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Salidas del Convento (1)

en Sadomaso

Salidas del Convento 1.

Martín Ortega se presentó una mañana en la casa de don Rolando Estrada, cuya profesión no era conocida por muchos, pero la idea generalizada era que sus negocios no eran del todo limpios.

Por su lado Martín era conocido por sus aficiones a las sensaciones fuertes, pero vivía en una enorme casa de campo bastante alejada de la ciudad. Parecía que no molestaba a nadie. El siguiente diálogo fue el que se desarrolló esa mañana.

R: Martín , tanto tiempo. ¿Qué lo trae por aquí?

M: Bueno, más o menos lo de siempre. Necesito una muchacha para mi servicio.

R: Pero la última vez que hablamos usted me comentó que disponía de una jovencita de 18 años que le satisfacía plenamente.

M: Es cierto, pero ocurre que esa chiquilla apenas soportaba mis castigos. Con decirle que luego de una sesión a las que las someto, debía dejarla tres o cuatro días para que pudiese reponerse. Es evidente que necesito muchachas de algo más edad, que resistan mejor mis castigos. Es cierto que tanto su conchita como su culito eran una delicia penetrarlos por lo apretados y elástico que son por su juventud, pero tener que privarme de hacerles algunas cositas por unos días me había aburrido.

R: entiendo entonces que ya no la tiene más. ¿La vendió como puta como hizo con las otras?.

M: Me ocurrió una cosa curiosa. Había decidido venderla y encontré un interesado que la llevaría al extranjero. Me decía que era para trabajar de puta pero me sospecho que sería la esclava de algún personaje importante. Digo esto porque no le importaban las marcas que tuviera su cuerpo, siempre que fuese joven y pudiese ser usada en todos sus agujeros

Habíamos quedado en que vendría una mañana para ver la mercadería, fijar el precio y entregársela en esa oportunidad. Entonces el día anterior decidí torturarla por última vez antes de venderla. La coloqué en un potro, tensé las cuerdas dejándola con las piernas algo separadas. Estaba totalmente indefensa y podría trabajar sobre su cuerpo sin limitaciones. Decidí no amordazarla para escuchar sus gemidos mientras la torturaba.

Esta muchacha tenía muy buen cuerpo. El tamaño de las tetas eran regulares, no muy grandes pero firmes y con unos pezones siempre hinchados, turgentes. Estaba totalmente depilada y con el cabello de su cabeza relativamente corto.

Una vez que estuvo bien amarrada fui en busca de unas espinas de Racae Melindres y unas plantas de ortigas.

R: ¿El Racae Melindres es esa planta que tiene espinas de cómo quince centímetros de largo y muy duras, que crece en el campo?

M: Sí. A veces crece salvaje en el campo, pero yo tengo un cultivo, ya que me resulta una planta muy útil, lo mismo que las ortigas. Las ortigas cuanto más se riegan más líquido irritante despenden. Es una planta muy noble. Continuaré con lo que pasó.

Traje conmigo unas cincuenta espinas y varias plantas de ortiga. Entonces, tomando una de esa afiladas espina comencé a clavársela en una teta hasta atravesarla totalmente. ¡No puede imaginarse cómo gritaba! A continuación le atravesé la otra teta , pero más cerca del pezón. No cesaba de gemir. Eran las torturas normales que le aplico a casi todas las jóvenes que tengo. Nada muy especial.

Cuando hube clavado unas diez espinas en cada seno, tomando unas hojas de ortiga, comencé a fregársela con el coño, separando los labios para que las hojas tocaran la parte interna y el clítoris y así hiciera sentir mejor su efecto. Mientras tanto la muy puta continuaba gritando aunque ya con menos fuerza.

Decidí continua torturándola clavándole más espinas en las tetas, algunas directamente en los pezones pero perpendicular a la piel para que se adentraran bien en la mama. De vez cuando le refregaba nuevamente las plantas de ortiga en el coño, aumentando así sus gemidos aunque cada vez más débiles. Apoyé las manos sobre las tetas y comencé a masajearlas con lo que las espinas hacían un efecto muy fuerte en las tetas de esta puta.

Cuando ya le había colocado las cincuenta espinas en las tetas, le introduje con el dedo algunas hojas nuevas de ortiga en la vagina y algunas en el culo, aunque apenas podía introducir dos falanges de mi dedo índice, pero le coloqué unas diez hojas de ortigas en el recto.

Me retiré de la mazmorra para tomarme un té. Regresé luego de una media hora.

Ya no gemía y las lágrimas se habían secado en sus ojos. Respiraba entrecortadamente. Tensé un poco más cuerdas y observé su cuerpo. Estaba hermoso, tendido sobre el potro, con espinas en sus tetas y las hojas de ortiga que habían provocado un fuerte enrojecimiento de la vulva y del culo. Tomé un látigo y descargué un azote sobre su vientre, pero apenas gimió. Entonces le apliqué cinco seguidos, muy fuertes, que dejaron sendas marcas sobre su piel, pero no gimió. Descargué alguno más sobre las espinas de las tetas, cosa bastante normal de hacerle a una esclava, pero tampoco gimió

Sorprendido, saqué una espina de una de las tetas y le atravesé ambos labios vaginales y no reaccionó. Me acerque a ella y comprobé que la muy puta se había muerto. Los castigos la habían superado ya no podría ni continuar torturándola ni venderla. Serviría para bastante poco.

R: ¿Y cómo se deshizo del cuerpo?

M: tengo un amigo que es profesor de Anatomía de la Universidad. Lo llame para ver qué se le ocurría que podía hacer con el cuerpo. Se mostró sumamente interesado en que se lo cediera para la morgue de la Universidad, por uso de los estudiantes. Parece que no solamente la usaron para estudios de anatomía sino también para ensayar torturas, aunque sobre un cuerpo muerto. Fue así que me desprendí del cuerpo y me perdí algunos miles de rupias que hubiera logrado con su venta. Pero esa historia pasada. Ahora quiero que me consiga una muchacha para reemplazarla.

R: Dígame exactamente lo que quiere. Sabe que está difícil conseguir muchachas para esos usos porque los secuestros son cada vez más riesgosos, pero dígame que es lo que quiere.

M: Que tenga entre 26 y 28 años, delgada y sin ningún tipo de entrenamiento. Las secuestradas que usted me vendió resultaron buenas porque al principio eran un poco rebeldes y había que luchar para atarlas, encadenarlas o meterlas en jaulas, pero me gusta que se resistan un poco. Por supuesto a esa edad apenas si será virgen su culo si son muy recatadas. Ese sería el perfil de la muchacha.

R: no es sencillo, pero déjeme unos días para recorrer la ciudad y ver qué se encuentra. Apenas tenga algo lo llamo por teléfono.

M: Muy bien Rolando, espero su llamada.

Así se despidieron. Martín volvió a su casa y volvió a revisar la mazmorra para asegurarse que estaba todo en orden y todos los instrumentos de tortura funcionaban a la perfección. Luego compró algunos metros más de cuerdas y cadenas y preparó dos varas de mimbre verde y otro látigo más, de cuero con nudos cada 7 centímetros. Esperaba que la esclava que le suministrara Rolando resistiera mejor los castigos.

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