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¿De estudiante a Sumisa? (8)

en Sadomaso

¿De Estudiante a Sumisa?

Autor: Ricardo Erecto

Capítulo 8.  La Comunicación a la Familia de Débora.

Ya definitivamente convertida en esclava absoluta, debía comunicárseles la novedad a sus padres. No era una tarea fácil. Mariano debía actuar con cautela y tacto. Débora era hija única y era posible que el futuro que le deparaba no fuera del agrado de sus progenitores. Decidió consultarlo con el doctor Rivera, mentor de la legalización del estatus. Para ello fue a verlo a la Universidad.

-Mi estimado doctor Rivera, quiero consultarlo sobre un asunto que entiendo usted tendrá experiencia.

-Usted dirá.

-Débora está ya legalmente esclavizada y no volverá a su vida anterior. Dispongo de ella a mi antojo y le hago lo que me place en cada momento. Por su parte ella está conforme como la trato y acepta totalmente su papel de esclava, estando siempre atenta a mis necesidades sexuales. El asunto es que debemos comunicárselo a sus padres y, como comprenderá, no es una tarea sencilla.  ¿Qué me aconseja?

-No es la primera vez que una joven que se ha sometido de la manera que hizo Débora, luego haya que decírselo a los padres. Algo muy efectivo es que sea yo mismo el que se lo comunica, invocando leyes, decretos, reglamentaciones y una cantidad de cuestiones legales que confunden a los progenitores que finalmente aceptan la condición de esclavas de sus hijas.

-¿Usted se haría cargo de comunicárselos?

-Si no tengo inconveniente. Usaré el plan de siempre. Les citaré a esta oficina, se lo comunico y luego vamos a su casa para que vean lo feliz que está su hija. Cuando ellos la visiten, puede estar encadenada pero que tenga puesta un tanga, de reducidas dimensiones pero que no muestre su concha, especialmente a su padre. Podría resultarle chocante.

-¿No le resultará chocante verla encadenada y casi desnuda?

-Verá que no. Yo los prepararé antes y cuando la vean pensarán que no es tan terrible como habían supuesto. Conviene no dejarle muchas marcas visibles. Si la azota, que se vean no más de diez marcas de látigo. ¿La madre es su hermana?

-Sí, Manuela Larreta.

-Ella puede ser la más sensible. El padre aceptará sin dificultad y seguramente no le disgustará ver un par de buenas tetas.

-¿Cree que será así de fácil?

-Déjelo por mi cuenta.

Rivera se llamó por teléfono invitándolos a concurrir a su despacho a la brevedad, aclarándole que era por un tema se  hija, pero nada grave. Al día siguientes ambos padres se presentaban en su oficina de cátedra.

-Los he llamado para comunicarles una decisión que ha tomado su hija Débora. No es de extrañar que estas cosas ocurran especialmente con jóvenes que rondan los 20 años y Débora ya tiene 21 y es mayor de edad.

-Ella ha firmado un contrato de sumisión, que fue refrendado por el juez y que tiene validez en todo el mundo, por el cual se somete a una tercera persona que en este caso es su tío Mariano Larreta.

-Disculpe doctor, pero ¿qué implica un contrato de sumisión?

-Verá. Yo he hablado mucho con Débora respecto de la decisión que iba a tomar pero me insistió una y otra vez que someterse a su tío, era la única forma en que ella encontraba la felicidad. En el contrato se especifica que ella pierde todos los derechos de cualquier tipo y se somete voluntariamente a todos los deseos del señor Mariano, incluyendo todos los pasos necesarios para que se convierta en una verdadera esclava sumisa y complaciente.

-¿Una esclava sumisa y complaciente? Que significa eso. ¿Va a abusar de ella?

--¿Se refiere a si tendrá relaciones sexuales con ella?

-Sí, justamente.

-Por supuesto que sí. Débora se pone a disposición completa, que por supuesto incluye su uso para satisfacer sus deseos sexuales y puede imponerle castigos de distinta índole a la sola decisión de su dueño. Débora ahora no es más una persona sino una cosa para ser usada. Más aun, Mariano puede alquilarla o venderla.

-¿Cómo no sabíamos nada de eso? ¿Mariano nos ha traicionado?

-De ninguna manera Mariano los ha traicionado, muy por el contrario. Afortunadamente él se ha hecho cargo de la situación. Mariana quería esclavizarse poniendo un aviso en el diario y someterse al primer hombre, conocido o no, que se presentara. Fue a instancias y a un arduo trabajo de Mariano que logró ser sometida a él.

-¿No hay forma de revertir la situación, que Débora vuelva ser libre?

-Imposible. Tiene resolución judicial. Revertir esa resolución puede llevar varios años y aun así no tener sentencia favorable. Deberán aceptar que Débora es mayor de edad y eso ha sido verdaderamente lo que quería y la hace feliz.

-Usted habló de castigos. ¿Qué clase de castigos?

-El más frecuente seguramente será el látigo, pero no debe descartarse la picana eléctrica, ser marcada a fuego u otros que puedan surgir o que el señor Mariano considere conveniente.

-¡Quiero ver de inmediato a mi hija! Exclamó la madre.

-Si bien Mariano puede permitirlo o no, imagino que no se negará a una visita de los padres de su esclava.

