirarme.

--Malena…--me llamó.

Abrí los ojos, sintiendo de pronto los párpados pesados igual que si estuvieran hechos de plomo. Había escuchado su voz apagada, como si me llegara amortiguada desde muy lejos.

--Estoy un poco mareada…--acerté a decir.

Me acarició la cara y detuvo la palma de su mano sobre mi frente ardiendo.

--Joder, Maleni, ¿Te encuentras bien?

Hice un esfuerzo por centrar mi mirada en sus ojos, que se habían vuelto a dirigir a mí, preocupados. Me dolían mucho las nalgas, como si me latieran a una temperatura de mil grados.

--Sss-si…--respondí con voz de borracha.

--No te estarás poniendo enferma…

--No lo sé--carraspeé.

No quería preocuparle. No quería contarle que me dolía horriblemente el trasero, me daba vergüenza, y sabía que se sentiría mal. Además, suponía que aquello ya no tenía arreglo. Me pregunté cuánto tiempo más tendría que estar soportando aquel dolor, que a pasos agigantados se estaba haciendo insostenible. Sólo deseaba tumbarme en mi cama y dormir, dormir, dormir…

Sentí que el coche se detenía después de interminables rectas y curvas, y la fuerte sacudida del vehículo cuando Silver echó el freno de mano. Mis nalgas para entonces eran las calderas del mismísimo infierno, horrorizadas por el sólo contacto de la superficie rugosa del asiento. Silver quitó el contacto y me tocó suavemente el hombro.

--Hemos llegado, princesa.

Abrí de nuevo los ojos con enorme esfuerzo.

--Estás temblando…--me dijo.

Me miraba preocupado. Yo no era consciente de mi aspecto, pero supongo que no debería ser muy saludable. Sentía los extremos de mi cuerpo fríos, y las mejillas ardiendo igual que mis castigadas posaderas. Mis ojos lagrimeaban, haciendo que todo lo que me rodeaba trastabillara ante mí, las formas girando borrosas a mi alrededor.

--Ven, mi amor…--musitó, y me atrajo hacia sí--Estás enferma, Maleni. Tienes fiebre…

--No…--intenté zafarme de sus brazos, que tiraban suavemente de mí para sacarme del coche. No recuerdo en qué momento Silver salió y abrió la puerta que estaba a mi lado--Puedo sola…

--No.--murmuró en un tono que no admitía réplica--No puedes. Déjame que te cuide, por favor…

No me sentí con fuerzas de llevarle la contraria. Estaba agotada.

Sin oponer resistencia me dejé coger prácticamente en volandas, abandonándome ciega a la fuerza de sus brazos, que me sujetaban por las axilas con firmeza. Sin mediar palabra me cargó contra su enjuta cadera, pasando un brazo por detrás de mi espalda y el otro bajo mis temblorosas rodillas.

Me abracé a su cuello y apoyé mi zozobrante cabeza sobre su pecho. Su camiseta olía a sudor y a sexo. Y olía a él, claro. Deseé retener aquel olor aunque en ese momento me estuviera casi desintegrando viva.

--Vamos a casa--murmuró con la cabeza contra mi hombro, su cálido aliento en mi cuello.

Sentí que me sujetaba contra su estómago duro para dejar una mano libre y así poder abrir con las llaves la puerta del portal. Me subió en brazos al ascensor, y en pocos minutos traspasábamos ya el umbral de nuestra casa con el mayor silencio que nos era posible, para volver de nuevo a nuestra vida de hermanos de mentira.

Pero en situaciones difíciles de explicar no se puede librar uno de la mala suerte, y esta vez no iba a ser una excepción. No había caminado Silver dos pasos apenas por el pasillo conmigo a cuestas cuando mi hermano Marcos salió a nuestro encuentro, como una bala, de entre las sombras. Sentí una violenta sacudida en los brazos de Silver, y pensé vagamente “cualquiera le explica ésto ahora al histérico de Marcos…” . Pero el caso era que estaba tan chunga, tan mala, que no me importaba un pijo…casi me echo a reír, con eso les digo todo.

--Pero…¿vosotros?…¿qué hacéis aquí?--preguntó mi hermano con un tono de voz suficiente para alertar al vecino de al lado, a la guardia civil y a los GEOs.

--Joder, que susto--susurró Silver, reponiéndose rápidamente del encontronazo--No hables tan alto, Marcos, me he encontrado a tu hermana en la calle…creo que no se encuentra muy bien…

Ja, ja, ja. Ahora sí que me reía, pero claro, mi hermano no podía verme porque mi nariz estaba sepultada contra el hombro de Silver. Las solapadas carcajadas bien podían haber parecido espasmos febriles de mi espalda a los ojos de mi hermano.

