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El Gran Juego

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EL GRAN JUEGO

--¡¡No hace nada, no hace nada!!

Gritó Eva lanzándose camino abajo, corriendo detrás del enorme perro que había salido escopetado en pos de dios sabe qué, en un momento de garrafal despiste. Los auriculares del MP3 bailaban contra sus generosos y bamboleantes pechos a medida que se acaloraba –no estaba demasiado acostumbrada a las grandes velocidades—y rezaba en silencio por que allí abajo no hubiera ninguna persona…

Y es que Bundi, el robusto presa canario de su hermana—a cuyo cuidado había quedado durante las vacaciones de ésta—era una mala bestia de perro. No era en absoluto agresivo salvo circunstancias puntuales (que un extraño entrara en casa sin ser invitado, por ejemplo), pero era sumamente efusivo en sus afectos, y realmente resultaría acojonante para cualquiera verlo correr hacia uno, en medio de la noche, en aquella tierra de nadie, con los ojos brillantes y el belfo agitado por el viento nocturno salpicando babas por doquier.

Había salido al encinar a soltar a Bundi para que el perro corriera y siguiera rastros sin las ataduras de la correa, pero sobre todo por pasear ella y desconectar de millones de problemas. Sólo en compañía del presa canario se había atrevido a internarse allí de noche, en aquel bosquecillo solitario cerca de su casa, y a fumarse su cigarrito con la tranquilidad de quien en el fondo se siente seguro, protegido de cualquier peligro potencial.

Y ahora se veía corriendo, siendo ella ese peligro; desesperada por alcanzar a Bundi, gritando a bocajarro frases dudosamente alentadoras destinadas al desdichado interesado—"no hace nada…" joder, ¡eso es lo que todo el mundo dice para advertir sobre su propia bestia!—, al bulto indeterminado que ya vislumbraba a lo lejos.

--¡Bundi!...¡¡Bundi!!—no podía dejar de vociferar.

Se detuvo jadeando cuando por fin llegó a un recodo del camino y contempló con horror la escena que se le ofrecía. Un puñal de flato aquejaba su pecho mientras trataba de poner en orden su respiración, al tiempo que la correa del perro casi se le escurrió de entre las manos. A pocos centímetros de sus pies, derribado en el suelo y con una de las patas del enorme perro inmovilizándole, yacía un cuerpo agitándose en la oscuridad, tratando en vano de zafarse del animal.

--No te preocupes, no pasa nada…

Le llegó una voz masculina, ahogada por los lametones de Bundi que al parecer el perro le estaba dando al desconocido en plena boca. La voz era suave como un guante de seda sobre la piel, ligeramente grave… y no parecía enfadada…más bien era como si estuviera conteniendo una emoción a caballo entre la sorpresa y la risa.

De pronto, una nueva silueta como una centella plateada se precipitó fulgurante sobre el desconocido, abrazando a Bundi desde atrás. El presa canario se giró como si le hubieran clavado un estilete en el culo y profirió un ladrido, encabritándose frente al perro lobo que había entrado en escena y se encontraba en ese momento frente a él.

--Eh…Eh…Nala…--llamó el desconocido, pudiendo incorporarse por fin aprovechando la distracción del presa canario—Nala, ven aquí…

Pero ya era demasiado tarde. Los dos perros estaban enzarzados en una especie de pelea amistosa a ver quién podía más, luchando por encabritarse el uno sobre el otro; Bundi con sus poderosas patazas manoteando en el aire, el otro perro más ágil y menos bobo, saltando hacia atrás y esquivándole una y otra vez.

Eva se había quedado bloqueada. No sabía qué decirle al desconocido ni tampoco qué hacer. Una interjección a modo de disculpa se le deshizo en los labios, al tiempo que observaba con estupor cómo se revolvían los dos animales a escasa distancia. Trató de buscar una oportunidad para agarrar a Bundi, pero su mente iba a mil por hora y su cuerpo se encontraba paralizado aún por la sorpresa, sin poder moverse. Tan sólo fue capaz de avanzar unos pasos inseguros hacia el revuelto de carne y pelos, esgrimiendo la correa con flaqueza, horrorizada al contemplar las fauces abiertas del presa canario y sus poderosos músculos en acción, ganándole parcialmente la partida al otro perro.

--Tranquila, sólo están jugando.

Eva se giró y por primera vez miró al desconocido a la cara.

Ante ella observó a un hombre joven, casi seguro más joven que ella –Eva ya pasaba de la treintena—que por fin de pie contemplaba la escena con ojos tranquilos. Al primer vistazo le pareció guapo…más "guapo" que atractivo. Se trataba de un muchacho de unos veinte-indefinidos años, calculó—quizá treinta y pocos, no estaba segura-- de pelo oscuro recogido en una coleta de la que se escapaban algunas guedejas lánguidas agitadas por el viento; ojos de un brillante y extraño color claro ("verde caramelo de menta", pensó de inmediato, "de menta suave, no demasiado picante, casi transparente") y gesto amable. Él levantó la mirada hacia ella, enfocándola directamente con esos dos discos verdi-azules, y le mostró una sonrisa algo cansada, pero amplia no obstante.

