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Captura y Venta de Esclavas (4: La Subasta)

en Dominación

Captura y Venta de Esclavas (IV)  La Subasta

Mientras tanto continuaba el uso de Julieta. Todas las mañanas tenía ejercicios físicos extras para mantener su cuerpo en buen estado. Rogelio no quería que ese culito firme y parado perdiera su forma y turgencia. Por las tardes o las noches debía servir a su amo, generalmente con su boca primero y luego con su concha. En los quince días que transcurrieron desde su captura hasta que se efectuó la subasta de las otras esclavas apenas había sido penetrada por el culo, el primer día y una noche diez días más tarde.

En esa oportunidad también le quedó el culo ardiendo y dolorido. El estrecho agujero no se dilataba lo suficiente para recibir la polla de Rogelio que apenas usaba algo de lubricante para facilitar la entrada.

No le resultaba sencillo a Julieta acostumbrarse a la situación que le tocaba vivir. Si bien notaba que era tratada mejor que las otras mujeres secuestradas en cuanto a castigos y algunas humillaciones, tener que ofrecer su cuerpo todas las noches paras satisfacer a un hombre desconocido, tener que aceptar ser usada como una puta, mantener su cuerpo en forma para que Rogelio le sobara el culo o las tetas o le pellizcara los pezones para que se tornaron más voluminosos, todavía le avergonzaba.

En los ocho días anteriores al remate de las demás mujeres capturadas, fueron castigadas con ataduras y encadenamientos, que no dejaban marcas en sus cuerpos pero que siempre resultaban dolorosas. El motivo de esos castigos era que en el momento de ser vendidas, las mujeres hasta preferían ser subastadas y entregadas a otro amo, que continuar sufriendo en ese lugar.

Alguna de ellas debía ser castigada por alguna desobediencia menor. Ni Rogelio ni ninguno de los encargados de las secuestradas quería que una rebelión terminara en problemas, por ese motivo la menor falta era castigada.

A escondidas de Rogelio, Mario, el “reclutador/secuestrador” hacía sus escapadas a las celdas dónde se alojaban las mujeres y magreaba sus cuerpos, introducía dedos en la concha y con frecuencia les ordenaba hacerle una chupada de su pija. Nunca se había animado a cogerlas ya que si no lo hacía Rogelio, él no podía hacerlo. Solamente algún desliz con una corrida en la boca de alguna de ellas.

Por su parte las mujeres en situación de ser vendidas generalmente se resignaban, aunque no rápidamente, a la nueva situación. Para ello contribuía algunos videos que Rogelio había hecho filmar, con actrices profesionales que oficiaban de esclavas capturadas, en las cuales se las veía cuan contentas estaban si se “portaban bien”, y felices cuando eran subastadas. Un verdadero trabajo psicológico para someterlas.

Castigada por desobedecer

De esta manera Rogelio lograba evitar escenas que disminuyeran el precio de sus esclavas. Además, el propio día de la subasta, se le suministraban unas pastillas que las tranquilizaban y disminuían su voluntad. Todas estaban lo suficientemente dopadas como para llevar a cabo el proceso sin contratiempos.

Las mujeres a ser subastadas estaban, como en otras oportunidades, algo abatidas. Lejos estaban, un mes antes, pensar que en poco tiempo serían convertidas en objetos cuyo valor monetario sería puesto en consideración de los compradores.

A pesar de haber pasado la última semana sometidas a castigos y la droga tranquilizante que le habían suministrado, no podían menos que resistirse a ser manoseadas e investigados sus cuerpos en las partes más íntimas, pero nada podían hacer. Verse desnudas, humilladas y pronto ser expuestas al público comprador les provocaba una angustia que se expresaba por un fuerte nudo en el estómago.

Si bien ninguna era virgen y a excepción de Julieta no habían sido cogidas desde su ingreso en la casa de Rogelio, excepto alguna mamada a Mario, presumían, acertadamente, que el amo que les tocara abusaría de ellas. No imaginaban que podían, también, para ser divertimento de sadistas que lo único que buscaban era hacerlas gemir de dolor.

La noche anterior a la subasta Julieta supo que en esa oportunidad ella no sería rematada, lo cual le trajo algo de tranquilidad. Seguiría con las mamadas y las cogidas diarias como había sido hasta el presente. Se había comportado lo suficientemente bien como para recibir solamente alguna palmada en las tetaso una retorcida de pezones como castigo o permanecer atada o encadenada, pero el látigo no había visitado su cuerpo, como sí lo había visto sobre otras mujeres que habían sido capturadas y que se negaban a obedecer y que su remate sería demorado.

