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Nimbo (6: Llámame Amo)

en Dominación

VI.-”Llámame Amo”

Hacía apenas una semana del incidente con Niobe, y de que el Señor G nos hubiera reclutado en la sala principal a horas intempestivas. Lo que sucedió aquella noche he de contarlo, pero no ahora.

 Como podrán imaginarse, la situación entre nosotros como hermanos de esclavitud estaba bastante tensa... y, por otra parte, el Señor G apenas nos dirigía la palabra. Al día siguiente de aquello estuvo de muy mal humor, y con el paso del tiempo su actitud cambió a simple indiferencia. Estaba tranquilo pero ni siquiera nos miraba, a ninguno, mostrándose hierático hasta para los requerimientos más básicos, comunicándose sólo para lo que era estrictamente necesario. Recuerdo que verle así me dolía mucho... porque no podía evitar sentir que, indirectamente, yo había tenido la culpa de la gran decepción que se había llevado con Níobe. Si yo no hubiera tenido aquel orgasmo mientras me dilataba, si yo no hubiera entrado en pruebas a formar parte de su unidad dentro de Zugaar, nada de aquello hubiera pasado. No podía contarle este sentimiento a ninguno de mis hermanos, desde luego, porque Samiq se reiría y Simut se preocuparía, y ambos pensarían que cometía un error al sentirme culpable por existir. Pero así lo vivía yo. Realmente era Níobe la que se merecía estar junto al Amo; ella era una Plata, una esclava excelente... y yo una simple perra callejera, sin experiencia, y sin ningún encanto apreciable a simple vista. Era yo la que desde el principio estaba en medio, molestando, disturbando la paz asentada.

Como les decía, la situación estaba más que tensa. Pero de pronto, un día como cualquier otro y sin previo aviso, el Señor G nos convocó a los cuatro para una cena que tendría lugar esa misma noche en la sala principal. Nos dijo que acudiéramos extremadamente limpios y con un atuendo a la altura de una gran ocasión, como si quisiera celebrar algo. Evidentemente, esto nos resultó extraño a todos, teniendo en cuenta cómo estaba el panorama. Me produjo inquietud aquella cita, porque no entendía... parecía que el Señor G no quería vernos ni saber nada de nosotros, entonces, ¿por qué nos llamaba para cenar con Él y compartir mesa aquella noche? Algo no encajaba, algo se me escapaba, no era lógico.

Recibimos instrucciones expresas esa misma mañana: la cena tendríamos que prepararla entre nosotros, colaborando los cuatro—se nos hizo entrega de un plan de menú especial—y una vez preparada, dejarla en la cocina colocando los alimentos sobre bandejas sin servirla en la mesa.

Siguiendo estas directrices, nos preparamos a conciencia y desde temprano nos metimos en la cocina.

El menú era, como siempre, vegetariano pero no por ello simple. Constaba de ensaladas variadas y laboriosas, fruta y verdura triturada con diferentes especias y aditamentos, salsas,  brochetas vegetales doradas a la plancha... etc. Para beber, lo único que nosotros preparábamos era agua; el Señor G era quien decidía si era conveniente disponer otra cosa: vino, cerveza, zumo...

Y allí me encontré, después de la faena; limpia por dentro y por fuera, preparada entrar con mis tres hermanos a la sala principal que estaba dispuesta como un gran comedor. Las enormes puertas de acceso estaban abiertas de par en par, y tres sillas más cómodas de lo habitual, con respectivos cojines de terciopelo verde, nos esperaban frente a la mesa. La silla del Señor G era más grande que las nuestras, más bien más ancha, tapizada de igual manera y situada en la cabecera. Me llamó la atención el ver que había tan solo tres sillas, cuando nosotros—y el Señor G lo sabía perfectamente-- éramos cuatro, y no tres. Pero por supuesto me abstuve de hacer preguntas. Algo me decía que pronto comprendería por qué no salían las cuentas.