--No te preocupes—reiteró con voz suave, sin dejar de sonreír—déjalos.

--… ¿En serio?...—preguntó Eva, dubitativa, asustada aún.

El desconocido asintió, al tiempo que se sacudía unas cuantas briznas de hierba y una cantidad considerable de polvo del camino que se le habían quedado adheridos a la ropa.

--Claro… míralos.

Al decir esto último volvió a mirar directamente a Eva, y a ésta le pareció vislumbrar cierto brillo fugaz de diversión bailando en aquellos iris tan extraños.

--El tuyo es macho, ¿verdad?—inquirió él, escrutando a Bundi en la oscuridad.

--Sí…--murmuró Eva, con la boca aún seca por el susto.

--Entonces te aseguro que no se están peleando…--dijo el joven con una risita—sólo están ligoteando un poco…

Eva sonrió tratando de relajarse. Contempló a Bundi que jadeaba encantado buscando los cuartos traseros de su oponente, quien los retiraba una y otra vez, dando vueltas a gran velocidad en torno al moloso cuerpo del presa canario.

--La tuya es hembra, claro…

--Claro—asintió el joven, agachándose de pronto para recoger algo del suelo—toma…--añadió tendiéndole a Eva un pequeño objeto—creo que se te ha caído esto…

El mechero. Probablemente lo llevaba en la mano cuando echó a correr, y presa del pánico inicial lo había soltado, al igual que había lanzado los restos de su último cigarro para liberar sus dedos y coger bien la correa.

--Es tuyo, ¿verdad?—preguntó el chico. Eva quedó unos instantes prendida en su sonrisa. El joven tenía una boca bonita, de formas carnosas y suaves, algo femenina para el contexto de su rostro, paradójicamente. El resto de sus rasgos también eran finos, pero demasiado grandes…como si los contornos de su cara hubieran sido cincelados por una mano invisible que se hubiera excedido en la rotundidad de su mandíbula, marcando sus pómulos como esculpidos en roca y alargando demasiado sus ojos ligeramente rasgados. Automáticamente le vino a la cabeza la imagen de esas estrellas del rock…cómo se llamaban… ¿los Kiss?... esos tíos que se pintaban la cara alargando sus rasgos en negro hasta puntos extremos. Al joven le hubiera sentado bien ese tipo de maquillaje, pensó. Rió para sus adentros, algo nerviosa por aquella súbita ocurrencia.

--Sí, es mío…—asintió, y alargó la mano con cierta brusquedad para coger su mechero de manos de aquel "rockero de incógnito"—gracias. Oye, lo siento…--se apresuró a añadir, mientras con dedos temblorosos buscaba un nuevo cigarro para encender después de toda aquella tensión—te habrás dado un susto de muerte…

El chico sonrió de nuevo, deslumbrando a la noche por un instante con sus alineados dientes. Al hacerlo, elevó levemente su labio superior, como un carnívoro simpático.

--No te preocupes, mujer, no pasa nada…

--Joder…lo siento, de verdad…

--Me parece que el susto más grande te lo has llevado tú…--murmuró él, en tono tranquilizador—no pasa nada. Oye, ¿me invitas a un cigarro?

Eva reaccionó inmediatamente, viendo la oportunidad de resarcirse del comportamiento del descocado Bundi.

--Ay, perdona…--musitó alargándole el paquete—claro, coge…

--Perdona tú por el gorroneo…--sonrió él, tomando delicadamente un cigarro con sus largos dedos—me lo he dejado en casa y me he dado cuenta tarde, cuando ya íbamos muy avanzados en el paseo…

De pronto a Eva le sucedió algo extraño. Imaginó esos dedos sin nombre rodando sobre su piel, sin motivo alguno…

Esos dedos huesudos, flexibles, largos y de yemas suaves y blandas, que lucharon durante unos instantes con el apretado paquete de tabaco, logrando extraer hábilmente un cigarrillo presionando el resto hacia abajo con suave eficacia…

"Llevas demasiado tiempo sin que un hombre te toque, Eva", pensó amargamente, tratando de disimular la sonrisa tensa que luchaba por abrirse camino en sus labios. El rostro se le enrojeció ligeramente. Pocas veces había tenido un pensamiento tan obsceno y tan fugaz con un desconocido.

--¿Vienes mucho por aquí?—preguntó mientras le daba fuego, tratando de desviar su propia atención hacia otros derroteros.

--Sí…--asintió el joven con los labios abrazados al cigarro, succionándolo despacio para prenderlo contra la vacilante llama del encendedor—pero nunca te había visto…

--Ya…--repuso ella—bueno, yo por aquí no vengo mucho… ahora sí porque estoy cuidando del perro—añadió rápidamente-- es de mi hermana, ¿sabes?...pero de noche no suelo entrar si voy sola, paseo por otros sitios…

Se tragó sus últimas palabras pensando que quizá ya había dicho demasiado sobre sí misma sin pretenderlo.

--¿Paseas de noche?—inquirió el joven, enarcando las cejas mientras exhalaba una bocanada de humo a través de su sonrisa--¿Cuándo no está el perro, dices?

Eva bajó la cabeza con cierta incomodidad.

