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Mujer sola (2)

en Hetero: General

Mujer sola: 2ªparte

El apagón nos devoró y nos sumió por completo en las tinieblas. Toda la manzana se quedó sin luz. Se apagaron las ventanas de las otras casas, y las farolas que iluminan la calle de enfrente.

--vaya…--conseguí murmurar.

Intenté adivinar la silueta de Varu en la oscuridad sin conseguirlo. El saber que estaba cerca aunque sin verle, y que él tampoco vería la expresión de mi cara en aquellos momentos me excitó bruscamente. Mi respiración comenzó a acelerarse, y tanteé desesperada sobre la mesa en busca de un mechero.

--Mierda, ¿dónde está?

--¿Qué buscas?—la voz de campana sonó sonriente, a escasa distancia de mi piel. Cómo deseaba sentir su aliento.

--Mi mechero, no lo encuentro…

--Yo tengo uno.

Sentí el rumor de la tela de su bañador mientras él buscaba en algún bolsillo. Poco después noté el contacto cálido de su piel cuando su mano chocó con mi antebrazo para alargarme un objeto cilíndrico y liso.

--Gracias…

Traté de encender el mechero pero fui incapaz. Saltaron algunas chispas que me mostraron la sonrisa de Varu demasiado amplia, demasiado cerca de mí. Comencé a marearme a causa de los nervios y del deseo. Aunque les parezca increíble, no conseguía encenderlo…

--Déjamelo—murmuró con suavidad—ya lo intento yo…

Tomó el mechero de entre mis manos, rozándome con sus dedos tibios, y accionó el mecanismo de forma limpia. Las chispas saltaron de nuevo con un chasquido, pero no brotó ninguna llama.

--Vaya—susurró mientras lo intentaba de nuevo—la piedra debe andar mal…

No parecía preocupado, ni siquiera inquieto. Al contrario, parecía discretamente divertido con el apagón. Yo estaba que se me iban a salir las tripas por la boca.

Mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y alcancé a ver un sesgo de su rostro, tranquilo, sonriente. Confiaba en mí. No se sentía incómodo. También pude ver el brillo de sus ojos, y me sentí morir.

--Tengo otro encendedor en la cocina…--acerté a decir mientras me levantaba—voy a buscarlo…

Comencé a andar por el pasillo muy lentamente, con miedo. Siempre me he sentido insegura en la oscuridad, incluso dentro de mi propia casa. Aunque ya no veía únicamente tinieblas, tan sólo distinguía sombras que parecían engañarme a cada paso, contornos donde se suponía que las cosas debían estar, pero yo no era capaz de identificarlas del todo. Me desoriento con facilidad.

Palpé la pared en busca de la puerta de la cocina. Sí, ahí estaba.

Traspasé el umbral y comencé a tantear los muebles… ¿dónde estaría el dichoso encendedor? En la encimera, probablemente. Lo utilizaba para encender los fuegos de mi cocina de gas.

--No lo encuentro…--casi pareció que pedía socorro, ahogada mi voz por el retumbar de la tormenta. Parecía que el cielo iba a desplomarse. Empezaron a caer pesados goterones que se estrellaron contra el cristal de la ventana, manchando la acera, rebotando como piedras contra las copas de los árboles.

--Espera—dijo Varu desde el salón—voy a ayudarte…

--No, no hace falta…--me atraganté con mi propia saliva, aterrada.

Escuché como se levantaba y avanzaba resuelto hacia mí. Temblé.

Se movía más rápido que yo por entre las tinieblas, debido tal vez a que veía mejor, o quizá a un exceso de confianza propio de su edad. Me inclino a pensar que esto último era la causa, porque a pocos centímetros de donde yo estaba tropezó con algo que había en el suelo—el platito de comida para el gato, precisamente—y perdió el equilibrio, abalanzándose sobre mí todo lo largo que era.

--Ay…--fue lo único que fui capaz de decir, mientras trataba en vano de no caer yo también, bajo la fuerza de su peso.

Pero no logre rectificar. Trastabillé durante unos segundos y caí al suelo hacia atrás, sentada, y Varu se precipitó sobre mí quedando con la nariz a escasos centímetros de mis pechos. Si él no hubiera parado el golpe con sus brazos, que enjaulaban mis hombros como dos barrotes rígidos y tensos, definitivamente hubiera hundido la cara en mi canalillo.