Entré a la sala precedida de mis hermanos y, al igual que ellos, me quedé de pie frente a la mesa-- pies juntos, manos a la espalda y cabeza hacia abajo—aguardando órdenes sobre qué hacer a continuación.

Tras unos segundos de tenso silencio, escuché los pasos rápidos del Señor G acercándose por el pasillo. Sin atreverme a mirarle, sentí que entraba a la sala, avanzaba hacia la mesa y dejaba con cuidado algo sobre ella que hizo un ruido sordo y pesado sobre el mullido mantel. Segundos después, escuché su voz clara y resuelta.

--Buenas noches a los cuatro—saludó con viveza—miradme y prestad atención.

Alcé tímidamente los ojos hacia Él. Me sorprendió, teniendo en cuenta los hechos ocurridos recientemente, ver su rostro iluminado por una sonrisa inquietante; parecía estar invadido de una alegría de origen desconocido para nosotros. Sus ojos brillaban con la ilusión de un niño que sabe que recibirá un regalo.

--Esta noche vamos a disfrutar de esta cena por un motivo especial—dijo, posando la mirada en cada uno de nosotros—espero que sea una celebración grata para todos, acorde con  lo que hoy puede acontecer.

Miré de soslayo a Samiq, con la esperanza de que él entendiera algo de aquello. Su semblante serio me confirmó total ignorancia por su parte, y la sospecha de que aquello no era en absoluto habitual.

--Como veis, os aguardan tres sillas—continuó despacio el Señor G—y como sabéis, a lo largo de esta última semana la convivencia se ha resentido y se ha visto resquebrajada por la actitud de alguien; alguien que en este momento se encuentra aquí presente.

Al escuchar estas palabras no pude evitar agachar la cabeza. Comencé a sentir un sudor frío brotando a oleadas sobre mi frente y en el nacimiento del pelo; deseé que me tragara la tierra.

Para mi sorpresa, el Señor G avanzó hacia mí y estiró el brazo para, Él mismo, levantarme la barbilla.

--¿Es que acaso he dicho que dejes de mirarme, Nimbo?--me preguntó con sequedad.

A continuación me acarició levemente la mejilla y siguió hablando. Tuve que mantener, me gustara o no, los ojos fijos en Él... por lo menos en su boca, atendiendo a las palabras que decía.

--Esta noche quiero que la cena sea amena, y como os he dicho se trata de una celebración, por lo que la persona que ha traicionado mi confianza no será parte de ella, al menos como comensal, sino que  se dedicará a servirnos. ¿Algún problema, Níobe?--añadió, mirando directamente a su esclava más antigua.

Con las facciones transfiguradas por la ira, Níobe se tragó la rabia y asintió. Su mirada reflejaba una mezcla de impotencia, dolor, vergüenza y odio, todo ello concentrado en un rayo que iba directo al corazón de quien la enfrentara. Era una mirada sibilina, helada... pero también herida. Durante unos segundos me traspasó, culpabilizándome sin duda de aquella situación.

--¿Tienes claras tus funciones, Niobe?--insistió el Señor G, con seriedad.

--Sí, Amo—replicó ésta, con la voz envenenada de soberbia.

--Pues ya sabes lo que has de hacer.

La Plata asintió, sus labios se estiraron de improviso en una sonrisa siniestra y se alejó hacia la cocina.

--Tomemos asiento pues—sonrió el Señor G, cuando Níobe se hubo marchado.

Con la mayor discreción que pudimos—las sillas de madera pesaban y hacían ruido sobre la piedra al ser arrastradas—nos sentamos en los sitios dispuestos: Samiq y yo a la izquierda del Señor G y Simut a su derecha. La mesa era grande y su superficie no había sido del todo aprovechada, probablemente a propósito, por quien hubiera dispuesto los sitios, ya que  los tres quedábamos muy cerca del Amo habiendo un espacio libre hacia la cabecera contraria. Estaba claro que el Señor G buscaba proximidad aquella noche.

