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Mi querido amigo Silver (4): en la boca del lobo

en Dominación

--Voy a follarte hasta que me duela la polla--murmuró Silver, al tiempo que mordía como loco mis pezones alternativamente, con la cabeza hundida en mi escote, el suave cabello esparcido sobre mi cintura.

La excitación acalambraba mi cuerpo y yo le abrazaba con mis piernas, apoyada contra una pared cualquiera en ninguna parte (seguía sin tener ni idea de dónde me llevaba, como ustedes pueden suponer…), clavando los talones entre sus muslos levemente separados, duros ya de la fuerza que hacía para darme pequeños empeñones con el culo clavándome la polla enhiesta, haciendome pensar que la huella de mi cuerpo quedaría grabada en aquella pared.

Se había detenido para abrazarme bruscamente junto al portal de un bloque de casas de ladrillo, contra el cual aprisionaba mi cuerpo en ese momento. Me retorcí, cuadrando mis caderas contra la fresca piedra, buscándole la polla con el coño palpitando debajo de mi vestido, terriblemente hambriento de él .

Cerré los ojos y me dejé llevar por las firmes sacudidas, aspirando el olor de su cuello, que ya no era dulce y apacible, sino más animal, denso y potente.

Las hojas de los álamos murmuraban una cadenciosa música al ser atravesadas por el rumor del viento. Me dejé mecer también por ese aire extraño, por la frescura de ese Agosto distinto a todos los demás agostos de toda mi vida.

--Silver…--gemí mientras se clavaba en mí.

Las costuras de sus vaqueros a nivel de su paquete me hacían un poco de daño en mi chochito desnudo, pero esa fricción era al mismo tiempo la que me volvía loca y me hacía agitarme más y más contra él, para sentir entre mis húmedos pliegues aquella agresiva dureza.

--¿Estás cachonda?--resopló él soltando de entre sus dientes mi pezón izquierdo. Yo tenía las tetas enrojecidas de mordiscos, deliciosamente duras y doloridas.

--Joder, claro--acerté a respoder entre jadeos.

Bombeó contra mí y hundió su polla en mi pobre coñito, manteniéndose clavado en mí, su erección un estandarte de piedra. Gemí con agonía.

--De cero a diez…--preguntó con voz ronca--¿Cómo de cachonda?

Cerró sus manos sobre mí, la derecha sobre uno de mis castigados pechos, la izquierda sobre mi mano sujetándola contra la pared. Me miró espectante, pasándose la lengua por los labios.

--…Hmmmm…--murmuré, removiendo mi culo contra los ladrillos, haciendo fuerza con mi coño empapado contra sus pantalones--no sé…

--¿No sabes?--preguntó con una sonrisa salvaje, cabalgándome contra el muro.

--Ahmm…un ocho…creo…

Escuchar mi propia voz me hizo golpear frenéticamente mi entrepierna contra la suya, deseando que me arrancara la ropa, imaginando que me tenía de nuevo en su poder, que me… …me…¡Dios!, que cachonda me puse, qué estremecimiento recorrió mis pobres nalgas cuando reviví el azotamiento de nuestro encuentro anterior, aquel dulce dolor inesperado. Me sentí de pronto sudando de vergüenza por excitarme tanto con aquello, y terriblemente necesitada, desesperada, ardiente. En apenas dos segundos me vi casi corriéndome contra él, agitando mi cuerpo sin control.

--¿Un ocho, dices?--murmuró Silver besando fugazmente mi cuello--¡Mentirosa!

Se separó de mí y me miró con una dulce sonrisa. Observé que temblaba levemente, preso de la impaciencia.

--Bueno…--dijo, sin dejar de sonreir--creo que ha llegado la hora de descubrirte la sorpresa…

Le miré sin comprender demasiado, al tiempo que él hurgaba de nuevo en su bolsillo con dedos temblorosos y acertaba a sacar un juego de llaves sujeto por una argolla, sin llavero alguno.

A aquellas alturas, mi mente comenzaba a vislumbrar la certeza de lo que ocurriría a continuación.

Se inclinó sobre mí para darme un tenue beso en los labios, y se giró hacia el portal, caminando los pocos pasos que le separaban de las acristaladas puertas, indicándome con una sonrisa que le siguiera.

Eligió una de las llaves y la introdujo en la cerradura. Ejerció una suave presión contra la puerta y esta se abrió con un chasquido metálico.

--Entra…--me dijo quedamente.

Me sentí como si me sumergiera dentro de la cueva del lobo, cuando la puerta se cerró tras de nosotros y me hallé en el oscuro portal. El eco de nuestros pasos resonaba sobre el brillante suelo de mármol mientras yo seguía a Silver, que caminaba resuelto hacia un ascensor situado entre paneles de madera. Olía a limpio y, aunque caminabamos a oscuras sin haber encendido la luz, se apreciaba que el lugar estaba cuidado, a diferencia de la entrada del edificio donde nosotros vivíamos en la ciudad.

Pulsó el botón de llamada del ascensor y me miró con los labios apretados en una amplia y enigmática sonrisa, sus ojos brillando danzarines en la oscuridad.

No dije nada y subí con nerviosismo al ascensor, bajando los ojos ante mi propia imagen--pelo revuelto, ojos ardientes y mejillas encendidas--que me devolvió una pared de espejo nada más entrar.

El ascensor subió hasta el tercer piso, donde se detuvo con una sacudida. Silver abrió la puerta y la sujetó mientras yo salía, y a continuación abandonó el habitáculo, escogiendo otra llave para abrir una puerta sobre la que se leía la letra “B”.

B de bueno, de beso. De laBio. Mi cabeza empezó a gastarme bromas mientras observaba el estrecho pasillo que se extendía ante mí más allá de la puerta abierta.

--Pasa, Maleni--me animó Silver, empujando mi espalda suavemente--No tengas miedo.

Titubeé unos segundos antes de introducirme en la negrura, y finalmente avancé con paso vacilante traspasando el umbral de la casa.

Silver cerró la puerta con cuidado y alargó la mano hasta un interruptor. Una luz proveniente de una lámpara de cristal verde colgada del techo centelleó, hiriendo mis pupilas que ya habían comenzado a acostumbrarse al manto de la oscuridad. Observé entonces todo lo que había a mi alrededor, bañado por la atípica luz verde ligeramente espectral: una pequeña mesita a modo de consola sobre la cual había un sencillo marco de plata--sin ninguna foto--, un paragüero que parecía comprado en las tiendas de los chinos, y sobre la mesa un espejo ligeramente manchado de bronce que volvió a mostrarme mi consternada imagen.

Más allá de la entrada se apreciaba el estrecho corredor, que desembocaba en una puerta de cristal esmerilado.