--Sí…--se encogió de hombros—…tengo por costumbre pasear después del trabajo, me ayuda a desconectar.

--Interesante…--sonrió el desconocido de forma alentadora, buscando los ojos de ella que se habían desviado hasta el suelo.

--Siempre me ha gustado este sitio, pero cuando voy sola no me atrevo a pasear por aquí…--continuó Eva, deseando no parecer demasiado extraña--ahora que tengo al perro, he aprovechado…

Su perorata sonó a excusa precipitada, inevitablemente.

--Claro—asintió el joven frunciendo los labios—a mí también me gusta pasear…

Eva levantó los ojos con una súbita esperanza que no supo disimular, y que al desconocido no le pasó desapercibida.

--¿Sí?

--Sí—corroboró él con un movimiento de cabeza—te entiendo perfectamente. Yo salgo con Nala, pero si no estuviera ella también lo haría. La rutina me aturde, últimamente no hago más que trabajar… y necesito descargar la tensión…un paseo es una buena manera para ello, ¿no crees?

Eva sonrió. Aquel desconocido estaba resultando encantador…

--Es cierto—asintió.

--¿En qué trabajas?—preguntó él, aspirando una larga y pausada calada.

Eva le respondió, y ambos se enredaron en una amena conversación casual sobre los rasgos visibles de sus respectivas vidas.

--De todas formas—murmuró el joven en un momento dado—si dices que paseas habitualmente me extraña no haberte visto por aquí…quiero decir, no por este sitio en concreto, sino por la calle, por ejemplo… Porque vives cerca, ¿no?

En fin, esa frase sonó a "¿cómo es posible que me haya cruzado contigo y no me haya dado cuenta…?". Eva se sorprendió, y automáticamente se puso a la defensiva.

En efecto, vivía tan solo unas manzanas más abajo del encinar donde se hallaban, pero ella tampoco acostumbraba a fijarse demasiado en el rostro de quienes se le cruzaban… Iba más bien distraída, mirando hacia dentro de su propio mundo, pensando en sus cosas.

Y es que Eva se consideraba a sí misma, en lo profundo de su mente, la típica mujer en la que nadie se fijaría jamás, al menos así como así. Y ese pensamiento lo traducía en cada uno de sus movimientos. Al fin y al cabo uno es lo que cree que es…

Así que de hecho, si tú mismo te hubieras cruzado con ella cualquier noche, mientras regresas a casa, probablemente no te hubieras dado cuenta de su presencia, ni mucho menos te hubieras detenido a mirarla… o como mucho, si por cualquier razón lo hubieras hecho -- si hubieras querido preguntarle la hora, por ejemplo--, hubieras pensado en "Betty la Fea" o en esas películas de género casposo en las que la guapa protagonista sólo se descubre al final, porque su belleza durante el resto del largometraje se ha mantenido hábilmente "oculta", asfixiada bajo capas de complejos cristalinos y otras miserias; detrás de un flequillo mal cortado, unos andares a destiempo más propios del "Patito Feo" y una ropa demasiado grande cuyo color nadie recordaría.

A Eva no bastaba con mirarla de lejos, había que saber hacerlo de cerca. Había que querer hacerlo.

Y, por otra parte, ella trataba de pasar desapercibida porque sencillamente prefería que la dejaran en paz. De manera que no le afectaba la indiferencia del resto del mundo; más bien se camuflaba en ella.

No era fácil, por tanto, desentrañar el vaho de sus ojos. El transeúnte extraño nunca hubiera reparado en ellos. Tú mismo jamás te hubieras parado a pesar qué era aquello que emborronaba sus pupilas, enormes devoradoras de oscuridad; qué nombre dar a esa turbidez que ni siquiera llegaba a ser tristeza, a caballo entre la pena y el hastío, entre la pereza y el miedo, entre la lucha permanente por mantenerse a flote y las acuciantes y eternas ganas de morir. Eva respiraba sólo en un sollozo, boqueaba en busca de aire a cada paso como pez fuera del agua, todo ello sin hacer ruido, en silencio, y sin saberlo apenas…Era inteligente: no quería SOBREvivir.

Pero ni siquiera tú hubieras reparado en eso, pongo la mano en el fuego por ello.

Por eso a ella le sorprendió aquella frase que el joven soltó de pronto, con aparente inocencia. "Qué extraño no haberte visto antes…"

--Bueno…--dijo de pronto él, rompiendo el silencio con amabilidad--¿te parece que caminemos un poco? A menos que quieras pasear sola…

Eva pareció volver en sí.

--Ah…claro, sí. Caminemos…

--Estos dos vendrán detrás de nosotros…--aseguró él, mirando por encima de su hombro cómo los dos canes luchaban y se comían mutuamente, encantados de la vida.

Eva sonrió, y ambos echaron a andar, despacio, por el estrecho camino de tierra apisonada.

Perdieron de vista a los perros, que estaban lo suficientemente enfrascados en sus juegos como para no escapar, y hablaron de muchas cosas, banales todas ellas. Él le contó que ejercía de psicólogo en un colegio de la ciudad, y que algunos fines de semana hacía guardia en un centro de chavales problemáticos, algo así como un reformatorio reducido para los hijos de padres fatigados con dinero.

