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Carta a mi nuevo amo

en Dominación

Carta a mi nuevo amo:

Hola. Aprovecho tu viaje a Madrid y te escribo esta carta, como me ordenaste. Quiero decirte que me complace mucho haber encontrado un amo como tú, considerado, inteligente y culto. Eres mucho más experimentado que yo y sé que contigo voy a aprender mucho. Cuando me escogiste para ser tu sumisa me sentí muy contenta. Sé que pudiste haber escogido a cualquier otra, pero el ser la elegida me hizo sentir orgullosa.

No sé aún cómo será nuestro primer encuentro real, pero sueño con eso. Hasta ahora, nuestra relación ha sido puramente cibernética. Sin embargo, no por ello ha sido menos intensa. Creo que al fin he podido encontrar al hombre que puede abrir para mí las puertas de ese mundo incitante del sexo oscuro y apasionado que tanto he querido conocer. En ese mundo yo soy una mujer virgen. No sabes cuánto deseo que seas tú el hombre que me desflore. Ahí, en ese mundo, quiero que sea tu polla la que se abra paso por mi coño y rompa la delicada tela de ese encuentro que he ansiado tanto.

Sé que cuando suceda serás considerado y delicado conmigo, que tendrás paciencia con mis fallos y que premiarás mis esfuerzos. Igualmente, sé que sabrás ser firme y que no te mostrarás complaciente con aquellas conductas inaceptables. Yo ansío ser tu puta. Quiero someterme a un hombre capaz de merecer mi entrega, y que sea capaz de entregarse también como amo, o eventualmente como sumiso. Quiero confiar en ti, y que tú también confíes en mí, que sepas que jamás intentaré causarte daño, y saber que tú tampoco vas a dañarme.

En estos días en que no hemos podido comunicarnos me he complacido imaginando esa escena cuando por fin nos encontremos. Me encantaría que nos pusiéramos de acuerdo para citarnos en el bar o el restaurante de un hotel. Tanto tú como yo nos habríamos preparado para ese encuentro con previas pruebas de obediencia. Nada grave, pequeñas cosas acordadas entre ambos: pinzarnos los pezones por un tiempo determinado, no usar ropa interior alguna vez, excitarnos hasta el límite del orgasmo e impedirnos el clímax, o prohibirnos el orgasmo durante varios días previos al encuentro… no sé, lo que se nos ocurra…

Por supuesto, el día de la cita ambos estaríamos nerviosos… y excitados. Durante toda la jornada me masturbaría varias veces hasta el límite, pero sin llegar a correrme. Tomaría un baño largo y tibio, acariciaría toda mi piel con humectantes y me dedicaría a embellecerme de la cabeza a los pies. Escogería un corsé negro, muy sensual, y unas medias hasta los muslos. No me pondría bragas, pero sí un sostén, tal vez tipo wonder bra. El vestido sería negro, no excesivamente corto, pero sí con un buen escote, y de una tela sedosa, de buena caída, que dibujara mi figura.

Me maquillaría con discreción, pero buscaría adoptar un cierto aire dark. Me perfumaría con cuidado, en las áreas habituales y en otras que quizás resultaran inesperadas. Arreglaría mi cabello para que luciera espectacular y luciría pocas joyas, tal vez sólo un largo collar de perlas, con el que me gustaría que inventaras algún juego. Los tacones, por supuesto, altos, y a ser posible de aguja.

Llegaría puntual, pero tal vez no demasiado. Lo justo para no ser descortés, aunque me gustaría que tú llegases primero. No es grato estar sola en un bar y tener que parar los avances de ciertos desconocidos. Tú llevarías alguna señal convenida de antemano, tal vez una flor, o algo por el estilo. Al llegar, me saludarías con un beso y pediríamos algo de tomar. Romperíamos el hielo con un rato de charla. Tú me contarías algunos de tus deseos más secretos y bajo la mesa tu mano se atrevería por primera vez a tocar mi piel. Yo te diría en qué forma te obedecí en las pequeñas cosas que me pediste que hiciera, te confesaría que no llevo bragas y tú no resistirías la tentación de deslizar tu mano por mi muslo, en la penumbra del bar, y comprobarlo por ti mismo.

Empaparías uno de tus dedos con la miel que ya estaría brotando de mi entrepierna. Lo llevarías a tus labios y lo chuparías golosa y lascivamente. Yo cerraría los ojos, turbada de timidez y de deseo. Prolongaríamos esa charla y ese juego sutil todo lo posible, hasta que no pudiéramos seguir resistiendo las ganas de follarnos con verdadera furia. Entonces nos levantaríamos de la mesa, iríamos hacia la salida, fingiendo una calma que ninguno de los dos sentiríamos, y abordaríamos el ascensor, que nos dejaría en el pasillo solitario. Tomarías la llave y abrirías la habitación que nos estaría reservada.