--Qué dices, estará borracha--sentenció abruptamente, sin un atisbo de piedad.

“Serás imbécil” pensé, sin poder controlar mi hilaridad. ¿Qué concepto tenía mi hermano de mí? Aunque no era de extrañar aquella conclusión, dado que el otro le había dicho que “me encontró en la calle”. Para cagarse.

--No, no, Marcos…--explicó Silver con paciencia, como tratando de hacerle entrar en razón. (“no lo intentes, es un tarugo”, pensé).

--Cómo que no, ¡mírala!

--Que no, joder, que me la he encontrado de camino a casa…--continuó Silver con voz cansada--me dijo que estaba mareada, y de pronto se desvaneció…menos mal que estaba conmigo…

--¿En serio?--preguntó mi hermano, todavía suspicaz.

--Sí, Marcos. Creo que no está bien. Vamos a echarla en la cama.

--Joder, pues sí, menos mal que estaba contigo…

Sus voces se fueron desdibujando, como distanciándose de mí. Mi hermano continuaba parloteando, pero no recuerdo nada de lo que hablaba; sólo podía escuchar un zumbido sordo que se expandía en mis oídos, dentro de mi cabeza. Di gracias al cielo por estar en los brazos de Silver, porque cada vez que abría los ojos, todo lo que había a mi alrededor giraba y giraba…

--Huélele el aliento si quieres, no está borracha--insistía Silver, mientras me depositaba delicadamente encima de la cama.--en cambio, si la tocas, está ardiendo…

Sentí la mano de mi hermano, blandita y fresca, sobre mi frente.

--Joder, tío, es verdad…¡Malena! ¡Malena!--comenzó a zarandearme, preocupado.

--Marcos, Marcos…que está enferma, no sorda. Déjala un poco.

Abrí los ojos como pude, e intenté sonreir a mi hermano. Quería, de alguna manera, que supiera que yo estaba consciente…aunque muy, muy dueña de mí tampoco es que fuera yo en ese momento, desde luego.

Me dejaron sobre la cama y se alejaron murmurando no se qué de un paracetamol, no sin antes haberme arropado Silver con suma ternura y haberme dado un fugaz beso (beso de hermanastro) en la mejilla.

Ya no sé lo que ocurrió a continuación ni lo que le dijo a mi hermano, porque me sumergí de golpe en un agitado sueño. Recuerdo que tuve unas cuantas pesadillas grimosas, de esas encadenadas que uno no sabe dónde termina una y empieza la siguiente. Mis pesadillas de fiebre eran como un tren descontrolado del que no podía bajar, me había abandonado la voluntad del despertar. Escuché entre sueños la voz de mi madre, sentí que me tocaba por todas partes con manos llenas de preocupación…y volvió a hacerse la oscuridad a mi alrededor. Y así una y otra vez, sin saber que no tenía conciencia del tiempo que pasaba.

Mantuve una conversación de besugos con Silver en la oscuridad…hasta que desperté, y me di cuenta de que él no estaba allí. En la habitación en sombras sólo estaba yo, hablando con la nada. Recuerdo que cuando tomé conciencia de aquello me quedé helada.

Cuando por fin pude razonar un poco mejor, traté de incorporarme y volví a oir su voz a mi lado, diciendo mi nombre. Abrí los ojos pensando que se trataba de otra broma de la fiebre, pero entonces le vi sentado delante de mí, en el borde de mi cama. Me miraba sonriendo tímidamente, con los oscuros ojos llenos de algo parecido al cariño.

Cerré con fuerza los ojos y volví a abrirlos, con temor de que su presencia fuera una alucinación y Silver se evaporara de inmediato…

Pero no lo era. Él seguía ahí.

--¿Eres tú de verdad?--alcancé a decir, arrancando como pude la voz de mi garganta.

--No, en realidad soy un enano disfrazado…--respondió--Pues claro que soy yo, Malena.

--No…es que…--traté de explicarle pero un acceso de tos me arrebató las palabras.

Puso un dedo sobre mis labios con suavidad.

--No hables…--musitó--Sólo asiente o niega con la cabeza…¿te encuentras mejor?

Bajé los ojos y me encogí de hombros. Aborrecía que me diera órdenes de ese modo en un contexto que no fuera el sexo, como si yo fuera una niña, aunque lo hiciera con su mejor intención.

--Estoy hecha polvo…--me empeñé en contestar.

--Vaya por dios--dijo él--Lo siento, princesa.

--¿Lo sientes? Tú no tienes la culpa--me apresuré a decir.

Silver hizo un gesto de impotencia con las palmas de las manos hacia arriba.

