En la mazmorra un alma desgastada, corrupta, se retuerce entre cadenas. Sólo tú y yo, mis pechos y tu silencio. Nuestro deseo. Tu lengua abrasando mi piel en la oscuridad, tu saliva corroyendo mis huesos hasta el tuétano.
Hay miedo y dolor, pero no hay daño ni hay ira. Sólo tu mente perversa y tórrida, ebria de sed, ciega de hambre y capaz de llevarme al infierno o al paraísode transportarme a otro lugar, en esencia-- me hace temblar sin necesidad de que me toques o me hables.
Pero tu voz suena a infierno; el infierno es un paraíso de rosas negras, vivas a pesar del magma del volcán, renaciendo tras la erupción voluptuosa del orgasmo. El mismo volcán que se revuelve entre mis piernas como un pájaro de fuego, buscando tus dedos de sombra, tu abrigo, deseando con violencia tu violencia.
Hazme el amor sin amor.
Hazme el amor sin mentirme. Dame tan solo cariño esta noche, como un padre sin hijos.
Sólo abrázame y dime que me quieres en voz baja mientras me penetras, para mañana al despertar poder soñar contigo y no creerte. No me decepcionas, te quiero así.
Quiero beber la ansiedad de tu boca tanto como la oscuridad de tu vello púbico. Devoraría todo tu cuerpo y tu alma repleta de bondad. En la vida real, en el trabajo, en la calle, eres un hombre más, gris como una llovizna de otoño sobre la acera. Sin embargo, en la celda de mis sueñosallí donde me amassigues siendo mi ángel negro, mi látigo de placer, el palo duro entre mis piernas que me acosa arañando cada célula de mi desgraciado cuerpo.
Quiero retarte y obedecerte, quiero que corras por delante de mí hasta sentir que ya no puedo seguirte.
Rásgame el alma, lléname de gozo y de dolor.
Pero no me mates con tu olvido: esa es la verdadera cárcel, la peor de las venganzas.
Recuerda que, al fin y al cabo, si te sigo queriendo a pesar del tiempo y la palabra, lo que estoy es amándote ¿no crees?