Ella le habló de su trabajo, desgastante física y emocionalmente, como auxiliar de clínica en una pequeña residencia de ancianos…"hay cosas que no tienen precio" le dijo en cierta ocasión…y él rió, no sólo con eso, sino con las mil y una peripecias que Eva le relató en un tiempo record. Aquella chica podía ser muy divertida si quería…a pesar de lo tímida que continuaba pareciéndole. Esa mezcla le estaba resultando, a decir verdad, tan desconcertante como encantadora.

Los perros también intercambiaron opiniones—y fluidos—durante todo el paseo. Tal intensidad había tenido su encuentro que fue realmente difícil para sus respectivos dueños separarles, cuando por fin llegaron de nuevo a los lindes del encinar.

"Oh, no…" se dijo Eva "Ahora tengo que volver a casa…"

Más bien sentía hastío por regresar al mundo, y no a su casa. Tenía la sensación de haber hecho un increíble viaje, la ruta del tesoro en escasos sesenta minutos…tiempo aprovechado, pero sin embargo insuficiente.

Suspirando disimuladamente, sabiendo que había llegado el momento de despedirse de aquel delicioso extraño, y que aquella charla tan inusualmente amena había llegado a su fin, Eva le colocó la correa al cansado Bundi, que no cesaba de jadear, contrariado por tener que separarse de su nueva amante. Su musculoso pecho se expandía una y otra vez contra el aire nocturno, y a través de las fauces abiertas exhalaba nubarrones de vaho helado. Hacía un frío del demonio, pero sólo al ver aquellos espumarajos de vapor Eva se dio cuenta de ello. No le había importado en absoluto durante el paseo, pero ahora que tenía que marcharse –"volver", "regresar"—comenzaba a sentirlo dentro de sus huesos.

Azorada y algo triste, sin querer mirar al encantador desconocido, terminó de abrocharle el arnés a Bundi en torno al fornido pecho, y murmuró algo ininteligible. No le apetecía en absoluto despedirse, y no sabía cuándo volvería a ver a aquel ángel de llegada inoportuna…pero el hecho era que quería volver a verle, aunque le horrorizaba que se le notase.

El joven, por su parte, se inclinó para asir el collar de su perra con suavidad. Colocó su cabeza junto a la del animal y susurró a su oído una leve letanía de consuelo. Pareció besar con su voz el ancho cuello del perro lobo.

--Bueno…--dijo Eva, tratando de amagar una despedida casual—pues nada…

--Pues nada…--sonrió el chico, encogiéndose levemente de hombros, con una sonrisa tirante. A él tampoco le hacía mucha gracia tener que despedirse, a decir verdad--pues…

Eva rió con una carcajadita quebrada.

--Hasta luego…

--Sí…

Tironeó levemente de la correa de Bundi para hacerle caminar, pero se detuvo al sentir de pronto los ojos de aquel hombre clavados en su espalda.

No podía desasirse de esa mirada simplemente así, sin más, tan solo con un "hasta luego".

Se giró despacio justo a tiempo para contemplar un atisbo de la mirada de él, inmensa de pronto, que el joven no tardo en disfrazar de inocencia amable.

--Oye, por cierto…--murmuró Eva, sin poder creer que acababa de lanzarse al vacío al decidir hablar de nuevo.

--Sí…--sonrió el desconocido, con el ánimo expectante.

--¿Te das cuenta de que llevamos hablando todo el camino sin saber nuestros nombres?

El joven echó hacia atrás la cabeza y miró al cielo como maldiciendo ese hecho imperdonable.

--Pues es verdad…--dijo, entornando los oscuros ojos, ya a la luz de las farolas, con un pie fuera del mágico bosque—el caso es que he tenido ganas de preguntártelo, pero…no he encontrado ocasión…

Le lanzó de nuevo una sonrisa cargada de secretos.

--Me llamo Eva—respondió inmediatamente ella, sintiendo que daba a conocer algo importante de sí misma.

--Encantado, Eva…--murmuró el chico, rodeándola torpemente con un brazo para de pronto precipitarse sobre su rostro y darle dos besos, que por un momento amenazaron con no dar en el blanco y estrellarse contra los labios en lugar de posarse delicadamente en las pálidas mejillas—Me llamo Nayat.

Eva le contempló durante unos segundos, perdida en sus ojos color caramelo de menta.

--¿Nayat?—preguntó—nunca había oído ese nombre…

El joven rió mostrándole una vez más sus alineados dientes de depredador contenido y benévolo.

--No es muy común, es cierto…--admitió—lo eligió mi madre…no sé en qué estaría pensando cuando me lo puso…

Eva sonrió con dulzura.

--Bueno, tú tampoco pareces común…

--¿Ah, no?—preguntó el chico, divertido.

--Es un nombre muy bonito…--asintió ella, evadiendo la retórica pregunta.

"Tú sí que eres bonita" pensó de pronto Nayat, la sangre avivada de pronto por un impulso extraño.

--El tuyo también—murmuró a su vez.

Eva bajó la mirada, el rostro de pronto encendido de nuevo sin motivo.

