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Nuestra perra -II

en Dominación

--Verás, Esther…--dijo, alargándole un abridor por encima de la mesa—Inti nos ha contado tu situación… y nosotros hemos pensado en algo que quizá te interese, siempre y cuando sigas queriendo venir a vivir aquí.

Ella asintió débilmente. Cómo la turbaba lo directo que era ese chico. El otro, el llamado Jen, parecía más tranquilo, más amable.

--¿Te sigue interesando vivir aquí?—recabó Alex, taladrándola con los ojos.

Jen sonrió y se inclinó para decirle algo a Inti en voz baja al oído. Éste se revolvió incómodo en su silla.

--S-sí…--balbuceó ella, cohibida—me interesa, sí.

--Vale—Alex sonrió y juntó las manos sobre la mesa, apuntando con ambos dedos índices hacia Esther, como si tuviera un revólver—entonces seré breve, porque la cuestión es fácil.

Aguardó un momento, a la espera de un asentimiento por parte de ella para seguir.

--Bien… --murmuró ella al fin--¿y cuál es la cuestión?

Alex meneó la cabeza, sofocó una risa y volvió a atravesar a la chica con sus afiladas pupilas.

--Esther, nosotros no necesitamos una asistenta—replicó—pero sí nos vendría bien una…

--Espera, espera, espera—se interpuso de pronto Jen, sujetándole el brazo a su compañero como si quisiera parar una locomotora—no digas nada, Alex, no…

Pero fue demasiado tarde.

--Una puta—concluyó Alex. Lo dijo con un tono absolutamente neutro y normal, como si hubiera dicho “nos vendría bien un electricista” o “un fontanero”.

Después de aquella afirmación, Jen dejó caer las manos a lo largo de la silla y lanzó un profundo suspiro. Esther dio un respingo sobre su asiento, y un silencio tenso que hubiera podido cortarse se expandió entre los cuatro.

--Una… ¿puta?—ella escupió la palabra, con gran esfuerzo, sin creer lo que acababa de oír—es una broma, ¿no?

--No—respondió Alex, categórico, sin dejar de mirarla fijamente.

Esther desvió los ojos, desesperada, hacia Inti. Dejando aparte el hermetismo y la frialdad de éste, le había parecido hacía dos días una persona cuerda que a buen seguro no bromearía con aquello. Pero Inti no la miró; mantenía los ojos fijos en la pared, la mirada diluida, dura,  como si aquello no fuera con él.

 Entonces ella miró a Jen.  Casi experimentó una oleada de alivio al ver que parecía dispuesto a decir algo, a intentar explicar lo que estaba sucediendo. Claro, ese chico le diría que aquello que había dicho Alex era una desafortunada gracia-sin-gracia, y le plantearía el motivo real de la llamada de Inti…

--Lo que Alex quiere decir—comenzó Jen, adelantando su mano hacia la de ella—es que podríamos aceptar otro tipo de pago… ya que, como le dijiste a Inti, no tienes dinero. De esa manera, tú tendrías tu sitio aquí, sin contraer ningún tipo de deuda, hasta que encontraras un trabajo. Dijiste que te urgía salir de tu domicilio actual, ¿no es así?

De modo que iba en serio.

Ella vaciló unos segundos y asintió brevemente, bajando la mirada avergonzada. La cabeza le daba vueltas en un torbellino de caos; no sabía aún cómo tomarse aquella propuesta. Por increíble que pudiera parecer, una pequeña parte de su ser resplandecía halagada… aquellos chicos la veían como un objeto de disfrute, y eso la seducía. Se rebeló contra esta idea porque, aunque sabía que era una guarra, abierta en el fondo—al menos de palabra-- a todo tipo de posibilidad, disfrutaba dando la imagen contraria de monjita recatada.

“Puta pijita” se sonrió Alex, quien la había calado al momento “sabes perfectamente que vas a decir que sí”.

--Te proponemos esta alternativa porque pensamos que te urgía instalarte—continuó Jen—pero, por supuesto, entendemos que no quieras aceptarla. Quizás te parezca que el “precio” a pagar es más elevado que el dinero en sí mismo… ¿qué piensas?