Escuché como respiraba para reponerse de la caída. Sentí estrellarse contra mi piel el aire cálido que exhalaba precipitadamente.

--Joder…lo siento—murmuró, arrodillándose atropelladamente entre mis piernas para levantarse.

Su voz sonó rara, con un aleteo de algo que quizá era excitación. Quizá.

--No…no pasa nada—balbucí sin querer tocarle.

--¿Te has hecho daño?

Un rayo iluminó el cielo y pareció que durante un segundo se hizo de día. Casi inmediatamente, el estruendo del trueno hizo temblar los mismísimos cimientos de la casa.

--No, no… ¿y tú?--respondí, soltando una risa nerviosa, aun con el cuerpo de él encima, impregnándome de su olor. Pude notar como su pecho subía y bajaba al compás de su respiración, que se había acelerado por la caída. Su piel tenía un aroma fuerte, joven, a sudor tenue y a vida. Un olor tierno y potente mezcla entre hormonas animales y algo comestible. Algo comestible y apetitoso, como de tarta de nata con carne de lo más consistente, de esa que da ganas de morder.

--No, estoy bien. Lo siento, Lidia—jadeó aguantando una carcajada. También él estaba alterado.

Escuchar mi nombre viniendo de sus labios, en ese tono de voz tan cercano como un susurro caliente y lleno de inocencia al mismo tiempo, me hizo estremecer.

--No…no pasa nada…

Se incorporó y escuché cómo extendía el brazo hacia mí para ayudarme a incorporarme.

--¿Dónde estás?—me dijo—no puedo verte…

Tanteé las tinieblas y encontré su mano.

--Aquí…vaya caída más tonta—sonreí.

--Sí, no sé, he tropezado con algo…

En ese preciso momento, la luz volvió tan rápido como se fue, relegando mi fantasía al mundo de los sueños de un plumazo.

Varu se hallaba tan solo a un paso de mí, sujetando todavía mi mano entre las suyas, manteniéndola apretada entre sus dedos. Su rostro estaba ligeramente crispado, sus labios entre abiertos y sus pupilas muy dilatadas, tanto que me vi reflejada en ellas.

--¿Estás bien?—le dije.

Me miró durante un segundo muy fijamente.

--Sí—respondió con voz grave—y… muchas gracias.

--¿Gracias por qué?—inquirí sin saber a qué se refería.

Varu resopló y esbozó un amago de sonrisa, me pareció que algo triste, extraña.

--Desde el día que te conozco has hecho un montón de cosas por mí…--dijo de pronto con un hilo de voz—primero encontraste la cadena de mi hermana, y desde ahí no has parado de hacer cosas. Me haces sentir muy a gusto cuando hablamos, me explicas las mates como nadie, y ahora que me he caído me has protegido con tu cuerpo…

No esperaba tal arranque de sinceridad ni sentencias tan profundas desde de la boca de un chaval. Me dio la risa, por los nervios, supongo.

--No te he protegido con mi cuerpo—negué con la cabeza—te has caído encima de mí, que es diferente…

Se echó a reír a su vez, y dirigió la mirada al suelo.

--Bueno, es igual—dijo—he caído en blando…

--Y tanto… casi te comes mis tetas—bromeé, y al momento me arrepentí de decir tamaña salvajada, pero ya era tarde.

--Me habría comido tus tetas encantado de la vida—soltó él, entornando los ojos sin dejar de sonreír—pero hacerlo sin preguntar me parecía una falta de educación…

Lo tomé como lo que era, una broma. Claro. Una broma tonta sin importancia. Estos chicos están de hormonas que no pueden más. Y por otra parte qué iba a contestar el pobre ante mi provocación manifiesta, pensé.

Puse algo de cenar independientemente de su negativa y seguimos estudiando. Pero, después de haber sentido su piel tan cerca de mi boca, su peso sobre mí, su contacto…ya no era lo mismo. Me costaba mirarle. Tartamudeaba como una imbécil. Me hacía líos a la hora de explicarme. Tenía el corazón a cien.

"¿Te gustaría comerte mis tetas, Varu?" susurró con lujuria una horrible voz interior "A mí me encantaría sentirte bien duro mientras lo haces…"

A pesar de lo mucho que me trabucaba, conseguí explicarle un tema más. Y nos dieron las tantas.

Varu se despidió de mí a la una y treinta y siete minutos de la mañana, pero se marchó de mi casa a las dos y quince. Nos quedamos charlando casi tres cuartos de hora, y a parte de palabras cruzamos silencios y miradas incendiarias que yo no sabía si a él le pasaban inadvertidas, a mí desde luego no.

