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Infierno (2): Annunziatta

en Grandes Series

Annunziata

--El camino hacia el sótano es un poco tenebroso—murmuró Annunziata mientras apretaba suavemente la mano de la niña Claudia—la Mamma no quiere reformarlo, es una pena. Pero no te preocupes, ya estamos cerca…

Claudia deseó que aquella bajada hacia las entrañas de la mansión terminara por fin. Sus escarpines de charol se deslizaban sobre los resbaladizos escalones, habiendo estado a punto de hacerla tropezar y caer rodando en dos ocasiones. La débil luz de las velas, por otra parte, no era suficiente para ganarle la partida a aquella oscuridad que las engullía a ambas a medida que descendían.

Transcurridos unos minutos que a Claudia se le antojaron eternos, por fin llegaron al final de la escalera de piedra. Ante ellas, se recortó contra la llama de la vela una enorme puerta negra adornada con clavos de hierro forjado, provista de una cerradura del mismo material en su centro, que hacía de candado sobre un contundente pasador de madera. Annunziata extrajo de su delantal un juego de llaves e introdujo con presteza una llave grande y pesada dentro de la cerradura. Se oyó un chasquido metálico que desgarró el aire, y la muchacha asió con manos firmes el pasador, que cedió inmediatamente, levantándose para permitirle abrir la puerta.

--Ven—susurró, indicándole a Claudia que la siguiera más allá del portón—por aquí…

La puerta se cerró tras ellas, y, con la llama de la vela, Annunziata se afanó en prender una antorcha que pendía de la pared de piedra. Cuando por fin lo logró, fue encendiendo con la tea otras antorchas que poco a poco iluminaron la gran estancia circular donde habían entrado.

Claudia se quedó helada. Después de aquella cochambre de corredor no esperaba encontrar la majestuosidad que se desplegaba ante sus ojos en aquel momento. La cámara se asemejaba a una biblioteca, sus paredes recorridas por interminables estanterías que llegaban hasta el techo, cargadas de libros sin una mota de polvo. Pergaminos enmarcados que contenían antiguos mapas y planos de diferentes ciudades adornaban las paredes. Una mesa baja de madera, con una gigantesca rosa de los vientos esmaltada en oro y gris por tablero, servía de soporte para más libros y pequeños objetos dispares (plumines, tiralíneas, bolas de cristal de varios tamaños…), rodeada por tres amplios sillones tapizados en terciopelo rojo, que se veía ya gastado. Una chimenea de piedra tan alta como un hombre se erguía en el centro de la pared central, cercada por las estanterías, junto a los sillones y la mesa; sobre la chimenea, un espejo con marco de pan de oro les devolvía las imágines temblorosas de las llamas emitidas por las antorchas.

--Es hermoso…--murmuró Claudia, sin poder apartar los ojos del titilante reflejo de las llamas sobre las bolas de cristal.

Annunziata sonrió.

--Ésta es una de las estancias favoritas de la Mamma—repuso—se la conoce como "La Antesala"

--¿La antesala de qué?—inquirió Claudia.

--Ven—sonrió Annunziata—te lo mostraré.

Se abrieron paso entre la mesa abarrotada y los sillones para llegar a la estantería que quedaba más a la izquierda, Annunziata moviéndose con agilidad, a paso rápido; Claudia siguiéndola torpemente, sin terminar de orientarse. La hija de Mamma Fusco se detuvo frente a la estantería y tanteó con sus largos de dedos el canto de cierto libro, pulsando un resorte oculto que hizo que el mueble se desplazara hacia delante, quedando a la vista un pasadizo estrecho más allá de la falsa puerta.

--Vamos, Claudita—indicó, enarbolando una de las antorchas de la biblioteca—sígueme.

La pequeña Claudia obedeció, y, una vez al otro lado, escuchó con temor el chasquido de la librería encerrándolas de nuevo, cuando Annunziata pulsó el resorte pertinente que la devolvía a su sitio.

--Ven—siseó ésta—dame la mano…

Caminaron por un estrecho y húmedo pasillo, ligeramente cuesta abajo. Sólo se escuchaba el chapoteo de sus pies cortando el silencio. Después de haber caminado unos metros, el corredor se bifurcaba abruptamente. Annunziata tomó el camino de la izquierda, aferrando la mano de Claudia con decisión.

--A la derecha están las celdas…--le dijo a la pequeña, a modo de explicación—sólo se utilizan en ocasiones especiales, ahora están vacías…las mujeres de la casa duermen por lo general en las dependencias del segundo y tercer piso… a menos que se las castigue en las celdas—aclaró.