--Quien sabe. A lo mejor sí.

--No…--sonreí--no eres tan importante como para provocarme una enfermedad…

Silver rió.

--No, no lo soy. Espero no serlo.

--No.

Sí que lo era, pero él jamás lo sabría. Al menos de mis labios.

Levanté los ojos hacia los suyos. Me sentía tremendamente floja, con ganas de llorar sin saber por qué. Y le vi tan guapo por dentro y por fuera, tan resplandeciente que el corazón me dio un brinco en el pecho, y los nervios revolotearon hasta dejarme KO por mi barriga ya de por sí molesta. Me entraron ganas de besarle, de sentirle, de abrazarle, de tenerle dentro otra vez. Sentía un frío y un desgarro interior grande, como la soledad pero a lo bestia, viéndole ahí parado, tan cerca pero sin poder tenerle…

Alargué una mano para tocarle la cara.

--Silver…

--¿Qué, mi amor?--murmuró aproximando sus labios a los míos, que ya le deseaban con ansia.--¿qué necesitas?

Gemí quedamente al notar su respiración sobre mi trémula piel.

--Necesito…

--Dime…

Cerré los ojos y me lancé a su boca, como si ésta fuera la fuente del agua de la vida. Sentí como sus labios se entreabrían en una sonrisa para devolverme el beso, con tranquilidad, dejando paso a mi lengua que se moría por acariciar la suya.

Fue un beso largo, un beso cargado del fuego de la fiebre, caliente, lleno.

Comenzó despacio, como un tímido juego, y terminó sin respiración, peleándonos con furia por mordernos los labios, moviendo las lenguas con rapidez, saboreando los pormenores de la boca del otro con intensa lujuria.

Después de ese beso me estrechó contra su cuerpo, y volvió a acercarse a mí.

Esta vez fueron sus labios los que presionaron ávidos sobre los míos, obligándolos a abrirse como pétalos tiernos para recibirle en toda su plenitud.

Nos separamos y nos observamos mutuamente, las bocas aún entreabiertas cargadas de saliva.

--Tu madre está en la cocina--murmuró Silver con un jadeo apagado--haciéndote una sopa de pescado.

--Dios mío, qué asco.

--Sí…

Silver rió, y se precipitó de nuevo hacia mi boca. Sentí su palpitante deseo cuando me agarró la mano y la colocó en su entrepierna, que estaba más que endurecida, sin dejar de comerme con ansia los labios y la lengua.

Pensé que esos mismos besos podía dármelos en otra parte de mi cuerpo, igual de encharcada o más que mi boca…y un escalofrio recorrió mi columna vertebral.

“Cómeme el coño, cabrón” le supliqué con mi mente, a sabiendas de que era una misión imposible estando mi madre a pocos metros de la habitación. Pero, por si acaso, preferí no sugerirlo.

--Bueno…ahora va a venir tu madre--dijo Silver, controlando la respiración--así que voy a tener que irme. Si no, va a pensar algo raro…

--Ay, no te vayas…--le rogué.

--Malenita, me frustra tanto como a ti--dijo, agarrándose la polla dura por encima de los holgados vaqueros--pero ahora no es el momento…Te prometo que después vendré a verte…

--¿Cuándo?

--Después--repitió, sonriendo--ahora tienes que cenar y ser buena con tu mamá…

Mi padre para variar estaba ausente. Así que sólo tuve que soportar la suave reprimenda de mi madre aderezada con la eterna frase “Me has mentido/me has decepcionado”, basada en que estaba claro que yo no había ido a casa de Marta la noche anterior y seguía sin decirle la verdad respecto a dónde había estado.

Pero mi madre es una madre excepcional. En lugar de agobiarme con preguntas y broncas, me preparó una horrible sopa de pescado nauseabundo, y me largó un paracetamol de un gramo con la promesa de que me quitaría el dolor y la fiebre, que después de la cena amenazarían de nuevo con volver.

Después de cenar me abrazó y me besó repetidas veces hasta hacerme daño. Me dijo que yo era su hija querida, sin dejar en mal lugar a mi hermano, claro…

“Ni por asomo tienes idea de las cosas que hace el diablo de tu hija” pensé con cierto pesar “acompañada del sádico de tu hijastro, en el que tú confías ciegamente”. Qué engañada estaba la pobre mujer; pienso que incluso en el caso de que hubiera intuído un asomo de la verdad, hubiera cerrado los ojos para no “darse cuenta“. Mi pobre madre.

Abandonó la habitación dándome un último beso de buenas noches y arropándome con delicadeza.