Cuando Varu se fue por la puerta hablé muy seriamente conmigo misma.

Estaba claro que algo en mí le ponía. Estaba claro que se comería mis tetas, él mismo lo había dicho. O no, pero de cualquier manera, mis tetas le gustaban. "Las tuyas y las de cualquiera, Lidia" me reprendí a mí misma "Tiene dieciocho años, qué te vas a esperar…"

Pero lo que estaba claro era que, gracias a esa flexibilidad inesperada por su parte, si me hubiera dicho cualquier cosa que prendiera la mecha yo me lo habría follado ahí mismo. No lo hubiera podido evitar. Cómo deseaba que me destrozara.

Y eso no podía ser. No podía permitir que eso ocurriera, de ninguna manera.

Y dado lo caliente que yo me ponía con él, me desesperé. No sabía cómo hacer…

Y entonces hice algo muy estúpido, y sólo lo hice porque confiaba en él y deseaba, en secreto, que me comprendiera. Deseaba que entendiera que debía alejarme de él, aunque yo no quisiera. Deseaba… ¡joder! Sé que a lo mejor no lo entienden ustedes, pero de pronto deseé contarle la verdad.

Y se lo conté todo.

Completamente insomne, agarré un trozo de papel y me puse a escribir. Le escribí una carta de tres folios, y le conté todo. Le dije cómo me había gustado desde el primer día y cómo me sentía, sin entrar en detalles, mencionando sólo de pasada los deseos que él despertaba en mí. Me puse un poco verde, porque el cuerpo me lo pedía. Le dije que yo estaba loca, que no era una buena compañía para él porque estaba confusa, porque a pesar de mi edad él me gustaba demasiado, y que eso no era justo porque él era muy joven. O yo muy mayor, casi más esto último.

La conclusión de la carta era, en resumidas cuentas, que teniendo en cuenta todo aquello era mejor que no nos volviéramos a ver a solas. "Aunque después de saber todo esto ya no querrás verme de ninguna de las maneras, supongo" escribí. Le dije que lo sentía muchísimo, pero que no iba a poder explicarle más las matemáticas. Le dije que lo estaba pasando mal con todo aquello, y le pedí que comprendiera.

"No sé si a su edad será capaz de entender algo así"…me asaltó la duda. Pero tenía que intentarlo. Parecía un chico sensato, algo atolondrado quizá pero cargado de buenos propósitos. Darle la carta se me antojó la salida más ética que yo podía tomar. No quería que pensara que le daba largas porque él no me importaba. Él había dicho que éramos amigos…no podía hacerle eso. Soy imbécil, lo sé. Pero en mi cabeza todo resultaba terriblemente lógico.

Así pues, firmé a pie de página, plegué la carta y la metí en un sobre. Al día siguiente, en la piscina, se la di dentro de un libro que le dije que quería prestarle. No iba a dejársela en el buzón y a arriesgarme a que la interceptara cualquier miembro de su familia, y vinieran a lincharme con piedras y palos a la puerta de mi casa… Les aseguro que yo pensaba que no me merecía menos.

--Toma, Varu…

--¿Y este libro?—me había preguntado con gesto de sorpresa.

--Es un buen libro—le dije, acercándome a él para que no me escuchara nadie más—Y…dentro, entre las páginas, hay algo para ti…

Me miró terriblemente ilusionado, y no me van a creer pero se me partió el corazón.

--¿Ah sí?—dijo con los ojos muy abiertos y una enorme sonrisa--¿y qué es?

"Los desvaríos de una mujer sola" pensé, pero no dije nada, por supuesto.

--Ya lo verás…

--Vale—asintió él, con complicidad.

Para él era una gran sorpresa y para mí una sentencia de muerte. Sonreí con ironía.

--¿Quedamos para estudiar esta tarde?—disparó cuando yo ya me iba, pillándome del todo por sorpresa.

--Bueno…--traté de pensar qué decirle—antes quiero que veas eso—le señalé el libro con una inclinación de cabeza—y de todas maneras, esta tarde no creo que pueda…tal vez en otro momento.

Y sin querer dar más detalles me giré y me marché.

 

Al llegar a casa cinco minutos después, nada más entrar por la puerta, no pude evitar echarme a llorar.