La sala de subasta era un amplio lugar que tenía al frente una tarima con una docena de columnas. Dichas columnas tenían fijas sendas argollas a las cuales se unían las cadenas que rodeaban los cuellos de las esclavas. Durante la media hora previa al remate, los visitantes podían apreciar la mercadería, que permanecían desnudas y listas para que los compradores pudieran observar las partes íntimas de las esclavas.

Así, los posibles compradores magreaban y tocaban de todas las formas posibles el material disponible, previo a efectuar las ofertas. Si habían sido humilladas en el tiempo previo, en esta oportunidad lo eran mucho más, sintiendo las manos que tocaban sus conchas y dedos que se introducían en la vagina o el culo.

Las tetas también eran objeto de observación. Eran apretadas, masajeadas, pellizcadas y cuanta cosa pudiera hacerse en los rojos pezones de las mujeres.

En esta oportunidad serían vendidas María, Romina y Soledad, capturadas en la redada anterior, Mercedes, capturada hacía más de dos meses pero que por rebeldía debieron postergar su remate y las cuatro últimas mujeres capturadas. Pasado el tiempo estipulado de las inspecciones, los posibles compradores tomaron ubicación en la sala.

Había presentes unos treinta hombres y cuatro mujeres. Iba a ser un remate importante por el número de mujeres y por la calidad de algunos ejemplares. Al mismo Rogelio le llamó la atención de la presencia de las cuatro mujeres. Conocía a dos de ellas, una dueña de una casa de putas y otra que le gustaba ser atendida sexualmente por una esclava, pero a las otras dos no las conocía.

Esclavas expuestas momentos previos a su subasta

 

 

Rogelio comenzó con la mayor de todas, reservando las más jóvenes para el final. Así salió a la venta una mujer de unos 45 años, con regular figura. No había interesados en su compra pero a instancias del rematador se recibió la primer oferta por ocho mil euros. Fue la única oferta y uno de los asistentes, que manejaba una hacienda, fue el comprador. La destinaría al cuidado de los animales y dormiría en la cuadra con ellos para que fueran bien atendidos. La mujer lloraba cuando el comprador indicó para qué usaría la esclava que acaba de adquirir. En el mejor de los casos sería tratada como un animal más.

-Tengo algunos caballos de muy buena calidad, caballos de polo que valen una fortuna y nada mejor que una esclava para que esté permanentemente con ellos, comparta las cuadras, la comida y se ocupe de la limpieza. También tendrá que masturbarlos si los nota excesivamente excitados.-

La segunda en salir a subasta era una mujer de cuarenta años, muy buena figura. Allí la puja fue entre una mujer y un hombre, ambos dueños de prostíbulos de ciudades vecinas. En uno u otro caso, sería destinada como puta, de trabajo permanente. Finalmente la última oferta fue treinta mil euros hecha por la “madama”, que la llevaría a trabajar a su lupanar. La esclava, en ese momento, no sabía lo rígida y exigente que sería su dueña con las putas a su cargo.

La mujer, que había vivido una vida cómoda y de ciertos lujos, era posible que alguno de sus anfitriones muy pronto requirieran sus servicios sexuales. No podía imaginarse a sí misma poniéndose en la boca la pija de un desconocido o peor aun, de alguien con quien hubiera compartido fiestas y lujo. Nunca lo había hecho con sus amantes. Comenzó a llorar desconsoladamente.

Comenzó la subasta de la tercera mujer. Ésta era la rebelde capturada tiempo atrás. Fue comprada por uno de los asistentes para dar satisfacción sexual al personal de su hacienda. Estaba resignada a fuerza de castigos. Había sido torturada cruelmente por no obedecer y aceptar las órdenes de sus superiores. El comprador ya había apreciado las marcas dejadas por el látigo en su cuerpo. Los muchachos que la usarían eran algo violentos y la mantendrían a raya ya fuese por persuasión o con castigos. Seguramente sería cogida a diario por varios hombres y debería soportar los vejámenes a los que seguramente la someterían.

La cuarta y la quinta fueron compradas por un misterioso personaje que las llevaría al exterior, aunque se negó a decir el destino y las tareas que le serían encomendadas. Algunos sospechaban que eran para un sadista, que vivía en las afueras de Londres, que las sometería a toda clase de vejámenes, pero eran sólo especulaciones. Sí habían observado que durante la inspección de las esclavas a ser vendidas, retorcía con fuerza los pezones de las mujeres hasta que éstas dejaban escapar un gemido de dolor.