Una vez sentados, mientras esperábamos los platos, el Señor G volvió a repetirnos que aquello se trataba de una celebración y que, independientemente de nuestra condición y roles, deseaba que aquella noche la disfrutáramos todos obviando cuál era nuestro sitio. Nos dijo que había traído una botella de la reserva de Zugaar expresamente para ese fin, y nos la mostró con orgullo. Supuse que eso era lo que Él había dejado en la mesa nada más entrar al improvisado comedor.

Con rapidez descorchó la botella y comenzó a verter su contenido, del color vivo de la sangre, en las copas que había frente a nosotros. Yo pensé que tendría que eludir el vino, porque mi pasado con esta bebida es un poco complicado... nunca me sentó bien. Pero por supuesto no dije nada cuando el Señor G me llenó la copa.

Éste levantó su bebida y pronunció:

--Salud y Libertad para todos los que estamos aquí...

Contemplé como Samiq y Simut se miraban asombrados, el primero sin poder disimular una sonrisa. Si yo hubiera podido dibujarle una viñeta directa a su cabeza, como lienzo para plasmar su pensamiento, hubiera escrito en ella: “dios mio, el Amo se ha vuelto loco”.

Mis hermanos alzaron la copa a su vez y yo hice lo mismo. Los cristales entrechocaron suavemente y ellos bebieron; yo sólo acerqué los labios y sentí el beso cálido del vino, sin dejar que éste pasase a mi garganta.

Pensé que mi gesto de evitación pasaría desapercibido, pero el Señor G se dio cuenta. Era muy difícil eludir su afilada capacidad de observación.

--¿Qué pasa, Nimbo?--preguntó--¿no te gusta el vino?

--No me sienta bien, Amo—respondí. Como era habitual en su presencia, apenas me salía la voz—si bebo vino pierdo los papeles, y eso me resultaría muy vergonzoso ante Usted y ante mis hermanos en pruebas.

La sonora carcajada del Señor G resonó en la habitación. Me pregunté si había dicho algo gracioso. Sentí que Samiq me daba un ligero puntapie por debajo de la mesa y al mirarle me cazaron sus ojos chispeantes.

--¿Pierdes los papeles?--me parafraseó el Señor G—Explícanos eso...

Me retorcí en la silla, avergonzada, maldiciendo mi mala suerte. ¿Por qué no podía yo beber vino como una persona normal?

Mis hermanos me observaban expectantes, parecía que hubieran pagado por ver un show.

--Me emborracho con facilidad—musité--quizá por la falta de costumbre...

--Ah bueno—replicó el Amo haciendo un gesto de despreocupación—si sólo es por eso... pues mejor, ¿no?...¿a ti te gusta el vino? El sabor, quiero decir...

--Sí, Amo, me gusta...

--Pues si te gusta bebe—sonrió el Amo—y emborráchate, pequeña. Me gusta conocer profundamente a mis propiedades en todos los posibles contextos...

En aquel momento lanzó una mirada de complicidad a Simut y a Samiq y éstos asintieron con la cabeza, dando a entender que sabían de lo que hablaba.

--Un momento...--preguntó Samiq—no sé si esto será peligroso, pero... Amo, ¿puedo preguntar algo?

El Señor G enarcó las cejas y sonrió.

--¿Peligroso? Viniendo de ti no me extraña... claro, pregunta...

--¿Tenemos todos permiso para emborracharnos?--inquirió Samiq--¿o sólo Nimbo? Gracias Amo por permitirme hacer la pregunta...

El Señor G lanzó al aire otra carcajada.

--Desde luego, como tú no hay otro, gato...--meneo la cabeza--otra cosa no, pero siempre consigues que me ría. Sí, esta noche os quiero a todos borrachos, por lo menos achispados, felices, contentos... sin contar a Niobe, por supuesto, que tiene que realizar actividades finas...

Justo en aquel momento entraba por la puerta la anteriormente mencionada, portando una sólida bandeja de plata con los entrantes. Sin dar muestras de haberla visto, el Señor G siguió hablando.