¿Por qué sentía yo ese deseo tan profundo por alguien que estaba claro que no era para mí? Jesús, pobre muchacho. Yo era una desviada mental por sentir aquello, y una gilipollas por haberlo reconocido en lugar de tratar de sobreponerme a todo lo carnal y dejarle en paz.

Me arrepentí de lo que acababa de hacer.

Pensé que haberle entregado la carta a Varu había sido lo más injusto y erróneo que podía haber hecho…era como declinar en él la responsabilidad de una falta mía; seguramente la leería y se horrorizaría, seguramente se sentiría fatal. Bastante tienen los jóvenes en la cabeza como para encima armarles líos…

Le veía demasiado sensible como para cargar contra mí, pero quién sabe, todo era posible. Varu podría reaccionar de cualquier forma…Oh, dios, ¿por qué tenía yo que ser tan idiota?

Lloraba también, con mucha amargura, porque me dolía muchísimo pensar que nuestros pequeños ratos se habían acabado. Desde luego, las charlas a horas intempestivas en la precaria intimidad de la piscina eran incompatibles con todo lo que yo acababa de comunicarle por escrito, con todo lo que yo sentía.

Pero por otra parte había que encarar la verdad. Era mejor hacerlo; horrorizar a Varu sería la única forma de no caer en el descontrol, porque lo alejaría de mí…

Lo más valiente tal vez hubiera sido desaparecer simplemente, y dejar creer a Varu que yo era una borde, darle largas hasta que se cansara de insistir. Pero no tuve cojones para hacerlo, me dolía demasiado. Fui demasiado egoísta. Quise explicarle la verdad y guardarme un atisbo de esperanza, jodida cabrona. Por eso le había escrito; no por valor ni por ética, sino por puro egoísmo.

++++++++++++++++++++

No comí apenas nada y me acosté en la cama, invadida por una tremenda tristeza; por una pena umbría, negra. Es difícil poner en palabras lo que sentía hacia mí misma…supongo que sentía odio entre otras muchas cosas, así como vergüenza. Y no podía, les aseguro que no, dejar de sentir deseo por aquel chico encantador…lo que me hacía revolverme contra mí misma y odiarme más todavía.

La tarde la pasé acurrucada en la oscuridad, sólo acariciada por la luz del sol que se filtraba a través de las ranuras de la persiana. Como no había descansado mucho la noche anterior-- pues pasé bastante tiempo escribiendo la carta a Varu impulsada por mi desorden mental-- al poco rato de echarme me quedé dormida.

Me despertó un chasquido metálico procedente de algún lugar en el piso de abajo. A mi casa se puede entrar de dos maneras: una, por la puerta principal que da a la calle, llamando al timbre, o bien por una puertecita que hay justo al otro lado, en un pequeño patio que da al jardín comunitario y a la piscina. No suelo cerrar esta última entrada con llave por un exceso de confianza; al fin y al cabo, el jardín común está cerrado y se supone que sólo un vecino podría entrar por ahí…

A pesar del embotamiento, inmediatamente deduje que alguien había llegado por esta última entrada, porque esa puerta hace un ruido característico al cerrarse: el ruido de la plancha de metal al encajar de nuevo en su sitio.

Me incorporé rápidamente y bajé las escaleras mirando el reloj. Las nueve de la noche, ¿cómo me había quedado dormida tanto tiempo, Jesús? Y… ¿Quién coño estaba entrando en mi casa?

Me quedé petrificada en el rellano cuando vi la persona que me esperaba en el salón, a escasos metros de la puerta de cristal.

--Varu…

No supe que decir. La voz se me heló en la garganta mientras trataba de ascender hasta mis labios.

Varu me contemplaba sin moverse, rígido, la boca cincelada en su rostro como una fina línea, los hombros tensos igual que si se dispusiera a atacarme. En la mano derecha sujetaba con firmeza mi carta, que el aire procedente de la puerta entreabierta hacía ondear con un suave aleteo.

--Hola…--musité, sin querer continuar bajando las escaleras.

Varu agachó levemente la cabeza y fijó sus ojos oscuros en el suelo. En ese momento me di cuenta con horror de que, mientras dormía, la parte de arriba de mi biquini se había movido y la cortinilla dejaba al descubierto la redondez rotunda y blanca de uno de mis pechos. Coloqué precipitadamente aquella turgencia desbocada en su sitio, y me acomodé la parte de abajo del biquini como para taparme más.