Sus pasos se perdieron, blanditos por las suaves zapatillas de estar en casa, por el pasillo ya en penumbra. Y yo…yo cerré los ojos, pensé en mi hermanastro-amante, soñando que volvía a besarme y a follarme, y me sumí en un inquieto sueño.

En mitad de la noche desperté sobresaltada al escuchar un chasquido metálico. Alguien había entrado en mi habitación y había echado el pestillo de la puerta. Acostada en la cama de espaldas a la entrada de mi cuarto, escuché vagamente unos pasos sigilosos que se acercaban, y sentí un cuerpo fresco que se tendía junto al mío en la oscuridad.

Yo estaba otra vez encontrándome fatal, helada de frío pero con el culo y la cara calientes como si tuviera brasas debajo de la piel.

Me removí contra la silueta que estaba a mi lado, tratando de conseguir un poco de calor…tenía tanto frío…

--Hola, mi niña--murmuró la voz de Silver contra mi espalda, acariciando mis oídos.--¿Cómo estás?

Apreté aún más mi cuerpo contra el suyo. Estaba desnudo de cintura para arriba, lo supe en cuanto sentí el dulce calor de su piel.

Sus brazos me rodearon y atrajeron mis caderas hacia la erección que se insinuaba como una gruesa piedra bajo el pantalón de su pijama.

--Silver, podrían oírnos…--susurré con miedo.

--Podrían--concedió--pero tenía que venir a verte.

Me volví levemente para mirarle, pero mis sentidos embotados por la fiebre me traicionaron de nuevo, girando la oscura habitación en torno a mi cabeza.

--Te lo había prometido…--continuó, mientras jugueteaba con sus dedos por debajo del elástico de mi pijama.

No sabía quién ni en qué momento me había puesto tal atuendo, por cierto. No podía recordarlo. Pero sabía exactamente de qué pijama se trataba--lo recuerdo a la perfección--un fino pantaloncito de verano a rayas rosas y blancas con una camiseta de tirantes, igualmente mínima, con el dibujo de un conejito comiendo una zanahoria. Qué inocente y pecaminoso al mismo tiempo, ¿verdad?

Sentí las puntas de sus dedos acariciando levemente mis nalgas por debajo de mi pantalón, y no pude evitar dejar escapar un quejidito de protesta.

--Joder, Malenita, tienes el culo ardiendo…

No sé si me lo decía preocupado o cachondo, pero le temblaba la voz.

--¿Será por los azotes que te ha dado fiebre, mi niña?

--No sé… no creo…--respondí, desfallecida.

Acarició distraídamente mi coño desde atrás, y lo encontró mojado. Retiró entonces los dedos con rapidez.

--Deja que te vea el culito…--me pidió.

Sin esperar respuesta por mi parte, me incorporó y me colocó con suavidad sobre sus rodillas, como si fuera a darme de nuevo una azotaina.

Me bajó el pantaloncito de rayas hasta las rodillas y contempló sin tocarme las temblorosas montañas de carne.

--Madre mía…--murmuró--esto está fatal, Maleni. ¿Te duele mucho?

--Algo…--respondí con cierta vergüenza.

--No te preocupes--murmuró--te he traído una cosa que te aliviará.

Acto seguido sentí que alargaba el brazo para coger algo que había dejado a su lado, sobre la cama. Pude oir el chapoteo de protesta de un bote al ser exprimido cuando vertió el contenido sobre la palma de su mano, y a continuación comenzó a extender sobre mis escocidas nalgas una crema densa y untuosa.

--Esto te va a sentar bien, ya verás…--murmuró con mimo, acunándome levemente sobre sus rodillas.--Lo siento mucho, mi amor. No quería dejarte este recuerdo…

--No te preocupes…--conseguí decir, y cerré los ojos para sentir mejor el contacto de sus manos.

Continuó acariciándome en esa posición, extendiendo con suavidad la reparadora crema, yo de nalgas sobre sus rodillas, nuevamente expuesta e indefensa encomendándome sólo a la confianza que sentía hacia él. Cada fibra de mi piel se estremecía con el contacto de sus fríos dedos. Introdujo la punta de su dedo medio impregnada de crema en la rajita de mi culo y comenzó a jugar en ella chapoteando suavemente, untándola del denso fluído con olor a almendras. Me picaba un poco la crema dentro del culo, en ese lugar tan tierno y sensible, pero ya había comenzado a disfrutar con vicio de aquellas caricias y, a causa de mi debilidad, no podía evitar emitir lentos quejidos de gusto. Disfrutaba tanto que esos gemidos parecían de sufrimiento agónico, como si fuera a morirme…cuando, en realidad, eran de intenso gozo al sentir su dedo removiéndome ahí detrás, notando cada vez más dentro del ano su viscosa firmeza.