De muy pocas palabras, fue subiendo la oferta hasta que el golpe del martillo le adjudicó la compra. Ambas mujeres estaban intrigadas de su destino pero al menos permanecerían juntas en el destierro.

Llegó entonces el momento de la venta de las más jóvenes. La primera fue Romina, 25 años. Tal como había presupuesto Luciana, fue comprada en cincuenta mil euros para usarla como “pony”. Su cuerpo robusto sería adecuado para portar un vehículo de tiro. Rogelio imaginó ese culo, amplio y de carnes abundantes, marcado con el látigo para que apurara el paso. Las tetas, de gran tamaño, se balancearían al trotar, seguramente haciendo sonar los cencerros que penderían de sus pezones.

La siguiente fue María. Ya estaba resignada a dejar sus casi abandonados estudios de sistemas. Deseaba salir de ese lugar en el cual debió pasar la última semana atada en las posiciones más incómodas o recluida en pequeñas jaulas metálicas. Quizás había sido durante ese período la más humillada

Su buen cuerpo despertó el interés tanto de dueños de prostíbulos, así como de otros que deseaban abusar de ese cuerpo joven. La puja fue importante y finalmente un hombre, ya poseedor de otras dos esclavas, la compró por cien mil euros. Comentó con las personas que lo rodeaban que la sometería a los más crueles castigos, por lo menos por unos meses, para someterla totalmente y luego gozar no solamente como animal de tiro sino también de sus agujeros, cosa que sorprendió a sus ocasionales oyentes. Usualmente una pony era eso, una pony y no una hembra para gozarla sexualmente, pero, parecía que este hombre rompería la regla.

La siguiente fue María. De buen cuerpo, culo redondo y tetas pequeñas despertó el interés de varios compradores. La puja era importante y mientras se sucedían las ofertas la joven comenzó a comprender en toda su dimensión lo que estaba ocurriendo. No era más que un objeto, un pedazo de carne cuyo destino sería el que su nuevo dueño decidiera. No pudo soportar la presión del momento y comenzó a gritar con desesperación. Entonces Rogelio ordenó que la amordazaran para poder continuar la subasta sin perturbaciones.

Esta actitud decidió a uno de los compradores a subir la oferta de manera notable. Quería que esa esclava rebelde fuese suya para castigarla con motivo de su rebeldía. Le daría la excusa de azotarla y someterla a diferentes humillaciones y torturas.

A María le esperaban días difíciles. Su nuevo dueño poseía una importante cantidad de instrumentos, que manejaba a la perfección y que harían gemir y gritar a la joven que fuera sometida al uso de los mismos. Imaginaba comenzar con unas disciplinas azotando su concha para que, una vez hinchada y sensibilizada, penetrarla sin miramientos. También gozaba suspendiendo a sus esclavas de los tobillos, dejando sus brazos libre y observar cómo intentaban alcanzar las cuerdas de los tobillos para soltarse, cosa que nunca lograban.

Finalmente llegó el turno de la última esclava a ser subastada. Mariana. No le valieron de mucho sus conocimientos de derecho. La ley aquí la había impuesto Rogelio y pronto lo sería por otra persona, pero sin oportunidad de oponerse. Varios de los asistentes pugnaban por comprarla. Era una joven de muy buen cuerpo, de rostro casi angelical. Sus tetas y su culo eran firmes y entre sus piernas, bien torneadas y largas,  podía adivinarse una conchita rosada y suave.

Fueron varios los que comenzaron a ofertar por ella. Era un muy buen ejemplar para hacerla trabajar de puta por lo cual varios dueños y encargados de prostíbulos estaban interesados en ella.

Hacia el final de la subasta quedaban dos compradores. Uno era el dueño de una de las casas de putas más famosa, cara y elegante del lugar, al que concurrían personalidades que podían afrontar el costo de un turno de las putas del lugar. Allí trabajaban lo que podría decirse putas caras, de alto nivel y bien educadas.

Por eso una estudiante de derecho daría jerarquía al lugar. No en cualquier casa de putas podía cogerse a una joven con buenos conocimientos de derecho... Imaginaba a Mariana, en el salón exposición del prostíbulo, vestida con un corsé que realzaba sus tetas y una diminuta bombacha transparente que dejaba ver su coño depilado. Esperaba hacer buen dinero con esta puta.

Cuando las mujeres comenzaban a perder valor y tener pocos clientes en su negocio, eran vendidas a otros lupanares de menor prestigio o enviadas al extranjero, que siempre eran valoradas como putas exóticas.