--¿Qué te parece?--preguntó Silver, observando imperturbable mi reacción desde la puerta, donde permanecía apoyado.

--No sé…--contesté, un poco abrumada por todo aquello. La pequeña entrada me recordó a una versión reducida de la Cuidad Esmeralda de “El Mago de Oz“.

--Esta casa era de mi padre.--explicó pausadamente.

--¿Ah, sí?

--Sí.--asintió--Te parecerá increible, pero la ganó en una apuesta.

--¿Qué?--exclamé con los ojos muy abiertos.

--Sí, como lo oyes. Creo que es de lo poco que hizo bien…

--¿En una apuesta?

No podía creerlo, claro.

Silver asintió de nuevo con vehemencia.

--Yo tampoco le creí en su momento. Por lo visto hasta los más cabrones tienen suerte, ¿no crees?

--No.--murmuré--Es increible, sencillamente no puedo creerte.

Aún a día de hoy dudo si me decía la verdad o no, aunque me inclino a pensar que sí, porque ¿por qué razón habría de mentir en aquello?

--No te engañé cuando te dije que este lugar lo conocí callejeando. --continuó--poco después de morir mi padre, llegó a mis manos una carpeta con cartas y documentos, en su mayoría citaciones y deudas. Entre los papeles estaba esta dirección; pensé que correspondería a algún conocido suyo, pero no sé por qué me picó la curiosidad y me puse a investigar un poco…

Mientras él hablaba, mi expresión debía de ser un cuadro de incredulidad.

Silver carraspeó.

--Junto al papel donde estaba escrita la dirección, había un sobre con unas llaves dentro…estas llaves.--dijo, agitando ante mí la argolla de metal.--No paré de indagar entre sus amigos, o más bien conocidos o compañeros de juergas, como quieras llamarlos. Eso no fue difícil, porque yo sabía quienes eran. Como tú lo sabes también, son el grupo más famoso de gentuza que ronda por el barrio…

Agaché la cabeza y asentí en silencio. Como para no conocer al “grupo” en cuestión. Recuerdo que hace años estuve presente una vez que Silver fue a buscar a su padre, que estaba borracho como una cuba, y tuvo que separarle a rastras de aquellos hombres y llevarle a su casa.

--Pero basándome en lo que fui descubriendo--continuó-- imagino que no todos los tipos con los que se codeaba eran unos desgraciados; si no, mira esto…--dijo, abarcando con un gesto de la mano la habitación. --Esto debió ganárselo a alguien con dinero, ¿no te parece?

--¿Investigaste y no sabes quién era el propietario?--pregunté, cada vez más asombrada.

--No--sacudió la cabeza--No me hizo falta. A efectos legales, la casa pertenece a mi padre. Yo solamente he visto de pasada el nombre del antiguo dueño. Está completamente cubierta y pagada, por eso digo que la persona a la que perteneció tendría dinero…

--Pero…no puede ser.--negué con la cabeza, esbozando una sonrisa nerviosa--¿cómo lo sabes? Debe de haber papeles o algo así, no sé, algo que lo demuestre…una casa no cambia de manos así sin más, eso no es tan fácil.

--Claro que los hay--sonrió Silver--pero no los llevo encima para mostrártelos.

Me sonrió de nuevo con expresión indefinida y meneó la cabeza.

--Sabía que desde el principio no me ibas a creer…

Claro que no, o al menos me costaba mucho creerle. Lo que Silver me contaba no encajaba de ninguna manera en las “normas” que regían mi pequeño mundo. Por supuesto yo no entendía nada de rollos bancarios, ni de pagos, ni de hipotecas. Me parecía sencillamente imposible que hubiera un tío capaz de pagar una casa a tocateja, por ejemplo. Pero empecé a dudar sobre si sí los habría.

--Bueno.--resopló Silver para apartarse un mechón de pelo de la cara--Me creas o no, así es. ¿Ahora piensas quedarte en la entrada, o prefieres venir conmigo y que te enseñe un poco este precioso piso?

Tragué saliva y le seguí a través del estrecho corredor, bañado por la luz verde procedente de la entrada. A ambos lados del pasillo había puertas, dos en cada flanco, para ser exactos. El piso era pequeño pero muy recogido y agradable.

A mano derecha se encontraba el salón, no demasiado grande, con el suelo de madera cubierto por una rústica alfombra. Pude comprobar, estupefacta, que estaba-- al igual que el resto del inmueble--totalmente equipado con algunas comodidades que, sin llegar a ser lujos, superaban con creces lo esperado. Pensé que en aquel saloncito no faltaba de nada…

Recuerdo que había un sofá de dos plazas, tapizado en verde--evidentemente, el color favorito del anterior propietario--frente a un televisor de tamaño mediano, flanqueado por dos estanterías llenas hasta arriba de libros. Alcancé a ver el título de uno de ellos, cuyo lomo sobresalía un poco entre los demás. “Xaviera se suelta el pelo”, recuerdo que ponía en retorcidas letras negras sobre el canto. Por la decoración y los objetos que veía, no me cupo duda: aquella casa había pertenecido a un hombre. No se veía por ningún lado la mano de una mujer, hipótesis que confirmé cuando vi el resto de las estancias.

Enfrente del salón, a mano izquierda, se encontraba la cocina, pequeña y limpia, increíblemente blanca.

Al fondo del pasillo me mostró un pequeño baño alicatado en azul cielo, con un lavabo de loza sobre el cual había un espejo cuadrado de grandes dimensiones, que copaba casi toda la pared. Junto al lavabo, una bañera de buen tamaño con bordes redondeados se comía la mitad de la habitación. De los toalleros colgaban aún toallas de aspecto esponjoso, aparentemente sin usar. Increíble.

Junto a la cocina, a la izquierda, había un pequeño cuarto escasamente amueblado, que parecía haber sido utilizado como despacho o algo parecido. Solo mantenía como único mobiliario un pequeño escritorio junto a la pared, frente a una ventana por la que se veían las copas de los árboles, y un sillón orejero de cuero negro, con aspecto algo ajado. La única luz procedía de un sencillo flexo plateado que había sobre el escritorio.

Y, por último, a la derecha, me mostró el dormitorio, que en comparación con el resto de las habitaciones era bastante más espacioso. En el centro y contra la pared estaba la cama más grande que recuerdo haber visto hasta ahora, medio cubierta por una elegante colcha de color verde con reflejos nacarados sobre las impecables sábanas. Delimitando la enorme cama había dos mesitas minúsculas pintadas de color tierra, cuyo esmalte había comenzado a descascarillarse en algunos puntos dejando entrever la madera sin pulir. Completaba el conjunto una gran ventana, desprovista de cortinas, que daba a la poco iluminada calle, a través de cuyas hojas entreaviertas se colaba el aire limpio de la noche dentro de la habitación.