--Se te ha mojado el coñito…--murmuró Silver, acariciando levemente mi vulva con la palma de su mano--¿Quieres que te acaricie un poco?

Me retorcí sobre sus rodillas como un pez fuera del agua, arqueando la espalda para ofrecerle mi cálido chochito ansioso de guerra. No era que estuviera cachonda, no. Estaba CALIENTE, candente, como un hierro al rojo vivo, temblando por la fiebre y por el deseo que sentía por él. El chocho me había crecido y sentía que se abría--¿tendría alucinaciones?--hasta alcanzar su abertura el tamaño de un mango maduro, rebosante de jugos cristalinos que no paraban de manar de él para lubricarlo. Imaginé la lengua de Silver dentro de aquella fruta jugosa y gorda, lamiendo con fruición la pepita rosada de su centro, la semilla del orgasmo, golpeándola tímidamente con su humedad endurecida cada vez más adentro, una y otra vez, y me sentí morir.

Moví mis caderas en círculos como una desquiciada golpeando con ellas los muslos de mi amigo, antes incluso de que él me pusiera los dedos encima. Resoplaba sólo por imaginar, ya ven, sin tener ningún control sobre mi cuerpo…

--Vaya…--sonrió Silver, ralentizando el ritmo de sus cremosas caricias, sin querer tocar aún mi pobre coño--¿Sabes una cosa, Malena? Dicen que los orgasmos que se alcanzan cuando uno tiene fiebre son bestiales… ¿lo has probado alguna vez?

Se le llenó la boca de sexo cuando me hizo esa pregunta. Para entonces yo ya le suplicaba sin palabras que comenzara a tocarme y con los ojos en blanco continuaba dando pequeños botes sobre sus endurecidos muslos, tratando de llegar yo a sus dedos antes que ellos a mí.

--Joder…--gruñó Silver--No sabes cómo tengo la polla ahora mismo…

Mi gemido rasgó el aire y mi culo se movió en amplios y groseros círculos, revolcándose en la nada frenéticamente. Necesitaba llenar el vacío de mi coño como fuera, necesitaba que me metiera algo…algo, cualquier cosa…

Pero lo que hizo, sin embargo, fue reclinarse para restregar su rabo duro contra mi estómago, como para demostrarme lo caliente que estaba, y a continuación sacó algo de su bolsillo que tardó unos segundos en manipular.

Sentí de pronto un delgado objeto frío, también viscoso de crema, que se introducía en mi culo de forma implacable, provocándome un sordo placer.

--Vamos a ver cuánta fiebre tienes, Malenita…

Un escalofrío recorrió violentamente mi columna vertebral. Me estaba poniendo un termómetro. Me estaba metiendo un termómetro por el culo. ¡Sólo me habían hecho eso cuando era pequeña, y siempre había llorado a lágrima viva cuando me lo hacían--aunque no me causara dolor--porque me parecía sumamente denigrante!…

En cambio en aquel momento, cuando sentí de manos de él el frío tubo de vidrio sin previo aviso dentro del culo, tuve que esforzarme por no dar un chillido de gusto.

--Qué cochina eres…--murmuró Silver con una sonrisa maliciosa--sólo es un termómetro…

--AH…..Ahahahahhhh…..aaaaarrrfffhhh--resollaba yo como una cerda, la cabeza sepultada contra el colchón, las manos sudorosas sin saber dónde agarrarse.

--Joder, no sabía que iba a gustarte tanto…

Dejó el termómetro ahí alojado, clavado en mi cavidad anal, y mediante leves toques con los dedos lo introdujo aún más adentro, retorciéndolo suavemente en el interior de mi culo que se apretaba y chorreaba crema mientras yo gemía de placer.

--¿Te gusta?--preguntó con un gruñido.

--Síííí….sí….--fue lo único que fui capaz de responder, con el coño sobrecargado ya de excitación, enrojecido y pulsante.

Sentía un placer difícil de describir con aquel objeto extraño insertado en el recto. Pero eso no fue nada en comparación con la explosión que sentí cuando Silver recorrió con sus dedos mojados la raja de mi coño, tan abierta que ni siquiera le hizo falta separar mis labios para llegar a donde yo tanto deseaba. Frotó y frotó con empeño hasta que perdí el ritmo de mis movimientos, sin saber cuándo terminaba una sacudida de mi fogoso culo y cuándo comenzaba la siguiente. Me parecía estar echando cantidades ingentes de flujo por el coño, poniéndole perdido a mi amigo, arruinando sus pantalones, mientras mi culo abrazaba el helado termómetro y mi boca se deshacía en agua contra la colcha.