--¿Significa algo?—preguntó al chico, armándose de valor para volver a encontrarse con sus ojos.

--¿El qué?—inquirió éste frunciendo levemente el ceño.

--Tu nombre…

--Ah…--Nayat asintió sonriendo—sí…

--¿Qué significa?

--"Liberación"—contestó este, con inflexión neutra.

Ambos callaron y se miraron en silencio durante unos instantes.

"Liberación"…esta palabra resonó en el cerebro de Eva como el tañido de una gigantesca campana de cobre. Justo lo que ella necesitaba tanto, justo el indicio de lo que realmente le hacía falta…"te viene como anillo al dedo, el nombre" quiso decirle a su acompañante, pero evidentemente se guardó para sí esta apreciación.

--Ah, pues más bonito es aún si significa eso…--comentó, en lugar de dejar salir sus verdaderos pensamientos.

El chico se encogió de hombros.

--Gracias, supongo…--le sonrió, y distraídamente le guiñó un ojo.

--El mérito es sólo de tu madre…--recalcó Eva con sorna.

--Es cierto.

Eva aferró la correa de Bundi con más seguridad, viendo que el presa canario se mostraba dispuesto a lanzarse otra vez sobre Nala, la elegante perra loba.

--Vaya, si por ellos fuera se quedarían toda la noche…--comentó, alejándose ya unos pasos del intrigante joven.

--Cierto—corroboró él—pero creo que por hoy ya es bastante…si no, a tu pobre perro le dará un infarto…

Eva rió con ganas. En efecto, el bonachón Bundi parecía al borde del colapso.

--Pues nada…ya nos veremos…

--Ya nos veremos por aquí—murmuró Naiat casi al mismo tiempo que ella, y agitó levemente la mano mientras se alejaba con Nala jugando entre sus piernas. El hermoso animal parecía estar enamorado de su dueño, o tal vez enloquecido por su olor. Nayat no necesitaba correa para llevarlo, observó Eva.

Ambos marcharon cada uno por su camino, con el deseo común de volver a verse, sabiendo los dos que ese deseo era, como poco, bastante extraño. Extraño, sí, y por ello tan poderoso como sólo aquello que parece único lo es.

Y es que esa noche fue diferente.

Para Eva, Esa noche cobró importancia de golpe el hecho de que siempre se había visto fea. Se dio cuenta de que por primera vez en años había tenido miedo de ser pálida ante aquella mirada resplandeciente, de resultar molesta, de ser poco ocurrente, poco divertida… De no ser suficiente, en resumidas cuentas.

Esa noche marchó a casa con un deseo iracundo entre las piernas, por primera vez en millones de años.

Y Nayat …

Nayat, por su parte había elegido mirarla—mirarla de cerca—y aquella noche tenía que reconocer, en la soledad de su apartamento, que se había sentido atraído por el vacío de aquellos ojos almendrados; vacío que no era tal pues estaba repleto de deseos calientes. Se dio cuenta de que el vacío de Eva era en realidad una cueva húmeda de sabores de alma; era un grito, era lo opuesto al silencio. Sintió curiosidad por esa mujer de pelo lacio y grandes ojos de inexplicable dolor y ausencia, ocultos bajo esa hábil capacidad de conversar sobre cosas cotidianas.

Y quiso volver a verla.

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Y se vieron.

Claro que se vieron.

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Nada más llegar a su casa aquella noche, Eva se desvistió y se metió en la ducha.

Después de ducharse sin prisa, en lugar de ponerse el pijama y sentarse frente al televisor para mirar sin ver alguna película de las habituales, se recostó completamente desuda sobre la cama sin abrir.

Tumbada encima de la suave colcha, la piel erizada por el frío que flotaba en la habitación, cerró los ojos e inmediatamente le vino a la mente la sonrisa de aquel ser misterioso que acababa de conocer…

¿Por qué se estremecía con tan solo pensar en probar sus labios? ¿Por qué se obsesionaba por momentos con un beso sin razón, húmedo, cálido y mullido? ¿Por qué se moría de pronto por sentir el quejido jadeante de aquella boca entre sus propios labios, y el latido de aquel cuerpo contra el suyo?

Antes de poder percatarse ni siquiera de lo que estaba haciendo, separó las piernas y de pronto se vio a sí misma acariciándose, hurgando en su deshabitado sexo con dedos trémulos en pos de un desesperado orgasmo, casi con rabia, presa de una furia tan extraña como incontenible.