--¿Te gusta?--preguntó Silver. Se había colocado sin apenas yo sentirlo detrás de mí, y rozaba mi espalda con su pecho.

--Sí, es una pasada…--respondí sin poder dejar de mirar aquella cama.

Mi mente no podía dejar de hacer asociaciones como una loca, como podrán imaginar…

Silver me obligó con suavidad a girarme hacia él, y no pude esquivar sus ojos, que se clavaron en los míos como si quisieran sondear hasta lo más hondo de mis profundidades. Oscuros deseos tenía yo por mostrar, detrás de mi mirada…por eso trataba una y otra vez de evitarle, presa de la timidez.

--Aquí es donde empieza nuestro juego…--susurró sin dejar de taladrarme con sus ojos.--¿Estás segura de que quieres quedarte conmigo? ¿de que quieres jugar?

--Sí…supongo que sí…

Comenzó a besarme dejando una marca de fuego sobre la piel de mi cuello y detrás de las orejas.

--No me vale que supongas--dijo abrazándome con fuerza--necesito que me digas lo que realmente quieres…sólo la verdad.

Traté de abrazarle, de corresponder a su abrazo, pero no me dejó.

Joder, cómo le necesitaba.

--Sí--dije al fin, perdiéndome en los mares negros de sus ojos--sí que quiero.

--Muy bien--sonrió con ternura--entonces date la vuelta, mi pequeña.

Le obedecí despacio, girándome hacia la puerta de la habitación.

--No mires…--escuché que decía, y oí también que caminaba hacia la cama, y que abría el cajón de una de las mesitas de noche. --Tranquila, no te vuelvas.

En pocos segundos le sentí de nuevo detrás de mí.

--Voy a colocarte una venda en los ojos…--susurró mientras acariciaba mi cintura, bajando hacia mis temblorosas caderas--no te asustes, por favor.

Sentí la caricia suave de la seda en mi frente, y casi al instante mi vista quedó bloqueada por un pañuelo negro completamente opaco.

--Muy bien--dijo con voz queda, junto a mi oido--no tengas miedo. Te quiero, princesa, lo sabes, ¿verdad?

Al oir estas palabras, el corazón se me puso en la garganta de un vuelco.

--Sí, lo sé.

--¿Confías en mí?--preguntó en un tono de voz casi inaudible.

Busqué sus manos con las mías, y las agarré con fuerza.

--Sí. Pero por favor, no me hagas daño.

--Nunca, mi pequeña.--respondió, apretando a su vez mis manos entre las suyas.

--Vale…--respiré hondo y traté de relajarme. De golpe me sentía terriblemente expuesta con aquella venda en los ojos, sin poder ver absolutamente nada a mi alrededor. Estaba casi totalmente a su merced…

Qué rara, qué extraña me sentía.

--Bueno--dijo, soltando una de mis manos--ahora sé buena y ven conmigo.

Comprobé con sorpresa que me guiaba suavemente fuera de la habitación--había dado por hecho que me tiraría sobre la cama, no sé por qué--y que en un momento dado me hacía torcer por el pasillo hacia…¿hacia donde?… me pregunté, apelando a mi más que pobre sentido de la orientación.

Efectivamente, habíamos entrado en otra estancia del piso.

--Ven, Malena--musitó Silver atrayéndome con su brazo hacia un lugar concreto dentro de la habitación--siéntate aquí.

Presionó levemente mis hombros con las palmas de sus manos, y caí de pronto en un mullido asiento que protestó con un murmullo apagado. Lo recorrí con las manos, tanteando, y de pronto lo reconoc텡el sillón de cuero, claro! Estábamos en el pequeño despacho, la habitación más desierta de la casa.

--Ponte cómoda, mi niña.

Escuché un leve sonido como si tirara fuerte de una tela, y luego percibí que se sentaba en el suelo, frente a mí. Sentí sus cálidos labios sobre mi rodilla desnuda, y sus dedos jugueteando con la falda de mi vestido. Alargué la mano y toqué la parte interna de su antebrazo; pude notar las fuertes venas que surcaban su piel suave y caliente. Trepé con mis dedos y no encontré la tela de su camiseta, por lo cual supuse que acababa de quitársela en ese mismo momento, de ahí el ruido de tela retirada. Imaginé su torso desnudo y mi corazón empezó a latir con fuerza.

--Bueno, princesa--dijo, recorriendo la parte interna de mis muslos con la punta de su dedo--Ahora te voy a explicar lo que vamos a hacer…quiero que me escuches con atención.

Colocó de pronto sus manos con súbita fiereza sobre mis rodillas, y separó violentamente mis piernas. Pensé que iba a tocarme, pero en lugar de eso continuó hablandole al reducto oscuro entre mis muslos. Sentí sobre mí el suave calor de su aliento, como una caricia de fuego.

--Estás aquí por voluntad propia, así que deduzco que has decidido “estrenarte“ conmigo, sabes a qué me refiero, ¿verdad?…

Me estremecí, arrellanándome contra el asiento.

--Esta noche--continuó--voy a follarte el coño, y también el culo…no sé si precisamente en ese orden--escuché como sonreía y meditaba sobre sus próximas palabras.

--No te preocupes, porque me voy a encargar de que lo disfrutes plenamente… y me encantaría que tuvieras unos cuantos orgasmos en el camino, de hecho mira por donde, te voy a pedir que los cuentes.

Asentí imperceptiblemente mientras comenzaba a sentir el chapoteo de mi coño contra el cuero del sillón.

--Como te dije antes, me gustaría mucho comerte ese chochito, así que también lo haré…Pero antes de todo eso, me gustaría pedirte una cosa…

--¿Lo harías?--temblé y me removí en mi asiento, mis piernas aún sujetas por sus manos como tenazas.

--Lo haré, claro--escuché como sonreía--lo haré con mucho gusto…pero antes, como te digo, me gustaría pedirte algo.

--¿Qué?

Se me quebró la voz cuando sentí su lengua jugando enérgica sobre mi rodilla, circundándola con sinuosos trazos y alternando algún que otro mordisco con ferocidad.

--Que te olvides de que tienes vergüenza, que te olvides de quién eres. Quiero que te comportes en todo momento como te exija tu cuerpo, deja que sea él quien hable. Quiero que goces y disfrutes como una puta cerda. No quiero que pienses; quiero que sólo vivas, hasta mañana, exclusivamente para el placer. Por grotesco que te parezca que te apetezcan algunas cosas, quiero que las hagas…¿entendido?