Silver se inclinó sobre mí, dejando caer suaves guedejas de su pelo negro sobre mi ardiente espalda.

--Córrete--me susurró al oído--córrete, guarrita, disfruta…

Su voz prendió como una antorcha en medio de mi debilidad.

Me sacudí repetidas veces sobre él gimiendo su nombre y tratando de no gritar, justo antes de comenzar con las rítmicas contracciones de un orgasmo que parecía no cesar nunca, comenzando en el epicentro de mi coño y expandiéndose raudo por el resto de mi universo hasta las puntas de los dedos de mis manos y pies. Me abandoné a él sin posibilidad de retorno; mi cuerpo quedaba en la cama lejos de mí mientras un trozo de mi vida se escapaba de ente mis labios apretados, escindiéndose, incendiándose cada vez más con cada monosílabo de dulce tortura.

Recuerdo que disfrut酡cómo disfruté!. ¡Cómo ardía mi coño encendido golpeando el aire con salvaje entusiasmo, mientras los dedos de mi casi hermano me penetraban sin darme tregua!

Transcurrida una eternidad, mi orgasmo fue apagándose hasta permanecer como un débil rescoldo anudado en mi ombligo, un gemido aún prendido en la garganta. Se mantuvo así unos segundos, aleteando aún dentro de mi coño, y yo lo seguía sintiendo húmedo y calentito…hasta que poco a poco, por fin, me abandonó.

El ardor fue sustituído por una nube de calma, una sensación embriagadora de cálida paz. Me dejé caer como una muñeca de trapo sobre los acerados muslos de mi amigo, a la deriva, impulsada por el viento como un ala-delta al amanecer , surcando el cielo al compás del bombeo lleno de mis arterias, volando un paso más con cada latido…Mi alma no había regresado, seguía danzando en algún lugar más allá de la habitación, lejos del cuerpo, quemándose por el goce poco a poco.

Silver se pasó la lengua por los labios resecos y me colocó de nuevo encima de la cama, contemplando en silencio cómo yo me deshacía sobre el colchón, con los ojos cerrados agitándose aún mi cuerpo en leves sobresaltos.

Se sacó violentamente la polla y osciló con sus caderas unos centímetros por encima de mi cara, acariciando mis mejillas, mis sienes, mis labios con su engordado glánde húmedo y caliente.

Su polla olía a pantano virgen, a sexo y a deseo enrarecido por haber estado inflamada dentro de los pantalones durante demasiado tiempo. Sentí como dirigía hacia mí su ardiente dureza con manos temblorosas, dándome mullidos golpecitos con ella en mis labios entreabiertos, sin llegar a traspasarlos.

Metió despacio una rodilla entre mis piernas para separarlas, mientras continuaba pajeándose lentamente sobre mí, recorriendo su falo de arriba a abajo con largas y flexibles caricias. Apoyó su muslo desnudo contra los temblones pliegues de mi sexo, restregando con furia la piel fresca contra mí, raspando mi ingurguitado coñito con el vello de su pierna tensa.

Yo me moría por comerle aquel miembro grueso e introducirme su tronco latente hasta la garganta…pero él jugó retozando con lascivia, adelante y atrás mientras retraía una y otra vez su capullo con suaves chapoteos, trazando círculos con sus caderas en equilibrio sobre mi boca, evitando mis labios hambrientos, golpeándome la cara dulcemente con la polla dura una y otra vez. Las gotitas de humedad prendidas en su enrojecido glande me mojaron la naríz y la boca, extendiendo en ellas la esencia animal que impregnaba su rabo.

Sin dejar que me diera mi merecido atracón de polla, descendió un poco y comenzó a pajearse más rápido sobre mi estómago, amasando con la mano derecha mis pechos blancos como flanes de nata, lamiendo con ansia los endurecidos pezones rosados que se erizaban contra su lengua. Mordía y succionaba mis pezones mientras se masturbaba como loco, moviendo el culo adelante y atrás con las rodillas apuntaladas sobre el colchón, entre mis piernas abiertas.

Por instinto comencé a acariciarme yo misma para calmar el hambre feroz de mi coño, que se había despertado de nuevo y exigía la atención de unos dedos bien entrenados para aplacar aquella lujuria que le quemaba por dentro.

Silver gruñó con alborozo mientras yo me retorcía contra su muslo y su ingle, mi dedo agitándose casi con desesperación entre mis rosados labios, enmarañado en mi suave vello púbico.

Cambió de posición para recostarse a mi lado, jadeando, y apartó con brusquedad mi mano de mi chochito empapado, relevándome con su dedo duro como una piedra que comenzó a frotarme con decisión, penetrando mis labios menores a una velocidad de vértigo.