Dejó en el aire la pregunta y le lanzó una mirada de expectación; una mirada tranquila que a Esther se le antojó extrañamente dulce.

--Pues… --comenzó a decir ella, indecisa—la verdad es que… no me esperaba esto. ¿Qué es lo que tendría que hacer exactamente?

Alex rió.

--Pues, en definitiva, lo que haría una puta—replicó, sin paliativos—una puta muy guarra y muy cerda, desvergonzada y siempre dispuesta…

--Pactaríamos unas premisas por escrito, una especie de contrato—respondió Jen, haciendo caso omiso de las palabras de Alex—si es que te interesa la oferta…

Esther guardó silencio unos segundos,  sin saber qué pensar ni qué responder.

--Podrías quedarte aquí a cambio de ser usada por cualquiera de nosotros, en cualquier momento, dentro y fuera de esta casa—explicó de pronto Inti, abriendo por primera vez la boca—Y por supuesto, tendrás que obedecer cada vez que se te requiera para algo. Esa es la esencia del asunto, ¿me equivoco?—añadió mirando a sus compañeros.

--Lo has resumido de manera excelente—dijo Alex, alargando la mano para darle una palmada en la espalda a su compañero—yo no lo habría dicho mejor.

--Pero…

Inti se giró hacia Esther y la contempló fijando los ojos en ella hasta el punto de hacerle apartar la mirada.

--Ahora me imagino que querrás saber lo que queremos decir con “ser usada”—le espetó—bien, lo que dice Jen de redactar un contrato es buena idea, pero básicamente significa…

--Espera—interrumpió Alex con una sonrisa apretada, como de tiburón—deja que ella nos pregunte sus dudas y nos diga… qué es lo que estaría dispuesta hacer. Negociemos—añadió, sonriendo más a la apocada muchacha--¿qué harías por quedarte aquí, niña?

Esther odiaba que la llamaran así, “niña”. No era ninguna niña. Le repateaba porque lo asociaba a una especie de paternalismo verduscón, o a un derroche de condescendencia por parte de su interlocutor, como le parecía que era este caso.

--Asqueroso prepotente—masculló en voz baja, levantándose de la silla—prefiero dormir debajo de un puente a que me toques un pelo.

Jen se levantó apresuradamente como para ir tras ella.

--Espera, espera, espera…--le dijo, al tiempo que alargaba la mano tratando de agarrarla—por favor, no te vayas, discúlpale. No piensa lo que dice ni cómo lo dice.

Pero fue inútil. Esther se desembarazó de su brazo con energía, como si hubiera despertado de un hechizo, agarró su bolso y se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta.

--Idos a la mierda, ¡los tres!—exclamó justo antes de marcharse—buscaos a otra que os la chupe, ¿por quién me habéis tomado? 

Y dicho esto, cerró con un sonoro portazo. El taconeo apresurado de sus zapatitos se escuchó tras la puerta, perdiéndose escaleras abajo. No quiso invertir ni un minuto siquiera esperando el ascensor.

--Decididamente, Alex, eres gilipollas—soltó Inti sin poderse contener.

--Estaba a punto de decir que sí—corroboró Jen—o al menos se lo estaba pensando…

Alex movió la mano hacia arriba en un firme ademán, como si quisiera sacudirse de encima aquellas palabras.

--Bah, tonterías. Ninguna chica diría que sí a esto, por zorra que fuera. Y esta es zorra—agregó con una sonrisa, asintiendo vehemente—lo he visto en sus ojos…

--Pues podías haberte callado y haberme dejado a mí hablar con ella…--replicó Jen.

--Te recuerdo que nuestra intención no era convencerla, sino hacerle un favor.

--¡Orgulloso de mierda!—rió Jen—me negarás que no tenías ganas…

Alex rió a su vez.

--Bueno… si es tan cerda como he visto, si mi impresión no me ha engañado, volverá—aseveró.

--No—repuso Inti—si está desesperada, lo suficientemente desesperada por salir de donde vive ahora, volverá. No tiene dónde caerse muerta.

Y el caso es que,  fuera por la razón que fuera, porque era cerda o porque estaba desesperada, o incluso por ambas cosas,  estaban en lo cierto. Esther volvió a aquella casa… y lo hizo bastante antes de lo previsto.

 

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