Claudia sintió un escalofrío al pensar cómo sería pasar una noche en aquel húmedo sótano, aunque aún no hubiera visto ni siquiera las mencionadas mazmorras que dejaban atrás.

--Nosotras vamos a otro sitio—indicó Annunziata con su acento del Este europeo—ya estamos a punto de llegar…

Poco después se detuvieron junto a una puerta de madera adornada con amplio arco de piedra en cuya parte superior se veía perfectamente un relieve que Claudia reconoció de inmediato: los tres monos sabios—no oír, no ver, no hablar…ignorar la verdad—sus gestos claramente distinguibles sobre la piedra a pesar del tiempo y la erosión. La joven se quedó mirándolos un segundo, atrapada en su esencia, mientras Annunziata extraía de nuevo una llave del juego que llevaba.

--Bien…--dijo ésta, abriendo la pesada puerta—entremos.

A la luz de la antorcha, Claudia vislumbró un espacioso vestíbulo circular con cuatro puertas. Annunziata se apresuró a prender más teas que había sujetas en la pared, a fin de iluminar aquella nueva estancia con la cálida luz del fuego.

--Primero vamos al lavadero, que es esta habitación de aquí—abrió la puerta que quedaba más a la izquierda—las otras habitaciones son alcobas de entrenamiento…

No explicó a Claudia lo que significaba aquello.

La pequeña siguió a Annunziata al interior de la habitación de la izquierda. Ante la palabra "Lavadero", cualquiera puede imaginarse una habitación pequeña, en cualquier caso simple, ya que el nombre no sugiere mucho más. Pero nada más lejos de la realidad.

La habitación denominada así era, contrariamente a lo esperado, una espaciosa sala, casi tan grande como el comedor donde habían cenado esa misma noche, toda ella de piedra. En su centro, Claudia contempló extasiada una enorme fuente excavada en el suelo adoquinado, llena de agua negra y cristalina que al parecer se rellenaba de una pequeña cascada que brotaba de la pared contigua. La rizada superficie del agua estaba cubierta de nenúfares, algunos de ellos en flor, y pudo adivinar bajo ella destellos, como si nadaran carpas doradas.

Annunziata alumbró la estancia, al igual que había hecho con las anteriores, mientras la niña Claudia se llenaba los ojos de tanta belleza.

En una de las esquinas de la habitación había un pequeño diván acolchado junto a dos vitrinas de forja, dentro de las cuales brillaban multitud de artilugios a la luz de las teas. En su mayoría lo que había en ellas eran artículos de aseo, jabones, perfumes, aceites…

Junto a las vitrinas, pegada a la pared, había una tina color cobre de forma ovalada, con una gran cabeza de león en uno de sus extremos, y un cubo de madera junto a su parte baja, sostenida por las cuatro robustas patas del león.

--¿Te gusta?—pregunto Annunziata, observando la mirada de estupor de la pequeña Claudia.

--Oh, sí…--murmuró esta—es precioso…

--Me alegro que te guste—susurró la misteriosa dama, acercándose a ella.

Claudia sintió de pronto los brazos de la joven rodeando su cintura desnuda –no había vuelto a colocarse la parte de arriba del vestido desde la cena—y el cálido aliento de su boca entre los omóplatos.

--Voy a tener que desnudarte, Claudita—murmuró Annunziata en su espalda—para poder depilarte y lavarte…

--¿Depilarme?—preguntó la joven con cierto temor, girándose para mirar a aquella mujer con cara de ángel.

--Sí, pequeña—asintió Annunziata—el vello es un obstáculo para el goce, te lo demostraré…

Acto seguido le dio un fugaz beso en la mejilla e introdujo las blancas manos por debajo de la faldita del traje azul celeste.

--Vamos a ver ese coñito, cariño…--murmuró, y Claudia sintió los fríos dedos en la goma de sus bragas, tirando de ella con suavidad hacia abajo.

Annunziata acarició con dulzura el monte de Venus de la niña Claudia, cubierto de una suave mata de rizos cobrizos. Humedeció las puntas de sus dedos en los pliegues de aquel sexo púber y se las llevó a la nariz. Olfateó con deleite y un temblor estremeció su cuerpo de la cabeza a los pies.