Sus caricias se habían intensificado subiendo hacia la parte alta de mis muslos. Se humedeció sus largos dedos en la boca y sentí como hendía y acariciaba con ellos mi suave piel, derribando a su paso mis defensas. Caricias brutales y vehementes que me arrastraban hacia la demencia. Estaba tan cachonda que el coño comenzó a palpitarme y a dolerme.

--Sí--conseguí responder, respirando entrecortadamente--de acuerdo.

--Quiero que si quieres gritar, grites.--continuó--no te cortes. Si algo te gusta, sigue haciendo. Si algo no te gusta, házmelo saber. Si quieres que haga algo que no te he hecho, pídemelo. Esto es lo que quiero que hagas…¿está claro?

Asentí, intentando acariciar con mis propias manos mi coño palpitante, pero no me dejó. Me sujetó los brazos con firmeza y los clavó en la tapicería de cuero.

--Quieta, princesa…--me dijo--no tengas prisa. Esta noche va a ser tu primera vez…vayamos con calma…

Besó con avidez la trémula carne de mis muslos, y me levantó de un manotazo la falda del vestido, quedando de cintura para abajo yo desnuda y completamente expuesta. No pude evitar comenzar a temblar violentamente.

--Tranquila, mi amor…--dijo, enredando las puntas de sus dedos entre mi escaso vello púbico--vamos a ver qué tal está ese chochito…me muero de ganas de probarlo.

Sentí como abría con dulzura los pliegues de mi sexo, y a continuación una glotona pasada de su lengua, lamiendo despacio mi raja de abajo a arriba.

--Joder…--murmuró, metiendo la naríz en el triángulo de pelo--qué bien sabes, niña mía.

Me subió completamente la falda del vestido, quedando mis nalgas directamente sobre el cuero que ya se había comenzado a encharcar con mis propios fluídos. A continuación me hizo adelantar el trasero hasta el mismo filo del asiento, quedando mis piernas colgando con las rodillas flexionadas sobre sus hombros. Cargándome de esta manera, se inclinó voraz sobre mi sexo, abriendolo delicadamente con sus dedos, y comenzó a hacerme una formidable comida de coño. Me lamía según era su estilo, muy despacio pero aumentando gradualmente la intensidad, saboreando y disfrutando de cada lenta chupada.

Resoplando contra mi vagina, abrió aún más mis labios menores y rozó mi inflamado clítoris con la punta de su lengua. Yo me retorcía sin saber cómo colocarme, ofreciéndole el coño con las piernas completamente abiertas, literalmente despatarrada en aquel sillón.

--Espera…--me dijo de pronto, la voz ronca por la ansiedad.

Sentí como me colocaba las piernas en el suelo y se levantaba, oí sus pasos por la habitación. Se detuvo y escuché un cajón que se abría. Luego se demoró un momento, y poco después volví a sentirle colocándose de nuevo entre mis piernas, retornando a la posición anterior.

--Me encanta comerte el coño…--rugió, y se cargó de nuevo mis piernas a la espalda.

De pronto, entre lamida y lamida, sentí algo resbaloso que se escurrió entre mis nalgas y me penetró el ano con tremenda facilidad, sin ninguna compasión.

--Ahhhh…--me quejé, sin dejar de oscilar mis caderas, convulsa del placer que me estaba provocando con su húmeda lengua.

--Tranquila, pequeña--murmuró, separando su boca de mi vulva--es sólo mi dedo con un poquito de vaselina, tranquila…

Me removí sobre su dedo como si mi culo se lo quisiera comer. Me clavé del todo en él. El dedo medio de Silver se movía lubricado dentro de mí, con total libertad, explorando mi agujero que iba poco a poco adaptándose a la súbita intrusión. Me dolía un poco el culito, pero también me moría de placer; un placer oscuro y secreto que aumentaba a medida que mi ano se iba dilatando para dejarle paso.

De cuando en cuando dejaba de trabajarme con la lengua, acariciando velozmente mis labios menores abiertos como los pétalos de una enrojecida flor, con la mano derecha. El dedo de su mano izquierda continuaba metido en mi culo, moviéndose ya desaforadamente, casi con furia.

El orgasmo me sobrevino a ráfagas, como si fuera demasiado fuerte para estallar de golpe. Me corrí contra su lengua que me socavaba con gruesas caricias, estremecida, casi sollozando. El dedo que tenía por detrás se introdujo tanto en mí que pude notar los nudillos de su mano golpeándome entre las nalgas. Debí chorrear como una marrana, pensé que me meaba. Fue un orgasmo tremendo, como el implacable torrente que desborda un dique.

Cuando caes por una montaña rusa sólo gritas al final, porque al principio la sensación de caída libre te corta el aliento. A mí me pasó lo mismo; empecé a gritar cuando comencé a agotar mi orgasmo y a sentir más si cabe las lentas caricias de la lengua de mi amigo tan querido.

Me retorcí durante un buen rato, la cabeza echada hacia atrás, vencida por las sacudidas de mi orgasmo, como una muñeca desmadejada.

--Jo, qué bien--comentó mi amigo, recorriendo con excitados dedos mi acalambrado cuerpo--¿te has corrido agusto, mi niña?

Se elevó un poco sobre las rodillas para abrazarme y retozar contra mí. Comprobé que aún no se había despojado de los vaqueros, y que su erección era tremenda. Tuve muchísimas ganas de él, de su polla…la busqué con mi coño ardiente y me encajé en ella, y él rezongó de gusto comenzando a bombear su cuerpo, empujando con fuerza sus caderas contra las mías.

--Qué rico sabe tu coño…cómo me gustas, Malenita…

Boté contra su rabo duro, mi coño dolorido por la fricción pero terriblemente ávido de sus embestidas.

De pronto me asió de la cintura y me levantó en volandas, haciendome girar y caer sobre él, de manera que quedé sentada sobre sus rodillas, dándole la espalda.

Desató con dedos temblorosos los nudos que abrochaban mi vestido, y liberó mis pechos del sujetador. Comenzó a masajearlos, amasando la turgencia de mis tetas con ambas manos, pellizcando con fuerza mis endurecidos pezones. Lubricó de nuevo sus dedos para retorcerlos con mayor soltura, una y otra vez, arrancándome verdaderos gritos.Yo resollaba contra su erección disfrutando como una cochina, restregándome impúdica contra su miembro duro. Sin moverme de aquella posición, descendió con una de sus manos hasta mi empapado chochito, provocándome poco después un nuevo orgasmo con caricias directas sobre el centro de mi placer. No fue tan intenso como el primero, pero me hizo gritar… y querer más.

Así se lo hice saber, entre jadeos.

--¿Quieres más?--preguntó ronco, con la voz entrecortada.