--Así que sí, los tres tenéis permiso...podéis beber como bellacos. Hay más vino en la cocina, aunque no tan bueno como este. Disfrutemos esta botella mientras aún estén nuestros sentidos intactos...

Tuve que reír. Aquella palabra, “bellacos”, me sonó terriblemente graciosa viniendo de Él. Nunca imaginé que una cena supuestamente formal con Él pintara de aquella manera, y apuntara a convertirse en una charla animada entre amigos achispados por el alcohol. Pero esa parecía, de hecho, la intención del Señor G...

Níobe depositó la bandeja ante nosotros, en el centro de la mesa, haciendo más ruido del necesario. Aguardó unos minutos en espera de órdenes, y ante una sucinta seña del Señor G se retiró por donde había venido.

Comenzamos a paladear los deliciosos entrantes que habíamos preparado durante toda la mañana. Para mi terror, el vino corría que se las pelaba y siempre había alguien solícito para llenarme la copa cuando la vaciaba. Tomé los primeros sorbos por educación en realidad, pero el sabor excelente me cautivó aparte de evocarme alegrías pasadas, y sentí el efecto euforizante y relajante, el calor al bajar el líquido por la garganta... me dije “Una copita más... sólo por tener contento al Amo G...” y después de la primera vino la segunda, la tercera, la cuarta. La realidad empezó a volverse menos amenazadora, la conversación más horizontal, y el comedor un lugar menos intimidatorio y menos frío.

El Señor G me lanzaba miradas de ito en ito; pude comprobar que mi rubor y mi incipiente relajación le ponían contento. Él también había bebido lo suyo, igual que mis dos hermanos.

Aquella situación fue proclive a confidencias y a que hubiera cada vez más proximidad entre nosotros, trazándose sobre nuestras cabezas algo parecido a un halo de confianza que no podía verse pero sí sentirse. La luz de las velas brillaba en los ojos ambarinos del Amo G, que escuchaba con atención lo que mis hermanos decían... yo hablaba poco, concentrada en el sabor del vino y en las palabras de ellos.

--¿Que celebramos, Amo?--preguntó Simut educadamente, aunque saltándose el protocolo de pedir permiso para hablar.

El Señor G le lanzó una sonrisa traviesa, en la que reconocí al niño de la primera vez cuando entró, pero en esta ocasión como si ese niño hubiera escondido un juguete en el jardín y no quisiera decir dónde.

--Ya lo veréis...--dijo con gesto alegre y enigmático.

La verdad era que la situación resultaba intrigante, porque cada vez se le veía más desinhibido: no ocultaba la alegría que crecía en Él y florecía en sus ojos, pura y transparente, para nuestro desconcierto.

--Nimbo... tengo curiosidad por algo...--me dijo en un momento dado, apartando ligeramente el plato que había ante sí.

Correspondí a su mirada y sonreí, algo cohibida aunque alentada por el efecto del vino.

--Usted dirá, Amo...

Se abrió la puerta de nuevo dando paso a Níobe, que traía de nuevo una gran bandeja, esta vez cargada de cuencos humeantes de diversos materiales y contenidos. Imaginé que aquello debía de pesar bastante, a juzgar por la tensión de sus brazos y la postura de su espalda. Nos miró de soslayo, dejó la bandeja en la mesa y se llevó los platos que habíamos utilizado para cambiarlos.

–Desde que te conozco me he preguntado...--comenzó el señor G con gesto pensativo--¿qué te llevó a terminar en la fortaleza?

“Buena pregunta” pensé.

Una parte de mi vida que quería olvidar pasó a velocidad del rayo por delante de mis ojos. Por muy a gusto que me encontrara, no me pareció adecuado contarle que había pasado muchos años de hambre afectiva, mascando un proyecto, una ilusión muy concreta en mi mente... aquello no sería ser sincera, sino excederme probablemente en la respuesta que se me pedía: una respuesta breve de cortesía. Así que tras unos segundos cavilando le respondí:

--Siempre he deseado pertenecer a alguien... no a alguien cualquiera... pero, bueno, supongo que siempre he deseado encontrar un alma concreta a la que poder  pertenecer.

