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Tres (Trío MHM 1)

en Trios

Tres (Trío MHM 1)

"Quiero que te sodomice", susurró a mi oído. Metí la verga de José hasta el fondo de mi culo y comencé a moverme con gran lentitud. Ella se acercó a mi pubis y abrió los labios con la lengua. Sobó el suave botón con una enorme ternura mientras él se abría paso por la puerta de atrás...

Llegué puntual, con una botella de vino y otra de ron. En eso nuestros gustos eran diferentes. José me esperaba en aquel apartamento donde vivía y tenía el estudio de grabación. Me hizo pasar y me recibió con un beso y una caricia en el seno derecho. No me había puesto el sostén, de modo que bajo la fina blusa de seda mi pezón se irguió. "Menudo traidor", pensé. Pero ya estaba lanzada. Aquello no me molestó en lo más mínimo. Era su forma natural de tratarme. José era más bien cariñoso y tierno, aunque bien sabía cómo podía ser en la cama. No nos encontrábamos a diario ni mucho menos, pero teníamos una relación larga sin ataduras ni compromisos, que nos iba bien a ambos.

Desde tiempo atrás José me venía diciendo que deseaba tener un trío conmigo y otra mujer, pero a mí se me hacía difícil encontrar a una dispuesta a hacerlo. "Déjalo de mi cuenta", me había dicho el muy taimado. Y ahí estábamos, esperando a la dama en cuestión. Me daba morbo, la verdad. Con José gozaba mucho en la cama. No es que sea ningún Adonis. Esos son los que muchas veces peor se portan a la hora de las horas. Es un tipo normal que no haría volver la cabeza a nadie cuando camina por la acera. tiene una estatura promedio, ni muy bajo ni demasiado alto. Aunque está en buena forma física no está obsesionado con el deporte, tiene la tez clara y el cabello rizado, negro. Un tipo común y corriente. En cambio, tiene un morbo mayúsculo y una disposición al placer como pocos. Le gusta, como a mí, el sexo anal y sobre todo jugar y experimentar cosas nuevas, algo que pocos comprenden y mucho menos practican. En fin... Estábamos esperando a Irene, que así se llamaba la dama de marras, y para ir entrando en materia (nunca mejor dicho), José sirvió unas carnes frías junto con algunas entradas y abrimos las botellas. Me sirvió una copa de vino y él se preparó un ron con hielo. Nos sentamos en el sofá a conversar, pero a poco la bebida nos fue relajando y él no perdió la ocasión de meterme, literalmente, mano, cosa que me agradó porque aun antes de llegar allí estaba muy cachonda. Estábamos, como digo, en el sofá, besándonos y acariciándonos. Se quitó la camisa y noté con satisfacción cómo el paquete alzaba la tela de sus pantalones. Su mano exploró el espacio entre mis piernas y se dio cuenta de que no llevaba puestas las bragas. Vi cómo sus pupilas se dilataban y sonrió. Aquello fue un premio para mí, que me había puesto una minifalda, altos tacones y medias sujetas con un liguero de encaje, todo negro. Constatar que había hecho el viaje hasta ahí sin ninguna ropa interior (al acariciar mi pecho había notado la ausencia del sostén) debió de ponerlo a mil, porque me besó con un ardor nuevo. Abrí los labios y lo recibí con iguales bríos. Luego la cosa se fue calentando y me arrodillé delante de él. Me ayudó a zafarle el cinturón y a bajar el cierre. Pronto tuve en mis manos su generosa polla y me la metí en la boca. La chupé y lamí con deleite, como si fuera un helado, y poco a poco me la fue metiendo cada vez más. Estábamos en lo mejor de jugar de aquel modo cuando sonó el timbre. Los dos nos levantamos de golpe del sofá y pensamos lo mismo: "Debe de ser ella".