--Oh, Claudita, qué olor…qué delicia…

Le indicó con un movimiento que levantase los pies, para sacarle el vestidito ya totalmente desabotonado. Se arrodilló en el suelo frente a la joven, con el traje azul cuidadosamente doblado entre sus manos, y por impulso pegó la nariz de nuevo al sexo de Claudia por encima de la tela de sus braguitas. Aspiró fuerte, y Claudia notó con inmediatez el cálido aliento de Annunziata colándose en su prenda íntima, que la hizo estremecerse.

--¿Has tenido alguna vez relaciones completas con hombres, Claudita?—preguntó aquella mujer con tono intrigante.

--No, señora, completas no…—respondió Claudia, temblando al sentir la recta nariz de Annunziata presionando firme entre sus piernas.

La mujer sonrió quedamente sin separar la cara del abultadito y mullido coño.

--Y… ¿con mujeres?—musitó, insertando a continuación la lengua en aquella rajita que se marcaba debajo de las bragas ya mojadas, humedeciéndolas aún más.

--N-no…señora…--balbuceó la joven, separando unos centímetros las piernas para facilitarle el acceso, todavía confusa por el ardor que comenzaba a abrirse paso en sus tímidos pétalos.

Annunziata lamió el sexo de Claudita un poco más, dulcemente, despacio, separando con sus dedos una de las gomas laterales que cercaban los muslos de Claudia, jugando con el algodón de sus braguitas entre los dientes. Claudia sintió como la respiración de aquella hermosa mujer se agitaba bajo su vientre, contra su feminidad.

--Ven…--murmuró Annunziata con una sonrisa trémula tomando a la joven de la mano, separándose por fin de aquella tierna flor.

Condujo a la pequeña hasta el diván tapizado en terciopelo verde con arabescos en oro, y con increíble dulzura le quitó por fin las braguitas, como un niño que desenvuelve con sumo cuidado un preciado regalo.

--Siéntate, cariño mío—le indicó, ejerciendo una leve presión sobre sus hombros.

Claudia, únicamente vestida con sus pequeños calcetines blancos de hilo y sus escarpines de charol, acomodó su trasero desnudo obedientemente sobre la acolchada tapicería.

--Separa las piernas—conminó con suavidad—te voy a demostrar por qué debo quitarte ese hermoso vello…

Y a continuación, con una presteza que a Claudia le cortó el aliento, Annunziata comenzó a pasar de nuevo su húmeda lengua por la palpitante raja de su coñito asustado.

--Mhmmm…--murmuró la mujer, deleitándose con el néctar de la muchacha, peinando con los dedos el dorado vello púbico para poder mover su lengua a placer.

Claudia adelantó un poco el trasero hasta el borde del asiento y se reclinó contra el lateral del respaldo del diván, cerrando los ojos, dejándose llevar por las caricias calientes de aquella lengua que parecía conocer al dedillo su anatomía…

--¿Lo ves?—inquirió Annunziata, mordisqueando suavemente los peludos labios mayores, ligeramente engrosados a causa de la excitación—con tanto vello no puedo lamerte todo lo bien que desearía…y eso que tienes un chochito suculento de veras…eres toda una mujer…

Claudia dejó escapar un dulce gemidito, separando un poco más las piernas, con los ojos aún cerrados deseando volver a sentir aquella experta lengua dentro de sí.

--Cuando tengas el chochito bien depilado—continuó Annunziata—será un verdadero placer lamerte hasta que grites de gusto…lamerte, besarte y chuparte bien por todas partes… --paladeó las palabras en su golosa boca—comerte…

Claudia jadeó, llevando uno de sus deditos trémulos a la puerta de su coño que pedía a gritos ser acariciado.

--Vaya, vaya…--sonrió Annunziata—veo que la nena tiene hambre…Bien, cielo, todavía no. He de arreglarte primero.

La mujer se puso en pie, y caminó con rapidez hasta una de las vitrinas de forja, de cuyo interior extrajo una sábana blanca plegada. Con la sábana en sus manos, volvió junto a Claudia y le indicó que se levantara, para poder extenderla sobre el diván. Cuando hubo alisado hasta la última arruga de la improvisada funda, animó con una sonrisa a la joven para que se sentara.

Claudia hizo lo propio, y no pudo evitar mojar con su delicado flujo la inmaculada sábana cuando vio el cuerpo esbelto y la piel de nieve de Annunziata, que se había desprendido de su vestido quedando totalmente desnuda ante ella.