Me empujó levemente hacia el suelo, indicándome que me dejara caer. Así lo hice.

--Ponte de rodillas--me ordenó con voz tajante--Así, con las palmas de las manos apoyadas en el suelo…

Le sentí detrás de mí, subiendo de nuevo la falda de mi vestido sobre mi espalda.

--Bien…

Con el culo al aire ante él, me sentí horriblemente cachonda sin necesidad de que me tocara.

Me obligó a levantar el trasero arqueando la espalda, ofreciéndole mi vulvita caliente y el ojo del culo. Comenzó a acariciar mis nalgas, y sentí que pasaba un dedo entre ellas, nuevamente lubricado con cantidades industriales de vaselina.

Comenzó a trabajarse mi culo y mi coño alternativamente desde atrás. Utilizando de forma despiadada sus dedos y su lengua, me arrancó un tercer orgasmo que sentí que no formaba parte tanto de mí como de él, y de a sus más oscuros deseos.

Noté que se retorcía contra mí, febril. Jadeaba como un animal.

Escuché cómo se desabrochaba los pantalones y los arrojaba lejos, junto con sus calzoncillos. Sentí de pronto su inflamado glande jugeteando a las puertas de mi coño, golpeando mi perineo imperativamente, y me pregunté si iría a penetrarme.

No lo hizo.

En lugar de eso me clavó la polla entre las nalgas, sin llegar a metérmela por el culo, y se movió en esa calentita estrechez de arriba a abajo, masajeando su miembro con la mano, emitiendo gruñidos, retorciéndose de gusto. Golpeaba mi blandito trasero con su estómago tenso, una y otra vez.

--¿Te gusta, mi pequeña?--preguntó entre dientes, irguiéndose un poco e insertando la punta de su miembro dentro de mí, al tiempo que me daba un fuerte azote en el culo.

Gemí y me removí contra él para sentirle más. Quería que me la metiera. Que me la metiera entera. Cómo lo deseaba.

--Métemela--me escuché decir con una voz sangrante que no era la mía--Métemela bien, ¡bien por el culo!

Se apartó con brusquedad y volvió a azotarme; esta vez el cachete resonó como el trallazo de un látigo y me dolió de verdad. Su mano abierta alcanzó la parte baja de mis nalgas y mi chochito mojado.

--No, Malenita, mi vida, todavía no…

--joder…--supliqué excitadísima, mi coño agitado boqueando como un pez.

--Ahora no, mi amor, te dolería…

Refregué desesperada mi culo contra su estómago y su polla.

--Ven.--me dijo.--levántate.

Aún a ciegas me dejé guiar por Silver. Me guió con cuidado unos pasos más lejos, y sentí la suave superficie de la mesa debajo de mis manos.

--Apoyate aquí, bonita.--dijo con dulzura.--Apoya el estómago sobre la mesa y recuéstate. Muy bien, guapa…separa un poquito las piernas.

Me estremecí con el contacto de la superficie de madera, estaba fría.

Alargó una mano y comenzó a acariciarme el chochito desde atrás, al tiempo que abría mis nalgas con cuidado y me follaba suavemente con sus dedos.

--Te da miedo que te penetre, ¿verdad?--inquirió, acariciándome la cara y presionándola con suavidad para mantener mi cabeza recostada sobre la mesa--no por mí, sino porque es la primera vez…habrás oído mil cosas, experiencias de otra gente ¿no? Que si duele, que si no se disfruta…

--Sí…--contesté con un hilo de voz, cachonda perdida, sin dejar de mover mi trasero en torno a sus dedos. Me ardía el culo por el azotazo que acababa de propinarme, y el coño me chorreaba contra su mano sin yo poder evitarlo.

--Bueno, ahora estate quieta un momento, voy a coger una cosa…

Con claridad escuché acto seguido el cajón abrirse, el que estaba inmediatamente debajo de mí. Silver extrajo algo, y lo que fuera que sacó lo dejó sobre la mesa. Se inclinó un poco, como para tomar de la cajonera otra cosa, que sin embargo puso en el suelo lejos de mi alcance.

Pasó su mano, sus dedos húmedos ya de los líquidos que bullían en mi coño, lentamente sobre mi espalda.

--Voy a ayudarte a desvestirte--me dijo--no quisiera que se te estropeara este vestido tan bonito… te quiero totalmente desnuda.

Desabrochó del todo los nudos que fijaban el traje sobre mi cuerpo, y este resbaló por mis piernas hasta el suelo.

--Levanta los pies--murmuró mientras con un delicado movimiento terminaba de despojarme de él, y lo dejaba en alguna otra parte. A continuación me sacó el sujetador, cuyo broche ya se había desenganchado con el ajetreo sufrido.

--Muy bien, Malenita. Ahora te voy a inmovilizar las manos…para que no te resistas…

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral mientras escuchaba estas palabras, y más aún me asusté cuando sentí una áspera cuerda que me mordía las muñecas.

Manteniendome recostada sobre la mesa, el culo en pompa dirigido hacia él, juntó mis manos y las ató fuerte por encima de mi cabeza.

--No quiero cortarte la circulación--dijo con dulzura--sólo inmovilizarte…¿está bien así? ¿te hace mucho daño?

--Silver, esto me asusta--conseguí articular. Nunca en mi vida me habían atado, y menos en esa posición en la que estaba yo tan indefensa. Me sentí como si me estuvieran raptando, o robando algo que yo creía muy seguro dentro de mí…

--Tranquila, preciosa, confía en mí. No va a pasar nada que no desees…

Cuando me hubo asegurado las ataduras de las manos, se detuvo un momento. Aunque no podía verle, sentía sus ojos clavados en mi cuerpo, recorriéndome con descaro y lujuria. El deseo se agolpaba en mi sangre al compás de los jadeos de él, que respiraba detrás de mí terriblemente excitado.

--Toma--dijo, alargando a mis atadas manos un objeto--tócalo.

A ciegas, pasé las llemas de mis dedos sobre el objeto que me entregaba. Era grande, plano, de superficie suave pero rugosa…Silver lo movió despacio, para que yo pudiera palparlo desde todos los ángulos. El objeto tenía un mango grueso de lo que al parecer era madera, no demasiado largo.

“Dios mío” pensé.

--¿Sabes qué es esto?--preguntó, la voz distorsionada por la marea de su nerviosismo.

--Sí…--acerté a decir. Sentí pánico de pronto, ante la inminencia de lo que iba a pasarme.

--Dime, ¿qué crees que es?

--Una…--casi no me llegó la voz a la garganta--…una paleta de ping- pong…

--Exacto--murmuró Silver--Y…¿sabes para qué la voy a utilizar ahora?…

Asentí como pude, temblando de la cabeza a los pies.