Al cerrar la puerta, asirías mi nuca y me darías un único beso. Profundo, lento, intenso. Luego, asumirías plenamente tu papel de amo. Sacarías de la bolsa de tu chaqueta el collar de perra y me lo colocarías en su lugar. Yo lo recibiría como una joya, con los ojos bajos y la actitud dócil. "Vamos, puta, desnúdame", ordenarías, con voz imperiosa. Yo te obedecería de inmediato, halagada por esa palabra. Te quitaría la chaqueta, tú te sentarías y yo te despojaría de zapatos y calcetines, y luego zafaría tu corbata y tus gemelos. Pondría tus cosas a un lado, cuidadosamente, y desabrocharía tu camisa. Tu tórax velludo quedaría a la vista, y yo lo gozaría de reojo, mientras zafo tu cinturón y bajo el cierre.

"Sácala, zorra", volverías a ordenarme, y mis manos trémulas buscarían el tesoro precioso dentro de tu bragueta. Al verla aparecer gruesa, larga, poderosa, mis ojos la mirarían incrédulos y con miedo. Dentro de poco esa masa de carne dura y desafiante iría a romper mis entrañas vulnerables y sensitivas. "¿Qué esperas para mamarla, sucia puta?", me dirías, indignado ante mi lentitud. Darías un salvaje tirón a mi pelo y yo me inclinaría a obedecerte. Mis labios envolverían tu glande, conteniendo su urgencia por penetrarme.

Al oírte gemir, me sentiría orgullosa de proporcionarte ese placer. Mi lengua experta trazaría círculos sedosos en torno a tu capullo, y mi boca te sentiría crecer, satisfecha de tu dureza súbita. Cuando ya no pudieras más, tirarías de nuevo de mi pelo y me harías ponerme de pie. "Desnúdate, perra", me dirías, y yo me aprestaría complacida a acatar tu orden. Mis manos bajarían lentamente el cierre del vestido, y lo dejarían caer hasta el piso con estudiada indiferencia. Mis ojos fijos en los tuyos no perderían detalle de tu expresión al observar mis senos pesados y cremosos enfundados en el wonder bra, mi talle esbelto ceñido por el corsé y las tiras elásticas del liguero, tensas, sujetando las finas medias.

Tus ojos quedarían atrapados en el pubis lampiño, desnudo y suave como el de una adolescente. Yo bajaría la cabeza y mi pelo caería suelto sobre mi espalda. "Quítate el sostén", me dirías, con voz ahogada, al tiempo que tu mano comenzaría maquinalmente a darte una paja. Yo zafaría el broche y mis senos aparecerían en la gloria de su desnudez. Tú gozarías el espectáculo de verlos bambolearse trémulos y te llevarías la sorpresa de advertir las pequeñas pinzas metálicas torturando los pezones.

"Perdona, amo,", diría con voz insegura, "lo hice por ti". Mis ojos continuarían fijos en la alfombra. Tú te levantarías y avanzarías hacia mí. Tu mano cruzaría mi rostro con una bofetada súbita. No muy fuerte, pero sí repentina. "No vuelvas a hacer algo como esto sin que te lo ordene, perra", me diría tu voz airada. Pero sé que te sentirías complacido de aquella inesperada prueba de sometimiento y humillación. Zafarías mis pezones adoloridos y los premiarías con las caricias de tus labios. Y yo me sentiría bien pagada por el dolor y la humillación.

"No te lo quites", dirías luego, refiriéndote al corsé. "Quiero montarte así, con todo lo que tienes puesto". Aquellas palabras de tu boca me llenarían de placer. "Ven, termina de desnudarme", indicarías a continuación, y yo bajaría tus pantalones y el breve bikini, hasta dejarte listo para apoderarte de mi intimidad.

Sacarías entonces unas cuerdas. "Esta vez no te vendaré los ojos ni te pondré la mordaza por no alterar la expresión de tu rostro, sucia perra, pero como me desobedezcas, me darás el placer de azotarte". Yo me estremecería ante la perspectiva de ese castigo, y me haría el propósito de obedecerte en todo. Luego, colocarías mi cuerpo sobre una mesa que habría en la habitación: mis piernas bien abiertas, atadas a un par de patas, y mi torso doblado sobre el tablero, boca abajo y describiendo un ángulo de noventa grados con las piernas. De este modo, mi culo y mi coño quedarían a tu merced.