La joven contempló maravillada como aquella diosa de carne, que había permanecido oculta bajo las sencillas ropas, llevaba las manos a su cabeza para deshacer el moño que la coronaba, cayendo su larga cabellera como un río de rizos caoba por la pendiente de sus definidos hombros. Su vientre, una flor de harina en mitad de un desierto de arena, temblaba ligeramente por encima de la humedad que se adivinaba en su sexo, reluciente sin un solo pelo, como una brecha abierta entre sus piernas firmes.

Claudita extendió la mano sin ser apenas consciente de su gesto, deseando rozar con sus dedos los apetitosos pezones circundados por grandes areolas color café, que apuntaban a su rostro con impertinencia desde los redondeados pechos de Annunziata, con el fuego de las antorchas reverberando en su palidez.

Sin embargo la mujer avanzó resuelta--obviando por completo su belleza--se agachó de nuevo para hurgar en una de las vitrinas, y volvió junto a Claudia con un cuenco de arcilla en la mano derecha y una cuchilla de afeitar—asombrosamente moderna—en la izquierda.

--Túmbate, Claudita—sonrió—relájate, no te dolerá nada…

La muchacha se acomodó sobre el diván con las piernas flexionadas ligeramente separadas, ofreciéndole a Annunziata su trémulo sexo.

--Bien…--murmuró ésta, vertiendo con cuidado gran parte del contenido del cuenco sobre la entrepierna de Claudia—tranquila, cielo, sólo es jabón…

Extendió el lechoso líquido sobre el monte de venus de la muchacha con suaves masajes como mariposas, con las puntas de sus fríos dedos. A continuación retiró el sobrante de jabón de sus manos, frotándolas contra su muslo y –le pareció a Claudia—contra su propio coño, y tomó la cuchilla.

--Bueno, querida, ahora no te muevas…--musitó, acomodando el trasero con cierto regocijo sobre el borde del diván, e inclinándose para alcanzar mejor el sexo de Claudia.

Comenzó a retirar el vello púbico de la joven con lentas y decididas pasadas, deslizando la hoja sobre la lubricada piel, trazando líneas que se adaptaban a cada recodo, arrastrando el jabón al paso de la cuchilla.

Claudia no sentía ningún dolor, tan sólo la leve presión de algo duro sobre ese lugar tan delicado. De alguna manera era agradable…

El placer provocó que se fuera atenuando su miedo—Claudia jamás se había rasurado el coño, ni muchísimo menos nadie se lo había hecho—y se relajó por fin, desplegando ante aquella adorable mujer su cuerpo de mujercita libidinosa sedienta de sexo.

--Muy bien, Claudita, ya casi está…

Cuando por fin terminó de rasurarla, Annunziata tomó de nuevo el cuenco de arcilla y vertió lo que quedaba de jabón sobre el pubis—ya sin un solo pelo—de la joven. Claudia se preguntó con cierta inquietud si iría a darle otra pasada con la cuchilla, pero lo que hizo Annunziata fue simplemente extender la viscosa substancia por entre los húmedos pliegues, masajeándolos con suavidad.

--Hmmmm…

Claudia no pudo evitar dejar escapar un quejido de gusto por entre sus labios de cereza madura, y arqueó su espalda para sentir mejor los dedos de aquella mano maestra, que la masturbaban cada vez más adentro con suavidad.

Annunziata también profirió un gemido, y cuando Claudia levantó un poco el cuello para observarla, vio que ella acariciaba también su propio coño despacio, con los ojos semicerrados, sumida en un glorioso disfrute. La visión de aquella espléndida mujer con cuerpo de diosa acariciándose mientras movía los dedos dentro de ella provocó en Claudia un espasmo de placer que le hizo elevar las caderas hasta el infinito.

--Ohmm, Claudita…--murmuró Annunziata entre dientes, consciente de la excitación que estaba provocando en la joven, aumentando el ritmo de sus caricias.

Los tenues masajes se volvieron más osados y se transformaron en frotamientos rápidos en los pliegues del recién depilado coñito de Claudia, ya rojos y enfebrecidos de tanta estimulación.

El placer era brutal; transportaba a Claudia a rincones de sí misma completamente desconocidos, a lugares sucios y escondidos, a pozos, a pantanos del gozo más animal…

--¿Quieres correrte, nenita?—preguntó Annunziata besando la frente de Claudia, sin dejar de acariciarla como un torbellino--¿tienes ganas?

La pobre Claudia no fue capaz de responder. Invadida por un cosquilleo que se perdía en sus profundidades, loca por saciarse al fin, se corrió chapoteando en un charco de jabón y jugos, luchando por reprimir un grito al borde de sus labios.