--Ese culito tuyo me está pidiendo a gritos probarla…quiere ser un culo bien azotado, ¿no es así?

Me estremecí mientras le escuchaba decir aquello. Una parte de mí estaba asustadísima, pero otra se regocijaba, temblando de deseo por recibir aquel castigo de parte de sus expertas manos.

Palmeó mis nalgas con dulzura.

--No te preocupes, te ayudará a liberar esa tensión que tienes…primero te prepararé como es debido, no te daré muy fuerte al principio…recuerda que calentar bien un culo es una ciencia, como ya te dije.

“Todo un detalle por tu parte explicármelo” pensé, irónica de puro nervio.

Pasó sus dedos por mi coño, para comprobar mi grado de excitación.

--Vaya, te secaste un poquito. Te has asustado…

Se inclinó sobre mí y posó sus labios en mi espalda, recorriéndola con besos tranquilizadores.

--No te preocupes, mi niña. Es lo mejor. Te voy a masturbar un ratito más y empezaremos…

Y vaya si lo hizo. Menuda paja. Movió sus dedos con agilidad y más empeño que nunca, llevándome hasta el borde mismo del orgasmo. Cuando se dio cuenta de que mi coño se le ofrecía de nuevo como una fruta madura, repleto de jugos, apunto yo de correrme, dejó de acariciarme y me dio un buen azote.

La paleta de ping-pong se estrelló contra mis nalgas sin miramientos. Por el ruido que resonó, pensé que iba a romperme el culo…pero Silver no lo hizo ni mucho menos con toda su fuerza.

--No te hará tanto daño como piensas, Malena--dijo, al igual que me había dicho la primera vez que nos encontramos de aquella forma, hace algunos días, en mi habitación. En el momento que yo había decidido, sin saberlo, ser suya.

Plassssssssssssssssssssssssssss

Otro cachete me castigó el trasero, esta vez con más fuerza.

--¿Cuántos azotes crees que debo darte, Malena? ¿Cuántos crees que podrías aguantar?

Continuó palmeándome con energía las nalgas, en las que comencé a notar un calor y un hormigueo creciente al poco de empezar. Silver era un maestro del azote; sabía exactamente cómo lograr el punto exacto de dolor, vergüenza y delicia. La incertidumbre de la que había sido presa segundos antes iba siendo sustituida por un torrente de confianza hacia él, al notar el placer que me daban los palmetazos contra mi culo caliente.

Alternaba la zurra con caricias circulares en mi chochito húmedo, al que también alcanzaba en ocasiones la paleta. Elevé mis nalgas arqueando mi espalda para sentir más la azotaina en aquella zona, y separé aún más las piernas. Me estaba poniendo enferma de dolor y placer. Silver se dio cuenta y redobló la cadencia de sus azotes, así como el ritmo de sus caricias.

--¿Te esá gustando, nena?--preguntó jadeando por la fatiga, con implicación sincera, sin un rastro de prepotencia en su voz.

Aumentó poco a poco la fuerza hasta que mis nalgas quedaron sordas, insensibles. Solo notaba un golpe seco y escuchaba el sonido de la pala estrellarse; sonaba como un disparo por toda la habitación. Mi cuerpo se sacudía con cada impacto, desplazándose brutalmente contra el canto de la mesa cada vez que la pala retumbaba sobre mi culo.

Creo que llevaría unos treinta azotes--los diez primeros de “calentamiento”, los veinte restantes terribles--cuando empezó a sucederme algo tan grandioso como inesperado, que se escapaba a mi propia voluntad. Noté mi coño ardiente y trepidante, cargadísimo de excitación y de jugos. Cuando digo caliente me refiero no sólo a “cachondo”, sino a que de pronto sentí que alcanzaba la temperatura del agua hirviendo. Supongo que se podrían freir huevos sobre mi trasero, pero el calor de mi sexo era diferente; podía sentirlo expandirse hacia dentro, en una explosión de placer incontenible, mi vagina más babosa que nunca tratando de alcanzar el cielo con la posición adecuada, mientras mi amado verdugo, agente de todo aquel placer, continuaba mecánico, constante, con su cometido.

Empecé a correrme una y otra vez, removiéndome contra la mesa, sin poder parar. Encadenaba los orgasmos de tal manera que pensé que era uno sólo, un solo estallido, que de cuando en cuando se apagaba un poco y me dejaba respirar, para volver de nuevo a llenarme de gloria cuando Silver volvía a la carga con la pala. Un orgasmo cadencioso como las olas del mar, que besan la arena y regresan a las profundidades, una y otra vez. Sudaba de pasión, las sienes me latían, no podía dejar de gemir y mi respiración hacía ya mucho tiempo que iba por su cuenta.

La pala se estrelló unas treinta veces más, sintiendo yo la plenitud de su superficie plana sobre mis despellejadas nalgas.

Cuando Silver paró, continuaba yo con un grito ahogado en la garganta, anudado, queriendo salir de mi boca y protestando porque la causa de mi maremoto se había detenido.

--Maleni, ¿estás bien?--preguntó Silver, rozando con sus labios mi oreja.

No pude contestarle, ahogando los últimos rescoldos de placer con un aullido gutural.

Sentí vagamente su mano fresca sobre la piel de mis nalgas, acariciándola levemente con cierta timidez.

--Vamos a dejarlo aquí…--murmuró, besando con ternura la parte baja de mi espalda--que te vas a poner mala…

De nuevo me acarició las nalgas con precaución. Yo sólo sentía la sombra de sus caricias, como si tuviera el culo envuelto en una bolsa de forespán…y me sacudían aún los latidos de toda mi zona glútea, que parecía ir aumentando de tamaño, inflamándose. Aún no me escocía.

Me hallaba en una especie de nirvana en el que flotaba, los músculos de todo mi cuerpo se desvanecían como si se hubieran vuelto leves, ligeros… Una flojera que hacía flaquear mis rodillas como si fueran de goma me invadía progresivamente. Sólo notaba la presencia de mi culo que latía, pulsante de calor. Mis antebrazos colgaban laxos sobre la mesa, y mis manos se abrazaban, unidas por las cuerdas.

--Maleni, contesta, por favor…--apremió Silver, ya nervioso--¿estás bien…?

--Sí…--conseguí articular al fin, con voz pastosa ahogada contra la superficie de la mesa.

--Ven aquí--musitó.

Me desató las muñecas con sumo cuidado, y tiró de mí suavemente hacia atrás.

--¿Puedes caminar?--preguntó, ayudándome a ponerme en pie.