Mi espalda se arqueó para sentirle más y mi cabeza se echó hacia atrás, en un ángulo casi imposible sobre la almohada. Abrí las piernas al máximo y me recreé en aquella sensación de pre-orgasmo, escuchando como Silver chapoteaba en mi encharcado coño con su mano derecha mientras se meneaba el pollón con la izquierda, y cómo aquellas sacudidas me iban conduciendo, poco a poco, al punto maravilloso del no retorno.

Sentí de nuevo su lengua abriéndose paso dentro de mi boca moviéndose frenética al mismo ritmo que culeaba con la polla a reventar dentro de su puño.

Su boca selló la mía, ahogando mis gemidos cuando por fin me sobrevino el orgasmo. No pude emitir más que un ronco y largo sonido sofocado por sus labios, respirando profundamente dentro de su boca mientras él continuaba follándome con su dedo de manera incansable.

Casi al instanse se corrió, derramando pequeños riachuelos de leche que salieron disparados a causa del bombeo manual de su polla, salpicando las paredes y la colcha de mi cama. Mis muslos también se llevaron una buena ración de semen grueso y calentito, cuyos cuajarones resbalaron impertinentes hasta la entrada misma de mi coño cuando poco después comenzamos a relajarnos.

Me recosté laxa a su lado mientras trataba de reponerme de la monumental corrida, y de pronto palpé algo frío entre las sábanas, junto a mí. Desorientada traté de coger aquel objeto delgado pero se me resbaló de entre los dedos, yendo a caer de nuevo a escasos centímetros de mí sobre el colchón. Alargué de nuevo la mano y lo cogí, tratando de pensar qué sería.

Silver levantó levemente la cabeza y cuando vio aquello que tenía entre mis manos comenzó a reirse con cierta malicia.

--Vaya, me había olvidado de esto…

Pasó su brazo sobre mí para llegar a la mesita de noche y encendió la pequeña lamparita de lectura que tengo sobre ella. Tomó de mis manos el objeto y lo acercó a su rostro para examinarlo.

--Qué olvido imperdonable…--susurró, mientras movía levemente el pequeño tubo de vidrio ante sus ojos entornados.

Mis pupilas se adaptaron con esfuerzo a la súbita intensidad de la luz, y vi el destello del vidrio en la mano de mi amigo.

--¿Qué es eso?--pregunté con voz pastosa.

--Joder…--murmuró Silver--…marca 38,4 grados…tienes bastante fiebre, mi niña, ¿cómo te encuentras?

--¡Anda! el termómetro…

No recordaba cuándo, pero debía de haberse salido de mi culo en algún momento del festín…

--Sí…--sonrió Silver--tu tampoco te acordabas, ¿verdad?

--No…

--Bueno--murmuró dejando el termómetro con cuidado sobre la mesita de noche--¿cómo te encuentras, princesa?

Mi cabeza era una nebulosa de confusión y mareo, la verdad, más aún después de aquella sesión de sexo. En el entorno iluminado de mi cuarto veía nubes de puntitos brillantes a mi alrededor cada vez que abría los ojos.

--Un poco rara…

Se tumbó de nuevo a mi lado y comenzó a acariciarme la cara, besándome levemente los pesados párpados, la nariz, los labios…besos tenues y pequeños mordiscos sobre cada centímetro de la tierna piel.

--¿Pero te encuentras muy mal?--preguntó con voz queda, sin dejar de besarme suavemente.

--No, no, estoy un poco mejor…

Traté de sonreirle, pero el cansancio se adueñaba de mis huesos y músculos aunque luchara por no dejarme vencer.

--Tienes que tomar algo para bajar esa temperatura…--dijo, rozando con sus dedos mis pezones, que le respondieron volviendo a erizarse inmediatamente.--Iré un momento a la cocina y te traeré algo…tápate un poquito.

--No, no te vayas…--gemí, apretando su mano entre las mías.

Él se desasió con suavidad y se irguió para levantarse.

--Volveré en un minuto--me prometió clavando en mí sus ojos negros--y me quedaré contigo hasta que te duermas, si quieres.

Acto seguido se vistió de nuevo con el pantalón del pijama y se aproximó hacia la puerta. Giró el pomo con cuidado, para no hacer demasiado ruido a aquella hora…y salió al pasillo tanteando en la oscuridad.

Yo me quedé sola, esperándole sobre mi cama revuelta, ardiendo de calor con los ojos cerrados. Aparté la sábana sin importarme quedar desnuda sobre el colchón con el chocho al aire; pensé que tenía que aprovechar ese mínimo instante antes de perder su olor, su calor…porque el displacer y los escalofríos de la fiebre --por cierto, ¿dónde estaban?--no tardarían en regresar.