El otro interesado era un hombre de alrededor de 45 años, que quería comprar una esclava para divertimento de su hijo, de 19. Le hubiese gustado conseguir alguna jovencita de 17 o 18 años, pero era casi imposible conseguir esclavas de esa edad. Si bien en la ciudad la edad mínima para esclavizar jovencitas era de 16 años, no abundaban y eran difíciles de secuestrar para esclavizarlas, ya que sus familiares cuidaban de ellas. Las mayores gozaban de ciertas libertades que con frecuencia ponía en peligro su libertad

Frecuentemente las muy jóvenes eran tan rebeldes que lo que se recaudaba por su venta no compensaba los problemas que había para secuestrarlas y someterlas adecuadamente.

Pero volviendo al remate, la puja continuó hasta llegar a los ciento diez mil euros, precio que el dueño del prostíbulo no superó. Su fantasía de tener una casi abogada de puta, se desvaneció. Así el hijo de Ricardo dispondría de una esclava con la cual podría hacer lo que quisiera sin problemas.

Por  personalidad del joven destinatario de la esclava, a Mariana le esperaban días difíciles. En varias oportunidades, había intentado someter y dominar a alguna de sus amigas ordenándoles que se desnudaran delante de sus amigos, que se la chuparan o que caminaran por la calle con las tetas descubiertas y en alguna ocasión intentando penetrarlas por el culo, siempre sin éxito. Ahora podría cumplir sus sueños.

Sería un regalo para su hijo, que desconocía que su padre había concurrido a la subasta para comprarle una esclava. En poco tiempo Mariana fue sometida a todo tipo de vejámenes y castigos, no solamente por el hijo de Ricardo sino también por sus amigos.

Sin duda eran todos jóvenes de imaginación. Las posiciones en las cuales fue atada, suspendida y castigada, etc.  superaba todo lo que podía imaginar cuando fue subastada. Ni el hijo de Ricardo ni sus amigos tenían piedad por ella. Los castigos eran diarios y crueles como así también las cogidas en sus tres agujeros. Con frecuencia recordaba lo que le habían enseñado en la Universidad y ahora comprendía que todo eso era inútil en su actual situación. No había parte de su cuerpo que no hubiera sido usado, castigado y humillado.

Hubiera sido preferible permanecer en la casa de Rogelio y ser sometida a los castigos que éste podría imponerle.

Salida la última de las esclavas subastadas de la casa de Rogelio, éste se dirigió en busca de Julieta, que estaba encerrada en una celda.

-Acabo de vender todas las esclavas que tenía. Solamente quedas tú y ahora quiero metértela por atrás. Primero me la agrandas con la boca.-

-Sí señor Rogelio.-

Esas fueron las únicas palabras de Julieta. De inmediato abrió su boca y comentó a mamar la pija, como tantas veces lo había hecho. Sabía que lo mejor era complacer a su dueño que estaba excitado y eufórico por el resultado de la subasta. Poco después se volteaba y con ambas manos separaba los cachetes del culo ofreciendo el estrecho agujero a Rogelio, que acercó el glande y comenzó a empujar.

Otra vez sintió un dolor intenso por la sodomización. Algunas lágrimas se deslizaron por su rostro y solamente un leve sollozo pudo escucharse. Rogelio estaba tan ensimismado cogiéndose a Julieta por el culo que no advirtió siquiera los gemidos de dolor de su esclava.

Una vez que se corrió dentro de la joven le indicó que se retirara y pidiera a Luciana que la encerrara en una jaula.

-¿Yo misma debo pedirle que me encierre en una jaula? Por favor señor Rogelio, me duele mucho el culo por lo que me ha hecho, por lo menos déjeme encerrada en una celda pero no en una jaula.-

-Bueno, que te encierre en una celda pero estarás con pinzas en los pezones. Quiero ver cuán sumisa eres.-

-Soy todo lo sumisa que usted quiera. Ya no tengo esperanzas y usted no tiene corazón.-

-¡No digas eso! No te he rematado, te mantengo como mi esclava y solamente tendrás que soportar unas pinzas en tus tetas.-

Julieta no supo qué responder. “...solamente tendrás que soportar unas pinzas en tus tetas.” ¿Y todo lo demás que ha sufrido y tendrá que soportar? Comenzó a llorar en silencio mientras Luciana la conducía a la celda y le ponía unas pinzas cocodrilo, que apretaban fuertemente sus pezones.

Continuará

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