Su orgasmo fue prolongado, como numerosas fueron las sacudidas de su culo sobre la sábana mojada de agua jabonosa.

Annunziata presionó con su dedo medio el expuesto clítoris de Claudia, asfixiándolo, prolongando el orgasmo de la muchacha, multiplicando el placer hasta que la joven casi se echó a llorar de puro goce.

--Oh, mi tierna niña…--musitó cuando las sacudidas del cuerpo de Claudia se fueron espaciando por fin, para dejar su cuerpo desmadejado e inerte sobre el diván—No pensé que te gustaría tanto…se nota que nunca has estado con una mujer…

Claudia se esforzó por abrir los ojos entre la niebla de denso placer.

--Bien…--sonrió Annunziata--¿cómo te encuentras?

La joven virgen se humedeció los labios, tratando de recuperar la voz en su boca reseca como lija.

--B-bien…--balbuceó--…bien, señora.

--Estupendo…

La sonrisa de Annunziata se amplió sobre su rostro, dejando entrever una hilera de finos dientes blanquísimos.

--Resulta muy agradable darte placer, pequeña—concluyó, mientras volvía a erguirse y caminaba de nuevo a por más cosas de aseo.

Claudia sonrió y se recostó sobre la empapada sábana que cubría el diván, cerrando los ojos con absoluta placidez.

--Échate de lado—le llegó la voz de Annunziata desde lejos—con la cara hacia el respaldo del diván…así, muy bien.

Obediente, Claudia se acomodó de costado tal como le había indicado Annunziata, pero, antes de volverse, alcanzó a verla por el rabillo del ojo cómo arrastraba un soporte metálico—parecido a los que sujetan los sueros en los hospitales—del cual colgaba una turgente bolsa de gran capacidad llena a reventar de un líquido espeso.

Quiso preguntar pero no se atrevió, y se echó a temblar asustada por la imagen mental de lo que aquella mujer querría hacerle…

Annunziata dejó el soporte metálico a unos centímetros del diván y se sentó junto al culo de Claudia que se agitaba levemente.

--Bueno…ahora vamos a limpiarte por dentro, cariño mío—dijo, confirmando las sospechas de la joven—voy a meterte por el culito una cánula para colocarte un enema de limpieza…

Separó las nalgas de Claudita y comenzó a masajear su ano suavemente, extendiendo un aceite lubricante de intensa fragancia a rosas. Poco a poco fue introduciendo su dedo, tapizando las paredes del recto de la joven con aquel unto, y el perfume se mezcló rápidamente con el olor a culo amedrentado.

--Tranquila, relájate…--murmuró Annunziata moviendo su dedo cada vez más adentro, trazando círculos de picazón que dilataban el esfínter de Claudia—es un poco molesto, pero merece la pena…

Separó su dedo de aquella cuevecita e introdujo la punta de la cánula, impregnada también de lubricante denso.

--Aihmmm…--Claudia se revolvió sin poder evitar un quejido de protesta.

--Relájate, Claudita—indicó Annunziata, haciendo caso omiso de su molestia, metiendo la cánula hasta la mitad—Ya casi está…

Claudia gimió agarrando con fuerza la sábana que cubría el diván, tratando de sobreponerse al dolor que le causaba aquel enorme cuerpo extraño dentro de su culito. La cánula era medía más o menos cuarenta centímetros de largo y tenía un diámetro considerable, haciéndose notar de un modo más que molesto contra las paredes del nunca perpetrado culito de la joven.

Cerró los ojos, profundamente impotente ante aquella profanación, y un par de lágrimas de vergüenza rodaron por sus mejillas tiernas.

De pronto se escuchó un portazo cercano, y unos pasos que se aproximaban. Annunziata se detuvo con la cánula a medio insertar, y sin extraerla del enrojecido ano de Claudia se volvió a punto para ver cómo se abría la puerta del lavadero.

--¿Os falta mucho?—dijo una voz familiar desde la entrada.

Claudia no podía ver a la persona que acababa de entrar, pero inmediatamente se sintió sobrecogida por la humillación que suponían un par de ojos más mirándola en aquel trance.

La joven sintió los pasos del recién llegado aproximándose con curiosidad, y su esfínter se contrajo dolorosamente por la vergüenza.

--Eyvan, márchate…--dijo Annunziata en tono glacial—todavía no hemos terminado…

Eyvan. Claudia no supo si alegrarse o desear morir de la humillación.

--Bueno, también venía a ver cómo se encontraba la niña…--respondió este, con la voz turbada por la escena que estaba presenciando.