Abrí los ojos con cautela, pero no veía más que la ceguera del paño. Desorientada, busqué su brazo para apoyarme. Mis piernas eran de mantequilla, pero conseguí amagar un paso al frente. Traté de sonreir para no preocupar demasiado a Silver, ya que le sentía respirar fuerte a mi lado, no sabía si de excitación o de nervios.

--Estoy bien, Silver…

Trastabillé, mareada. Se me iba la cabeza.

Sentí de pronto cómo me impulsaba hacia arriba y me tomaba entre sus brazos, los músculos tensos sujetándome con fuerza. Aspiré contra su pecho desnudo perlado de sudor, tratando de beberme su olor penetrante con la nariz. Pasó un brazo por detrás de mi espalda, atrayéndome hacia sí, y otro por detrás de mis desfallecidas rodillas, y de esa guisa, caminó lentamente hacia el pasillo.

--Tranquila…--murmuró con dulzura--ahora te pondrás mejor…te has quedado helada…

Tenía razón. Salvo las posaderas, el resto de mi cuerpo temblaba de frío.

Me estechó entre sus brazos con más fuerza, para darme calor, y desplazó su codo hacia delante. Oí como pulsaba un interruptor, y el chasquido de una bombilla indecisa al encenderse. No veía más que negrura, pero sentí claridad súbitamente a mi alrededor, no sé si me entienden.

Me depositó con cuidado sobre un lugar blandito que olía un poco a viejo, y me tapó con algo suave pero al instante cálido.

--Espera aquí, princesa--dijo cuando se aseguró de que ningún recoveco de mi cuerpo quedaba sin tapar.

Sentí que sus pasos se alejaban blandos por el pasillo. Oí el rumor del agua en el cuarto de baño cercano.

Supuse que me había echado en la cama, y que estaba tapada con la bonita colcha color verde nácar. Tomando poco a poco conciencia de mi cuerpo me recosté de lado, y destapé mis nalgas dejándolas al aire porque el roce de la colcha me escocía ya de un modo que me estaba matando.

Moví poco a poco los dedos de las manos, sintiendo cómo volvía a circular la sangre en ellos, de punta a punta. Llevé mis manos a la altura de mis ojos y acaricié la suave tela negra, decidiendo no quitármela. Me arrellané en el colchón sintiendo el aire fresco que se colaba por la ventana aliviando mi pobre trasero.

De nuevo la presencia de Silver me hizo sentir una sacudida por dentro. Le sentí en la puerta, observándome. Supuse que estaba mirando mis nalgas expuestas al aire, que no quería yo ni pensar el aspecto que debían de tener.

Avanzó unos pocos pasos y se sentó despacio a mi lado en la cama. Pude escuchar nítidamente su respiración rápida y superficial. Removió con las puntas de sus dedos mi alborotado cabello, y me despojó con cuidado de la venda que tenía ante mis ojos.

Cuando conseguí acostumbrarme de nuevo a la luz y enfocar los contornos de la realidad que me rodeaba, le vi. Inclinado sobre mí, su rostro muy cerca del mío, el fino cabello negro también alborotado por el esfuerzo de azotarme. Me contemplaba sin sonreir, algo pálido, con un destello de turbación en la mirada que me hizo estremecer. Quise decirle que no se preocupara, que yo me encontraba bien, pero sólo fui capaz de articular un leve quejido.

--Mi amor…--dijo, su voz teñida de alarma--¿cómo te encuentras?

Cerré los ojos y sonreí, extendiendo los dedos fuera de la colcha para acariciar los suyos.

--¿Estás bien?…Me he pasado, ¿verdad?…

--No, no…--alcancé a decir, con voz ronca--ha sido bueno, Sil, ha sido bueno…

--Te has portado muy bien--comentó.--pensé que te estaba gustando, por eso yo…

--Sí, sí…--interrumpí, tratando de sonar convincente. Carraspeé para recuperar mi voz en mi garganta seca--me ha gustado, de verdad. Me he corrido de manera atroz…

--Ya…

--Ahora estoy un poco agotada, pero es por el orgasmo.

Sonrió un poco, y se recostó a mi lado, la cabeza descansando sobre la almohada, frente a la mía, sus ojos llenos de ternura mirando fijamente los míos, agitando mi alma como un azogue.

--Me gusta que te guste--dijo en voz baja, acariciándome la espalda.

Sus caricias me llenaron de felicidad. Poco después se separó de mí y volvió a levantarse despacio.

--Voy un momento a cerrar el grifo…--dijo--te estoy preparando la bañera, ¿te apetece?

--Sí…--sonreí encantada, aunque el escozor de mis nalgas era en ese momento ya insoportable.

Cerré los ojos y traté de dormitar mientras escuchaba cómo se detenía el rumor del agua cuando Silver cerró el grifo.

Oí que ponía en orden cosas dentro del cuarto de baño, y escuche sus pasos regresando al dormitorio.

--Ya está.--dijo.

Traté de incorporarme hacia su voz, aún con los ojos cerrados.

--No, espera--me sujetó--no te muevas. Déjame a mí.

Pasó de nuevo uno de sus brazos detrás de mis rodillas, y con el otro rodeándome los hombros, me situó con delicadeza sentada sobre sus muslos. Aún envuelta por la colcha, noté el roce seco de la tela de los pantalones. Había vuelto a ponérselos. Me removí un poco sobre él, buscando el contacto de su rabo, pero no lo encontré.

--No te esfuerces…--dijo Silver con una media sonrisa--se me ha bajado absolutamente todo, cuando te he visto que no respondías…me he asustado.

--¿Sí?--murmuré jugueteando con su pelo--Lo siento…

--No, no, por dios, no digas eso. Lo siento yo…¿Ahora estás bien?

--He estado bien todo el tiempo…--sonreí--si acaso, he disfrutado demasiado…

Silver me miró un rato en silencio, esbozando una sonrisa, acariciando con sus blancos dedos mi mejilla. Me recosté sobre él, apoyando la cabeza en su pecho, sintiendo sus caricias inmersa en una dulce ensoñación.

--Bueno--susurró, descendiendo con sus dedos hasta mis pechos--¿Me enseñas ese chochito para despertarte un poco más?…

Asentí y separé las piernas sin abrir los ojos, mientras él retiraba la colcha lo justo para dejar mi coño al descubierto.

Se humedeció los dedos en la boca y me sumergió de nuevo en un mar de caricias dulces, pausadas, que no tardaron en hacerme mojar otra vez. Comencé a mover mi ardiente trasero contra sus rodillas, notándolo candente, la colcha debajo de mí áspera como papel de lija.

Agitó sus dedos, ya empapados, dentro de mí con mayor rapidez, y me besó en la boca devorando mi lengua con la suya. Yo bamboleaba mis caderas retorciéndome en círculos, gimiendo cada vez más empapada.