Dos cuerpos mezclados en la noche, de tímida carne oscura…ella presionando sus pechos contra el torso desnudo de aquel ángel, rozando con sus erizados pezones los planos y soliviantados pectorales…él hundiendo en el cuerpo femenino sus nalgas duras, cuadrando las caderas, restregando su incipiente dureza contra la piel frágil, tratando de contener su instinto a las puertas de aquella violenta e inesperada humedad…

Un largo gemido agónico, previo al estallido, le hizo ser consciente de lo que estaba haciendo en la oscuridad de su dormitorio…y se detuvo de pronto, avergonzada, con la absurda idea de que tal vez ÉL la estuviera viendo…

Casi rió con esa última ocurrencia, y aprovechó para relajar sus dedos que se habían movido frenéticos dentro de sí. Había perdido la costumbre de masturbarse…la mano le dolía…

Pero su cuerpo reclamó de nuevo, casi al instante, caricias y atención, al recordar los amenazantes dientes de Nayat, tan suaves; al pensar de nuevo en sus ojos, en su sonrisa, en su pelo, en su voz densa y tranquila…

El sexo de Eva chorreaba abierto y latente, encharcándole el culo y mojando la colcha sobre la que estaba tumbada. El coño y las nalgas le ardían, sentía un nudo de fuego debajo del ombligo y una tenaza caliente en el periné, lugar que le pedía con urgencia ser frotado aunque fuera contra las mismas sábanas. Comenzó a mover las caderas y casi se corrió sin ni siquiera tocarse…

"Nayat…" murmuró…

Y tembló de deseo al escuchar su propia voz, distorsionada por el deseo, pronunciando aquel nombre nuevo que era, inexplicablemente, como una palabra mágica.

Y es que con tan solo una hora escasa de contacto, Nayat parecía saber exactamente lo que Eva necesitaba, aunque esta vaga certeza resultara fantasiosa e irracional…pero él lo sabía, y podía dárselo…"eso"… Y ella lo quería…lo quería en ese mismo momento, y lo quería de él…

"Dámelo, ¡dámelo!"

De nuevo sus dedos se agitaron dentro de su cuerpo, contra su de pronto insaciable clítoris, penetrando su vagina que de tan abierta y mojada parecía dada de sí.

"Rómpeme las bragas"—bragas que no llevaba, aunque sin embargo le excitó considerablemente imaginar a aquel depredador angelical bajándoselas de golpe con los dientes, recorriendo su cuerpo al instante con sus tórridas manos, presionando con los dedos sus redondas caderas, su fértil vientre del color del pan, hasta dejar marcas en la suave y dulce piel—"Rómpeme a mí"…"rómpeme con tu lengua, tus dedos y tu polla…rómpeme la boca, el coño y el culo"…"Haz conmigo lo que quieras, pero méteme algo… por el coño…por todas partes…métemelo ya, por favor"…

Invadida por el deseo de ser penetrada, introdujo de golpe dos dedos dentro de su vagina hasta los nudillos. Gimió profundamente, casi berreó, cuando sus labios menores protestaron y se estremecieron, ingurgitados y terriblemente inflamados, jugosos de excitación. Sentía la húmeda lengua de Nayat jugando sin pudor entre ellos, llenándose la boca de sus destrozados lamentos, de su enrarecido almíbar de mujer agria y sola…

"¡dame más, por favor!"… rogó hacia dentro de sí misma, desesperada.

Insistió con sus dedos, frotando furiosa su congestionado clítoris con el canto firme de su mano. Ahora era la polla de Nayat la que rompía sus entrañas, decidida, arrojada y suave, con su tronco duro surcado de venas al que su vagina se moría por abrazar, por atraer hasta el umbral mismo de su útero…

"Dios…" musitó "Dios, cómo te necesitaba…"

Bum, bum, bum. El somier de lamas temblaba y chirriaba con cada bote del empapado culo sobre la cama. Las piernas de Eva no podían estar más separadas, los talones clavados sobre el colchón, y su sexo sudoroso como un bizcocho de licor no podía estar más abierto, pidiendo más, necesitando aquella polla dentro follándola fuerte, como único remedio, como única cura para calmar su ardor…

Los movimientos de Eva se hicieron más mecánicos, señal de que era su cuerpo quien le controlaba a ella y no al revés.

El rebote firme de sus nalgas se transformó en convulsiones en toda regla; las caderas se levantaban hacia el cielo, la espalda se arqueaba, el cuello se curvaba hacia atrás tenso, perlado de sudor, en un ángulo imposible…

"Estoy a punto de correrme, cabrón…--jamás le habría dicho eso a nadie, pero qué más daba, Nayat lo entendería…--…fóllame… ¡fóllame bien por el culo, por favor!…"

Sentía que podría pedirle lo que quisiera.

Deslizó uno de sus empapados dedos dentro de su prieto y caliente ano e inmediatamente chilló, retorciéndose de placer, recibiendo su cuerpo las primeras sacudidas del orgasmo.

Era Nayat el que le penetraba el culo con los largos dedos, obedeciendo encantado su ruego, con la polla a reventar entrando y saliendo de su vagina, como una estaca de carne.

Sin dejar de pajearse, presionando su clítoris, con los dedos de su mano derecha frotando su coño y penetrándolo sin descanso y su mano izquierda afanada con el dedo corazón entre sus temblorosas nalgas, continuó corriéndose durante lo que le parecieron horas.

Tuvo que morder la almohada para no gritar.

Sacó violentamente el dedo que tenía alojado en su culo y se lo llevó a la nariz, llenándose las fosas nasales de ese olor acre--casi violento-- a culo caliente, agitado, necesitado de polla. Su ano olía a mujer traicionada, a vergüenza inconfesable para la que no tenía palabras, al algodón de sus braguitas mezclado con el aroma de la esponja jabonosa…fragancia que gracias a dios no tapaba la esencia a cuadra, a humanidad interna, a fantasías de otro mundo.