--Hola—respondió escuetamente, y me lanzó una mirada de hielo, profunda.

Sentí como si algo se resquebrajara dentro de mí…

Bajé los ojos, ruborizada, sintiéndome terriblemente culpable y casi a punto de llorar de nuevo. Varu en pocos días había logrado tocarme el alma, me llegaba muy adentro… y en aquellos momentos me clavaba sus ojos como si fueran puñales, me miraba con desprecio.

--No me mires así, por favor…--fue lo único que acerté a decir.

Él inhaló una profunda bocanada de aire y luego exhaló con fuerza, como si tratara de descargarse de una enorme presión.

--¿Y cómo quieres que te mire?—me espetó. La voz le salió de golpe, llena de resentimiento.

--Lo siento mucho…

No podía mirarle a la cara. Lágrimas de culpabilidad asomaron a mis ojos, irremediablemente. Lágrimas de vergüenza. Mi alma estaba demasiado torturada como para soportar esa mirada.

--Perdóname…--musité con un nudo en la garganta.

--¿Que te perdone?—escupió—No, no me da la gana.

Me estremecí.

Él resopló de nuevo y desvió la mirada hacia la ventana, mordiéndose el labio inferior. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los míos, su mirada pareció dulcificarse por un instante, dejar de ser de piedra, aunque todavía permanecía empañada por la traición.

--No saldré de aquí—murmuró despacio—hasta que me digas qué significa esto.

Agitó delante de mí la carta que le escribí.

--Me has explicado funciones, y no sé cuantas cosas más—continuó—así que ahora, por favor, explícame qué es esta mierda de que no vas a volver a verme.

Fruncí el ceño, algo confundida, y me sequé los ojos con el dorso de la mano.

--Varu…--respiré hondo y le hablé, enfrentándome a sus ojos expectantes—ya te he dicho en esa carta lo que me ocurre contigo…

El negó con la cabeza.

--Pues cuéntamelo otra vez, porque yo no lo entiendo…

Desesperada, elevé los ojos al techo, rogando a alguien ahí arriba que por favor me salvara.

--¿Pero qué es lo que no entiendes?—musité—me gustas…Varu, me gustas…

--Ya, eso lo he entendido—respondió con sequedad—lo que me jode es por qué no quieres saber nada más de mí…

--Pues es evidente—contesté, un poco sorprendida por el rumbo que había tomado su argumento—porque me gustas demasiado… y eso no puede ser.

--¿No puede ser?—enarcó las cejas e hizo un gesto de impotencia con las manos—Pero, ¿por qué no, demonios? ¿No puede ser el qué, por qué?

--Varu, ¿no lo entiendes?—sentí que me estaba desesperando—si te quedas cerca de mí desearé que pase algo…

Avanzó un paso hacia mí, quedándose al pie de la escalera, sin dejar de mirarme fijamente como si quisiera perforarme con sus pupilas, cada vez más enfadado.

--¡Pues claro que desearás que pase!—exclamó—igual que yo.

Abrí mucho los ojos y retrocedí.

--No…Varu, no puede ser…

Él bufó y comenzó a dar pequeños paseos por la habitación, como un león enjaulado.

--Lo que más me jode de todo esto—murmuró—es que no has tenido en cuenta para nada mi opinión.

--Pero…

--¿Tú te crees que puedes soltarme que te gusto, y a continuación alegremente decirme que te vas, que no volveremos a vernos porque según tú es lo mejor? ¿Tienes idea de cómo se me ha quedado el cuerpo?

--Varu, por favor, no te enfades…

No soporto los enfrentamientos ni las discusiones con alguien que me importa. Son un infierno, una agonía para mí.

--¡Lo siento!—estalló—No quiero ser borde, pero dime, ¿Cómo se supone que me lo tengo que tomar?

Me miró dolido, con rabia.

--Cuando leí que te gustaba…--volvió a esquivar mi mirada, y me pareció que los ojos se le humedecían—me hizo mucha ilusión.

--Ah… ¿sí?—pregunté con cierta incredulidad.

--Sí—asintió él—claro. Pero siempre la edad, siempre las mismas chorradas. ¿Me crees tan niño?—preguntó con los ojos echando chispas—Pues no soy ningún niño, Lidia, tengo dieciocho años, joder.

--Exacto…

--¿Tanto problema representa eso para ti?

"Oh, por favor, no me hagas esa pregunta…"

CONTINUARÁ…

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