Aquella indefensión me provocaría miedo, pero al mismo tiempo me excitaría indeciblemente. Comenzarías jugando con mi raja, pasando por ella diversos objetos de las más variadas texturas: un vellón de plumas, un tubo metálico, un trozo de gamuza, hielo, diversos tejidos y fibras, algunos ásperos, otros suaves, así como materiales a diferentes temperaturas. Mi sensibilidad, ante este juego, se iría incrementando. Tú aprovecharías para irme inculcando el discurso dominante: "No eres más que una sucia puta, estás a mi merced, harás todo lo que yo diga, no tendrás otro deseo que complacerme…, etc." Yo a todo responderé con docilidad: "Sí, mi amo".

Luego, comenzarías a hacer practicable mi culo. Yo me mostraría remolona, por supuesto, para que tuvieras la oportunidad de inducirme a la obediencia con oportunos azotes. Me lubricarías primero con un material oleoso (imposible enterarme de qué sería en mis condiciones), y luego irías introduciendo tus dedos. Primero uno, y sucesivamente los otros, hasta hacerme admitir los cinco. Pero sin llevarme al fist fucking. Una vez que entrasen con facilidad, meterías una vela de un buen largo, y casi tan gruesa como tu polla, y la encenderías. Jugarías a penetrarme con ella, como si fuera tu verga, y a dejar caer las gotas calientes sobre la delicada piel de mi raja y mis nalgas.

Seguramente mis gemidos de dolor te proporcionarían placer. Continuarías el juego hasta darte cuenta de que he aprendido a relajar el esfínter. Me dejarías la vela en ese sitio por un rato y me introducirías tu polla en mi boca. Con algunos tirones a mi cabello y órdenes pertinentes me obligarías a darte una mamada hasta ponértela dura de nuevo. Hecho esto, te colocarías detrás de mí, sacarías la vela y pondrías tu capullo contra mi pequeño agujero.

"Relájate, putita. Voy a desvirgar tu culito virgen", dirías con sorna. Yo sacaría valor para decirte: "Por favor, amo, métemela toda". Eso te animaría y comenzarías a entrar muy lentamente. Yo haría un esfuerzo por relajarme y aflojaría el esfínter para recibirte. Poco a poco iría entrando toda, hasta llenar el estrecho canal. Te quedarías quieto un instante, saboreando la sensación que envolvería toda tu polla, estrechada por completo por mi cuerpo virgen. Luego, con supremo control, comenzarías a bombear despacio, al tiempo que murmurarías frases humillantes a mi oído.

Yo soportaría la tortura de las penetraciones sucesivas, y a tus palabras respondería siempre con frases sumisas. Al fin, estarías a punto de correrte y no tendrías más remedio que detenerte. Sacarías tu polla de mi culo y dejarías que el momento sin retorno pasara. Aprovecharías para pinzar mis labios vaginales y luego volverías a penetrarme hasta el fondo del culo. Me sodomizarías así durante un rato, deteniéndote cada vez que estuvieras a punto de correrte. Al fin, me desatarías y me obligarías a arrodillarme ante ti.

"Chúpala", me ordenarías, y yo cerraría los ojos y abriría los labios para recibir tu verga. Sentiría el sabor y el olor de mi propio culo y tendría que reprimir el asco para mamarte hasta que tu polla comenzaría a vomitar tu preciosa leche, que yo bebería como un vino sagrado, sin saciarme nunca de él, tragándola y saboreándola con delicia, hasta que se escapara incontenible por mis comisuras hacia mi cuello y mis senos turgentes y suaves, donde mis manos la esparcirían y luego la recogerían, chupándola de mis dedos con gula.

Y una vez agotada tu leche en mi cuerpo, tirarías de mi pelo ordenándome limpiarte, y yo me abalanzaría a abarcar tu polla, y con mi lengua iría recogiendo todo tu semen hasta que no quedara ni una gota del líquido precioso. "Muy bien, putita", me dirías, al tiempo que me premiarías con una palmada en la cabeza, como a una perra obediente. Tu perra, tu puta, tu zorra, tu ramera, ansiando desesperadamente que me folles. Pero entonces tu dirías: "Aún no eres digna de que te desflore, de que desgarre tu coño con mi verga, de que entre en tu cuerpo y deje en tu interior mi leche. No me has dado suficientes pruebas de obediencia".

Y yo, que ya me creería al cabo del tormento y a punto de gozar, me sentiría descender al más profundo pozo de la frustración, y tal vez me atrevería a rebelarme contra ti, que entonces te sentirías feliz de poder aplicarme el justo castigo a mi desobediencia y a mi atrevimiento, y entonces empezaría en verdad la doma que me llevaría a convertirme en lo que más deseo: en la más humilde de tus esclavas, en la más dócil de tus sumisas, en la más baja de tus putas.

Pero esa es otra historia.

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