Y no le mentí. Pero en aquel momento no vi oportuno explicar nada más. Aquello era lo más cercano a la verdad que podía decirle.

El Señor G extendió el brazo para oprimirme la mano, gesto a través del cual entendí—o quise entender—que había captado la esencia de mis palabras... y que no hacía falta que yo de momento diera más detalles. Me sonrió con comprensión y una chispa de afecto.

--Creo que te entiendo, Nimbo—me dijo—pero tal vez mejor aún te entiendan tus hermanos...

Samiq asintió y sonrió, y Simut hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

--Bueno, como veo que nadie dice nada...--Samiq rompió el pequeño lapso de silencio que se había hecho entre nosotros—voy a contaros yo qué demonios hago aquí, el por qué de mi estancia en la fortaleza... si es que el Amo me lo permite...

El Señor G rió e hizo un gesto con la mano dando a entender que le daba libertad absoluta para contar lo que quisiera, a lo que Samiq sonrió y, agradecido, comenzó a relatarnos su andadura. Pero la historia de por qué Samiq llegó a la fortaleza, así como la que relata mis propias razones y las razones de otros, es otra historia... que, si les interesa, en otro momento les contaré.

Lo que quiero contarles ahora es algo bastante desafortunado que me sucedió en la que era, sin yo saberlo, una de las noches más importantes de mi vida... una noche que jamás he podido olvidar, como tampoco he podido desprenderme nunca del recuerdo de este funesto detalle.

Ya íbamos por los postres, animados por la conversación y alegres por el vino, cuando empecé a notar unas molestias abdominales que iban en aumento. Comenzaron siendo un eco sutil y crecieron hasta convertirse en retortijones que de cuando en cuando me estrangulaban las tripas.  Por supuesto no exterioricé aquella novedad.

Terminada la macedonia y las frutas confitadas, el Amo agitó una pequeña campana de plata para llamar a Niobe.

La esclava acudió sin tardanza y se situó a su lado, un paso detrás de Él.

--¿Necesitaba algo, Amo?--preguntó, con la mirada baja. Analicé que su gesto había ido cambiando conforme el tiempo transcurría; imaginé que sería duro para ella escuchar nuestras risas desde la oscura cocina... durante un segundo sentí una ráfaga de pena hacia ella. No me hubiera gustado estar en su pellejo en aquellos momentos, hubiera sufrido mucho.

--Sí--respondió el Señor G sin ni siquiera mirarla—recoge los platos y ve a tus aposentos. No te necesitamos para nada más—hizo hincapié en la terminación “-amos”, indicando que ni siquiera para otros esclavos sería ya útil-- cuando recojas y friegues,vete a la cama.

Niobe era dura. No vaciló en tragarse cualquier tipo de emoción que las gélidas palabras del Amo le produjeran. En lugar de contestar asintió con la cabeza, musitó un leve “gracias Amo” y comenzó a recoger los platos sucios con celeridad, tal como se le había encomendado. Esquivó las miradas de todos, fijando los ojos en el mantel; yo no quise mirarla... me parecía como agredirla o regocijarme en su desgracia, pero vi como Simut y Samiq le clavaban las pupilas, aunque sin ninguna expresión de triunfo.

Una vez hubo recogido todo lo que había en la mesa, salvo las copas semivacías de vino—la botella hacía ya tiempo que se había acabado y habíamos empezado otra de menos antigüedad—desapareció sin hacer ruido por la puerta principal, perdiéndose en las sombras del pasillo en penumbra.

El ambiente seguía ameno y coloquial entre nosotros; yo estaba muy a gusto, de no ser por las repentinas molestias intestinales que me aquejaban. En vista de que la cosa fluía de maravilla, el Señor G le dio a Simut las llaves de su estudio, conminándole a que fuera allí para traer un pequeño mueble-bar guardado bajo candado.