Mientras aspiraba aquel denso perfume y gemía aún en brazos del orgasmo, se preguntó si a Nayat le gustaría comerle el culo…

Parecía el típico hombre que gozaría al hacerlo, y que se excitaría con ese olor y sabor, al igual que ella…

Imagino su inmediata reacción si se lo pedía, su boca curvada en una sonrisa animalesca que aquella noche le había visto insinuar; los poderosos hombros de león soportando el peso de sus propias rodillas mientras la angulosa nariz hocicaba en el oscuro y angosto agujero entre sus nalgas…

Pensar en la lengua caliente de Nayat buceando en sus más íntimas profundidades, alternando lamidas en la raja de su coño con suaves y húmedas penetraciones en su ano, le hizo alcanzar inmediatamente un segundo clímax…no tan desgarrador como el primero, pero sí igual de intenso, más lento, que pudo saborear poco a poco agitándose con pleno conocimiento, disfrutando como una verdadera perra con la boca chorreante de saliva. Qué gusto, santo dios. Qué gusto le estaba dando ese increíble animal con rostro de hombre, sin ni siquiera saberlo…

Pero dejemos a Eva jadeando y resollando, corriéndose una y otra vez con la lengua y los dedos de Nayat entre sus piernas, gimiendo con la boca llena de polla…y sigamos ahora los pasos del que, en ese momento, ignoraba ser esclavo y verdugo de todo aquel placer…aunque algo intuía, para serte franca, querido lector.

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Nayat entró en la antesala oscura de su apartamento, y sin querer encender la luz se apoyó contra la puerta, cerrándola tras de sí.

Nala se precipitó inmediatamente a su plato de agua, justo a la entrada del pasillo, y Nayat cerró los ojos escuchando los intensos chapoteos de la lengua del animal en el líquido, bebiendo, calmando una sed desconocida para el ser humano.

Con los ojos cerrados sentía que todos sus sentidos se agudizaban. Y, a decir verdad, él podía oír mucho más que tú y que yo…

Espero hasta que las hormigas que se movían debajo del suelo sintieron su presencia, a que comenzara de nuevo el vuelo de aquella mosca que despertaba en la habitación de al lado…a que la madera se recompusiera con un quejido prácticamente inaudible, después de recibir sus pasos…

Permaneció algún tiempo así, inmóvil, con los contornos de la puerta grabándose en su espalda tensa, escuchando… ¿por qué no podía relajarse?

El olor de Eva. Lo llevaba todavía impregnado en su propia piel.

Jadeó sin poder contenerse, e incrustó más aún los músculos de su espalda contra la puerta de madera…

Qué olor.

Desde el primer momento, esa fragancia extraña le había golpeado las fosas nasales, incluso mucho antes de verla llegar. Y cuando por fin la tuvo delante, ese perfume, ese OLOR, volvió totalmente loco su cerebro.

Sin que pudiera evitarlo, su labio superior se elevó lentamente con un tímido aleteo y sus encías comenzaron a retraerse…

Consciente de lo que estaba a punto de ocurrirle, abrió de pronto los ojos, dotados en ese momento de un pulsante resplandor poco natural, y se dirigió con paso rápido escaleras abajo.

Al igual que Nala, él también necesitaba beber…

Llegó al sótano de su vivienda, que le recibió húmedo y frío con su familiar olor a podredumbre…y alargó la mano hacia la pequeña nevera que tenía medio escondida, en un ángulo oscuro bajo la escalera.

Extrajo una botella de cristal opaco, y echó la cabeza hacia atrás, casi besándola sin apenas tocarla con los labios…inclinó el recipiente, y dejó que el oscuro vitriolo de la vida se derramara por su garganta famélica, seca. Al sentir el denso fluido inundando sus entrañas, su cuerpo se estremeció, y un temblor de oscura saciedad casi orgásmica le sacudió de la cabeza a los pies. Un zumbido de electricidad estática atravesó sus oídos…por fin…

Pero necesitaba esa piel…

Esa carne cuyo olor le convertía en un demente. Se moría de ganas por…

¡No!

No, no podía hacerlo. Ya no lo hacía.

Antes no se contenía, se dejaba llevar y cometía atrocidades por las que luego lloraba lágrimas de sangre. Pero ya no.

Había luchado durante siglos por conocerse a sí mismo, por encontrar el resorte que impulsaba a la bestia que dormía en él…había aprendido, a fuerza de errores, a sentirse seguro entre el resto del mundo, mientras continuaba la interminable búsqueda de algún semejante…

Y en aquel momento, en la soledad del sótano húmedo, el aprendizaje de todos esos siglos se cuestionaba por tan sólo una frágil criatura, una hormiguita más… ¡pero qué olor tan delicioso tenía!

Bebió hasta la última gota que había en la botella, y sintió de pronto unas ganas terribles de estrellarla contra el suelo y ver y escuchar cómo se quebraba de golpe, como se hacía añicos…

Pero esas ganas duraron lo mismo que un relámpago en la oscuridad.