Y es que no pudo por menos de excitarse casi inmediatamente. Aquella cánula enorme, gorda, a medio meter en el blanco culito de la púber…aquel leve temblor que sacudía las lustrosas carnes, esos suaves hoyitos en la parte inferior de su espalda…

--¿Cómo estás, Claudia?—murmuró inclinándose sobre ella, la plateada cabellera rozando la replegada cintura de la joven.

La interpelada se esforzó en abrir los ojos, cubiertos de una densa nube de pudor y tensión contenida, aún llorosos.

De un empujón imperceptible, Eyvan apartó a Annuziata y se acomodó en el filo del diván junto a la asustada joven. Pasó las yemas de sus dedos por la columna vertebral de Claudia, deteniéndose con mimo en cada apófisis vertebral, trazando lentos trazos sobre su piel.

--¿Te duele el culito?—murmuró

Claudia no supo que contestar. No quería desagradar a Annunziata, y tampoco faltarle al respeto a Eyvan por no responderle…

Sin saber qué decir, giró la cabeza para mirarle con sus grandes ojos oscuros.

--Ay, linda…--sonrió levemente Eyvan, dándole a Claudia una suave palmada en el muslo derecho, cerca de su nalga. A continuación se giró hacia Annunziata, que le contemplaba echando chispas por los ojos a poca distancia, inclinada en un ángulo imposible para no soltar la cánula a pesar de que ésta se hubiera mantenido fija en el recto de la joven—Hermana, esto así no se hace…

Annunziata le fulminó con la mirada y trató de apartarle en una guerra muda en la que, si el silencio matase, Eyvan hubiera caído inerte en el suelo atravesado por mil cuchillos.

El muchacho de cabello plateado chasqueó la lengua con un deje de tristeza y se volvió de nuevo hacia Claudia. Meneó la cabeza.

--No, esto no se hace así… ¿no ves que le duele?...pobrecita…

--No te metas en esto, Eyvan, es mi labor…--murmuró Annunziata entre dientes—todo estaba saliendo de perlas hasta que tú llegaste…

--Permíteme que lo dude…--respondió el joven, apartando con un delicado manotazo la mano de ella que sujetaba la cánula—déjame a mí, te mostraré como hacerlo.

Claudia se replegó más en sí misma, aún con aquel dolor infernal en sus profundidades, terriblemente inquieta, temblando como una cría de pájaro en una mañana fría.

--No, Eyvan, márchate—increpó Annunziata—esto me corresponde a mí.

--¡Ja!—gruñó él—No puedo dejar que hagas estragos en este culito tan dulce…venga, mujer, sólo será un momento…

De pronto, Claudia sintió los fríos dedos del muchacho recorriendo la hendidura entre sus nalgas con ansiedad.

--Déjame disfrutar un poco de esto…

Eyvan se acomodó más en el diván, arrellanándose en el asiento, pegando su cuerpo a la cadera de Claudia.

--Oh…dios, qué hermosura…

Movió los dedos hasta los pétalos de Claudia, resecos por el miedo, y los frotó con delicadeza.

--Tienes el chochito seco, Claudita…--murmuró—deja que te lo humedezca…

Eyvan se metió dos de sus largos dedos en la boca, y una vez los hubo insalivado se dirigió de nuevo al sexo de Claudia.

--Oh, cariño, no tengas vergüenza…--murmuró, besando las mejillas ardientes de la joven que respiraba rápidamente—no sabes las ganas que tenía de hacer esto…

Claudia se movió sobre el diván, estremecida por las suaves y tenues caricias de los dedos de Eyvan, que se movían entre sus pliegues casi como la lengua experta de Annunziata…

Dejó escapar un gemidito de agotamiento y separó un poco las piernas, vencida, porque aquella sensación fresca y dulce entre sus piernas comenzaba a gustarle. Aún notaba la gruesa cánula insertada en su culo, insolente, resuelta a invadirla con su suave punta impregnada de lubricante

--¿Lo ves, hermana querida?—musitó Eyvan—así es como se hace…

Se detuvo y apartó la mano por un instante de la vulva de Claudia para mirar a Annunziata con gesto triunfal. Ésta no respondió, observando a su hermano con odio, cada uno de sus músculos trabados por una tensión que hasta Claudia podía sentir a sus espaldas.