Simut tomó las llaves y se apresuró a cumplir su cometido; poco después oímos el chirrido de unas ruedas no muy engrasadas y le vimos aparecer de vuelta empujando un carro de hierro forjado con puertas de seguridad decoradas con arabescos retorcidos. Más tarde supe que aquel mueblecito fue un regalo que Simut le había hecho al Amo... y que mi hermano Dorado lo había moldeado y trabajado con sus propias manos. Era admirable que un ser humano hubiera sido capaz de crear algo tan perfecto... y tan humano a la vez, porque era cierto que el carrito no parecía salido de ninguna máquina, sino que se trataba de un objeto artesanal, fabricado con cuidado y mimo.

Simut dejó el mueble-bar y las llaves cerca del Señor G, y tras el beneplácito del Amo volvió a su sitio.

--Gracias, Simut—sonrió éste, y añadió, volviéndose hacia mí—Nimbo, que veo que te duermes... prepáranos unas bebidas, ¿haces el favor?

Me sobresalté, no quería dar imagen de desidia ni de estar aburriéndome.

--Claro, Amo—respondí, levantándome inmediatamente--¿qué bebida desea?

El Señor G nos miró a los tres con una chispa de guasa.

--Que cada uno escoja lo que quiera. Para mí un poco de licor de hierbas, por favor—me dijo—y prepara algo también para ti, pequeña...

Me giré hacia mis hermanos para atender sus peticiones. Simut me pidió un vaso de crema de licor con mucho hielo, y Samiq, con una sonrisa de oreja a oreja, me pidió lo que coloquialmente, fuera de las murallas—y aquella noche también dentro-- llamábamos un “cubata”.

Me levanté y mis tripas al momento protestaron. Luché por no traducir a mi rostro la incomodidad que sentía y me desplacé con cuidado hacia el carrito, a fin de preparar lo que me habían solicitado. Ni siquiera había pensado qué iba a preparar para mí... y tendría que preparar algo, porque si no lo hacía, podía ser interpretado como gesto de descortesía al rechazar aquella copa.

Primero, lógicamente, saqué del armarito un vaso largo de tubo y la botella de licor de hierbas para el Señor G. Tomé un par de cubitos de hielo de la cubitera que estaba sobre la repisa del carro—rellenada por Simut-- ayudándome de una pequeña pinza plateada. Quedó patente, dada mi torpeza al hacerlo, que no estaba yo muy ducha en aquellos quehaceres. Sin embargo, no me sentí incómoda por ello: era la primera vez que, no sé si sería por el vino que bebí,  me sentía realmente libre y a gusto, como en una reunión entre iguales. Aunque claro... no lo éramos.

Después de preparar la bebida del Señor G, preparé la de Simut y la coloqué frente a él. Hasta ahí, todo fue bien. Pero cuando me dispuse a preparar la bebida de Samiq—el dichoso cubata--,me ocurrió algo terrible.

Yo me hallaba concentrada en mi labor, porque, como he dicho antes, para mí se trataba de algo difícil. No quería desbordar la copa, cargarla demasiado o no llegar, desperdiciar ninguna gota de las bebidas del Señor G... mientras me esforzaba al máximo, dejando de estar pendiente de la conversación entre ellos, un cubito de hielo resbaló de entre los dientes de la pinza cuando estaba a punto de terminar mi obra. Pensé que el trocito de hielo no podía quedar en el suelo, porque—y más aún con el clima cálido y húmedo de la isla—se derretiría rápidamente, dejando las losas mojadas y representando un peligro momentáneo para quien pasara por encima. De manera que me agaché para atraparlo y esconderlo en una servilleta, o ponerlo en un recipiente vacío...

La conversación seguía un ritmo tranquilo hasta que el rebotar del hielo en las baldosas les hizo callar y mirar qué había producido aquel sonido. Sintiéndome observada, nerviosa, me apresuré a recoger aquello forzando una postura de cuclillas sobre el suelo. Con tan mala suerte que... cuando me erguí para levantarme, mi pobre estómago manifestó su malestar y no pude frenar un sonoro pedo. La ventosidad fue ruidosa. Inmediatamente enrojecí, aterrada por la sola idea de tener que levantar la cabeza y mirar a mis compañeros de mesa después de aquello.