-¡Es mi hija, no su esclava!

-Se equivoca señora. Ahora Débora ha perdido sus derechos y su dueño puede hacer con ella lo que quiera, incluso no permitir verla. Está en todo su derecho y eso es lo que dice la sentencia judicial. Puedo llamar a Mariano para ponerlo al tanto de la situación.

-Llámelo que quiero verla.

Rivera llamó a Mariano, quién, avisado de antemano de la visita de su hermana, había azotado levemente a su esclava para dejarle solamente algunas marcas. Quedaron que los padres saldrían para la casa donde se alojaba la muchacha.

Cuando llegaron a la casa, los recibió Mariano efusivamente. Su hermana preguntó. -¿Dónde está Débora?-

-En la Sala de Degradación.

-Quiero verla.

Se dirigieron a la sala en la que se encontraba Débora. Su cuerpo estaba apenas cubierto por un diminuto tanga que apenas cubría su vulva. Tenía puesto un collar metálico con una cadena unida a la pared y sus manos estaban esposadas en la espalda. Tenía algunas marcas de látigo en el pubis y en las tetas. La sorpresa dejó sin habla a su madre y a su padre. Fue ella misma la que comenzó a hablar.

-El amo Mariano ha tenido la gentileza de permitirnos vernos.

-Pero… pero…  pero ¿qué es esto?

-Mamá, soy la esclava de Mariano y estoy en penitencia porque esta mañana cuando me folló en la boca, se me cayó algo de esperma. Por suerte cuando me la metió por el culo, pude apretarlo que no saliera nada.

-¡Mariano!, suéltala inmediatamente de esa cadena. Nena, estás desnuda delante de tu padre y de mi hermano. ¡Vamos a casa!

-Mariano me deja casi todo el día desnuda y a papá no le sorprenderá verme así, Soy igual a todas las mujeres. Tetas, culo, concha. Todo común. ¿No es cierto papá? Además no quiero que me libere y no volveré a casa. He firmado mi esclavitud y ya está refrendado por un juez. No hay marcha atrás.

-Algo del juez me dijo Rivera. ¿Tú firmaste eso?

-¡Claro! ¡No sabes lo que he tenido que rogarle al tío Mariano, ahora mi amo Mariano, para que me esclavizara y me enseñara a ser una esclava sumisa! Por eso a veces tiene que azotarme y castigarme de alguna otra forma. Aquí están los instrumentos de tortura que usa y sobre esa colchoneta me viola luego de castigarme. No sabes lo feliz que soy.

-¿Feliz? Veo marcas de látigo hasta en tus senos.

-Mamá, no sabes cómo duele cuando me azota en las tetas, pero lo hace para educarme. Necesito aprender mucho y, como dicen todos los libros, la mejor manera de educara una esclava es castigándola de las maneras que el amo considere conveniente. Si me olvido de algo o me porto mal, entonces mi amo me castiga. Yo me caliento mucho y por eso luego me coge.

Ambos padres quedaron mudos, con una diferencia. Su padre miraba el cuerpo de su hija y lamentaba que la concha estuviera cubierta por ese pedacito de tela.

-También me castiga entre las piernas. ¡Mira!

A pesar de sus manos esposadas en la espalda, se bajó el tanga hasta las rodillas y separando algo las piernas e inclinándose hacia atrás, expuso su concha que se mostraba apenas roja.

-Hace dos días que no recibo azotes en la concha pero alguna marca todavía se observa.

-¡Hija! ¡Está tu padre delante!

-¿Y papá no conoce una concha? ¿Qué más da que sea la tuya o la mía? Hablando de estas cosas, ya me he mojado. Papá, pon tus dedos en la vagina y verás lo húmeda que está.

Ya el padre se iba a adelantar cuando la madre dio un grito de ¡NO! ¿Cómo va a hacer eso? El padre se detuvo.

-¡Ay mamá! Tú no entiendes todavía. Ya no soy hija de ustedes, soy la esclava de Mariano y él ha tenido la gentileza de permitirme presentarme ante ustedes.

-Hija, ¿estás segura lo que estás diciendo?

-Absolutamente segura. Soy la esclava de Mariano y a él me debo.

Ambos padres permanecieron en silencio. El padre miraba alternativamente la concha y las tetas de su hija. No imaginaba que podía haber desarrollado un cuerpo tan armonioso. Hasta esas tenues marcas de látigo la favorecían.

Fue mariano el que intervino entonces.

-Débora ha insistido mucho en ser mi esclava. Ha sido un proceso que culminó la presentación ante el juez. La estoy educando como esclava porque no me gustan las cosas a medias. Por eso debo gozarla a diario, ya sea en su concha, en la boca o en el culo.

-¿La penetras también por atrás?- preguntó la madre.

-Sí, es parte de las obligaciones de una esclava. ¿Quieres ver cómo le entra por el culo?

-Esto es demasiado hermano. Si Débora quiere ser tu esclava, pues que lo sea. No seremos nosotros quienes nos opondremos. ¿Estás de acuerdo Débora en ser la esclava sumisa de tu tío?

-Sí, ya te lo he dicho. Es lo que me hace más feliz.

-Entonces nos vamos. Creo que no tenemos nada más que hacer aquí.

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