--Así es como se hace…

La virgen Claudia necesitaba más. Elevó sus caderas implorante, el coño hambriento de las puntas de los dedos de Eyvan, loca por que volvieran a jugar dentro de ella y a humedecerla con sus frágiles caricias…

Levantó el culito para llamar su atención, y él no se hizo esperar. Volvió a insalivarse los dedos, llenándose esta vez la boca con el dulce olor a coñito trabajado, y casi al borde del desmayo separó con delicadeza los turgentes labios mayores para penetrarla suavemente y llegar hasta su clítoris.

La respuesta de Claudia fue inmediata. Comenzó a agitarse como un pececito, moviendo levemente las caderas al encuentro de Eyvan, reprimiendo gemidos contra la sábana inmaculada, los labios apretados, las mejillas como rosas henchidas de primavera.

--Lo ves…--murmuró Eyvan sonriendo con dulzura.

--Eyvan, márchate…--se mantenía Annunziata, aunque la voz le falló. Ella también comenzaba a excitarse ante el gozo de Claudia…

--Ya se le está mojando el coñito… ¿ves?—continuó éste, acariciándola con maestría--¿Te está gustando, Claudita?

--Ahmmm…--emitió esta por toda respuesta, agitando su cuerpo ya sin querer contenerse.

--Se me está poniendo dura…--murmuró Eyvan, pasando la mano por su evidente erección—cómo me gusta oírte gemir, Claudia…

La pequeña abrió las piernas todo lo que su posición le permitía, abriendo la boca, deseando disfrutar al máximo. Imaginó la venosa polla de Eyvan erecta y férrea como una roca, y se metió uno de sus dedos en la boca para evocar en su mente el impulso que sintió, el imperioso deseo de probarla.

--Annunziata…--jadeó Eyvan—ahora puedes meter un poco más la cánula…despacio.

--Ahhhhhhmmm…--se retorció Claudia cuando sintió la gruesa estructura que se abría paso impasible, llenando su recto.

--Bien, cariño…--murmuró Eyvan inclinándose sobre el diván, sin dejar de mover sus dedos en el dulce coñito de almíbar—deja que tu culito disfrute…hmmmmmm…

El muchacho comenzó a acompasar los rápidos movimientos de sus dedos con suaves golpes de cadera, frotando su erección contra la espalda desnuda de Claudia, recostado de medio lado a sus espaldas.

--Muy bien preciosa, córrete cuando tengas ganas…--musitó, al tiempo que le hacía una seña a Annunziata para que abriera la llave de paso del sistema del enema, con lo que el denso fluido comenzó a llenar el culo de Claudia—ya verás cómo esto va entrando poco a poco…

Annunziata introdujo la cánula unos centímetros más, sin apenas dificultad gracias al líquido que manaba de su punta facilitándole la entrada.

--Ya la tienes toda metida…--jadeó Eyvan—A tu culito de nenita guarra le gusta, ¿verdad?

Claudia se agitaba contra los dedos de Eyvan sin poder pronunciar una palabra. Sintió que el orgasmo se acercaba de pronto, raudo, incontrolable, a ritmo de la constante masturbación y del denso líquido que se abría paso dentro de ella. Apretó su esfínter en un esfuerzo por retenerlo…

--Oh, mi niña, córrete tranquila, intenta mantener el culo apretadito, te sujetaremos la cánula para que no la expulses…

--Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…

Un borboteo de gases acuosos emergió del dilatando ano de Claudia sin que ella pudiera evitarlo.

--Aprieta el culito—murmuró Eyvan, pajeándola con fiereza para prolongar su orgasmo—si te portas bien, en cuanto terminemos Annunziata te comerá el coño mientras me chupas la polla…

--Ahhhhhhhhhhhhhhhhmmmm…

Claudia encadenó un segundo orgasmo sin que hubiera terminado el primero. Parte del líquido introducido era expulsado a borbotones de forma irremediable por su culo abierto.

Annunziata apretó con sus manos las nalgas de la joven, tratando de construir un dique para retener de manera mecánica la solución acuosa.

--Eyvan, para—le conminó con voz cortante—no lo está reteniendo bien…

El muchacho se distanció un poco de la chiquilla, frotando con su mano húmeda de flujo su miembro hinchado y ardiente, deslizando la mano bajo el pantalón.