Los segundos de silencio que quedaron después de aquella apoteosis, que se hubieran podido cortar con cuchillo, no me ayudaron en absoluto a hacerlo.

Qué horrible situación. Recé para que pasara algo, para que alguien me salvara de aquello haciendo algo peor... el que me salvó fue Samiq, pero a su manera, claro.

--Jajajajajaja...

Una risa franca y estentórea llenó la habitación. Mi hermano Plata se reía a mandíbula batiente, con una mano en el estómago tratando de contener el acceso de risa que le impedía respirar.

Apenas unos segundos tardaron, para mi terror, en unírsele Simut e incluso el Señor G.

Intenté disculparme, porque disimular ya era imposible, y eso provocó en ellos aún más risas si cabe. Mi cara debió expresar angustia, porque el Señor G me dijo, secándose los ojos:

--Nimbo, querida, no te preocupes... todos somos humanos...

Y volvió a reír.

--No pongas esa cara, mujer...--se notaba que quería tranquilizarme, pero no podía parar de reír—no pasa nada, ven...

Acudí a su llamada muerta de vergüenza y me situé a su lado, con la mirada fija en las losas de piedra. Sentí la presión de su mano sobre mi hombro, y cómo tiraba de mí para rodearme con sus brazos.

--Por dios, Señor, perdóneme...--musité, doblando la cintura para adaptarme su abrazo.

--Nimbo, por favor, no pasa nada—sonrió y me apretó contra sí—esas cosas no pueden evitarse, tranquila...

Me estrechó con fuerza y me plantó un sonoro beso en la mejilla.

--De hecho, me agrada comprobar que eres humana—me dijo, separándose un poco e instándome a que me irguiera—porque tengo un regalo para ti... y es un regalo para humanos, no para perros...

Dejó en el aire la frase, como para crear expectación, y me contempló con ojos brillantes.

Un regalo para mí... para humanos y no para perros... mi corazón dio un vuelco cuando en mi cerebro saltó una chispa de entendimiento.

--Oh, Señor...--no pude evitar disimular la emoción que sentí. Se me cortó la respiración.

El Señor G me miró y asintió.

--¡Ostras!--exclamó Samiq abriendo mucho los ojos--¡Nimbo!

Le miré. Mi hermano plata tenía agarrada—mejor dicho aferrada, porque sus manos eran dos garras engarfiadas sobre la mesa—la servilleta de tela y me miraba con una sonrisa que ocupaba todo su rostro.

“¿Significa esto lo que creo que significa?” pensaba yo una y otra vez, aturdida.

--Bienvenida, hermana—Simut hizo amago de adelantarse hacia mí para tocarme, pero el Señor G lo detuvo con suavidad.

--Un momento—sonrió--no adelantemos acontecimientos... Nimbo, ¿que tal si te sientas y hablamos...?

Fui incapaz de articular palabra. Me quedé abobada mirando al Señor G unos segundos y luego retrocedí unos pasos hasta mi asiento, donde me dejé caer sin creerme aún lo que estaba pasando.

--Dime qué quieres beber—inquirió El Amo, acercándose más a mí. Tuve miedo de marearme.

--Amo...--musité--¿podría tomar un poco de agua?

--Claro...--repuso--Samiq, prepáraselo, por favor.

Mi hermano Plata se levantó con presteza, vertió un par de hielos en un vaso, lo llenó hasta arriba del agua que había en la jarra y me lo acercó.

--Gracias...--murmuré, mirando al vaso como si nada de lo que me rodeara fuera verdad, cada cosa que veía me parecía algo insólito de otro mundo: “oh, es un vaso, qué maravilla”... Tuve miedo de respirar, de hablar, de tocar nada por si desaparecía como en un sueño.

--Nimbo--El Señor G fijó sus ojos en los míos—tranquila, bebe.