--Sigue, sigue…--le supliqué, la voz desaciéndose en agua. Babeaba.

¿Cómo demonios conseguía acariciarme tan bien?

Continuó besándome y moviendo los dedos dentro de mí con dedicación, y yo mojaba, encharcaba de jugo sus pantalones a través de la fina tela de la colcha.

--Silver,… Silver…--murmuraba entre dientes, jadeando.--me voy a correr…

Tuve de nuevo un dulce orgasmo, el cuarto (los de los azotes no cuentan, porque no sé cuántos fueron), agarrada a su cuello, gimiendo brutalmente. Solo entonces se relajó su brazo por encima de mí, y sus caricias se ralentizaron en círculos sobre el triángulo de mi sexo.

Lloré al correrme, de placer, y también del escozor y dolor que sentía en mi pobre trasero al golpearlo una y otra vez contra las rodillas de mi amigo. Se me iba enfriando el culo, y lo sentía literalmente en carne viva.

--¿Qué tal?--preguntó sonriendo, sacando poco a poco su dedo maestro de mi coño.

--Bien…--respondí, tratando de reponerme para ir a su encuentro y abrazarle.

--Ven, te llevo al baño…

Me sacudí con cierta brusquedad sus manos de encima cuando hizo amago de volver a cogerme en brazos.

--No hace falta, puedo ir sola.

Me arrastré hasta el borde de la cama, apretando los dientes por el súbito quemazón del roce de las sábanas (joder, cómo picaban) y me erguí despacio, dejando que los contornos de los objetos en la habitación se asentaran a mi alrededor. Recuerdo que, al abandonar la calidez de la colcha, sentía un frío terrible en manos y pies, una quemazón insoportable en el culo, y la cara también sofocada.

Silver me agarró del brazo, como si temiera que me cayese, y caminó a mi lado adaptándose al ritmo de mis pasos.

Una vez en el cuarto de baño me ayudó a introducirme poco a poco en la bañera, no sin antes haberme hecho girar para ver el estropicio de mis nalgas en el espejo. Mi pobre culo estaba rojo, salpicado de pequeñas manchitas púrpura sobre las suaves redondeces de carne.

--Se te quedará frío y comenzará a dolerte…--dijo Silver con ternura--es mejor que te metas cuanto antes en el agua tibia…

Ya mi cuerpo sumergido en el agua, comenzó a frotarme delicadamente sentado en el borde de la bañera.

--Qué bonita eres…--murmuraba.

Masajeó mi cuerpo con sus manos impregnadas de jabón, deleitándose en cada recoveco, haciendo resbalar sus dedos sobre mi piel una vez tras otra. Se esmeró al máximo por no dejarse ningún lugar sin enjabonar: debajo de los brazos, entre los pechos, bajo los pliegues de mi doblado abdomen…

--Reclináte un poco más--dijo suavemente--para que pueda llegar entre tus piernas.

Enjabonó concienzudamente sus manos una vez más, insistiendo en sus largos dedos, y comenzó a frotarme entre mis muslos, profundizando más a medida que yo le dejaba paso.

Saqué un poco el culo del agua para sentir entre mis pétalos aquellas lentas caricias…

--Ahora date la vuelta--me indicó--vamos a ver si tienes el culo limpio…

Con muchas ganas de correrme y la correspondiente excitación, me giré despacio y saqué, obediente, el culo completamente del agua. Me apoyaba con los codos en el suelo resbaladizo de la bañera, y tuve que vandearme un poco hasta lograr una posición estable.

Se inclinó sobre mí, y separó mis nalgas, observando minucioso la hendidura que se abría entre ellas.

--Hmmm…--murmuró--parece limpito…aunque tú eres un poco cochina, ¿no?

Acto seguido introdujo su nariz en mi culo y sentí su lengua repasar los márgenes de mi ano.

Gemí y me agité, gozando ante el oscuro placer que me producía. Me sentía como si tuviera un segundo coño dentro del culo sin yo saberlo, que hubiera estado aletargado durante años esperando que Silver lo estimulase.

--Vaya…sabes y hueles bien por todas partes, Malena, esto es increíble…

Tomó el bote de gel y me lo enchufó directamente en el culo, vertiendo dentro de él una buena cantidad del líquido frío y pastoso. Temblé.

A continuación impregnó también su dedo con la misma sustancia, y me penetró con él inmediatamente. No sentí ningún dolor. Me abrí yo misma el culo con mis propias manos para que él pudiera salir y entrar con su viscoso dedo cómodamente.

Mi culo temblaba y gozaba chapoteando sonoramente. Devoraba su dedo con glotonería.

Mi coño se moría de nuevo a punto de explotar.

Jadeé con violencia mientras me acomodaba para clavarme más adentro su dedo húmedo.

Pero no, ya no era sólo un dedo. Revolviéndome de gusto mientras trataba de exponer ante él mi chochito destronado, noté que agitaba dos de sus dedos dentro de mi culo, asombrosamente abierto, que entraban y salían de él limpiamente. Me entraron unas ganas muy fuertes de defecar…me cerré un poco, extrangulando sus dedos, pero mis manos no me obedecían manteniendo la puerta de carne abierta, tirante. Hasta el escozor de los azotes--ligeramente aliviado por el calorcito del agua--comenzó a resultarme terriblemente placentero.

Permaneció así minutos eternos, abriendome con paciencia el ano y refregándome de cuando en cuando el coño con los dedos untados de jabón. Yo ya me agitaba como un salmón dentro de la bañera, creando olas encrespadas de espuma a mi alrededor, culeando sin parar, desbordándome de gusto.

De pronto sacó sus dedos bruscamente y me miró con vicio.

--Sal del agua--me dijo con apremio.

--No…

Me asió por debajo de los brazos y me obligó a abandonar el estanque dorado, envolviéndome con una enorme toalla (verde, por supuesto). Sin mediar palabra me llevó al dormitorio, donde me sentó sobre sus rodillas y comenzó a masturbarme velozmente, arrancándome un nuevo orgasmo bestial--el quinto--que deliberadamente celebré con un acalorado grito.

--Cómo deseaba oirte chillar…--se atragantó con las palabras.

Me lanzó sobre la cama…

…y, lo que ocurrió después…

Merece otra nueva entrega de esta narración, que es ya un mosaico de pequeñas narraciones.

Al escribirles me siento como si, con cada entrega, esbozara con una brusca pincelada un trazo más en este cuadro donde trato de plasmar aquello que viví.

Aunque lo intento, de mis palabras a la realidad sigue habiendo un abismo…

Sin embargo, como siempre digo, y precisamente por ello con más razón, muchas gracias a los que leen esto. Gracias por su tiempo. De verdad.

Hasta pronto.

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