--Y tú, zorra…¡ escúchame!—jadeó dirigiéndose hacia Claudia—como dejes escapar una sola gota más de líquido te prometo que le permitiré a este cerdo que te destroce el culo a pollazos ahora mismo…

Alertada por el súbito cambio en el tono de voz de la hasta ahora paciente Annunziata, Claudia recuperó un poco el dominio de sí misma y apretó su esfínter con fuerza, a fin de retener aquella descarga viscosa que iba expandiéndose en sus entrañas. A pesar de haber disfrutado como una auténtica perra, temía la penetración anal más que nada en el mundo. Habían llegado a sus oídos tantas cosas…le aterrorizaba sólo pensar en el irremediable instante de su desfloramiento anal, del estreno de su agujerito trasero que con seguridad ocurriría, tarde o temprano e hiciese lo que hiciese, en la mansión de Mamma Fusco.

Pasados unos minutos, lo que quedaba del enema se vació dentro del cuerpo de Claudia con rapidez. Al menos un litro y medio de denso y viscoso líquido.

La joven había comenzado hacía rato a sentirse enormemente enferma; lo que habían empezado siendo molestias abdominales y pesadez se habían transformado en retortijones brutales que la sacudían mientras se esforzaba por no defecarse encima, acalambrándose todo su cuerpo. Comenzó a llorar de dolor sin poder contenerse, esperando órdenes en cuanto a qué hacer a continuación. No confiaba en resistir mucho tiempo más con toda aquella horrible agua dentro…

--Aguanta, pequeña…--le dijo Annunziata, seria y cortante pero más calmada—dentro de unos minutos podrás expulsar el líquido junto con toda tu mierda…

Claudia sollozó. Se sentía terriblemente indefensa, el cuerpo helado, llegando hasta las fronteras de su resistencia a pesar de aquel martirio, de aquel dolor de tripa horrible. Sentía la barriga tensa, los intestinos en constante movimiento deseando ser aliviados, clamando vaciarse a riesgo de estallar si Claudia no les hacía caso.

--Cuenta despacio hasta cien—le espetó Annunziata con voz áspera, como si de pronto sintiera asco hacia Claudia—cuando termines, te levantas y te alivias en el cubo…

Señaló el astillado barreño de madera que estaba colocado al lado de la tina de cobre. Sonriendo maliciosamente con un resplandor repentino en los ojos, la mujer cambió de ubicación el cubo colocándolo mucho más lejos, de tal forma que si Claudia quería llegar hasta él tendría que rodear todo el estanque…

--¿Has entendido?—preguntó.

--Sí, señora…

--Como caiga una sola mancha de inmundicia en el suelo, niña, la limpiarás con la lengua…

Claudia gimoteó tapándose la cara con las manos. ¿Cómo nombrar aquello que sentía, a caballo entre la lujuria y la franca humillación? ¿Qué nombre tendría eso, que palabra designaría ese sentimiento que la martirizaba sumergiéndola en un océano de culpa?

"¿Y si se me escapa?" se preguntó con apremio "¿Y si no puedo contenerme?"…

Tan ofuscada estaba en su propio miedo que apenas escuchó la tensa respiración de Eyvan, así como por estar de espaldas tampoco vio la transformación que se iniciaba en sus facciones…

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Nuestra perra-XIV

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Sonia y Joan

Y qué más dan churras que merinas

Fight (2)

Fight!

Nimbo (6: Llámame Amo)

Nimbo (2: El primer juego como Estaño)

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Nimbo (4: Una oportunidad y un gran error)

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Gabriel

Los ojos de la tierra

La fiera sola

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Fabián se desata

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Orgía en el contenedor

Las tribulaciones de Txascus

El Gran Juego IV: La temida enculada

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El Gran Juego II: En la guarida del monstruo

El Gran Juego

Piano, piano...(2)

Rabia

Piano, piano

Sexcitator: Epílogo (cago en la leche, por fin!!)

Ayer llorabas entre mis brazos

Sexcitator (5: El desafío final)

Sexcitator (4: Lo imposible es posible)

La voz que me excita

Sexcitator (3: Fuerzas de flaqueza)

Un encuentro inesperado

Entrevista a Cieguito

Infierno (1): La mansión de las perversiones

¿Crees?

Mi querido amigo Silver (9): ten mucho cuidado

Sexcitator (2): El desafío continúa...

Darkwalker

Mi amante del mar

Mi querido amigo Silver (8): me estás matando

Sexcitator

¡Alex, viólame, por favor!

Soy tu puta

Mi querido amigo Silver (7): En solitario.

Mi querido amigo Silver (6): fiebre

Esta tarde he visto tu sonrisa

Mi querido amigo Silver (5): una buena follada

Mi querido amigo Silver (4): en la boca del lobo

Mi querido amigo Silver (3): Frío en Agosto

Mi querido amigo Silver (2): Hablar en frío.

Mi querido amigo Silver