En efecto: era Irene. Noté que ya la conocía de vista. Vivimos en una ciudad mediana, de modo que en ciertos círculos es imposible pasar inadvertidos. Es una mujer alta, de piel morena clara, con buenas tetas y generosa grupa. Al vernos reímos espontáneamente las dos. "¿De modo que eras tú?", dijo con total naturalidad. Asentí un tanto cohibida. Soy menos desenvuelta que ella y supe que había notado el aire cargado de tensión y de excitación entre José y yo. "Quiero un trago", dijo de momento, para facilitar las cosas. Y él fue a servirlo mientras ella se sentaba a mi lado en el sofá, en el lugar que hasta hacía poco ocupábamos en acariciarnos José y yo. Sacó un cigarrillo y le acerqué la llama del encendedor que había en una mesita próxima. Me lanzó una elocuente mirada, sonrió y expelió el humo con estudiada lentitud. "Así que te gustan los tríos..." comentó. Volví a asentir y di un trago a mi copa mientras ella recibía de manos de José el ron con cola. Sus ojos negros me miraron por encima del cristal cuando lo llevó a su boca. No rompía el contacto visual a pesar de la presencia de José, que se había sentado al otro lado del sofá. De aquel modo, ella quedaba entre los dos. Sin decir palabra, se apoderó de los labios masculinos y le dio un beso profundo. No dejé de sentirme un tanto incómoda, pero recordé que hacía poco le estaba chupando la verga a José, de modo que me arrodillé de nuevo delante, saqué la polla de su oculto nido y mis labios abarcaron el glande. Luego de mamar durante unos minutos, alcé la vista y vi cómo Irene se inclinaba. Tomó mis labios por sorpresa y me besó. Fue una sensación extraña. Como si me besara a mí misma. El beso fue muy suave y me puso aún más húmeda. Se arrodilló entonces a mi lado y nos turnamos para atender la verga del anfitrión, ya bastante empalmada para entonces.

Luego, nos pusimos de pie y José pidió: "Desnúdense". Entre risas, nos desabrochamos las blusas una a otra. Mis senos quedaron a la vista e Irene se apoderó de uno de mis pezones. Lo atormentó suavemente con sus labios y yo gemí, en tanto la abrazaba y sobaba rítmicamente sus nalgas. Pronto nuestras bocas se unieron y las ropas cayeron al piso, en una mezcolanza indiferenciada. Me arrodillé delante de su pubis. Lo tenía afeitado, a diferencia del mío, ya que sólo me recorto el vello. Hundí mi lengua en la húmeda raja y saboreé los primeros jugos. Guió mi cabeza por los vericuetos de su intimidad y la sentí gemir, lo cual fue verdadera música en mis oídos. En ese momento sentí que José acariciaba mis nalgas y me di cuenta que se había arrodillado detrás de mí. Irene se sentó en el sofá y abrió sus muslos para facilitar mis lamidas, mientras José terminaba de colocarme como una perrita y ponía la punta de su verga en la entrada de mi coño. Empujó y yo gemí débilmente al sentirme penetrada. "¿Por dónde te la está metiendo?", preguntó Irene y respondí la verdad. "Quiero que te encule. ¿Te disgusta?", preguntó. Negué con la cabeza. "¿Ya te lo ha hecho así otras veces?", volvió a preguntar. Asentí. "¿Y?", la pregunta flotó un instante en el aire. "Me gusta", afirmé, y era cierto. José lubricó entonces su garrote y lo puso contra el apretado esfínter. "Relájate", dijo ella, mientras él comenzaba la penetración muy despacio. Me quejé débilmente y eso debió excitarla aún más. Empujó mi cabeza hacia su entrepierna y volví a acariciarla con la lengua mientras José me penetraba muy lentamente. Al tener la polla completamente dentro gimió audiblemente. "¿Está muy apretada?", le preguntó Irene y él asintió. Estuvo sodomizándome un rato hasta que ella decidió que nos fuéramos al dormitorio. Ahí, él se acostó boca arriba y ella me indicó que me colocara a horcajadas sobre él, pero dándole la espalda. "Quiero que te sodomice", susurró a mi oído. Metí la verga de José hasta el fondo de mi culo y comencé a moverme con gran lentitud. Ella se acercó a mi pubis y abrió los labios con la lengua. Sobó el suave botón con una enorme ternura mientras él se abría paso por la puerta de atrás. Mi morbo estaba al máximo. Las sensaciones eran muy fuertes y no tardé en sentir aquella explosión al centro de mi cuerpo que me atravesó de parte a parte. Me corrí con un grito irreprimible y entonces él aceleró sus movimientos. Poco después descargaba su semilla en mi interior.

Los tres permanecimos abrazados durante un rato. Mientras nos recobrábamos, ella me besaba y acariciaba los senos. Bajé hasta sus labios y correspondí a sus besos. Quería darle tanto placer como ella me había dado... pero eso será motivo de otra historia.

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