En mi embotada cabeza las ideas iban y venían con fulgurante rapidez, como relámpagos, sin darme apenas tiempo a pensar en ellas, fundiéndose unas con otras.

Me invadió de pronto una sensación extraña, lógica a mi edad después de tanto goce. ¿Y si…? ¿Y si estaba yo actuando como una “puta”? Esa era la temida palabra que más “se llevaba” en esos días, y se utilizaba para referirse a una mujer de poca vergüenza en general. Sin minucias y sin matices: una puta no era necesariamente la tía que se acuesta con muchos hombres--por dinero o gratis--, sino la que disfrutaba sin barreras y encima lo gritaba a los cuatro vientos. Lo contrario de ser “puta”, para que entiendan a qué me refería yo entonces, era ser “estrecha”, cosa penosa igualmente pero más aceptada en lo social.

¿Sería yo una puta?

Ahora sé que disfrutaba y punto, pero comprendan, por favor; a mi edad y con los tiempos que corrían era difícil asimilarlo. Es curioso cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo; ahora el mito de la “puta” ya no es tan terrible, o al menos no les importa tanto a las jovencitas de quince a veinte años, o eso me parece a mí. Me alegro. Y me alegro de tener ahora treinta (y pocos), de verdad.

Silver volvió pocos minutos después llevando entre sus manos un vaso de cristal lleno de agua --dios mío, me di cuenta de pronto de la sed que tenía--y una pastilla alargada del tamaño de un ladrillo.

Me hizo tragar la pastilla--odioso trance--y después me bebí el agua sin respirar, el vaso entero. Me cayó como un perdigonazo en la barriga, pero me calmó la sequedad de boca.

Miré a mi amigo a los ojos, y recuerdo que sentí tanta confianza con él que le formulé sin pensarlo la temida pregunta. Supongo que lo hice por miedo a que se “aprovechara” de mí, porque de las “putas” los tíos se aprovechaban, era el deporte nacional, y todo el mundo lo tenía clarísimo. Qué asco de doble moral, qué destructiva para el cuerpo y el alma.

--Silver…--le dije, pobre de mí, buscando en mi mente las palabras adecuadas. No quería pillarme los dedos por mucho que confiara en él, tal era mi miedo.--Quiero preguntarte algo…

Mi amigo se acostó a mi lado y me miró expectante.

--Claro, lo que quieras…

--Silver, tú…--carraspeé.

--Yo… ¿qué?--me alentó con una sonrisa.

Pensé que le amaba más que nunca. Miré hacia abajo para esquivar el contacto de su mirada atenta.

--Tú… ¿crees que soy…una “puta”?

--¿Una puta?--repitió extrañado, arqueando las cejas--No, por dios. ¿ por qué iba a creer tal cosa?

--No sé…--murmuré con la barbilla baja, mareada.--no sé…por correrme contigo…por hacer estas cosas…

Se echó a reir por lo bajo.

--Anda, Malena, deja de decir tonterías.--dijo mirándome divertido.

Levantó mi barbilla con sus dedos y me obligó a encontrarme de nuevo con sus ojos negros y brillantes.

--es que…

--No entiendo a qué viene esa pregunta…--continuó, sonriendo con cierto apremio--Nos queremos, nos gustamos, disfrutamos. Y ya está. ¿Por qué has pensado esa gilipollez?…quiero decir, que no quiero…que no quiero que te sientas así. ¿Yo te hago sentir como una puta?

--No, no…--me apresuré a contestar. En mi amargura, el problema lo tenía sólo yo…

--Me gusta que disfrutes--me cortó--me gusta que seas mía. Pero no eres una puta. Eres una cerda, como el resto de los humanos. Somos dos personas que disfrutamos como cerdos todo lo que podemos… visto así tenemos suerte, ¿no crees?

--Visto así…

Era un buen razonamiento que de momento me satisfizo. Al menos me alivió.

Caí rendida en la cama, poco más recuerdo de esa noche.

No sé cuándo Silver se marchó, pero sí recuerdo--como si lo hubiera vivido justo ayer--que por fin alcancé el deseado mundo de los sueños mecida por su voz, que susurraba a mi oído una canción que no ha vuelto a significar lo mismo para mí desde aquella noche:

“En los brazos de la fiebre, que aún abarcan mi frente

lo he pensado mejor y desataré

las serpientes de la vanidad…

El paraíso es escuchar

y el miedo es un ladrón

al que no guardo rencor, y el dolor es un ensayo

de la muerte.

En la piel de una gota

mis alas volvieron rotas,

y entre otras cosas ya no escriben con tinta de luz…”

CONTINUARÁ…

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