Acerqué el vaso a mis labios y con gran esfuerzo bebí un trago de agua fresca.

--Bien...--continuó--ahora dime, pequeña... sé que la convivencia se ha resentido estos últimos días pero, dime... ¿tú te encuentras a gusto aquí?

La sangre se agolpó en mis sienes, el corazón me latía a mil por hora.

--A gusto es poco, Señor... Amo, perdóneme... estoy nerviosa...

--Ya lo veo—sonrió—tranquila...

--A gusto es poco—respiré profundamente para atrapar el aire que se me escapaba—me he sentido feliz aquí, Amo... no tengo más que palabras de agradecimiento...

Sentí ganas de llorar.

--Me alegro de que te hayas sentido bien.--dijo el Señor G.

Observé por el rabillo del ojo que Simut y Samiq intercambiaban una mirada significativa y sonreían.

--La cuestión es...--continuó el Amo—que he estado pensando estos días, y he llegado a la conclusión de que puedes llegar a ser una esclava estupenda, Nimbo, para cualquier Amo.

Hizo una pausa y me miró con inmensa ternura.

--Pero yo...

--No me interrumpas—me cortó calmosamente—no he terminado. Siempre he pensado que un esclavo es libre de escoger a quién se entrega, así que tú eres quien decide... y yo me veo en obligación de ser sincero contigo como tú lo has sido conmigo: Si quieres darme a mí la oportunidad de disfrutar ese gran regalo, de tu entrega; si quieres quedarte aquí a fin de que nos conozcamos más... iniciando un vínculo conmigo, para mí será un privilegio y un motivo de felicidad. No tengas cuidado en decir lo que piensas, pequeña, si eres sincera nunca me molestaré. Pero necesito saber si quieres quedarte aquí con nosotros, o si por el contrario quieres volver a tu búsqueda de sueños... cualquiera que sea la decisión, necesito que sea tomada desde la libertad.

--Oh, Señor... yo...

No podía hablar. Aquello era demasiado bonito, demasiado maravilloso para ser verdad.

El Señor G se acercó aún más, hasta casi rozar mi piel con sus labios, y murmuró:

--En caso de que realmente quieras ser mía... llámame Amo.

El tiempo se congeló. Me sentí morir. Miré a mi alrededor: Simut me contemplaba con gesto sereno y Samiq mantenía la boca apretada formando una delgada línea, como reprimiéndose para no estallar. La sala principal comenzó a crecer, sus muros se cernían sobre mí como si fueran a devorarme... sentí que todo aquello era demasiado grande para mí, incluso mi propio deseo; sentí pavor.

--Nimbo...--me alentó el Señor G.

--Amo...--conseguí articular—deseo ser Suya... más que nada en el mundo.

--¿Estás segura?

Asentí.

--Sí, Amo...

--En ese caso, pequeña—sonrió--tengo algo para darte... Samiq—se inclinó un poco para mirar al Plata—levántate, ven aquí.

El aludido echó la silla hacia atrás, se irguió y caminó los pocos pasos que le separaban del Amo.

--Acércate...

Observé con horror cómo el Amo sacaba una navaja, la misma con la que había jugado conmigo, del bolsillo de su pantalón, desplegaba la afilada hoja y lanzaba un tajo certero... a la cuerda que sujetaba la túnica de Samiq a modo de cinturón. Como en una realidad paralela, vi caer lentamente la túnica de mi hermano al suelo, resbalando más abajo de su ombligo hasta sus pies descalzos, y el centelleo del filo cortante antes de ser retraído de nuevo en una fracción de segundo.

El Amo se volvió hacia mí sujetando entre sus manos el trozo de cuerda.

--Cierra esos bonitos ojos—me dijo en voz baja.

Me apresuré a cumplir su petición—su orden—y al instante siguiente sentí las rígidas hebras de la cuerda rozando mi cuello. Temblé. El Amo ató con rapidez los extremos en un nudo y dejó que colgara el sobrante por encima de mis pechos.

--Abre los ojos, Nimbo de G.

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