El objeto de su ansia de destrucción fue sustituido rápidamente, a su pesar, por aquellas suaves formas de carne blanca que ya imaginaba totalmente al descubierto, sin ropas innecesarias y molestas…

No pudo evitar retorcerse de placer y morderse su propio labio hasta hacerse sangre cuando se imaginó a sí mismo rodando sobre esa piel, la boca abierta, apretando entre sus dedos aquella lozanía repleta de vida…

¡No!

"Sí".

No…

"La deseas. Lo deseas".

¡No!

Sacudió violentamente la cabeza y cerró la nevera de golpe, quedando de nuevo en total oscuridad al extinguirse la eléctrica luz que emanaba del antiguo electrodoméstico pasado de moda.

"No…" le dijo en voz alta al rellano en tinieblas.

Su propia voz sonó insegura, temblorosa…

Con un poso de amargura debajo de la lengua, sintiendo aún el familiar sabor metálico en las sensibles encías, subió de nuevo la escalera, y avanzó hacia el sofá tapizado en cuero que le esperaba a pocos pasos, como la negra cuna de su desesperación.

Se derrumbó sobre los geométricos cojines, y volvió a quedar en silencio. Estaba cansado…

Miró a su alrededor.

Todo estaba como celosamente lo había dejado antes de marcharse. Nada fuera de su sitio. El temor de que entraran "ellos" era constante, sin embargo…cada vez que regresaba a su guarida recorría con los ojos cada rincón, verificando que cada cosa seguía en su lugar, buscando señales, pistas de una posible intromisión. Pero jamás encontraba ninguna.

Nala se acercó despacio y se sentó junto a él, en el suelo. Le lamió la mano que colgaba inerte fuera del sofá, con calmada veneración, rescatando de entre sus dedos las últimas gotas de esa substancia extraña que tanto la excitaba.

Nayat sonrió y le acarició la suave cabeza.

--No deberías aficionarte a esto…--le advirtió en un susurro, apartando dulcemente de su mano el hocico del animal—dime con quién vives y te diré lo que eres…

Sonrió a la nada, y entonces sus ojos se encontraron de pronto con un objeto durante mucho tiempo olvidado. Ahí estaba, apoyada sobre el estante, cogiendo polvo tras tanto tiempo sin ser tocada…ahí estaba su baraja de cartas.

Las cartas más antiguas que ningún ser de este mundo podían poseer.

Aparentemente constituían tan solo una baraja española…ases, reyes, copas, bastos, oros…

Pero no sólo se trataba de eso, Nayat lo sabía. Aquella baraja era mucho más. Era "El Gran Juego". Los años la habían dotado de magia… ¡cuánto tiempo hacía que no la usaba!

Se estremeció de nuevo.

"Déjalo, no pienses más en eso…y menos ahora…"

Pero ¿qué tenía de malo? Sólo eran cartas…cartas para jugar…

Se sonrió.

Qué grato sería jugar con aquella pobre humana a "El Gran Juego". Qué grato sería si pudiera eliminar la posibilidad de terminar haciéndole daño…o algo peor.

No quería hacer daño a Eva. Por nada del mundo.

Durante años se había mantenido bien, sin necesidad de otra cosa que no fuesen las horribles botellas de la nevera en el sótano…

¿Por qué ahora volvía a sentir aquella ansia?...¿por qué ahora, de pronto, de nuevo esa necesidad, más fuerte que nunca?

"EL OLOR" le respondió su odiosa voz interior inmediatamente. "Es ese olor…cómo le huele el cuerpo…cómo le huelen esos lugares donde se acumula el sudor y se agolpan los latidos, esos sitios que más se esfuerzan las mujeres en tapar…"

Le he gustado. Le han gustado mis ojos, he visto cómo me miraba. He sentido cómo se intensificaba el calor de su cuerpo, cómo cambiaba su…su aroma al acercarse a mí. He dejado de olerle solo la piel para oler cómo su coño se excita. Lo he sentido. Lo he olfateado. Cómo me ha puesto…

Nayat obviaba sus brutales erecciones cada vez que se alimentaba, o cada vez que sentía el ansia pensando en el alimento. Pero eso no significa que éstas no se produjeran…

Se levantó, colocando con dificultad su miembro duro a más no poder dentro de los pantalones, y cogió la baraja de cartas…El Gran Juego.

JUGARÍA.

Se acarició la polla distraídamente por encima del pantalón, al tiempo que dejaba escapar un gemido mientras repasaba con los dedos los desgastados cantos de las cartas.

TENÍA QUE JUGAR. El dominador, el sometido, el demonio. La esposa, la amante, la esclava. La suerte decidiría entre infinitas posibilidades, como siempre…era lo mágico del Gran juego, que cada vez era diferente. Pero siempre, siempre, resultaba terriblemente excitante.

A ella le gustaría…

Sonrió con una maldad súbita que distorsionó su rostro, convirtiéndolo en una máscara inhumana. Sí, a ella le encantaría…

Jugaría. Se la follaría mil veces. Se alimentaría adecuadamente antes para aguantar, para resistir…no caería…

¿Y si caía?

No, no lo haría.

TENÍA QUE JUGAR. JUGARÍA.

Proponérselo sería lo más fácil…

CONTINUARÁ

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